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CUARTA PARTE 23 страница



Los yanquis eran los primeros en reconocer que aquello era una llaga que convenнa cauterizar, pero no tomaban para ello ninguna medida. Los habitantes de Atlanta y de Decatur no ocultaban su indignaciуn, pues para ir de un sitio al otro habнa que pasar por allн. Los hombres que tenнan que hacer algo en ese suburbio iban con las pistolas prevenidas, y las mujeres decentes, ni aun protegidas por sus maridos o por sus hermanos, querнan aventurarse por aquellos lugares, pues era raro que por lo menos no fueran insultadas a su paso por innobles negras en estado de embriaguez.

Mientras habнa llevado a Archie a su lado, Scarlett no habнa tenido nunca miedo de pasar junto a Shantytown, porque ni las negras mбs descaradas se atrevнan a reнr en presencia del ex forzado. Pero ahora que tenнa que hacer el trayecto sola, la cosa no era lo mismo, y ya le habнan ocurrido una serie de incidentes tan desagradables como exasperantes. Cada vez que las prostitutas negras veнan su coche, rivalizaban en insolencia. Scarlett no tenнa otro remedio que guardar un aire digno y no hacer caso; pero hervнa de cуlera. No tenнa ni el consuelo de poder confiar su disgusto a las amistades o a la familia, porque lo primero que le hubieran dicho es: «їLo ves ya, o pensabas que iba a ocurrir otra cosa? », y todo el mundo volverнa de nuevo a la carga, para impedirle que acudiera a las serrerнas. Y no tenнa la menor intenciуn de no ir.

«Gracias a Dios —se dijo— que no veo a ninguna harapienta al borde del camino. » Cuando llegу a la altura del que conducнa a Shantytown, echу una rбpida ojeada, en la que se reflejaba el asco, a las apretujadas cabanas del fondo del valle, iluminado por el sol, bajo y sin fuerza. El viento helado le traнa el olor de los fuegos del bosque, del asado de carne de cerdo y de los sucios excusados. Tirу enйrgicamente de las riendas y el caballo acelerу el paso.

Empezaba en ese momento a respirar aliviada, cuando se le hizo un nudo en la garganta. Un enorme negro, emboscado tras de un encina, salнa lentamente de su escondite. Scarlett tenнa miedo, pero no hasta el punto de perder su sangre frнa. Detuvo el caballo y echу mano a la pistola de Frank.

—їQuй quiere usted? —gritу en el tono mбs duro que le fue posible.

El corpulento negro echу a correr y volviу a esconderse detrбs del бrbol, respondiendo con voz alterada por el miedo: —ЎSeсorita Scarlett, no mate al pobre Sam!

—ЎSam!

Durante un momento, Scarlett permaneciу muda de estupor. El gran Sam, el contramaestre de Tara, al que habнa visto por ъltima vez en las postrimerнas del asedio. їCуmo diablos... ?

—ЎSal de ahн para que vea si eres realmente Sam!

El negro obedeciу de mala gana. Harapiento, descalzo, con un taparrabos de hila y una chaquetilla azul, muy pequeсa para йl, el gigantesco negro ofrecнa un lamentable aspecto. Cuando lo hubo reconocido, Scarlett se guardу la pistola y sonriу.

—ЎOh, Sam, quй alegrнa volver a verte!

Moviendo los ojos de alegrнa y riendo con sus dientes blancos, Sam se acercу al coche corriendo y, con sus dos manazas negras, se apoderу de la mano que le tendнa su antigua dueсa. Al reнr se le veнa la punta de la lengua, de un rosa de sandнa, y, en su jъbilo, se removнa y contorneaba como un perrazo de humor juguetуn.

—ЎSeсora, gusta tanto ver a uno de la familia! —le dijo, estrechбndole la mano hasta hacerle daсo—. їPor quй se ha vuelto usted tan mala, seсorita Scarlett? їPor quй lleva una pistola?

—Hay tanta gente mala ahora, Sam, que me veo obligada a llevar un arma. Pero їcуmo es que vives en este lugar inmundo, tъ, Sam, un negro respetable? їPor quй no has venido a verme a Atlanta?

—Seсorita Scarlett, yo no habito en Shantytown. Habнa venido a dar una vuelta. Por nada del mundo querrнa vivir aquн. Nunca en mi vida he visto a negros tan sucios. Y no sabнa que estaba usted en Atlanta. Creнa que seguirнa en Tara. Querнa volver a Tara tan pronto como pudiese.

—їVives en Atlanta desde el asedio?

—No seсorita; he viajado —respondiу Sam, soltando la mano a Scarlett, quien sacudiу los dedos para convencerse de que no se la habнa estrujado—. їSe acuerda de la ъltima vez que me vio? —Y Scarlett recordу aquel caluroso dнa anterior al asedio en que, yendo acompaсada de Rhett, vio al gran Sam y a la banda de negros, marchando por la polvorienta carretera hacia las fortificaciones—. Luego trabajй como un perro haciendo trincheras y llenando sacos de arena hasta que los confederados abandonaron Atlanta. Al seсor capitбn que se ocupaba de mн lo mataron y ya no habнa nadie para que el gran Sam supiera lo que tenнa que hacer. Entonces me escondн en los bosques. Querнa volver a Atlanta, pero me dijeron que todo el paнs estaba ardiendo. Y no sabнa, ademбs, por dуnde pasar y tenнa miedo de las patrullas, porque no llevaba papeles. Entonces vinieron los yanquis, y un seсor que era coronel me mostrу amistad y me tomу a su servicio para cuidar de su caballo y limpiarle las botas. Sн, amita, yo estaba contento de ser un criado, como Pork, yo que habнa trabajado siempre en el campo. Se lo dije al coronel y йl... Mire, seсorita Scarlett, los yanquis no saben nada; no comprendiу la diferencia. Entonces me quedй con йl y con йl fui a Savannah cuando el general Sherman fue allн, y por el amor de Dios, en mi vida he visto cosas tan terribles. Robos, incendios... їHan quemado Tara, seсorita Scarlett?

—Le prendieron fuego, pero pudimos apagarlo. —ЎAh, quй bien, me alegro mucho! Tara es: mi casa y yo querнa volver a Tara. Entonces, cuando la guerra terminу, el coronel me dijo: «Te voy a llevar al Norte conmigo. їSabes Sam? Te pagarй un buen sueldo». Entonces, seсorita, yo, como los otros negros, querнa conocer la libertad antes de volver a casa. Y me fui al Norte con el coronel. Seсorita, estuvimos en Washington, y en Nueva York, y en Boston, dуnde vive el coronel. Sн seсorita, soy un negro que ha viajado. ЎSeсorita Scarlett, en las calles de los yanquis Ўhay mбs caballos y mбs Ўcoches...! Siempre tenнa miedo de que me atropellaran.

—Y ї te ha gustado el Norte, Sam? Sam se rascу la cabeza.

—Me ha gustado y no me ha gustado. El coronel es un buen seсor que comprende a los negros. Pero su mujer no era asн. Su mujer me llamу «seсor» la primera vez que me vio. Sн, seсorita, dijo eso, y yo querнa esconderme cuando lo dijo. El coronel le dijo que me llamara «Sam» y me ha llamado asн. Pero todos los yanquis, la primera vez que me veнan, me llamaban «seсor O'Hara» y me decнan que me sentara con ellos, como si fuera uno igual que ellos. Nunca me habнa sentado con los blancos y soy demasiado viejo para aprender. Me trataban como a un blanco, pero, en el fondo, no me querнan..., no quieren a los negros. Y me tenнan miedo, por lo grande que soy. Y siempre me pedнan que les hablase de los perros que corrнan detrбs de mн y de las palizas que me daban. ЎDios mнo! seсorita Scarlett, nunca me han pegado! Ya conoce usted al seсor Gerald y йl no hubiera querido que pegaran a un negro como yo. Cuando dije eso y contй que la seсora Ellen era tan buena con los negros, que cuando yo tuve la pulmonнa se pasу una semana cuidбndome, no quisieron creerme. Entonces, seсorita, comencй a cansarme tanto y a echar de menos tanto a Tara, que una tarde no pude zontenerme y me marchй, y he hecho todo el camino en un tren de mercancнas. Fнjese, Ўtan contento de ver a la seсora y al seсor!... Ya no querнa mбs libertad. Quiero estar con el seсor, que me daba bien de comer, y en Tara, donde me cuidaban si me ponнa malo. Si volviera a tener la pulmonнa! La seсora yanqui no me cuidaba. Mucho llamarme seсor O'Hara, pero no me cuidaba. Pero la seсora, ella sн querrб cuidarme si... їQuй le pasa, seсorita? —Papб y mamб han muerto, Sam.

—їMuerto? No me embrome, seсorita; no sea usted asн.

—No te embromo, Sam. Es verdad. Mamб muriу cuando los soldados de Sherman vinieron a Tara, y papб... muriу en junio ъltimo. ЎOh, Sam, no llores, te lo suplico! Si lloras, llorarй yo tambiйn. No hablemos mбs de ello ahora. Otro dнa te lo contarй todo. Suellen se ha quedado en Tara. Se ha casado con un hombre muy bueno, con el seсor Will Benteen. Carreen estб en un...

Scarlett se detuvo. No podrнa nunca hacer comprender a aquel gigante lloroso lo que era un convento.

—Ahora vive en Charleston. Pero Pork y Prissy estбn en Tara. Vamos, Sam, suйnate y no llores mбs. їTъ quieres volver a casa?

—Sн seсorita; pero ya no serб como cuando la seсora Ellen...

—їY no preferirнas quedarte aquн a trabajar conmigo? Necesito un cochero. Me hace verdadera falta, para no andar sola, con tanto malvado como anda suelto.

—Sн, seсorita. Claro que necesita un cochero. Precisamente iba yo a decirle que no estб bien que no vaya acompaсada. Ya sabe usted quй malos son muchos negros ahora, sobre todo los que viven en Shantytwon. No es prudente para usted. Sуlo hace dos dнas que estoy en Shontytwon, pero ya los he odio hablar de usted... Ayer, cuando esas sucias mujeres la insultaron, yo la reconocн, pero no pude correr detrбs, porque iba muy de prisa. Pero al primero que le vuelva a decir algo le voy a arrancar la piel. їNo me vio usted ayer a mн?

—No, no me di cuenta; pero te doy las gracias, Sam. Entonces, їquieres servirme de cochero?

—Gracias, seсorita, pero prefiero ir a Tara.

El gran Sam bajу la cabeza y con la punta del dedo pulgar empezу a trazar signos misteriosos en el polvo de la carretera. Parecнa hallarse molesto.

—їPor quй no aceptas? Te darй buen jornal. Necesito que te quedes conmigo.

Sam levantу la cabeza y descubriу un rostro estъpido y negro, alterado por el miedo. Acercбndose al coche murmurу:

—Seсorita, necesito marcharme de Atlanta. Necesito irme a Tara para que no me busquen. He... matado a un hombre.

—їA un negro?

—No, amita: a un blanco, a un soldado yanqui. Por eso me buscan y por eso he tenido que venirme a Shantytown.

—їY cуmo ha ocurrido eso?

—Estaba algo bebido y dijo algo que no me gustaba y le echй las manos al cuello... No querнa matarlo, pero tengo mucha fuerza en las manos y lo matй sin querer. Y tenнa tanto miedo, que no sabнa quй hacer. Entonces vine a esconderme aquн y ayer la vi y dije: «ЎBendito sea el Seсor! ЎEs la seсorita Scarlett! Ella se ocuparб de mн y no dejarб que los yanquis me encierren en la prisiуn. Ella me enviarб a Tara».

—їDices que te buscan? їSaben que has sido tъ el que ha matado al soldado?

—Sн seсorita. Soy tan alto, que me es difнcil pasar inadvertido. Creo que soy el negro mбs alto de Atlanta. Ayer tarde vinieron a buscarme, pero una muchacha negra me escondiу en el bosque.

Scarlett permaneciу un momento pensativa. Le tenнa sin cuidado que Sam hubiera matado a un soldado yanqui, pero se lamentaba por no poder utilizarlo como cochero. Un mocetуn como Sam era tan buen acompaсante como Archie. Habrнa que enviarlo a Tara para ponerlo en seguridad. Era un negro demasiado precioso para dejarlo perder. Jamбs habнa habido mejor capataz en Tara. A Scarlett ni le pasу por las mientes la idea de que ahora era libre. Le pertenecнa siempre como Pork, Mamita, Peter, Cookie y Prissy. Continuaba «perteneciendo a la familia» y, a tнtulo de tal, tenнa derecho a ser protegido.

—Esta noche te enviarй a Tara —decidiу al fin Scarlett—. Ahora, escъchame, Sam. Aъn me queda un trayecto que andar, pero volverй por aquн antes de que anochezca. Espйrame. No digas a nadie adonde te vas, y, si tienes un sombrero, pуntelo, para taparte la cara.

—No tengo sombrero.

—Entonces, toma esto y cуmprate uno. Volverбs a esperarme en este mismo sitio.

—Sн seсorita.

Sam resplandecнa de contento. Habнa encontrado a alguien que sabнa aconsejarle.

Scarlett, meditabunda, reemprendiу el camino. Seguramente a Will le encantarнa el tetorno de Sam. Pork no entendнa nada de las cosas del campo ni lo entenderнa nunca. Asн, estando Sam en Tara, Pork podrнa venir a unirse con Dilcey en Atlanta, como se lo habнa prometido Scarlett, despuйs de que muriу su padre.

Cuando Scarlett llegу a la serrerнa empezaba ya a anochecer y se reprochу el encontrarse fuera de casa tan tarde. Johnnie Gallegher estaba en el umbral de la miserable cabana que servнa de cocina al campamento. Cuatro de los cinco forzados que Scarlett habнa colocado en la serrerнa de Johnnie permanecнan sentados sobre el tronco de un бrbol, frente a la destartalada barraca en que se acostaban. Sus uniformes de presidiarios estaban sucios y manchados de sudor. Los grilletes que les encadenaban los tobillos sonaban al menor movimiento. Todos tenнan el mismo aire sombrнo y desesperado.

«ЎEstбn muy delgados! —pensу Scarlett—. Parece como si se encontraran enfermos. Y eran unos buenos mozarrones cuando los contratй. » Ni la miraron siquiera cuando bajу del coche; pero Johnnie volviу la cabeza y, con su aire frнo habitual, se descubriу sin precipitaciуn.

—No me gusta el aspecto de esos hombres —declarу Scarlett, sin mбs preбmbulo—. No tienen buen aspecto. їDуnde estб el que falta?

—Enfermo —contestу Johnnie lacуnicamente—. Estб acostado.

—їQuй es lo queitiene?

—Pereza, sobre Codo.

—Voy a verlo.

—No vaya usted. Debe estar completamente desnudo. Ya me ocuparй yo de йl. Maсana por la maсana volverб ya al trabajo.

Scarlett vacilу. En aquel momento vio a uno de los forzados levantar penosamente la cabeza y dirigir a Johnnie una mirada de intenso odio antes de ponerse a contemplar el suelo otra vez.

—їHa pegado a alguno?

—Vamos a ver, seсora Kennedy, їquiйn es el que dirige la serrerнa? Usted me la ha confiado y me ha encargado que vaya adelante, їno? їAcaso no lo hago un poquito mejor que Hugh Elsing?

—Sн; eso sн —repuso Scarlett, sin poder reprimir, no obstante, un estremecimiento.

Una atmуsfera siniestra pesaba sobre aquel campamento de horrendas cabanas, como no pesaba en tiempo de Hugh Elsing. La impresiуn de soledad y de aislamiento dejaba helado a uno. Los forzados estaban tan desamparados, tan sometidos a la arbitrariedad de Johnnie Gallegher, que podнa azotarlos todos los dнas a su gusto, darles el peor trato y hacer lo que quisiera de ellos sin que Scarlett se enterara. Los forzados se callarнan para no ser castigados cuando ella volviera a marcharse.

—Los hombres estбn muy flacos. їComen lo suficiente? ЎMe їparece que le doy bastante dinero para que los alimente! Deberнan estar mбs rollizos. El mes pasado, sin ir mбs lejos, paguй cerca de treinta dуlares de harina y carne de cerdo solamente. Vamos a ver, їquй van a cenar hoy?

Scarlett penetrу en el interior de la cabana. Una mulata gorda, inclinada sobre un viejo hornillo herrumbroso, le hizo una reverencia al verla y se puso a revolver unos garbanzos que cocнa en una cacerola. Scarlett sabнa que Johnnie vivнa con esa mujer, pero preferнa hacer la vista gorda. Pudo darse perfecta cuenta de que, salvo los garbanzos y unos trochos minъsculos de pan de maнz, nada mбs habнa preparado.

—їEso es todo lo que va a dar de comer a esos hombres?

—Sн seсora.

—їHa puesto usted tocino en los garbanzos? —No seсora.

—ЎY cуmo van a estar los garbanzos sin un mal trozo de tocino! їPor quй no se lo ha echado usted?

—El seсor Johnnie me ha dicho que no hacнa falta.

—Pues haga el favor de echarles tocino ahora mismo. їDуnde guarda usted las provisiones?

La mulata dirigiу una mirada de terror hacia una pequeсa alacena que le servнa de despensa y de la que Scarlett iba a abrir la puerta. En el suelo habнa un barril con harina de maнz, ya empezado. En los estantes veнase un saco de harina de trigo, una libra de cafй, un paquete de azъcar, una botella de jugo de sorgo y dos jamones ahumados. Llena de ira, Scarlett se volviу hacia Johnnie, que la estaba contemplando con frнo aire de disgusto.

—їEn donde estбn los cinco sacos de harina blanca que le enviй la semana pasada? їEn dуnde estбn las provisiones de azъcar y cafй? їEn dуnde estбn los cinco jamones que le mandй enviar, y las diez fibras de tocino, y las libras de сame y de patatas? їDуnde ha ido a parar todo? Ni dando de comer cinco veces diarias a esa gente podrнa haberlo consumido en una semana. Lo ha vendido usted. ЎEs usted un ladrуn! Lo ha vendido usted todo, se ha metido el dinero en el bolsillo y no ha dado a estos desgraciados mбs que garbanzos y maнz. No es extraсo que estйn asн de flacos. ЎDйjeme pasar!

Scarlett dio un trompicуn al irlandйs y saliу de la cabana.

—ЎVengan acб!... ЎSн, ustedes! ЎVengan acб! Venga usted —dijo a uno de los forzados.

El hombre se levantу y se acercу lentamente, haciendo sonar sus grilletes. Scarlett pudo darse cuenta de que los nevaba muy ceсidos.

—їCuбnto tiempo hace que no han probado el jamуn?

El hombre bajу la cabeza y empezу a mirar obstinadamente el suelo.

—ЎVamos, conteste!

El forzado levantу al fin los ojos y los fijу en Scarlett con una mirada suplicante.

—No quiere decir nada, їeh? їTiene, miedo? Bien, vaya y coja jamуn de la despensa. Rebeca, dйjele el cuchillo. Vaya y reparta el jamуn con sus compaсeros. Rebeca, dйjeles galletas y haga cafй a estos hombres. Que beban todo el sorgo que quieran. Vamos, de prisa. Quiero ver lo que les sirve.

—Son las galletas y el cafй del seсor Johnnie —murmurу Rebeca, asustada.

—ЎMe es igual! Tambiйn puede que sea suyo el jamуn. Haga lo que le mando. Usted, Johnnie, acompбсeme hasta el coche.

Scarlett atravesу a largos pasos el patio sembrado de detritus de todas clases, se subiу al coche y constatу con satisfacciуn que los hombres se cortaban buenas lonchas de jamуn sobre las que se arrojaban vorazmente, como si temieran que se las arrebatasen de un momento a otro.

—Es usted el sinvergьenza mayor que he visto —le espetу a Johnnie—. Le harй que me devuelva el valor de las provisiones. En lo sucesivo, le traerй cada dнa lo que haga falta para el sustento de estos hombres en lugar de hacer que le envнen un pedido cada mes. Asн no podrб usted estafarme.

—En lo sucesivo... me da igual. Ya no estarй aquн —declarу Johnnie.

—їPiensa usted dejarme?

Scarlett estuvo a punto de aсadir: «Pues ya se estб usted largando»; pero se detuvo, por prudencia. Si Johnnie se marchaba, їquй harнa? Gracias a йl podнa servir el doble de la madera que servнa con Hugh y precisamente acababan de hacerle el pedido mбs importante obtenido hasta entonces, un pedido a un precio muy ventajoso. Si se marchaba Johnnie, їa quiйn pondrнa en su lugar?

—Sн, me voy. Lo ъnico que me exigiу al confiarme la direcciуn de su serrerнa era servirle la mayor cantidad de madera posible. Entonces no me dijo usted cуmo tenнa que arreglбrmelas para ello, asн que no me venga ahora con consejos. Mйtase en lo que le importe. No podrб usted decir que no he cumplido con mi obligaciуn. Le he hecho ganar dinero. Y me he ganado de sobra el sueldo para poder permitirme cobrar por mi cuenta algъn piquito. Y ahora no hace usted mбs que husmear, preguntar a mis hombres y ponerme en evidencia ante ellos. їQuй autoridad quiere usted que tenga luego? їLa molesta mucho, eh, que les quite algo de vez en cuando? Son unos holgazanes que se merecen mucho mбs. їTambiйn la molesta que no los cebe como cerdos? Mire, aъn soy demasiado bueno con ellos; asн que ya lo sabe: mйtase donde la llamen y dйjeme hacer lo que me parezca, si no quiere que me vaya esta misma noche.

Scarlett no sabнa ya quй partido tomar. Si Johnnie ponнa en prбctica su amenaza, їquй harнa? No podнa pasarse la noche en la serrerнa, vigilando a los forzados.

Johnnie notу su titubeo, pues sus rasgos perdieron su dureza y se hicieron de pronto suaves.

—Ya es tarde, seсora Kennedy —le dijo con voz mбs suave—. Deberнa usted regresar ya a casa. No vamos a reсir por una tonterнa como йsta, їverdad? Mire, me descuenta usted diez dуlares de mi sueldo y estamos en paz.

A pesar suyo, Scarlett mirу a los desdichados que acababan de comer su jamуn y pensу en el enfermo acostado en la barraca llena de corrientes de aire. Debнa despedir a Johnnie Gallegher. Era un canalla y un ladrуn. ЎA saber quй trato darнa a los forzados cuando ella se encontrara ausente! Pero, por otro lado, era un hombre enйrgico y entendido y Dios sabнa bien la necesidad que Scarlett tenнa de un f ^nombre asн. No, no podнa permitirse el lujo de despedirlo en este momento. Le daba a ganar dinero. Lo ъnico que podнa hacer era asegurarse de que, de ahora en adelante, los forzados no pasarнan hambre.

—Le descontarй veinte dуlares —concluyу en tono seco— y ya hablaremos de todo maсana.

Sabнa de sobra, sin embargo, que el incidente estaba zanjado y Johnnie tambiйn sabнa el tono que tendrнa la conversaciуn del dнa siguiente. Scarlett tomу las riendas y fustigу al caballo.

Mientras el carruaje se adentraba en el camino de Decatur, desuйs de haber descendido el camino que conducнa a la serrerнa, un combate se entablу en la conciencia de Scarlett. Amaba el dinero y querнa ganar la mayor cantidad posible, pero se decнa a sн misma que no tenнa derecho a exponer a aquellos hombres a las brutalidades del irlandйs. Si alguno de los forzados morнa a consecuencia de sus malos tratos, tendrнa tanta culpa ella como Johnnie, al que deberнa despedir sabiendo quй clase de hombre era. Pero por otra parte... sн, por otra parte, allб esos hombres, que por algo habrнan sido condenados a trabajos forzados. Cuando se cometнa un crimen, se habнan de sufrir todas las consecuencias. Este pensamiento aliviу un poco a Scarlett, pero no podнa olvidarse del todo de aquellas caras macilentas y consumidas de los desdichados.

«Ya pensarй en todo maсana», se dijo, encogiйndose de hombros y relegando aquella idea al fondo de su mente.

Cuando el carruaje llegу al lugar en que la carretera hacнa un recodo, a la altura exacta de Shantytown, el sol habнa desaparecido por completo y los bosques estaban ya sumidos en la oscuridad. Un aire glacial se habнa levantado con el crepъsculo y soplaba a travйs de los бrboles, haciendo crujir las ramas y moviendo las hojas muertas. Scarlett no se habнa encontrado nunca sola fuera de casa a tales horas y estaba deseando llegar a ella.

Buscу en vano a Sam con la mirada, pero a pesar de todo se detuvo a esperarle. Su ausencia la inquietaba. Temнa que los yanquis le hubiesen echado el guante encima. Entonces oyу a alguien acercarse por el sendero que conducнa al campamento negro y exhalу un suspiro de alivio. ЎBuena bronca iba a echar a Sam por su retraso!

Pero no fue Sam el que apareciу.

Era un blanco fornido y desharrapado, a quien acompaсaba un robusto negro con pecho y hombros de gorila. Scarlett fustigу al caballo y cogiу su pistola. El animal partiу al trote, pero de pronto realizу una espantada para no tropezar con el blanco, que se habнa acercado.

—Seсora —le dijo йste—, їno podrнa darme una limosna? ЎMe muero de hambre!

—Ya se estб usted marchando —respondiу Scarlett, con la voz mбs firme que pudo—. No llevo dinero encima. ЎArre!

Rбpido como un rayo, el hombre blanco cogiу las bridas del caballo.

—ЎSube al coche! —gritу al negro—. Debe llevar el dinero en el corpino.

Lo que ocurriу entonces fue como una pesadilla para Scarlett. Apuntу su pistola, pero algo instintivo le impidiу tirar sobre el blanco, por miedo a matar el caballo. Con el rostro descompuesto por una risa feroz, el negro iba ya a subir al coche, cuando Scarlett dio media vuelta y le disparу a boca de jarro. Nunca supo si le habнa dado, pero un segundo mбs tarde una manaza negra le torcнa la muсeca, arrebatбndole la pistola. El negro estaba a su lado, tan a su lado, que ella percibнa perfectamente el olor a rancio que despedнa su cuerpo. Tratу de empujarla por encima de la baranda del coche. Ella se defendнa enйrgicamente con la mano que le quedaba libre, hundiendo las uсas en el rostro de su agresor. Entonces se produjo un ruido como cuando se rasga una tela; la mano negra le rajу de arriba abajo el corpino y se hundiу en sus senos. En su vida habнa sentido Scarlett semejante sensaciуn de horror y de repulsiуn. Se puso a chillar como una demente.

—ЎHazla callar! ЎSбcala de ahн! —gritу el blanco.

Y la mano negra subiу entonces hasta su boca. Scarlett le dio un gran mordisco y comenzу de nuevo a chillar. En medio de sus chillidos oyу al blanco lanzar un juramento y distinguiу la silueta de una tercera persona en la carretera. La mano negra la soltу y el negro girу sobre sus talones para hacer frente al gran Sam, que se arrojaba sobre йl.

—Sбlvese, seсorita Scarlett —gritу Sam, luchando con el negro a brazo partido.

Temblando y gritando de miedo, Scarlett cogiу las riendas, tomу su lбtigo y empezу a golpear al caballo. El animal arrancу velozmente y Scarlett sintiу pasar las ruedas sobre algo blando y resistente a la vez. Era el cuerpo del hombre blanco, que yacнa en medio de la carretera, donde le habнa derribado un puсetazo de Sam.

Loca de pбnico, Scarlett no cesaba de descargar latigazos sobre el lomo del caballo. El carruaje tropezу con una gran piedra y le faltу poco para volcar, pero ella no se dio cuenta siquiera. Hubiera querido correr aъn mбs, porque oнa que la perseguнan. Si el monstruo negro volvнa a atraparla se morirнa de terror antes de que la tocara. —Seсorita Scarlett, pare usted —gritу una voz. Sin disminuir la marcha, mirу por encima de su hombro y vio al enorme Sam corriendo para alcanzarla a toda la velocidad de sus largas piernas, que se movнan vertiginosamente. Tirу de las riendas. Sam saltу al coche. Era tan corpulento, que Scarlett tuvo que apretarse contra el borde del coche para dejarle sitio. El sudor y la sangre inundaban el rostro y jadeaba.

—їLa han herido? їNo estб usted herida? —preguntу йl. Scarlett era incapaz de contestar; pero, sorprendiendo la mirada de Sam, se dio cuenta de que su corpino estaba desgarrado hasta la cultura y que llevaba el escote al descubierto. Con mano temblorosa cubriу su pecho con los dos jirones de tela y luego, bajando la cabeza, estallу en sollozos.

—Dйme usted esto —le dijo йl, cogiendo las riendas—. ЎArre, . de prisa, vamos!

El lбtigo silbу y el caballo dio una arrancada que a poco mбs tumba el coche en la cuneta.

—Creo que he matado a ese sinvergьenza de negro, pero no he esperado a saberlo —dijo Sam—. Pero, si le ha hecho algъn mal, volverй a asegurarme.

—No, no, vamos, vamos de prisa —murmurу Scarlett, entre sollozos.

Por la noche, cuando Frank los dejу a ella, a tнa Pittypat y a los niсos en casa de Melanie, y se fue calle abajo con Ashley, de buena gana Scarlett se hubiera echado a llorar de rabia y de dolor. ЎCуmo era posible que se marchase a un mitin polнtico aquella noche! ЎA un mitin polнtico, y precisamente aquella noche! La misma noche en que ella habнa sido vнctima de un atentado; cuando podнa haberle ocurrido cualquier cosa. ЎQuй insensible y quй egoнsta era! ЎPero si lo habнa tomado todo con una tranquilidad enloquecedora, aun cuando Sam la habнa llevado a casa sollozando, con el corpino desgarrado hasta la cintura! Y mientras ella, con gemidos entrecortados, le contу su aventura, ni una sola vez habнa hecho un gesto de espanto. Se habнa limitado a preguntarle amablemente:

—їEstбs herida, vida mнa, o solamente asustada?

La rabia y la ira unidas le habнan impedido contestar, y Sam se habнa apresurado a explicar que estaba sencillamente asustada.

—Yo lleguй cuando le habнan roto el traje.

—Eres un buen chico, Sam, y no olvidarй lo que has hecho. їHay algo en que yo pueda serte ъtil?

—Sн seсor; dйjeme usted volver a Tara lo antes posible. Los yanquis me quieren coger.

Frank habнa escuchado este ruego sin inmutarse y sin hacer ninguna pregunta. Tenнa el mismo aspecto que la noche en que Tony habнa venido a llamar a su puerta. Consideraba todo aquello como un asunto exclusivamente de hombres y pensaba que debнa solucionarse con un mнnimo de palabras y emociones.

—Puedes irte en la calesa. Harй que Peter te conduzca hasta Rough y Ready esta noche. Puedes ocultarte en el bosque hasta maсana por la maсana, y entonces tomar el tren para Jonesboro. Serб lo mбs seguro... Y ahora, vida mнa, no llores mбs. Ya ha pasado todo, tъ no estбs herida. Seсorita Pitty, їme hace el favor de su frasquito de sales? Mamita, trбigale a la seсorita Scarlett un vaso de vino.

Scarlett habнa prorrumpido en renovados sollozos, esta vez de rabia. Necesitaba mimos, indignaciуn, juramentos de venganza. Hubiera preferido que Frank se hubiese incomodado con ella, que la hubiese reсido, recordбndole cuбntas veces la habнa prevenido de lo que iba a ocurrir. Cualquier cosa hubiera sido mejor que ver que lo tomaba con tanta tranquilidad y consideraba su peligro como asunto de poca importancia. Estaba amable y cariсoso, desde luego, pero distraнdo cual si tuviera cosas mucho mбs importantes en que pensar.

Y esta cosa tan importante habнa resultado ser un mitin polнtico.

Apenas podнa dar crйdito a sus oнdos cuando le dijo que se cambiara de traje y se arreglara porque la iba a llevar a casa de Melanie para que pasara allн la tarde. Йl debнa comprender cuan terrible habнa sido su angustia, debнa saber que no tenнa ganas de pasarse toda la tarde en casa de Melanie, cuando su aterido cuerpo y sus excitados nervios estaban necesitando el suave descanso del lecho y de las mantas, con un ladrillo muy caliente que la hiciera reaccionar y un ponche hirviente que calmara sus temores. Si realmente la hubiera querido, nada le habrнa obligado a separarse de su lado, y menos que nunca aquella noche. Se habrнa quedado en casa, con la mano de Scarlett entre las suyas, le hubiera dicho una y otra vez que si a ella le hubiese ocurrido algo йl habrнa muerto de dolor. Y cuando volvieran a casa y estuvieran los dos solos ya se lo dirнa ella asн.



  

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