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DISPUESTO A TODO 18 страница



Te quiero mucho. Crystal.

Apoyo la carta en el cojí n, miro la habitació n por ú ltima vez y luego salgo cerrando la puerta a las espaldas. No volveré a ser la chica que era, no volveré a retomar la vida de antes. Ahora no me queda otra que construir algo nuevo. Tengo que hacerlo por mí y por mi hijo.


 


CAPÍ TULO 7

♠ ♠ ♠

 

 

—¿ Dó nde estamos yendo? —Pregunto volvié ndome hacia Rodrigo. Está al volante y con la mirada concentrada en la carretera.

No ha hablado mucho y eso es extrañ o. Me esperaba algú n reproche, pero nada.

—Tengo el deber de llevarte al aparcamiento de una pista de aterrizaje apartada. Tienes que ver a una persona. —Me informa.

—¿ Quié n es? —Pregunto alarmada.

Nunca habí amos hablado de incluir a otras personas, pero algo me dice que esto formaba parte de su plan…

—No seré yo quien te lo diga, pero que sepas que es algo bueno.

Parece diferente, ya no tiene ese aire arrogante que lo acompañ aba la ú ltima vez. Su telé fono comienza a sonar, ambos miramos la pantalla que se ilumina. El latido del corazó n acelera, mi cuerpo se paraliza. El nombre de Alexander continú a parpadeando hasta que é l no rechaza la llamada. Me muevo frené ticamente en el asiento. Me está llevando donde é l, es por esto por lo que no me querí a decir nada.

—Trabajas para Alexander, ¿ verdad? —Pregunto con un hilo de voz.

Agarro la manilla de la puerta y durante un instante considero la posibilidad de abrirla, pero luego pienso que serí a un idiota si lo hiciera. Correrí a el riesgo de hacer dañ o al niñ o sin contar que yo podrí a herirme seriamente.

—Es complicado de explicar. Verá s que cuando lleguemos a nuestro destino todo se aclarará.

Su tranquilidad me pone de los nervios. Reacciono instintivamente y comienzo a gritarle.

—¡ No quiero ir a ninguna parte contigo!, ¡ dé jame bajar inmediatamente!, ¡ no quiero verlo, no quiero tener nada que ver con é l y su mundo!

¿ Có mo he podido ser tan estú pida? Debí a imaginar que detrá s de todo esto estaba Alexander. No se detiene, responde acelerando. Mi cuerpo rebota. Es un trastornado como todos los hombres que pertenecen al mundo de Alexander. Respiro a duras penas mientras miro la carretera. Falta poco para llegar al aeropuerto y no tengo escapatoria. No puedo dejarme arrastrar de nuevo sin rebelarme. Un resquemor me invade subiendo por la garganta y saliendo en forma de grito. Golpeo las manos sobre la guantera, estoy furiosa. Mi cuerpo


está fuera de control.

—¡ Eh, tranquilí zate! No es lo que crees —Intenta decirme mientras me posa la mano en el hombro.

Lo miro con agresividad y retira la mano. Serí a capaz de cometer un homicidio en este momento, lo cual no me diferenciarí a de ellos.

—¿ Qué deberí a creer?, ¡ explí camelo porque mi vida es un infierno! —Grito. Me quema la garganta e instintivamente la acaricio. No entiendo de dó nde sale esta parte agresiva, no es tí pico en mí.

—¡ Fue Alexander quien me contrató! —Declara.

Me vuelvo de sopetó n hacia é l, estoy sorprendida. Fue é l. Todo ha sido una farsa. No tení a intenció n de liberarme.

—¿ Por qué? Nunca volveré a Rusia, é l lo sabe. ¿ Por qué liberarme?

Niega con la cabeza disfrutando de la situació n mientras mantiene la mirada fija en la carretera. No encuentro qué es tan divertido, ¡ cabró n! Siento la necesidad desesperada de ponerle las manos encima, pero luego pienso que perderí a, es má s fuerte que yo, y encima está conduciendo.

—Porque es dé bil. Se ha dejado llevar por la sensació n de culpa. Te ha liberado convencido de que volverí as donde é l.

Elí geme. Eso habí a escrito. Aun sabiendo quié n es é l, querí a que lo eligiera, lo esperaba. Un vuelco al corazó n. Ha ido en contra de sus principios, ha dejado de lado a sí mismo por mí. Me ha dado la opció n y yo me he marchado. Se esperaba una demostració n que nunca le he dado.

—¿ Se ha cansado de esperar?, ¿ es esta la idea que tiene é l de dejar escapar a las personas? —Pregunto con mal sabor de boca.

—En realidad… —Se interrumpe detenié ndose en el aparcamiento prá cticamente desé rtico.

Ha elegido una pista privada, lejos de ojos indiscretos.

—Ya no trabajo para é l. He recibido una oferta mejor. —Declara con expresió n malé fica,

Lo miro aterrorizada mientras é l escribe un mensaje con el telé fono. ¡ Escapa, Crsytal!, grita mi conciencia, pero yo no consigo moverme. Estoy petrificada. Si ya no trabaja para Alexander, ¿ para quié n trabaja?

—Baja, tienes que conocer a alguien. —Ordena con seriedad.

Miro por la ventana y veo a un hombre de unos cincuenta encaminarse hacia nosotros. Alto, pelo cano, mirada severa. Se coloca el abrigo negro mientras se acerca cada vez má s. Parece que quiere causar una buena impresió n, pero tal vez sea solo fruto de mi imaginació n. Mi corazó n se desboca con cada paso


que el desconocido realiza hacia mí. ¿ Quié n es?, ¿ qué quiere de mí? Rodrigo baja y da la vuelta al coche, abre mi puerta, pero yo no me muevo. Estoy aterrorizada. El desconocido se detiene a pocos pasos de mí, inclina la cabeza y sonrí e. No es una sonrisa inquietante, todo lo contrario. Qué raro.

—Crystal, é l es Vladan Kensko.

Mi mundo se derrumba. Dios mí o, estoy a punto de morir. Rodrigo me ha servido en una bandeja de plata al peor enemigo de Alexander. Los dos hombres me miran esperando a que reaccione. ¿ Puedo escapar?, ¡ no, no iré a ninguna parte! Estoy aquí por un motivo y no puedo hacer nada para cambiar las cosas.

Me pregunto có mo y cuá ndo me matará. Tal vez antes quiera torturarme y contar a Alexander todos los detalles. Me tiemblan las piernas, tengo miedo. No quiero morir, ¡ no he hecho nada para merecerme esto! Los recuerdos afloran rá pidamente como queriendo recordar por ú ltima vez mi vida antes de que todo acabe. Me pican los ojos, me entran ganas de llorar, pero me contengo. Estoy a punto de morir y estoy aterrorizada. Miro a Vladan a los ojos y é l me incita a bajar con un gesto de la mano. Obedezco como un robot. Bajo del coche, pero no me acerco. A duras penas me mantengo en pie. Estoy muriendo de miedo ya antes de que me hagan dañ o. Los mú sculos de su rostro se contraen mientras se acerca eliminando la distancia entre nosotros. Cada paso es como una cuchillada clavada en el corazó n. Voy a morir, no paro de repetirlo. Se detiene, levanta la mano y yo cierro los ojos de sopetó n. ¡ Que alguien me ayude, no quiero morir! La piel de mi rostro entra en contacto con algo caliente y abro los ojos de golpe. ¡ Me está acariciando!, ¡ esto es una locura!, ¡ esta gente está enferma y retorcida!

—¡ Por fin te encuentro! —Exclama satisfecho.

Sucede algo que nunca habrí a imaginado, una situació n surrealista. ¡ Me abraza! Permanezco quieta como un trozo de hielo, confundida y con el corazó n latiendo a mil. ¿ Qué diantres está sucediendo?, ¿ por qué me está abrazando? Parece cariñ oso y no me explico el motivo.

—Rodrigo, gracias por habé rmela traí do. —Se dirige a ese cabró n mientras continú a abrazá ndome. Me rebelo y lo empujo alejá ndolo.

—No me toque —Grito retrocediendo.

Miro a uno y luego al otro desconcertada. Estoy desorientada y la situació n solo empeora.

—¡ Me has vendido aun sabiendo que me matará!, ¿ Alexander no te ha dado suficiente dinero? —Grito a pleno pulmó n desesperada.


—Nunca te he querido matar, ¿ có mo piensas esas coas? —Protesta Vladan mirá ndome sorprendido.

—Uno de sus hombres me apuntó con la pistola y estaba dispuesto a matarme.

¿ Qué cree que deberí a pensar? —Respondo.

Estoy temblando, tengo miedo. Temo por mi vida y esta vez nadie vendrá a salvarme. Rezo para que ocurra un milagro, y lo peor de todo, es que rezo má s que nunca para que Alexander me encuentre. Es increí ble en este momento pensar que mi ú nica salvació n es é l. ¿ Alex dó nde está s?, ¿ por qué no está s aquí?

 

 

ALEXANDER

Observo su foto, sus ojos me sonrí en. Por primera vez estoy asustado, tengo el terror de no volver a verla nunca má s.

—¿ Cuá nto se necesita para abrir la puerta? —Mascullo irritado.

Es una carrera contra el tiempo. Tengo que llegar antes que Vladan, de lo contrario será el fin, la habré perdido para siempre.

Uspokoysya. —Dice Ivan dá ndome una palmadita en la espalda.

Lo miro con desprecio. ¿ Có mo puedo tranquilizarme? Está n a punto de destruir a la mujer de mi vida y yo tengo la culpa.

—Tengo que llegar antes de é l, de lo contrario, la perderé.

Doy un puñ etazo a la puerta, pero no ayuda a descargar la tensió n. Mierda, tengo que llegar antes. Ese cabró n de Rodrigo lo pagará caro por haberme traicionado. Me fiaba, pero no del todo, por eso he controlado su telé fono en todo momento. Cuando he escuchado la conversació n entre é l y Vladan se me ha derrumbado el mundo. Ese hombre, con tal de tenerla, está dispuesto a gastar cualquier cifra, y Rodrigo, como buen mercenario, ha aceptado. Tienen que verse en una pista de aterrizaje apartada, y es justamente ahí donde estoy. Es una carrera contra el tiempo y no sé si conseguiré volver a recuperar a mi Crystal. Tengo que verla y explicarle todo antes de que lo haga é l. Cuando bajamos del jet, mando a mis hombres posicionarse en la salida del aparcamiento. En el caso de que algo salga mal, tienen orden de bloquear la salida y matar a cualquiera que trate de escapar. Estamos expuestos, y por mucho que el aparcamiento esté aislado, tenemos que ser prudentes y no llamar la atenció n.


—¡ Estamos preparados! —Me informa Liam llevá ndose con sé dos bolsones con armas que espero no usar, al menos en su presencia.

—Usad los silenciadores si es necesario, no tenemos que llamar la atenció n. Ivan, dame una 9 mm. —Digo con frialdad.

No puedo dejar que las emociones se apoderen de mí, no debo mostrarme dé bil. ¡ Ha llegado el momento de enseñ ar a Vladan quié n es Alexander Volkov! Una guerra que progresa desde hace añ os y todo por un estú pido error. Ella ha cambiado todo. Mi peor castigo ha sido enamorarme de ella.

—¡ Alex! —Me llama mi hermano Ivan.

No me habí a dado cuenta de que ya habí amos llegado.

—¡ Ahí está n! —Dice señ alando dos coches al fondo del aparcamiento. La veo, es hermosa. Está en pie, ante Vladan y junto a Rodrigo. No sé có mo acabará esta vez, solo ruego que me perdone. La verdad destruirá el amor que siente, pero rezaré para que no sea así.


 


CAPÍ TULO 8

♠ ♠ ♠

 

 

Miro a Vladan aterrorizada. Siempre he sido valiente en la vida, pero ahora no lo soy. Tengo miedo porque sé que es una persona cruel y sin escrú pulos. Me matará solo por el gusto de vengarse. Personas como é l no tienen ni corazó n ni consciencia. Quiere hacerme creer que no es malvado para atraerme hacia una trampa mortal. No encuentra satisfacció n en matarme inmediatamente, antes me torturará psicoló gicamente, fí sicamente y cuando estará satisfecho, me matará. Una vez Alexander me habí a dicho que la peor muerte era lenta y dolorosa. Precisamente la que estoy a punto de sufrir yo.

—¡ Crystal!

Un grito desesperado me hace volverme de sopetó n. Me falta la respiració n, no me lo puedo creer: está aquí.

—Alex. —murmuro mientras corre hacia mí.

—¡ No te acerques, Volkov! —Grita Vladan agarrá ndome por un brazo y atrayé ndome hacia é l.

Me libero de su agarre y retrocedo. Miro a los hombres posicionados a mi alrededor mientras el corazó n me martilla el pecho. No acabará bien para nadie.

—¡ Crystal, ven conmigo!

La voz de Alex es tranquila, pero sus ojos mienten, está preocupado. No me muevo, no sé si es lo má s adecuado ir con é l. Si doy un paso, Vladan me mata.

—¿ Le has dicho la verdad, Alexander? —Pregunta con tono airado. Miro a ambos, pero despué s me detengo en Vladan. ¿ La verdad sobre qué?

—¡ Nunca la tendrá s, es mí a! —Responde Alex golpeando las manos sobre su pecho. Vladan extrae la pistola y la apunta hacia é l.

—En tu lugar, no avanzarí a má s. —Advierte.

Me estremezco y retrocedo aú n má s, algo que no pasa desapercibido para ambos.

—Crystal, no tengas miedo, no quiero hacerte dañ o. Nunca podrí a…

—¡ Cierra esa puta boca, cabró n! —Lo interrumpe Alex. —Ella es solo mí a. Suya. Incluso en un momento como este é l dice que soy suya. Seré siempre suya aun no existiendo la palabra nosotros.

—No es tuya, es ahí donde te equivocas. —Comenta Vladan volvié ndose hacia mí. —¿ Sabes por qué Alex te secuestró? Para atacarme.


Lo miro confundida. ¿ Qué tengo que ver yo?

—Crystal, no lo escuches, ven aquí. —Ordena Alex. Nunca lo he visto tan preocupado como ahora.

No le hago caso, permanezco concentrada en el hombre que tengo delante y que me mira de un modo extrañ o. El miedo ha hecho que no me diera cuenta de muchos detalles. La mirada que me dirige no parece malvada. Su expresió n natural es severa, pero sus ojos son luminosos, no sombrí os.

—¿ Có mo puede atacarte usá ndome a mí? —Pregunto.

Sonrí e. Acerca la punta de la pistola a las sienes y la restriega. Sigo sus movimientos atentamente.

—No sé có mo, pero é l… —Dice señ alando a Alex con la pistola. —¡ Ha descubierto que tení a una hija mucho antes que yo!

Bum, bum, bum. No respiro, me da vueltas la cabeza. No, no es verdad. Se ha expresado mal, tal vez querí a decir otra cosa.

—Tú eres mi hija, Crystal, y é l lo sabí a. Te secuestró solo para vengarse, ¡ no imagino las atrocidades que has sufrido a merced de esa bestia sin corazó n! — Dice mirando a Alex con repugnancia.

—Te equivocas, yo no soy tu hija.

Niego con la cabeza retrocediendo aú n má s mientras miro a los dos hombres. No es posible, solo es una pesadilla.

—Amaba enormemente a Beatriz. Era de una belleza extraordinaria. No sabí a de tu existencia y ahora me explico por qué desapareció de mi vida repentinamente. Querí a un futuro mejor para ti, pero de esa manera me arrebató la alegrí a de tener a una hija. —Se vuelve hacia Alex. —Dile có mo descubriste que es mi hija. —Le ordena.

Miro a Alex incré dula. No puede haberlo hecho. No llegarí a a estos niveles de crueldad.

—Alex, dime que se equivoca. Dime que no es mi padre de verdad. Dime que no me secuestraste para vengarte. Dime que son todo tonterí as. —Grito desesperada con las lá grimas surcando mi rostro.

Sus profundos ojos me miran con arrepentimiento. Pasa la mano por el cuello y agacha la cabeza. No, no por favor, dime que nada es verdad.

—Descubrí tu existencia por casualidad. Buscaba una manera de atacar a Vladan, e indagando en su pasado, di con Beatriz, tu madre. Me pregunté por qué le habí a abandonado y có mo habí a conseguido desaparecer del mapa. Pasé cinco añ os investigando hasta que no te encontré. Cuando vi tu foto, entendí todo. Vosotros dos tené is los mismos ojos. Corrompí a uno de los


hombres de Vladan y me procuró un cabello de é l, y para corroborar mi hipó tesis, necesitaba tambié n uno tuyo. Un examen de ADN no deja lugar a dudas. La noche del cumpleañ os estaba en tu mesa porque habí a organizado un plan con todo tipo de detalles. Te habí a seguido, habí a observado tus costumbres, las personas que te rodeaban. Lo que no habí a previsto era tu cará cter. Parecí as inofensiva, pero aquella noche en la discoteca sucedió algo que puso en tela de juicio cualquier plan que se me pasara por la cabeza. — Realiza una pausa y me observa. —Tendrí a que haberte odiado, y sin embargo, te amé inmediatamente.

Me abalanzo contra é l como una furia. Lo empujo y grito con rabia. Le golpeo el pecho con los puñ os y continú o gritando. ¡ No puede haberme hecho esto! Todo ha sido una falsa, no hay amor entre nosotros. Solo me ha usado para alcanzar su objetivo.

—¡ Te odio! —Grito empujá ndolo.

Reacciona, me atrae hacia é l y me envuelve entre sus brazos. Trato de liberarme, pero é l me retiene impidié ndome cualquier movimiento.

—Lo siento por haberte arrastrado a este mundo, siento haberte mentido. No me arrepiento por lo que he hecho porque, como verá s, Crystal… —Me levanta la barbilla obligá ndome a mirarlo a los ojos. —Estoy dispuesto a todo con tal de tenerte.

É l es la causa de todo, pero tambié n mi otra mitad. Me ha arrastrado a un mundo al que no creí a pertenecer, pero del que inconsciente formaba parte.

—Me has manipulado… —Digo apartá ndome. —Me has usado… — Retrocedo, pero no me rindo. —Y todo esto porque la venganza te cegaba.

Me vuelvo hacia Vladan.

—¡ Tú no eres mi padre!, ¡ no para mí! —Digo acercá ndome a é l. —¡ Vosotros dos habé is manipulado mi vida con vuestra sed de venganza y no os habé is preocupado de mí!

Apoyo la mano en la suya, que agarra firmemente la pistola.

—Querí as tenerme en tu vida porque en mis venas corre tu sangre, pero no sabes nada de mí.

Agarro la pistola y é l la suelta sin oponerse.

—No quiero ser la causa de un derramamiento de sangre, y si de verdad me aprecias como dices, dejará s que sea yo quien decida lo que quiero hacer con mi vida.

Me seco las lá grimas mientras é l acaricia mi cabello. Dejo que lo haga porque me parece un gesto afectuoso. El miedo parece haber desaparecido, me siento


decidida. Noto el metal frí o y me doy cuenta de que tengo una pistola en la mano. ¡ Oh Dios mí o!, ¡ tengo un arma en las manos! Retrocedo y me vuelvo hacia Alexander. ¿ Qué sentirí a si le apuntara con la pistola?, ¿ se asustarí a?

—¡ Eres una bestia sin corazó n! —Digo mientras observo la pistola entre mis manos.

¿ Qué haces con una pistola, Crystal? Tú no eres como ellos.

—¿ Qué quieres de mí, Vladan? —Pregunto volvié ndome hacia é l, mientras bajo la pistola.

—Solo quiero conocer a mi hija… —Admite.

Parece sincero, pero no me fí o de é l, no lo conozco. Me vuelvo hacia Alex que parece incó modo. No sabe có mo comportarse ahora que sé la verdad. No podrá decir nada que me haga cambiar de idea.

—No te puedes imaginar el dañ o que hace estar enamorada de la persona que te ha destruido.

—Cré eme, nunca te habrí a hecho dañ o. —Responde.

—¿ Có mo puedes no darte cuenta de que tú me haces dañ o siempre? No debí as haber alterado mi vida. ¡ No eres nadie para hacerme esto! —Grito histé rica.

Avanza intimidante, pero Vladan rá pidamente se posiciona haciendo de escudo humano.

—¡ No te vuelvas a acercar a mi hija, Volkov!

Los dos se miran con agresividad. La situació n empeorará si no intervengo. Me aparto dejando caer la pistola al suelo y con las manos los empujo abrié ndome paso entre ellos.

—¡ Se acabó!, ¿ queré is acabar de librar esta guerra?, ¿ no os dais cuenta de que no os llevará a ninguna parte? Sois seres irracionales, estú pidos rusos.

Ambos me miran sorprendidos por mi reacció n, pero lo que má s me impresiona es la mirada cargada de amor de Alex. Lo odio, pero una parte de mí lo ama de una manera enfermiza.

—No iré a Rusia con ninguno de los dos. —Explico con calma, pero las manos temblorosas me traicionan. —Iré por mi cuenta, no sé adó nde, y vosotros dos acabaré is con todo esto, y lo má s importante, ninguno de los dos deberá seguirme.

Permanecen estupefactos, al menos puedo decir que los he acallado.

—Ahora si me disculpá is, me voy, si os echo de menos, os buscaré. Por lo que he visto no es muy difí cil encontraros.

Si creo que me las apañ aré tan fá cilmente, me equivoco. Conozco a Alex y creo haber entendido tambié n el temperamento de Vladan. No se rendirá n y


una paz inmediata entre ambos es impensable.

—No puedes retomar tu vida, la voz ya se ha corrido y otras personas vendrá n a buscarte. —Explica el que dice ser mi padre.

No tení a dudas, pero ninguno de los dos sabe que quiero marcharme a un lugar lejano, a un lugar donde puedo estar a buen recaudo y crear por fin mi vida.

—Crystal, tenemos que mantenerte a salvo.

Me vuelvo hacia Alex y frunzo el ceñ o. ¡ Vaya valor que tiene!

—Si tú no me hubieras buscado, yo no estarí a en esta situació n, alé jate de mi camino.

Apoya la mano en la mí a y la agarra con fuerza cuando trato de librarme.

—No renunciaré a ti, cré eme… —Susurra. Siento las piernas dé biles, me tiemblan.

—Dado que ninguno consigue tomar una decisió n, lo haré yo.

La voz de fondo de Rodrigo llama nuestra atenció n. Contengo la respiració n cuando noto que tiene una pistola entre las manos y la apunta hacia mí.

—¿ Qué crees que está s haciendo?, ¡ no apuntes la pistola hacia mi hija! —Grita Vladan.

La situació n no cambia. Rodrigo sonrí e malé fico.

—Vamos, niñ a, ven aquí, así podré acabar mi trabajo.

No lo entiendo. ¿ Pero su trabajo no era llevarme donde Vladan?

—¡ Baja el arma! —Grita alguien a nuestras espaldas. Reconozco la voz: es Ivan. Me vuelvo y encuentro a todos los hermanos Volkov con las armas apuntando a Rodrigo. Y aquí acaba todo, no soy estú pida, sé que alguien morirá.

—Crystal, tengo una punterí a perfecta, por lo tanto no me hagas esperar. Ven aquí, muchacha.

No me muevo, pero sé que deberí a hacerlo si no quiero un derramamiento de sangre.

—¿ Por qué? —Consigo preguntar.

Alex aprieta mi mano, la aprieta fuertemente en su pecho. Lo miro y por un instante reina el silencio. Mi amor es tambié n mi condena.

—Da gracias porque te protegen esos dos hombres. Cuando Alex requirió mis servicios, yo ya era uno de los hombres de Pavlov. Tú no sabes quié n es, pero ellos dos sí, dado que la ú nica hija de Pavlov murió por su culpa.

—¡ Natasha! —Exclamo alterada.

¡ Oh, Dios mí o! Lo ha mandado el padre de Natasha.

—Ha sido muy fá cil reuniros todos aquí. Solo era necesario activar el


interruptor. Alex creí a que yo era uno de los suyos e hice creer a Vladan que por dinero estaba dispuesto a todo. Fui yo quien se puso en contacto con Vladan para decirle que su hija estaba en mis manos. Sabí a que Volkov me controlaba, del mismo modo que estaba seguro de que escuchaba mis llamadas. Organicé un plan genial, como puedes ver.

Alex demuestra tener sangre dí a, no pierde el control ni siquiera en estos momentos. A veces quisiera tener su fuerza y no ser tan dé bil.

—Es hora de acabar con todas estas tonterí as. Ven, Crystal. —Ordena Rodrigo agitando la pistola.

Miro nerviosamente a los hombres que me rodean mientras cada segundo parece una eternidad.

—¿ Qué está s haciendo? Somos seis contra uno.

Maldigo a Liam por haber abierto la boca. Es una situació n delicada donde un error mí nimo nos llevarí a a todos a la muerte.

—¿ Crees que soy estú pido? Mira a tus espaldas y dime si todaví a quieres hacerte el prepotente conmigo. —Responde Rodrigo engreí do.

Me vuelvo y detrá s de los hermanos Volkov se encuentran cuatro hombres armados. Estamos atrapados, todos. Tendrí a que haber imaginado que hombres como ellos no dejan cabos sueltos. Han planificado cada movimiento cuidadosamente para llegar al resultado deseado. No puedo permitir que comiencen a disparar, debo hacer algo. Me dejo guiar por el instinto y avanzo. Mi mente se rebela, tengo el corazó n en un puñ o y estoy sudando. Estoy eligiendo ir hacia una muerte segura. La mano de Alex se posa en mi pecho impidié ndome avanzar má s.

—¡ Ni lo sueñ es! —Gruñ e entre dientes, mientras nuestras miradas se cruzan.

—¡ Nos matará a todos si no voy!

—¡ Nos matará de todas formas! —Responde frí amente.

No sé có mo puede mantener el control en una situació n así. Tiene un extrañ o resplandor en los ojos. Los recuerdos afloran y un escalofrí o me recorre. El hombre penetrante que hay en é l ha vuelto. Tiene algo en mente y creo saber lo que es. Quiere eliminar la amenaza que se cierne sobre nosotros. Contengo la respiració n mientras dirige su atenció n hacia Rodrigo.

—Dé jale marchar y prometo que te dejaré vivir.

Observo el perfil de su rostro mientras aguanta la mirada del rival. Tengo que reconocerlo. Alexander Volkov no tiene miedo a la muerte. Luego me detengo a pensar en sus palabras.

—¡ Cuento hasta tres, Crystal! —Canturrea Rodrigo aparentemente disfrutando


de la situació n.

—¡ Alex! —Susurro aterrorizada.

Le aprieto la mano fuertemente dá ndole a entender que é l es mi tabla de salvació n. El corazó n se me podrí a salir del pecho de lo fuerte que late. Tengo miedo. Su mirada quiere decir todo: mantener el control. É l es así, no teme a nadie.

—¡ No lo escuches! —Susurra mientras se posiciona ante mí. Está completamente loco, está usando su cuerpo como escudo. Rodrigo podrí a disparar de un momento a otro y é l lo sabe.

—Tienes que hacerme un favor, pequeñ a. Cierra los ojos y recuerda nuestro amor.

¿ Por qué me dice esto?, ¿ có mo puedo hacerlo en una situació n similar?, ¡ es imposible!

—Por favor… —Suplica con voz suave. Suspiro resignada e intento satisfacer su petició n.

—Crystal, dos… tr… —Cuenta Rodrigo.

—¡ Teper’! —Grita Alex.

Se abalanza sobre mí y me abraza. No consigo mantener el equilibro, mi cuerpo cae arrastrá ndole a é l. Un estruendo. Disparos. Gritos. El tiempo se detiene. Mantengo los ojos cerrados mientras mis manos se aferran a la camiseta de Alex. Aprieto con fuerza mientras contengo la respiració n. Moriremos todos. Quisiera gritar, pero no lo consigo. Lo ú nico que consigo decir es su nombre.



  

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