Хелпикс

Главная

Контакты

Случайная статья





DISPUESTO A TODO 7 страница



—No pasa nada, es solo que... deberí as bajar un poco el ritmo…

Nos miramos a los ojos ardientes de deseo. Lo retoma con un ritmo lento, como al inicio, pero esto tampoco me gusta. No quiero que sea tan lento, pero tampoco muy rá pido. Suspiro fuertemente clavando las uñ as sobre su espalda.

—No tan despacio...

Sus movimientos se vuelven má s decididos, má s profundos.

—¿ Así? —Pregunta.

Asiento empujando hacia é l las caderas, deseosa de tenerlo completamente dentro. Por mucho que sienta dolor, el placer aumenta cada vez má s. Disfruto el momento mientras observo sus ojos abrirse de par en par, las pupilas dilatadas me observan fijamente. Está intentando con todas sus fuerzas reprimir su instinto animal.

A cada empujó n gimo fuera de control. Movimientos cada vez má s decididos que no me dejan escapatoria, me estoy perdiendo en un lugar lejano. Estoy a


punto de llegar al clí max, no consigo resistir mucho má s. No sé si es demasiado pronto o demasiado tarde, pero quiero má s, ahora.

—Alex, má s rá pido... Yo...

Las palabras se ahogan mientras me aferro a é l. Sus movimientos se vuelven má s salvajes llevá ndome a otra dimensió n. Dejo caer la cabeza hacia atrá s mientras tiemblo. Mi corazó n late con fuerza, como si quisiera salir de mi cuerpo. Otra vez esa sensació n acercá ndose cada vez má s. Cierro los ojos dejá ndome llevar y grito su nombre. No se detiene mientras mi cuerpo se estremece. Continú a má s y má s sin cesar. Má s empujones y luego sale rá pidamente apoyando su miembro sobre mi vientre. Un lí quido cá lido sale mientras el miembro roza mi piel. Abro los ojos para observarlo mientras sus mú sculos se contraen, respira a duras penas con una mirada salvaje. Es malditamente hermoso.

No me arrepiento de haberlo hecho, ha merecido la pena. Se apoya a mi lado y me observa.

—¿ Está s bien? —Pregunta.

No respondo, lo observo y ya está. Sonrí e mientras acaricia mi rostro con dulzura.

—Eres preciosa.

Acerco mi rostro al suyo, acaricio sus labios y al final lo beso. Se deja llevar en ese beso con la misma necesidad que yo.

—Vamos, tenemos que ducharnos. —Ordena con seriedad. Lo miro sorprendida por este cambio repentino. Estoy confundida, hasta hace un momento sonreí a, ahora está serio.

—¿ Qué pasa?

No estoy segura de que haya sido una buena jugada. Tal vez era mejor ignorarlo.

Frunce el ceñ o y me mira como si fuera un aliení gena.

—¿ Qué pasa de qué? —Responde preguntando.

¿ Va en serio? Lo examino con atenció n. Es muy extrañ o, eso seguro.

—De repente sonrí es, y al minuto siguiente, te vuelves frí o. Arruga la frente y me mira fijamente. Inquietante.

—¿ Por qué te montas todas estas pelí culas? No he hecho nada; es má s, he intentado ser delicado, atento, ¿ y al final me dices que me he puesto serio?

Ahora sí que estoy desorientada. Me parecí a serio, de eso estoy segura. Tal vez solo me estaba tomando el pelo.

—Has dado ó rdenes muy seriamente. —Digo mirá ndolo desafiante.


Veamos si niega la evidencia.

—La costumbre. —Responde levantando los hombros.

¿ Eso es todo? Suspiro y niego con la cabeza.

Mejor ir a ducharse. No conseguiremos empezar nunca de cero. Intento levantarme, pero me tira sobre la cama.

—¿ Dó nde vas, Crystal? Aquí está, otra vez serio.

—Decí dete. Prima me dices que tenemos que ducharnos, ahora me retienes. — Respondo molesta.

Se detiene con la mirada en los labios, se muerde la parte inferior.

— Si bien no acepte tus modos, me vuelves loco.

Lo miro pasmada. Se levanta, me agarra la mano y me arrastra con dulzura hacia el bañ o. Cuando entramos en la ducha abre el agua asegurá ndose de que no esté demasiado caliente. Desliza la esponja jabonada por mi espalda suavemente, me pongo en tensió n, pero dejo que actú e. Ahora que el momento de euforia ha pasado el sentimiento de culpa aparece progresivamente. Apoyo las manos sobre los frí os azulejos y suspiro.

—Te arrepientes. —Afirma como si me hubiera leí do el pensamiento.

En parte es así, ambos sabemos que todo esto es enfermizo. Me vuelvo hacia é l, me acaricia el rostro.

—Qué date conmigo… —Suplica. Tal vez es solo una impresió n mí a.

—Estoy aquí.

El agua resbala por nuestra piel y a partir de ese momento el silencio nos envuelve. Ninguna palabra, solo gestos que valen má s de mil palabras.

Despué s de habernos duchado juntos, y haber lavado mi cuerpo reservá ndome todas las atenciones posibles, volvemos a la habitació n.

Me paralizo en el umbral de la puerta con la mirada de terror. La cama desecha, las sá banas arrugadas y luego… una mancha roja en el centro de la cama. Sé lo que es, al verla es como si solamente ahora mismo me diera cuenta de todo. He hecho el amor por primera vez con la persona má s equivocada del planeta. Lo miro, está de espaldas mientras se pone una camiseta blanca y me entra el pá nico. Por alguna extrañ a razó n no quiero que lo vea. Me acerco y tiro de la sá bana hacia mí, solo puedo tomá rmela conmigo misma por haber cedido. Debí a resistir, y no he sido capaz. Desde que lo conozco me he confundido en una contradicció n constante, me doy cuenta. Todo es culpa suya, me desconcierta.


—¿ Qué está s haciendo? —Pregunta volvié ndose repentinamente.

Nos observamos mientras apelotono las sá banas y finjo que no pasa nada.

—Cambio las sá banas. —Digo esforzá ndome por sonreí r.

Me estudia con sospecha mientras se acerca e intenta quitá rmelas de la mano. Las agarro con todas mis fuerzas.

—Dé jalas. —Ordena severamente.

No lo hago, respondo agarrá ndolas con fuerza.

—He-dicho-que-las-dejes —Gruñ e.

Tengo miedo. No quiero dejarlas. Lo verá, me avergü enzo. No deberí a importarme despué s de lo que hemos hecho, pero esto es demasiado. Lo encuentro algo muy personal. Es algo solo mí o.

—No, por favor… —Suplico mientras tira con fuerza. El tejido resbala y yo me muero de la vergü enza.

—¿ Se puede saber qué te pasa? —Vocea molesto.

No lo entenderí a. Podrí a encontrarlo estú pido. Miro las sá banas aterrorizada. No las abras, por favor. Coge las sá banas y las lanza a la cama con rabia. Retrocedo hasta la pared y me apoyo mientras me mira con frialdad.

—¡ Cuando hago una pregunta pretendo una respuesta! —Se acerca intimidante. No tengo el valor de mirarlo, agacho la cabeza. ¿ Có mo puedo explicarle lo que siento? Me he dejado llevar, pero esto no cambia nada. Quiero escapar, necesito su confianza para conseguirlo.

Estoy corriendo el peligro de arruinar todo. Debo encontrar una solució n deprisa.

—Nada.

Me levanta el mentó n y con esos ojos azules me mira atentamente.

—¿ Por qué has quitado las sá banas? —Esta vez su voz está má s calmada. Y eso me tranquiliza.

No respondo a su pregunta, no tengo coraje. Se acerca a la cama y arrastra la sá bana. En un ataque de pá nico me agarro a su brazo e intento detenerlo.

—¡ No, te ruego! —Grito.

Ya es demasiado tarde. La mancha roja está a la vista. Retiro el brazo mirando fijamente tal aparició n.

Alex posa las sá banas, se vuelve y me agarra por los brazos.

—Sié ntate. —Dice con ternura.

Me siento en el borde de la cama llevando las manos entre las piernas y lo observo mientras se arrodilla ante mí.

—No soy muy bueno con algunos temas, pero lo intentaré. —Suspira


acariciando mis piernas con las manos.

—Lo que hemos hecho es algo ú nico. Soy el primero y el ú ltimo, eres la ú nica con quien quiero estar y… no debes sentirte así. Esa mancha es solo la prueba de lo que ya sabemos.

Es precisamente este el problema. Me besa las manos y se levanta. Coge otro par de sá banas y las apoya en la cama.

—¿ Me echas una mano? —Pregunta sonrié ndome.

Está intentando relajar la atmó sfera y darme a entender lo perspicaz que es. Me observa mientras se acerca y lo ayudo. Permanecemos en silencio, pero su mirada quema mi piel. Nos volvemos a meter en la cama, alarga los brazos, señ al que debo acercarme. Lo hago, dejo que me abrace, apoyo la cabeza en su pecho y escucho el latido de su corazó n.

—¿ Está s mejor? —Pregunta jugueteando con mis mechones.

—¿ Está s arrepentida?

Levanto la cabeza de sopetó n hacia é l. Sí, me arrepiento.

—No me arrepiento. Estoy bien —Miento.

No tendrí a que haber dejado que ocurriera, y sin embargo, lo he hecho. Ya es demasiado tarde para dar marcha atrá s. Tengo que ser convincente ahora má s que nunca.


 


CAPÍ TULO 8

♠ ♠ ♠

 

 

Despierta en la cama escucho el bullicio proveniente del exterior. Detecto movimiento, el ruido de un furgó n que frena y los guardias que hablan. Sucede a las diez en punto una vez a la semana. La verja está abierta durante treinta minutos, en ese tiempo los guardias está n ocupados descargando el furgó n. Podrí a ser el ú nico momento para escapar. Llevo aquí casi un mes, pero me parece una eternidad. Sobra decir que he debido aceptar la situació n, o al menos eso es lo que cree é l. Convencido de que entre nosotros las cosas van bien, me ha permitido moverme libremente dentro del castillo.

Hoy tengo intenció n de ir má s lejos esperando que no sospeche. Lo que sucedió ayer por la noche se me ha quedado bien grabado en la mente. Fue intenso, por momentos temí a que me hiciera dañ o. Tení a razó n cuando decí a que no era un tipo delicado, lo he visto de primera mano por primera vez. Me levanto dolorida mientras miro a mi alrededor. Á nimo, debo salir de aquí. Continuaré interpretando mi papel. Cojo su camisa segura de que le gustará. Todaví a huele a é l. Cre que se habrá marchado, de lo contrario estarí a aquí a mi lado, como hace a menudo. Salgo de la habitació n dirigié ndome a la cocina, pero me paralizo en el acto cuando veo a Alex y a sus hermanos sentados en la mesa. Mierda, está todaví a en casa.

—Buenos dí as. —Digo permaneciendo donde me encuentro.

¿ Qué hago? Podrí a quedarme en la habitació n y esperar a que se marchen. Alex levanta la mirada examinando mi vestimenta, la mandí bula se contrae, señ al de que no le ha gustado. No sabí a que estuvieran sus hermanos. Hace un gesto para que me acerque. Con un nudo en la garganta me acerco con cautela a la silla vací a junto a é l, algo que tampoco parece agradarlo. Me toma la mano tirá ndome hacia é l para hacerme sentar sobre sus piernas. No hay cortesí a ninguna en su gesto.

—Mi camisa te queda bien, pero no quiero que ninguno te vea vestida así. — Comenta serio.

Tengo que hacer algo al respecto, ahora. Me agarro al cuello apoyando la cabeza en su hombro. Mejor cambiar de tema antes de que la situació n empeore.

—¿ No trabajas hoy? —Pregunto sin apartar la mirada. Nos observamos y sé que se ha percatado de mi estrategia, es astuto.


—Ojalá. Tienen que llegar todaví a los libros de contabilidad, preveo un dí a muy largo… —Mumura.

No puedo evitar notar que la atenció n de sus hermanos se dirige hacia nosotros, lo cual me incomoda.

—¿ Por qué nos miran de ese manera? —Pregunto en voz baja.

—Creo por có mo vas vestida y porque estoy hablando de trabajo contigo. — Responde mientras dirige una mirada desafiante hacia ellos.

Ivan niega con la cabeza y despué s mira el telé fono. Qué vergü enza.

—¿ Puedo ir a pasear por el jardí n? —Pregunto dando un mordisco a la galleta. Te ruego, dime que sí. Quiero dar una vuelta de reconocimiento. Piensa un instante, mira a los hermanos, suspira.

—De acuerdo, pero ten cuidado.

No me lo puedo creer, lo he conseguido. Otro pequeñ o paso que me acerca a la fuga definitiva.

—Gracias.

Lo beso en la mejilla, frunce el ceñ o contrariado. Es un gesto que no le gusta, así que me acerco y lo beso en los labios. Me permite hacerlo, le gusta que tome la iniciativa, para é l es una demostració n de amor.

Los chicos ya se han marchado hace un rato. He planeado todo, me he puesto un chá ndal có modo y ahora voy en misió n. Miro el largo camino que lleva a la verja, está bastante lejano. Creo que a unos doscientos metros. Tengo que encontrar la manera de llegar a ella sin que nadie me vea. Quizá debiera ir hacia el laberinto, no quiero que nadie sospeche. Estoy a punto de girar a la derecha cuando una bandera junto al coche de Alex llama mi atenció n. Me pregunto qué hará ahí …

En realidad no parece exactamente una bandera… parece má s una… ¡ Dios mí o!, ¿ qué diantres significa todo esto?, ¿ Por qué la sá bana con la mancha de sangre está colgada como una bandera? Permanezco conmocionada vié ndolo.

¿ Có mo demonios ha hecho algo así? No puede ser tan cruel…

Nunca habrí a imaginado algo así. Ha pregonado mi virginidad, me ha humillado pú blicamente. ¿ Qué querí a demostrar con eso? Me hierve la sangre en las venas y grito histé rica.

Estoy furiosa. Es un monstruo, eso es lo que es. Al diablo el plan, al diablo todo. No me importan las consecuencias, estoy cabreada y esta vez no se sale con la suya. Fuera de mis casillas vuelvo a entrar al castillo como una furia, pero con una misió n que cumplir. Hacé rsela pagar a ese cabró n degenerado. Si no recuerdo mal, en el saló n hay un bate de beisbol colgada a la pared.


Agarro el bate y voy hacia el Ferrari. No hay nada que me pueda detener en este momento. Soplo como una gata apartando un mechó n de cabello rebelde y miro el vehí culo. Lo ama, lo tiene cuidado y ahora lo destruiré como é l ha hecho conmigo. Veamos… puedo comenzar por los faros. Aprieto las manos con fuerza alrededor del bate y con toda mi fuerza golpeo contra los faros. No estoy todaví a satisfecha, lo puedo hacer mejor. Pasemos al parabrisas. Un golpe seco que lo parte pero no lo arranca. Pruebo nuevamente con golpes má s fuertes hasta que no se hace trizas produciendo un gran alboroto. No consigo detenerme, continú o golpeando con el bate como si todo fuera culpa de este coche.

—¿ Qué coñ o está s haciendo? —La voz de Alexander resuena llena de rabia. Me giro hacia é l fulminá ndolo con la mirada.

—Tú, cabró n de mierda, ¿ qué significa eso? —Grito indicando las sá banas con el bate.

No espero su respuesta y golpeo el capó con todas mis fuerzas.

—¡ Me has humillado pú blicamente, has hecho de mi virginidad un trofeo! — Chillo mientras sigo golpeando el coche.

Agotada me acerco a la sá bana colgada, la agarro posicioná ndola en el asiento del conductor. Se está conteniendo, pero su mirada asesina lo dice todo. Peligro.

—¡ Me has secuestrado, me has quitado todo y al final me ha destruido! — Enloquezco.

No lo miro, me dirijo hacia el laberinto con paso firme. Juro que lo pagará todo. Jadeando miro a mi alrededor, pero me estremezco cuando escucho gritar mi nombre. Me está buscando, debo escapar, lejos. Camino sin una meta, quien sabe si encontraré la salida. Corro con el corazó n en la boca sin saber adó nde estoy andando hasta que no me cojan bruscamente y me lleven a rastras.

—¡ Te he pillado! —Grita agarrá ndome con fuerza.

Grito del susto e intento librarme, pero su agarre se vuelve má s tenaz. Doy patadas, me muevo, pero todo parece inú til.

—¡ Dé jame!

—¡ Olví dalo! —Gruñ e.

Me riendo, estoy demasiado cansada para combatir. No puedo hacer nada para cambiar la situació n, é l es má s fuerte.

—Dime, niñ ata, ¿ qué deberí a hacerte despué s de tu espectá culo?

Me vuelvo hacia é l y permanezco petrificada. Su pregunta me da escalofrí os.


Lo miro aterrorizada, tiene una mirada malvada. Aú n así, encuentro el valor de hablar.

—¡ Me has humillado pú blicamente! —Digo con voz temblorosa entre sus brazos.

—No es verdad. —Responde con seriedad mientras endurece el agarre.

—Ya te habí a avisado. No debí as exagerar. Es hora de mostrarte lo verdaderas que eran mis palabras. —Termina y me arrastra hacia el castillo.

Tengo miedo y no tengo idea de lo que me hará. No es la persona que he conocido hasta ahora. Pasamos delante de la entrada del castillo con las miradas de todos puestas en nosotros. Parecen preocupados, conscientes de lo que es capaz de hacer. Entramos por una puerta lateral, bajamos las escaleras. Está oscuro, sucio y es terriblemente espeluznante.

—Te quedará s aquí dentro hasta que no me pidas disculpas. —Dice abriendo una celda.

¿ Me está encerrando en una celda?, ¿ es capaz realmente de cometer una crueldad así? Miro a mi alrededor aterrada. No lo estará haciendo en serio, querrá solo que aprenda la lecció n.

—Por favor, no me dejes aquí … —Suplico.

Tengo miedo de la oscuridad, pero é l no lo sabe. Se acerca a los barrotes mirá ndome imperturbable.

—Pí deme perdó n y te libero.

Quiere dominarme, pero no tengo intenció n de dejarme. Solo es un hombre despreciable, sin corazó n.

—¡ Prefiero morir antes! —Digo dá ndole las espaldas.

No me rebajaré, no soy yo quien tiene que pedir excusa. Cierra con llave y se marcha dejá ndome sola en un sitio horrible. Una persona que te ama nunca lo harí a, este es el motivo por el que estoy convencida de que soy un capricho momentá neo para é l. ¿ Piensa obtener mis disculpas de esta manera? Se equivoca de lo lindo. Prefiero estar aquí que pedirle perdó n despué s de lo que ha hecho.


 


CAPÍ TULO 9

♠ ♠ ♠

 

 

Ya han pasado tres dí as desde que me encerró en esta celda. No duermo y me he negado a comer lo que Alex ha pedido que traigan. Ningú n rastro de é l. Ha incluso mandado a Sahara para intentar convencerme. Le he repetido lo mismo que dije a Liam anoche, prefiero morir y no pedirle perdó n. No me rindo, estoy agotada, no quiero ceder. Siento frí o, tengo hambre y estoy extenuado, sin fuerzas.

—¡ Hola, preciosa!

Una voz masculina, la reconozco.

—Hola, Ivan. ¿ Te toca a ti convencerme hoy? Mi voz está rota, no alzo siquiera la mirada.

—Deberí as comer, hace tres dí as que no lo haces… —Intenta hacerme entrar en razó n.

Se acerca con la bandeja despué s de haber abierto la celda para sentarse junto a mí.

—No tengo hambre… —Miento.

Estoy muriendo de hambre. Llevo las piernas al pecho y las rodeo con los brazos.

—Eres un hueso duro de roer. No obstante, no es bueno que lo desafí es así. — Comenta resoplando. Está de su lado, le dará siempre la razó n.

—Puedes llevá rtelo, no lo quiero. Da recuerdos a tu hermano y dile que aquí debajo se está genial sin ver su cara. —Digo molesta. No responde, niega con la cabeza y sale con la bandeja en la mano.

Despué s de diez minutos llega Alex. Tiene la bandeja entre las manos y un aspecto intimidante.

—Có mete lo que te mando. —Grita.

No le hago caso, apoyo la frente en mis rodillas y cierro los ojos. No quiero hablar con é l, nunca má s.

—¡ Hablo contigo! —Enloquece acercá ndose a los barrotes de hierro. No alzo la mirada, sigo ignorá ndolo. Se está desquiciando, odia que no lo escuchen. Escucho la cerradura, sus pasos se acercan cada vez má s. Su mano levanta mi mentó n obligá ndome a mirarlo. Lo miro sin expresió n ninguna, no se merece ninguna de mis emociones. En sus ojos leo desesperació n y arrepentimiento. Eso es, mira lo que me está s haciendo. Me da vueltas la cabeza. No me siento


muy bien.

—Está s pá lida, tienes que comer. —Su tono se ha tranquilizado. Niego con la cabeza firmemente empujando su mano.

—¿ Por qué no te rindes?, ¿ por qué no me pides disculpas y acabamos con todo esto?

—No mereces mis disculpas. Me has secuestrado, me has obligado a aceptar una vida que no he elegido. Te he dado todo de mí y tú me has humillado. Nunca te pediré perdó n por haber destruido un trozo de hierro que puedes volver a comprarte cuando quieras. —Hablo a duras penas.

Las lá grimas descienden, no consigo controlarme. Querrí a que todo esto acabara, quisiera retomar mi vida.

Arroja la bandera contra el muro murmurando algo incomprensible. Camina de un lado a otro pasá ndose frené ticamente la mano por la nuca.

—Increí ble, dirijo un imperio, me respetan, todos me temen y tú nada. ¡ Dime por qué no consigo someterte! —Comenta cargado de rabia.

—No soy un animal domé stico, soy una persona…

—Cá llate, Crystal. No me respondas así, ¿ has entendido?

Su mano agarra fuertemente mi brazo, me hace dañ o. No me detendrá, nunca tendré miedo de é l.

El gran jefe se ha ofendido por una muchacha. No me importa.

—No me callo. ¡ Hablo cuando quiero! —Gruñ o.

Endurece cada vez má s su agarre. Aunque hace dañ o, no me doblegaré a su voluntad. No es nadie para obligarme a hacer algo que no quiero.

—Tal vez deberí a enseñ arte lo que sucede a los que me desobedecen. Tú eres mí a y hará s lo que yo quiera.

Nos miramos y me percato de que ninguno de los dos quiere ceder. Animales salvajes en la misma jaula.

—¡ No soy de tu propiedad! —Intento liberarme, pero es imposible.

—¿ Quieres permanecer aquí dentro el resto de tu vida? No eres nada inteligente. Te puedo dar de todo, solo tienes que obedecerme.

Apoya las manos a los lados de mi cuerpo llevando el rostro a mi altura.

—¡ Prefiero morir que pedirte perdó n! —Respondo seria.

Pasan algunos minutos mientras nos miramos fijamente, ninguno parece querer ceder. Debo reconocerlo, me esperaba algo peor.

—Má rchate, Alexander, está s perdiendo tu tiempo conmigo. —Susurro rompiendo el silencio que se habí a creado.

Me tiembla el labio, comienzo a sudar. No me siento bien, algo no funciona.


Se me nubla la vista, siento los brazos pesados. Y ademá s no escucho nada. Todo se vuelve oscuro. Una mano acaricia mi rostro dulcemente despertá ndome. Abro los ojos y me encuentro ante la raí z de todo este problema: Alex.

—Se acabó. Vamos a casa. —Susurra cogié ndome en brazos. Estoy cansado para rebelarme. Dejo que me lleve sin decir nada. Extrañ amente me hace sentir bien y mal al mismo tiempo. Infierno y paraí so. Cierro los ojos apoyando una mano sobre su tó rax, consigo sentir el latido de su corazó n. Un latido fuerte, como é l. No sé dó nde estoy, si es de dí a o de noche. He perdido la noció n del tiempo.

Reabro los ojos cuando siento mi cuerpo apoyarse en algo suave. Miro la figura que desaparece, pero despué s vuelve a la habitació n con la mirada puesta en mí, parece cansado.

—Te he preparado la bañ era. Ahora te llevo al bañ o y despué s comes algo. — Explica con calma.

No respondo. Lo observo mientas se acerca y me coge nuevamente en brazos. Cuando llegamos al bañ o dejo que me quite el vestido mugriento sin protestar. Necesito urgentemente un bañ o, me siento sucia y no creo que sea el momento de contradecirlo. Tal vez mañ ana…

El agua tiene una temperatura perfecta. Me invade el perfume de lavanda, es muy agradable. Sus manos deslizan por mis hombros una esponja enjabonada. Primero me encierra en una celda durante dí as y ahora esto. Me está curando despué s de haberme destruido y yo se lo permito. No hablamos, sus manos continú an limpiando mi cuerpo. No resisto a la tentació n de tocar la espuma que se ha creado. Sin pensarlo dos veces cojo un poco de espuma y la coloco en la nariz de Alex. Frunce el ceñ o, sin embargo, repentinamente baja las defensas y su expresió n se relaja. No sé por qué lo he hecho, me ha salido natural. Deberí a odiarlo con todas mis fuerzas, pero no lo consigo. Reina un silencio incó modo mientras sus manos continú an jaboná ndome. Lo miro fugazmente mientras observa mi brazo. Tengo un hematoma. Aprieta la mandí bula, las venas en el cuello se vuelven evidentes. Sabe que ha sido é l. Intento cubrirlo con la mano, pero é l la aparta y sigue mirando lo que ha hecho. Pasa el pulgar sobre la mancha violá cea y despué s alza la mirada.

—Lo siento.

Apenas se siente su voz. Ya no me mira, tiene la mirada perdida y los ojos llorosos. Permanezco conmocionada vié ndolo así. Dé bil. Arrepentido. Triste. No sé lo que es mejor hacer en estos casos. Ha intentado esconder esa parte


salvaje y maligna, pero al final ha perdido el control. Sabí a desde el inicio que era un hombre peligroso, y sin embargo, nunca he tenido miedo realmente de é l.

Saco la mano del agua y muevo los dedos hacia é l salpicá ndolo.

Qué comportamiento tan extrañ o… no me reconozco. ¿ Por qué estoy intentando llamar su atenció n?

Gano tiempo cuando deberí a salir pitando. Está tan sorprendido como yo. Me mira y se muerde el labio. Mierda. Es tremendamente sensual.

—¡ Si no paras, entro! —Murmura mientras me lava.

—¿ Y quié n te lo impide? —Respondo de sopetó n.

Me arrepiento inmediatamente de mis palabras, pero ya es demasiado tarde. Me mira durante un instante y despué s se desnuda metié ndose en la bañ era conmigo. No tení a dudas de que se aprovecharí a. Se sienta en frente, nos miramos y todo es muy extrañ o. Nuestros ojos coquetean. Nuestros cuerpos se rozan, pero tal vez me lo estoy imaginando todo. Recojo las piernas dejá ndole má s espacio, pero una mirada desconcertada y dos poderosas manos me hacen volver donde estaba. Toco la espuma con los dedos interrumpiendo ese extrañ o intercambio de miradas. Estoy ardiendo. Quisiera tocarlo, sentirlo. No consigo pensar en otra cosa que no sea é l. El resto parece haber pasado a un segundo plano.

—Quisiera estar en tu cabeza y saber lo que piensas.

Inclina la cabeza y me examina. Pienso en ti. No puedo decí rtelo, serí a mi fin. No lo miro, no tengo el valor. Las mejillas arden, estoy desorientada, avergonzada. Apoyo los brazo a los lados de la bañ era y echo hacia atrá s la cabeza. Ya no sé lo que está bien o lo que está mal. No consigo entrar en razó n, é l me confunde.

Se acerca y en un solo movimiento rodea mis piernas a su cintura. Siento su miembro palpitar junto a mis pé talo hú medos. Sorprendida me estremezco y lo observo. Peligro.

—Lo siento… —Susurra suspirando.



  

© helpiks.su При использовании или копировании материалов прямая ссылка на сайт обязательна.