|
|||
DISPUESTO A TODO 20 страница
CAPÍ TULO 12 ♠ ♠ ♠
—Te amo. Abro los ojos y é l está junto a mí. Acaricia mi mano y me mira con tristeza. —¿ Có mo está s? —Pregunta. —No lo sé, Alex… —Digo con sinceridad. Suspira y mira fijamente mi mano. Dejo que la acaricie porque la verdad es que echaba de menos su tacto. —Tenemos que hablar de nosotros, Crystal. Me enderezo sentá ndome y cubrié ndome con la manta. No estoy preparada, pero debemos hacerlo. Hay que resolver la situació n de una vez por todas. —Necesito desesperadamente que respondas con sinceridad a una pregunta. — Dice. Me levanta y me posiciona sobre sus piernas. Una vez má s dejo que lo haga. Su cuerpo cá lido entra en contacto con el mí o. Me posiciono mejor prestando atenció n a no tocarlo donde lo han herido. Me besa en la frente y con los dedos comienza a juguetear con mi cabello. —¿ Tú me quieres? —Pregunta. Al grano, é l es así. Nunca ha estado seguro de mi amor, si bien sepa en su corazó n que lo amo. Hace tiempo, un periodo que ahora parece lejano, conseguí dejarme llevar y aceptar la situació n. Qué pena que la ilusió n duró poco y luego tuve que enfrentarme a la realidad. Esa en la que é l y yo no podemos estar juntos porque nos perjudicamos. —¿ Qué cambia saber si te quiero? Ambos sabemos que no podemos estar juntos. Tú vives en un mundo al revé s, un mondo que comprendo y no acepto. No es esto lo que quiero y querrí a que tú lo comprendieras. Rodea mi rostro y me obliga a mirarlo a los ojos. Dos ojos que expresan mucho. No necesitamos palabras, ambos sabemos que lo sentimos. —Responde a mi pregunta. —Responde con voz afligida. —Querrí a odiarte, pero no… Las palabras se ahogan. No consigo hablar, duele demasiado. —No lo consigues. Te agobias porque sabes que soy la persona equivocada para ti. Sentí lo mismo cuando me he enamoré de ti. Querí a hacerte dañ o, y me doy asco por haberlo pensado, pero cuando te miro a los ojos veo un mundo infinito de posibilidades de ser feliz. Es imposible comprenderlo. Yo quiero vivir de ti, te necesito como el aire que respiro. ¿ Lo entiendes? ¿ Có mo puede ser posible? É l me odiaba incluso antes de conocerme, y no entiendo có mo el odio puede transformarse en amor. —¿ Por qué no me has dicho lo de Vladan? —Pregunto. Me coloca un mechó n de pelo detrá s de la oreja mientras sostenemos nuestras miradas. —Tení a veinte añ os cuando todo inició. Sabí a que el camino que emprendí no era de los mejores, pero entonces no tení a elecció n. Era el má s grande de mis hermanos y era mi deber cuidar de ellos. Mi padre era un cabró n que pasaba sus dí as emborrachá ndose y mi madre, Irina, hací a todo lo que podí a hasta que enfermó. Ese desgraciado no se preocupó mí nimamente de su salud, la abandonó. No tení amos dinero, los medicamentos eran demasiado caros y ella sin decir nada se sacrificaba. Mentí a diciendo que habí a comprado los medicamentos, cuando en realidad usaba el dinero para nosotros. El 22 de junio fue un dí a que no olvidaré nunca. Volví a casa, la llamé, pero no respondió. Cuando fui a su habitació n la encontré en el cama despojada de vida. Querí a llorar, pero no lo hice, la rabia ocupó su lugar. Juré junto al cabecero de la cama que cuidarí a de mis hermanos y abandonarí a a mi padre, como é l hizo con ella. Mis hermanos eran todaví a menores, pero pude obtener su custodia demostrando que mi padre era incapaz de atenderlos. Pasé meses buscando un trabajo y no podí a continuar con trabajos efí meros. El dinero no llegaba y la desesperació n me llevó al local de Vladan. Conocí a su sobrino Boyan, el cual me dio una posibilidad. Comencé con los cobros, intimidaba a quien no devolví a lo que debí a. Mi duro aspecto asustaba a los deudores y era un trabajo fá cil para uno como yo. Al comienzo fue difí cil, pero tuve que dejar a un lado la moral y transformarme en un hombre sin escrú pulos. Los meses pasaron y me volví cada vez má s conocido por aquellos lares. Nunca habí a visto tanto dinero, pero no se me subió a la cabeza. Debí a pensar en la familia, y es así como ahorré. No me gustaba lo que hací a, pero era la ú nica solució n que habí a encontrado. Los añ os pasaban y yo me habí a resignado a esa vida. Iba todo bien hasta que una noche dije a Boyan que querí a dejarlo y montar algo por mi cuenta. No se lo tomó bien, comenzó a gritarme usando palabras fuertes. Sus hombres me rodearon y pensé que era mi fin. Aquella noche sucedió un milagro: la llegada de la policí a me salvó. Hací a meses que investigaban a Boyan y yo me encontraba en medio de la redada. Se desencadenó el caos. Disparos, gritos y yo reaccioné instintivamente tirá ndome al suelo. No sé có mo lo conseguí, pero salí indemne. Tení a mucho miedo, pero conseguí mantener la calma. Volví y esperé, creí a que la policí a vendrí a a buscarme tambié n a mí, pero no fue así. Al dí a siguiente me enteré por los perió dicos que Boyan habí a muerto, y poco despué s recibí la llamada de Vladan. Me consideraba culpable de la muerte de su sobrino, estaba convencido que yo estaba detrá s de la llegada de la policí a. Traté de explicarle que no tení a nada que ver con lo que pasó, pero é l me dejó de una pieza con una afirmació n que no dejaba lugar a dudas, la sangre se lava con sangre. Temí por mi vida, pero sobre todo por la vida de mis hermanos, y fue en ese preciso momento cuando decidí armarme de valor y crear mi propio clan. Reuní a muchos hombres, personas que habí a conocido en aquellos tres añ os. Me gané su confianza, tomé el control del territorio mientras la sangre se derramaba. Vladan trató por todos los medios de acabar con mi negocio, pero obtuvo escasos resultados. Por mucho que fuera un hombre potente, no conseguí a dejarme fuera de combate. Yo, a diferencia de é l, usaba el cerebro y manipulaba personas potentes, adentrá ndome cada vez má s en negocios ilegales. Se dio cuenta de que me estaba haciendo fuerte y durante añ os guardó silencio. Pensaba que se habí a resignado y bajé la guardia, pero el asesinato de Natasha fue obra suya, no perdió la ocasió n de decí rmelo. Llegó a casa una carta con la frase, la sangre se lava con sangre. Me habí a quitado a la mujer que amaba, me habí a tocado y hundido. Desde aquel dí a no he parado de idear un plan para matarlo de una vez por todas. Matarlo no habrí a bastado, yo querí a destruirlo a é l y todo lo que habí a creado. Sin embargo, todos mis intentos fracasaban y la rabia aumentaba. No tení a má s sentimientos, no tení a un corazó n y estaba cegado por la venganza hasta que te encontré. Su mirada se enternece. Permanezco estupefacta ante tales revelaciones. Nunca habí a pensado en la otra cara de la medalla. Siempre he sabido que habí a algo bueno en é l y esto lo corrobora. Se sacrificó por el bien de la familia. —Me odiabas con todas tus fuerzas. Pensaba que con el tiempo podrí a arreglar mis errores, pero despué s la situació n se me escapó de las manos. Tú esperabas un hijo nuestro, é ramos felices y no podí a perderte de nuevo. En aquel periodo tú estabas tranquila y te entregabas completamente. Luego, despué s de la desgracia, no hablamos mucho. Tú estabas retraí da, y por mucho que yo intentara acercarme, tú te alejabas. Cuando decidí dejarte marchar, pensé que necesitabas tiempo para pensar. Esperaba que me eligieras, pero no lo hiciste. Me has destruido, Crystal, pero a pesar de ello, te quiero como el primer dí a, si no má s. Dejarí a que me mataran mil veces por ti y no me importarí a nada porque la ú nica prioridad que tengo eres tú. Parece desesperado y yo me quedo de piedra. Cuanto má s hablamos, má s cosas descubro. No lo conozco, es como si cada dí a me mostrara una nueva parte de é l. El problema es que no sé cuá l de ellas es la verdadera. —¡ Quié reme! —Suplica. No puedo. Niego con la cabeza y me levanto. Es demasiado, no puedo seguir con esto. Es esto lo que me hace, me manipula y me hace creer que todo es posible. Tengo que mirar la realidad, no existe un lugar donde podamos refugiarnos y vivir nuestro amor. —Tú me has esclavizado, Crystal, mi corazó n está encadenado al tuyo. É l continú a y sus palabras no paran de aumentar la rabia que guardo en mi interior. Me odio porque lo amo cuando deberí a odiarlo. —¡ Bastaaaa! —Grito a pleno pulmó n. —Para ya de decir tonterí as. — Retrocedo, no consigo respirar, me falta el aire. ¡ Dios mí o!, ahora no. Se pone en pie e intenta acercarse, pero yo retrocedo aú n má s. —No te acerques. No permitiré que me arrastres de nuevo a tu mundo. ¿ Por qué me has hecho esto? Tení a mi vida e iba todo bien, si bien era una vida hecha de mentiras. ¿ Por qué la has querido trastocar? —Grito fuera de mis cabales. —Querrí a no haberte conocido. —Murmuro mientras intento retomar el control. Una lá grima desciende por el rostro, pero no por el mí o, sino por el suyo. Lo observo petrificada. El hombre de hielo que he conocido hasta ahora está llorando. Me da un vuelco el corazó n y no sé explicar lo que está pasando, pero mis pies avanzan. Me acerco y con el pulgar seco esa lá grima. —Tienes razó n, no podemos seguir así. Lo dice convencido y le creo. Sin embargo, no puedo ignorar la realidad que nos rodea. —Siempre te querré porque no podré querer a nadie má s tanto como a ti, Alexander… No me lo puedo creer, lo he dicho. He dejado que las emociones se liberaran y al final me he abierto. —Mi corazó n te pertenece, el tuyo me pertenece a mí. Solo necesito saber que será para siempre. Me toca el cabello, lo acaricia y se acerca aú n má s. —Será un amor eterno, algo ú nico. —Admito. —Tengo que dejarte ir. Cuatro palabras que nunca me habrí a esperado. El corazó n apenas late, el aire no entra en mis pulmones. No me da tiempo a reaccionar, me besa. Es un beso de despedida. Me está dejando. Me da el beso má s delicado de todos. Me está saboreando dulce, lentamente, haciendo de é l un beso inolvidable. Un recuerdo que me llevaré siempre. Las lá grimas descienden, no consigo detenerlas. Lloro consciente de que se ha acabado, esta vez lo ha decido é l. —Eres lo má s bonito y especial que tengo —Declara entre un beso y otro. Esperamos un hijo Alex, el fruto de nuestro amor, pero tú no lo sabrá s nunca. —Te llevaré siempre en mi corazó n. Me sonrí e, me mira con amor y yo quisiera que el tiempo se detuviera para vivir este instante. —Te mereces lo mejor de la vida, Crystal, y ha llegado el momento de que vivas como siempre has deseado. Cierro los ojos porque no consigo mirarlo. Hace dañ o, no estaba preparada para esto. Envuelvo los brazos a su alrededor y lo aprieto con toda la fuerza que tengo. É l hace lo mismo, me abraza apoyando la barbilla sobre mi cabeza y mecié ndome. —Todo irá bien. —Susurra dulcemente. Nada irá bien. Sin é l mi vida está incompleta. —Te quiero. —Lo digo en voz baja, pero su beso en la frente me da a entender que lo ha escuchado. Lo observo, me dejo obnubilar una vez má s por esa mirada que gradualmente se transforma perdiendo ese resplandor que amo tanto. Alexander está volviendo para poner fin a todo esto. Ahora. —Tienes que marcharte. El chó fer de Vladan te está esperando para llevarte donde é l. Lo dice frí amente, pero sé que solo es pura apariencia. Por dentro está sufriendo, pero trata de mostrar indiferencia. Quiere ser convincente, pero yo sé la verdad. No lo dejo, sigo abrazá ndolo. Mi cuerpo rechaza mis ó rdenes, no quiere alejarse. Lo necesito como el aire que respiro. —Sé un hombre mejor, Alexander. Habí a decidido que me marcharí a, pero ahora que ha llegado el momento, no logro llegar hasta el final. —¡ Lo haré por ti! —Responde alejá ndome. Coge mi mano y me acompañ a fuera. Quiere alejarse consciente de que no me verá nunca má s. Mi mente divaga, se cuestiona mil preguntas. ¿ Y si nunca me ha querido de verdad? No puedo preguntá rmelo despué s de lo que ha hecho. Ha puesto su vida en peligro con tal de protegerme, solo una persona enamorada podí a hacerlo. Cuando salimos del castillo se detiene en la escalera y se vuelve hacia mí. Coge mi mano entre las suyas, la acaricia y levanta la mirada. —Cuí date, Crystal, y no olvides nuestro amor. Acué rdate de nosotros. Nunca podrí a olvidarme de é l aunque quisiera. Me da vueltas la cabeza. No puede estar pasando, é l no puede querer que me marche. Siempre me ha perseguido, me ha obligado a vivir en su mundo y ahora está renunciando a mí, a nosotros. Habí a imaginado este momento y creí a que dejarlo serí a la decisió n correcta, debí a ser fá cil, pero me doy cuenta de que es imposible. No consigo marcharme, lo necesito desesperadamente. —Abrá zame. —Suplico. Una reacció n automá tica, fuera de control. Me atrae hacia é l y me besa, esta vez con pasió n. Sus brazos me rodean y yo me dejo mecer. Me doblego a la decisió n de mi corazó n, al amor loco y enfermizo que siento por é l. Ya no se trata de lo que es correcto, porque existe algo má s importante. Lo necesito porque vivo de su amor. El dolor me desgarra el pecho mientras inspiro su olor como queriendo grabarlo en la mente y no olvidarlo nunca má s. Me aferro a sus poderosos hombros y restriego el rostro por su pecho sacando todo el aire que tengo en los pulmones. Hace dañ o porque es nuestro final. —Te he querido siempre. Incluso cuando he tenido miedo de ti, te he querido… —Confieso. No tiene sentido confesarle mis sentimientos ahora, y sin embargo, siento la necesidad. No consigo contener las emociones. —Está s renunciando a nosotros… —Admito por ambos. —Nunca renunciaré a nosotros, Crystal, pero tengo que tomar la decisió n correcta por ti. Entré en tu vida de la manera má s equivocada y quiero salir de la mejor manera. Te mereces lo mejor y yo no puedo ofrecé rtelo, no en este mundo. Me aprieta como querié ndome estrujar pero yo ya no lo siento. Estoy vací a porque é l se ha llevado todo. É l ha cogido mi corazó n, y lo tendrá para siempre, mientras que yo seguiré adelante con mis recuerdos. Levanto el rostro y me pierdo por ú ltima vez en esos ojos azul oscuro de los que me he enamorado. —Te perdono. Yo te perdono todo. —Digo con voz temblorosa. Me despego de sus brazos mientras mi corazó n grita de dolor. Ya no escucho su voz, pero veo sus ojos llenos de amor y tristeza mientras me observan alejarme. Mis piernas tiemblan mientras desciendo la escalinata. Cada paso que me alejo de é l es como una cuchillada derecha en el corazó n. Ha renunciado a nosotros. Habí a decidido marcharme, pero mi seguridad se ha derrumbado en el instante en el que é l me ha pedido marcharme. Me detengo junto al vehí culo y me vuelvo hacia Alex. Está quieto en el umbral de la puerta con las manos en el bolsillo y los ojos puestos en mí. Tengo la mirada ausente y ya no lo reconozco. El hombre que conocí nunca se darí a por vencido, pero por lo que parece las cosas han cambiado. —Do Svidaniya Lyubov’ —Susurro. Miro a Alexander Volkov por ú ltima vez, el hombre que amaré y recordaré para siempre. Subo al coche y me derrumbo. Se acabó. No volveré nunca má s a ver al hombre que he amado y no podré dar a mi hijo la familia que se merece. ¿ Por qué estoy muriendo si era lo que querí a? Estaba dispuesta a marcharme, querí a dejar todo a mis espaldas, y sin embargo, no es tan fá cil como pensaba. Me cubro el rostro mientras el coche se aleja. No tengo el valor de mirar atrá s, lo verí a y tengo miedo de ceder. Debo alejarme, es mejor así. Aprieto el borde de la chaqueta entre las manos y tiro con fuerza. Resiste, no te vuelvas, no detengas el coche, y lo má s importante, no corras hacia é l. Me lo repito con la esperanza de que funcione. Respiro a duras penas mientras el coche recorre el camino y sale de la verja. No puedo volver atrá s, estoy intentando resistir con todas mis fuerzas. Me encojo en el asiento posterior y cierro los ojos imaginando algo bonito e imposible: nuestro amor. Las lá grimas descienden y no consigo detenerlas mientras en mi mente desfilan rá pidamente imá genes de nosotros dos juntos. El primer encuentro, el intercambio de miradas. É l parecí a quererme devorar y yo desafiaba al Infierno librando una guerra sin precedentes. No obstante, nosotros habí amos creado el Paraí so dentro del Infierno. Un lugar donde é l y yo podí amos amarnos y comprendernos. Tan diferentes y tan iguales.
Do svidaniya Lyubov: Adió s, cariñ o.
CAPÍ TULO 13 ♠ ♠ ♠
Me encuentro volando hacia Roma despué s de haber tomado precedentemente un vuelo de Moscú a Berlí n y luego un tren de Berlí n a Milá n. Pensaba disponer del tempo para conocer a Vladan, pero é l tambié n se ha apresurado a sacarme de allí. No soy estú pida, sé que hay una guerra en marcha. Despué s de lo que sucedió en Madrid, sabí a que no el problema no estaba resuelto. Me han procurado documentos falsos y algunos cheques que, segú n Vladan, deberí a usar para llevar una vida acomodada. No tengo ninguna intenció n de usar ese dinero conociendo su proveniencia, y mucho menos crearme una nueva identidad. Quiero ser la que soy y superaré cualquier obstá culo si es necesario. No permitiré que su mundo me devore y no dejaré que decidan sobre mi vida. Tengo casi veinte añ os y creo ser capaz de construirme una vida a mi manera. No puedo negar tener miedo, pero soy consciente de que nadie podrá hacerme má s dañ o del que me han hecho. No es un mal fí sico, es algo que va má s allá. Un dolor que llevas dentro para siempre y que no puedes eliminar. He tenido menos de diez horas para conversar con Vladan, pero han sido suficientes. Hemos hablado de su vida y le he contado la mí a. Hemos llegado a la conclusió n de que entre nosotros no tiene que haber ninguna relació n en el futuro. Ha prometido que mi vida será tranquila y sin interferencias, y lo que má s me ha impactado ha sido cuando ha dicho que se asegurarí a que nadie me hiciera dañ o. No hay ningú n ví nculo entre nosotros y no puedo cambiar la situació n. Tal vez el odio me obnubila la mente, pero prefiero seguir mi camino y no incluirlo en mi vida. He reflexionado mucho aunque el tiempo era escaso. Como primera hipó tesis he considerado la idea de volver a Madrid, pero luego he pensado que serí a una idea estú pida. No solo tengo que preocuparme por encontrar un sitio tranquilo, sino tambié n por mis enemigos que me han puesto en el punto de mira. Razonando y pensando en varias opciones, he encontrado la mejor: me iré a Roma donde mi tí a Pené lope. En realidad no es mi tí a, pero yo la considero como tal desde los seis añ os. Fue mi niñ era durante muchos añ os, le debo mucho. Siempre he podido contar con sus consejos y con el afecto femenino que me ha faltado en la vida. Me cuidó mientras mi padre trabajaba para que no me faltara de nada. Fue ella quien me enseñ ó que es necesario pensar antes de actuar, consejo que he seguido mucho en el ú ltimo añ o. Me culpo por no haberla llamado cuando se trasladó a Italia junto a su marido Stefano. Un hombre adorable que la quiere y le hace feliz. Lo que habrí a querido para mí, pero Alexander no es ese hombre. Nunca renunciarí a a su vida por mí. Suspiro mientras aparto el cabello a un lado, pero el viento lo despeina nuevamente. Dejo que revolotee. Recorro el pasillo del aeropuerto y sé que dentro de poco las puertas correderas se abrirá n. No puedo llevar ninguna má scara esta vez porque no puedo mentirle a ella. No estoy dispuesta a contar lo que ha pasado realmente, pero no puedo esconderle el niñ o que llevo en el vientre. Mentiré por ú ltima vez, por el bien de todos diré que el padre del niñ o me ha abandonado. Deberí a estar tranquila, ella no habla con mi padre y ninguno podrí a descubrir la verdad. Me pregunto qué pasarí a si Alex supiera la existencia del niñ o. Tal vez me he equivocado despojá ndolo de semejante alegrí a, pero creo que es la opció n má s segura. É l ya no me querí a y yo habí a decidido que mi hijo no formarí a parte de su mundo. No tiene que descubrir que espero un hijo. Quiero vivir una vida normal y tranquila. No he parado de pensar en nuestro ú ltimo encuentro. Todaví a no me entra en la cabeza lo que ha pasado. Era distante, frí o, pero sus ojos lo traicionaban. No querí a dejarme ir, pero lo ha hecho. Ha elegido respetarme renunciando a mí. He reflexionado mucho sobre esta decisió n y he llegado a la conclusió n de que su amor infringe cualquier regla. Ninguno me querrá como me quiere Alexander Volkov. Las puertas correderas se abren y entre la multitud vislumbro a mi tí a y a su marido. Voy hacia ellos mientras ella sonrí e de felicidad. Este es el inicio de una vida y no permitiré que el pasado arruine todo. Mi tí a me abraza, me acaricia el cabello y yo me siento a buen recaudo por primera vez despué s de mucho tiempo. —Oh, cariñ o. Es fantá stico verte, te he echado mucho de menos. —Dice entusiasta. Fuerzo una sonrisa mientras su marido Stefano coge la maleta. Nos encaminamos hacia el aparcamiento y no sé por qué extrañ a razó n miro a mi alrededor. Busco, pero no veo nada. ¿ Qué está s buscando, Crystal? Alexander no vendrá a buscarte, te ha dejado. Tal vez he esperado hasta el ú ltimo momento para que viniera a buscarme, pero eso no sucederá. Suspiro apoyando mi mano en el vientre, un acto reflejo. Deseo tanto tener a mi hijo y haré cualquier cosa por tenerlo a salvo. Me pregunto si Vladan ya ha descubierto que no seguiré su plan. Espero no haber dejado rastro. No creo que se ponga a comprobar todos los vuelos del planeta para descubrir dó nde estoy. Habí a dicho que en Berlí n estarí a a salvo, pero yo no quiero vivir siempre con el miedo de que alguien venga a buscarme. Ninguno puede dar con mi tí a y no creo que consigan llegar a mí. Me alejaré de mi pasado, estaré obligada a apartarme de todos para que nadie corra peligro. Mis amigas no creo que me busquen despué s de lo que pasó, entre nosotras ha cambiado algo, tal vez todo, como si el hilo fé rreo que nos uní a se hubiera desgarrado definitivamente. En cuanto a Carlos, siempre será mi padre, lo quiero mucho y siento haberle creado problemas. Dejaré que el tiempo cure las heridas, nunca digas de esta agua no beberé, tal vez un dí a acepte mi situació n. Ahora mismo mi primera prioridad es arreglar mi vida. Tendré que contarle a mi tí a la situació n intentando no entrarme demasiado en detalles sobre lo que ha pasado. De alguna manera es como si quisiera proteger a Alexander, no consigo describir su lado negativo y es frustrante. Intento despejar mi mente y pensar en el presente. Observo a mi tí a y a su marido y pienso que todo irá bien. Quiero creer en ello.
ALEXANDER Escucho el tictac del gran reloj colgado en la pared con la mirada puesta en la puerta. Estoy sentado en este maldito silló n y me parece una eternidad. La puerta se abre chirriando y Vladan entra. —Volkov, veo que todaví a está s vivo. —Comenta mientras se acerca a su escritorio. —Ya sabes por qué estoy aquí. ¿ Có mo está? —Pregunto yendo al grano. Es una tortura estar alejado de ella, pero hasta que no resuelva la situació n no podré acercarme. Ha sido desgarrador mirarla a los ojos y pedirle que se marche. —Espero que bien. Me levanto de sopetó n y lo miro intimidante. —¿ Qué coñ o quiere decir “espero que bien”? Se encoge de hombres y luego abre un cajó n. Extrae un sobre y lo apoya en la mesa. —Por lo que parece mi hija ha salido a mí y a su madre. No ha seguido nuestro plan y, por si fuera poco, lo ha hecho sin dejar rastro. —Explica golpeteando con los dedos la superficie de madera. Ese pequeñ o trasto es incorregible. Debí a imaginar que nunca seguirí a el plan de Vladan. ¿ Dó nde se esconderá?, ¡ la encontraré!, ¡ no puede escapar de mí! Niego con la cabeza disfrutando de la situació n mientras Vladan me mira sorprendido. —No hay nada de que reí rse. No ha seguido nuestro plan y Pavlov podrí a encontrarla. Parece seriamente preocupado y es extrañ o verlo vulnerable. —Pavlov tendrá el fin que se merece. Nuestros hombres ya han puesto en marcha el plan. Nunca hubiera imaginado que habrí a colaborado con mi peor enemigo, sin embargo, por el bien de Crystal, lo haré. Nunca renunciaré a ella, pero primero tengo que comprobar que está a salvo. —Esto es para ti. —Murmura deslizando el sobre en mi direcció n. —Es de Crystal. Me ha escrito una carta, no es bueno. Estará desorientada y perdida. Le dije que se marchara cuando he sido yo quien la obligó en el pasado a quedarse. En sus ojos vi la sorpresa y fue muy duro dejarla ir, cuando habrí a querido abrazarla para siempre. Rechino los dientes mientras cojo el sobre con la mano. —Arreglemos las cuentas con Pavlov, así podemos volver a nuestras vidas. —Sabes perfectamente que no será posible. ¿ Crees que los hombres de Pavlov se detendrá n? Se librará una guerra sin precedentes, todos querrá n acapararse los territorios descubiertos. —Afirmo pensativo mientras miro por la ventana. Decidimos alejar a Crystal cuanto antes. Los hombres de Pavlov se estaban preparando para atacarnos y no podí a correr el riesgo de que se encontrara en medio. —Si esta historia acaba, no la busques. Deja que pueda llevar una vida normal. No respondo, me encamino hacia la puerta. —Seré un hombre mejor por ella. —Digo cerrando la puerta a mis espaldas. No sé durante cuá nto tiempo mantendré la promesa que le hice, pero lo intentaré con todas mis fuerzas. Ella se merece una vida normal y un hombre mejor. Cuando subo al coche no resisto a la tentació n de leer el contenido de la carta. La abro y el latido de mi corazó n acelera mientras observo su
|
|||
|