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DISPUESTO A TODO 1 страница



 


 

Anisa Gjikdhima


ERES MÍ A

 

 

Novela


Nota del autor

 

Queridos lectores, quisiera destacar que la siguiente historia escrita por mí es especial, fantá stica. Todo lo que escribo no debe necesariamente reflejar acontecimientos reales o lecciones morales. Considerad esta historia por lo que es: una invenció n. No quiero instigar a ningú n tipo de violencia, no quiero justificar a nadie. Yo escribo, vuelo con la fantasí a, pero consciente de que todo es una invenció n.

Espero de todo corazó n que os guste la lectura.

Historia creada en Wattpad en el 2015 e inspirada en la obra Il professionista.


Trama

Me ha secuestrado, se ha apoderado de mi vida y ahora le pertenezco. La mafia rusa le ha convertido en un hombre temido y respetado. Todos tienen miedo de Alexander Volkov, excepto yo, y esto lo inquieta. Dijo que entre nosotros no podí a existir el amor porque somos como el Diablo y el agua bendita. Sin embargo, cada vez que sus ojos se cruzan con los mí os, el mundo cobra un nuevo sentido y esto no le gusta porque le hace sentir dé bil.

Si el amor puede destruir, é l me destruirá. Por todas esas veces que le sonreí, por las caricias inmerecidas, por los besos puros e inocentes que le di.

La historia amada por millones de lectores en Italia.


 

 

Copyright © 2015 por Anisa Gjikdhima Portada creada por Valentina Modica Editora: Anna Russo

Tí tulo original: Sei mia. Traducció n: Rubé n Gonzá lez Vallejo

Pá gina web: http: //www. anisagjikdhimaauthor. com/

 

 

Cada una de las referencias a personas o sucesos deben considerarse pura coincidencia. Cada elemento de esta novela es totalmente fruto de la imaginació n del autor.


 

 

A veces nos encontramos con personas que nos resultan completamente extrañ as, por las cuales mostramos interé s desde la primera mirada, de repente, inesperadamente, antes de pronunciar una sola palabra.

Fë dor Dostoevskij


 

 

A mi madre. Mi lectora nú mero uno.


 



 


CAPÍ TULO 1

♠ ♠ ♠

 

 

Observo sus ojos avellana reflejados en el espejo mientras trato de maquillarme sin causar desastres. Vamos Crystal, puedes conseguirlo.

No amo perder el tiempo, y mucho menos para maquillarme.

Hoy es un dí a especial, mi cumpleañ os. Por fin soy mayor de edad… alcohol, licencia de conducir y libertad… esto es lo que me han dicho las locas de mis amigas. Estoy aterrorizada, me gustarí a transcurrir mi dí a de manera tranquila, pero ellas han decidido que debí amos celebrarlo.

Una catá strofe anunciada.

Tanto es así que mis amigas han organizado una velada llena de diversió n: discoteca, que no encaja exactamente con mi idea de diversió n. Preferirí a con creces una noche en el cine.

Me quieren mucho, se han esforzado mucho para organizarme una noche especial. Una mesa en uno de los locales má s exclusivos de Madrid, el sueñ o de toda chica que cumple dieciocho añ os y que ama las fiestas, repito, esa no soy yo.

Adoro bailar y divertirme, pero no a menudo. Sin embargo, esas cuatro siempre está n preparadas para desatarse. Este es el motivo por el cual me consideran la moderadora del grupo.

Las miro con entusiasmo mientras rí en entre ellas comentando una el vestido de la otra.

Sharon: la decidida.

Lleva siempre a cabo cualquier cosa y odia el retraso. Ha tenido una vida difí cil. Dos padres ausentes, demasiado ocupados para encargarse de ella. Ha pasado la mayor parte de su infancia con la niñ era que ha considerado má s madre que la suya bioló gica.

Annabel: la romá ntica.

Cree en el amor y está deseando encontrar a su prí ncipe azul. Su tí a la adoptó con cinco añ os despué s de la muerte de sus padres en un accidente de trá fico. Nunca habla de ello y nosotras intentamos dejarle su espacio.

Jasmin: el tren en marcha.

Su forma de vida es “aprovecha el momento”. Siempre sonriente y preparada para todo sin preocuparse de las consecuencias.

Y por ú ltimo, Tessa.


En realidad se llama Teresa, pero odia que la llamen así. Tessa es una chica especial, cree que todos somos buenos. No logra ver la maldad en ninguna parte. A veces tengo miedo de que alguien se pueda aprovechar de ella, se fí a demasiado de las personas.

¿ Y yo?

Bueno, yo soy yo.

Siempre desconfiada, racional y pesimista.

Gracias a mi madre he crecido antes de tiempo, he comprendido el asco que daba el mundo. Mi cará cter ha sido creado por la solitud, los pensamientos interiores y las preguntas a las que nunca he encontrado respuesta. Mi madre me abandonó de pequeñ a y debo agradecer a mi padre y a mi tí a que cuidaran de mí.

Algunos acontecimientos te cambian, te hacen ver la vida de manera diferente, y es por esto que no creo en los cuentos.

Levanto los hombros suspirando con los ojos puestos en mi reflejo. No soy nada especial, nunca lo he sido y el gesto de mi madre lo demuestra. Me abandonó.

Creciendo he comprendido que era mejor no encariñ arse con las personas, para evitar sufrir otro abandono.

Con el rabillo del ojo observo có mo Annabel recoge el pelo a Jasmin y sonrí o.

He sido la ú ltima en cumplir los dieciocho en nuestro grupo y es exactamente por esto por lo que mis amigas han considerado conveniente elegir una noche de discoteca. Dicen que no me divierto lo suficiente.

La dolce vita.

Ya el nombre lo dice todo.

Soy una persona afortunada, tengo amigas que son como hermanas. Si no fuera por ellas a esta hora estarí a encerrada en mi habitació n mirando fuera de la ventana, observando la vida pasar porque me gusta estar en casa. Somos un grupo raro, lleno de problemas y son justamente nuestras vidas y nuestros problemas los que nos han unido.

—Esta noche hacemos fiesta. —Chilla Jasmin.

Nos gusta hacernos las locas entre nosotras, pero de forma auté ntica, sana. Hemos elegido vestirnos todas con vestidos negros, como nos habí a sugerido Sharon. Dice que te hace má s sensual, pero poco importa por lo que me concierne.

Admito que aparentamos algunos añ os má s y el objetivo era precisamente ese.


Parezco otra persona, será el maquillaje o el modo en el que he peinado mi largo cabello negro que normalmente llevo recogido. Sin embargo, esta noche Sharon ha insistido en dejarlo suelto.

El taxi acaba de llegar y en mi habitació n se desencadena el caos. Unas gritan que nos movamos, otras se lamentan porque no han acabado todaví a. Y luego estoy yo que las miro disfrutando de la situació n.

Somos unos desastres, pero esto es precisamente lo bonito.

Podrí a intentar conocer gente nueva, aunque en esas discotecas, normalmente, no llevan a nada bueno.

De todas formas es improbable si sigo apartá ndome del gé nero masculino. Es como una alergia y no consigo explicarme el motivo. Deberí a bajar la guardia, tratar de dejarme llevar, tal vez descubro que al final no es tan malo tener un chico a mi lado. Mis amigas ya han tenido sus experiencias, y yo en cambio no, excepto con un chico con el que salí el añ o pasado.

Ricky era un chico adorable, í bamos a la misma clase y entre un trabajo y otro me pidió que salié ramos juntos. Comenzamos a vernos, incluso fuimos al cine un par de veces, pero al final me di cuenta que lo veí a solo como un amigo y preferí ser sincera con é l.

A veces tengo la impresió n de que las personas de mi edad no me interesan. Quisiera entablar un diá logo con personas maduras que me puedan enseñ ar algo.

Cada vez que alguien intenta acercarse a mí, me paralizo, levanto un muro y me vuelvo frí a. ¿ Quié n querrí a lidiar con una como yo?

Nadie.

A veces me pregunto si habrá alguien que me aguante, alguien capaz de derrumbar ese muro cimentado de añ os y añ os de odio y tristeza.

Suspiro cuando veo el letrero del local y bajo del taxi. Estoy distraí da, me doy cuenta de ello y para hacer felices a mis amigas trataré de divertirme y no ser asocial.

Cuando entramos no puedo evitar notar la decoració n sofisticada, los sillones de mimbre con cojines blancos, el mostrador del bar iluminado por una luz violeta, las personas bailando y divirtié ndose con la mú sica de fondo y la luz tenue.

Espero a que las chicas indiquen la mesa reservada mientras continú o mirando a mi alrededor.

—Chicas, he encontrado la mesa, pero hay un problema —advierte Tessa. Me vuelvo mirá ndola sorprendida.


—¿ Qué problema?

Sonrí e avergonzada con una extrañ a luz en los ojos.

—¡ La mesa está ocupada por cinco apuestos machotes! —responde encantada.

—El espectá culo acaba de comenzar —Comenta Jasmin a mis espaldas riendo. Resoplo apoyando las manos en las caderas.

—No digamos tonterí as. Estamos aquí para divertirnos, pero no exageremos.

—Respondo molesta. —Vamos a recuperar nuestra mesa. Tessa se encoge de hombros.

—Quiero ver có mo te libras de ellos.

La sigo en silencio dispuesta a recuperar nuestra mesa. Seguramente será n los tí picos chulitos que se creen Dios caí do del cielo, y yo estoy deseando enterrar su ego.

Lo que se presenta ante mis ojos no es en absoluto algo que se ve todos los dí as. Cinco… hombres. No son chicos y no tienen pinta de bromear.

Mis ojos se deslizan analizando uno a uno mientras me acerco a la mesa. Observá ndolos mejor dirí a que son mucho má s grandes que nosotros, lo cual podrí a ser un problema, pero no me rendiré fá cilmente.

Escucho fugazmente algunos comentarios de mis amigos, aprecian mucho lo que ven. Es inú til negarlo, son dignos de observar, pero no será n unas caras bonitas las que me hagan desistir.

—Buenas noches. Perdonadme, está is ocupando nuestra mesa. —Digo amablemente.

Empecemos con buen pie, es mejor ser educada. Los cinco me observan y yo querrí a morirme de la vergü enza. Madre mí a, estoy ardiendo.

Me miran serios y luego centran la atenció n en mis amigas. Sí, lo sé, nosotras tampoco estamos mal. Nos sonrí en, excepto uno.

Cabello negro, mandí bula pronunciada, cara de malo.

Un escalofrí o me recorre cuando su mirada continú a sosteniendo la mí a, intensamente.

Coge el vaso apoyado en la mesa y bebe el contenido color á mbar y a continuació n pasa la lengua por el labio inferior. Lo hace lentamente y sin apartar la mirada.

¿ Estará intentando seducirme?

Lo observo con el ceñ o fruncido cruzando los brazos en el pecho. Tí pico macho alfa que se cree irresistible.

Tengo que admitirlo, su mirada consigue suscitarme bastantes emociones.

—No me interesa. Ahora estamos nosotros. —Responde el hombre con acento


extranjero.

Inclino la cabeza a un lado estudiando có mo tratar al sujeto situado delante de mí y por alguna extrañ a razó n plantarle cara parece haberse convertido en un punto importante.

—Tal vez no te ha quedado claro. Esta es nuestra mesa y debé is marcharos. Uso un tono amenazante, sin embargo, esto no parece perturbarlo.

Apoyo las manos en la mesa incliná ndome hacia delante y é l arquea las cejas examiná ndome de la cabeza a los pies.

—Olví dalo, jovencita. —Advierte serio incliná ndose hacia mí. Permanecemos mirá ndonos como dos animales feroces en la misma jaula.

De repente siento calor y no entiendo por qué. Su mirada se cruza con la mí a y dejo de respirar.

—Alexander, no seas tan duro. Podrí amos compartir la mesa. —Dice en inglé s el rubito que está a su lado apoyando la mano sobre el hombro de ese cabró n, que por lo que parece tiene un bonito nombre.

Alexander.

Ninguno de los dos habla, es algo inexplicable, no me habí a sucedido nunca antes.

Parece curioso, pero al mismo tiempo enfadado, creo tener la misma expresió n.

Observo có mo contrae la mandí bula mientras llena el vaso y despué s lo acerca a los labios fulminá ndome con la mirada. ´

Cabró n provocador.

Debiera apartar la mirada, pero no lo consigo. Bebe un trago de lí quido ambarino y despué s pasa la lengua por los labios con los ojos encendidos por el deseo.

Trago saliva. Es descarado, presuntuoso y fascinante.

Algo dentro de mí me empuja a hacer que pruebe su propia medicina. Que le den. No es el ú nico que sabe jugar a este juego.

Sin pensarlo demasiado cojo el vaso de su mano y bebo un trago. El lí quido baja por la garganta abrasá ndome, aumentando el fuego que se ha encendido en mi interior.

Sonrí o satisfecha lamié ndome los labios, exactamente como ha hecho é l desvergonzadamente bajo la mirada de todos los presentes.

Echa la cabeza a un lado arrugando la frente. Apoyo el vaso sobre la mesa y le sonrí o socarronamente. No eres el ú nico capaz de flirtear. Me estoy adentrando en territorios que no conozco, nunca he tenido un comportamiento


similar y creo que ha llegado el momento de detenerme.

—Por nosotras no hay ningú n problema. —Exclama Jasmin a mis espaldas.

Me vuelvo de golpe fulminá ndola por la idiotez que acaba de decir. Ni hablar.

¿ Nosotras en la misma mesa en compañ í a de cinco desconocidos? Las otras sonrí en có mplices y veo que soy la ú nica en contra. Increí ble.

No pueden hacerme esto despué s de que haya provocado a un desconocido, tendrí an que ayudarme a salir de la situació n.

Observando su convicció n, me resigno a la idea de compartir “mi noche” con desconocidos.

—Haced lo que querá is, voy a cogerme algo para beber. —Digo rindié ndome. Me alejo dejá ndolas solas, seguramente se las apañ ará n mejor que yo.

Cuando llego al bar pido un vodka con hielo. Insó lito en una chica, pero lo necesito.

Apoyada en el mostrador del bar bebo lentamente mientras estudio la situació n de la mesa.

Ahí está n, mis queridas amigas ligando como nunca.

Digo yo, ni que fueran los ú nicos hombres presentes en el planeta. Compostura, chicas, controlad las hormonas.

Mirá ndolas parecen radiantes, tambié n los chicos parecen interesados a juzgar por có mo las observan. El ú nico al margen es Alexander.

Nuestras miradas se cruzan nuevamente y es algo explosivo.

No entiendo por qué, pero me suscita curiosidad. Me pregunto qué me ha pasado antes. Estaba fuera de control. Siempre he sabido manejar las situaciones, pero ahora me ha cogido desprevenida.

Me armo de valor y me acerco a la mesa sin apartar la mirada de la suya. Me atemoriza, pero al mismo tiempo me intriga.

—Felicidades, Crystal. Sabemos que hoy es tu cumpleañ os. —Dice uno de los chicos, sin embargo, estoy distraí da porque mi atenció n está centrada inexplicablemente en Alexander.

—Crystal, ellos son Ivan, Dimitri, Christopher, Liam y Alexander. El tono eufó rico de Jasmin me deja sin palabras.

Todos me saludan excepto é l, Alexander, el hombre con la mirada incandescente. Cabró n, presuntuoso.

—Son de Rusia. —Me informa Tessa.

—Eso lo explica todo. —Comento mirando intensamente Alexander. Frí o. Carente de expresió n. Solo podí a ser ruso.

Un capricho del destino, conozco su paí s porque siempre he tenido una


curiosidad incomprensible por su lengua y costumbres.

En ocasiones anteriores he confesado a las chicas que me gustarí a visitar Moscú y espero que no saquen el tema.

—Es un placer conoceros, chicos.

La profesora tení a razó n, el inglé s me servirí a algú n dí a. Excepto Alexander que habla un españ ol fluido, los otros se comunican en inglé s.

Me siento junto a Tessa entablando una conversació n con el chico que, si no me recuerdo mal, se llama Liam.

He descubierto que son hermanos, pero todos son muy diferentes entre ellos. El mayor es Alexander. Tiene treinta añ os, aunque aparenta menos. Liam es el má s hablador y es el ú nico gracioso. Mi atenció n, incomprensiblemente, sigue dirigida a Alex. Lo reconozco: es muy apuesto.

Cabello negro corto, ojos profundos, por no hablar de la cara: perfecta. Deberí a parar de mirarlo fijamente, pero no lo consigo.

Ivan propone ir a bailar, dejo que se levanten y se formen las parejas y cuando me doy cuenta de que me he quedado sola en la mesa con Alexander, me agarroto. ¿ Y ahora qué hago?

Doy vueltas al vaso con las manos bajando la mirada sin saber qué hacer. Es una situació n incó moda.

—¿ Qué hace una chica como tú en un sitio como este? —Pregunta repentinamente.

Levanto la mirada.

—¿ Una como yo? —Pregunto sorprendida.

Apoya los brazos en el respaldo del sofá observá ndome.

—Se ve que no es tu ambiente. —Argumenta decidido. Rí o.

—¿ Y tú qué sabes? No me conoces.

Continú a mirá ndome serio. Me pregunto si sabe sonreí r de vez en cuando.

—No se necesita mucho para leer tu interior.

Esas palabras son como una pedrada en el estó mago. Nadie consigue leerme por dentro, está intentando impresionarme.

Me retiro el cabello hacia un lado y me pongo de pie.

—Si lo dices tú … —Murmuro alejá ndome despué s de haberle reservado una ú ltima mala mirada.

Tengo que evitarlo hasta que acabe la noche. No me gusta la reacció n que me causa. Deambulo entre la multitud en la pista de baile y acabo bailando la mú sica de My Love.


Bailo sin mirar a nadie, solo la mú sica y yo. Me relajo mientras la tensió n desaparece progresivamente. No tengo que pensar que a pocos metros se encuentra Alexander, un desconocido que consigue desencadenar en mí emociones encontradas.

—Baila conmigo dulzura.

Un chico se me planta delante sonrié ndome.

No está mal, pero no me gusta. No quiero bailar con nadie. Decido usar la estrategia habitual, la que funciona siempre.

—Lo siento, estoy comprometida.

—Solo un baile. —Insiste.

Miro a mi alrededor para encontrar una cara familiar, pero lo ú nico que encuentro es la mirada fija de Alex dirigida hacia mí.

—¿ Ves ese que está sentado en la mesa? Es mi chico, no creo que te convenga enfadarlo… —Digo señ alando a Alex.

No sé por qué lo he hecho. Ha sido la ú nica solució n que se me ha pasado por la cabeza.

La mirada de Alex se centra en el desconocido, lo está matando sin hacer nada.

El chico se aleja sin protestar y no puedo evitar sonreí r.

Miro a Alex dá ndole las gracias con un gesto y sigo bailando como si nada hubiera sucedido. Me muevo al son del ritmo y sonrí o disfrutando de la tranquilidad.

Libre.

Alguien me aferra por la cintura dá ndome la vuelta de repente. Contengo la respiració n cuando me encuentro ante el rostro de Alex.

—Baila con tu chico. —Comenta agarrá ndome.

Su poderoso cuerpo es algo devastador. Me congelo cuando mis manos tocan su pecho hecho de má rmol.

Me ruborizo incapaz de eliminar el contacto entre nuestros cuerpos. Se mueve lentamente, mi cuerpo acompañ a sus movimientos.

Me pierdo en sus ojos azules que, gracias a la luz tenue, lo vuelven todaví a má s tenebroso y fascinante.

Me siento desconcertada por lo bien que me siento entre sus brazos. Deberí a escapar y no desear permanecer allí eternamente.

—Felicidades, Crystal —susurra con los labios mientras rozan mis mejillas. Las piernas me tiemblan.

—Gracias, Alexander.


Su mano sube hasta mi hombro y haciendo presió n hace que su pecho se pegue al mí o. Su aliento caliente llega a mi rostro y una extrañ a electricidad nos envuelve hacié ndome perder todas mis seguridades.

Estoy deseando que me bese un hombre del que solo sé su nombre. Estoy buscando una explicació n a todo esto, pero no la encuentro. Suspirando intentando rehusar lo que estoy deseando, pero mi cuerpo no coopera. Permanezco entre sus brazos con las manos apoyadas en su pecho y sin percatarme suben hasta acariciarle el cuello. Contengo la respiració n cuando veo que sus labios se acercan a los mí os. El corazó n me late a mil por hora. La mente grita que me aleje antes de que sea demasiado tarde. Está a punto de besarme. ¡ Cielos!, ¡ está a punto de besarme!

Retrocedo empujá ndolo en el pecho y me mirada contrariado.

—Lo siento, tengo que marcharme… —Digo con un hilo de voz y me alejo sin volverme.

Me estoy ahogando, necesito aire.

No me sigue y por lo que parece una parte de mí querrí a que me detuviera, que me besara. Salgo al exterior del local y respiro profundamente cerrando los ojos.

¿ Qué rayos me sucede?

Permanezco inmó vil con los ojos cerrados durante varios minutos, pensando. No tiene sentido todo lo que me está pasando esta noche, no me reconozco. Espero que esta tortura acabe cuanto antes. Me armo de valor y entro vacilante. Decido ir a sentarme a nuestra mesa, pero ver a mis amigas en actitudes muy cariñ osas me deja paralizada.

Cerciorá ndose de mi presencia intentan cuidar las apariencias, pero ya es demasiado tarde.

—Necesito hablar con vosotras. ¡ Ahora! —Exclamo evitando la mirada de Alexander.

Puedo sentir sus ojos encima, me queman la piel.

Nos desplazamos algunos metros, la distancia necesaria para que los chicos no escuchen nuestra conversació n.

—Chicas, creo que es hora de dar por terminada la noche. No considero que sea una buena idea seguir hablando con esos tí os. —Digo.

—Liam me gusta, no veo por qué debamos marcharnos. —Murmura Tessa.

—Ya lo he visto, ¡ parecí as una anguila! —Comento molesta.

—Escucha Crystal, nosotros solo queremos conocerlos, no hay nada de malo.

—Protesta Jasmin. —Y ademá s, ¿ hablas tú? Hemos visto como os mirá is, le


has permitido incluso que baile contigo.

En silencio observo a mis amigas sin saber có mo responder. Tiene razó n, no me he comportado mejor que ellas.

—Está n fuera de nuestro alcance, no hablamos de chicos, son hombres. ¿ Les habé is dicho los añ os que tené is? No creo.

—Solo queremos divertirnos un poco. ¿ Qué puede suceder? —Insiste Tessa. La fulmino con la mirada, pero decido no insistir. Está n convencidas de su elecció n.

—Solo os pido que presté is atenció n, no sabemos nada de ellos. Sharon me abraza fuerte.

—No te preocupes, no pasará nada malo. Esta noche nos divertimos y mañ ana volveremos a nuestras vidas. —Dice.

Volvemos, nos acomodamos, sin embargo yo me quedo al margen y observo el lugar vací o en el silló n: el de Alexander.

Me pregunto dó nde está, aunque no deberí a interesarme.

Decido que es mejor evitarlo hasta que la noche acabe, es mejor así.

Pasan minutos en los que soy la ú nica que no participa en la conversació n, en realidad no sé siquiera de lo que está n hablando. Mi mente está en otro lugar.

—¡ Crystal! —Me llama Annabel.

—¿ Qué dices si mañ ana vamos todos juntos a la playa?

La observo inquieta. ¿ No habí an decidido que serí a la diversió n de una noche? Teó ricamente mañ ana todo esto deberí a de haber desaparecido.

—Yo mañ ana no puedo, pero vosotras id igualmente. Tessa tuerce la nariz pero no dice nada.

No puedo soportar la presencia de Alexander durante todo un dí a, correrí a el riesgo de perder el control y no puedo hacerlo.

—Alex, mañ ana vamos a la playa. —Informa su hermano Liam.

Al escuchar ese nombre me enderezo y me giro hacia é l. Estaba a mis espaldas. Aguanto la respiració n mientras me repito a mi misma que no debo mirarlo a los ojos.

—Tú vienes —dice pasando a mi lado para despué s acomodarse en el silló n.

—Como acabo de decir, mañ ana no puedo. Levanta su mirada amenazante hacia mí.

—No era una pregunta. —Responde mientras un camarero posa una botella y unos vasos en la mesa.

Me muerdo la lengua evitando ser la voz de mis pensamientos. Arrogante y estú pido. No es nadie para decidir lo que debo hacer.


—¿ Quié n se toma una ronda de Fuego conmigo? —Pregunta a sus hermanos. Ninguno parece dispuesto a aceptar.

Miro con curiosidad la botella con lí quido verde.

—¿ Qué es el Fuego? —pregunto mirá ndolo a los ojos. Me estudia sorprendido.

—Absenta. Nada adapto a ti, muchacha. —Dice con voz profunda. Lo miro desafiante

—Quiero probarlo.

—¡ No! —Me reprende severamente mientras vierte el lí quido en el vaso.

—¿ Tienes miedo de que una jovencita sepa aguantarlo mejor que tú? —Lo provoco.

Me mira intensamente escarbando en mi interior con esa mirada devastadora.

—Si luego está s mal no esperes que sea yo quien te lleve al hospital… — Murmura llenando un segundo vaso.

Saca el mechero del bolsillo.

—¡ Fuego! —Dice mientras el lí quido en los vasos empieza a arder.

Vaya. Tal vez he tenido la peor idea de toda mi vida. No debí a desafiarlo. Trago saliva con preocupació n.

Alex se acerca con altanerí a. No puedo evitar observar su imponente figura. Su brazo roza el mí o, pero no contento con ello coge dos vasos ardiendo, se coloca ante mí a pocos centí metros y me observa intensamente.

Cuando dicen que los ojos hablan y son el espejo del alma, no puedo hacer otra cosa que dar la razó n. Veo su interior. Consigo tocar su frialdad, que sirve de escudo a algo má s grande que esconde perfectamente.

—Primero las damas —dice provocador.

Cojo el vaso de su mano. Nuestros dedos se rozan y me estremezco. Armá ndome de valor observo la llama que se apaga y sin pensarlo dos veces trago todo el lí quido. La boca se inflama, la garganta abrasa y despué s siento có mo baja hasta extenderse por todo el cuerpo.

Mierda, estoy ardiendo.

Abro la boca para que el aire entre y espero un respiro que no llega. Me humedezco los labios mirá ndolo directamente a los ojos y finjo tener un valor del que carezco.

—Perfecto.

Podrí a escupir fuego en este momento, sin embargo, intento mantener el control.

—¡ Ensé ñ ame lo que saber hacer, Alexander! —Digo descaradamente.


Su mirada se enciende de deseo. Bé same, suplico dentro de mí.

Como si no fuera nada traga el lí quido de su vaso.

Rellena otros dos vasos, pero esta vez nada de Fuego. Se acerca rozando mi cuerpo.

—¿ Podrí as beber otro? —Pregunta con sarcasmo.

Nos estudiamos, ninguno de los dos parece dispuesto a detenerse. Decido beber tambié n el segundo vaso en un santiamé n.

Observa bien, Alex, no lloriqueo, no me echo atrá s.



  

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