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DISPUESTO A TODO 8 страница



—¿ Por qué exactamente? —Pregunto con el corazó n en la boca. Cederé, lo sé. Acaricia mi rostro acercá ndose todaví a má s y me siento atrapada. No tengo escapatoria. Permanezco inmó vil mirá ndolo cautivada.

—Por todo… —Suspira profundamente acercá ndose aú n má s.

—Me habrí a gustado que tú me eligieras por voluntad propia…

Nuestros labios se encuentran a pocos centí metros, no puedo evitar mirarlos.

—Me vuelves loco…


Escucharlo decir estas palabras me hace darme cuenta que es perfectamente consciente del error que ha cometido.

—Te deseo con todo mi corazó n. No puedo liberarte porque no vivirí a sin ti. Sin embargo, puedo darte a elegir… —Susurra mientras el pulgar roza mi labio inferior. Contengo la respiració n.

—Bé same y hazme saber que será s mí a… —Continú a con un tono terriblemente sensual. —De lo contrario sabré que nunca tendré tu corazó n. — Su mano acaricia mi rostro y yo me pierdo en sus ojos.

—Elige, Crystal, elí geme a mí … —Suplica rozando mi labios y retrocede. Una elecció n. Nunca me dejará en libertad. Solo quiere que yo lo elija. ¿ Y yo qué quiero? La libertad, claramente. A parte de ello, ¿ qué má s querrí a?

Pienso en todo lo que he sentido desde que lo conozco. En la rabia, en el dolor y despué s en ese extrañ o sentimiento. ¿ Qué es?, ¿ es posible que me haya enamorado de é l?, ¿ puede ser así de simple la situació n? Me vienen a la cabeza las palabras de mi amiga, te conozco como la palma de mi mano, cré eme cuando te digo que está s enamorada.

¿ Y si tiene razó n?, ¿ estoy negando la evidencia? Y es aquí donde aparece la verdad. Ahora todo tiene sentido. Esto explica por qué, despué s de todo, no consigo odiarlo.

Me he enamorado de Alexander sin saber nada de é l. Debo haberlo pensado mucho tiempo porque se levanta sin mirarme.

—¡ Espera! —Digo agarrá ndole el brazo. Sigue con la mirada el punto donde lo he tocado hasta dirigir su mirada hacia mí, parece perplejo. Se vuelve a sentar y espera. Respira profundamente y decido arriesgarme. Este descubrimiento me ha trastornado, y no pienso esconderlo. De momento no quiero pensar en otra cosa. Solo quiero esto, é l y yo en este momento, excluyendo todo lo demá s.

Me acerco acariciando sus labios y armá ndome del poco valor que me ha quedado.

—¡ Me he enamorado de ti! —Confieso y lo beso.

Me separo de sus labios observando su expresió n desorientada.

—¡ Increí ble! La bella que se enamora de la bestia. —Comenta rodeando mi rostro con sus manos y besá ndome.

A decir verdad é l es el malo, es un mafioso. Quiero solo desconectar y vivir el momento sin pensar en el futuro. Un pequeñ o mundo donde estamos solos é l y yo. Quiero descubrir lo que es amar, aú n sabiendo que todo esto tiene un final y que no será feliz. Sufriré, soy consciente, y sin embargo, no consigo


renunciar a é l. Le rodeo la cintura con las piernas, me levanto ligeramente consiguiendo colocarme a horcajadas sobre é l y lo beso con pasió n. Lo deseo y no consigo detenerme.

—Antes tenemos que comer… —Susurra en mis labios a su pesar.

Estaba pensando en otra cosa, pero tiene razó n. Mi estó mago está vací o desde hace dí as. Retrocedo, lo observo y me doy cuenta de quié n es realmente é l para mí. Es é l quien tiene atrapado mi corazó n. Soy suya. Cuando acabamos de ducharnos, dejo que me seque, me vista. No hablamos, no es necesario. Lleva sus dedos debajo de mi barbilla y la levanta hacia é l, lo miro, me mira y me sonrí e con un extrañ o resplandor en los ojos, felicidad.

Me coge de la mano y me saca dulcemente fuera de la habitació n.

—Está n mis hermanos. —Avisa mientras recorremos el pasillo.

Tuerzo la nariz pensando en la idea de estar en el mismo espacio con todos ellos. Estoy solo rodeada de chicos, a excepció n de las pocas veces que veo a Sahara. Cuando llegamos a la cocina miro de reojo a sus hermanos que está n mirando la televisió n. Me pregunto por qué está n aquí, vienen raramente.

—¿ Qué quieres comer? —Pregunta abriendo el frigorí fico y mirando en su interior.

—Cualquier cosa me vendrá bien.

Escuchá ndonos hablar Liam se vuelve y nos observa con curiosidad, un instante despué s lo imitan tambié n los otros. Ninguno parece dispuesto a apartar la mirada. Qué vergü enza. Agacho la cabeza e instintivamente aprieto, tal vez demasiado, la mano de Alex.

—¡ Ey! —Me levanta la barbilla.

—Ahora vamos a comer. Nos ocuparemos despué s de los curiosos. —Susurra mirá ndome a los ojos.

Podrí a desmayarme cuando me mira de esa manera, consigue entrarme en el alma. Asiento con una ligera sonrisa y lo sigo. Despué s de comer vamos donde los demá s que no han parado de observarnos, lo cual me hace sentir incó moda. Alex se sienta en el silló n, elijo el ú nico sitio disponible: el silló n de frente.

—¿ Adó nde vas? —Pregunta serio. Me paralizo en el sitio. ¿ Qué he hecho esta vez? Me vuelvo, lo miro desconcertada, pero todo se aclara. Sonrí e tamborileando las manos en las piernas. Quiere que me siente sobre sus piernas, lo que hace ú nicamente que aumente mi incomodidad. Me acaricio el hombro yendo hacia é l con paso apresurado. Me siento sobre sus piernas rodeá ndole el cuello con las manos, nos miramos a los ojos.

—¿ Có mo está s, Crystal? —Pregunta Liam. Lo miro y me encojo de hombros.


—Bien.

Dirige una mirada seria al hombre que tiene entre sus brazos.

—Saden ha dicho que tiene que descansar.

Sus palabras está n cargadas de desprecio. Observo atentamente la escena.

¿ Quié n es Saden? Alex se inclina hacia adelante con el busto sin soltarme.

—No es asunto tuyo lo que necesita ella. Me encargaré yo. —Gruñ e a regañ adientes.

Liam entrecierra los ojos, pero no tiene ninguna intenció n de dejar la conversació n ahí.

—No necesitamos problemas y tú nos está s acarreando demasiados — Responde y dirige la mirada a sus hermanos, como buscando un respaldo.

Ninguno de ellos parece querer entrometerse. Miro a Liam sorprendida. É l es el ú nico razonable aquí dentro. Es consciente de que todo esto es descabellado. Se me forma un nudo en la garganta, las dudas me surgen rá pidamente. Pero despué s su mano me coge por la cintura atrayé ndome hacia é l.

—Sabes mejor que yo que deberí as ocuparte de tus asuntos. —Las palabras de Alex son frí as. Es su hermano, ¿ có mo puede hablarle así?

Liam se pone en pie apretando los puñ os.

—¡ Es solo una muchacha, joder!, ¿ te das cuenta de que la has condenado?, ¿ la quieres tanto como para tenerla en este mundo de mierda? —Enloquece.

Se acerca a Alex, se pone a su altura. Contengo la respiració n observando a los dos hombres intercambiá ndose miradas feroces. Oh cielos, acabará mal. Está n muy enfadados. Alex no se altera. Ninguna señ al de inseguridad.

—No te incumbe. Recuerda quien manda, hermano.

—Pues sí, porque se encuentra en nuestra casa y quisiera recordarte, hermano… —se vuelve durante un instante hacia mí, me mira con expresió n malvada, —acabará como Natasha.

Pronuncia lentamente recalcando cada palabra. ¿ Quié n es Natasha? La expresió n de Alex se vuelve escalofriante. Me estremezco cuando coge al hermano por la camiseta. Me levanto, intenta cogerme con la mano libre, pero soy má s rá pida. Los miro aterrorizada mientras Ivan se pone en medio e intenta separarlos.

—No debes nombrarla. ¿ Entendido? —Grita mientras balancea al hermano. Liam rí e, no entiendo por qué. Se vuelve hacia mí, tengo el presentimiento de que no me gustará en absoluto lo que dirá. Tiemblo como una hoja mientras retrocedo.


—¡ Crystal, ve a la habitació n! —Retumba la voz del hombre que hasta hace cinco minutos antes me hablaba con dulzura. No me muevo, mi cuerpo parece haberse congelado.

—¡ No, Crystal, qué date aquí! —Exclama Liam mientras intenta librarse del hermano.

—¡ Cierra esa boca, joder!, ¡ Crystal, ve inmediatamente! —Grita, pero no lo siento. Quiero saber má s. ¿ Qué es eso tan importante que le ha sacado de sus casillas? Está poseí do.

—No te ha contado lo de su mujer, ¿ verdad?

¡ Bum!

Una montañ a de rocas se precipita sobre mí. ¿ Mujer?, ¿ é l tiene una mujer? Llevo la mano a la boca abriendo los ojos de par en par. Me entran ganas de vomitar. Era un capricho, tení a razó n.

—¡ Cabró n! —Lo empuja con fuerza hasta bloquearlo en el sofá. —¡ Vete a la habitació n, joder!, ¡ que alguien se la lleve antes de que mate a este cabró n! — Grita desesperado.

Nadie hace nada de lo que pide. Se vuelve hacia mí, ruge. Liam aprovecha y lo empuja, se levanta rá pidamente. Sucede todo brevemente, no consigo reaccionar.

Liam se aerca, me coge de la mano y me lleva a la habitació n.

—¡ No la toques, joder! —La voz desesperada de Alex llega a mis espaldas. Mi corazó n se desboca mientras mis piernas continú an movié ndose. Me arrastra dentro, cierra la puerta con violencia y despué s da vueltas a la llave. Me alejo asustada y temblorosa. Los puñ os de Alex en la puerta me estremecen. ¿ Qué está pasando?

—¡ Liam, no lo hagas! —Grita mientras golpea con violencia. Observo la puerta vibrar y despué s dirijo la mirada a Liam.

—¿ Qué está pasando? —Pregunto con un hilo de voz. No me gustará lo que estoy a punto de escuchar.

—Echará la puerta abajo. —Murmura mientras se sienta en el borde de la cama intentando colocarse bien la camiseta. —Sié ntate, Crystal, no tenemos mucho tiempo.

Hago lo que me dice, no sé por qué.

—Los hombres como nosotros no podemos tener una vida. Sin embargo, Alexander ha querido vivirlo en su propia piel. —Se detiene pasá ndose la mano por el cabello, al igual que Alex. —Se habí a enamorado, no querí a entrar en razones. Dos añ os despué s se casó. Natasha era una mujer fantá stica.


É l sabí a que era imposible, pero la despojó de su vida.

Se vuelve hacia mí preocupado mientras los golpes se endurecen gradualmente. Alexander entrará en cualquier momento.

—Si no tienes nada que perder, nadie puede hacerte dañ o. Alex tení a a Natasha, era su punto dé bil. La dejaba salir, viajar… Sin embargo, una noche, de vuelta de una cena con sus padres, la tendieron una emboscada.

Oh, no. Mataron a la mujer que amaba. Le quitaron lo que má s apreciaba. Los ojos se humedecen, me entran ganas de llorar. Es triste.

—No sabes las verdaderas razones de tu secuestro y… —Se bloquea escuchando la puerta venirse abajo.

Alex se acerca con aspecto furioso a su hermano, reacciono instintivamente ponié ndome en medio y grito. Extrañ amente se detiene. Me mira y su expresió n se vuelve preocupada. Las lá grimas caen sobre mi rostro, no consigo retenerlas.

—¿ Podé is dejarnos solos, por favor? —Digo sollozando. É l no aparta la mirada, está sumamente preocupado. Lo estoy yo tambié n, pero no por lo que é l cree. Cuando salen me siento en el borde de la cama y seco las lá grimas que siguen descendiendo incesantemente. Se sienta junto a mí, busca un contacto acercando la mano, se lo permito, suspira.

—Me has secuestrado y condenado a muerte… —Digo intentando razonar.

—¿ Es este el amor que sientes por mí? —No responde, aprieta la mano con la cabeza gacha.

—La has condenado a ella primero, ¡ y ahora a mí! —Afirmo.

No se da cuenta de lo que he hecho. Si escapo alguien vendrá a buscarme, me hará dañ o, ahora todos saben quié n soy en este mundo enfermo. Y la verdad llega como un tren en marcha. Es el ú nico modo de tenerte, me habí a dicho. É l era consciente. Sabí a que no podí a dejarme ver la luz del sol. Suelto su mano de sopetó n, me levanto y lo miro con frialdad.

—Me has secuestrado, era la ú nica manera. Eres tan despreciable como para condenarme a una muerte segura —Grito fuera de mis cabales.

—No es así. Aquí estará s a buen recaudo. He aumentado el nivel de seguridad, no te pasará nada. —Intenta tranquilizarme, pero é l tambié n sabe la verdad.

Ambos estamos continuamente en peligro, un detalle que siempre he evitado pensar.

Retrocedo.

—Me has deseado sacrificando a cambio mi vida. Esto demuestra que no


tienes corazó n. —Le doy las espaldas y salgo de la habitació n apresuradamente.

No me sigue, lo cual me tranquiliza. Llego a la cocina y cojo un vaso de agua, lo bebo de un golpe, estoy nerviosa.

Golpeteo con los dedos la superficie de má rmol.

—¡ Qué lí o! —Murmuro en voz alta. Un desastre monumental.

Bá sicamente estoy obligada a permanecer aquí. Si pongo un pie fuera, me matan. Fantá stico.

—¡ Crystal! —Su voz se escucha a duras penas.

Me vuelvo y una mirada llena de tristeza apuñ ala mi corazó n. É l es cruel, punto. No puedo sentir compasió n por una persona que pone en peligro mi vida. Se acerca cauteloso, retrocedo, pero fracaso en mi intento.

—No quiero hablar contigo.

Se acerca aú n má s, agacha la mirada. Es frustrante no conseguir tomar una decisió n definitiva. Me comporto como una goma elá stica, moldeable continuamente. No me reconozco, estoy perdida.

—Por favor… Intenta comprenderlo… Al menos tú.

Me enfurezco al escuchar esas palabras. ¿ Có mo puede pretender algo así? Me acerco perdiendo los estribos y lo empujo.

—¿ Comprender, qué?, ¿ qué debo comprender? Dime… ¡ qué cojones tengo que entender, cabró n! —Exploto.

Se pone tenso sorprendido por mi reacció n. Incluso yo me asombro. Solo é l consigue sacarme de mis casillas. Se repone volviendo a ser el hombre de siempre, frí o, impasible.

Reprende mis palabras con una mirada.

—Soy un cabró n, lo sé. —Aprieta la mandí bula avanzando. —Soy consciente de que he arriesgado todo para tenerte.

Avanza otro paso, me alcanza. Apoya las manos a los lados de mi cuerpo, estoy atrapada.

—Soy egoí sta, he decidido por ti, pero no me parecí a que te disgustara tanto cuando nos está bamos acostando.

Tocada y hundida. Derecho, sin escrú pulos. ¿ Có mo puedo rebatir si es la verdad? Sus labios se acercan peligrosamente. Siento su cá lida respiració n.

—Te mantendré a salvo. Nadie te hará dañ o. —Intenta tranquilizarme.

—Eres tú quien me hace dañ o… —Encuentro el valor de responder. Mis palabras no parecen dañ arlo. Sigue mirá ndome de esa manera que tanto detesto.


—¿ Crees que no lo he pensado? He reflexionado mucho, pero no me ha servido para nada. En mi cabeza está s solo tú, eres una obsesió n.

—¿ Te recuerdo a ella? —No me entra en la cabeza có mo he podido hacer una pregunta similar. No deberí a importarme.

Apoya su frente en la mí a y suspira profundamente. Le hace dañ o, lo veo. La ama todaví a. Me entran ganas de llorar y no comprendo el motivo.

—Tú no me recuerdas a nadie, Crystal. Eres ú nica y es eso lo que me ha impresionado. Has entrado dentro de mí sin ningú n esfuerzo y me has robado el corazó n.

Le he robado su corazó n. Bum, bum, bum. Me tiemblan las manos, estoy nerviosa.

—Solo te he desobedecido. Podrí a ser ese el problema. No está s enamorado de mí. Eres un hombre potente y en tu vida no aceptas ser rechazado, eso es todo. —Doy una explicació n ló gica, pero no estoy segura de que sea así.

No puedo negar eternamente que hay atracció n en mi caso. Estoy enamorada de é l, no sé có mo ha podido suceder ni cuá ndo, pero ya es demasiado tarde y soy consciente de que amo al hombre que será mi ruina.

Me coge el rostro con las manos obligá ndome a mirarlo.

— He comenzado a pensar que algo bueno me depara la vida. No pongas en duda mi amor por ti, nunca. —Me besa.

Aprieto la mandí bula e intento escabullirme. Nada que hacer, me bloquea.

—¡ Bé same! —Ordena.

No respondo, no me muevo. Maldice en voz baja y luego me coge en brazos. No muestro señ ales de vida, miro un punto impreciso y pienso. Estoy conmocionada, confundida, asustada. Cuando llegamos a la habitació n me posa en la cama y se tumba junto a mí. Le doy la espalda, suspira. Me siento despojada del control sobre mí misma y de mis decisiones. Estoy cansada, ya no tengo fuerzas para luchar. Se aprieta contra mí y me abraza.

—No te merezco, pero no consigo dejarte escapar… —Susurra besá ndome el hombro.

Quisiera gritar, llorar, pero es imposible. No me dejará ir. Sin embargo, yo quiero escapar, a riesgo de que me maten. Cierro los ojos e intento relajarme lo que puedo.


 


CAPÍ TULO 10

♠ ♠ ♠

 

 

Cuando me he despertado estaba sola, lo cual me ha aliviado. No estaba todaví a preparada para enfrentarme a é l. A cambio ha mandado a Sahara, y mira tú por dó nde, la mujer estaba muy dispuesta a contarme la vida pasada de Alex. Le he preguntado por Natasha y me ha contado todo. No creo que fuera casualidad. É l querí a que yo lo supiera, pero tení a el valor de decí rmelo en persona.

Má s decidida que nunca a elaborar un plan de fuga, me armo de coraje y pongo en marcha algo que podrí a ser arriesgado y peligroso. Es el ú nico modo. Tengo que intentarlo.

Me he puesto rá pidamente unos pantalones cortos y una camiseta y he dicho a Sahara que iba a correr. En parte es verdad, pero solo aparentemente. Se enfadará, pero resistiré hasta el final. Conseguiré engañ arlo cuando llegue el momento. Cojo el MP3 que usa Alex cuando va al gimnasio, con esto deberí a parecer má s creí ble. Respiració n profunda, concentració n, ¡ y allá vamos! Salgo del castillo y corro alrededor del jardí n. Alex me dijo que podí a correr donde quisiera y es eso lo que haré. Paso delante de unos guardaespaldas y sonrí o para parecer normal. La mú sica inicia, un ritmo fuerte, adrenalina. La verja se abre, son las diez. Despué s de haber dejado entrar el furgó n, la verja permanece abierta. Me detengo observando mi objetivo. Tiemblo, sin embargo, intento mantener la cabeza frí a. Adelante, no lo pienses. Tengo que ver cuá nto tiempo tardarí a en alcanzarla, necesito saberlo en el caso de que no funcione el plan A. No tengo mucho tiempo, se dará cuenta. Corro al ritmo de la mú sica hacia la verja con el corazó n desbocado. Son má s de doscientos metros, maldició n. Algunos hombres me miran mientras atravieso ese lí mite, aparto la mirada inmediatamente.

Lo avisará n ahora mismo. Supero la verja y sigo corriendo. No iré a ninguna parte así. Podrí a correr pero me alcanzarí a. Estoy a la vista, no podrí a pasar desapercibida. Sigo corriendo durante un tiempo hasta que no decido retroceder. Me detengo un instante admirando el horizonte con las manos apoyadas en las caderas. Solo tengo una posibilidad para salir de aquí: el furgó n. No quiero pasar toda mi vida encerrada aquí dentro. Ahora me toca ser contundente, no debe sospechar nada. Intento respirar profundamente mientras el corazó n me golpea el pecho. Vuelvo hacia el castillo intentando cambiar de


canció n, consciente de que la mirada de todos estará puesta en mí. En cuanto levanto la mirada, lo veo. Corre hacia mí seguido del personal de seguridad. Aquí vamos, ha llegado el momento. Me detengo, espero que me alcance.

—¿ Qué pasa? —Pregunto quitá ndome los cascos. Respiro, intento mantener el control.

—¿ Dó nde estabas yendo? —Pregunta jadeando, parece asustado. Lo miro frunciendo el ceñ o como si no hubiera entendido su pregunta. En cambio, soy consciente de que se ha preocupado. Está convencido de que querí a escapar.

—¿ A correr? —Pregunto indicando mi vestimenta. Cré eme, por favor.

Inclina la cabeza, me estudia con desconfianza. No es estú pido. Nos miramos a los ojos. Intento respirar de manera regular. No debo levantar sospechas.

—A correr… —Repite pasá ndose la mano por la cabeza para dirigirse hacia sus hombres, —Khorosho.

No quiero cantar victoria, es demasiado pronto. Los hombres se alejan. Buena señ al.

—Dime que no estabas intentando escapar. —Exclama volvié ndose hacia mí con expresió n severa.

—Sahara me ha contado todo, pero esto ya lo sabes. Habrí a preferido que me lo dijeras tú, sin embargo, significa mucho de tu parte igualmente. Estoy enfadada contigo, pero esto no quiere decir que tenga intenció n de escapar.

Deslizo mi mano por su cuello y lo acaricio.

Su expresió n desconfiada no cambia, debo insistir.

—Sé que estaré a salvo porque tú hará s de todo para que así sea.

Me acerco aú n má s plantá ndome delante de é l. Y es así có mo he decidido rendirme. Al final no podemos existir el uno sin el otro, ahora lo sé. Lo beso Me permite tocarlo, sus manos se deslizan sobre mi espalda, me abraza. Victoria.

—Espero que sea verdad. —Exclama entre un beso y otro.

—Estaba tan concentrada manteniendo el ritmo que no me he percatado de haber pasado la verja. —Digo aferrá ndome a é l.

Su expresió n no cambia, parece dubitativo.

—¿ Te resulta gracioso? —Pregunta bruscamente. Lo miro con dulzura. Lo intento, al menos.

—No iré a nunca parte sin ti y tú lo sabes. Te prometo que no volverá a suceder.

La semana que viene escaparé directamente, acabo mentalmente la frase. Su cuerpo se relaja, me cree.


—Por favor, no vuelvas a hacerlo. —Susurra.

—A sus ó rdenes, jefe. —Respondo bromeando.

Tiene que parecer todo verí dico, debo seguir hasta el final. Me coge de la mano y nos encaminamos hacia el castillo.

—Vuelvo a mi estudio. ¿ Va todo bien? —Pregunta.

Me observa con expresió n impasible. Esto es malo, debe estar tranquilo y con la guardia baja.

—¿ Me regalas una sonrisa, ruso? —Pregunto dulcemente aferrá ndome a su brazo. Me mira con la mandí bula tensa.

—Deja de llamarme así, joder. —Gruñ e.

Oh, vamos, esperaba salirme con la mí a, no me ayuda enfadarlo.

—Uhh, ¡ qué miedo! De acuerdo, no te llamaré má s ru… —Me detengo atrayé ndolo hacia mí. —¿ Jefe al menos puedo? Es muy excitante… — Comento intentando disfrutar de la situació n.

Lo he dicho siempre, me deberí an de dar el premio a la mejor actriz. Si me salgo con la mí a eta vez irá todo bien, lo necesito. Por dentro estoy tensa como las cuerdas de un violí n.

Me regala otra expresió n impasible.

—¿ Quié n eres tú? —Pregunta todaví a demasiado serio.

Me muevo interponiendo distancia entre nosotros y lo miro seria.

—Me pregunto si por tus venas corre sangre o veneno… —Murmuro apoyando las manos en las caderas. —Las bromas en una pareja deberí an de ser lo normal.

Esta es una tá ctica para hacerlo sentir culpable, no sé si con é l funcionará. Por intentarlo no pasa nada. Se acerca con un movimiento felino cogié ndome en brazo y grito. Sus manos se deslizan a mis caderas y me hace cosquillas. Rí o con ganas mientras intento escabullirme.

—Lo siento… —Susurra y yo lo beso. Ahora sí que ya he conseguido todo. Ha bajado la guardia, será todo má s simple. Me subo a su espalda como un mono rodeá ndolo con mis piernas. Caminamos hacia el castillo mientras algunos guardias nos observan con curiosidad, pero é l no parece preocuparse. Cuando llegamos al patio me posa en el suelo dá ndome un beso en la frente.

—Estoy deseando estar contigo... —Susurra.

Yo en cambio quisiera no volver a verte nunca má s.

—Hasta luego. —Me acerco, le doy un breve beso y subo las escaleras sin volverme.

Tengo que resistir otra semana má s. Me marcharé de aquí y no lo volveré a


ver.

 

 

Khorosho: no hay ningú n problema.


 


CAPÍ TULO 11

♠ ♠ ♠

 

 

Tras las dos horas de clase con Sahara decido practicar lo que estoy aprendiendo. El ruso no es un idioma fá cil, pero tampoco imposible. Mentalmente repito lo que quiero decirle y voy en busca de Alex. Quiero ver la cara que pondrá. Podrí a perfectamente esperar su vuelta, pero tengo la exigencia de ir a buscarlo. Una prueba má s para que esté tranquilo, de manera que no dude de mí. Mientras atravieso el patio su voz profunda llama mi atenció n.

Me acerco permaneciendo en el umbral de la puerta espiá ndolo, parece enfadado. Ocupado en una conversació n telefó nica mira por la ventana mientras se afloja el nudo de la corbata. No puedo negar lo cautivador que es.

Ubeyte vego. —Grita furioso.

Se me corta la respiració n, me estremezco y retrocedo conmocionada por esas palabras, sé lo que quieren decir: má talo.

Mi corazó n se desboca, el pá nico crece. Es un hombre cruel, sin escrú pulos. Nada y nadie pueden detenerlo. No tiene corazó n, nunca podrá cambiar su verdadero yo. Asesinar para é l forma parte de la normalidad. Un mundo que no comprendo, que me asusta. Me alejo retrocediendo, rogando que no se percate de mi presencia.

Ha sido una pé sima idea ir a buscarlo, ahora tengo miedo. Camino apresuradamente hacia el ú nico lugar donde estoy segura que nadie me molestará:      la     biblioteca. Necesito reponerme,       me encuentro en una encrucijada, querrí a entrar y gritarlo. Querrí a que supiera el odio que siento por é l. Sin embargo, me alejo tomando la decisió n má s adecuada. No puedo fallar precisamente ahora, estoy a un paso de la libertad. Necesito desconectar de todo esto durante un instante, siento demasiadas emociones contradictorias. Basá ndome en mi escaso sentido de la orientació n me dirijo hacia uno de los pasillos observando las puertas. Estoy intentando recordar cuá l es de todas ellas. Son todas iguales. No puedo pasar toda la tarde abriendo todas las puertas   hasta que encuentro la que quiero.   Resoplo     rindié ndome  y retrocediendo, me doy cuenta que estoy perdida. Deambulo por los pasillos hasta que me detengo al ver a uno de los hombres de Alex saliendo a mi paso. Trago saliva fuertemente esperando a que se acerque.

—No deberí a estar en este ala. —Advierte frí amente.


—Buscaba la biblioteca.

El chico con ojos avellana me observa curioso levantando una ceja. Piensa un instante.



  

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