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QUINTA PARTE 3 страницаMelanie se detuvo para tomar aliento y Scarlett la mirу asustada, olvidada de su propia ira ante el tembloroso acento de violencia que habнa en la voz de Melanie. —їMe crees una loca? —preguntу, impaciente—. Claro que me acuerdo; pero todo eso ha pasado, Melanie. Ahora debemos obrar lo mбs acertadamente posible, y yo procuro hacerlo. El gobernador Bullock y algunos otros republicanos honrados pueden sernos muy ъtiles el dнa de maсana si los manejamos bien. —No hay republicanos honrados —dijo Melanie claramente—. No quiero su ayuda. Y no harй nada, por bueno que sea, si implica imitar a los yanquis. —ЎSanto cielo, Melanie, no te pongas asн! —ЎOh! —exclamу Melanie, arrepentida—. ЎCуmo me he exaltado, Scarlett! No tenнa intenciуn de insultar tus sentimientos, ni de criticar. Cada cual piensa a su modo, y todo el mundo tiene perfecto derecho a ello. Yo te quiero mucho y tъ sabes que te quiero y que nada en absoluto puede hacerme cambiar. Y tъ tambiйn me quieres, їverdad? No vas a odiarme ahora, їverdad, Scarlett? No podrнa soportar que nada se interpusiera entre nosotras despuйs de todo lo que hemos pasado juntas. Dime que seguimos en paz. —No seas boba, Melanie. Estбs armando una tempestad en un vaso de agua —dijo Scarlett de mala gana, pero sin rechazar la mano que se deslizaba por su cintura. —Entonces, todo estб otra vez arreglado —dijo Melanie, complacida. Pero aсadiу con dulzura—: Deseo que nos sigamos visitando como hemos hecho siempre, querida; sencillamente, dime quй dнas van a verte scallawags y republicanos y me quedarй en casa esos dнas. —Me es completamente indiferente que vayas o no —dijo Scarlett, poniйndose el sombrero y marchбndose enojada. Y habнa cierta satisfacciуn para su vanidad herida en la expresiуn desconsolada del rostro de Melanie. Las semanas que siguieron a su primera fiesta, a Scarlett le costу mucho trabajo mantener su fingida actitud de completa indiferencia ante la opiniуn ajena. Al no recibir visitas de los antiguos amigos, excepto Melanie y Pittypat, y tнo Henry y Ashley, y al no recibir nunca invitaciуn para sus modestas diversiones, se sintiу herida y desconcertada. їNo habнa salido ella a su encuentro enterrando las rencillas y mostrando a esa gente que no les guardaba rencor por sus habladurнas y comadreos? Ya podнan darse cuenta de que tampoco ella le gustaba el gobernador Bullock, pero era conveniente ser le con йl. ЎIdiotas! Si todos fuesen amables con los republicanos, Georgia se verнa pronto fuera de las dificultades en que se encontraba. No se daba cuenta de que un golpe habнa roto para siempre el frбgil lazo que hasta entonces la habнa mantenido unida a los viejos tiempos, a los viejos amigos. Ni siquiera la influencia de Melanie ipьdo reparar la rotura del sutilнsimo hilo. Aunque Scarlett hubiese deseado ahora volver a las viejas costumbres, a los viejos amigos, no hubiera tenido posibilidad de hacerlo. El rostro de la ciudad se volviу para ella mбs duro que el granito. El odio que rodeaba al rйgimen; de Bullock la envolvнa tambiйn a ella; un odio sin furia ni fuego, pero «le una frialdad implacable. Scarlett habнa pactado con el enemigo, y cualquiera que fuera su nacimiento, sus relaciones familiares, ella ahora pertenecнa a la categorнa de los oportunistas, de amiga de los negros, de traidora, de republicana, de scdlawag. Despuйs de algъn tiempo, la fingida indiferencia de Scarlett cediу el puesto a una indiferencia real. Nunca habнa sido, persona que se preocupase largo tiempo seguido de los caprichos ajenos. Ni le habнa durado mucho el disgusto si le fracasaba una lнnea de conducta. Pronto le importу un bledo lo que los Merriwether, los Elsing, los Bonnel, los Meade y los otros pensasen de ella. Melanie, al menos, seguнa yendo a su casa y llevando a Ashley, y Ashley era lo ъnico que importaba. Y habнa otra gente en Atlanta que acudirнa a sus fiestas, otra gente mucho mбs afнn a ella. Algunas veces le daban ganas de llenar su casa de huйspedes. Podнa hacerlo, si querнa, y esos huйspedes serнan mucho mбs divertidos, mucho mбs elegantemente ataviados que las cursis y ridiculas сoсas que la desaprobaban. Estas gentes eran advenedizos en Atlanta: unos, conocidos de Rhett; otros, socios suyos en aquellos negocios a los que Rhett hacнa siempre referencia como: «simples negocios, vida mнa»; otros eran parejas que Scarlett habнa conocido cuando vivнa en el Hotel Nacional, y otros pertenecнan al sйquito oficial del gobernador Bullock. El ambiente en que Scarlett se movнa era abigarrado y bullicioso. Allн estaban los Gelert, que habнan vivido en una docena de Estados diferentes y que habнan tenido que abandonarlos todos precipitadamente despuйs de haber sido descubiertas sus estafas; los Connington, cuyos tratos con la Oficina de Hombres Liberados en un Estado lejano habнan sido altamente lucrativos a expensas de los ignorantes negros a los que fingнan proteger; los Deal, que habнan vendido zapatos de cartуn al Ejйrcito confederado hasta que se vieron obligados a marcharse a Europa el ъltimo aсo de la guerra; los Hundon, que tenнan fichas policнacas en varias ciudades, pero que, sin embargo, siempre resultaban postores afortunados en los contratos del Estado; los Carahan, que habнan empezado su fortuna en casas de juego y que ahora tenнan posturas mбs importantes en la construcciуn de ferrocarriles con el dinero del Estado; los Flaherty, que habнan comprado sal a centavo la libra en 1861 y hecho una fortuna cuando en 1863 la sal llegу a valer cincuenta centavos, y los Bart, que durante la guerra habнan tenido una casa de mal vivir en el Norte y ahora alternaban en los cнrculos de la mejor sociedad de gente de vida turbia. Йstos eran ahora los нntimos de Scarlett, pero los que asistнan a sus grandes recepciones llevaban a otros de cierta cultura y distinciуn, algunos de ellos de excelentes familias. Ademбs de la aristocracia del negocio dudoso, gente importante del Norte se trasladaba a Atlanta atraнda por la incesante actividad de la ciudad en este perнodo de reconstrucciуn y expansiуn. Las familias adineradas yanquis enviaban a sus hijos al Sur a explorar la nueva frontera; los oficiales yanquis, despuйs de la conquista, se fijaban definitivamente en la ciudad que tanto trabajo les habнa costado dominar. Al principio, extraсos en la ciudad, aceptaban encantados las invitaciones a las animadas fiestas de la adinerada y hospitalaria seсora Butler, pero pronto se fueron retirando de su cнrculo. Eran personas honradas y les bastaba poco trato con gente de aquella especie para sentirse tan asqueados de ellos como los mismos georgianos. Algunos se volvieron demуcratas y mбs partidarios del Sur que los mismos nativos. Otros que no estaban a gusto en el cнrculo de Scarlett permanecнan en йl ъnicamente porque no los recibнan en ningъn otro; hubieran preferido los tranquilos salones de la vieja guardia, pero la vieja guardia no querнa nada con ellos. Entre йstos estaban los yanquis que habнan venido al Sur imbuidos del deseo de elevar al negro, y a los scallawags, que habнan nacido demуcratas y se habнan hecho republicanos despuйs de la rendiciуn. Serнa difнcil decir quiйnes eran mбs odiados por los ciudadanos de Atlanta, si los yanquis redentores del negro o los scallawags, pero es muy posible que ganaran los ъltimos. A los yanquis redentores se les depachaba con un: «Pero їquй se va a esperar de un yanqui amante de los negros, si piensan que los negros son tan buenos como ellos? ». Mas para los georgianos que se habнan hecho republicanos por afбn de lucro no habнa excusa. «Nosotros podemos estar muertos de necesidad; asн, pues, ellos tambiйn debнan poder estarlo. » Tal era el modo de pensar de la vieja guardia. Algunos soldados ex confederados, que conocнan el terrible pбnico de los hombres que van a lo suyo en la necesidad, eran mбs tolerantes con los compaсeros que habнan cambiado de color para que sus familias tuvieran quй comer. Pero las mujeres de vieja guardia no. Y las mujeres eran el poder inflexible e implable que estaba tras los bastidores sociales. La perdida Causa era fuerte y mбs querida para sus corazones ahora, que lo habнa sido Cuando estaba en el pinбculo de su gloria. Ahora era un fetiche. Cualquier cosa que se refiriese a ella era sagrada: las tumbas de los hombres que habнan muerto por ella, los campos de batalla, las banderas hechas jirones, los sables cruzados en el vestнbulo, las borrosas cartas del frente, los veteranos. Estas mujeres no daban ayuda, descanso ni cuartel al menor de sus enemigos, y ahora Scarlett estaba incluida entre los enemigos. En aquella mezclada sociedad, reunida por las exigencias polнticas, sуlo habнa una cosa comъn: el dinero. Como la mayorнa de ellos no habнan visto en su vida antes de la guerra veinticinco dуlares juntos, se habнan embarcado ahora en una fiebre de gastos cual no se recordaba igual en Atlanta. Con los republicanos en el Poder, la ciudad entrу en una era de fausto y ostentaciуn en que, a travйs de los adornos del refinamiento, se adivinaban el vicio y la vulgaridad. Nunca habнa resultado tan marcada la divisiуn entre los muy ricos y los muy pobres. Los que estaban en la cumbre no se acordaban de los menos afortunados. Excepto, naturalmente, de los negros. Йstos debнan tener lo mejor de lo mejor. Las mejores escuelas y alojamientos, y vestidos, y diversiones; porque ellos eran el poder en la polнtica y cada voto negro tenнa valor. En cuanto a la gente reciйn empobrecida de Atlanta, ya podнa caer en mitad de la calle muerta de inaniciуn, que ello les tenнa sin cuidado a los republicanos ricos. En la cresta de esta ola de vulgaridad, Scarlett cabalgaba triunfante, reciйn casada, arrebatadoramente linda, lujosamente ataviada, apoyada sуlidamente en el dinero de Rhett. Era una йpoca que parecнa hecha para ella, cruda, alegre, estruendosa y ostentosa, llena de mujeres recargadamente vestidas, casas recargadamente amuebladas, demasiadas joyas, demasiados caballos, demasiada comida, demasiado whisky. Cuando casualmente Scarlett se detenнa a pensarlo, comprendнa que, segъn el cуdigo de su madre, ninguna de sus amigas serнa llamada seсora. Pero habнa roto con el cуdigo materno demasiadas veces desde el dнa lejano en que, en el salуn de Tara, habнa decidido llegar a ser la amante de Rhett, y no iba a empezar ahora a sentir las punzadas de la conciencia. Acaso estos nuevos amigos no fuesen, estrictamente hablando, damas y caballeros, pero, igual que los amigos de Rhett en Nueva Orleбns, Ўeran tan divertidos! Mucho mбs divertidos que los amigos de su primera йpoca en Atlanta, tan comedidos, tan piadosos, tan aficionados a Shakespeare. ЎY, excepto en su breve luna de miel, habнa tenido siempre tan pocas diversiones! їCуmo habнa podido nunca sentirse segura? Y, ahora que se sentнa segura, deseaba bailar, jugar, reнr, saciarse de manjares y de licores, hundirse en sedas y tisъes, revolcarse en colchones de pluma y en mullidos bu tacones... Y todo esto lo hacнa a conciencia. Animada por la benйvola tolerancia de Rhett, libre de los frenos de su infancia, libre hasta del temor a la miseria, se permitнa el lujo que soсara tan a menudo: el de hacer completamente todo lo que se le antojara y decirle a la gente que lo encontrara mal que se fuera a freнr espбrragos. A ella se le habнa presentado la agradable embriaguez, tan corriente en aquellos cuyas vidas se deslizan a espaldas de una sociedad constituida; el jugador, el aventurero, el oportunista, todos los que triunfaban por sus propios medios. Hacнa exactamente cuanto se le antojaba, y al cabo de algъn tiempo su insolencia no conociу lнmites. No vacilу en mostrarse arrogante con sus amigos republicanos y scallawags, pero con nadie era tan insolente y altanera como con los oficiales de la guarniciуn y con sus familias. De toda la heterogйnea masa de gente que habнa irrumpido en Atlanta, tan sуlo al Ejйrcito se negу a recibir y tolerar. Y algunas veces se salнa de su norma de vida, para hacerles algъn desaire. No era Melanie la ъnica incapaz de olvidar lo que significaba un uniforme azul. Para Scarlett el uniforme azul y los botones dorados significarнan siempre los temores del sitio, el terror de la huida, el saqueo y el incendio, la miseria desesperada y el trabajo en Tara. Ahora que era rica y estaba segura con la amistad del gobernador y de muchos republicanos preeminentes, podнa insultar a todos los uniformes azules que encontrara. Y los insultaba. Rhett le habнa hecho notar una vez que la mayorнa de los invitados que reunнa bajo su techo habнan llevado no hacнa mucho aquel mismo uniforme, pero ella repuso que un yanqui no parecнa un yanqui si no llevaba el uniforme. A lo que Rhett replicу: «ЎOh, lуgica, quй rara eres! », y se encogiу de hombros. Scarlett, odiando el uniforme azul que llevaban, sentнa singular placer en hacerles desaires a todos ellos, principalmente por el asombro que esto les causaba. Y tenнan motivo para extraсarse. Las familias de la guarniciуn eran, por regla general, personas tranquilas, bien educadas, aisladas en una tierra hostil, ansiosas de volver a sus hogares en el Norte, un poco avergonzadas de la gentuza cuyo trato tenнan que soportar y de clase social infinitamente mбs elevada que las amistades de Scarlett. Naturalmente, las esposas de los oficiales no podнan comprender que la brillante seсora de Butler se hiciese inseparable de una mujer como la vulgar y pelirroja Brнgida Flaherty y se desviase de su camino por afбn de desairarlas. Pero hasta las amigas mбs нntimas de Scarlett tenнan que aguantarle muchнsimo. Menos mal que lo hacнan con gusto. Para ellas, representaba no sуlo fortuna y elegancia, sino tambiйn el antiguo rйgimen, con sus viejos nombres, viejas familias, viejas tradiciones, con las cuales estaban ansiosas de identificarse. Las viejas familias por que suspiraban habнan expulsado a Scarlett, pero las damas de la nueva aristocracia no lo sabнan. Lo ъnico que sabнan era que el padre de Scarlett habнa sido el amo de cientos de esclavos, que su madre era una Robillard, de Savannah, y su marido Rhett Butler, de Charleston. Y esto les bastaba. Scarlett era la cuсa que habнan podido introducir en aquella vieja sociedad en que tanto deseaban entrar, la sociedad que les daba de lado, que no devolvнa sus visitas y que sуlo les hacнa una glacial inclinaciуn de cabeza en la iglesia. Para alas, ignorantes de todo lo ocurrido, Scarlett no era sуlo la cuсa para introducirse en sociedad: era la sociedad misma. Siendo ellas seсoras de relumbrуn, no se daban cuenta de la falsedad que habнa tambiйn en las pretensiones de Scarlett. La medнan con su rasero y aguantaban mucho de ella: sus desprecios, sus favores, sus enfados, su arrogancia, su nada disimulada brusquedad y la franqueza con que criticaba sus defectos. Hacнa tan poco que habнan salido de la nada y estaban tan inseguras de sн mismas, que querнan a toda costa parecer refinadas, que temнan mostrar su carбcter y replicar, no fuesen a ser consideradas plebeyas. A toda costa tenнan que parecer seсoras. Simulaban gran delicadeza, modestia e inocencia. Oyйndolas hablar se dirнa que no tenнan la menor idea de que existiese perversidad en el mundo. Nadie podrнa imaginar que la pelirroja Brнgida Flaherty, que era de una pureza inmaculada y de un orgullo incomparable, habнa robado los ahorros que su padre tenнa escondidos, para ir a Amйrica a ser camarera en un hotel. Y al observar lo fбcilmente que se ruborizaba Silvia (antes Sadie Belle) Connington, y Mamie Bart, no se sospecharнa que la primera habнa crecido en el salуn de baile que su padre tenнa en el Bowery[30] y servнa en el bar cuando habнa aglomeraciуn, y que la ъltima, segъn se decнa, procedнa de uno de los lupanares de su propio marido. No; ahora eran unas criaturas virginales. Los hombres, aunque tambiйn nuevos ricos, no aprendнan tan fбcilmente a conducirse o acaso se les hacнa mбs difнcil aceptar las exigencias de su nueva posiciуn social. En las fiestas de Scarlett bebнan mucho, demasiado, y generalmente, despuйs de cada reuniуn, habнa uno o dos huйspedes inesperados que se quedaban a pasar la noche. No bebнan como los hombres que Scarlett habнa tratado en su infancia. Se ahitaban de alcohol, se volvнan estъpidos, pesados u obscenos. A pesar de la cantidad de escupideras que colocaban bien a la vista, a la maсana siguiente las alfombras mostraban siempre huellas de salivazos sucios de tabaco. Sentнa desprecio hacia esta gente, pero la divertнa mucho. Porque la divertнa, llenaba la casa con ellos. Y porque los despreciaba los mandaba a paseo tan a menudo como se le ocurrнa. Pero ellos lo aguantaban. Mбs difнcil les resultaba el trato con Rhett, pues sabнan que йste leнa a travйs de ellos y los conocнa muy bien. No tenнa ningъn reparo en desnudarlos moralmente, aun bajo su propio techo, y siempre en forma que no admitнa rйplica. Йl no se avergonzaba de cуmo habнa hecho su fortuna, y parecнa creer que a los demбs les ocurrнa lo mismo, y rara vez perdнa la oportunidad de sacar a relucir cosas que, de comъn acuerdo, todos preferнan dejar en una discreta oscuridad. No se podнa saber nunca si se le ocurrirнa decir amablemente despuйs de una copa de ponche: «Ralph, si yo hubiera tenido sentido comъn, hubiera hecho mi fortuna vendiendo valores de minas de oro a viudas y huйrfanos como tъ, en lugar de hacerla con el bloqueo; es mucho mбs seguro». «Bien, Bill, veo que tienes un nuevo tiro de caballos. їTe va bien la venta de bonos para tus inexistentes ferrocarriles? ЎBuen trabajo, muchacho! ». «Mi enhorabuena, Amos, por haber conseguido por fin esa contrata del Estado. ЎLбstima que hayas tenido que untar tantas manos para conseguirla! ». Las mujeres lo encontraban odioso, terriblemente vulgar. Los hombres decнan a su espalda que era grosero e inmoral. La nueva Atlanta no tenнa por йl mбs simpatнa que habнa tenido la vieja, y йl no hizo por conciliarse la de la segunda mбs que habнa hecho por ganarse la de la primera. Continuaba su camino, divertido, desdeсoso, impermeable a la opiniуn ajena, tan cortйs, que su cortesнa resultaba insultante. Para Scarlett seguнa siendo un enigma, pero un enigma cuya soluciуn la preocupaba muy poco. Estaba convencida de que nada le complacнa, ni podrнa complacerle; de que o bien deseaba algo ardientemente y no lo conseguirнa o bien nada deseaba, y por eso de nada se preocupaba. Reнa con todo lo que ella hacнa, fomentaba sus extravagancias e insolencias, se burlaba de sus pretensiones y pagaba sus cuentas. Rhett no se apartaba nunca de sus maneras suaves e imperturbables ni aun en los momentos de mayor intimidad. Pero Scarlett seguнa teniendo la sensaciуn de que la observaba a hurtadillas, sabнa que si volvнa la cabeza de repente encontrarнa en sus ojos la misma mirada expectante, la mirada de incansable paciencia que ella no conseguнa interpretar. Algunas veces era una persona con la que resultaba muy agradable vivir, a pesar de su molesta costumbre de no permitir que en su presencia nadie dijera una mentira, buscara un pretexto ni se diera tono. La escuchaba hablar del almacйn, las serrerнas, el salуn, los ex presidiarios y el coste de su alimentaciуn; y daba consejos inteligentes y acertados. Tenнa una energнa incansable para los bailes y fiestas, que a ella le agradaban tanto, y un repertorio inacabable de anйcdotas groseras, con las que la entretenнa las poco frecuentes noches que pasaban solos, cuando los manteles estaban levantados y mientras tomaban su cafй y brandy. Scarlett estaba segura de que йl le darнa cualquier cosa que le pidiese, que contestarнa a cualquier pregunta que le hiciese, siempre que fuese hecha francamente, sin rodeos, y que le rehusarнa cualquier cosa que quisiera obtener por medio de indirectas, insinuaciones o astucias femeninas. Tenнa el desconcertante don de leerle el pensamiento y se reнa de ella rudamente. Scarlett, al ver la suave indiferencia con que generalmente la trataba, se preguntaba, aunque sin gran curiosidad por quй se habrнa casado con ella. Los hombres se casan por amor, por un hogar, por los hijos, pero ella sabнa que йl no se habнa casado por ninguna de esas cosas. Йl —era seguro— no la querнa. Se referнa siempre a su encantadora casa como a un horror arquitectуnico y decнa que preferнa estar en un hotel bien organizado a vivir en un hogar. Y nunca habнa hecho la menor alusiуn a los niсos como hacнan Charles y Frank. Una vez, tratando de coquetear con йl, Scarlett preguntу que por quй se habнa casado, y se habнa sentido terriblemente ofendida cuando Rhett, mirбndola a los ojos con burla, le contestу: —Me casй contigo por simple capricho, querida mнa. No; Rhett no se habнa casado con ella por ninguna de las razones por las que generalmente se casan los hombres. Se casу con ella simplemente porque la deseaba y no tenнa otra manera de conseguirla. Lo habнa confesado francamente la noche en que se le declarу. La habнa deseado exactamente igual que habнa deseado a Bella Watling. Esta idea no era muy agradable. En realidad era un insulto descarado. Pero se encogiу de hombros a esa idea, como habнa aprendido a encogerse de hombros ante cualquier hecho desagradable. Habнan hecho un contrato y ella estaba satisfecha por su parte en йl. Esperaba que йl tambiйn lo estarнa, pero tal idea no la preocupaba demasiado. Mas una tarde, al consultar al doctor Meade acerca de un trastorno gбstrico, se enterу de un hecho extraordinariamente desagradable ante el cual no podнa encogerse de hombros. Y sus ojos fulgнan de odio cuando aquel anochecer irrumpiу como una tromba en su alcoba y anunciу a Rhett que iba a tener un niсo. Йl, vestido con una bata de seda, estaba envuelto en una nube de humo, y sus ojos penetrantes se dirigieron al rostro de ella mientras hablaba. Pero no dijo nada. La contemplу en silencio y sin ninguna emociуn en su actitud. —Ya sabes que yo no quiero mбs hijos. Nunca quise ninguno. Siempre que estoy a gusto he de tener un niсo. ЎOh!, Ўno estйs ahн sentado riйndote! Tъ tampoco lo quieres. ЎOh, Madre de Dios! Si йl esperaba algunas palabras de ella, no eran йstas seguramente. Su rostro se endureciу y sus ojos se volvieron inexpresivos. —Bien, pues їpor quй no regalбrselo a Melanie? їNo me has dicho alguna vez que estaba tan chiflada como para desear otro niсo? —ЎTe matarнa de buena gana! No quiero tenerlo. Te digo que no quiero. —їNo? Sigue, por favor. —ЎOh, se pueden hacer muchas cosas! Ya no soy la campesina boba que era antes. Sй que una mujer no tiene hijos si no los quiere. Hay muchas cosas... Rhett estaba de pie, y la tenнa cogida por las muсecas. En su rostro habнa una expresiуn de terrible pбnico. —Scarlett, loca. Dime la verdad. їHas hecho algo? —No, no he hecho nada, pero lo voy a hacer. їCrees que voy a dejar que se me estropee otra vez el tipo? Precisamente cuando he conseguido recuperar la lнnea, y estoy pasбndolo tan bien, y... —їDe dуnde has sacado esa idea? їQuiйn te ha dicho esas cosas? —Mamie Bart..., ella... —La encargada de una casa de mal vivir, que conoce todos esos trucos. Esa mujer no volverб a poner los pies en esta casa. їMe entiendes? Despuйs de todo es mi casa, y yo soy el amo aquн. No quiero que vuelvas a hablar con ella ni una sola palabra. —Harй lo que quieras. Suйltame. їQuй te puede importar? —No me importa nada que tengas un niсo o veinte, pero me importa que te puedas morir. —їMorir? їYo? —Sн, morir. Me figuro que Mamie Bart no te dirнa el peligro (Ўtan grande! ) que corre una mujer al hacer una cosa asн. —No —dijo Scarlett, con repugnancia—. Dijo, sencillamente que arreglarнa las cosas muy lindamente. —ЎPor Dios! ЎLa voy a matar! —gritу Rhett; y su cara estaba negra de rabia. Mirу el rostro de Scarlett, surcado de lбgrimas, y algo de su rabia se desvaneciу, aunque no perdiу su dureza. —Escъchame, nena: no voy a dejarte jugar con tu vida. їMe oyes? Yo tampoco deseo chiquillos, ni pizca mбs que tъ, pero puedo aguantarlos. No quiero volver a oнrte decir locuras, y si te atrevieras... Scarlett, yo he visto una vez a una muchacha morir por eso. Era sуlo una..., pero fue algo espantoso. No es un modo agradable de morir. —ЎVamos, Rhett! —exclamу ella, asustada por la emociуn de su voz. Nunca lo habнa visto tan emocionado—. їQuiйn? їDуnde?... —En Nueva Orleбns... Fue hace muchos aсos. Era yo joven e impresionable. —De repente bajу la cabeza, enterrando los labios en el cabello de ella—. Tendrбs tu hijo, Scarlett, aunque tenga que tenerte metida en un puсo los nueve meses. Ella se sentу en sus rodillas y le mirу con franca curiosidad. Bajo su mirada, йl se tornу de nuevo blando e inexpresivo, como si lo hubieran cambiado por arte de magia. Levantу las cejas y su boca recuperу la expresiуn burlona de antes. —їTanto significo para ti? —le preguntу bajando los ojos. Йl le dirigiу una mirada cual si calculase la cantidad de coqueterнa que encerraba la pregunta. Leyendo el verdadero significado de su conducta profiriу una respuesta indiferente. —Bien, sн... Ya ves; he invertido en ti una buena cantidad de dinero y, la verdad, sentirнa perderlo. Melanie saliу de la habitaciуn de Scarlett, cansada por la tensiуn, pero alegre hasta las lбgrimas por el nacimiento de la hija de Scarlett. Rhett, nervioso, estaba de pie en el salуn, rodeado de colillas que habнan quemado la hermosa alfombra. —Ya puede usted entrar, capitбn Butler —dijo Melanie, avergonzada. Rhett penetrу rбpidamente en la alcoba y Melanie pudo ver, antes de que el doctor Meade cerrase la puerta, cуmo se inclinaba sobre la criaturita desnuda en el regazo de Mamita. Melanie se dejу caer en una butaca, ruborizбndose, azorada por haber sorprendido, sin querer, una escena tan нntima. «ЎAh! —pensу—. ЎQuй cariсoso y quй preocupado ha estado todo este tiempo el pobre capitбn Butler! Y no ha bebido ni una gota de vino. ЎQuй simpбtico! ЎTantos caballeros que se emborrachan mientras estбn naciendo sus hijos! Me temo que estй deseando echar un trago. їSe lo propondrй? No, no serнa discreto en mн». Se arrellanу, cansada, en su butaca. ЎLe dolнa tanto la espalda! Parecнa como si se le fuese a partir por la cintura. ЎOh, quй suerte habнa tenido Scarlett de que el capitбn Butler estuviese allн junto a la puerta del cuarto mientras nacнa el bebй! Si ella hubiese tenido a Ashley el espantoso dнa del nacimiento de Beau no hubiera sufrido ni la mitad. ЎAy, si la chiquitнna que estaba allн, al otro lado de la puerta, fuese suya en lugar de ser de Scarlett! «ЎQuй mala soy! —pensу, sintiйndose culpable—. Le estoy envidiando su niсa a Scarlett, que siempre ha sido tan buena para mн. Perdуname, Seсor. Yo no deseo la niсa de Scarlett, Ўpero desearнa tanto tener una mнa! ». Colocу un almohadуn tras su dolorida cintura y pensу con ansia en una hijita suya. Pero el doctor Meade no variaba de opiniуn en este asunto. Y, aunque ella hubiera arriesgado con gusto su vida por tenerla, Ashley no querнa oнr hablar de semejante cosa. ЎUna hija! ЎCуmo querrнa Ashley a una hija! ЎUna hija! ЎDios! їNo le dijo al capitбn Butler que era una niсa, cuando seguramente йl querнa un niсo? ЎOh, quй tonta! Melanie sabнa que para una mujer un hijo, sea del sexo que sea, siempre es bienvenido, pero para un hombre, y sobre todo para un hombre como el capitбn Butler, una niсa serнa un golpe, una ofensa a su virilidad. ЎOh, quй satisfecha estaba de que Dios hubiese permitido que su ъnico hijo fuese varуn! Ella sabнa que, de haber sido la esposa del capitбn Butler, hubiera preferido morir en el parto a obsequiarle con una hija como primogйnito. Pero Mamita, saliendo de la habitaciуn con sus andares de pato, la tranquilizу, haciйndola maravillarse al mismo tiempo al pensar en la clase de hombre que era el capitбn Butler. —Voy a baсar a la niсa ahora mismo —dijo Mamita—. Me he disculpado con el capitбn Butler de que haya sido una niсa. Pero, Ўsanto Dios, seсorita Melanie! їSabe usted lo que me ha contestado? Me dijo: «Cбllese, Mamita. їQuiйn quiere un niсo? Los chicos no son ninguna diversiуn; no son mбs que un manantial de preocupaciones. Las niсas sн que son un encanto; no cambiarнa yo йsta por una docena de chicos». Y entonces ha querido coger a la niсa, desnuda como estaba; pero yo le agarrй por la muсeca y le dije: «ЎYa verб, seсorito Rhett! Ya llegarб el dнa en que tenga usted un niсo y entonces les veremos gritar de alegrнa»; pero hizo una mueca y moviу la cabeza diciendo: «Mamita, estб usted loca, los chicos no sirven para nada; yo soy buena prueba de ello». Sн, seсorita Melanie, se ha portado como un caballero en esto —terminу Mamita amablemente. Y Melanie pudo darse cuenta de que la conducta de Rhett lo habнa enaltecido mucho ante Mamita—. Tal vez haya estado algo equivocada, a propуsito del seсorito Rhett. ЎEste dнa es un dнa feliz para mн! Yo he fajado a tres generaciones de niсas Robillard. ЎHoy es un dнa feliz para mн! —ЎOh, sн, Mamita; es un dнa feliz! Los dнas mбs felices son los dнas en que llegan los bebйs. Habнa una persona en la casa para la que no fue un dнa feliz. Wade Hamilton, olvidado por todos, vagaba desconsolado por la casa. Aquella maсana Mamita lo habнa despertado bruscamente, lo habнa vestido de prisa y despuйs mandado con Ella a pasar el dнa en casa de tнa Pittypat. La ъnica explicaciуn que le dieron fue que su madre estaba enferma y que el ruido de sus juegos la molestarнa. La casa de tнa Pittypat estaba revolucionada. La anciana seсora, al enterarse de lo de Scarlett, habнa tenido que meterse en la cama, y Cookie la estaba cuidando, por lo que el almuerzo de los niсos fue una bazofia escasa que Peter les preparу. Segъn el dнa iba avanzando, el miedo se apoderу del almita de Wade. їY si su madre se morнa? Las madres de otros niсos se habнan muerto. Йl habнa visto los coches fъnebres que se alejaban de las casas y habнa oнdo sollozar a sus amiguitos. їY si se muriese su mamб? Wade querнa muchнsimo a su mamб, casi tanto como la temнa, y la idea de que se la llevasen en un ataъd negro detrбs de unos caballos negros tambiйn con penachos de plumas en la cabeza causу a su corazoncito un dolor que le cortaba hasta la respiraciуn.
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