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DISPUESTO A TODO 3 страница



—¿ Quié n lo dice? —Pregunta Annabel dirigié ndose a las otras.

¿ Decirme qué? No entiendo nada.

Reina el silencio hasta que Annabel avanza apoyando las manos sobre mis hombros.

—Resiste… No sé lo que ha pasado, pero tú, mi tesoro con corazó n de hielo… ¡ te has enamorado de ese hombre! —Declara convencida.

La miro y me echo a reí r. Decidme que no lo ha pensado seriamente. Niego con la cabeza riendo por la tonterí a que acaba de decir. Imposible, una no se enamora así.


—¡ Bienvenida entre los comunes mortales! —Comenta Tessa.

—No me he enamorado, ¡ creo que pasar tiempo con esos chicos os hace dañ o!

—Digo molesta mientras las dirijo una mirada asesina.

—Puedes negarlo todo lo que quieras, pero nosotros te conocemos como la palma de nuestra mano y hazme caso cuando te digo que está s enamorada. Eres tú la que no lo quiere admitir.

Parece muy convencida de sus palabras. No sé nada de ese chico, nos hemos besado solamente un par de veces. De acuerdo, siento una fuerte atracció n que me lleva a querer algo má s, pero eso no es amor.

—Escuchadme bien. Yo no estoy enamorada de Alexander, por lo tanto dejemos de decir disparates. Salgamos, divirtá monos y se acabó, ya es parte del pasado. —Trato de zanjar el tema esperando que no insistan.

Por sus miradas me doy cuenta de que no está n tan de acuerdo.

—Sí, está en la fase de negació n… —Murmura Jasmin.

No puedo evitar alzar la mirada al cielo y resoplar. No entiendo por qué insisten, si no quiero hablar de ello, tienen que respetar mi elecció n. Las dejo para subir un momento a la habitació n para prepararme.

Despué s de una cena con mucha paella llegamos ante el nuevo local que se llama Eros. Por lo que parece todo el mundo se ha puesto en mi contra, porque todas estas coincidencias me sacan de quicio. He visto muchos locales en la playa, pero este es realmente hermoso. Hay pequeñ os sofá s cortinas de doseles blancas y algunas mesas con sillas de mimbre. Todo muy romá ntico, por supuesto. Me siento extrañ a, tengo la sensació n de que lo veré. Espero que no. Me siento en uno de los sillones hablando con ellas de nimiedades mientras vago con la mirada.

¿ Qué está s buscando, Crystal?

Mi subconsciente quiere que esté presente. No puedo otorgar tanta importancia a una persona de la que no sé nada. Tessa agarra de la mano a Jasmin atrayé ndola hacia un espacio vací o junto al mostrador del bar para bailar.

No pueden resistir, al menos ellas sí saben có mo divertirse. En cambio yo no hago otra cosa que pensar en é l, el hombre que ha alterado mi existencia sin hacer nada especial.

—¡ Nosotras vamos un momento al bañ o! —Me avisa Sharon levantá ndose junto a Annabel. De acuerdo, todo esto es muy extrañ o. Quieren dejarme sola y solo hay una explicació n plausible. É l está aquí. Las miro con incertidumbre mientras se juntan con las otras para luego desaparecer. Imagino lo que está a punto de suceder, no soy estú pida. Si creen que me van a engañ ar, se


equivocan.

Me levanto del silló n con la intenció n de marcharme, pero me paralizo cuando me encuentro cara a cara con é l: Alexander. Vestido de punta en blanco con un traje azul oscuro y camisa blanca. Mirada seria y tenebrosa que quita la respiració n. Maldició n, es muy apuesto. Decido actuar como si nada pasara, alzo la mirada topá ndome con sus ojos azules y sonrí o.

—Hola, Alexander.

—Hola, Crystal. —Responde amablemente metié ndose las manos en el bolsillo.

—¿ Qué te trae por aquí? —Ironizo colocá ndome un mechó n de cabello detrá s de la oreja.

Frunce el ceñ o, no responde enseguida. Se toma su tiempo, suspira. Podrí a jurar que vislumbro una expresió n humana, parece frustració n. Siempre tiene una actitud glacial, es raro verlo en este estado.

—Negocios…

Corta de raí z mientras me estudia el rostro. ¿ Qué te traes entre manos, Alex? No me fio de é l, tiene un comportamiento sospechoso.

Mejor dejarlo aquí, cuanto má s cuerda le dé, peor será.

—Te dejo con tus cosas, si me disculpas… —Digo amablemente tratando de marcharme. Se planta delante, me asusto, pero no retrocedo. Nuestros cuerpos se rozan, pero ninguno de los dos parece dispuesto a moverse de dicha posició n. Bajo la mirada, rá pidamente sus dedos me acarician el mentó n y lo levantan obligá ndome a mirarlo.

—No me has buscado. —Susurra en mis labios resignado.

No respiro, estoy paralizada. ¿ Qué diantres me ocurre?, ¡ despierta, alerta roja! No puedes embelesarte así, rechá zalo.

—¿ Por qué tendrí a que haberlo hecho? —Pregunto severa retomando por fin el control sobre mí misma. Gruñ e descontento por mi respuesta. ¿ Qué se esperaba? No me arrojaré a sus brazos, no me hechizará.

—Me decepcionas. Tratas de rechazarme cuando deberí as dejarte llevar. Dé jate amar como te mereces… —Susurra acercá ndose a mis labios, los roza y yo me aparto repentinamente.

—¡ Lo ú nico que quiero es tenerte fuera de mi vida!

Inclino la cabeza hacia un lado. Sus brazos me rodean las caderas y atraen mi cuerpo hacia el suyo.

—¡ Quiero-que-seas-mí a! —declara entre dientes. Cualquier otra persona en este momento gritarí a, pedirí a auxilio. En cambio yo lo encuentro un reto


cautivador al que no puedo renunciar.

—¡ Yo no! —Respondo intentando liberarme de su agarre. Parece que la presencia de otras personas no lo inquieta.

Sigue agarrá ndome con fuerza mientras intento separarlo con todas mis fuerzas. Bueno, no con todo el í mpetu que podrí a, no lo estoy contando todo tal como está sucediendo.

—No tan rá pido, pequeñ a. —Dice entre dientes obligá ndome a apoyar mi rostro en su pecho.

Me acaricia el cabello mientras que con la otra me tiene bien sujeta. Es el doble que yo, un hombró n, pero extrañ amente no me da miedo.

Net —Murmuro intentando retroceder, sin embargo, no consigo moverme. Su pecho vibra, se echa a reí r. Oh mira por dó nde, sabe reí r, ¡ quié n lo dirí a!,

¡ entonces no es una má quina insensible!, ¡ una miga de humanidad existe!

—Sorprendente. Está s aprendiendo mi lengua. El modo en que pronuncias las palabras es muy sensual. —Comenta acariciá ndome constantemente.

Modestia aparte, los cuatro añ os de estudios de idiomas han servido para algo. Hablo su lengua, pero é l no lo sabe. Qué pena que no haya profundizado la expresió n escrita. Cree que he aprendido algunas palabras por é l, qué iluso. Espera… ¿ ha dicho que el modo en el que hablo es sensual? Madre mí a, sá lvese quien pueda.

—Ya sabes, me relaciono con personas que no entienden mi idioma. — Respondo resoplando molesta.

—Yo lo entiendo perfectamente, eres tú la que no lo entiende. Ty moya

¡ Solo tienes que aceptarlo!

—¡ No sucederá jamá s! —respondo levantando la cabeza de sopetó n.

Lo empujo con toda la fuerza que tengo dentro, apartá ndolo un poco. Me mira disfrutando de la situació n, sin reaccionar. Y es entonces cuando aprovecho para pasar por debajo de su brazo izquierdo.

Corro alejá ndome del local, consciente de que me seguirá, decido cambiar de sentido en el ú ltimo momento. Si voy hacia el aparcamiento, me encontrará; pero si voy hacia la playa, podrí a esconderme detrá s de las rocas. Camino hacia la orilla alejá ndome lo má s posible. Me quito los tacones, me estorban, los tengo en la mano mientras me dirijo con los pies descalzos hacia los escollos.

—¡ Detente inmediatamente! —Retumba su voz a mis espaldas.

¡ Maldito sea! Me ha asustado.

—¡ Má rchate! —Grito comenzando a correr. Quisiera saber ahora có mo voy a


librarme de é l. No tengo escapatoria, me alcanzará. Me tropiezo cayendo como un saco de patatas en la arena y chillo furiosa conmigo misma a causa de mi torpeza. Levanta mi cuerpo como si fuera una pluma, me vuelve hacia é l, me está mirando, parece preocupado.

—¿ Está s bien? —Pregunta dejando que los pies toquen el suelo.

Me limpio quitando la arena esparcida por todos los lados y me quejo.

—¡ Todo es culpa tuya! —Una situació n increí ble, surrealista.

—Tienes razó n, es mi culpa… —Responde con seriedad.

¿ Ah, sí? Me acaba de dar razó n, no me lo creo. Sonrí o satisfecha creyendo haber ganado algo.

—Vale, genial, al final lo has entendido. Es mejor que nos despidamos… — Digo extendié ndole la mano. —Gracias por los buenos momentos y te deseo un buen viaje de vuelta. —Termino la frase decepcionada porque no me devuelve el saludo.

Mira mi mano con reticencia y despué s busca mi mirada. ¿ Y ahora qué le pasa? Lo examino con atenció n mientras aprieta la mandí bula y la nuez se mueve. Los ojos azul profundo son todaví a má s bonitos con el reflejo de la luna. Increí ble, lo estoy admirando.

—Es mi culpa porque he perdido el tiempo. —Declara. Un vuelco al corazó n, las palabras que no querrí a haber escuchado.

—Deberí a haber acabado con esto la noche en la que te desmayaste. —Avanza un paso hacia mí. Retrocedo desorientada. ¿ Qué está sucediendo? Tiene un tono amenazador, no me gusta esta actitud.

—Sabí a entonces que eras perfecta, pero querí a darte má s tiempo. Otro paso, me cuesta respirar y sigo retrocediendo.

—Esperaba que me eligieras. No querí a llegar a esto.

Interpongo entre nosotros las manos, como si esto pudiera detenerlo.

—¿ Llegar dó nde?, ¡ no te pedido que hagas nada! —Grito balanceá ndome de un pie a otro. Estoy haciendo zigzag, estoy jadeando mientras intento buscar una pequeñ a posibilidad de fuga.

—¡ Lo siento, soy demasiado egoí sta para renunciar a ti! —Exclama con el rostro contraí do.

Me paralizo observá ndolo de mala manera mientras inexplicablemente sus manos se apoyan en mis bí ceps.

—Puedes tener a muchas chicas, no pierdas el tiempo conmigo. —Mi voz apenas se escucha, me tiembla el labio mientras sus ojos me devoran. Respira profundamente centrando la mirada en mis manos, parece que está tratando de


resistir a la tentació n de tocarlas.

—Si no vienes conmigo en este preciso momento, tus amigas correrá n peligro… —Susurra acercá ndose a mi rostro. Abro los ojos sorprendida e intento comprender si está bromeando, pero su mirada impasible me corrobora la veracidad de sus palabras. El latido se acelera, me cuesta respirar.

—¿ Por qué me haces esto?

—Lo siento, pero quiero poseerte. Estoy dispuesto a todo con tal de tenerte. — Afirma.

—Estoy petrificada. ¿ Quié n es este hombre? Intenta cogerme la mano, pero yo la aparto.

—¡ No me toques!, ¡ no voy a ninguna parte contigo! —Digo entre dientes mirá ndolo con odio. Muy bien, hazte la dura Crystal. Me acerco amenazante tirá ndolo de la chaqueta, sin embargo, é l no reacciona.

Su mandí bula se contrae mientras sus ojos se desplazan de mis manos. Me mira fijamente. Está enfadado. Muy enfadado.

—Se acabó perder el tiempo. ¡ Ahora vienes conmigo!

Y despué s de esta afirmació n me carga a las espaldas sin dificultad. Pataleo gritando a má s no poder, pero no cambia nada.

Su agarre se vuelve má s fé rreo mientras camina con grandes zancadas.

—¡ Deja de gritar, joder! —Grita, pero no tengo ninguna intenció n de detenerme. Todaví a incré dula por la situació n le doy puñ etazos en la espalda esperando poder pararlo. ¿ Có mo puede ser que nadie lo detenga? Estoy gritando y nadie se preocupa. ¿ Por qué me está ocurriendo todo esto? Que alguien me ayude antes de que pase algo lo inevitable. Tengo miedo, no sé ni lo que quiere de mí ni adó nde me lleva.


 


CAPÍ TULO 4

♠ ♠ ♠

 

 

Me encuentro en el todoterreno con Alex y sus hermanos. De mis amigas no hay ni rastro. Estoy sola, aterrorizada en medio de cinco desconocidos y no sé có mo salir de aquí. Me siento en peligro y sin escapatoria. Quié n sabe có mo se lo tomará mi padre cuando se entere de mi desaparició n. Estoy convencida de que avisará a las autoridades, hará de todo para encontrarme, no permitirá que Alexander se salga con la suya.

Miro las expresiones contrariadas de sus hermanos y me hace pensar que no está n muy conformes con la decisió n de Alexander.

—No necesitamos má s problemas... —Interviene disgustado Ivan. Me dirijo hacia Alex mirá ndolo mal. ¿ Ves? No todos tienen el cerebro hecho papilla como tú.

Ne vmeshivaytes'. Pomnite, kto v dome khozyain. —Responde con tono amenazante. No he entendido mucho excepto “recuerda quien manda”. Los dos se miran furiosos durante un instante.

—No se lo merece y lo sabes… —Salta su hermano girá ndose hacia la ventanilla y zanjando la conversació n. Mientras conduce, Liam mira por el espejo retrovisor, su mirada lo dice todo, parece avergonzado y arrepentido. Me muevo intentando que el cuerpo de Alex no me roce, está sentado junto a mí con la mirada pensativa.

— ¿ Dó nde está n mis amigas? —Pregunto manteniendo aparentemente la calma.

—Está n en la playa divirtié ndose —Responde.

Me siento aliviada, al menos ellas está n a buen recaudo.

—¿ Qué es lo que quieres, Alexander?

Me examina, sus ojos recorren mi cuerpo, tiemblo. No digas nada, ya lo he entendido todo.

Lo has dejado bien claro, pienso para mí misma.

—¡ Te quiero a ti!, ¡ quiero todo de ti! —Su voz es frí a, distante. No parece la misma persona que habí a conocido en la discoteca. Estaba solo fingiendo, solo debí a alcanzar su objetivo.

—Vivimos en una democracia y no en un ré gimen dictatorial, lo sabes, ¿ no? — Pregunto iró nica.

Molesto me lanza una mirada de advertencia, pero no pienso detenerme precisamente ahora.


—Soy libre de elegir y no eres nadie para decidir sobre mi vida. —Protesto aumentado el tono.

Se gira hacia mí con una mirada siniestra.

—Conmigo no funciona así. —Gruñ e entre dientes.

Se me ponen los pelos de punta, me amedrento aguantando su mirada.

—¡ Me das asco! —Digo con desprecio.

—Te aconsejo que no me hables así, no sabes a quié n te está s enfrentando, niñ ata. —Intima.

—¿ Y si no, me matará s?, ¿ sabes lo que te digo? Adelante, ¡ prefiero morir a tener que lidiar con uno como tú, Alexander! —Grito enloqueciendo para despué s cruzar mis manos y mirarlo de reojo.

Habrá un modo para librarse de é l, ¿ no? Tiene que haberlo. Su mirada quema mi piel, lo escucho suspirar fuertemente mientras uno de los hermanos rí e ligeramente.

—Tengo que admitirlo, tienes agallas. Es lo primero que me ha vuelto loco de ti. —Comenta apartando la mirada. —Pero te advierto, no abuses de tu suerte, mi paciencia tiene un lí mite. —Advierte. Palabras que dan escalofrí os.

—¿ Dó nde me está s llevando? —Pregunto sin mirarlo.

—A Rusia. —Sentencia. Salto como un canguro y me vuelvo hacia é l, lo agarro por la camisa entrecerrando los ojos y trato de mostrar un aspecto amenazante.

—Dé jame que lo entienda, ¿ quieres llevarme a Rusia contra mi propia voluntad?

Asiente satisfecho como si todo fuera normal. Está loco, muy loco.

—Esto es un secuestro, lo sabes, ¿ no?

No lo puede estar haciendo en serio, me falta la respiració n, madre mí a.

—Llá malo como quieras. Ahora eres mí a.

—No está s comprando un producto en el supermercado. ¿ Cuá l es tu problema?, ¿ algú n tornillo suelto? —Golpeo los puñ os contra su pecho, pero no se altera, parece que no le afecta.

—No tengo ninguna intenció n de ir a Rusia contigo. ¡ La policí a me buscará! — Digo jadeante.

Gruñ e y me agarra por las muñ ecas.

—Ahí te has olvidado de un detalle, pequeñ a. Ninguno de vuestros conocidos nos ha visto nunca juntos, por lo tanto nunca pensará n en mí. Y si alguno lo hiciera, cuando lleguen a Rusia, no te encontrará n nunca… —Susurra a pocos centí metros de mi boca con aire victorioso.


—¿ Por qué me haces esto?, ¿ qué te he hecho de malo?, podrí as tener a quien quisieras, ¿ por qué yo?

Estoy aterrorizada y con los ojos llenos de lá grimas. No debe verme triste, pero en este momento no sé lo que hacer, creo que me volveré loca.

—Espero que llegues a perdonarme, pero no cambiaré de idea…

Nos miramos durante unos instantes hasta que mi atenció n no se dirige hacia la mano que se mueve rá pidamente. Me agarra la cintura y me atrae hacia é l, obligá ndome a sentarme encima de é l. Intento rebelarme, refuerza el agarre y me besa en la frente.

—Duerme un poco, Crystal. —Susurra. Ya no me muevo, permanezco rí gida como un trozo de hielo, pensando. Tengo que elaborar inmediatamente un plan para escapar. No sé dó nde tengo el bolso con mis cosas y sin telé fono no puedo llamar a nadie. El problema es có mo y cuá ndo. Estoy acorralada, no será fá cil, pero lo intentaré. Cierro los ojos planificando una posible fuga.

Si quiere llevarme a Rusia, tendremos que coger obligatoriamente un avió n. No creo que sea tan estú pido de llevarme a un aeropuerto repleto de gente, sabe que gritarí a a pleno pulmó n llamando la atenció n.

Imagino que habrá elegido una pista privada, ¿ tendrá tambié n un avió n privado? Bueno, todo es posible por lo que parece. Podrí a comportarme bien, no rebelarme, así baja la guardia y, una vez en la pista, podrí a… ¿ Por qué no? Lo intentaré. Deberé correr y mucho si quiero tener una posibilidad.

Me acaricia el cabello dulcemente, lo cual me sorprende. Parece el orco maligno, pero por alguna extrañ a razó n no me convence del todo interpretando ese papel. Sí, a veces da miedo, pero parece solo un perro que ladra y no muerde. Sigo con los ojos cerrados, mejor no levantar sospechas. Su perfume me invade, es agradable. ¿ De verdad he pensado que es agradable? Despierta, te ha secuestrado, es un psicopá tico. Tengo la cabeza apoyada en su pecho, sigue acariciá ndome, deberí a encontrarlo repugnante, pero no lo consigo, increí ble.

—¿ De verdad quieres meternos a todos en lí os por ella, Alex? —Pregunta Liam, parece su voz, estoy casi segura.

Suspira apretá ndome contra é l.

—¡ A toda costa, hermano! —Responde con voz ronca. Está completamente dispuesto a todo con tal de tenerme, es inquietante.

Cuando me despierto escucho algunas voces. Los ú ltimos recuerdos salen a la luz: Alex, sus hermanos, el secuestro. No puedo creerlo, en una situació n de este tipo he conseguido dormirme. Felicidades, Crystal. Abro los ojos y miro


por la ventana. Estoy todaví a en el coche, pero estamos parados. Aturdida alzo la mirada encontrá ndome con dos ojos azules que me observan.

—Buenos dí as. —Oh, parece contento. Debo mantener la calma. Sonrí o falsamente intentando enderezarme en el asiento, pero uno de sus movimientos me lo impide.

—Qué date dó nde está s, estoy có modo. —Comenta acercá ndome a é l.

De acuerdo, será peor de lo que imaginaba. Si se pega como una sanguijuela, me gustarí a ver có mo conseguiré escapar. Contengo la respiració n apoyando las manos sobre su pecho y las deslizo hasta sus hombros. Se pone tenso. Veamos có mo podemos bajar la guardia de algú n modo. Las manos rodean su cuello, me siento avergonzada, nunca he actuado así. Es por una buena causa, está en juego mi libertad, ¿ no es así? Escondo el rostro en su cuello e intento respirar con calma, debo tranquilizarme, de lo contrario se darí a cuenta de que estoy fingiendo. Me coloco mejor sobre é l rozando su cuerpo con el mí o. Traga saliva. Está funcionando.

—Podemos subir. —Avisa Liam abriendo la puerta por mi lado. Ya está, ahora o nunca. Me dejo llevar, bajo con calma examinando la situació n. Estamos a diez metros de un pequeñ o jet. A mi alrededor está oscuro, solamente la pista está iluminada.

En el momento en el que Liam se aleja echo a correr lo má s rá pido posible hacia la oscuridad.

—¡ Crystal! —Grita Alex a mis espaldas.

No me vuelvo, corro lo má s que puedo. No sé orientarme, está oscuro. El asfalto acaba y me adentro en el descampado. Mi carrera es lenta, las plantas me arañ an por doquier. Me lamento maldiciendo en voz baja mientras mi corazó n está desbocado. Me está persiguiendo, lo sé. Y de repente con mala suerte me tropiezo con una piedra que no he visto. El tobillo me duele, un dolor lacerante. La rodeo con las manos apretá ndola fuertemente. Me doblo sobre mi misma mordié ndome la rodilla para contener los gritos.

Que me parta un rayo a mí y a mis ideas, he empeorado solo la situació n. Permanezco así, mientras las voces se acercan cada vez má s. ¡ Oh no! está n demasiado cerca. Alex da ó rdenes mientras sigue llamá ndome en voz alta. No me muevo, intento no hacer ruido.

Por favor, que acabe lo má s rá pido posible. Me encontrará, es obvio. No creo que se tome bien lo de mi fuga, estará furioso y no oso imaginar lo que podrí a hacerme. De repente todo se oscurece. ¿ Dó nde han ido a parar? Grito a pleno pulmó n cuando me agarra y me levanta de golpe. Mis gritos son una mezcla de


susto y dolor, el tobillo me está volviendo loca.

—Te encontré.

Me retuerzo del dolor, el hecho de que me haya encontrado ya ha pasado a un segundo plano. Tengo un problema mucho má s gordo.

—El tobillo… —Me lamento apretando los dientes. Se detiene de golpe para comprobar la situació n é l mismo. Lo observo mientras empalidece, parece aterrorizado. Dejo caer hacia atrá s la cabeza gritando. Duele mucho. Comienza a caminar en silencio con paso apresurado.

Cuando llegamos al interior del jet me deposita en uno de los sillones de tejido color marfil. Todos guardan silencio.

Se agacha, coge el tobillo entre las manos y lo analiza atentamente.

—¡ Se ha dislocado! —Exclama dirigié ndose hacia sus hermanos.

Ivan le pasa el botiquí n de primeros auxilios y é l reacciona sin perder tiempo. Realiza un rá pido movimiento con las manos tirando del tobillo de manera extrañ a, despué s abre el botiquí n y hurga buscando algo hasta que coge un tubito con letras en ruso. Parece una pomada. Vierte una cantidad importante en la palma y levanta la mirada.

—Te hará dañ o, pero intenta resistir. —Avisa con dulzura. Asiento respirando profundamente y espero. Me estremezco con el contacto de esa sustancia gelatinosa. La desliza lentamente alrededor del tobillo y comienza a masajear. Me lamento tapá ndome la boca mientras las lá grimas descienden, mi umbral del dolor es nulo. Me observa preocupado, respirando con dificultad.

—Estoy intentando hacerlo lentamente, pequeñ a, intenta aguantar. Sigue masajeando delicadamente, pero me parece una tortura.

Doy pisotones en el suelo con la otra pierna intentando amortizar el dolor. No funciona, corro el peligro de enloquecer. Instintivamente me agarro a sus hombros hinchando las uñ as con fuerza, sin embargo, dá ndome cuenta de mi gesto, las retiro enseguida. Se detiene alzando la mirada.

—Desahó gate si quieres, no me haces dañ o. —Susurra retomando el masaje. Salto como un muelle hacia adelante cuando presiona con los pulgares un punto donde el dolor me hace perder la cabeza. Me agarro nuevamente a sus espaldas, las aferro con fuerza gritando de dolor. Estoy llorando como una magdalena y no consigo detenerme, nunca he sentido tanto dolor en mi vida. Cierro los ojos apoyando la cabeza sobre sus hombros mientras mis manos continú an agarrá ndolo, como si quisieran arrancarle la carne.

—Pequeñ a, debo vendar el tobillo. —Avisa restregando su rostro por el mí o. Me levanto con una pizca de autocontrol y asiento. Venda el tobillo lentamente


y con delicadeza. Cada cierto tiempo levanta la mirada para asegurarse de que estoy bien.

—No se dirí a que tienes veinticuatro añ os, lloriqueas como una niñ a. — Comenta Christofer mientras se acomoda en uno de los sillones libres. Alex lo mira de mala manera mientras yo reflexiono sobre sus palabras. No tengo veinticuatro añ os, qué tonterí a.

—¡ Tengo dieciocho en realidad! —Intervengo sin mirarlo. Antipá tico hombre ruso. Observo có mo Alex empalidece y es entonces cuando me surge una duda.

¿ A que las mis queridas amigas han mentido sobre nuestra edad?

—¿ Tú tienes dieciocho añ os? —Chilla hacié ndome estremecer.

Se dirige hacia sus hermanos rugiendo y se levanta inmediatamente. ¡ Ehh, mi tobillo! No te asustes ahora. Permanezco en silencio disfrutando de la escena satisfecha. Oh mira, se acaba de dar cuenta de haber cometido una estupidez.

—¡ No me mires así! —Enloquece Liam. —¡ Sus amigas dijeron que tení an esa edad! —Intenta justificarse.

Mientras el rostro de Alex se contrae nuevamente, como buena listilla decido dar el golpe de gracia.

—¡ Eh no, chicos, acabo de cumplir dieciocho! —Digo con satisfacció n. La mirada de Alex se posa en mí y yo querrí a morir, hundirme en el abismo. Sudo frí o.

—¿ Tienes dieciocho añ os? —Berrea. Parece aterrorizado. Por absurdo que parezca, es divertido.

—Imaginadlo, ya estoy viendo el titular en todos los perió dicos, “chica de dieciocho añ os secuestrada por un grupo de rusos”. —Digo mientras gesticulo con las manos.

—¿ Por qué no me lo has dicho? —Pregunta.

Tiene razó n, deberí a haberlo hecho, así no me encontrarí a ahora en esta situació n.

—Nunca me has preguntado mi edad. —Respondo seria.

Alex masculla palabras incomprensibles dirigié ndose a sus hermanos y entra con ellos en otra habitació n.

Esperemos que use el cerebro y me lleve a casa. De mientras aprovecharé para buscar una escapatoria, pero en este estado no puedo ir lejos. Si ellos han ido a la izquierda, yo iré a la derecha. Al fondo veo una puerta. Me levanto con cierto esfuerzo y salto con la pierna sana hasta la puerta. La abro y me encuentro en una habitació n, rá pidamente cierro la puerta con llave. No le permitiré que se acerque, al menos ganaré un poco de espacio. Me siento en la


cama y me dejo caer, es có moda. Estoy cansada, sucia, asustada y sola. ¿ Có mo he podido?, ¡ tendrí a que haber evitado un elemento como é l! Sabí a desde el principio que me acarrearí a problemas. Y ahora, mira, estoy encerrada en un jet de camino a Rusia y nadie podrá encontrarme.



  

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