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DISPUESTO A TODO 11 страница



Resoplo levantando los ojos al cielo. No es posible tener una conversació n con é l, continú a siendo vago. Se acabó, si no quiere hablar conmigo quiere decir que ni siquiera podremos tener este momento de paz. Intento levantarme


apoyá ndome en el borde de la bañ era, pero sus manos rá pidamente detienen mis movimientos agarrá ndome por la cintura.

—Por favor, qué date aquí conmigo… —Susurra.

—Si no me dices el motivo de este cambio, no.

Suspira soltá ndome y deslizando sus manos hasta mis hombros. Los acaricia, los masajea. Está intentando distraerme, pero no funcionará esta vez.

—Há blame, dime lo que ha pasado.

Mi voz apenas se siente. Me vuelvo mirá ndolo a los ojos y veo preocupació n.

—Te has desmayado.

Está preocupado e intuyo que hay algo má s grave detrá s.

—De acuerdo, he perdido el conocimiento. ¿ Qué má s? —Pregunto sospechosa. Coge la esponja humedecida y la desliza sobre mis piernas.

—No sabí a có mo ayudarte, me querí a morir. Apoya la barbilla sobre mi hombro y me abraza.

—Lo siento por lo que te he hecho pasar. Perdó name por no poder devolverte tu libertad, perdó name si te he tratado mal.

No y no, me niego a creer que esto forme parte de su cará cter. Nunca lo he visto en este estado y no me puedo creer que se arrepienta. Me aparto bruscamente y me vuelvo hacia é l.

—¡ Dime lo que está pasando, quiero la verdad! —Digo seria entrecerrando los ojos.

Mantiene el contacto fí sico, si bien la expresió n preocupada no desaparece.

—Llamé a un mé dico. Te vistió y extrajo sangre para los aná lisis… Estaba tan preocupado que estaba enloqueciendo… No te despertabas, habí a pasado un dí a y tú seguí as durmiendo.

—¿ He dormido un dí a entero?

Asiente mientras intenta atraerme hacia é l. Todaví a aturdida y desconcertada dejo que me apoye contra su pecho y pienso. Estoy enferma, tal vez sea esto lo que intenta decirme.

—¿ Qué ha dicho el mé dico?

No responde. Espero. Cuento en silencio, pero me rindo.

—¡ Por el amor de Dios, dí melo! —Ordeno.

Me vuelvo, lo miro mientras mantiene la cabeza agachada.

—¡ Dime lo que te ha dicho el mé dico! —Insisto.

Levanta la mirada, lo veo, esa extrañ a luz que brilla en sus ojos. Triunfo. Satisfacció n. Felicidad.

—¡ Está s embarazada, Crystal! —Confiesa mientras la mitad de sus labios


adopta una ligera sonrisa.

—¡ ¿ Puedes repetir, creo que no he entendido bien?!

No, ¡ qué va!, solo me está tomando el pelo, no va en serio. Y sin embargo su mirada lo parece. Intento respirar profundamente, pero las manos me tiemblan, tiemblo entera. Estoy a punto de enloquecer y no quiero. Tengo que estar lú cida, razonar y entender si me está mintiendo.

—No puedo estar embarazada… —Protesto en voz alta.

Arquea la ceja mientras se apoya al borde y golpetea el dedo sobre la superficie. Claro que es posible. He hecho el amor con este…. Oh, ni siquiera sé có mo identificarlo. Me estoy desquiciando y el instinto homicida aumenta cada vez má s. Me sonrí e socarró n, no puedo creerlo.

—¡ Dime qué está s bromeando! —Digo ponié ndome en pie con los brazos cruzados. —No pues haber caí do tan bajo para tenerme aquí.

—Ha pasado, no lo tení a programado. —Se justifica con una indiferencia que me asesta el golpe de gracia.

Salgo de la bañ era como una furia y agarro la primera toalla que encuentro. No, y no. no puede hacerme esto.

—Crystal, detente inmediatamente, ¿ adó nde crees que vas?

Ante estas palabras me vuelvo mirá ndolo en el modo má s feroz que existe.

—Tú … Tú eres… —Grito furiosa conmigo misma por no haber sido capaz de acabar la frase.

Dilo, es un monstruo. Me arropo con la toalla y voy a la habitació n con paso apresurado. Me sigue en silencio e intenta tocarme, algo que no le consiento. Me aparto y voy rá pidamente hacia el armario. No sé lo que estoy haciendo, tal vez tomarme tiempo para asimilar lo que ha dicho. Embarazada. Una palabra que sigue resoná ndome incesantemente.

—¡ Maldició n, Crystal, detente!

Agarro los vestidos y los arrojo al suelo.

Chillo a má s no poder y pierdo el control. Me vuelvo hacia é l gritando y golpeando los puñ os reiteradamente en su pecho. No debí a hacerme esto, no quiero un niñ o, no así, no ahora.

—¿ Por qué me haces esto?

Me desahogo, lloro entre gritos y no consigo detener mis movimientos. Responde envolvié ndome entre sus brazos y apretá ndome contra su pecho.

—Perdó name. —Susurra.

Me mece y entre sollozos consigo mascullar.

—Te odio.


Me ha apartado de mi vida, de las decisiones importantes que solo yo debí a tomar. Y ahora le pertenezco para siempre. É l lo sabí a, estaba seguro que serí a suya para siempre. Me coge por el brazo y la toalla se me resbala. Se acerca a la cama y me posa en ella para despué s posicionarse junto a mí. Estoy exhausta, cansada de luchar y consciente de que no tengo escapatoria.

—Tienes que creerme, no he tramado…

Lo interrumpo ponié ndole la mano delante de la boca y retomando un poco el control.

—No te creo. Cualquier cosa que digas no me hará cambiar de idea. Querí as atarme para siempre y lo has conseguido. Tendrá s un hijo mí o, tendrá s mi persona, mi cuerpo, pero mi corazó n… ¡ eso sí que no te pertenecerá nunca! — Digo con absoluto desprecio.

Aumenta el agarre alrededor de mis muñ ecas mientras en su rostro aparece esa expresió n penetrante.

—Tú eres solo mí a y no por la criatura que esperas. Nosotros nos pertenecemos porque nuestros corazones se han elegido, pero tú prefieres rechazarme y no aceptar la realidad.

Está loco si cree que todo será có mo quiere é l.

—Dé jate de frases poé ticas, ¡ no me embaucará s! —Digo molesta. Me atrae hacia sí y me pongo tensa.

—Se acabó, maldició n. No te viene bien ponerte nerviosa, el mé dico ha dicho que tienes que reposar…

—¿ Qué significa?

—Corres el riesgo de abortar…

Repentinamente estar embarazada ha pasado a un segundo plano. Algo dentro de mí se activa y la preocupació n de perder el niñ o aumenta cada vez má s. No habí a programado tener un niñ o, y mucho menos con é l. Sin embargo, ahora la situació n ha cambiado. Estoy embarazada y esto lo cambia todo. Tengo algo má s importante de lo que encargarme y cuidar, o mejor dicho, tengo a alguien: mi hijo.


 


CAPÍ TULO 4

♠ ♠ ♠

 

 

Dejo caer la toalla al suelo y me observo en el espejo. De perfil el abultamiento comienza a notarse. Han pasado dos meses desde el descubrimiento que ha cambiado todo. Se puede decir que ahora he aceptado la situació n, no tengo mucha elecció n. La idea de tener un niñ o me asusta. Aun así, pienso que es una bendició n. Una vida crece en mi interior. Acaricio la barriga con ambas manos y sonrí o. Nunca habrí a imaginado un cambio tan radical, y sin embargo, ha tenido lugar. Sigo todaví a pensando que ha tramado todo esto, aunque continú a negá ndolo. El cambio no solo me ha afectado a mí, sino a ambos… É l ha cambiado para mejor. Ya no adopta esa expresió n penetrante y no trata de mandarme. Es cariñ oso y atento, se preocupa siempre y cada pequeñ a queja para é l equivale a una catá strofe. La semana pasada me visitó el mé dico porque tení a pinchazos constantes en el bajo vientre. Me dijo que creí a que todaví a corrí a el riesgo de abortar y que tení a que descansar. Me he cansado de estar encerrada en casa y de salir a pasear raramente. Tengo ganas de moverme, de hacer algo.

Llevo un vestido color melocotó n y me ato el pelo con una coleta. Falta solo la chaqueta y ya puedo salir. Estoy engordando, mis mejillas son má s rechonchas. Creo que es normal que el cuerpo cambie y no haré ningú n drama. La ú nica cosa que realmente me importa es mi niñ o. Salgo de los aposentos encontrá ndome a Liam, el cual me sonrí e. Pues sí, desde que supieron la noticia de que será n tí os, no hacen otra cosa que mimarme. Todos.

—¿ Có mo está s?

—¡ Hoy mucho mejor! —Respondo posando la mano sobre la barriga. Se acerca, me observa.

—¿ Puedo tocar? —Pregunta.

Parece avergonzado, no puedo evitar reí r. Cojo su mano y la apoyo sobre mi vientre.

—¡ Ya verá s cuá ndo lo sentiremos dar patadas! —Comenta feliz. Con los ojos vidriosos acaricia mi abdomen.

—¿ Sabes dó nde está el lobo maligno? —Pregunto bromeando mirando a mi alrededor.

—En su oficina, por lo tanto, si quieres salir debes apresurarte. Conocié ndolo tendrá s má ximo cinco minutos de libertad.


Tiene razó n. Debo salir deprisa y disfrutar de esos pocos minutos de paz. Esta vez me saltaré las reglas, entraré en el laberinto. Gracias a Liam no hay peligro de que me pierda.

—Voy. Gracias por el mapa. Sonrí e levantando los hombros.

—Esto y lo que haga falta por ver a mi hermano volverse loco. —Comenta. Será n hombres peligrosos, pero al fin y al cabo si los miras atentamente solo son niñ os incomprendidos. Rechazo su mundo, pero aquí dentro todo se desenvuelve en los lí mites de la normalidad. Bajo las escaleras mirando hacia la oficina de Alex y respiro aliviada percatá ndome de que la puerta está cerrada. Atravieso el patio apresuradamente y cuando salgo levanto la mirada y admiro victoriosa el cielo azul. Uno de los hombres de Alex me examina y me doy cuenta de que tengo los minutos contados. Me dirijo a gran velocidad hacia el laberinto y entro. De acuerdo, relajé monos. Se enfadará, estoy segura, pero esta vez tendrá que superarlo. No permaneceré encerrada en casa hasta el final del embarazo.

—¡ Crystal!

Su grito se escucha alto y claro. Rí o para mis adentros mientras miro la hoja con las indicaciones para llegar al centro del laberinto. Liam ha dicho que encontraré un rincó n de paraí so, así que busqué moslo.

—¡ Maldició n mujer, vuelve inmediatamente! —Chilla.

Continú o caminando y siguiendo las instrucciones sin prestar atenció n a sus gritos. Me pregunto si recuerda el camino de memoria. En ese caso me alcanzará en pocos segundos. Aumento el paso dispuesta a alcanzar mi objetivo. Lo escucho maldecir, está cerca. Tal vez deberí a tranquilizarlo, podrí a servir.

—¡ Estoy bien, no te preocupes! —Grito.

Todo tranquilo, lo cual es raro. Me esperaba una orden o por lo menos que respondiera, y en cambio, nada. Giro a la derecha y me detengo. Vislumbro algunas flores, lo que quiere decir que es el centro. Aumento el paso curiosa, con la mirada puesta hacia adelante. A medida que me acerco al panorama todo se vuelve má s incitante. Un jardí n con una fuente en el centro. Sin embargo, lo que má s me sorprende es la cantidad de rosas que me encuentro delante. Las hay de todos los tipos y colores, su olor me invade. Me apoyo en el borde de la fuente y observo las rosas suspirando. Extrañ amente este sitio me transmite calma y serenidad. Respiro profundamente y cierro los ojos. Paz. Una ligera brisa acaricia mi rostro, pero no es la naturaleza quien me la


regala, es é l. No abro los ojos, siento que está cerca de mí.

Moya boginya. —Susurra en mis labios.

Reabro los ojos lentamente encontrá ndome ante el abismo que ha alterado mi vida para siempre.

Moy Aysberg… —Respondo. Lo abrazo y me pongo de puntillas con la intenció n de besarlo. Adelantá ndose se agacha y une nuestros labios. Un beso delicado y arrollador.

—Estoy enfadado contigo… —Murmura entre un beso y otro.

—¿ Podrí as dejar de serlo ahora? Me gusta este sitio y quisiera disfrutar de la paz que me rodea, enfá date má s tarde.

Frunce el ceñ o sorprendido por mi petició n, lo piensa y luego sucede algo inaudito. Rí e a carcajadas.

—Solo tú consigues enloquecerme y hacerme reí r cinco minutos despué s… — Comenta estrujá ndome.

—¡ Alex, no respiro, afloja! —Digo jadeando. A veces no se da cuenta de la fuerza que tiene.

Deja repentinamente mi pequeñ o cuerpecito y me mira desolado. Esta vez soy yo quien rí e con ganas.

—Respira, querido, todaví a estoy viva.

Se acerca a las rosas y arranca una, la huele cerrando los ojos y luego se vuelve hacia mí.

—La prima vez que te encontré, pensé que eras hermosa y pura como la rosa blanca de mi jardí n secreto.

Lo miro sorprendida. Ahora entiendo tantas cosas. ¿ Có mo puedo olvidar las rosas blancas que llegaban a mi casa? En un mundo retorcido y carente de explicaciones plausibles, é l me mostraba lo que sentí a.

—¿ Por qué nunca me has traí do en estos meses?

—Me habí a olvidado. Me he olvidado de muchas cosas ú ltimamente.

Se acerca agarrando mis caderas y depositando numerosos y delicados besos en el cuello.

—Deberí as llevar siempre el pelo suelto, me gusta mucho.

Lo desata mientras nuestras miradas se buscan. Me acaricia el rostro y luego arranca el tallo de la rosa con los dientes.

—Ahora todo es perfecto. —Comenta mientras la rosa se desliza entre mi cabello hasta apoyarse en la oreja.

Apoyo la mejilla en su pecho y me dejo mecer entre sus brazos.

—Quisiera permanecer aquí para siempre.


Las palabras se me escapan. No quiero que lo interprete mal. Querrí a permanecer aquí en este lugar má gico, no en su mundo. Extrañ o que no se haya alegrado, tal vez ha entendido a lo que me referí a. Permanecemos así, abrazados, durante mucho tiempo y no me desagrada. Al menos en este momento no pienso en lo demá s; solo en é l, é l y nuestro hijo. Me enfrentaré a la realidad cuando esté preparada. De momento vivo en la fantasí a, donde todo parece perfecto.

 

 

Moya boginya: Mi diosa.

Moy Aysberg: Mi iceberg.


 


CAPÍ TULO 5

♠ ♠ ♠

 

 

Hoy me he despertado con extrañ os caprichos y me siento má s descarada de lo habitual. Me he levantado de buen humor, me he tomado un desayunado completo con Alexander y luego se ha marchado. Me aburro sin hacer nada y, visto que por la comodidad de todos he aceptado la situació n, querrí a pasar mis dí as de manera diferente. Mientras pensaba en lo vací os que son mis dí as se me ha ocurrido preparar una sorpresa a Alex. He pedido a uno de sus hombres si podí a llamar a Sahara. Ella es la ú nica que tiene contacto con el mundo exterior, espero que pueda ayudarme. Desde que estoy embarazada é l está má s relajado. Por la noche pasa horas y horas contemplá ndome, acariciá ndome mi barriga. Si por desgracia por la noche me levanto, ya que debido a mi estado tengo que ir a menudo al bañ o, é l se levanta de golpe y pregunta fatí dicamente: ¿ está s bien?

Deberí a ser feliz, es cariñ oso y ahora nuestra relació n ha cambiado radicalmente. Hablamos, pasamos horas hablando de nosotros, de nuestro hijo. No quiero desilusionarlo, pero una noche, hablando del futuro que tendrí a nuestro hijo, dijo suspirando: crecerá lejos de esta mierda, te lo prometo. Cuá nto me gustarí a creerlo… Quiero dar un futuro sano y genuino a nuestro hijo.

—Mira, aquí está mi mami preferida.

A mis espaldas Sahara sonrí e mientras se acerca. No me habí a percatado de su presencia, estaba soñ ando con los ojos abiertos. Salgo a su paso y la abrazo afectuosamente.

—Me alegro de verte. —Le digo.

Me hace girar sobre mí misma mientras observa mi vientre.

—¿ Qué tal va el embarazo?

—Bien, aunque siento ná useas a menudo.

Nos acomodamos en el sofá donde pasamos una buena media hora hablando del futuro bebé.

La he llamado por un preciso motivo, pero me avergü enzo y estoy a punto de renunciar.

—Si necesitas algo, puedes contar conmigo.

Esa es la cuestió n, es la ú nica que me puede ayudar.

—Hablando de esto, he pedido que te llamaran para pedirte un favor… —


Digo sonrojada.

Con curiosidad, y disfrutando de la situació n, posa la mano en mi hombro y espera a que continú e.

—Quiero organizar una velada especial y me necesitarí a… —Me detengo cubrié ndome el rostro incó moda. Dios mí o, nunca me he sentido tan en apuros como ahora.

—Querida, no hay nada de lo que avergonzarse.

La miro mientras coge el Ipad, la agenda y un bolí grafo.

—¿ Qué tení as pensado? —Pregunta.

¿ Có mo puedo explicarle lo que se me ha ocurrido? No puedo decirle: ya sabes, las hormonas está n revueltas y he decidido convertirme en una mujer perversa con ganas de enloquecer a su marido. Suspiro con frustració n mientras en la pantalla aparece una pá gina web de lencerí a. Le doy las gracias mentalmente mientras me pasa el Ipad y despué s se levanta.

—En la pá gina encontrará s todo lo que necesites. Cuando hayas elegido, escribe los có digos de los productos en la agenda y hoy mando a alguien para que lo retire.

Vaya, los puedo tener hoy mismo. Fantá stico.

—Gracias, Sahara.

—No me des las gracias, querida. Ahora me voy, vengo a coger mis cosas en media hora. Normalmente deberí a avisar a Alexander, pero en este caso no creo que le disguste.

Mi rostro arde mientras ella parece có moda tratando el tema. Espero a que salga, y má s curiosa que nunca, comienzo a curiosear entre las diversas categorí as. Veamos, supongo que será mejor empezar por la lencerí a í ntima. Algo asombroso, aunque aquí las tallas son muy pequeñ as. Deberé coger una má s, de lo contrario no conseguiré ponerme nada. Me muerdo el labio inferior mientras ojeo los diferentes modelos. No es posible, o son castos o exagerados. Resoplo a punto de rendirme, pero de milagro aparece un modelo que llama especialmente mi atenció n. No me lo puedo creer, he encontrado lo que buscaba.

En realidad no sabí a bien lo que buscar, querí a algo sensual, pero no vulgar. Miro el conjunto asombrada. Copas bordadas en contraste con el encaje, y el resto de satí n liso, con una apertura delante que muestra un segundo tejido de tul transparente. Bonito y có modo, no pido nada má s. Apunto el có digo y continú o con la compra.

He pasado media hora dando una ojeada, eligiendo y al final tal vez he


exagerado. No tení a pensado comprar tantas cosas, pero me he dejado llevar.

¿ Có mo podí a resistir a la tentació n de comprar el camisó n a juego? Y luego he visto las velas para crear la atmó sfera y me he perdido. Ahora lo ú nico que sé es que me encuentro con veintidó s artí culos. Alexander se pondrá contento cuando sepa que he gastado un poco de su dinero. En el fondo nunca se ha quejado. Deposito el Ipad sobre la mesita que se encuentra ante mí y se me ocurre una idea extrañ a. No deberí a, pero es la primera vez que tengo la oportunidad de descubrir algo má s. Tal vez solo una rá pida ojeada en Internet, solo para ver si se habla de mí o de é l. Me muerdo insistentemente el labio inferior con los ojos puestos en la pantalla. No sé si estoy preparada para descubrir algo que podrí a no gustarme.

Resoplo y sin pensarlo dos veces lo cojo y busco Google. Vamos, algo rá pido e indoloro. Busco Alexander Volkov y abro las diversas entradas que aparecen. Una noticia llama mi atenció n.

Muere la mujer del empresario Alexander Volkov.

Abro el artí culo y lo primero que aparece es una foto de é l en el hospital. Tiene la mirada perdida, los ojos cansados e hinchados. Habí a llorado. Se me cae el alma a los pies, nunca lo habí a visto tan dé bil. Sigo observando la imagen y lo que veo es un hombre al que le han quitado todo. Me entran ganas de llorar, no imagino lo que significa perder al amor de tu vida. No tengo el valor de leer el artí culo, tal vez no haya sido una buena idea buscarlo. Vuelvo atrá s y encuentro otros artí culos en donde se habla de é l. Lo consideran un empresario, ¿ será posible que ninguno sepa lo que se esconde detrá s? Es un mafioso. ¿ Y si no es así?, ¿ se lo habrá inventado todo para atemorizarme? No creo, demasiadas personas lo temen. Introduzco mis datos y permanezco sorpresa al no encontrar nada. ¿ Có mo es posible?, ¿ me han secuestrado y nadie habla de ello?

—¡ Crystal!

Me estremezco asustada al escuchar mi nombre. Me vuelvo lentamente encontrá ndome ante Liam. Su mirada está puesta en lo que tengo entre manos, parece preocupado. Supongo que se está preguntando có mo lo he obtenido y qué estoy haciendo.

—¿ Quié n te lo ha dado? —Preguntas mientras se acerca con cautela.

—Estaba eligiendo algunos vestidos… —Digo mientras cierro rá pidamente la pá gina. Me lo coge de las manos y en ese momento entra Sahara. La mira con severidad. Estoy preocupada, no quiero que se meta en problemas por mi culpa, no se lo merece.


—¿ Le has dado acceso a Internet? —Pregunta amenazante agitando la causa de la discusió n.

Ella no se altera, se acerca y lo coge como si nada.

—A estas alturas no creo que cambie ya nada. Ha decidido vivir aquí, no hay motivo para esconder cualquier telé fono u ordenador de su vista.

No es así exactamente, no lo he decidido, me he encontrado en una situació n donde no tení a elecció n. Me levanto interponié ndome entre los dos, tengo que tranquilizar la situació n, y cuanto antes.

—Liam, cré eme cuando te digo que estaba eligiendo solo vestidos nuevos. Lo hemos hecho má s veces… —Miento.

No es verdad, normalmente me dan un catá logo, pero quiero que esta historia acabe. No soportarí a la idea de que Sahara pagara las consecuencias.

—Si lo descubre Alexander, perderí a el juicio. —Murmura alejá ndose hacia su habitació n.

Sahara y yo nos miramos, permanecemos en alerta hasta su vuelta.

—No le digas nada, te ruego. —Suplico.

Me mira con media sonrisa y despué s se encoge de hombros.

—No tengo ninguna intenció n de enfadarlo, hoy está bastante irascible.

La atmó sfera se relaja y yo me siento aliviada. Espero a que Liam salga, despué s devuelvo la agenda a Sahara, la cual me asegura que esa misma noche tendrí a todo.

—Nos vemos esta noche. —Le digo mientras me abraza.

He organizado una velada especial, lo cual no me pega mucho. Quisiera asombrarlo y creo que comenzaré con una cena. Esta noche sus hermanos no estará n y me gustarí a estar sola con é l, como dos personas normales.

Normalmente nuestros platos los cocina Oksana en la inmensa cocina de la planta inferior, sin embargo, esta noche todo será distinto.

Tengo intenció n de usar la cocina inmaculada que nunca ha visto la presencia de una sarté n o de algú n desastre. He pedido a los sirvientes todo lo que necesitaba, mintiendo una vez má s y diciendo que el señ or Volkov estaba al corriente de todo.

 

***

 

Las horas han volado y yo acabo de poner la mesa. Estoy un poco preocupada, Sahara todaví a no ha llegado y dentro de poco Alex volverá. Enciendo las velas y pongo una dulce melodí a de fondo. Ahora es todo perfecto. Controlo el


asado y las patatas, que ya está n prá cticamente hechas. He preparado tambié n algunos entrantes, espero que le gusten. Escucho la manilla girarse, el latido se acelera, ya está aquí. Me vuelvo y observo su figura mientras entra en casa. En un primer momento parece exhausto y sospechoso, pero despué s me ve y sonrí e. Me derrito.

—¡ Sorpresa! —Digo avergonzada abriendo los brazos. Me devora con los ojos mientras se acerca con paso firme.

—Te he echado de menos… —Susurra mientras las manos se posan en mi rostro. Me acaricia y me besa dulcemente adhiriendo su cuerpo al mí o. Saboreo el momento como si fuera la primera vez, quisiera que no acabara.

—¿ Có mo te sientes hoy?

—Estoy bien. —Respondo.

Está siempre en alerta, aunque el mé dico haya dicho que ya no corro peligro. Nuestro niñ o crece sano y fuerte.

Vuelve la mirada hacia la mesa y frunce el ceñ o.

—¿ Qué celebramos? —Pregunta.

—Nada en particular, solo pensaba pasar una noche agradable dado que estamos solos.

Mientras hablo mis mejillas arden, estoy cohibida. No tanto por la cena, sino por lo de despué s. Me coge la mano, la besa y me acompañ a hacia la silla. Como buen caballero la aparta, espera a que me siente y se acomoda junto a mí.

—Qué buen olor. ¿ Qué ha preparado Oksana?

Sonrí o mientras levanta la tapa. Asado con patatas, su plato preferido. Esperemos que esté a la altura de sus expectativas. Coge una porció n para mí y la posa en el plato. Permanezco en silencio observá ndolo mientras mira el plato que se encuentra delante.

—¿ Qué pasa? —Pregunta repentinamente volvié ndose hacia mí.

—He sido yo quien ha preparado la cena. Asombrado mira el plato y luego a mí.

—¿ Tú sabes cocinar?

—Por lo que parece, sí.

Respondo encogié ndome de hombros disfrutando de la situació n. No me esperaba que se sorprendiera tanto, estoy contenta. Hablamos a menudo de nosotros, pero nunca habí a salido esta conversació n. Desde que estoy aquí, siempre me han servido y venerado. Los platos siempre listos, el personal limpia la casa y yo nunca he expresado el deseo de querer cocinar, aunque me


gustarí a. No quiero cambiar las costumbres de estos meses, pero me gustarí a poder encargarme de estas pequeñ as cosas. Prueba la carne y permanezco a la espera de su veredicto. No habla, continú a comiendo.

Creo que es una buena señ al, si continú a comiendo quiere decir que le gusta. Alguien llama a la puerta y su tenedor se detiene en el aire. Pá nico. Sahara ha llegado en el momento menos adecuado.

Pone mala cara mientras se levanta.

—Quienquiera que sea, debe desaparecer. —Murmura.

Oh no. Me levanto de sopetó n e intento alcanzarlo, pero despué s me paralizo cuando se vuelve hacia mí.

—¿ Dó nde crees que vas?

—Bueno, yo…

No consigo hablar. Descubrirá todo, adió s sorpresa. Abre la puerta y ve a Sahara con dos grandes bolsas marrones en la mano.

—¿ Y esto qué es? —Pregunta.

—Con permiso, son para Crystal.

La mujer pasa a su lado como si nada. Me guiñ a el ojo y se encamina hacia la habitació n. Mientras tanto é l se vuelve hacia mí con las manos apoyadas en las caderas y me examina desconfiado.



  

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