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DISPUESTO A TODO 12 страница



—¿ Me está s escondiendo algo? —Pregunta mientras Sahara reaparece.

—Perdone si no le he avisado señ or, pero Crystal querí a comprarle algo por su cumpleañ os.

¿ Su cumpleañ os?, ¿ hoy? Intento no parecer sorprendida, si bien lo esté.

—Le felicito y que pase una buena noche.

La mujer sale apresuradamente mientras nosotros dos no nos movemos de donde estamos.

—¿ Quié n te ha dicho lo de mi cumpleañ os?

En realidad lo acabo de descubrir. Ha sido solo una dichosa coincidencia. No puedo mentir, pero no creo que sea necesario admitir la verdad. Espero que entre las compras haya realmente incluido un regalo para é l. Restriego las manos mientras se acerca.

—¡ Me está s escondiendo algo! —Afirma mientras me atrae hacia sí. —Aunque estoy demasiado hambriento como para indagar ahora.

La cena continú a en silencio hasta que no apoya su mano en la mí a y exclama una palabra que me sorprende.

—¡ Gracias!

Mi corazó n da un vuelco de felicidad. Me inclino y lo beso. No hay necesidad


de responder, lo comprenderá. Despué s de la cena, quito la mesa mientras é l está ocupado en una conversació n telefó nica. Parece el momento perfecto para ir a la habitació n y prepararme. Tendré que prepararlo todo rá pidamente y esperar a que no me alcance antes del previsto.

—Voy un momento a la habitació n. —Digo en voz baja. Asiente y me sigue con la mirada hasta que no giro el pasillo.

De acuerdo, pongá monos en movimiento, no hay tiempo que perder. Una vez en la habitació n cierro la puerta con llave y me dirijo hacia la cama, donde está n apoyadas las bolsas. Vierto el contenido y guardo todo excepto las velas y el conjunto de lencerí a. Me detengo de golpe cuando encuentro una caja negra. La abro y encuentro un reloj: el regalo para Alexander. Estoy muy agradecida a Sahara por haber pensado en esto, mañ ana le daré las gracias. Poso la caja en el comodí n y despué s cojo las velas. Las posiciono aleatoriamente por la habitació n, despué s cojo el conjunto, me desnudo y me lo pongo. La talla es adecuada y la barriga ni se nota. Me miro al espejo y me entran ganas de reí r. Nunca habrí a pensado hacer algo así por un hombre.

—¡ Crystal!

Oh no, se ha acabado el tiempo. Corro como una loca por la habitació n encendiendo las velas, y finalmente, cojo las bolsas y las escondo dentro del armario.

Ya estoy lista.

Al final me acuerdo de que me falta algo: la bata de saté n a juego. Maldició n. Apresuradamente voy hacia el armario y la cojo mientras la manilla de la puerta se mueve.

—Crystal, ¿ por qué la puerta está cerrada con llave? —Grita.

—¡ Dame solo un momento!

Con é l no puedes permitirte el lujo de preparar sorpresas, estoy acorralada. Levanto la mirada al cielo negando con la cabeza. En mi mente habí a imaginado cada mí nimo detalle y como serí a, ahora veremos si será exactamente así. Doy la vuelta a la llave y corro rá pidamente a sentarme en el borde de la cama. Miro la puerta mientras me cruzo de piernas y tomo un profundo respiro. Veamos có mo reacciona. La puerta se abre, lo miro y é l me observa con asombro. La cierra a sus espaldas y se detiene a contemplarme. Le gusta.

Me levanto caminando hacia é l sensualmente.

—¡ Felicidades, Alexander! —Digo mientras la bata resbala por mi cuerpo hasta caer al suelo. Avanza un paso, pero despué s se detiene. Con la mirada


recorre mi cuerpo complacido. Giro a su alrededor acariciá ndole los hombros.

—Tení as razó n cuando decí as que te estaba escondiendo algo… —Susurro posicioná ndome nuevamente ante é l.

—Tú me quieres muerto… —Comenta.

Por primera vez desde que lo conozco advierto cierta emoció n en su voz. Como un buitre se acerca devorando mis labios. Un beso violento, lleno de pasió n. Me aprieta los muslos y me levanta, le rodeo con mis piernas. Se encamina hacia mi cama sin dejar mi boca.

—Estoy intento con todas mis fuerzas resistir a la tentació n de follarte ahora mismo.

—¡ No lo hagas! —Protesto abrazá ndolo.

—No puedo correr el riesgo, podrí a hacer dañ o al niñ o.

Me aparto y lo miro molesta. No quiero algo delicado. Estoy segura de que al niñ o no le pasará nada.

—Tratemos de aclarar inmediatamente este tema. Quiero hacer el amor con el verdadero Alexander Volkov, no quiero que me trates con delicadeza como si fuera un jarró n de porcelana. Por lo tanto… —Señ alo de puntillas su pecho con el dedo. —¡ Si no me follas salvajemente no te volveré a hablar nunca má s! —Intento amenazarlo.

Desencaja la mandí bula desconcertado. Tal vez he exagerado, pero es lo que quiero.

—¿ Desde cuá ndo hablas de esa manera? —Pregunta con seriedad.

Oh, vamos, no querrá discutir porque he usado un lenguaje pintoresco, ¿ no? Resoplo con impaciencia y niego con la cabeza.

—Escucha, querido… —Intento mantener la calma. —Estoy embarazada, no enferma. Y si uso este tipo de lenguaje es porque necesito sentirme deseada.

Coge un mechó n de cabello entre los dientes y juguetea.

—Te daré lo que quieres, pero hazme un favor. —Tira el mechó n hacia sí obligá ndome a acercarme. —No hables de ese modo.

Un escalofrí o recorre mi cuerpo. É l es así, excitante y aterrador al mismo tiempo. A estas alturas ya estoy acostumbrada a esta doble personalidad. Soplo en sus labios y luego lo beso.

—No seré delicado. —Avisa. —Es eso lo que quieres, ¿ no?

—Sí, señ or.

Esta noche nada de delicadezas, quiero algo salvaje, algo que vaya má s allá de los lí mites. É l me hace desear todo esto, solo é l. Me agarra por las


muñ ecas y me las lleva a la espalda.

—¿ Tanto lo deseas? —Me pregunta sonriendo con malicia. Asiento.

—Má s de lo que te puedas imaginar.

La mano libre se desliza por mi piel ardiente.

—He echado de menos tu cuerpo… —Admite con voz profunda y sensual.

Me deja libres las muñ ecas, posa la mano sobre mi mejilla y la acaricia con el pulgar. Luego lleva la mano detrá s del cuello y me rodea la nuca. Me dobla la cabeza hacia atrá s y me besa. Mis labios emiten un sonido desesperado, una necesidad urgente de tenerlo. Me dejo llevar completamente mientras su brazo me aprieta la cintura acercá ndome. Su boca jadeante se deposita en el ló bulo de mi oreja.

—Tengo intenció n de arrancarte lo que llevas encima. —Susurra. Tiemblo mientras la excitació n aumenta cada vez má s.

—Me gustarí a tenerlo puesto... —Intento decir con voz rota.

—Qué lá stima.

En su rostro aparece esa sonrisita burlona que tanto me gusta. Agarra el escote del conjunto y lo arranca. Los tirantes todaví a tensos sobre mis hombros caen al suelo cuando los toca. Jadeo mientras el tejido se desliza hasta los tobillos.

—No me gustan los obstá culos entre nosotros... —Me susurra al oí do. Es un recordatorio para ambos. Sus palabras solo avivan mi fuego interior.

—¿ Está s segura de quererlo, Crystal?

Está ganando tiempo, quiere que lo suplique. Este es el hombre que conozco, el mismo que me hace enloquecer, que me transporta a otra dimensió n.

—Me surge la duda de que no me quieres, Alexander… —Lo provoco descaradamente.

Avanza y yo retrocedo. Está a punto de comenzar la caza y yo lo estoy deseando. Mi cuerpo toca el borde de la cama, me estremezco cuando su tó rax colisiona contra el mí o.

—¡ Está s atrapada! —Dice satisfecho posando la mano en el hombro y empujá ndome dulcemente hacia atrá s hasta que mi cuerpo se acomoda completamente en la cama.

Miradas cruzadas.

—Amo cada parte de tu cuerpo… —Susurra sobre mi piel mientras deja un rastro de besos.

—Aquí.

Se detiene en el seno y besa los pezones. Contengo un gemido cuando los


chupa y los retiene entre los dientes.

—Adoro estar aquí... —Continú a descendiendo hasta mis piernas. Las abro permitié ndole la entrada y lo escucho reí r satisfecho.

—¡ Mi pequeñ a está impaciente! —Sopla mis labios para luego sumergir el rostro.

Siento su cá lida y experta lengua viajar por mi interior, penetrá ndome cada vez mas. Deslizo mis manos por su cabello, lo aprieto y rezo para que no se detenga hasta que haya alcanzado el má ximo placer. Sucede todo de manera natural, sin demasiados complejos y vergü enzas. Me siento a gusto y quiero cada vez má s. Querrí a continuar mirá ndolo, pero me riendo, arqueo la espalda llevando la cabeza hacia atrá s. Percatá ndose de mi gesto se detiene y alza la mirada.

—Mí rame, Crystal, así podrá s saborear cada momento.

Lo miro y pienso que é l todaví a está vestido. Me apoyo sobre los codos y tuerzo la nariz.

—¡ Desnú date! —Ordeno cada vez má s impaciente. Se levanta negando la cabeza y riendo.

—¿ No sabes todaví a quié n manda? —Comenta.

Claro que lo sé, pero odio perder el tiempo. Se quita la chaqueta lentamente mientras mantiene la mirada fija en mí. Es un provocador nato, siempre lo he dicho. Desabrocha la camisa sin prisa mientras yo golpeteo los dedos sobre la cama. Lo divierte mucho, está tardando má s del previsto.

—¿ Te gusta lo que ves? —Pregunta mientras deja caer la camisa al suelo.

—Agradezco mucho la idea de un estrí per, ¡ pero cré eme cuando te digo que estoy deseando tenerte dentro de mí! —Respondo descaradamente.

Levanta una ceja intentando mantener una expresió n seria mientras baja la cremallera de los pantalones.

—La prisa no lleva a ninguna parte, pequeñ a. Ten paciencia, saborea cada instante.

No, me niego categó ricamente. Se acabó perder el tiempo, por una vez quiero todo e inmediatamente. Me levanto de sopetó n y me encamino hacia é l con la intenció n de desnudarlo completamente. No quiero má s obstá culos, corro el riesgo de enloquecer si continuamos así. Intento agarrarlo por la cintura, pero aparta la cadera haciendo la hazañ a casi imposible. Es entonces cuando decido concentrarme sobre el pecho duro y desnudo. Un poco de sana provocació n, tal vez, lo hará ceder. Rá pidamente me acerco y paso mi lengua por sus mú sculos que se contraen y repentinamente llega su reacció n.


—¡ Quieta, pequeñ a perversa! —Susurra riendo.

Emito un sonido de desaprobació n cuando se aleja privá ndome del objeto de mi deseo.

—Muy pequeñ a, pero llena de sorpresas…

El bulto bajo los bó xers llama mi atenció n y es entonces cuando se muestra con toda su virilidad quitá ndose el ú ltimo obstá culo.

—¡ Dirí a que tenemos una prueba tangible de lo que provocas!

Se acerca, me coge por el brazo y luego vuelve hacia la cama. Me abandono en la cama dejando que haga lo que quiera, ninguna objeció n al respecto. Su mano vaga hacia mi parte í ntima ya hú meda y yo no puedo hacer otra cosa que gemir con su contacto.

—Mi amor está hú medo… —Comenta complacido mientras sus dedos se deslizan hacia el interior.

Movimientos lentos y decididos, una dulce tortura que me da placer. Me aferro a é l, jadeo mientras lo miro a los ojos. Cada cé lula de mi cuerpo lo quiere, es indispensable para mi existencia.

—¡ Por favor, Alexander, te necesito!

Una sú plica a merced de la excitació n sale de mis labios. Intento que se acerque, pero su cuerpo se tensiona permaneciendo paralizado.

—¡ De eso nada! Decido yo cuá ndo y có mo… —Advierte deleitá ndome con sus labios.

Mi cuerpo ardiente se aproxima al suyo mientras trato de mover las caderas. Siento su miembro presionar contra mi piel y é l es consciente de que está torturando ambos postergando el placer.

—Te poseeré cada dí a, para siempre.

Tengo miedo de que mi corazó n explote de lo fuerte que late. Me levanta las manos sobre la cabeza y las bloquea. Su rostro permanece encima del mí o, pero no me toca, no me besa.

—No tienes la mí nima idea de lo que haces sentir… —Susurra mientras la punta de su miembro se posiciona sobre mis pé talos. Respiro a duras penas cuando roza sus labios contra los mí os, lame el contorno y los besa entrando en mi interior. Se desliza hasta el final y se detiene.

—Te quiero mi hermosa diosa… —Susurra comenzando a mover las caderas. Sentir esa palabra es maravilloso. Alexander me quiere y lo ha dicho. Sigo sus movimientos y en cada embestida jadeamos juntos.

—¡ Oh, sí! —Gimo movié ndome cada vez má s hacia é l.

—¡ Eres solo mí a! —Susurra con una voz llena de excitació n.


Sus movimientos se vuelven má s fuertes, deseo que no acabe nunca.

—¡ Solo tuya! —Digo jadeante.

Me aferro a é l y dejo que me guí e, que me dé el placer tan esperado. No pasa mucho tiempo hasta que llega la ola de placer. Me dejo llevar y me corro sin preocuparme de avisarlo, se dará cuenta é l solo. Complacida me inclino hacia adelante apoyando la frente contra la suya con la respiració n entrecortada.

—¿ Has acabado sin avisarme? —Pregunta desconcertado. Lo miro y me muero de la vergü enza. Mirada penetrante, mandí bula contraí da. Vaya.

Sonrí o burlona intentando besarlo, pero se aparta bruscamente.

—No lo vuelvas a hacer. ¿ Me has entendido?

Me agarra las caderas deslizá ndome hasta el borde de la cama.

—Ponte a cuatro patas. —Ordena con seriedad.

Deberí a estar asustada por este cambio de humor, pero no lo estoy. Me fí o de é l, nunca me harí a dañ o. Me sobresalto sorprendida cuando entra en mi interior sin avisar. En esta posició n lo siento mucho má s y es má s excitante. Embiste continuamente, bloqueá ndome las manos detrá s de la espalda. Lo escucho jadear, pero no consigo verlo, lo cual es frustrante.

Me arrolla de nuevo la excitació n, esta vez es má s intensa y pierdo el sentido de la realidad. Creo que me correré de nuevo, solo me pregunto si es normal que ocurra tan a menudo. Y sin embargo, no consigo resistir.

—¡ Alex! —Grito su nombre.

Querrí a contenerme, pero no lo consigo.

—Estoy a punto de…—No consigo acabar la frase. Dejo salir todo el aire que tengo en los pulmones mientras el continú a impasible con otras embestidas.

Me da vuelta, me mira con esos ojos maravillosos mientras me agarra la mandí bula.

—¡ Cabá lgame! —Ordena

Se tumba en la cama arrastrá ndome dulcemente encima de é l sin soltarme las muñ ecas. Con la mano introduzco su miembro en mi interior y despué s desciendo hasta que no entra del todo. Sus manos se posan en mis costados mientras me muevo con movimientos lentos y regulares. Es una sensació n sublime, me gusta llevar las riendas. Ahora depende de mí, de mis movimientos, y solo yo puedo decidir.

—¡ Oh! —Se me escapa.

Me sigue en los movimientos que se vuelven cada vez má s frené ticos y lo escucho jadear, fuerte.

—¡ Me vuelves loco! —Declara con la voz entrecortada.


Bajo la mirada y observo có mo su tó rax se infla a cada movimiento, no resisto a la tentació n de arañ ar su piel, sus mú sculos esculpidos. Mi cuerpo se apoya en el suyo, ahora parece que somos un ú nico cuerpo y quisiera que este momento no acabara nunca. Desde este momento todo lo que sucede está fuera de control. Nuestros cuerpos movié ndose, posiciones diferentes, cama, suelo, có moda. Estoy en otra dimensió n, no existe nada excepto nosotros dos. Y luego nos rendimos, ambos. Me dejo caer sobre é l y escucho su corazó n latir a mil por ahora. Sé que late por mí. Querí a descubrir có mo era hacerlo de manera salvaje y me ha contentado. Se ha dejado llevar, me ha dado el placer que tanto deseaba. Sin embargo, tengo que reconocer algo. No creo que mi cuerpo rija este ritmo todas las noches. Me siento dolorida, pero ha valido la pena. Al menos ahora puedo decir que sé lo que es capaz de hacerme sentir.


 


CAPÍ TULO 6

♠ ♠ ♠

 

 

Un ligero soplido llega a mi rostro, no puedo evitar sonreí r. Abro los ojos y veo lo má s bonito que he visto nunca: Alexander.

—¡ Buenos dí as, princesa! —Susurra con voz ronca. Permanezco contemplá ndolo durante algunos minutos y pienso que por la mañ ana es todaví a má s apuesto. Tiene el cabello despeinado y los mechones rebeldes le llegan hasta sus hermosos ojos azules.

—¡ Buenos dí as a ti tambié n! —Respondo con un hilo de voz, mientras mi mano acaricia su rostro.

Cierra los ojos y se deja abrazar, mientras su mano se posa en mi vientre y lo acaricia. Quisiera besarlo con pasió n. Como si me hubiera leí do el pensamiento, se acerca y yo me aparto velozmente.

—¿ Me está s rechazando? —Pregunta frunciendo el ceñ o. Es adorable, no puedo negarlo.

—Voy primero a lavarme los dientes. —Explico.

Intento levantarme, pero sus manos me bloquean paralizá ndome donde estoy. Se posiciona encima de mí y acerca su rostro al mí o.

—Tú no vas a ninguna parte. ¡ Ahora bé same! —Ordena.

Sus labios acarician los mí os y soy consciente de que el beso es inevitable. Me besa y no puedo negarme porque lo deseo tanto como é l.

—¡ Ahora sí que son buenos dí as! —Comenta disfrutando de la situació n mientras me acaricia el cabello.

Posteriormente su expresió n feliz se transforma en preocupació n, no entiendo el motivo.

—¿ Te duele algo? —Pregunta.

—El costado, pero es soportable. —Respondo restregando mi rostro en su pecho.

—Lo siento, he perdido el control. —Murmura apartá ndose a un lado.

No, no quiero que se aleje. Me encojo junto a é l apoyando la cabeza sobre su hombro…

—Vamos a desayunar, tienes que comer.

Me ofrece la mano, no puedo evitar mirarlo, serí a mejor decir: admirarlo. Me pregunto si está intento salir cuanto antes de la habitació n.

—¡ Si continú as mirá ndome así no saldrá s de esta habitació n en mucho tiempo!


—Avisa.

La idea no me disgusta, pero tengo hambre. Me encojo de hombros encaminá ndome hacia el bañ o y muevo las caderas de manera provocadora. Juguemos sucio, solo para provocarlo un poco. Me detengo en el umbral de la puerta volvié ndome hacia é l y le sonrí o.

—¿ Te importarí a pasarme tu camisa? —Digo con tono sensual. Se acerca con grandes zancadas con la camisa en la mano y cuando está a punto de dá rmela, aleja la mano.

—Me gusta cuando mi pequeñ a provocadora quiere jugar, pero recuerda que el que siempre gana soy yo.

Entro en el bañ o y me miro al espejo. ¡ Dios mí o! Estoy hecha un desastre. Mi cabello parece la crin de un leó n, por no hablar de las ojeras. Mientras observo mi figura, me fijo en el cuello. ¿ Qué es ese signo violá ceo? Me acerco un poco má s mientras toqueteo con los dedos la piel y es entonces cuando lo comprendo todo. No me lo puedo creer, me ha marcado. Me pongo la camisa furiosa y salgo del bañ o.

—¡ Tú! —Grito señ alá ndolo con el dedo. ¡ Me has dejado una marca que se ve a simple vista! —Despotrico desconcertada.

Como respuesta frunce el ceñ o y despué s me da la espalda.

—Y tú has hecho esto, por lo tanto dirí a que estamos en paz.

Miro su espalda incré dula. Tiene grandes arañ azos y la ú nica que ha podido ser soy yo. No ha sido el ú nico que ha perdido el control y estos son los resultados.

—Perdona… —Digo avergonzada. Agacho la cabeza y jugueteo con el borde de la camisa. Me alcanza y rodea mi rostro con sus manos.

—Para serte sincero, no me arrepiento. Hace mucho que soñ aba con hacerlo.

—Admite satisfecho con un extrañ o brillo en los ojos.

—¡ Eres un estú pido! —Grito golpeá ndolo en broma en el hombro.

—¿ Có mo osas pegarme, niñ a? —Dice bromeando. Intentamos permanecer serios, pero rá pidamente renunciamos y reí mos a carcajadas.

Despué s de habernos dado una ducha rá pida y vestido elegantemente, salimos de nuestro nido de amor listos para volver a la realidad. A la vuelta de la esquina el espectá culo que se presenta es bastante insó lito. Ivan e Liam está n sentados en la mesa, pero esto es lo comú n. Sin embargo, parecen devastados, con resaca. Liam se sostiene la cabeza con la mano e Ivan se masajea las sienes.

—¡ Buenos dí as! —Chillo contenta.


Nos acercamos a la mesa sorprendidos porque ninguno de los dos ha respondido. Nos hemos vuelto invisibles, no lo sabí a.

—¿ Dó nde está n los demá s? —Pregunta Alexander dirigié ndose a Ivan, el cual ni siquiera se gira. —Si no recuerdo mal, tampoco vosotros debí ais volver…

—Recuerda Alex mientras vierte el café.

Tomo un vaso de zumo de naranja y me fijo en esos dos hombres que se encuentran en dicho estado lamentable. Está n acabados.

—¿ Hay algo que me querá is contar? —Continú a curioso.

A esta pregunta, Liam se vuelve hacia nosotros parpadeando.

—¡ Vosotros dos sois el problema! —Murmura señ alá ndonos. Alex y yo nos miramos sorprendidos, sin entender a lo que se refieren.

—Hemos vuelto a las dos de la madrugada y por vuestra culpa no hemos podido pegar ojo. Pensá bamos que acabarí a pronto, ¿ y en cambio, a qué no lo adiviná is? No hemos dormido y os hemos tenido que aguantar toda la noche.

Me atraganto con el zumo y toso con los ojos fuera de las ó rbitas. No es posible, las habitaciones está n insonorizadas.

—¡ Habí as dicho que no se escuchaba nada! —Le susurro apretando la mandí bula. Estoy murié ndome de la vergü enza y me sorprendo cuando é l responde encogié ndose de hombros disfrutando de la situació n. Desconcertada por su comportamiento no resisto a la tentació n de golpearlo, a mano abierta, en la nuca.

—¡ Ayyy! —Exclama frotá ndose el cuello, pero no para de reí r. —¡ Tal vez he mentido! —Admite con la expresió n de un cachorro abandonado.

Parpadeo y me pregunto quié n diantres es este hombre. ¿ Dó nde está el Alexander inmutable?

—Eres un imbé cil. ¿ Te das cuenta de que han escuchado todo? Se inclina hacia mí y responde con malicia.

—Si gritas en ese modo tendré que insonorizarla de verdad…

—¡ Alexander! —Digo con seriedad colocá ndome una mecha de cabello detrá s de la oreja. —Que sepas que no te saldrá s con la tuya.

Estoy intentando parecer intimidante, pero no parece preocupado; es má s, parece divertirse.

Continuamos el desayuno en silencio y mientras yo trato de ignorarlo, é l intenta por todos los modos de conversar. Se ha justificado diciendo que pensaba que está bamos solos y se habí a olvidado de decirme la verdad. Poco importa ya, el dañ o ya está hecho.

—¿ Está s enfadada conmigo? —Me pregunta mientras dibuja cí rculos sobre el


dorso de mi mano. Me vuelvo hacia é l con mirada penetrante.

—¿ Tú qué crees?

—Me he olvidado de avisarte, pero entié ndeme, he tenido mejores cosas que hacer que preocuparme del ruido… —Dice sin arrepentirse.

Agarro el cuchillo clavá ndolo en una fresa para despué s llevá rmela a la boca sin apartar la mirada de la suya.

—¡ Mentiroso! —Muerdo la fresa y luego paso la lengua por los labios, mmm qué rica.

—No exageres, pequeñ a. Acué rdate de lo que sucede cuando me enfadas — Amenaza.

—¡ Qué miedo, perdó neme, jefe! —Respondo sarcá stica mientras é l se frota el cuello con impaciencia.

Suspira, señ al de que su paciencia se está acabando.

—¿ Quieres discutir? —Pregunta desafiantemente.

Querrí a, pero no ahora, estoy planeando hacer algo que lo hará enloquecer. En silencio sigo desayunando y é l se relaja pensando que la tormenta ha amainado. Lo que no sabe es que la tormenta se ha transformado en un tsunami. Al final de la mañ ana he llamado a Sahara. Querí a agradecerle el regalo que, entre otras cosas, tengo que dar todaví a al señ orito. Aprovechando la ocasió n, le he pedido que me ayude a llevar a cabo un proyecto que revolucionará mi noche. Habí a decidido modificar nuestra habitació n. Los muebles se quedará n donde está n, pero cambiaré algunos tejidos y añ adiré algunos objetos muy bonitos. El señ or Volkov no olvidará tan fá cilmente esta noche.

—Tendré que informarlo… —Habí a dicho Sahara preocupada.

Le he pedido si era posible evitar decirle exactamente lo que iba a comprar. La solució n ha sido fantá stica: dirí a a Alex que querí a cambiar las cortinas y la cocha, y que ya que estaba, añ adir algunos adornos. Ella no correrí a riesgos, le ocultarí amos mis verdaderas intenciones y yo le garantizarí a un efecto sorpresa. He decidido transformar la habitació n en un espacio digno de Barbie. Todo será rosa, comenzando por las cortinas y la colcha. Despué s, he pedido un set de alfombras de pelo largo, color rosa salmó n.

La parte que má s me gusta es la variedad de peluches de toda clase. Si no me equivoco, son unos treinta. Personalmente odio el rosa, pero no he resistido a la tentació n de verlo fuera de control.

—¡ Eres diabó lica! —Habí a comentado la mujer disfrutando de la situació n. Cuando me pongo, lo soy, y no sabes cuá nto. Sin embargo, é l esto no lo tiene muy claro. Si quiero, puedo volver su vida un infierno. Le he preguntado


cuá ndo me mandarí a todo y me ha respondido que al dí a siguiente cada cosa estarí a en su sitio. Satisfecha le habí a saludado agradecié ndole una vez má s su ayuda. Es una mujer, me comprende y es consciente de que se enfadará. Ya imagino su expresió n cuando vea la habitació n. Será divertido y yo estoy deseando disfrutar del espectá culo.


 


CAPÍ TULO 7

♠ ♠ ♠

 

 

Observo la habitació n satisfecha apoyada en la jamba de la puerta. He realizado un buen trabajo. Sonrí o mientras veo todos los peluches esparcidos por la habitació n y pienso que si tuviera una niñ a, no me desagradarí a que su habitació n fuera así. Saboreo la tranquilidad de la tormenta porque estoy segura de que se desencadenará el caos. Me pregunto cuá nto gritará. Podrí a incluso sorprenderme, tomarlo con filosofí a y reí r. ¿ Pero qué estoy diciendo? É l es Alexander Volkov, enloquecerá. Me voy al saló n y permanezco sentada en el sofá ojeando una revista esperando a que llegue. De repente la puerta se abre.

—¡ Hola, pequeñ a! —Exclama con entusiasmo mientras se acerca a grandes zancadas. Me comporto como si nada y envuelvo mis brazos alrededor de su cuello mientras me atrae hacia é l. Me besa, me acaricia el rostro y sonrí o. É xtasis. Dejo que me acune entre sus brazos y por un instante me arrepiento de haber dejado así la habitació n.



  

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