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DISPUESTO A TODO 17 страница



Asunto: No me rendiré.

Escrí beme, explí came. Te estoy rogando, estoy dá ndote espacio cuando podrí a estar allí abrazá ndote. Ambos sabemos que es lo que harí a. En cambio, esta vez, te estoy dando a elegir, te estoy dando tiempo. Sé sincera y dime qué piensas de nosotros, dime lo que querrí as. Dime claramente si quieres que desaparezca para siempre de tu vida, Crystal. Sabes que nunca renunciaré a ti, pero no quiero cometer má s errores. Ya he cometido muchos y quisiera volver atrá s, pero no puedo. Estoy tratando de hacer las cosas bien, como las harí a una persona normal, aunque yo no lo sea. Te he arrastrado a mi mundo, sabí a que era un error y que tal vez nunca me perdonarí as por esto, pero que sepas que nunca habrí a imaginado enamorarme de ti. Tendrí a que haberte odiado, alejarte de mí, y en cambio, me has aniquilado. Eras diferente, aparentemente una arpí a, pero tus ojos no podí an mentir. Vi la dulzura, la determinació n y esa ingenuidad que daba por extinguida. Tú eras la pureza en el mundo podrido que me rodeaba. No debí a privarte de tu vida, pero por diversas razones me vi obligado a hacerlo. Ahora estoy aquí pidié ndote perdó n. Todo comenzó de la peor manera posible, pero tú te has convertido en una parte de mí, una parte de la que no puedo prescindir.

Debí a odiarte, y sin embargo, te he amado. Siempre tuyo,

Alexander.

Cierro los ojos y respiro profundamente. ¿ Por qué me hace esto? Quiere


torturarme psicoló gicamente porque es la ú nica arma que puede usar, dado que ha decidido darme espacio. Eso es lo que dice, pero espero que no crea que me lo he tragado. Solo está ganando tiempo, estoy convencida de que está elaborando un plan perfecto. Fingirá que está concedié ndome espacio y cuando se canse, me llevará a Rusia contra mi voluntad. Un hombre como é l nunca firma acuerdos y la palabra renuncia no está en su vocabulario. No responderé, dejaré la cuestió n en el aire porque no soy capaz de dar una respuesta definitiva. Ahora mismo solo tengo que pensar en un plan para escapar, lejos de todo. Necesito reflexionar, necesito tiempo.

Dejo el ordenador y me dejo caer en la cama con la mirada puesta en el techo.

Tengo la sensació n de enloquecer, no consigo razonar lú cidamente. ¿ Por qué tiene que ser tan complicado? Me encojo bajo las sá banas y cierro los ojos esperando haber soñ ado estos ú ltimos meses de mi vida. Imaginemos que puedo volver atrá s consciente de lo que ha pasado, ¿ qué harí a? Una pregunta a la que no sé responder.

Te odio Alexander, pero tambié n te quiero.


 


CAPÍ TULO 5

♠ ♠ ♠

 

 

Abro los ojos y miro el reloj. Solo las 7: 00. No me siento bien, tengo el estó mago revuelto. Y eso que no creo haber comido nada diferente. Han pasado tres semanas y todaví a estoy aquí. Alexander me ha seguido escribiendo y Rodrigo me dice que esté tranquila, segú n sus hermanos no vendrá a buscarme por la fuerza. Sorprendente. Me preguntó cuá nto aguantará … Espero al menos el tiempo de organizar mi vida. Hubo un instante donde estuve a punto de ceder, querí a escribirle, pero despué s resistí a la tentació n. Parece que por primera vez esta respetando mis decisiones, pero estoy segura de que ya habrá decidido cuá nto tiempo concederme. Rodrigo insiste cada dí a con la historia del traslado a Noruega, pero no iré. Querrí a librarme tambié n de é l porque no me gusta y no me fí o. Segú n é l, nadie sabe que he escapado de Rusia. Al menos puedo estar tranquila que nadie vendrá a buscarme con la intenció n de asesinarme. Voy a la cocina y viendo un cruasá n en la mesa me entran ganas de vomitar y corro al bañ o. No entiendo lo que me pasa.

—Tesoro, ¿ está s bien? —Pregunta mi padre notablemente preocupado. Sin tener tiempo para responder, vomito de nuevo. Se acerca aguantá ndome la frente mientras aparta el cabello a un lado. Oh, vamos, solo me faltaba la gripe.

—Creo que he pillado un virus… —Murmuro limpiá ndome los labios con la toalla.

—¿ Está s segura?, ¿ no prefieres ir al mé dico? —Insiste mientras su mano acaricia mi espalda cariñ osamente.

—Iré por la tarde, ahora solo quiero descansar.

Esbozo media sonrisa y lo abrazo. Me vuelvo a meter en la cama y en ese momento mi telé fono suena. En la pantalla aparece el nombre de Rodrigo. Me faltabas solo tú para mejorar la mañ ana. Resoplo y respondo.

—¿ Sí? —Respondo con escasas ganas de hablar.

—Hola, Crystal. Ya sabes por qué te llamo, no podemos aplazarlo.

—Escucha, Rodrigo, no estoy bien, hablamos en otro momento. —Respondo y cuelgo sin darle el tiempo de contestar.

Por precaució n apago el telé fono, no estoy en condiciones de tomar una decisió n ahora. Solo quiero dormir, me siento muy cansada. Tal vez solo está s


ganando tiempo en la esperanza de que venga a buscarte, me recuerda mi consciencia. Tal vez, no lo sé. Espero no ser tan masoquista.

Despué s de algunas horas de sueñ o me siento mucho mejor. Ya no tengo ganas de vomitar y me siento menos cansada.

—Tesoro, he preparado el caldo, ahora te lo llevo. —Me informa mi padre.

—No, espera, que bajo. —Digo levantá ndome.

Al principio me da vueltas la cabeza, pero rá pidamente retomo el control. Me armo de valor y bajo a la planta inferior. No puedo estar má s en la cama. Despué s de haber comido y conversado con mi padre, me siento en el sofá para ver un poco la televisió n, pero no estoy muy concentrada, estoy pensando en las palabras de Rodrigo. Tengo que decidir qué hacer, pero no sé cuá l es la mejor decisió n. Mi padre se despide y se marcha, tiene que trabajar y yo no puedo retenerlo, si bien quisiera hacerlo. No me siento a salvo y estoy muy preocupada.

El sonido del timbre interrumpe mis pensamientos y, como si ya supiera quié n es, me levanto resoplando. Apuesto a que es Rodrigo, ese hombre impaciente e irrespetuoso con las decisiones ajenas. Estamos hablando de mi vida, espero ser yo quien decida cuando sea. Abro la puerta de golpe y ahí está, con las gafas de sol y con las manos en el bolsillo mirá ndome con la cara de alguien que ha perdido la paciencia.

—¡ Crystal!

—Rodrigo.

Pasa a mi lado y entra en casa mirando a su alrededor con sospechosa.

—¿ Tú padre?

—Ha salido. —Digo cerrando la puerta.

Va a la cocina, y comportá ndose como si fuera su casa, coge un vaso de agua. Lo miro desconcertada, pero no digo nada, estoy demasiado cansada como para iniciar una discusió n.

—Salgamos, tenemos que hablar y decidir qué hacer.

—No tengo ganas de salir, podemos hablar aquí.

—No era una pregunta. —Precisa mirá ndome con severidad. Se acerca y yo retrocedo. No me gusta su actitud.

—Tengo que ir al mé dico, no me encuentro bien.

—¿ Cuá ndo?

—En media hora.

—Te acompañ aré, y cuando hayas acabado, no aceptaré má s excusas.

Oh no, no quiero que venga conmigo. Entrecierro los ojos y respondo a esa


mirada severa.

—No vendrá s conmigo. Si quieres, espé rame fuera de casa. Sorprendido por mi reacció n, frunce el ceñ o y se cruza de brazos.

—Aclaré monos de una vez por todas. Desde que estamos aquí, he aguardado delante de tu casa las veinticuatro horas. Yo soy tu sombra, mé tetelo en la cabeza, muchacha. Donde tú vayas, yo voy.

¡ Dios mí o! Me ha vigilado todo el tiempo. Por lo que parece, no será fá cil escapar de su radar. Levanta los brazos en señ al de rendició n y resoplo derrotada.

—De acuerdo, me acompañ ará s, pero te quedará s fuera del estudio. Satisfecho, sonrí e con burlonerí a. Vuelvo la mirada mientras voy a la habitació n para prepararme. Me pongo lo primero que encuentro y salgo mientras ato mi cabello rebelde. Me veo horrible y la presencia de Rodrigo lo ú nico que hace es empeorar mi estado de á nimo.

—Podemos ir. —Digo acercá ndome a la puerta.

Espero a que el señ orito salga, y una vez fuera, cierro la puerta a mis espaldas. Me entran ná useas mientras me acerco al coche, pero intento armarme de valor y respiro profundamente. Puedo conseguirlo, no debo detenerme justamente ahora. Estoy deseando que me preinscriba algo para activarme. No aguanto má s esto de estar mal.

—¿ Llevas mucho tiempo sintié ndote mal? —Pregunta examiná ndome. Permanezco indiferente ante ese comentario mientras me ato el cinturó n.

—¡ Eres muy amable por preocuparte por mí! —Respondo con sarcasmo mientras miro por la ventana.

—No soy un monstruo, Crystal. Soy al fin y al cabo una persona y, que quede entre nosotros, no deseo a nadie encontrarse en la situació n en la que está s tú.

¿ Qué me vas a contar? Lo que me está pasando es inverosí mil. Mi vida parece una corrida. Me siento como el pobre toro, atrapado y sin escapatoria. Cuando llegamos ante el estudio, detiene el coche y se vuelve hacia mí.

—Te espero aquí.

Asiento y bajo apresuradamente. Te pondré las cosas un poco má s difí ciles. Espera lo que quieras porque no volveré. Conozco Madrid como la palma de mi mano, y lo má s importante, sé que el estudio del doctor Ruiz tiene tambié n una salida trasera que permite la entrada a los pacientes por ambos lados del edificio. Rí o por dentro por haber conseguido burlarme de é l. Rodrigo, no es tan fá cil enjaularme. Cuando llego a la sala de espera, me siento y espero mi turno. Junto a mí, un hombre de la edad de Alex tose continuamente, y una


anciana, al otro lado de la mesita de cristal, se masajea las sienes incesantemente. La miro con ternura mientras cierra los ojos, parece sufrir mucho.

—¡ Kaleda! —Llama la secretaria. Me levanto de golpe y me encamino hacia la puerta de madera oscura que no paso desde hace añ os. ¿ Se acordará de mí? La ú ltima vez que he estado aquí tení a trece añ os. Cuando entro, me percato de que todo ha cambiado. El inquietante esqueleto continú a ahí, en la esquina de la habitació n, dentro de una estructura de cristal. De pequeñ a, era mi peor pesadilla y la idea de venir aquí me aterrorizaba.

—¡ Crystal, qué placer volver a verte! —Exclama el doctor llamando mi atenció n.

Le doy la mano y la aprieta con entusiasmo. Me habrí a gustado no volver aquí tan pronto, pero por lo que parece las cosas cambian. Ruiz siempre me ha dado la impresió n de ser muy amable y cercano, sabe có mo hacerte sentir a gusto. Digamos que no es el tí pico doctor, se comporta má s como uno de la familia. Conoce a mi padre desde siempre. Le sonrí o dé bilmente mientras me mira por encima de las gafas.

—¿ En qué puedo ayudarte? —Pregunta colocando algunas hojas en el escritorio.

—Me he despertado con ná useas, me da vueltas la cabeza y estoy muy cansada… —Explico dejá ndome caer en la silla.

Posa su mirada inmediatamente en mí.

—Acomó date en la camilla, así hacemos un control general.

Hago lo que dice. Observo có mo se mueve tranquilamente hacia el mueble situado junto a mí. Me mide la presió n y frunce el ceñ o. No es una buena señ al.

—Abre la boca y saca la lengua —Ordena profesionalmente mientras acerca el depresor lingual.

Soy peor que una niñ a, odio todo esto. Preferirí a abrir la boca sin que me tocara con ese objeto. Vamos, un poco de valor, no es tan malo. Cierro los ojos y abro la boca. Rá pido e indoloro, me repito.

—Bien. Ahora quí tate la camiseta.

Obedezco, pero me avergü enzo. No estoy muy có moda, la ú ltima vez que lo hice era todaví a una niñ a, pero la historia ha cambiado. Se acerca con el estetoscopio.

—Respira profundamente.

Y así hago. Respiro profundamente una, dos, tres, cuatro veces.


—De acuerdo, ya basta.

Se sienta en la mesa y se rasca la barbilla observá ndome perplejo.

—¿ Tienes todaví a ná useas? —Pregunta. Asiento mientras me siento ante en é l.

—Crystal, del reconocimiento se desprende que gozas de un ó ptimo estado de salud.

Hace una pausa. Lo miro perpleja. Si no tengo nada, no comprendo lo que es.

—¿ Cuá ndo has tenido la ú ltima menstruació n?

En mi cabeza se enciende una luz de emergencia. No me acuerdo cuá ndo, pero deberí a de haber pasado má s de un mes. Trato de ignorar el presentimiento y respondo a su pregunta.

—Hace poco má s de un mes, creo.

—Con los sí ntomas que has descrito, creo que está s embarazada. —Declara apoyando la espalda en la silla negra de piel.

Lo miro estupefacta mientras niego con la cabeza. Se equivoca, no estoy embarazada. Sin embargo, su expresió n severa dice todo lo contrario.

—¡ Imposible!

Salto de la silla como un muelle.

—Tranquilí zate, quisiera realizar un test para despejar la duda. —Explica.

—No hay nada que despejar. ¡ Yo no estoy embarazada! —Digo en voz alta.

Me mira pasmado. Seguramente no se esperaba un comportamiento de este tipo. Tiene razó n y me avergü enzo, pero la idea me ha dejado fuera de combate. No es posible. No estoy embarazada, solo tengo gripe.

—Le agradezco su ayuda, pero tengo que marcharme. —Digo apresuradamente saliendo de la habitació n sin esperar una respuesta.

No, no es posible. No estoy embarazada, trato de convencerme a mí misma. Bajo las escaleras corriendo. ¡ No puede suceder otra vez! Salgo por la puerta trasera y corro. No tengo una meta, no sé si quiera si volver a casa. Solo quiero correr lo má s lejos posible. Me detengo de golpe y me agacho, la ná usea ha vuelto. Me da vueltas la cabeza. Apoyo las manos en las rodillas e intento respirar profundamente. Respiraciones largas y profundas. Embarazada. Una palabra que hace temblar. El destino no puede ser má s cruel, no puede regalarme un hijo precisamente ahora. ¿ Pero có mo diantre es posible? Nosotros no… Oh, ¡ claro que sí!, ¡ la ú ltima noche juntos!

Despué s del aborto no hicimos nada, pero la ú ltima noche no controlé en qué periodo estaba porque ambos está bamos descontrolados. No puedo romperme la cabeza con esto, debo descubrir la verdad, y el ú nico modo es el de hacer


un test de embarazo. No tengo mucho tiempo. Rodrigo se percatará de mi fuga y no tardará mucho en volver a casa. Compro un test y me encamino hacia casa confundida. No sé por qué lo he comprado… Estoy convencida de no estarlo, y sin embargo, necesito una prueba. Solo puedo esperar que el doctor se haya equivocado. Llego a casa, me encierro en el bañ o y con las manos temblorosas abro la cajita del test. Lo examino, lo giro continuamente. ¿ Có mo podí a estar tan seguro? Podrí a haberse equivocado. Tení a que haber comprado dos, mal rayo me parta. Leo las instrucciones y desapruebo cuando descubro có mo se usa. Vamos, ya basta perder el tiempo, ¡ hagá moslo!

Sigo el test como está explicado en las instrucciones, lo cierro y lo apoyo en el lavabo. Tres minutos interminables. Camino de un lado para otro mordisqueando la uñ a del pulgar mientras miro el test. No, por favor, dime que no estoy embarazada. Mi corazó n late desbocado, las palmas de las manos sudan. Estoy a punto de ir al infierno, lo presiento. Miro el reloj y trago saliva. Ha llegado el momento de descubrir la verdad. ¿ Qué haré si es positivo? Niego con la cabeza y grito con frustració n. Si estoy embarazada significa que en mi interior llevo una parte de é l. No podré librarme de Alexander nunca má s.

—¡ No estoy embarazada! —Digo convencida mientras cojo el test entre las manos.

Respiro profundamente y miro el resultado. Continú o observando las dos rayitas conmocionada. No escucho nada. Silencio. La preocupació n ha desaparecido, el miedo ha dejado espacio a… ¿ la felicidad? No estoy soñ ando. Abro los ojos y miro las rayitas. ¡ Estoy embarazada! Espero un niñ o… ¡ De nuevo! Y luego llega la cruel verdad que me deja un mal sabor de boca. ¡ Santo cielo, espero un niñ o de Alexander!

Tendré un hijo del hombre que trato de alejar con todo mi ser. Intento contener las lá grimas mientras me cubro la boca con las manos. ¡ No puede suceder otra vez!

Perdimos a nuestro hijo y creí a que no volverí a a tener otra vez la suerte de tener un hijo de é l. Esto representa un milagro en mitad del caos. Un pequeñ o paraí so dentro del Infierno. Apoyo la mano en la frente sudada mientras camino de un lado para otro. ¿ Qué hago? Deberí a avisar a Alexander. No puedo, ¡ serí a el fin! Si descubre que estoy embarazada, me encerrarí a en su castillo. Sin embargo, no puedo no contá rselo, es tambié n su hijo. Cuando lo sepa, se desatará una guerra. Tengo que encontrar una solució n, ya que por el momento no veo ninguna. ¡ Lo ú nico que siento es felicidad! Estoy preocupada


porque no sé có mo manejar la situació n, pero tambié n feliz porque ha ocurrido un milagro. Pensar que espero un hijo suyo desencadena en mí sentimientos contrarios. Por una parte, querrí a hablar con é l y darle la noticia. Por otra, querrí a marcharme lejos y no dejar ni rastro. Necesito hablar de esto con alguien. No puedo contar con mis queridas amigas, darí an la noticia a los Volkovs y serí a el fin. La ú nica persona que me puede ayudar es mi padre, pero no creo que se tome bien la noticia. Espero que lo entienda y acepte mis decisiones.

Recorro el pasillo y me encamino hacia la cocina. Esperaré su llegada e intentaré darle la noticia con tranquilidad. No le he contado mucho de Alexander, digamos que he evitado decirle que entre nosotros hay una fuerte atracció n. Si antes estaba preocupada por mi vida, ahora tengo algo má s importante en lo que pensar. Mi hijo.


 


CAPÍ TULO 6

♠ ♠ ♠

 

 

Jugueteo con los dedos frené ticamente. Ahora mismo no sé có mo tratar el tema, no creo que haya un modo adecuado de decí rselo. Mi padre entra en casa y mi respiració n se detiene. Ya está, ¡ ha llegado el momento de abordar el problema! Enloquecerá cuando sepa que estoy embarazada, pero espero que pueda ayudarme a aclararme y a encontrar el modo de preservar la poca positividad que ha quedado en nuestras vidas. Soy joven y es pronto para tener un hijo, pero no estoy asustada. Entra en la cocina pensativo y se detiene cuando me ve sentada en la mesa. Tiene el rostro demacrado y creo que es por mi culpa. No puedo culparlo despué s de lo que le he contado. Y por si fuera poco, las noticias impactantes no han acabado todaví a. Me preparo mentalmente e intento empezar de la mejor manera posible.

—Papá, tengo que hablarte de una cosa importante.

Se acomoda al otro lado de la mesa y me mira con preocupació n. Alargo la mano hacia é l, la rodea con las suyas y la acaricia afectuosamente.

—Está s preocupada y yo tambié n, Crystal, tengo algo importante que contarte. Nuestras miradas se cruzan. Conozco esa mirada, se siente mal por algo. No consigo contener las palabras…

—Ya sabes que Alexander me secuestró y yo te he contado quié n es… Bueno, entre nosotros nació algo… —Realizo una pausa y con la cabeza agachada continú o la historia —No te dije toda la verdad y no sabes cuá nto me arrepiento. La situació n es má s complicad que todo eso y no encuentro las palabras adecuadas para decí rtelo.

Lo observo examinar la situació n y su expresió n severa no promete nada bueno.

—Me enamoré de é l aun sabiendo que estaba mal, pero… —Me interrumpe el ruido de su pugno que golpea con violencia la mesa.

—¡ Mataré a ese cabró n! —Grita con el rostro en llamas y los ojos parecen salí rsele fuera de las ó rbitas.

—Papá, por favor, tranquilí zate. ¡ Tengo un problema todaví a má s grande! — Digo llevá ndome las manos a la cabeza.

Estoy perdida, no me volverá a mirar del mismo modo. Dilo. No puedo aplazarlo, el tiempo apremia. Rodrigo insiste con lo de la fuga y Alexander llegará de un momento a otro si no tomo una decisió n.


—¡ Estoy embarazada! —Confieso sacando todo el aire que tengo en los pulmones.

Silencio. El corazó n late con fuerza. Levanto la mirada y me topo con dos ojos llenos de rabia. Deja caer su cuerpo en la silla y sigue observá ndome.

—¡ Dime que no esperas un hijo de ese monstruo! —Comenta autoritariamente. Lo miro sin responder, no hay necesidad, sabe que es así. Se frota la nuca frené ticamente con la cabeza agachada. Está pensando, necesita tiempo para procesarlo. Me abrazo a mí misma preocupada y desorientada. Sabí a que no se lo tomarí a bien, y es normal. ¿ Quié n aceptarí a que su hija se quedara embarazada de su secuestrador?

—Tienes que abortar, resolveremos el problema. ¡ No dejaré que des a luz al hijo de un mafioso! —Declara decidido.

No me lo puedo creer. Está irreconocible. Nunca he considerado la opció n de abortar, nunca interrumpirí a la vida de mi hijo. ¿ Có mo puede pensar en algo así? Por mucho que el contexto sea de los peores, no renunciaré a una criatura que crece en mi interior. Ya he perdido una vez a un hijo y no volverá a suceder. Sé que soy joven y sin futuro, pero de un modo u otro lo haré. Me pondré manos a la obra y haré cualquier cosa para criar a mi hijo con amor.

—¡ No tengo intenció n de abortar! —Afirmo observá ndolo con seriedad.

—No permitiré que arruines tu vida. ¡ No tendrá s un niñ o del hombre que te secuestró y que te ha obligado a hacer quien sabe qué! —Grita perdiendo el juicio. Lo miro a los ojos sin temor. Me pongo en pie y decido abordar el problema.

—¡ No me ha obligado a hacer nada! —Respondo instintivamente. —É l me ama a su manera. —Digo con un hilo de voz.

No sé de dó nde he sacado el valor, pero las palabras han salido del corazó n, esta es la verdad.

—No comprendes mi elecció n y te entiendo.

No pienses que tomo todo a la ligera, papá. He crecido antes de tiempo, he visto cosas que no creí a posibles y te aseguro que tener un hijo no me asusta. Es fruto de un amor retorcido que va en contra de todo razonamiento ló gico, pero es amor igualmente. No es fá cil comprenderlo si no se vive. Por primera vez mi padre me mira con desprecio y yo quisiera desaparecer en ese momento.

—Por favor, te necesito. No pretendo que lo entiendas, sé que es difí cil, pero acé ptame con todos mis problemas. —Suplico.

Se levanta y sentencia con indiferencia.


—No puedo aceptar que mi hija dé a luz al hijo de un monstruo.

Nunca nos aceptará, ni a mi hijo ni a mí. Nunca podrá perdonarme, y esto solo significa una cosa: tendré que marcharme.

—Me iré hoy mismo. No me volverá s a ver si no nos aceptas. —Digo usando el plural.

—¿ Te das cuenta de lo que está s diciendo? Eres todaví a una niñ a y te comportas como una mujer experta. Despierta, Crystal, ¡ porque te pareces a la irresponsable de tu madre! —Grita enloqueciendo.

Ha nombrado a mi madre, me ha comparado con ella. Percatá ndose de lo dicho retrocede suspirando y sale de casa dando un portazo. Me ha abandonado, al igual que ella. Me siento incapaz de moverme con la mirada perdida. Estoy de nuevo sola. No renunciaré a mi hijo bajo ningú n concepto. Por lo que parece, no tengo alternativa, tendré que aceptar la propuesta de Rodrigo y comenzar lejos de todo. Solo tengo que pensar en el bien del niñ o y esperar que esta vez todo vaya bien. Durante un instante la idea de informar a Alex da un paso al frente, pero la descarto. No le diré nada del niñ o, serí a el fin. No quiero que mi hijo crezca en ese mundo podrido. Estoy eligiendo yo por todos. Por primera vez soy yo quien decido y la decisió n mejor es la de guardar silencio y seguir mi camino.

El timbre suena hacié ndome sobresaltar. Miro la puerta, pero no me muevo. Será Rodrigo, que se habrá dado cuenta de que me he burlado de é l. El timbre suena de nuevo, pero no logro levantarme. Si no abro, entrará de todas formas. Suspiro y me pongo la má scara de la chica fuerte. Ya he tomado mi decisió n y no hay marcha atrá s. Me acerco a la puerta y por ú ltima vez disfruto del momento de paz interior. La mano vacila en la manilla, abro los ojos y con un movimiento decidido la abro, consciente de que no puedo echarme atrá s. Tal vez es una decisió n impulsiva, podrí a ser incluso equivocada, pero no seré una cobarde. Si voy al infierno, que sea solo por mí.

—¡ Tú! —grita apuntando el dedo hacia mí.

Inclino la cabeza de lado y lo miro con indiferencia. No permitiré a nadie tratarme mal, y lo má s importante: mandarme.

—Vayá monos de aquí. Ahora.

Frunce el ceñ o sorprendido mientras posa las manos en las caderas.

—¡ No hay quien te entienda! Primero escapas y ahora me pides que nos vayamos… —Murmura molesto.

—Rodrigo, estoy hablando en serio. Llé vame lejos de aquí. —Ordeno.

—Vamos, tengo que llevarte a un sitio lo antes posible. —Comenta


colocá ndose la chaqueta.

—Cojo los documentos y algunos vestidos.

Permanece quieto en la puerta mientras entro en casa. Cuando llego a la habitació n cojo algunas prendas, los documentos y voy hacia el escritorio y abro el primer cajó n. Dentro de una caja roja hay algunos ahorros que habí a apartado para el viaje de mis sueñ os. Capricho del destino querí a visitar Rusia. Niego con la cabeza preguntá ndome si todo esto es una broma pesada del destino. A veces querrí a que saliera alguien y me dijera que estamos en un programa de televisió n. Como en la pelí cula de El show de Truman. Cojo una hoja y escribo una carta rá pida a mi padre. Seguramente se espera que me marche y parecí a que la idea lo asustaba mucho.

 

Querido papá:

Lo siento si te he decepcionado. A veces la vida no funciona como quisié ramos, pero es necesario asumir las responsabilidades de nuestras acciones. Y es por esto por lo que estoy asumiendo las mí as. Me he enamorado de mi secuestrador, de un hombre con una personalidad cuestionable. No puedo cambiar lo que ha pasado y tal vez no habrí a querido cambiarlo. En estos meses he cambiado, he visto cosas terribles, he experimentado emociones desconocidas. En medio de toda esta locura ha ocurrido un milagro al que no quiero renunciar. Te escribo esta breve carta para decirte que me marcho. No te preocupes, sé cuidar de mí misma. Te llamaré con la esperanza de que todaví a quieras hablarme.



  

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