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DISPUESTO A TODO 9 страница



—Vamos, la acompañ o. —Exclama impasible.

Lo sigo en silencio mientras atravesamos otro pasillo para luego girar en diversas ocasiones.

—Es fá cil perderse aquí dentro, pero cuando memorizas los pasillos todo se vuelve má s fá cil. —Comenta percatá ndose de lo perdida que estoy.

—Tengo una memoria de pez.

Ante mi respuesta, el hombre que hasta ahora se habí a mostrado siempre serio, se deja llevar en una sonora carcajada. Oh, mira por dó nde, sabe reí rse. Parecen todos robots, carentes de sentimientos, pero por lo que parece me equivoco. Me pregunto si la causa de toda esta frialdad es Alex. Nos miramos durante un instante hasta que una robusta figura frente a nosotros llama nuestra atenció n. Mandí bula contraí da, puñ os cerrados y aspecto amenazante: Alexander. No me mira, dirige toda la atenció n hacia el guardia. Se acerca furioso agarrando al hombre por la chaqueta y en un gesto atroz lo golpe plenamente en el rostro.

—Tengo la impresió n de que has olvidado las reglas. ¡ Deja que te refresque la memoria! —Vocea mientras el hombre no se rebela.

¿ Por qué no reacciona?

Permanezco conmocionada por lo que acabo de ver. Retrocedo un paso aterrorizada. Es un hombre despiadado, capaz de cometer cualquier atrocidad. Lo golpea con violencia, decisió n.

—¡ Tú! —Grita dirigié ndose hacia mí con maldad.

—Ve a la habitació n. —Ordena.

Nos miramos y al final decido que es mejor marcharse. La situació n ha empeorado de golpe, tengo miedo de que todo se vaya al traste. Suspiro y me marcho sin mirarlo. No tiene el mí nimo respeto por nadie, cree que puede mandar a todos. Es un hombre cruel, tiene ataques de ira sin motivo. Me da asco. Una vez en la habitació n me tiro en la cama y pienso en que dentro de un poco llegará. Estará furioso quié n sabe por qué motivo.

La puerta se abre inesperadamente y entra ese cabró n. Lo miro de reojo y le doy la espalda. Ahí vamos.

—Explí came por qué motivo tienes que reí rte con uno de mis hombres. ¿ Qué cojones hay entre vosotros dos, eh? —Grita. No se mueve de dó nde está.

—Creo que sufres de maní a persecutoria. Ves el mal por todas partes. —


Murmuro tranquila mientras aprieto el cojí n. Tal vez deberí a haberme mordido la lengua, no he resistido.

Golpea la puerta violentamente, siento sus pasos cada vez má s cerca y el corazó n comienza a latir desbocado. Me agarra obligá ndome a girarme. Ojos oscuros, mirada malvada, tiemblo. Tengo miedo por primera vez, é l me infunde terror.

—No me tomes el pelo. He visto có mo lo mirabas. —Grita y me da un bofetó n. Lo sabí a, me quiere hacer dañ o. Exactamente como a ese monstruo. Acaricio la mejilla que me quema y lo miro con odio. No aguanto má s.

—¡ Eres un monstruo! —Digo.

Lo miro a los ojos y doy rienda suelta a mis pensamientos.

—Lo ú nico que conoces es la violencia. No te importa nada de nadie, no sabes lo que significa amar. —Tomo una pausa recuperar la respiració n y las palabras salen atropelladamente. —Los enemigos te los buscas solo y las consecuencias las paga quien decide entrar en tu vida. —Concluyo con rabia. Lo odio má s que nunca.

Se levanta de sopetó n, incré dulo, no se esperaba mis palabras. Me mira mientras retrocede, pero no responde. Sale dando un portazo y yo respiro aliviada. Si no escapo lo antes posible, esto acabará mal. Es una bomba de relojerí a, podrí a explotar de un momento a otro. Escapar es la ú nica alternativa que me quedaba. En todo este tiempo no me ha facilitado un telé fono, no he podido mirar la televisió n, nada, estoy fuera del mundo, encerrada quié n sabe en qué parte de Rusia.


 


CAPÍ TULO 12

♠ ♠ ♠

 

 

Observo có mo aparentemente todo parece perfecto. Desayunan dispuestos alrededor de la mesa, entre conversaciones y carcajadas. Qué pena que sea solo una ilusió n. Son dementes. Alex afirma quererme, pero se comporta como el hombre sin corazó n que es. Un hombre que te quiere no se comportarí a en ese modo, nunca te pondrí a las manos encima. Por mucho que sienta algo muy fuerte por é l, no me dejaré engañ ar. Sigo desayunando en silencio. No he hablado mucho en estos dí as. He observado, escuchado y razonado. Por su parte, no ha sido de muchas palabras, como si quisiera distanciarse. No me mira, no me sonrí e. Se comporta como si yo no existiera. Qué coraje, encima cree que tiene derecho a adoptar una actitud similar.

—Nos vemos a la hora de comer. —Declara levantá ndose.

Se coloca la chaqueta con la mirada puesta en mí confiando en que diga alguna palabra. Intento permanecer tranquila, no debo ceder ahora. Esbozo media sonrisa asintiendo mientras se aleja para detenerse en el umbral de la puerta.

—Crystal, esta noche tenemos que hablar.

No sucederá. Esta noche estaré muy lejos de ti. Al menos eso espero. Despué s de lo que sucedió la semana pasada, todo ha cambiado. No me ha pedido disculpas por el bofetó n, no me ha preguntado có mo estoy, no ha hecho nada en absoluto. Decir que estoy enfadada es decir poco. No he hecho otra cosa estos dí as que pensar en mi plan de fuga, en el dí a en que seré libre. No consigo estar junto a un hombre tan cruel. Má s avanza esta historia, má s aspectos descubro de é l que no me gustan en absoluto.

Miro por la ventana estudiando la situació n. Observo cada mí nimo detalle, los guardias esperan la llegada del furgó n. Tengo que actuar velozmente. Desde hace meses controlo los horarios y cada movimiento. No puedo dejarlo para má s adelante. Ahora o nunca. Me pongo rá pidamente el chá ndal y las zapatillas deportivas para estar má s có moda, pero sobre todo porque tienen que creer que estoy realizando mi habitual entrenamiento mañ anero, costumbre que no he descuidado esta semana. Estoy nerviosa y preocupada, espero que todo vaya bien. Salgo del castillo comportá ndome normalmente para no levantar sospechas. Doy la vuelta habitual, pero esta vez me detengo detrá s del arbusto que cubre uno de los rincones esperando a que llegue el furgó n.

Despué s de algunos minutos de espera, aquí llega mi posibilidad de fuga. En


este momento el vehí culo deberí a acercarse a la entrada secundaria que lleva derecho al almacé n. Parece que todo procede como de costumbre. Los guardias, junto con el conductor, comienzan a descargar, movié ndose de un lado a otro ininterrumpidamente. Tengo que aprovechar la ocasió n para colocarme en la parte de atrá s. Lo má s importante: no me deben pillar. Dudo un instante entrando en pá nico, repentinamente tengo miedo. Intento reponerme respirando profundamente, pero la idea de que Alex me descubra me pone los pelos de punta. Me matarí a. Debo prestar mucha atenció n. Los guardias entran en el almacé n y es en ese instante decido actuar. Corro rá pidamente dentro y me escondo al fondo, detrá s de un arcó n. ¡ Por favor que vaya todo bien! Lo que má s deseo es marcharme de aquí. El corazó n late a mil por hora, me tiemblan las manos, estoy demasiado nerviosa. Comienzo a jadear porque los portones no se cierran. Apoyo las manos en el pecho e intento calmarme. ¡ Dios mí o!, ¡ ya está, nadie se ha dado cuenta de nada! por fin me marcho de este maldito lugar, para siempre. Me entran ganas de llorar, pero no es el momento, debo contener las lá grimas. El furgó n se mueve y es entonces cuando respiro aliviada. Mi mente piensa en mi padre, estoy deseando abrazarlo. Me pregunto lo preocupado que estará, me estará buscando. Antes de todo debo resolver otro gran problema: como salir de Rusia. No es ninguna nimiedad. No tengo documentos, no tengo dinero. Lo primero que tengo que hacer es conseguir llamar a la embajada. Diré lo que me ha sucedido y donde estoy, seguramente se apresurará n para venir a buscarme.

Encontraré un modo para salir del paí s sana y salva. Me encojo en la esquina del furgó n con la mirada perdida. Mi mente viaja por doquier y extrañ amente entre todos estos pensamientos hay uno que siempre se repite: Alexander.

Abro los ojos encontrá ndome ante un muchacho. Maldició n, me he dormido. Mal rayo me parta. ¿ Có mo he podido dormirme en un momento similar?, ¡ eres una estú pida! Me mira con curiosidad. Estoy muriendo de miedo.

—¿ Y tú dó nde has salido? —Pregunta estudiá ndome. Todaví a somnolienta intento discernir su figura. Es el repartidor. No, esto no estaba previsto; debo encontrar una solució n, e inmediatamente.

—Perdona, necesitaba que me acercaras. ¿ Tienes un telé fono? Es para llamar a casa. —Digo amablemente. Al principio el chico duda y extrae el telé fono del bolsillo del pantaló n. Me acerco para cogerlo, pero retira la mano.

—Te daré el telé fono si me dices por qué te has escondido aquí dentro.

¿ Y ahora qué hago? Tengo que inventarme algo, no puedo decir que me he escapado.


—Te lo he dicho. Necesitaba que me acercaran.

—No me tomes el pelo, yo ya te he visto má s veces. Si no me equivoco en el castillo de los Volkov. Por lo tanto, si quieres mi ayuda, dime la verdad. Puedo ayudarte, cré eme.

Apoya las manos en las caderas golpeteando el zapato contra el suelo. Tengo un nudo en la garganta. É l me ha reconocido. ¿ Có mo diantres he hecho para que me viera? Cada vez que vení a yo… ¡ Oh no! Me ha visto el dí a que habí a salido del castillo. Es inú til seguir mintiendo. Si quieres avisar a Alex, lo hará en cualquier caso. Tengo que arriesgar el todo por el todo, no tengo má s posibilidades.

—Alexander Volkov me ha secuestrado y estoy intentando escapar. —Confieso agachando la cabeza.

—¿ Te das cuenta de lo que está s diciendo? —Pregunta alarmado mirando a su alrededor. Está nervioso. Tiene miedo igual que yo. Sí, yo tambié n sé de quié n hablamos.

—Escucha, si no me quieres ayudar no pasa nada. —Digo levantá ndome para marcharme. Mejor así, podrí a cambiar de idea y llevarme donde Alex, tal vez a cambio de una recompensa. A estas alturas todo es posible. Considerando donde he estado en estos dos meses, mejor no excluir ninguna hipó tesis.

—Espera… Te ayudaré. Pero necesitamos actuar inteligentemente. Si el señ or Volkov descubre que te he ayudado soy hombre muerto. —Advierte.

El miedo se siente en sus ojos. Es comprensible, tiene toda la razó n.

—Vamos a mi apartamento, así puedes comer algo y entretanto iré a comprar una tarjeta de prepago. Hará s tu llamada y te marchará s lo antes posible.

Me paralizo sin saber qué hacer. Parece ser que la ú nica elecció n por el momento es confiar en é l, aunque no lo conozco.

—De acuerdo. —Digo bajando del furgó n.

Cuando llegamos a su pequeñ o apartamento, me da un plato caliente y una manta para calentarme. Se ha presentado como Boris, ha dicho que trabaja para la familia Volkov desde tres hace añ os. Por lo que he visto todos tienen miedo de ellos.

Me siento en el sofá esperando su regreso. Estoy realmente feliz. Estoy deseando hablar con mi padre. Le contaré todo lo que ha pasado. Y espero con todo mi corazó n que la historia con Alexander Volkov se esfume para siempre. No sé lo que sucederá cuando llegue a Españ a. Por el momento no quiero pensar en las consecuencias, quiero solo alejarme de é l cuanto antes.


 

ALEXANDER

—¿ Dó nde diablos se ha metido? —Grito fulminando con la mirada a todos mis hombres. Estoy enloqueciendo. Hace má s de tres horas que no hay rastro de Crystal.

Cuando la encuentre juro que le echaré un buen sermó n, me está volviendo loco. Tal vez está enfadada y es normal. Mi gesto es imperdonable, no fui capaz de controlarme. Cuando se trata de ella, pierdo la cabeza, no atiendo a razones.

—Señ or, hemos buscado por todo el castillo, pero no está. —Responde uno de mis hombros agachando la cabeza.

No es posible, no puede haberse desvanecido en la nada. Intento aparentemente mantener la calma, pero por dentro me estoy consumiendo. Tengo miedo de que alguien pueda hacerle dañ o. Me acerco tirá ndolo de la corbata.

—Encué ntrala si no quieres morir. —Gruñ o a pocos centí metros de su rostro. El hombre se aleja apresuradamente llevá ndose consigo a la cuadrilla. Tienen que encontrarla. Aflojo el nudo de la corbata, me falta el aire.

—Deberí as tranquilizarte, hermano, no está s dando un buen ejemplo ú ltimamente… —Me reprocha Ivan.

Sentado en el despacho, mientras controla algunos presupuestos, alza la mirada hacia mí. Su tranquilidad me pone de los nervios. Tiene que dar gracias que es sangre de mi sangre.

—¿ Tranquilizarme?, ¿ mi chica ha desaparecido y me aconsejas tranquilizarme? —Grito arrojando la silla contra la pared.

¿ Dó nde está? Corro el riesgo de enloquecer si no la encuentro inmediatamente.

—Esa chica es veneno para ti. —Murmura é l sin alterarse.

Me acerco quitá ndole los folios de la mano, llamando de esta manera su má xima atenció n.

—No te vuelvas a permitir decir eso nunca má s. —Lo amenazo mientras lo fulmino con la mirada. —¡ Recuerda siempre quié n manda, Ivan! —Le aclaro las ideas por si se le ha olvidado.

Ú ltimamente todos se está n tomando demasiadas libertades y ha llegado el momento de ponerlos en su sitio. Miro por la ventana, suspiro profundamente. Mi ú nica preocupació n es saber dó nde está Crystal.


—Señ or, hay una llamada para usted. —A mis espaldas llega la voz de Jorgo, el jefe de seguridad.

Me vuelvo hacia é l sorprendido y me pasa el telé fono.

—¿ Quié n es? —Vocea nervioso.

—Señ or Volkov, soy Boris.

Una voz temblorosa llega desde la otra parte de la lí nea.

—Perdona si le molesto, solo querí a informarle que he encontrado a la señ orita Crystal en mi furgó n. —Explica.

Se me cae el alma a los pies. El latido de mi corazó n disminuye, pero retumba como nunca antes.

—¿ Có mo demonios ha acabado ahí metida, eh?, ¿ le has hecho dañ o?, ¿ quieres dinero?

Me duele la garganta de los gritos que estoy dando.

—No, señ or, ella me ha dicho que querí a escapar y yo... No lo dejo acabar y lo grito.

—Ella nunca escaparí a de mí.

Parece que me quiero convencerme a mí mismo. No me creo que lo haya hecho. Tiene que haber otra explicació n a todo esto.

—Señ or solo le refiero lo que me ha dicho.

—Dame tu direcció n. En breve estaremos allí. No la toques, no la hables, no la mires. No debes hacer nada.

El corazó n late desbocado, me tiemblan las manos. No quiero llegar a conclusiones apresuradas, pero tengo el presentimiento de que sea verdad. Ella querí a escapar. La iré a buscar y luego… Le enseñ aré quié n es realmente Alexander Volkov, lo que ella provoca en mí me ha hecho ver la realidad y esto tiene que acabar.


ERES SOLO MÍ A


 


CAPITOLO 1

♠ ♠ ♠

 

 

Por fin soy libre. Enseguida podré llamar a mi padre y retomar mi vida. Sueñ o con esto desde hace mucho tiempo, me parce increí ble que esté a punto de hacerse realidad. Cuando vuelva a casa iré a la policí a y lo contaré todo. Alexander Volkov tiene que pagar por todo lo que ha hecho. Si bien siento algo por é l, no soy capaz de llevar esta vida. É l nunca me respetará, pretenderá que yo haga lo que é l quiere. No puedo permitirle una cosa así. Mientras sueñ o con la vuelta a casa, la puerta se abre. Me vuelvo ilusionada y es entonces cuando me quedo de piedra. Mi corazó n ha dejado de latir. Mi peor pesadilla se encuentra ante mí. Su mirada feroz lo dice todo.

—¡ Tú! —Vocea apuntá ndome con el dedo. —Te has burlado de mí. Todas esas gilipolleces que me has hecho creer… ¡ eran mentira! —Grita dirigié ndose hacia mí. —Decí as que me querí as cuando en realidad solo pretendí as escapar.

Retrocedo asustada, me aterroriza este lado suyo. La verdad duele por lo que veo.

—Habrí as podido tener cualquier cosa. Habrí as sido una reina, mi reina… — Continú a furioso. —Pero tú no te das cuenta, ¡ eres solo una niñ ata caprichosa!

—Gruñ e asqueado acercando su rostro a un palmo del mí o. Siento su respiració n jadeante mientras nos miramos a los ojos. Aparto la mirada, fue sido su belleza la que me metió en todo este lí o. ¿ Qué sabe é l del amor, que con tal de alcanzar sus objetivos es capaz de matar?

El sonido del telé fono resuena en la habitació n. Lo saca del bolsillo y respondo resoplando.

—¿ Quié n es? —Pregunta bruscamente volvié ndose algunos segundos hacia la ventana. No tengo idea de lo que hacer y dejo que el instinto me guí e una vez má s. Corro hacia la puerta aun estando segura de que no iré lejos. Dos poderosas manos me agarran y me levantan por los aires.

—Tal vez no te ha quedado claro, pero tú no vas a ninguna parte Crystal.

¡ Mé tetelo en la cabeza! —Grita intimidante. Tratado de rebelarme, me muevo frené ticamente, pero su agarre es firme. ¡ Estoy de nuevo atrapada!

—Te has metido en un buen lí o.

Me carga a las espaldas agarrá ndome por la cintura. Pataleo mientras chillo a má s no poder, pero la situació n no cambia. Lanzo puñ etazos, patadas, pero


nada parece detenerlo.

—Quiero regresar a mi vida, ¿ por qué no lo entiendes? —Continú a bajando las escaleras apresuradamente mientras mi cuerpo rebota.

—¡ Tú vida soy yo, tú pasado ya no existe! —Responde jadeando. Reacciono clavá ndole las uñ as en los hombros y grito con frustració n. Lo detesto, es un monstruo. Cuando llegamos al vehí culo me mete bruscamente a empujones en su interior. Enloquezco en el esfuerzo de alejarme intentando escapar por la parte opuesta golpeando la cabeza contra la puerta. No quiero volver a esa prisió n dorada. Sé que querrá vengarse. Está fuera de sus cabales y toda su ira la descargará sobre mí. Intenta entrar, pero pruebo a detenerlo pataleando como una descosida. Es demasiado fuerte, entrará, soy consciente. Como ú ltimo recurso intento abrir la puerta por mi lado, pero está bloqueada. Estoy desesperada, no sé qué hacer, respiro a duras penas mientras el corazó n martilla mi pecho. Grito dando puñ etazos al cristal esperando que se rompa. No sucede nada de eso. Estoy encerrada. El coche sale a toda velocidad, consciente de que todo acabará aquí. Me rindo.

—Por favor… no quiero volver ahí … —Mi voz apenas se escucha. Las lá grimas humedecen mi rostro mientras deslizo la mano sobre el cristal.

¿ Có mo he podido ser tan estú pida? Nunca me habrí a dejado marcharme.

—¡ No puedo! —Responde agarrá ndome las muñ ecas. Me vuelve obligá ndome a mirarlo, y es entonces en ese momento cuando su expresió n frí a se convierte en tristeza. Lo escucho suspirar y el agarre se vuelve má s delicado, casi una caricia.

—Eres solo mí a, Crystal, y no puedo dejarte ir…

—¿ Có mo puedes querer a tu lado a alguien que te odia, Alexander? —Digo con desprecio.

No responde a mi pregunta. Evitá ndome completamente me deja libre y se dirige al hombre que conduce dicié ndole que coja un atajo. Lo miro desconcertada. No hace caso a mis palabras, no le interesa lo que quiero, lo que pienso. En un instante de locura pierdo el control de mi cuerpo. Arremeto contra é l gritando y posicionando mis manos alrededor de su cuello.

—¡ Eres un monstruo! —Grito mientras lo zarandeo.

Con el mí nimo esfuerzo se libera apartando mis manos y me mira a los ojos. Tiemblo porque conozco esa mirada penetrante. Peligro.

—Te he querido, te he dado lo mejor de ti y ha sido en vano. —Chilla con la mandí bula contraí da mientras el agarre aumenta alrededor de las muñ ecas. — Tú quieres ver lo peor de mí, ¡ tú quieres ver el monstruo! —Gruñ e. Su mirada


ardiente es como un puñ al en el corazó n.

Ya no hay amor en sus ojos, solo odio y rabia. Permanecemos uno frente al otro sin decir una palabra. Luego su mano se mueve rá pidamente, coge una jeringuilla de la mano del guardaespaldas sentado delante. Lo observo mientras la acerca y contengo la respiració n.

—Está s demostrando tu verdadera naturaleza, no soy yo quien saca lo peor de ti, eres tú la que ha fingido durante todo el tiempo.

Ofrezco el brazo rindié ndome.

—Hazlo, porque es el ú nico modo en el que me acallará s.

La aguja se acerca a la piel, pero la retira. Suspira profundamente. Parece indeciso, pero tal vez me equivoco.

—¿ Por qué lo has hecho? Juntos é ramos invencibles, creí a que me habí as elegido. —Susurra alzando la mirada. Es verdad, habí a sido así, pero despué s de aquella llamada…

—No quiero amar a un hombre que mata, corrompe, tortura o que obliga a los demá s a someterse a su poder.

Me mira severo, pero no responde, así que aprovecho para continuar.

—Creí a que eras un hombre mejor, que querí as cambiar. Me he dado cuenta que solo eran palabras para manejarme. ¡ Por el amor de dios, eres un mafioso! Y no cambiará s, nunca dejará s este mundo, y yo no quiero pertenecer a é l. ¿ Te has preguntado alguna vez acerca de mis sentimientos? Me has despojado de todo y de todos, me has puesto en peligro, me has aislado del mundo… ¡ Me has pegado! —Grito mientras lo empujo violentamente. Intenta agarrarme las muñ ecas, pero consigo escapar a su agarre y lo cojo de la camiseta.

—Que sepas que esto no acabará bien. Esta historia nos aniquilará a ambos. Se me crea un nudo en la garganta mientras sus ojos me devoran. Se echa hacia delante y esta vez consigue cogerme por las muñ ecas, sin embargo, no se detiene ahí. Me empuja hacia atrá s con todo el peso de su cuerpo y me paraliza completamente. Su rostro está encima del mí o, su cá lida respiració n llega a mi piel ardiendo de rabia, frustració n y arrepentimiento…

—¿ Y tú te has preguntado lo que pasarí a si estuvié ramos separados?, ¿ eh, Crystal?, ¿ te has preguntado lo que significarí a? —Susurra con voz cargada de có lera.

Mi cuerpo tiembla, lo cual no se le escapa. Lo odio, pero una parte de mi corazó n es reacia. Es un sentimiento enfermizo, algo imposible, erró neo. Estoy deseando escapar de é l, y sin embargo, ahora que me ha encontrado, me siento a salvo como si una parte de mí le perteneciera y como si no consiguiera a


estar separada de é l, a pesar de su forma de ser.

—No puedes ni imaginar có mo me he sentido durante las horas en las que te he buscado. Nunca habrí a pensado que hubieras escapado, no me esperaba esto de ti despué s de todo lo que ha pasado.

—Entre nosotros solo hay atracció n, no amor. —Respondo poco convencida. Lo sé que no es solo atracció n, pero tengo miedo de reconocer que existe entre nosotros un amor tan retorcido y enfermizo. Con una mano me paraliza y con la otra me acaricia dulcemente el rostro.

—La atracció n no te hace enloquecer quitá ndote la respiració n. No te desvela por la noche para contemplar a la dulce criatura que tienes junto a ti, no te hace desear apartarte del resto del mundo y cambiar para estar a su lado… — Susurra mientras nuestras miradas se encuentran.

Lo observo incapaz de responder. Tiene razó n. Con el pulgar me acaricia los labios y yo contengo la respiració n. Quiere besarme, arrastrarme nuevamente al olvido. Peligro. Sigo sus movimientos y permanezco a la espera. Lo hará, quiero que lo haga. Sus labios se acercan a los mí os, los roza, muerde el labio inferior y despué s se detiene. Suspira y retrocede.

—Te he permitido todo, incluso contradicié ndome, pero no te ha sido suficiente.

¡ Oh, no! Conozco esa mirada penetrante.

—Lo siento, pero a partir de ahora se actuará a mi manera.

Me lamento cuando siento un dolor en el brazo, como si me hubieran pinchado algo… La jeringuilla. No me muevo, consciente de que en pocos segundos me dormiré. Este es su modo de resolver los problemas. Sometida a su poder, sin oponer la mí nima resistencia. É l es así, ni siquiera yo podré cambiarlo.

Lo miro derrotada y carente de emociones.

—Has arruinado todo. —Digo con la boca pastosa. El cuerpo comienza a no responder a mis ó rdenes, pero no me asusta. No me quiere muerta, solo quiere que viva su infierno. Los ojos se cierran y a lo lejos escucho su voz, pero no comprendo las palabras. Quiero dormir y esperar que todo haya sido una pesadilla, que é l no exista y que todo haya sido fruto de mi imaginació n.

Me despierto sobresaltada, sudada y jadeando.

He tenido una pesadilla.

Miro a mi alrededor perdida, no reconozco la habitació n. En cuanto me siento, un mareo me obliga a apoyar las manos a ambos lados de mi cuerpo. Me siento aturdida, como un camió n con remolque me hubiera pasado por encima. Me miro percatá ndome de que tengo puesta la ropa que llevaba durante la


fuga. ¿ Boris me habrá raptado? No logro entender lo que ha pasado. Me da vueltas la cabeza, pero aú n así decido salir de la habitació n. En cuanto abro la puerta una gran figura llama mi atenció n: es uno de los guardaespaldas de Alex. Intento avanzar, pero el hombre no me lo permite, se interpone bloqueá ndome el paso. Solo entonces comprendo que mi fuga no ha tenido é xito y luego afloran los recuerdos. El hombre coge el telé fono y avisa a su interlocutor que me he despertado, con toda probabilidad se trata de Alex. Vuelvo a la habitació n y me siento, estoy segura de que llegará en pocos minutos. Sé que me las hará pagar por haberle tomado el pelo. En un ataque de rabia por mi fracaso agarro la almohada y la golpeo reiteradamente contra la cama. Estoy metida en problemas, y muy serios. Grito descargando toda mi rabia, y es entonces cuando la puerta se abre. Me vuelvo para encontrarme ante la causa de toda mi rabia: Alexander. No parece enfadado. Su mirada es frí a e indiferente, lo cual me lleva a pensar solo en una cosa: peligro.

—Bienvenida a casa, Crystal. ¡ Espero que esta habitació n te guste porque es tu nueva casa! —Declara con amabilidad avanzando algunos pasos con las manos en los bolsillos.

—A partir de hoy las reglas cambiará n. —Explica con una frialdad desconcertante.

Soy consciente de que es así, pero la mayorí a de las veces conmigo adoptaba otra actitud. Ahora en su mirada no hay rastro alguno de dulzura o arrepentimiento. En este momento es é l, su verdadero yo. Un iceberg. Se detiene a los pies de la cama, evito mirarlo agachando la cabeza. Me aniquilará de nuevo, pero esta vez será má s doloroso, me destruirá completamente.



  

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