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CUARTA PARTE 19 страница



Ella levantу la cabeza, sorprendida.

—Scarlett, irй a Atlanta; no puedo luchar contra las dos.

Dio media vuelta y saliу. A pesar de su alegrнa, Scarlett sintiу que la invadнa un miedo absurdo. Habнa leнdo en los ojos de Ashley la misma expresiуn que en el momento en que le habнa dicho que estarнa irremisiblemente perdido si iba a Atlanta.

Despuйs del enlace matrimonial de Suellen y de Will y de la entrada de Carreen en un convento de Charleston, Ashley, Melanie y Beau se fueron a vivir a Atlanta y llevaron con ellos a Dilcey para que les sirviera de cocinera y de aya. Prissy y Pork se quedaron en Tara hasta que Will hubiera podido contratar otros negros para que le ayudaran en los trabajos del campo, despuйs de lo cual irнan a unirse a sus seсores, a la ciudad.

La casita de ladrillo que Ashley alquilу para su familia estaba situada en Ivy Street, y quedaba justamente a espaldas de la de tнa Pitty. Los jardines de una y otra se tocaban y no estaban separados mбs que por un seto de arbustos. Melanie la habнa escogido por esta razуn sobre todo. La maсana de su vuelta a Atlanta declarу, tiendo, llorando y cubriendo de besos a Scarlett y a tнa Pittypat, que habнa estado tanto tiempo separada de ellas que le parecнa que ya nunca volverнa a estar bastante a su lado.

La casa habнa tenido en su origen dos pisos, pero el segundo i habнa sido destruido por los obuses durante d asedio, y el propietario, a su regreso despuйs de la rendiciуn, no habнa tenido bastante dinero para reconstruirlo. Se habнa contentado con recubrir el primer piso con un techo plano que conferнa al edificio el aspecto absurdo y desproporcionado de una casa de muсecas hecha con cajas de zapatos. La casa misma, edificada sobre un amplio sуtano, se encontraba muy por encima del nivel del suelo y la demasiado larga Escalera por la que se subнa le proporcionaba un aspecto algo grotesco. Sin embargo, todas esas imperfecciones se compensaban en Ўparte gracias a dos viejos robles que le daban sombra y a un magnolio de hojas polvorientas, todas sembradas de flores blancas, que se elevaba junto a la escalera. Un trйbol verde y tupido cubrнa el amplio cйsped bordeado por un seto de arbustos y de madreselvas de perfume exquisito. Aquн y allб florecнa un rosal mutilado, y los mirtos, losados y blancos, crecнan a su arbitrio, como si los caballos yanquis no hubieran ramoneado en ellos durante la guerra Ў

Scarlett pensaba que en su vida habнa visto una casa mбs horrorosa, pero para Melanie los Doce Robles en todo su esplendor no habrнan sido mбs bellos. Era su casa y su hogar, y ella, su marido y Ўsu hijo vivнan juntos, al fin, bajo su propio techo. India Wilkes regresу de Macуn, en donde vivнa desde 1864 con su hermana Honey, y se instalу en casa de su hermano, no obstante la falta de sitio. Sin embargo, Ashley y Melanie la acogieron alegremente. Los tiempos habнan cambiado, no sobraba el dinero, pero nada habнa modificado las costumbres familiares del Sur, donde se recibнa siempre de corazуn a los parientes pobres y a las hermanas solteras.

Honey se habнa casado y, a lo que decнa India, su matrimonio habнa sido desventajoso, ya que lo habнa contraнdo con un rъstico del Misisipн, establecido en Macуn desde la rendiciуn.

Tenнa un rostro coloradote, hablaba en voz muy alta y sus maneras joviales no tenнan nada de distinguidas. India no aprobaba este matrimonio y sufrнa viviendo con su cuсado, asн que la habнa encantado la nueva de que Ashley habнa puesto casa y la idea de poder sustraerse, no solamente a una convivencia que la disgustaba, sino tambiйn al espectбculo de una hermana tan puerilmente dichosa con un hombre de tan baja condiciуn.

El resto de la familia estimaba en secreto que Honey, a pesar de su ligereza de cascos, no se las habнa arreglado tan mal, y se extraсaba de ver que habнa sido capaz de pescar marido. La verdad es que йste era un hombre bien educado y que vivнa con desahogo. Lo que ocurrнa es que, para India, nacida en Georgia y educada en las tradiciones de Virginia, todo aquel que no era del Este tenнa aspecto de rъstico y de salvaje. El marido de Honey debiу quedar sin duda encantado con la marcha de su cuсada, que no era un huйsped fбcil de contentar.

Desde ahora, India quedaba irremisiblemente destinada a la solterнa. Tenнa veinticinco aсos y los representaba tan bien que podнa renunciar a toda coqueterнa. Con sus ojos claros y sus labios prietos, tenнa una expresiуn digna y orgullosa, que, cosa pintoresca, le sentaba mejor que su aire meloso del tiempo en que vivнa en Doce Robles. Todo el mundo la consideraba casi como a una viuda. Se sabнa que Stuart Tarleton se habrнa casado con ella si no lo hubieran matado en Gettysburg y le testimoniaban el respeto debido a una mujer que habнa sido la prometida de un hombre.

Las seis habitaciones de la casita de Ivy Street no tardaron en ser amuebladas someramente por el almacйn de Frank. Como Ashley no tenнa un cйntimo y se veнa obligado a comprar a crйdito, habнa escogido los muebles menos caros, y aun asн se habнa limitado a lo estrictamente indispensable. Frank estaba desolado, pues adoraba a Ashley, y lo mismo le pasaba a Scarlett. Tanto ella como su marido les hubieran regalado de la mejor gana los muebles mбs bellos de caoba y palisandro que se guardaban en el almacйn, pero los Wilkes se habнan negado rotundamente. La fealdad y la desnudez de su hogar daban pena de ver y Scarlett se estremecнa pensando que Ashley vivнa sin alfombras ni cortinas. Йl no parecнa, sin embargo, echar de menos estos detalles y Melanie era tan feliz teniendo un hogar propio, que estaba orgullosa de йl. Scarlett se habrнa muerto de vergьenza si hubiera tenido que recibir a alguien en una casa sin colgaduras, tapices ni cojines, sin un respetable nъmero de sillas y de juegos de tй y vajillas. Pero Melanie no hacнa menos los honores de la suya que si hubiera poseнdo cortinas de peluche y sofбs de brocado.

Pero, a pesar de su aparente dicha, Melanie no se sentнa bien. El nacimiento de Beau habнa arruinado su salud y los penosos trabajos a los que se habнa sometido en Tara habнan acabado de debilitarla. Estaba tan delgada que sus huesos parecнa que iban a asomar a travйs de la piel blanca. Viйndola de lejos, jugando con su niсo en el jardнn, se la hubiera tomado fбcilmente por una chiquilla, tan liso era su pecho y tan poco acusadas sus formas. E igual que el cuerpo, su rostro era demasiado delgado y demasiado pбlido, y sus cejas, arqueadas y delicadas como antenas de mariposa, dibujaban una lнnea oscura sobre su piel descolorida. Sus ojos, demasiado grandes para ser bonitos, estaban rodeados de unas ojeras profundas, que aъn los hacнan parecer mбs grandes; pero su expresiуn no habнa cambiado desde la йpoca feliz de su juventud. La guerra, los continuos sufrimientos, las tareas agotadoras, no habнan podido alterar su dulce serenidad. Su mirada era la de una mujer feliz, de una mujer que sabe resistir los huracanes de la vida sin que su placidez innata se altere.

«їCуmo se las compone para conservar esa mirada? », se preguntaba Scarlett con envidia. Sabнa que sus propios ojos semejбbanse muchas veces a los de un gato hambriento. їQuй era lo que Rhett le habнa contado un dнa, a propуsito de los ojos de Melanie?... Una necia comparaciуn con unas bujнas... ЎAh, sн, los habнa comparado a dos buenas acciones en un mundo perverso! Sн, los ojos de Melanie lucнan como dos bujнas protegidas del viento, como dos dulces y discretas llamas, encendidas por la felicidad de tener un hogar y de haber vuelto a encontrar a sus amigos.

Su casita nunca estaba vacнa. Todo el mundo habнa querido siempre con locura a Melanie, desde que era niсa, y la gente acudнa continuamente a darle la bienvenida. Cada cual le traнa un regalo: d uno, dos o tres cucharas de plata; el otro, un cuadro, una funda de almohada, un mantel, una alfombra, pequeсos objetos librados de los saqueos de Sherman y preciosamente conservados.

Ancianos que habнan hecho la campaсa de Mйjico con su padre venнan a visitarla y llevaban con ellos a sus amigos, para presentarles, a «la encantadora hija del coronel Hamilton». Las viejas relaciones de su madre se pasaban la vida haciйndole compaснa, pues Melanie siempre habнa testimoniado un gran respeto a las seсoras de edad. Y йstas se lo agradecнan mбs que nunca, ahora que la juventud parecнa haberse olvidado de las buenas costumbres de antaсo. Las mujeres de su edad, casadas o viudas, la querнan porque habнa compartido sus sufrimientos sin perder su buen carбcter y porque siempre escuchaba a las demбs con la mayor atenciуn. Los muchachos y las muchachas tambiйn iban a verla a su vez, porque en su casa no se aburrнa uno nunca y se podнa encontrar en todo momento a los amigos a quienes se querнa ver.

No tardу en formarse alrededor de Melanie un grupo de personas viejas y jуvenes constituido por la mejor sociedad de la Atlanta de antes de la guerra. Dirнase que esta misma sociedad, dispersa y arruinada por la guerra, diezmada por la muerte, desamparada por los disturbios sociales, habнa encontrado en Melanie un sуlido punto de reuniуn.

Melanie era joven, pero poseнa todas las cualidades que esta gente, escapada de la tormenta, apreciaba. Era pobre, pero conservaba su orgullo. Valerosa, no se quejaba jamбs. Era alegre, acogedora, amable y, sobre todo, fiel a las antiguas tradiciones. Melanie no se resolvнa por nada a cambiar; se negaba incluso a admitir que fuera necesario cambiar en un mundo en plena transformaciуn. Bajo su techo, el pasado parecнa renacer. Alrededor de ella, sus amigos recobraban la confianza y encontraban medio de despreciar aъn mбs la frenйtica manera de vivir de los carpetbaggers y los republicanos Henrycidos en la guerra.

Cuando miraban su rostro juvenil y leнan en йl su inquebrantable apego al pasado, acertaban a olvidarse un momento de los que traicionaban a su clase, causбndoles a la vez tanta rabia, tanta inquietud y tanto disgusto. Y habнa un gran nъmero de traidores. Hombres de buena familia, reducidos a la miseria, se habнan pasado al enemigo, se habнan hecho republicanos y habнan aceptado puestos de los vencedores, para que sus hijos no se vieran obligados a mendigar. Ex soldados aъn jуvenes no habнan tenido el valor de esperar, para volver a ser ricos. Esos jуvenes seguнan el ejemplo de Rhett Butler y marchaban de la mano de los carpetbaggers, haciendo dinero por los mйtodos mбs desagradables.

Las traiciones mбs penosas venнan de algunas muchachas procedentes de las mejores familias de Atlanta. Estas muchachas, niсas todavнa durante la guerra, apenas si conservaban ningъn recuerdo de los aсos de prueba, y sobre todo no estaban animadas del mismo odio que los mayores. No habнan perdido ni a sus maridos ni a sus novios. Recordaban mal los esplendores del pasado... Ўy los oficiales yanquis eran tan apuestos mozos bajo sus brillantes uniformes...! ЎDaban bailes tan agradables, tenнan caballos tan bonitos y, la verdad, estaban tan interesados por las muchachas del Sur! Las trataban como a reinas y ponнan un cuidado exquisito en no herir su orgullo. Despuйs de todo..., їpor quй no alternar con ellos?

Eran bastante mбs seductores que los jуvenes de la ciudad, que iban mal vestidos, que estaban siempre serios y que trabajaban tanto que no les quedaba tiempo para entretenerse... Todos estos razonamientos se habнan traducido en un cierto nъmero de raptos que habнan sumido a las familias de Atlanta en la aflicciуn. Podнa verse a hermanos que no saludaban a sus hermanas al cruzarse en la calle con ellas, madres y padres que no pronunciaban nunca el nombre de sus hijas. El recuerdo de tales tragedias ensombrecнa a aquellos cuya divisa era: «Nada de rendiciуn»; pero, ante Melanie, tan serena, tan dulce, se olvidaban de sus inquietudes. Las mismas ancianas opinaban que el ejemplo de Melanie era el mejor que podнa darse a las jуvenes de la ciudad. Y, como no alardeaba de sus virtudes, las muchachas no le guardaban rencor.

Melanie no habнa sospechado nunca que estuviera a punto de convertirse en cabeza o cosa asн de una nueva sociedad. Le parecнa simplemente que eran muy amables viniendo a verla, rogбndole que entrara a formar parte de los cнrculos de costura o que prestara su concurso a veladas recreativas o musicales. A pesar del desdйn de las otras ciudades por la incultura de Atlanta, allн siempre habнan «nado la mъsica, la buena mъsica, y, a medida que los tiempos se hacнan mбs duros, mбs inciertos, crecнa la predilecciуn por este arte. Era mбs fбcil olvidar las insolencias de los negros y los uniformes azules escuchando mъsica.

i Melanie se sintiу confusa al verse al frente del nuevo Cнrculo musical, que daba veladas cada sбbado. Atribuнa esta deferencia al hecho de que era capaz de acompaсar a cualquiera al piano, incluso а las seсoritas Mac Lure, que desafinaban horriblemente, pero que continuaban empeсadas en seguir cantando dъos.

La verdad es que Melanie habнa conseguido, con mucha diplomacia, fundir en un solo Club la Sociedad de las Damas Arpistas, la Coral Masculina, la Agrupaciуn de Mandolinistas y la Sociedad de Guitarristas, de tal modo que, de ahora en adelante, habrнa en Atlanta conciertos dignos de este nombre. La interpretaciуn de «La Bohemia» por los artistas del Cнrculo fue considerada por numerosas personas entendidas como muy superior a cualquier audiciуn de Nueva York o Nueva Orleбns.

Fue luego de haber obtenido la adhesiуn de las damas arpistas cuando la seсora Merriwether dijo a la seсora Meade y a la seсora Whiting que habнa que dar la presidencia del Cнrculo a Melanie. La seсora Merriwether declarу que, si Melanie habнa sido capaz de entenderse con las damas arpistas, podrнa ya entenderse con cualquiera. Esta excelente seсora tocaba el уrgano en la iglesia metodista; y, en su calidad de organista, sentнa un respeto bastante pobre por l el arpa y las arpistas.

Tambiйn habнan nombrado a Melanie secretaria de la Asociaciуn para Embellecimiento de las Tumbas de los Gloriosos Muertos y del Cнrculo de Costura para las viudas y los huйrfanos de la Confederaciуn.

Este nuevo honor recayу sobre ella despuйs de una agitada reuniуn de estas dos sociedades, reuniуn que estuvo a punto de terminar en un pugilato y con la ruptura de viejas y sуlidas amistades. Se habнa planteado la cuestiуn de saber si habнa o no que quitar las malas hierbas de las tumbas de los soldados de la Uniуn que eran vecinas de las de los soldados confederados. El aspecto de las sepulturas yanquis abandonadas contrarrestaba los esfuerzos de las seсoras para embellecer el cementerio en que estaban las de sus propios muertos. En seguida, las pasiones que anidaban en sus corazones se desencadenaron y los miembros de las dos sociedades entraron en pugna y se echaron fulminantes miradas. El Cнrculo de Costura se pronunciaba porque sн se quitaran y los seсores del Cнrculo de Embellecimiento se oponнan violentamente. La seсora Meade expresу la opiniуn de este ъltimo grupo, diciendo:

—ЎQuitar las malas hierbas de las tumbas de los yanquis! ЎLo que yo harнa es desenterrarlos y echarlos al muladar!

Oyendo estas violentas palabras, los miembros de las dos asociaciones se levantaron y cada seсora se puso a decir lo que le vino en gana, sin escuchar a su vecina. La reuniуn tenнa lugar en el salуn de la seсora Merriwether, y el abuelo Merriwether, al que habнan relegado a la cocina, contу luego que el escбndalo era tan fuerte que habнa creнdo encontrarse al comienzo de la batalla de Franklin. Y hasta aсadiу que habнa corrido menos peligro en Franklin que si hubiera asistido a la reuniуn de esas seсoras.

Milagrosamente, Melanie consiguiу deslizarse en medio de la gresca y, milagrosamente tambiйn, acertу a hacerse escuchar. Turbada por su audacia y con la voz ahogada por la emociуn se puso a gritar: «ЎSeсoras, por favor! », hasta que la efervescencia se calmу y pudo por fin hablar.

—Quiero decir..., en fin..., he pensado desde hace largo tiempo que... que no solamente deberнamos quitarles a las tumbas yanquis las malas hierbas, sino que deberнamos tambiйn plantar flores... Yo..., yo..., ustedes pensarбn lo que quieran, pero cuando yo voy a llevar flores a la tumba de mi querido Charles siempre dejo algunas en la de un yanqui desconocido que se encuentra a su lado. ЎTiene... tiene un aire tan abandonado!

El tumulto arreciу, pero esta vez las dos organizaciones estuvieron de acuerdo para protestar.

—їEn las tumbas yanquis? ЎOh, Melanie! їPero cуmo puede usted...? ЎY son ellos los que han matado a Charles! ЎY a poco mбs la matan a usted! ЎLos yanquis, que hubieran podido matar a Beau cuando naciу! ЎQue han tratado de incendiar Tara para echarla de allн!

Melanie, apoyada en el respaldo de su silla, se sentнa casi abrumada bajo el peso de aquella desesperaciуn. Nunca habнa encontrado semejante hostilidad.

—ЎPor favor, seсoras! —exclamу en tono suplicante—. Les ruego que me dejen terminar. Sй que no tengo vela en este entierro, pues, fuera de Charles, ninguno de mis parientes cercanos ha sido muerto y, gracias a Dios, sй donde reposa mi hermano. Pero Ўhay tantas de nosotras hoy dнa que ignoran dуnde estбn enterrados sus hijos, sus maridos, sus hermanos o sus...!

Se ahogaba y tuvo que pararse. Un silencio de muerte pesaba sobre la reuniуn.

La resplandeciente mirada de la seсora Meade se ensombreciу. Habнa hecho el largo viaje a Gettysburg, despuйs de la batalla, para recoger el cuerpo de Darcy; pero nadie le habнa podido decir dуnde pstaba enterrado. Probablemente yacнa en alguna fosa precipitadamente cavada, en cualquier parte del territorio enemigo. Los labios de la seсora Alan comenzaron a temblar. Su marido y su hermano habнan acompaсado a Morgan en su desdichada incursiуn a Ohio y lo Ъltimo que habнa sabido de ellos es que habнan caнdo al borde de un rнo en el momento en que la caballerнa yanqui habнa dado una carga contra los confederados. Tambiйn ella ignoraba dуnde reposaban. El hijo de la seсora Alison habнa muerto en un campo de concentraciуn del Norte y, por ser mбs pobre que una rata, no habнa podido hacer traer su cuerpo. Otras muchas seсoras habнan leнdo en las listas transmitidas por el Estado Mayor: «Desaparecido..., probablemente muerto», y esas ъnicas palabras eran las que debнan saber para siempre de los hombres que habнan visto marchar al frente.

Se volvieron hacia Melanie con una mirada en la que podнa leerse:

«їPor quй ha vuelto a abrir estas heridas? Estas heridas ya no se curarбn nunca... »

El silencio y la calma reinantes dieron бnimos a Melanie.

—Sus tumbas se encuentran en algъn lado, en paнs yanqui, del mismo modo que hay aquн tumbas de soldados de la Uniуn. їNo serнa horrible oнr hablar a una mujer yanqui de desenterrar a nuestros muertos y...?

La seсora Meade ahogу un sollozo.

—ЎY quй consuelo, en cambio, enterarnos de que alguna buena mujer yanqui...! Y debe de haberlas; poco me importa lo que la gente diga, pero no todas las mujeres yanquis han de ser malas. ЎQuй consuelo saber que ellas arrancan las malas hierbas de las tumbas en que reposan los que amamos y que les ponen flores! Si Charles hubiera muerto en el Norte, serнa para mн un gran consuelo saber que alguien... Y me tiene sin cuidado lo que ustedes piensen de mн, seсoras.

La voz de Melanie se alterу.

—Yo presento mi dimisiуn en los dos clubs y yo... yo arrancarй todas las malas hierbas de todas las tumbas yanquis que encuentre y plantarй flores en ellas y... Ўy que nadie trate de impedнrmelo!

Despuйs de haber lanzado este desafнo, Melanie prorrumpiу en llanto y, con paso vacilante, tratу de ganar la puerta.

Una hora mбs tarde, bien resguardados en un rincуn del cafй de «La Hermosa de Hoy», el abuelo Merriwether refiriу al tнo Henry Hamilton que, tan pronto hubo terminado su arenga, todo el mundo se lanzу sobre Melanie para abrazarla, que todo terminу en fiesta y que Melanie fue nombrada secretaria de las dos organizaciones.

—ЎY van a arrancarles las malas hierbas! Lo mбs triste es que Dolly quiere engancharme, con el pretexto de que no tengo grandes cosas que hacer. Personalmente, yo no tengo nada contra los yanquis y creo que la seсora Melanie tiene razуn; pero, Ўponerme a arrancar hierbas a mi edad y con mi lumbago!

Melanie formaba parte del Comitй de direcciуn del Hogar de Huйrfanos y ayudу a reunir los libros necesarios para constituir un fondo con destino a la Asociaciуn para la Biblioteca Juvenil. «Los Amigos de Tespis», que daban una funciуn de aficionados una vez al mes, reclamaron su concurso. Ella era demasiado tнmida para aparecer en pъblico, detrбs de las candilejas iluminadas por las lбmparas de aceite; pero era capaz de hacer cualquier cosa por ser agradable. Ella fue quien se llevу el voto final del Cнrculo de lecturas shakespearianas, dividido acerca de la cuestiуn de saber si habнa que alternar la lectura de las obras del gran trбgico con la de las obras de Dickens y de Bulwer-Lytton, o la de los poemas de Lord Byron, como lo habнa sugerido un joven de quien Melanie sospechaba en secreto que era un soltero juerguista.

En las noches de aquel fin de verano, su casita mal iluminada estaba siempre llena de invitados. Nunca habнa bastantes sillas y las seсoras se sentaban frecuentemente en la tenaza, mientras los hombres se instalaban en la balaustrada, sobre cajones o sobre el cйsped. A veces, cuando Scarlett veнa a alguien disponiйndose. a tomar el tй sobre la hierba, el ъnico convite que los Wilkes hacнan, se preguntaba cуmo Melanie podнa resolverse a mostrar tan descaradamente su indigencia. Hasta que hubiese logrado amueblar de nuevo la casa de la tнa Pitty como antes de la guerra y pudiera permitirse el lujo de ofrecer a sus invitados copas de buen vino, refrescos, lonjas de jamуn o fiambres selectos, Scarlett no sentнa el menor deseo de recibir en casa a nadie y menos a gente distinguida como era la que frecuentaba Melanie.

El general John B. Gordon, el gran hйroe de Georgia, iba con frecuencia con su familia a casa de su cuсada. El padre Ryan, el sacerdote poeta de la Confederaciуn, no dejaba nunca de visitarla cuando estaba de paso en Atlanta. Solнa encantar a la asistencia con su ingenio y no habнa que insistir demasiado para hacerle recitar su «Espada de Lee» o su inmortal «Bandera vencida», que las seсoras escuchaban siempre llorando. Alex Stephens, el ex vicepresidente de la Confederaciуn, solнa visitar al matrimonio cada vez que se encontraba en Atlanta, y cuando se sabнa que iba a ir a casa de Melanie la casa rebosaba de gente que permanecнa en ella durante horas absorta ante el encanto del dйbil invбlido de voz vibrante. De ordinario, diez o doce niсos asistнan a estas reuniones cabeceando en los brazos de sus padres. Deberнan haber estado acostados hacнa largo rato, pero su padre o su madre deseaban a toda costa poder decir mбs tarde que el gran vicepresidente los habнa abrazado o que habнan estrechado la mano del que habнa hecho tanto en defensa de la Causa. Todas las personas distinguidas que pasaban una temporada en Atlanta conocнan el camino de la casa de los Wilkes y, frecuentemente, habнa quienes pasaban la noche en ella. En tales ocasiones, la casa se llenaba pronto. India se acostaba en un jergуn en el cuartito en que Solнa jugar Beau, y Dilcey corrнa a pedir prestados unos huevos a la cocinera de tнa Pitty. Todo lo cual no impedнa a Melanie recibir a Sus huйspedes con la misma distinciуn que si hubiera poseнdo un palacio.

Melanie no sospechaba en lo mбs mнnimo que la gente se agrupaba en torno suyo como en torno a una bandera. Asн que quedу estupefacta y molesta al mismo tiempo cuando el doctor Meade, al fanal de una agradable velada en su casa, en la que йl habнa representado con todo decoro el papel de Macbeth, le besу la mano y le dirigiу un breve discurso, en el tono en que solнa expresarse en otro tiempo para hablar de la gloriosa Causa.

—Mi querida seсora Wilkes: es siempre un privilegio y un placer encontrarse bajo su techo, pues usted y las seсoras como usted son nuestra fuerza comъn, todo lo que de nosotros queda. Nuestra juventud ha sido segada en flor y nuestras muchachas han perdido la risa. Han arruinado nuestra salud. Hemos sido desarraigados, nuestras costumbres han sido trastornadas. Han arruinado nuestra prosperidad, se nos ha hecho retroceder cincuenta aсos y se ha colocado una carga demasiado pesada sobre los hombros de nuestros muchachos, que deberнan estar en la escuela, y de nuestros ancianos, que deberнan calentarse al sol. Pero reconstruiremos el edificio, porque aъn nos quedan corazones como el suyo sobre los que apoyar nuestros cimientos. Y mientras los tengamos, que los yanquis tengan todo lo demбs.

Hasta que el embarazo de Scarlett estuvo tan avanzado que ya no podнa disimular su estado bajo el gran chal negro de tнa Pitty, ella y Frank solнan pasearse por el seto del jardнn y unirse a los invitados de Melanie en la terraza. Scarlett se preocupaba siempre de sentarse a la sombra, donde no solamente permanecнa menos expuesta a las miradas, sino que podнa observar a su gusto a Ashley.

Solamente Ashley la atraнa, pues las conversaciones la aburrнan y la disgustaban. Siempre eran las mismas: primero, la dureza de los tiempos; luego, la situaciуn polнtica y, en fin, la guerra. Las seсoras se lamentaban muy alto de lo cara que estaba la vida y preguntaban a los caballeros si les parecнa que volverнan los buenos tiempos. Йstos, que lo sabнan todo, respondнan que sн, que era una simple cuestiуn de paciencia. Las seсoras sabнan muy bien que ellos les mentнan y йstos no ignoraban que ellas no se dejaban engaсar. Pero no por ello dejaban de mentir de buena fe los unos, ni las otras de fingir que lo creнan. Todo el mundo sabнa que los malos tiempos no habнan terminado.

Una vez agotado este tema de conversaciуn, las seсoras hablaban de la creciente arrogancia de los negros, de los crнmenes de los carpetbaggers y de la humillaciуn que les causaba la vista de un uniforme azul en cada esquina. їPensaban los seсores que los yanquis acabarнan algъn dнa con la reconstrucciуn de Georgia? Y ellos afirmaban en tono tranquilo que esto no durarнa ya mucho. Es decir, que llegarнa el dнa en que los demуcratas pudieran votar de nuevo. Las seсoras eran bastante prudentes para no preguntar cuбndo se producirнa ese feliz acontecimiento. Y, agotado el tema, se iniciaba el de la guerra.

Cada vez que dos ex confederados se encontraban, no habнa otro tema de conversaciуn; pero, cuando se hallaban reunidos diez o mбs, el resultado podнa predecirse a ciencia cierta: las hostilidades comenzaban de nuevo con mayor energнa que nunca y la palabra «si» jugaba el primer papel en la discusiуn.

—Si Inglaterra nos hubiera reconocido...

—Si Jeff Davis hubiera requisado todo el algodуn y lo hubiera trasladado a Inglaterra antes de empezar el bloqueo...

—Si Longstreet hubiera ejecutado las уrdenes que le habнan dado en Gettysburg...

—Si Jeb Stuart no hubiera estado en aquella incursiуn, cuando Marse Bob tenнa necesidad de йl...

—Si hubiйramos podido resistir solamente un aсo mбs...

—Si no hubiera caнdo Vicksburg...

Y siempre: Si no hubieran sustituido a Johnston por Hood..., o: Si hubieran dado a Hood el mando de las tropas en Dalton, en lugar de dбrselo a Johnston...

ЎSi, si...! Las voces, suaves y gangosas, se encendнan. Los de infanterнa, los de caballerнa y los de artillerнa evocaban sus recuerdos de la йpoca en que sus vidas se hallaban en pleamar, rememorando aquellos cбlidos mediodнas de sus vidas ahora que se iniciaba el crepъsculo de sus inviernos.

«No se les ocurre nada mбs. Siempre la guerra, no hacen otra cosa que hablar de guerra. Y seguirбn asн hasta que se mueran», pensaba Scarlett.

Paseaba la mirada a su alrededor y veнa a los niсos acurrucados en los brazos de sus padres. Su pecho нatнa mбs de prisa, sus ojos brillaban. Ponнan toda su atenciуn en esos relatos de salidas en plena noche, de cargas de caballerнa y de banderas plantadas en los bastiones del enemigo. Escuchaban redoblar los tambores, sonar las trompetas y gritar a los rebeldes. Veнan marchar a los hombres con los pies deshechos, bajo la lluvia y las banderas enarboladas.

«Y esos niсos no oirбn hablar de otra cosa. Se imaginarбn que era magnнfico y glorioso batirse con los yanquis y volver a casa ciego o lisiado... o no volver siquiera. A todos les gusta evocar la guerra y hablar de ella. Pero no a mн. Me da horror sуlo recordarla. ЎDe quй buena gana me olvidarнa de ella, si pudiera! Ў Ah, si pudiera! »

La carne se le ponнa de gallina oyendo contar a Melanie las historias de Tara. Su cuсada la pintaba bajo los rasgos de una heroнna, explicaba cуmo ella habнa resistido a los invasores, salvado el sable de Charles y apagado el incendio. Pero a Scarlett no le proporcionaba ninguna satisfacciуn, ningъn orgullo todo esto. No querнa ni pensar en ello.

«їPor quй no querrбn olvidar? їPor quй no se dedican a mirar hacia delante en vez de hacerlo hacia atrбs? Hemos sido unos locos haciendo esa guerra. Y cuanto antes nos olvidemos de ella, mejor. »

Sin embargo, nadie querнa olvidar, nadie, salvo ella. Asн es que Scarlett fue feliz pudiendo decir de buena fe a Melanie que se sentнa molesta presentбndose en pъblico, ni siquiera en la oscuridad. Melanie comprendiу que era una cosa muy natural. A ella, todo lo que se referнa al nacimiento la emocionaba profundamente. Sentнa los mayores deseos de tener un segundo hijo, pero el doctor Meade y el doctor Fontaine le habнan prevenido que un segundo parto la matarнa. Medio resignada con su suerte, pasaba la mayor parte del dнa con Scarlett y experimentaba placer siguiendo la evoluciуn de un embarazo que no era el suyo. A los ojos de Scarlett, que no habнa querido este hijo y que se irritaba sуlo de pensar que se encontraba encinta en momento tan poco oportuno, tal actitud le parecнa el colmo de la sensiblerнa mentecata. Sin embargo, experimentaba una malsana alegrнa, diciйndose que el veredicto de los doctores hacнa imposible toda intimidad verdadera entre Ashley y su mujer.



  

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