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CUARTA PARTE 14 страницаConsiderando que, despuйs de la Biblia, el ъnico libro digno de crйdito era «La cabana del tнo Tom», las mujeres yanquis querнan saber todos los detalles sobre los podencos que los sudistas tenнan en sus perreras para perseguir a los esclavos fugitivos. Nunca creнan a Scarlett cuando les decнa que, acerca de podencos, nunca recordaba haber visto a su alrededor mбs que unos perritos mansos como corderos. Deseaban saber tambiйn cуmo se las componнan los colonos para marcar con un hierro candente el rostro de sus esclavos, cуmo les infligнan el castigo del gato de nueve colas, que tantas veces les ocasionaba la muerte. En fin, sentнan malsana curiosidad por enterarse del concubinato de los esclavos. Desde luego, el nъmero de niсos mulatos habнa aumentado desde que habнa en Atlanta soldados yanquis. Cualquier otra mujer de Atlanta se hubiera ahogado de rabia ante tal muestra de ignorancia; pero Scarlett lograba dominarse, encontrando que, por otra parte, tales ideas merecнan mбs el desprecio que el odio. Despuйs de todo, estas mujeres eran yanquis, y ya se sabнa lo que habнa que esperar de esa gente. Los insultos a su patria resbalaban, pues, sobre Scarlett y no le despertaban mбs que un desdйn cuidadosamente disimulado. Esto durу hasta el dнa en que un incidente vino a reavivar los rencores de la joven, permitiйndole medir la anchura del abismo que separaba al Norte del Sur y la imposibilidad de tender un puente sobre йl. Una tarde que regresaba a casa en su coche con tнo Peter, pasу ante una casa donde vivнan hacinadas las familias de tres oficiales, en espera de que se acabaran de construir sus casas particulares con madera de Scarlett. Las tres esposas estaban precisamente en medio de la calzada. Al divisar a Scarlett le hicieron seсas de que parara y se proximaron al coche, acogiйndola con aquellas voces suyas que siempre hacнan pensar a Scarlett que a los yanquis podнa perdonбrseles casi todo menos el acento. —Precisamente querнa verla, seсora Kennedy —declarу una de las seсoras, una mujer delgada y alta que venнa del Maine—. Querнa informarme sobre esta atrasada ciudad. Scarlett devorу esta injuria inferida a Atlanta con el desprecio que convenнa, y se esforzу en sonreнr: —їEn quй puedo servirla? —Brнgida, mi niсera, se ha marchado a vivir de nuevo al Norte. Me ha dicho que no querнa seguir un dнa mбs en medio de estos negros. ЎY los niсos van a volverme loca! Dнgame, por favor, їcуmo podrнa encontrar otra niсera? No sй adonde dirigirme. —No es muy difнcil —contestу Scarlett sonriendo—. Si encuentra usted alguna negra del campo que aъn no haya sido echada a perder por la Oficina de Liberados, tendrб usted en ella una niсera ideal. Sуlo tiene que permanecer ante la verja de su jardнn y dirigirse a todas las negras que pasen. Estoy segura de que... lo conseguirб. Las tres mujeres comenzaron a protestar, indignadas. —їCree usted que voy a confiar mis hijos a una negra? —exclamу la mujer del Maine—. Lo que yo quiero es una buena moza irlandesa. —Temo que no encuentre usted niсeras irlandesas en Atlanta —respondiу Scarlett con cierto desparpajo—. Yo no he visto nunca criados blancos y no los querrнa en mi casa. En todo caso —aсadiу con un ribete de ironнa— le aseguro que los negros no son canнbales y que se puede depositar en ellos toda la confianza. —ЎSanto Dios! ЎNo querrнa ver a ninguno bajo mi techo! ЎVaya una idea! ЎDejar que una negra pusiera su mano sobre mis niсos! ЎAh, no!... Scarlett pensу en las bondadosas manos gordezuelas y nudosas de Mamita, que tanto habнa penado por Ellen, por ella y por Wade. їCon quй derecho hablaban asн estas extranjeras? No sabнan cuбnto podнa amar uno esas manos negras, hechas para calmar, para consolar, para acariciar. —Es extraсo oнrles eso —dijo Scarlett, con una rбpida sonrisa—. Parecen olvidar que son ustedes los que han libertado a los negros. —Yo no, querida —repuso la del Maine—. Nunca habнa visto un negro antes de venir aquн hace un mes y me hubiera pasado muy bien sin haberlos visto nunca. Me ponen la carne de gallina. No me inspiran la menor confianza. Desde hacнa un rato, Scarlett se daba cuenta de que tнo Peter estaba por momentos mбs a disgusto y no hacнa mбs que fijar la mirada en las orejas del caballo. Su atenciуn se fijу mбs en йl cuando la del Maine, con una carcajada, le seсalу a sus compaсeras. —ЎMiren ustedes el viejo negro! Se hincha como un sapo. Apuesto a que es un niсo mimado. Ustedes, los sudistas, no saben tratar a los negros. Muchas veces los miman demasiado. Peter tragу saliva y frunciу el ceсo, pero permaneciу impasible. ЎVerse tratado de «negro» por un blanco! ЎLo que no le habнa pasado nunca! ЎVerse tratado de niсo mimado йl, que tanto se preocupaba de su dignidad, que estaba tan orgulloso de ser, desde hacнa aсos, el mejor sostйn de la familia Hamilton! Scarlett no se atreviу a mirar a tнo Peter cara a cara, pero adivinу que su barbilla temblaba bajo el insulto asestado a su amor propio. Se sintiу invadida por una ira mortal. Habнa escuchado con calma a la mujeres burlarse del Ejйrcito confederado, manchar la reputaciуn de Jeff Davis, acusar a los sudistas de asesinar y de torturar a sus esclavos; hasta habrнa tolerado que se pusiera en duda su virtud y su honradez, si hubiera sacado provecho con esto; pero, sуlo de pensar que estas mujeres acababan de herir al viejo y fiel servidor con sus estъpidas observaciones, se incendiу como un tonel de pуlvora en el que hubieran arrojado un fуsforo. Sus ojos se detuvieron en el pistolуn que Peter llevaba a la cintura y adelantу la mano. Sн, esta gentuza inculta e insolente merecнa de sobra que se los matara como a un perro. Pero se contuvo, apretу los dientes, hasta destacar los mъsculos del rostro, y recordу a tiempo que aъn no era el momento de decir a los yanquis todo lo que pensaba de ellos. Tal vez un dнa les lanzara en pleno rostro la verdad, pero no ahora... —Tнo Peter es de la familia —dijo con voz temblorosa—. Adiуs. Vamos, Peter. Peter azotу tan bruscamente al caballo que el animal, sorprendido, se encabritу y el carruaje dio un brinco. Scarlett tuvo sin embargo tiempo de oнr a la del Maine preguntar a sus amigas, con perplejidad: —їEs de su familia? їCreen ustedes que es posible? ЎEs tan negro! ЎQue el diablo los lleve a todos! Merecerнan que se los echara a correazos de la superficie del globo. їCuбndo podrй escupirles a la cara? De buena gana... Scarlett mirу a Peter y vio que una lбgrima le corrнa por la nariz. En seguida sus ojos se nublaron. Sintiу una inmensa ternura por el pobre negro, una pena inmensa por su humillaciуn. Esas mujeres habнan herido a tнo Peter... Peter, que habнa hecho la campaсa de Mйjico con el viejo coronel Hamilton y habнa tenido a su amo en sus brazos, cuando habнa muerto. Peter, que habнa visto crecer a Melanie y a Oнrlos y habнa velado por la inocente Pittypat, que la habнa protegido durante el destierro, que le habнa «encontrado» un caballo para traerla a Macуn a travйs de un paнs desolado por la guerra. ЎY esas mujeres pretendнan que no podнan fiarse de un negro! —Peter —dijo Scarlett, con voz condolida, poniendo su mano en el brazo del anciano cochero—. Me da vergьenza verte llorar. No hay que hacer caso de lo que dicen. ЎSon unas malditas yanquis! —Han hablado ante mн como si fuera una bestia que no pudiera entenderlas, como si fuera un africano y no pudiera saber lo que decнan —respondiу tнo Peter, sorbiendo sus lбgrimas—. Y me han llamado negro, y yo nunca he sido llamado negro por un blanco, y me han llamado tambiйn niсo mimado y han dicho que no podнa tenerse confianza en un negro. Que no podнa confiarse en mн. Cuando el viejo coronel iba a morir me dijo: «Peter, ocъpate de mis hijos. Veнa por la pobre Pittypat —me dijo—, porque no tiene mбs seso que un mosquito». Y desde entonces he velado siempre por ella. —Sуlo un santo podrнa haber hecho lo que tъ has hecho —le dijo Scarlett para calmarle—. No sй quй hubiera sido de nosotros sin ti. —Sн, amita, gracias. Usted es muy buena, amita. Ya lo sй; y usted, usted lo sabe tambiйn. Pero los yanquis no lo saben y no quieren saberlo. їPor quй se meten en sus cosas, amita? ЎNo nos comprenden a los confederados! Scarlett no contestу, porque seguнa presa de la ira que no habнa podido dejar estallar en presencia de las seсoras yanquis. El viejo cochero y ella siguieron su camino en silencio. Peter habнa cesado de llorar, pero su labio inferior avanzaba de un modo cada vez mбs inquietante. Crecнa su indignaciуn a medida que se atenuaban los efectos del golpe recibido. «ЎQuй absurdos son esos malditos yanquis! —pensу Scarlett—. Esas mujeres parecнan figurarse que Peter no tenнa orejas para oнrlas, porque es negro. Sн, los yanquis ignoran que los negros son como niсos, que hay que tratarlos con dulzura, dirigirlos, ser amables con ellos, mimarlos, reсirlos cariсosamente. Tampoco comprenden la naturaleza de las relaciones entre los negros y sus dueсos. Y, sin embargo, ello no les impidiу batirse para libertarlos. Y ahora que lo han logrado no quieren hablar de ellos mбs que para aterrorizar a los sudistas. No los quieren, no tienen confianza en ellos, no los comprenden y, sin embargo, no dejan de gritar a todos los vientos que los sudistas no saben tratarlos. » ЎNo tener confianza en un negro! Pues Scarlett tenнa mбs confianza en los negros que en la mayor parte de los blancos, y desde luego mucho mбs que en cualquier yanqui. Habнa en ellos una lealtad, un apego sin lнmites, un amor que nada podнa alterar, que ninguna suma de dinero podнa comprar. Scarlett pensу en los que se habнan quedado en Tara en el momento de la invasiуn, cuando podнan haber huido tan fбcilmente e ir a darse buena vida bajo la protecciуn de los yanquis. Pensу en Dilcey ayudбndole a recoger el algodуn, en Pork desvalijando los corrales para que su familia no muriera de hambre, en Mamita acompaсбndola a Atlanta para protegerla. Pensу en los servidores de sus vecinos que habнan permanecido fieles, auxiliando a sus amas mientras los hombres estaban en guerra, ayudбndoles a refugiarse en medio de los peligros, cuidando a los heridos, enterrando a los muertos, reconfortando a los afligidos, sufriendo, mendigando o robando para alimentar a familias enteras. E incluso ahora, mientras la Oficina de Liberados les ofrecнa el oro y el moro, seguнan junto a los blancos y trabajaban mбs duramente que en tiempos de la esclavitud. Pero los yanquis no entendнan esto ni lo entenderнan jamбs. —Pues mira, son ellos los que te han dado la libertad —dijo Scarlett muy alto. —No, amita; no me han dado la libertad. Yo no querнa que esos canallas me dieran la libertad —declarу Peter con indignaciуn—. Yo pertenezco siempre a la seсorita Pitty y cuando me muera me enterrarбn en el cementerio de los Hamilton, donde tengo mi sitio. La seсorita se va a poner, cuando le diga que usted ha dejado que me insulten unas mujeres yanquis... —Eso no es verdad —replicу Scarlett, estupefacta. —Sн, es verdad, seсorita Scarlett —dijo Peter con el labio mбs amenazador que nunca—. Comprйndalo: si usted y yo no nos hubiйramos ocupado de los yanquis, no hubieran podido insultarme. Si usted no les hubiera hablado, no habrнa habido peligro de que me trataran como una bestia o un africano. ЎY, ademбs, usted no me ha defendido! —їCуmo que no? —protestу Scarlett, picada—. їNo les he dicho que eras de la familia? —Eso no es defenderme; es decir la verdad. Seсorita Scarlett, usted no tiene necesidad de tratar con los yanquis. Las demбs seсoras no lo hacen. La seсorita Pitty no querrнa ni rozar con ellos un hilo de ropa. Y no estarб contenta cuando sepa lo que me han dicho. Los reproches de Peter eran mucho mбs mortificantes que todo lo que Frank, Pittypat o los vecinos podrнan decirle, y Scarlett, vejada, se contuvo para no sacudir al viejo cochero como a un бrbol. Peter tenнa razуn, pero le era insoportable oнr tales reproches a un negro y sobre todo a un negro que era su servidor. No habнa nada mбs humillante para un sudista que no poder gozar del aprecio de sus criados. —ЎUn niсo mimado! —gruсу Peter—. Despuйs de esto estoy seguro de que la seсorita Pittypat no querrб que guнe mбs. No, amita, no querrб. —Eso ya lo veremos. Ahora, cбllate. —Me va a doler la espalda —anunciу Peter en tono lъgubre—. Ya me hace sufrir ahora; casi no puedo estar sentado. Si me encuentro mal, la seсorita no querrб que la lleve a usted, seсorita. De nada le valdrб estar en buenas relaciones con los yanquis y no estarlo con la familia. Era imposible resumir la situaciуn en tйrminos mбs precisos, y Scarlett se mordiу los labios presa de rabia. Sн, habнa obtenido la aprobaciуn de los vencedores, pero sus parientes y amigos la criticaban. Sabнa todo lo que se decнa de ella, y de ahн que hasta Peter la censuraba ya, hasta el extremo de no querer mбs mostrarse en pъblico a su lado. Era la gota de agua que hacнa desbordar el vaso. Hasta entonces se habнa burlado de la opiniуn de la gente, pero las palabras de Peter acababan de encender en ella un feroz rencor contra sus allegados, un odio tan fuerte como el que guardaba a los mismos yanquis. «їPor quй se meten en lo que hago? їQuй tienen que decir? —pensу—. їAcaso imaginan que me entretiene visitar a los yanquis y trabajar sin respiro? Lo ъnico que consiguen es hacer mбs ingrata mi tarea. Pero que piensen lo que quieran; me da igual. No tengo tiempo de pararme a pensar en tonterнas. Ahora que, luego, luego... » ЎLuego! Cuando el mundo hubiera vuelto a la calma, podrнa cruzarse de brazos y convertirse en una gran seсora, como lo habнa sido Ellen. Entonces, depondrнa las armas, llevarнa una vida tranquila y todo el mundo la tendrнa en estima. ЎQuй no harнa ella cuando fuese rica! Podrнa permitirse ser tan buena y tan amable como su madre, pensarнa en los demбs y respetarнa las costumbres. Ya no pasarнa el dнa temblando de miedo. La vida le sonreirнa. Tendrнa tiempo de jugar con sus niсos, de enseсarles la lecciуn. Se reunirнa por las tardes, en casa, con sus amigas. Entre el frufrъ de sus faldas de gasa, y al ritmo de los abanicos de hoja de palma, servirнa el tй, unos bocadillos y unos pasteles exquisitos. Se pasarнa horas enteras charlando. Y luego serнa caritativa con los desdichados. Llevarнa regalos a los pobres, caldos y compotas a los enfermos. Pasearнa con ella en su coche a los que hubieran tenido menos suerte, como hacнa su madre. Serнa una verdadera mujer de mundo, en el sentido sudista del tйrmino... Entonces todos la querrнan, como habнan querido a Ellen, todos alabarнan su buen corazуn y la llamarнan «la caritativa seсora». El placer que le causaban estas visiones del porvenir no quedaba alterado por nada. Ella no sospechaba que, en el fondo, no tenнa el menor deseo de convertirse en una persona buena o caritativa. Deseaba tan sуlo que le atribuyeran estas cualidades. Pero las mallas de su espнritu estaban demasido flojas para darse cuenta de tan pequeсa diferencia. Le bastaba pensar que algъn dнa, cuando fuera rica, todo el mundo sentirнa estimaciуn por ella. ЎAlgъn dнa! Algъn dнa, sн, pero no ahora. En este momento no tenнa tiempo para ser una gran dama. Peter habнa juzgado bien. Tнa Pittypat se enojу muchнsimo y los dolores del negro tomaron tales proporciones en una sola noche, que ya no volviу a conducir nunca el carruaje. Scarlett se vio obligada a conducirlo ella misma y vio llenarse de callos sus manos. Asн pasу la primavera. En mayo, mes de hojas verdes y de perfumes, el buen tiempo sucediу a las frнas lluvias de abril. Cada semana traнa a Scarlett, mбs molesta dнa tras dнa por su embarazo, un nuevo tributo de inquietudes y trabajo. Sus amigos la trataban con frialdad. Por el contrario, en su familia tenнan cada vez mбs atenciones y miramientos hacia la joven, comprendнan cada vez menos lo que la hacнa obrar de esa manera. En el curso de estas jornadas de angustias y luchas, sуlo habнa una persona que la comprendiera y con la que pudiera contar: Rhett Butler. Scarlett estaba sorprendida de ello, conociendo a Rhett y su genio, inestable y perverso como el de un diablo reciйn salido del infierno. Йl solнa ir con frecuencia a Nueva Orleбns, sin explicar nunca las razones de sus misteriosos viajes; pero Scarlett estaba persuadida, no sin experimentar ciertos celos, de que iba a ver a una mujer o tal vez a varias. Sin embargo, desde que tнo Peter se negу a conducir, Rhett pasaba cada vez mбs tiempo en Atlanta. Cuando estaba en la ciudad, pasaba la mayor parte del tiempo, o en un garito situado encima del cafй «La Hermosa de Hoy», o en el bar de Bella Watling, bebiendo con los yanquis y los carpetbaggers mбs ricos y haciendo negocios redondos, lo que le hacнa mбs antipбtico a los de la ciudad que sus mismos compaсeros de mesa. Ya no iba poT casa de tнa Pittypat, sin duda por consideraciуn hacia los sentimientos de Frank y de la solterona, que se hubieran ofendido recibiendo la visita de un hombre estando Scarlett (tan adelantada ya) en estado interesante. Pero apenas pasaba dнa sin que se encontrara casualmente con Scarlett. Cuando ella lo veнa aproximarse a caballo a su coche, mientras seguнa las carreteras desiertas que la conducнan a una u otra de las serrerнas, Rhett se paraba siempre para hablarle y a veces ataba su caballo al coche y cogнa las riendas del mismo. En aquella йpoca, Scarlett se fatigaba mбs de lo que querнa admitir y siempre agradecнa a Rhett que guiara en vez de ella. Tenнa mucho cuidado de despedirse antes de entrar en la ciudad, pero Atlanta entera estaba al corriente de esos encuentros y las malas lenguas se daban el gusto de seсalar este nuevo ultraje de Scarlett a las conveniencias. Scarlett se preguntaba de vez en cuando si tales encuentros se debнan solamente al azar. Cada vez eran mбs frecuentes, a medida que las semanas pasaban y que se multiplicaban los atentados cometidos por los negros. Pero їpor quй elegнa precisamente el momento que menos le favorecнa para buscar su compaснa? їQuй se proponнa? їUna aventura? No era posible; їle habrнa pasado siquiera por la cabeza? Scarlett comenzу a dudar. Hacнa meses que no le habнa gastado la menor broma sobre la lamentable escena que habнa tenido lugar entre los dos en la prisiуn yanqui. Nunca hablaba de Ashley ni del amor que le tenнa; ya no hacнa observaciones groseras sobre «el deseo que le inspiraba». Pensando que valнa mбs no buscar tres pies al gato, no tardу en aclarar la razуn de sus frecuentes encuentros. Por otra parte, habнa llegado a la conclusiуn de que Rhett, no teniendo gran cosa que hacer, fuera del juego, y no conociendo a demasiadas personas interesantes en Atlanta, buscaba ъnicamente su compaснa para charlar con una persona simpбtica. Aparte de los motivos que pudiera haber, Scarlett estaba encantada de verlo tan frecuentemente. Йl la oнa quejarse de un cliente que no le pagaba o de uno bueno que habнa perdido, de las estafas del seсor Johnson o de la incompetencia de Hugh. La felicitaba por sus mйritos, mientras Frank se contentaba con una sonrisa indulgente y Pittypat exclama: «ЎDios mнo! », con aire desesperado. Aunque йl se excusaba diciendo que no le habнa rendido ningъn buen servicio, estaba persuadida de que muchas veces le hacнa realizar buenas operaciones, ya que conocнa нntimamente a todos los yanquis y carpetbaggers adinerados. Sabнa a quй atenerse y no se confiaba;, pero cada vez que le veнa surgir de un camino arbolado montado en un gran caballo negro, se ponнa de buen humor. Cuando, tras coger las riendas del coche, le soltaba alguna impertinencia, se sentнa rejuvenecida y, a pesar de sus preocupaciones y de su abultada figura, tenнa la impresiуn de ser otra vez una mujer seductora. Le decнa casi todo lo que le venнa a la imaginaciуn, sin cuidarse de disimular su verdadera opiniуn, y no evitaba nunca hablar de cualquier tema, como hacнa con Frank o hasta con Ashley. ЎClaro que en sus conversaciones con Ashley habнa tantas cosas que el honor impedнa revelar! Era agradable tener un amigo como Rhett, ahora que йl habнa decidido, por lo que fuera, entenderse tan bien con ella. Sн, era muy agradable, muy tranquilizador. ЎTenнa ya tan pocos amigos! —Rhett —le preguntу con vehemencia, poco tiempo despuйs del ultimбtum de tнo Peter—, їpor quй esta gente de la ciudad me trata mal y habla tanto de mн? Entre los carpetbaggers y yo, no tienen otro tema de conversaciуn. Nada malo he hecho, y... —Si no lo ha hecho usted es porque no se le ha presentado ocasiуn. Se deben dar cuenta de eso, y... —їQuiere usted hablar en serio? ЎMe da una rabia todo esto! Sуlo he querido ganar algъn dinero, y... —Sн, usted ha buscado sencillamente no obrar como las demбs seсoras, Ўy a fe mнa que lo ha logrado! Ya le he dicho que la sociedad no quiere que nadie se destaque. Es el ъnico pecado que no perdona. ЎDesdichado del que es diferente de los demбs! Y, ademбs, Scarlett, el simple hecho de que su serrerнa le vaya bien es una injuria para todo hombre que ve sus negocios de capa caнda. Recuerde usted que una mujer bien educada debe estarse en su casita sin saber lo que ocurre por ese mundo brutal de los hombres de negocios. —Pero, si me hubiera quedado en casa, hace mucho tiempo que tal vez no tendrнa casa. —A pesar de todo, Scarlett, deberнa usted haberse quedado en casa, dejбndose morir de hambre elegantemente y con orgullo. —ЎA otro perro con ese hueso! Mire usted, por ejemplo, a la seсora Merriwether: vende pasteles a los yanquis, lo que aъn es peor que dirigir una serrerнa. La seсora Elsing hace trabajos de costura y tiene gente en pensiуn. Fanny pinta unas cosas horrorosas en porcelana, que a nadie le gustan, pero que todos compran para ayudarla, y... —No, no es lo mismo, amiga mнa. Todas esas seсoras no ganan dinero y, por consiguiente, сo hieren el orgullo sudista de los hombres de su alrededor. Йstos pueden decir siempre: «ЎPobrecillas, cуmo se afanan! Mбs vale dejarlas que crean que sirven para algo». Ademбs, esas seсoras que dice usted no se alegran en modo alguno de tener que trabajar. Ya tienen buen cuidado en hacer saber que sуlo trabajan en espera del dнa que venga a descargarlas de un peso que no estб hecho para sus frбgiles hombros. Por eso se apiadan todos de su suerte. Y a usted, al contrarнo, se le ve que estб encantada con el trabajo y no parece hallarse muy dispuesta a dejar que un hombre la sustituya. їCуmo quiere usted que le tengan lбstima? Atlanta no la perdonarб jamбs. ЎEs tan agradable apiadarse de la gente! —Ya veo que no puede usted decir nada en serio. —їNo ha oнdo usted nunca ese refrбn oriental: «Los perros ladran, pero la caravana sigue su camino»? Deje que ladren, Scarlett. Temo que nadie pueda detener su caravana. —Pero їpor quй me reprochan que gane algъn dinero? —No puede usted tenerlo todo. Siga usted ganando dinero igual que un hombre y encontrando rostros frнos por donde vaya, o bien conviйrtase en una mujer pobre y encantadora y tendrб un montуn de amigos. Me parece que usted ya ha elegido. —No quiero ser pobre —se apresurу a declarar Scarlett—. Pero... he escogido bien, їno es verdad? —Sн, el dinero es para usted lo primero. —Exacto, me importa mбs que cualquier otra cosa. —En estas condiciones, no se ha engaсado usted. Ahora que su elecciуn comporta una sanciуn, como la mayorнa de las cosas que a usted le gustan: la soledad. Scarlett callу un instante para reflexionar. Tenнa razуn Rhett: se encontraba un poco sola, le faltaba una compaснa femenina. Durante la guerra solнa desahogarse con Ellen, en los momentos de mal humor. Despuйs de morir Ellen, tuvo a Melanie, aunque ella y Melanie no tuvieran otra cosa en comъn que la dura labor de Tara. Pero, ahora, no tenнa a nadie, pues tнa Pittypat no servнa para nada mбs que para comadrear. —Me parece —empezу Scarlett con voz vacilante— que siempre me ha faltado una compaснa femenina. No hay nada como mis ocupaciones para atraerme la antipatнa de las mujeres de Atlanta. Nunca me han querido. Fuera de mi madre, ninguna mujer me ha tenido verdadero afecto. Ni mis hermanas siquiera. No sй de quй dependerб, pero incluso antes de la guerra, incluso antes de casarme con Charles, las mujeres no encontraban bien nada de lo que yo hacнa Yo... —Se olvida usted de la seсora Wilkes —la interrumpiу Rhett, con la mirada chismeante de malicia—. Siempre la ha defendido ante todos y contra todo y seguirб haciйndolo, a menos que no cometa usted un crimen. , «Ha llegado a aprobar uno que he cometido», se dijo Scarlett interiormente. —ЎBah! ЎMelanie! —aсadiу en voz alta, con una risa de desprecio—. No me hace mucho honor que haya sido la ъnica en encontrar bien lo que hacнa. ЎNo tiene mбs seso que un chorlito! No sabe lo que es sentido comъn... Cesу de hablar de pronto, turbada. —Si supiera lo que es sentido comъn, no encontrarнa tan bien muchas cosas —terminу Rhett—. Usted sabe mбs que yo en este capнtulo. —ЎOh! ЎMalditos sean usted y sus groserнas! —Esa injustificada salida no vale la pena de tomarla en cuenta. Continuemos. Mйtase esto en la sesera. Si continъa siendo diferente a las otras, se la arrinconarб no sуlo por las personas de su edad, sino por la generaciуn de sus padres y lo mismo por la de sus hijos. Nunca la entenderбn y les chocarб todo lo que haga. Y sin embargo sus abuelos hubieran estado sin duda orgullosos de usted y habrнan dicho: «ЎNo puede negar la sangre! ». En cuanto a sus nietos, suspirarбn de envidia y dirбn: «ЎHa debido ser cosa seria la abuela! », y, naturalmente, querrбn imitarla. Scarlett se echу a reнr de buena gana. —ЎQuй cosas tiene usted siempre! Mire, mi abuela Robillard... Cuando me portaba mal, mamб me lo decнa y me metнa miedo... Iba mбs tiesa que un palo y le aseguro que no gastaba bromas. Y, ya ve usted, se casу tres veces y un montуn de hombres se batieron por ella. Se ponнa colorete, llevaba unos vestidos hasta allб de escotados y debajo de ellos no se ponнa... no se ponнa gran cosa, vaya... —ЎY a usted se le caнa la baba de admiraciуn y no pensaba mбsque en imitarla!... Pues yo, por parte de los Butler, he tenido un i abuelo que era pirata. —їY que hacнa sufrir a la gente el martirio de la tabla? —No se pararнa en barras, sin duda, cuando era un medio de arramblar con dinero. En todo caso, debiу ganar suficiente, ya que dejу una bonita fortuna a mi padre. En la familia siempre hemos tenido mucho cuidado en llamarle «el navegante». Lo mataron en el curso de una riсa, en una taberna, bastante antes de que yo naciera. No tengo para quй decirle que su muerte fue un gran alivio para sus hijos, pues el caballero andaba casi siempre borracho y cuando le daba por hablar se ponнa a evocar recuerdos que ponнan a sus oyentes los cabellos de punta. ЎAh, pero yo le he admirado mucho y he puesto bastante mбs empeсo en imitarle que en imitar a mi padre! Mi padre, ya comprenderб usted, es una persona encantadora, lleno de principios religiosos y de principios simplemente... Ya me entiende usted. Estoy convencido, Scarlett, de que sus hijos no aprobarбn su conducta, del mismo modo que la seсora Merriwether, la seсora Elsing y sus retoсos. Sus hijos serбn probablemente unos seres dulces y tranquilos, como lo son en general los de los que tienen un carбcter de temple. Y lo peor que puede pasarles es que usted, igual que las demбs madres, quiera a toda costa evitarles las pruebas que ha pasado usted. No les harб provecho. Las pruebas, la adversidad, forman a la gente o la destrozan. Asн que tendrб que esperar a contar con la aprobaciуn de sus nietos. —No sй a quiйn se parecerбn nuestros nietos. —їQuй ha querido decir usted con eso de «nuestros nietos»? їQue usted y yo tendremos nietos comunes? ЎVaya, seсora Kennedy! Scarlett se dio cuenta de su error de expresiуn y enrojeciу. Sin embargo, su vergьenza provenнa sobre todo de que su chanza le habнa recordado bruscamente la realidad. Habнa olvidado que estaba embarazada. Ni ella ni Rhett habнan hecho la mбs mнnima alusiуn a su estado. En su compaснa siempre habнa tenido cuidado de mantener su abrigo recogido Con las manos, hasta en los dнas mбs calurosos, diciйndose que asн nada podнa advertirse. Pero ahora la rabia de pensar que estaba encinta y que Rhett lo sabнa, tal vez, le daba verdadero vйrtigo. —Bбjese del coche, desvergonzado —le dijo con voz temblorosa. —No lo harй —respondiу Rhett, sin perder la calma—. Va a oscurecer antes de que llegue a casa y me han dicho que una nueva colonia de negros ha venido a instalarse por aquн, en chozas y tiendas de campaсa. Unos negros poco recomendables, a lo que parece. No veo quй interйs tiene usted en dar ocasiуn a los exaltados afiliados del Ku Klux Klan para ponerse sus atavнos nocturnos e irse a dar una vuelta. —ЎBaje usted! —gritу Scarlett, tratando de arrebatarle las riendas; pero en aquel momento sintiу que le daban nбuseas. Rhett parу en seguida el caballo, alargу dos paсuelos limpios a Scarlett y le sostuvo la cabeza mientras se inclinaba fuera del coche. Durante algunos instantes tuvo la impresiуn de que el sol poniente, cuyos oblicuos rayos jugaban a travйs de las hojas nuevas, zozobraba en un torbellino de colores verde y oro. Cuando le pasу el malestar, hundiу el rostro en sus manos y se echу a llorar. No solamente acababa de vomitar delante de un hombre, lo que para una mujer era la peor humillaciуn, sino que, al mismo tiempo, le habнa dado una prueba de su embarazo. Le pareciу que ya nunca osarнa mirar a Rhett cara a cara. Pensar que esto le habнa ocurrido precisamente delante de йl, de ese Rhett que no tenнa respeto por ninguna mujer... Mientras seguнa sollozando, esperaba que йl le soltara una de sus bromas groseras que no podrнa olvidar.
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