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DISPUESTO A TODO 4 страница



—¡ Crystal! —Chilla una voz que me irrita. ¡ Mira por donde! Se ha dado cuenta de mi ausencia. Veamos cuá ntos segundos tarda en encontrarme, algo que será muy fá cil e inmediato. Siento sus fuertes pasos mientras se acerca a la puerta y observo la manilla descender. ¡ Te he engañ ado! Sonrí o por esta pequeñ a victoria esperando que me deje en paz.

—¡ Abre esta jodida puerta ahora mismo! —Grita dando puñ etazos violentamente. La puerta vibra, y con ella yo tambié n.

—¡ Má rchate! —Respondo con calma. Al menos ten piedad de mí y dé jame en paz. Nunca me habrí a imaginado encontrarme en una situació n de este tipo. Alex continú a gritando mi nombre, los golpes se vuelven cada vez má s ruidosos. Las lá grimas descienden y no consigo contenerlas, me cubro las orejas esperando que se detenga. Maldigo el dí a que lo conocí, deberí a haberlo evitado, no haberlo besado, no tendrí a que haber ocurrido nada de todo lo que pasó.

La puerta se abre con dureza exponiendo su poderosa y furiosa figura.

—¡ No te atrevas a hacerlo nunca má s! —Chilla acercá ndose como una bestia. Me vuelvo hacia la otra parte, no quiero que me vea llorar, comprenderí a lo dé bil que soy. Agarra mis hombros obligá ndome a girarme, e inmediatamente se percata del estado en el que me encuentro. Su expresió n cambia, se vuelve má s dulce, afloja el agarre, sin embargo, no elimina el contacto fí sico.

—No llores, no quiero hacerte dañ o… —Asegura sentá ndose junto a mí. Me acaricia el rostro secá ndome las lá grimas, sin embargo, otras caen.

—Ya me está s haciendo dañ o… —Digo sollozando sin apartar la mirada.

—Lo sé. Te quiero demasiado como para renunciar a ti.

—¿ Por qué yo?

—Porque has sido creada para mí … —Susurra con tono cá lido rodeando mi rostro con sus manos. Se acerca, instintivamente muevo la cabeza hacia atrá s. No permitiré que me bese.

—Me he enamorado de ti. Aunque parezca increí ble, es así. —Declara. Permanezco perpleja, incré dula. ¿ Có mo puede decir algo así si ni siquiera me conoce?

—¡ Imposible! —Respondo agachando la mirada. Es una mentira, solo un modo para acallarme.


Levanta mi cuerpo sentá ndome sobre sus piernas y por alguna extrañ a razó n no me rebelo. Su mano acaricia mi cabello con dulzura, me invade un sentimiento de paz y tranquilidad. ¿ Có mo es posible todo esto? Estoy enloqueciendo, no hay otra explicació n. Estoy enferma si creo estar a buen recaudo con é l. Tiene una buena fragancia, como la de casa. Me dejo mecer, mi cuerpo reacciona solo, apoyo la cabeza sobre su hombro y suspiro. Estoy desconcertada.

—Siento negarte la libertad, pero es el ú nico modo que conozco —susurra arrepentido. No entiendo por qué es el ú nico modo, porque no podí a comportarse como una persona normal. Podrí a haberme seducirme, como todos; y en cambio me ha secuestrado sin respetar mis sentimientos.

—Rusia te gustará, allí tendrá s todo lo que desees.

—Solo quiero mi libertad.

—Lo sé. Hay cosas que no sabes y que no puedo explicarte. No soy una persona normal que conduce una vida tranquila, no puedo…

No acaba la frase, suspira con frustració n.

—¿ Qué quieres decir con eso? —Pregunto curiosa alzando la mirada. Me mira con los ojos llenos de preocupació n, lo que se traduce en una ú nica cosa: peligro. No responde a la pregunta, me acomoda en la cama sin mirarme.

—Ahora descansa. —Lo miro mientras se dirige a la puerta frotá ndose el cuello. Parece muy ocupado y yo me muero de la curiosidad de saber algo má s. Se vuelve una ú ltima vez antes de atravesar la puerta, nuestras miradas se cruzan, ninguno de los habla, sin embargo, permanecemos así durante algunos minutos. Há blame de ti, un pensamiento demente aparece. Deslizo las manos sobre las sá banas y despué s las golpeo un par de veces.

—Ven aquí. —Un comportamiento extrañ o en mí. Como si fuera una fuerza mayor que no consigo controlar, entender. Sorprendido, pero contento al mismo tiempo, se acerca y se sienta. ¿ Qué deberí a decir ahora? Podrí a… averiguar algo. Intentaré entenderlo, podrí a serme ú til. Si conozco lo suficiente a mi enemigo, podrí a tener alguna posibilidad. Es una idea alocada, pero no veo otra solució n. Sus dedos acarician mi brazo y mi cuerpo reacciona. Maldito sea. Me distrae y no puedo permití rmelo.

—Há blame de ti.

—¿ Qué quieres saber? —Pregunta deslizando los dedos lentamente.

—Todo.

Me mira, me estudia y se acerca a mi rostro.

—¿ Qué está s intentando hacer? —Pregunta acariciando mi mentó n con sus labios, no me muevo, soy una bomba de relojerí a.


—Estoy intentando conocerte ya que tendré que estar a tu lado.

No es verdad. Solo quiero encontrar un modo para escapar de é l. Sus dulces y hú midos labios se acercan a los mí os, contengo la respiració n. Me está poniendo a prueba, quiere entender si estoy hablando en serio. Es astuto.

—Soy un hombre posesivo y cuando quiero algo, lo cojo, siempre. —Susurra con maldad.

—Me gusta dominar y pretendo que me obedezcan. —Continú a restregando sus labios.

Oh Dios mí o, no respiro, siento calor. Me mira a los ojos con una pizca de malicia.

—No me gustan los sentimentalismos y lo que es má s importante… —Me coge el mentó n con los dedos. —No soy para nada delicado… —Concluye. Me besa con pasió n. No sé qué hacer, si echarme para atrá s y arruinarlo todo dá ndole un bofetó n o disfrutar de la agradable sensació n que se apodera de mí. Su lengua busca la mí a, la encuentra, bailan juntas y se apodera de ella.

Debo detener todo esto antes de que sea demasiado tarde. Y sin embargo no logro hacerlo, le estoy abriendo las puertas. Me atrae, me fascina, pero tambié n me asusta. Es una mezcla de emociones contrastantes y tengo la sensació n de estar enloqueciendo.

—Alex. —Lo llama alguien. No se detiene, sigue devorá ndome hambriento, y es entonces cuando lo empujo apoyando mis manos sobre su pecho.

—Te está n buscando… —Digo con voz temblorosa.

Apoya la frente sobre la mí a respirando con dificultad, no es el ú nico. No comprendo lo que acaba de suceder, pero no debe presentarse de nuevo. Suspira apretando la mandí bula y se levanta de mala gana. Por fin puedo respirar. Apoyo las manos sobre las mejillas incandescentes. Soy puro fuego. Mi cuerpo arde de deseo y permanezco confundida. Solo me ha besado, ¿ có mo puede afectarme de esta manera? Me levanto apoyá ndome sobre una pierna y me maldigo. Me parece paté tica esta situació n. Respiro profundamente y salgo de la habitació n. Vamos, debo dejar de distraerme de esta manera. Observo a los hermanos mientras murmuran entre ellos, pero cuando se dan cuenta de mi presencia dejan de hacerlo. No quieren que los escuche, eso es seguro. Alex aparece al final del compartimento de pasajeros, sus ojos me miran fijamente.

—Estamos a punto de aterrizar. Ven. —Se acerca, me agarra por el brazo y me acompañ a hasta el silló n. Me siento avergonzada por lo sucedido, no sé có mo actuar. Estamos demasiado cerca, su rostro toca el mí o y trato con todas mis fuerzas de no mirarlo, opto por girarme hacia la ventana. Siento su mirada


posada en mí, me está quemando viva. Con el rabillo del ojo lo veo acercarse, demasiado, y es entonces cuando me giro hacia é l inesperadamente. Sus manos se apoyan en mis caderas y su rostro, casualmente, se acerca peligrosamente al mí o.

—¡ Es mejor que esté s al seguro! —Exclama con tono malicioso.

No tiene gracia, estarí a a salvo lejos de ti. Me habrí a gustado dar voz a mis pensamientos. Observo sus manos mientras agarra el cinturó n de seguridad, lo hace lentamente, a posta. Su cá lida respiració n llega a mi rostro y levanto la mirada.

—¿ Todo bien, Crystal? — Pregunta satisfecho por la impresió n que produce en mí.

—Me pregunto cuá nto tiempo se necesita para atarse el cinturó n, ¡ eres lento como una tortuga! —Respondo con descaro. Me muerdo la lengua por no haber tenido la boca cerrada.

Lo ú ltimo que necesito en este momento es provocarlo. El cinturó n salta mientras sus manos intencionadamente se acercan a mi bajo vientre.

—¡ Está s excitada! —Afirma palpando mis muslos. —¡ Está s ardiendo de deseo por mí! —Continú a sin preocuparse mí nimamente de la presencia de sus hermanos a pocos metros de nosotros.

—¡ Sueñ as demasiado, Alexander! —Respondo intentando tranquilizarme. Ni hablar, no tiene que suceder algo parecido.

Se sienta junto a mí y me susurra al oí do.

—Estoy intentando resistir a la tentació n de descubrir lo mojada que está s. Abro los ojos incré dula, no me creo que lo haya dicho. Me vuelvo, lo miro con desprecio.

—Eres un pervertido.

—Oh sí, muy pervertido, pequeñ a.

Me giro hacia la otra parte intentando ignorarlo, mejor evitar ciertos temas. No imagino lo que pensarí a si supiera… Me habla de esa manera vulgar y cerda cuando yo todaví a tengo que descubrir lo que es el sexo. Trago saliva al pensarlo, no quiero imaginarlo, y no debo. Tal vez es esto lo que me atrae, porque no conozco nada de é l y es tan… ¿ cautivador?

Oh, maldito sea é l y todas sus tonterí as. Fuera del jet noto la presencia de diversos hombres esperá ndonos. Bien vestidos, trajes negros elegantes, gafas de sol, postura rí gida. Ahora má s que nunca quiero saber quié n es Alex.

—Vamos. —Agarra mi mano y me lleva en brazos hacia un deportivo rojo fuego. Se dirige sin soltarme a un hombretó n impartiendo ó rdenes. El hombre


asiente y se aleja. De acuerdo, lo que está claro es que todos lo respetan. Barajo la posibilidad de escapar, estamos en una pista de aterrizaje, sin embargo, hay demasiados hombres vigilando, no tendrí a ninguna probabilidad de lograrlo. Podrí a intentarlo de todas formas. No, no tendrí a sentido, me acarrearí a solo problemas. Por no hablar de mis condiciones, con el tobillo dislocado no iré a ninguna parte. Tengo que encontrar el modo, elaborar un plan má s detallado.

—Ni lo pienses, Crystal. —Susurra con tono amenazador acercá ndose a mi oí do.

Maldició n, me ha leí do el pensamiento. A saber có mo lo hace. Levanto ambas manos en señ al de rendició n vocalizando un “de acuerdo” y subo al coche, cuya puerta ha abierto velozmente. Lo observo mientras da la vuelta estudiando la situació n a su alrededor.

—¿ Quié n eres Alexander? —Pregunto sin rodeos en cuanto arranca el coche. No se altera y va al grano.

—Un hombre de negocios —No me convence, demasiado impreciso.

—¿ Y eres muy rico? —Pregunto intentando parecer ingenuo. En realidad ya me he dado cuenta de lo rico que es, visto todo lo que se puede permitir.

—Sí, Crystal, infinitamente. —Parece molesto.

—Ahora has cambiado idea sobre mí, ¿ no es verdad? —Pregunta con tristeza.

¿ Có mo puede pensar algo parecido? No soy una persona interesada.

—Siento decepcionarte. Nunca me ha interesado el dinero. Si me conocieras, lo sabrí as. —Respondo ofendida.

Podrá tener todas las cualidades que quiera, pero no cambiaré de idea sobre é l. Su pregunta me ha ofendido enormemente. Durante todo el recorrido miro a travé s de la ventana. Campo, á rboles, nada de nada. ¿ Seguro que estamos en Rusia? Me surge esta duda. Nos hemos adentrado en una carretera de montañ a por lo menos hace diez minutos, todas estas curvas me está n revolviendo el estó mago. Por fin, escondido entre las montañ as vislumbro un castillo y permanezco inevitablemente fascinada.

—¿ Te gusta? —Pregunta percatá ndose de mi mirada cautivada.

—¡ Por supuesto! Siempre me han fascinado las princesas y los castillos de hadas —Respondo con voz ronca.

Lo escucho reí r por mi respuesta. Tal vez mis gustos le hacen gracia, pero no puedo hacer nada. A veces me pregunto có mo se me ocurre decirle este tipo de cosas.

—¡ Esa es mi casa! —Informa con orgullo.


Me vuelvo hacia é l creyendo haberlo entendido mal. ¿ Quié n diantres, a parte de un rey, vive en un castillo?

—¿ Por casualidad eres un rey o algo parecido?

Vaya pregunta má s infantil. Me sonrí e. Una sonrisa que deja sin aliento.

—Algo parecido. Ya sabes que todo rey necesita una reina… —Intenta provocarme, pero no respondo.

No me dejaré embaucar por todo esto, yo quiero volver a casa con mi padre y al final lo conseguiré. En cuanto las verjas del castillo se abren me siento sumergida en un cuento de hadas. Vaya, es precioso, y real. Permanezco con la boca abierta a medida que nos acercamos a la imponente estructura. Es encantadora.

—¡ Bienvenida a casa! —Exclama satisfecho.

Estoy segura de que ahora se siente fuera de peligro, estoy en su bola de cristal y cree que me quedaré para siempre. Se equivoca. Aunque será una ardua hazañ a, encontraré un modo para escapar. No estoy en mi mundo y esta no es mi casa, y no lo será nunca.

 

Ne vmeshivaytes'. Pomnite, kto v dome khozyain: No interfieras. Recuerda quié n manda



CAPÍ TULO 5

♠ ♠ ♠

 

 

Me muero de ganas por saber qué hacen con su vida Alex y sus hermanos para poder permitirse todo esto. No estamos hablando de una mansió n, sino de un verdadero castillo. Despué s de atravesar la barrera veo un enorme y cuidado jardí n con una ú nica carretera flanqueada de grandes á rboles. Personal de seguridad por doquier. Todo esto me hace pensar en lo importante que será en esta zona. Bajo del coche y espero sus instrucciones. Increí ble, estoy obedeciendo sumisamente.

Por el momento fingiré seguir así, en algú n momento tiene que bajar la guardia. Agarra mi mano con dulzura, nos miramos a los ojos. Sus ojos son luminosos, los mí os impasibles. Me coge por el brazo, dejo que lo haga, no consigo caminar. Cuando entramos en el vestí bulo del castillo, Alex pregunta a algunos de sus hombres si ha habido algú n problema. No me miran, ninguno de ellos, como si fuera invisible. Solamente el vestí bulo es diez veces mi casa, no imagino lo grande que es este sitio. Escapar de aquí será má s difí cil de lo previsto. No debo desmoralizarme. Habrá un modo, ¿ no?

—Te enseñ o nuestros aposentos; má s tarde, con calma, te hacemos un tour turí stico.

Lo sigo en silencio mientras subimos una gran escalera que lleva a la planta superior. No creo que sea un verdadero castillo, parece una imitació n, la decoració n interior es demasiado moderna. Alex abre una puerta blanca y entra. Me adentro en un espacio moderno despersonalizado. Ante mí se presenta un gran saló n con la superficie de má rmol blanco con vetas oscuras, dos grandes sofá s de piel negra, al igual que los cuatro sillones que dominan el ambiente. Ningú n cuadro, nada de objetos. Solamente una televisió n colgada en la pared. Todo extremamente frí o. Me vuelvo hacia la derecha observando la cocina americana blanca, parece una de esas que se encuentran expuestas en las tiendas. Me pregunto si la habrá n usado alguna vez.

—El pasillo lleva a las habitaciones, la nuestra está al fondo. —Explica con calma.

Si fuera mi casa la decorarí a con má s objetos y má s colores, quisiera que fuera acogedora. ¿ Por qué estoy pensando todas estas cosas? Yo me marcharé de aquí y este pensamiento no se me tiene que pasar por la cabeza. Me agarró fuertemente.


—Ven, te llevo a nuestra habitació n, así podrá s descansar. —Susurra con un tono que me da escalofrí os.

—Perdona, ¿ qué quieres decir con “nuestra”? —Pregunto con la mirada perdida. Conozco la respuesta, pero espero encarecidamente equivocarme.

—Nuestra habitació n. La mí a y la tuya, Crystal.

Se me crea un nudo en la garganta. Calma, respira, resiste. No funciona, tengo miedo. Me giro inmediatamente hacia é l mirá ndolo con odio.

—No compartiré ninguna habitació n contigo, ¡ por lo tanto borra esa sonrisita, ruso! —Gruñ o enfadada.

Aguanta mi mirada y responde.

—Tu duermes conmigo, te guste o no. —Sus manos me agarran por la cintura impidié ndome escapar.

—Y sonrí o todo lo que quiero. —Termina con seriedad.

Camina hacia la habitació n, trato de rebelarme, pero es demasiado fuerte, no lo consigo. Cuando entramos, cierra la puerta con llave y me apoya en la cama. Estoy temblando, ahora sí que tengo miedo. ¿ Qué intenciones tendrá? En mi cabeza se ha creado una enorme confusió n, no consigo reaccionar.

—¿ Por qué quieres tenerme aquí a toda costa? Podrí as tener a quien quieras…

—Digo con la voz rota.

—Solo te quiero a ti… Este es el motivo por el que no te puedo dejarte marchar. —Responde inmediatamente.

Retrocedo bruscamente impactando contra la cabecera, intento moverme, pero me aferra ambas manos empujá ndome. Mi cuerpo toca el colchó n y é l aprovecha la oportunidad para posicionarse a horcajadas encima de mí.

¡ Calma! Esta situació n no me gusta. Me muevo frené ticamente bajo su poderoso cuerpo. No consigo librarme. No respiro, me estoy mareando.

—¡ Dé jame! —Grito con toda la fuerza que me queda.

—No lo haré. Te deseo desde el primer momento que te vi y ahora te tendré.

—Eres un hombre horrible, sin corazó n —Respondo asqueada mientras intento rebelarme de algú n modo.

Suspira apoyando la frente sobre la mí a y todo se detiene. Permanezco observá ndolo mientras respiro a duras penas.

—Tienes razó n, soy horrible… pero no sin corazó n… —Susurra mientras una mano me paraliza y con la otra me toca el interior de los muslos acercá ndose cada vez má s a mis partes í ntimas.

—He descubierto hace poco que puedo amar todaví a… —Sigue acariciá ndome con delicadeza mientras sus ojos me devoran y me queman


hasta la piel má s oculta.

—No puedes imaginar todo lo que te deseo, Crystal. —Su voz es profunda, sensual y me hechiza. Trago saliva fuertemente mientras sus labios se acercan a los mí os. Se muerde el labio. ¡ Cielos!, ¿ no podrí a solamente ser malvado?,

¿ por qué tiene que ser así de atractivo? Muevo la cabeza por los pensamientos tan absurdos que estoy teniendo y hago lo ú nico que se me ocurre: le muerdo el brazo. Se sobresalta alejando la mano, y en dicho instante me escabullo rá pidamente de su agarre. Salto con la pierna sana hacia la puerta que vislumbro entrecerrada. No sé lo que hay detrá s, pero cualquier sitio que me aleje de é l será perfecto. Tengo que retomar el control sobre mi cuerpo lo antes posible, no puedo dejarme llevar, es un error. Entro rá pidamente en el bañ o que acabo de descubrir, cierro la puerta con llave y me apoyo. Tiemblo cuando golpea con violencia las manos contra la puerta, sé que la romperá, ya lo ha hecho. Es un hombre que no conoce lí mites, no será un trozo de madera lo que lo detenga. Tengo que pensar en algo, no tengo mucho tiempo, voy hacia la ventana. En cuanto la abro noto la altura. ¡ Oh no, estoy atrapada! No tengo tiempo para pensar, la puerta se hace pedazos provocando un gran estruendo. Su figura, furiosa y con la mirada amenazante, es algo aterrador. Es una bestia. Me mira como si quisiera acabar conmigo. Tal vez lo haga, no tengo ni idea.

—¿ Adó nde crees que vas? —Pregunta tratando de mantener la calma.

Lo está intentando por todos los medios, lo puedo notar. Tambié n yo estoy intentando estar tranquila. Sin embargo, algo en mi interior me impide contenerme.

—¡ Lejos de ti! —Digo sincera mirando a mi alrededor.

—¿ Por qué no aceptas simplemente la situació n? —Gruñ e acercá ndose lentamente.

Está en alerta, no sabe có mo actuar.

—Porque no tengo elecció n. —Susurro agachando la cabeza. Está a un paso de mí, instintivamente apoyo la mano en su pecho, como queriendo apartarme de é l.

—¿ Por qué quieres hacerme dañ o?, ¿ qué te he hecho para merecerme esto? — Las lá grimas descienden sobre mi rostro involuntariamente. No querí a que viera lo dé bil que soy, pero ya es demasiado tarde. No consigo controlar las emociones que siento en este momento. É l tiene este efecto en mí, destruye mis defensas.

—No quiero hacerte dañ o, me rompe el corazó n verte tan triste. —Suspira y con los dedos intenta secarme el rostro. Permanezco sorprendida por el gesto


y por las palabras, pero podrí a ser perfectamente una tá ctica. Me necesita buena y obediente, no un dolor de cabeza que lo hace enloquecer.

—Me has secuestrado despojá ndome de mi vida. Me has dado a entender claramente que está s deseando acostarte conmigo, ¿ y me dices que no esté triste? —Pregunto molesta percatá ndome de las palabras que salen de mi boca. Retrocede un paso, confundido. Es extrañ o, no es propio de é l por lo poco que lo conozco. Normalmente es seguro y presuntuoso. Ahora parece incó modo.

—No uses ese lenguaje conmigo. —Advierte serio. —Es verdad, te he secuestrado, pero era el ú nico modo para tenerte conmigo. —Se pasa la mano por la cabeza con frustració n. —Y llevarte a mi cama es normal, dado que te deseo. Te pido disculpas por las formas, me olvido de lo pequeñ a que eres, pero esto no cambia el hecho de que te quiero. Aunque no lo quieras admitir, tú tambié n me deseas y sabes que es inevitable.

—Sin rodeos, ¿ eh? Lo que quieres, lo coges. Ahora quiero informarte sobre un par de cosas. Yo no soy una a la que puedes dar ó rdenes, nunca seré lo que quieres, y lo que es má s importante, nunca haré nada contigo. ¿ Entendido? — Grito entre sollozos.

Me muerdo el labio mientras sus ojos se entrecierran. Respira profundamente. La expresió n cambia, ahora tiene ese resplandor malicioso que conozco demasiado bien. Quiere cazar.

—Me dan ganas de… Quisiera hacerlo contigo aquí, ahora. Te pondrí a sobre este lavabo… —Da un paso y pasa la mano por encima. —Te abrirí a las piernas, te saborearí a… —No aparta la mirada, yo no me muevo, no respiro, solo ardo. —Y despué s… despué s de degustarte… —Se acerca a un paso de mí, sus dedos me acarician el mentó n. —Te darí a fuerte… Te harí a gritar mi nombre. —Restriega el pulgar por mis labios. —Y al final te harí a gozar… Como me gusta a mí. —Concluye pasá ndose la lengua por el labio inferior. Tengo la boca seca y estoy intentando con todas mis fuerzas contenerme. Suspira profundamente mientras retrocede. Estoy casi decepcionada, me gustaba este jueguecito maligno. No puedo haberlo pensado, no me lo creo. Mi cerebro se ha echado a perder.

—Dú chate, en una hora comemos.

Dicho esto, sale del bañ o, pero despué s cambia de opinió n. Detenié ndose en el umbral, se vuelve, me examina.

—Y no te toques pensando en mí, ¡ eso es mi deber! —Advierte malicioso e inmediatamente despué s se marcha. Permanezco boquiabierta. Es descarado, directo y da en la diana seguro y victorioso. Muevo la cabeza chillando sin


voz. Se acabó. Debo recuperarme en seguida, me encuentro en un estado lamentable. Respiro profundamente observá ndome al espejo.

Me he ruborizado. Maldició n, ¿ es tan evidente lo que provoca en mí? É l se ha dado cuenta. Por fin me relajo, puedo por lo menos tener tiempo para pensar.

¿ Qué ha pasado hace unos instantes?, ¿ có mo consigue tenerme así? Una cosa está clara: no quiero descubrirlo. Debo reaccionar rá pidamente, no quiero pasar ni un minuto má s aquí dentro. Está en peligro mi salud mental. No creo que resista otro combate, es excesivo.

Despué s de una ducha relajante me encuentro solo con una toalla encima. ¿ Qué deberí a ponerme? Mi vestido está sucio. Miro a mi alrededor, pero ni rastro de ropa. Miro hacia la habitació n para asegurarme de que no esté, me sorprende no encontrarlo allí. Camino de puntillas hacia el armario mientras algunas gotas caen en el suelo. Espero encontrar algo para ponerme. Cuando abro el armario me encuentro ante un descubrimiento de final amargo, solo encuentro ropa de hombre. No se necesita mucho para saber que es su ropa, tengo la impresió n de que sabí a que llegarí a a esta situació n. Resoplo cogiendo una camiseta blanca y unos calzoncillos azules. Dirijo la mirada hacia el bañ o, deberí a poné rmelos. Estoy estudiando la posibilidad cuando la puerta se abre repentinamente estremecié ndome. É l me mira, sonrí e con el ceñ o fruncido y yo me muero de la vergü enza. Aprieto aú n má s la toalla que me cubre lo necesario. Por favor, má rchate. Se dirige hacia el bañ o para volver con una toalla aú n má s pequeñ a. No entiendo porqué me quedo embelesada, deberí a correr y esconderme, me estoy jugando el cuello. Me percato solamente en este instante de que en la otra mano tiene un peine. Lo miro con curiosidad mientras me pasa la toalla por los hombros y desciende por los brazos. Movimientos lentos y delicados. Me mira a los ojos, me seca el rostro prestando especialmente atenció n a no hacerme dañ o.

—¿ Quié n es este hombre? No parece la misma persona de hace media hora. Aturdida y enmudecida sigo sus movimientos, fascinada. Vié ndolo así no parece un monstruo, sino todo lo contrario.

—Hueles a mí … —Comenta satisfecho, me besa el cuello. En un primer momento no sé de lo que habla, pero luego me doy cuenta de que se refiere al jabó n. No tení a muchas alternativas, eso o nada. Se agacha arrodillá ndose y yo me estremezco asustada. Deberí a de haber comprendido que tení a un segundo objetivo.

—Tranquila, solo quiero secarte las piernas. —Asegura con voz calmada apartando las manos.


Lo observo sospechosamente, no me fí o.

—Te prometo que no haré nada.

Mi cuerpo reacciona a esa promesa avanzando un paso hacia é l. Toma primero un pie y lo apoya sobre su pierna, la toalla se mueve, pero no demasiado. Respiro a duras penas mientras pasa la toalla sobre mi tobillo prestando atenció n a no hacerme dañ o. Posteriormente sube cada vez má s hasta alcanzar el inicio de la toalla que me envuelve.

Se mueve hacia el interior de los muslos, tiemblo y no sé por qué. Tal vez porque nunca he tratado con un hombre como é l, o porque la falta de experiencia me hace creer que todo esto es increí ble. Ya no sé lo que está bien, me confunde. Cuando acaba de secarme las piernas, deja caer la toalla pequeñ a al suelo y se concentra en el cabello. Lo peina con atenció n, con ternura. Escucho su respiració n a mis espaldas y permanezco alerta. Es impredecible.

—Mañ ana tendrá s toda la vestimenta que desees. —No quiero ropa, solo quiero marcharme, ahora má s que nunca. No digo nada, permanezco inmó vil.



  

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