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CUARTA PARTE 13 страница



Junto a las casas bombardeadas y reparadas de cualquier modo con ayuda de viejas tablas y de ladrillos ennegrecidos por el humo, se elevaban las suntuosas residencias de los carpetbaggers y de los especuladores de la guerra, que no habнan ahorrado cornisas en los techados, torrecillas y amplios campos de cйsped en el jardнn. Noche tras noche veнanse llamear las vidrieras de estas casas brillantemente iluminadas con gas y bailar al son de mъsicas que se esparcнan por el aire. Las mujeres, acicaladas con magnнficos vestidos de seda, paseaban ante las ventanas en compaснa de hombres de etiqueta. Los tapones del champaсa saltaban; sobre los manteles de encaje se servнan cenas de siete platos; los convidados se hartaban de jamуn, pato en su salsa, bocadillos de «foie gras» y frutas exуticas.

En el interior de las viejas casas reinaban la miseria y las privaciones. La existencia era tanto mбs amarga y mбs dolorosa por el hecho de que cada uno luchaba heroicamente para conservar su dignidad y afectar una orgullosa indiferencia por las cuestiones de orden material. El doctor Meade sabнa demasiado de estas familias que, echadas de sus casas, se habнan tenido que refugiar en pensiones y mбs tarde habнan ido a parar a una buhardilla. Abundaban los clientes que sufrнan «debilidad cardнaca» o «languidez». Ni йl ni sus pacientes ignoraban que las privaciones eran la ъnica causa de todos sus males. Hubiera podido citar el caso de familias enteras atacadas de consunciуn. La pelagra que antes de la guerra sуlo se encontraba entre los blancos mбs pobres, hacнa ahora su apariciуn en las mejores familias de Atlanta. Y luego habнa los bebйs raquнticos y las madres que no podнan darles el pecho. En otro tiempo el viejo doctor tenнa costumbre de dar gracias a Dios devotamente cada vez que asistнa a un parto. Ahora, ya no consideraba la vida como un beneficio tan grande. Se hacнa mal en traer niсos al mundo. ЎMorнan tantos en los primeros meses de su existencia!

En las grandes casas de postнn derrochбbase el vino y la luz; allн el baile y las orquestas, los encajes y los brocados; del otro lado de la calle, el frнo, la lenta inaniciуn. La arrogancia y la dureza para los vencedores; los punzantes sufrimientos y el odio para los vencidos.

Scarlett asistнa a todo esto, lo vivнa, siempre pensando con terror en el dнa siguiente. Sabнa que ella y su marido figuraban en las listas negras de los yanquis a causa de Tony y que corrнan el peligro de que el desastre se abatiera sobre sus cabezas de un momento a otro. Y, sin embargo, ahora menos que nunca podнa dejar que la despojasen del fruto de sus esfuerzos. Esperaba un hijo, la serrerнa comenzaba precisamente a dar rendimiento, aъn tenнa que preocuparse del mantenimiento de Tara hasta el otoсo, hasta la prуxima cosecha del algodуn. їY si lo perdнa todo? їSi tenнa que volver a empezar con las pobres armas de que disponнa para defenderse contra un mundo que se habнa vuelto loco? їSi habнa que entablar nuevo combate contra los yanquis y contra todo lo que representaban, poniendo en juego sus ojos verdes, sus labios rojos, toda la energнa de su cerebro? Devorada por la angustia, creнa preferible matarse antes que pasar otra vez por lo que habнa pasado.

En medio de las ruinas y del caos reinante en aquella primavera de 1866, Scarlett consagrу toda su energнa a aumentar el rendimiento de la serrerнa. Habнa dinero en Atlanta. La ola de reconstrucciуn le proporcionaba la ocasiуn con que tanto habнa soсado y sabнa que podrнa ganar dinero, si no la metнan en la cбrcel. Para conservar su libertad no tenнa mбs remedio que poner punto en boca, doblar el espinazo bajo los insultos, soportar las injusticias y evitar disgustar a cualquiera, blanco o negro, que pudiera perjudicarla. Por mucho que detestara a los libertos, por mбs que sintiera un escalofrнo de cуlera cada vez que, al cruzarse con alguno de esos negros insolentes, le oнa bromear o reнr, nunca le dirigirнa una mirada despreciativa. Por mбs que odiara a los carpetbaggers y a los scallawags, que tan rбpidamente hacнan fortuna, mientras le costaba tanto a ella, jamбs dejarнa escapar la menor observaciуn descortйs sobre ellos. Nadie en Atlanta sentнa mбs repulsiуn que ella por los yanquis, ya que la sola vista de un uniforme azul la enloquecнa de rabia, pero hasta en la intimidad se guardaba bien de hablar nada sobre ellos.

«Yo no serй tan tonta como los otros —se decнa con aire sombrнo—. Que los demбs pierdan el tiempo lamentбndose sobre el buen tiempo pasado y sobre los hombres que ya no han de volver. Que los demбs despotriquen a sus anchas contra el dominio de los yanquis, que lloren porque se les aleja de las urnas, que vayan a la cбrcel por haber hablado a tontas y a locas, que se ks ahorque por formar parte del Ku Klux Klan (este nombre inspiraba casi tanto terror a Scarlett como a los negros), que las demбs mujeres estйn orgullosas de ver a sus maridos inscritos en sus filas (gracias a Dios, Frank no se ha mezclado nunca en estas historias); sн, que los demбs se acaloren, fulminen y tramen conspiraciones a su gusto... No por ello se puede cambiar el estado de cosas y, ademбs, їpara quй sirve todo este apego al pasado, cuando el presente es tan angustiador y el porvenir tan incierto? їA quй vienen esos cuentos del voto, cuando lo primero es conseguir el pan, y tener un techo, y no ir a la cбrcel? ЎOh, Dios mнo, que no me ocurra ninguna complicaciуn de aquн a junio! »

ЎSуlo hasta junio! Scarlett sabнa que entonces tendrнa que encerrarse en casa de tнa Pittypat hasta el nacimiento de su hijo. Se le reprochaba ya que se presentara en pъblico en el estado en que se encontraba. Ninguna mujer distinguida salнa cuando estaba embarazada. Frank y Pittypat le suplicaban que les ahorrara esta nueva vergьenza y ella les habнa prometido que dejarнa de trabajar en junio.

ЎSуlo hasta junio! En junio, la serrerнa irнa ya lo bastante bien para no requerir su presencia. En junio, ya tendrнa el dinero suficiente para contemplar los acontecimientos con mбs confianza. Pero Ўtenнa todavнa tantas cosas que hacer y disponнa de tan poco tiempo! Hubiera querido que los dнas fueran mбs largos y se pasaba contando febrilmente los minutos. Hacнa falta a toda costa ganar dinero, aъn mбs dinero.

A fuerza de acosar a Frank habнa acabado por hacerle salir un poco de su timidez. Habнa obtenido el pago de algunas facturas y el almacйn producнa algo mбs. Sin embargo, Scarlett contaba con la serrerнa fundamentalmente. En aquel tiempo Atlanta era como un бrbol gigante al que se hubiera cortado el tronco a ras del suelo, pero que hubiera vuelto a crecer con mбs vigor. Los contratistas de obras no daban abasto a su clientela. Los precios de la madera, del ladrillo y de la piedra de sillerнa subнan y la serrerнa funcionaba de la maсana a la tarde sin descanso.

Scarlett pasaba en la serrerнa parte de la jornada. Lo vigilaba todo y, persuadida de que la robaban, se esforzaba en poner coto a este estado de cosas. Pero de todos modos pasaba la mayor parte del tiempo en la ciudad visitando a los contratistas y a los carpinteros. A cada uno le dirigнa una palabra amable y no se despedнa de ellos hasta haber obtenido un encargo o la promesa de comprarle a ella la madera.

No tardу en hacerse una figura cйlebre en las calles de Atlanta. Arropada en su capa, con sus delicadas manos enguantadas cruzadas sobre las rodillas, pasaba en su carruaje, al lado del viejo Peter, muy digno y muy poco a gusto con su papel. Tнa Pittypat habнa confeccionado a su sobrina una linda manteleta verde, para disimular su embarazo, y un sombrero del mismo color, para recordar el de sus ojos. Este atuendo le sentaba a las mil maravillas y se lo ponнa siempre que iba a ver a sus clientes. Con una ligera capa de rojo en las mejillas y un sutil perfume de agua de colonia a su alrededor, ofrecнa ella una imagen deliciosa mientras no se veнa obligada a descender del coche pie a tierra. La mayor parte de las veces le bastaba con una sonrisa o un pequeсo gesto amistoso para que los hombres se acercaran a su coche y a veces se veнa incluso a algunos que permanecнan bajo la lluvia discutiendo con ella de negocios.

No era ella la ъnica que habнa entrevisto la posibilidad de ganar dinero con los materiales de construcciуn, pero no temнa a sus contrincantes. Se daba cuenta, con legнtimo orgullo, que valнa mбs que cualquiera de ellos. Era digna hija de Gerald y las circunstancias no hacнan mбs que agudizar el sentido comercial que habнa heredado de su padre.

Al principio, los otros comerciantes en madera se habнan reнdo de buena gana pensando que una mujer pudiera meterse en negocios, pero ahora ya no les hacнa tanta gracia. Cada vez que veнan a Scarlett renegaban entre dientes. El hecho de que fuera una mujer era frecuentemente un tanto a su favor, y, ademбs, ella sabнa aparentar que se encontraba desamparada, ponнa tal aire implorante, que todos le tenнan algo de lбstima. Acertaba sin la menor dificultad a engaсar a las personas sobre su verdadero carбcter. Se la tomaba sin esfuerzo por una mujer valerosa, pero tнmida, obligada por las circunstancias a ejercer un desagradable oficio, por una pobre mujer indefensa, que se morirнa probablemente de hambre si sus clientes no le comprasen la madera. Sin embargo, cuando el gйnero mujer de mundo no daba los resultados previstos, se convertнa rбpidamente en mujer de negocios y no dudaba en vender hasta perdiendo, con tal de procurarse un nuevo cliente. Tampoco le repugnaba vender una partida de madera de mala calidad al mismo precio que otra de calidad superior, cuando estaba segura de que no se le descubrirнa la trampa, y no tenнa el menor escrъpulo en poner por los suelos a sus competidores. Fingiendo una gran repugnancia en revelar la triste verdad, suspiraba y declaraba a sus futuros clientes que la madera de los otros comerciantes no solamente era mucho mбs cara, sino que estaba hъmeda, llena de nudos, de una calidad deplorable en fin.

La primera vez que Scarlett dijo una mentira de tal especie se sintiу a un tiempo desconcertada y culpable. Desconcertada por la espontaneidad y naturalidad con que habнa mentido, culpable al pensar de repente: «їQuй hubiera dicho mamб de esto? »

Lo que hubiera dicho Ellen de su hija que recurrнa a sistemas poco leales no era difнcil averiguarlo. Acongojada e incrйdula, le habrнa dicho unas cuantas cosas que le hubieran llegado a lo hondo, bajo una apariencia afectuosa; le habrнa hablado del honor, de la honradez, de la lealtad y de los deberes para con el prуjimo. De momento, Scarlett temblу evocando el rostro de su madre; despuйs la imagen se difumino, se borrу bajo el efecto de esa brutalidad sin escrъpulos y de esa avidez que se habнan desarrollado en ella como una segunda naturaleza en la trбgica йpoca de Tara. Asн, Scarlett franqueу la nueva etapa como habнa franqueado las otras, suspirando de un modo que no hubiera aprobado Ellen, encogiйndose de hombros y repitiйndose su infalible fуrmula: " ЎYa pensarй mбs tarde en esto! "

Ya nunca volviу a asociar el recuerdo de Ellen a sus operaciones comerciales; nunca volviу a sentir remordimientos al emplear medios desleales para quitar clientes a los otros comerciantes en maderas. Por lo demбs, sabнa que no tenнa nada que temer de estas mentiras. El caballeroso carбcter de los sudistas le servнa de garantнa. En el Sur, una mujer de mundo podнa decir lo que le venнa en gana de un hombre, mientras que un hombre que se respetase no podнa decir nada de una mujer y mucho menos llamarla mentirosa. No les quedaba, pues, a los otros comerciantes mбs que echar pestes interiormente contra Scarlett y declarar en voz bien alta, en su casa, que pagarнan cualquier cosa porque la seсora Kennedy fuera un hombre nada mбs que cinco minutos.

Un blanco de origen humilde que poseнa una serrerнa junto a la carretera de Decatur tratу de combatir a Scarlett con sus propias armas y declarу abiertamente que la joven era una mentirosa y una sinvergьenza. Pero le saliу mal la jugada. Todo el mundo quedу horrorizado viendo que un blanco se atrevнa a decir tales monstruosidades de una seсora de buena familia, aunque se comportara de modo tan poco femenino. Scarlett no respondiу a aquellas acusaciones, permaneciу muy digna y, porquito a poco, desplegу todos sus esfuerzos para quitarle a aquel hombre la clientela. Ofreciу mejores precios que los suyos y, doliйndole en su fuero interno, entregу madera de tan buena calidad para probar su probidad comercial, que no tardу en arruinar al desgraciado. Entonces, con gran escбndalo de Frank, le impuso una serie de condiciones y le comprу la serrerнa.

Una vez en posesiуn de esta segunda serrerнa tuvo que resolver el delicado problema de encontrar un hombre de confianza que la dirigiera. No querнa oнr hablar de otro seсor Johnson. Sabнa bien que, a despecho de toda vigilancia, seguнa vendiйndole su madera a escondidas; pero pensу que, no obstante, no le serнa muy dificultoso encontrar a la persona que deseaba. їNo era todo el mundo pobre como Job? їNo estaban llenas las calles de parados, algunos de los cuales habнan nadado antaсo en la abundancia? No pasaba dнa sin que Frank diera limosna a algъn ex soldado muerto de hambre o que Pitty y Cookie no dieran de comer a algъn mendigo andrajoso.

Sin embargo, Scarlett, por alguna razуn que no acertaba a comprender, no pensaba dirigirse a esta clase de gente: «No quiero hombres que lleven un aсo parados y aъn no han encontrado nada —se decнa—. Si no han sabido arreglбrselas solos, es mal sнntoma.

Y, ademбs, Ўtienen un aire tan famйlico! No me gusta esta gente. Lo que me hace falta es alguien inteligente y enйrgico como Rene, o Tommy Wellbum, o Kefis Whiting, o hasta uno de esos muchachos Simmons... En una palabra, cualquiera de este temple. No tienen ese ai ce de no importarles ya nada que tenнan los soldados al dнa siguiente de la rendiciуn. Ellos, al menos, tienen aspecto de tener algo en el estуmago».

Pero una sorpresa aguardaba a Scarlett. Los Simmons, que acababan de montar una fбbrica de ladrillos, y Kells Whiting, que se dedicaba a vender una lociуn capilar preparada por su madre, sonrieron cortйsmente, le dieron las gracias y no aceptaron su ofrecimiento. Lo mismo le ocurriу con una docena de hombres. Ya desesperada, aumentу el salario que pensaba ofrecer, pero tampoco tuvoйxito. Uno de los sobrinos de la seсora Merriwether le indicу con cierta impertinencia que si habнa de guiar una carreta preferнa guiar la suya y depender de sн mismo mejor que de Scarlett.

Una tarde, Scarlett mandу parar el coche junto a la carretilla de Rene Picard y se dirigiу a este ъltimo, que conducнa a casa a su amigo Tommy Wellbum:

—ЎEh, oiga, Rene! їPor quй no viene a trabajar conmigo? Reconozca que es mбs digno dirigir una serrerнa que dedicarse a vender pasteles por las calles. Yo en su lugar me morirнa de vergьenza.

—їMorirme de vergьenza? No sй ya lo que es la vergьenza s —contestу Rene, sonriendo—. Ya puede hablarme usted de dignidad; me quedo tan fresco. Mientras la guerra no me hizo tan libre como los negros, llevaba una vida llena de dignidad. Ahora, esto se ha acabado. No voy a sofocarme por tan poca cosa. Me gusta el carrito. Me gusta mi mula. Yo quiero mucho a esos yanquis que me compran los pasteles de mi suegra. No, querida Scarlett, Ўme voy a convertir en el Rey de los pasteles! ЎEs mi sino! Y sigo mi estrella, como Napoleуn.

Con el extremo de su fusta dibujу un arabesco dramбtico. —Pero usted no ha nacido para vender pasteles, lo mismo que Tommy no lo ha hecho para discutir con una retahila de albaсiles irlandeses. Lo que yo hago es mбs...

—Asн que usted sн que habнa nacido para dirigir una serrerнa, їeh? —la interrumpiу Tommy, con un marcado pliegue de amargura en las comisuras de los labios—. Sн, estoy viendo desde aquн a la pequeсa Scarlett aprendiйndose la lecciуn en las rodillas de su madre: «No vendas nunca madera buena si puedes vender la mala a mejor precio». Rene se desternillaba de risa oyendo aquello. Sus ojillos de mono chispearon de malicia. Dio a Totnmy un codazo de asentimiento.

—їNo sabe usted ser mбs educado? —replicу Scarlett en un tono seco, porque no veнa por ninguna parte la gracia de la broma de Tommy—. Naturalmente que yo no habнa nacido para dirigir una serrerнa.

—Conste que no he querido ofenderla. De todos modos, es un hecho que se encuentra usted al frente de una serrerнa y no lo hace del todo mal. En todo caso, por lo que veo a mi alrededor, nadie hace de momento aquello a que estaba destinado, y hay que abrirse camino como sea. їPor quй no pone usted a uno de esos carpetbaggers que son tan listos, Scarlett? Ya sabe usted que hay de sobra.

—No quiero un carpetbagger. Los carpetbaggers no trabajan y arramblan con todo lo que tienen a mano. Si fuera verdad que valen nada mбs que un poquito, se estarнan guapamente en su casa y no vendrнan aquн a despojarnos a nosotros. Lo que yo quiero es un hombre dispuesto, que pertenezca a un medio conveniente, alguien inteligente, honrado, enйrgico y...

—No exige usted mucho, pero no creo que encuentre a ese pбjaro tan raro, con el sueldo que ofrece. Mire, aparte de los mutilados, todos los tipos que le convendrнan se han colocado. Sin duda no han nacido para los puestos que ocupan, pero esto no tiene demasiada importancia. Se han creado una situaciуn y preferirбn conservarla seguramente a trabajar con una seсora.

—No serб tan difнcil encontrarlos cuando estбn a dos velas.

—Tal vez, pero siempre tienen su orgullo, no crea...

—ЎOrgullo! Es gracioso; eso del orgullo, sobre todo —contestу Scarlett con malicia.

Los dos hombres emitieron una risa un poco forzada y Scarlett tuvo la impresiуn de que se acercaban uno al otro para manifestar su comъn desaprobaciуn. Lo que Tommy acababa de decir era cierto, pensу, pasando revista a todos los hombres a los que habнa ofrecido o se proponнa ofrecer la direcciуn de la serrerнa. Todos tenнan un empleo. Todos lo pasaban muy mal, mucho peor que lo habнan pasado nunca antes de la guerra. Sin duda no hacнan lo que les gustaba o lo que era menos desagradable, pero hacнan algo. Eran demasiado duros los tiempos para permitirse el lujo de elegir la profesiуn. Y si lloraban sus esperanzas perdidas, si echaban de menos la vida fбcil de otros tiempos, nadie se daba cuenta. Estaban de nuevo en guerra, una guerra mбs ruda que la otra. Tenнan sed de vivir, estaban animados del mismo ardor que durante la guerra, cuando su vida no habнa sida aъn partida en dos.

—Scarlett —dijo Tommy con aire forzado—, me es muy desagradable pedirle un favor, sobre todo despuйs de haberle dicho algunas cosas poco galantes, pero me arriesgo de todos modos. Ademбs, puede que le sea de utilidad. A mi cuсado, Hugh Elsing, no le va demasiado bien su negocio de combustibles. Fuera de los yanquis, todo el mundo se proporciona por sн mismo la pequeсa cantidad de combustible que necesita. Me consta, ademбs, que no andan bien en casa de los Elsing. Yo... les ayudo en lo que puedo, pero, ya comprenderб usted, tengo a mi mujer y ademбs he de sostener a mi madre y a mis dos hermanas que viven en Sparta. Hugh puede ser el hombre que usted busca. Ya sabe usted que pertenece a una buena familia y que es honrado a carta cabal.

—Pero Hugh no debe de ser muy listo. Si no, ya habrнa sabido arreglбrselas.

Tommy se encogiу de hombros.

—ЎTiene usted un modo de considerar las cosas, Scarlett! —respondiу—. Usted imagina que Hugh es un hombre acabado y, sin embargo, podrнa usted hacer peor elecciуn. Me da la impresiуn de que su honradez y sus buenos deseos compensarнan sobradamente su! falta de sentido prбctico.

Scarlett no contestу por miedo a parecer grosera. Ella no conocнa casi ninguna, por no decir ninguna, cualidad que pudiera compararse al sentido prбctico.

Despuйs de haber corrido toda la ciudad y rechazado las demandas de muchos carpetbaggers deseosos de obtener la direcciуn de la serrerнa, acabу por dar la razуn a Tommy y se dirigiу a Hugh Elsing. Durante la guerra se habнa mostrado como un oficial lleno de valor y de recursos, pero dos graves heridas y cuatro aсos de campaсa parecнan haberle desposeнdo de toda energнa. Tenнa precisamente el aspecto de hombre alicaнdo que tanto desagradaba a Scarlett, y en modo alguno era el sujeto que habнa esperado encontrar.

«Es idiota —se decнa—. No entiende nada de negocios y apostarнa a que ni sabe sumar. Pero, en fin, es honrado y por lo menos no me robarб. »

En aquel tiempo, Scarlett se preocupaba poco, sin embargo, de la honradez; pero cuanto menos importancia le daba en sн misma, mбs la deseaba en el prуjimo.

«ЎQuй lбstima que Johnnie Gallegher estй ligado por un contrato a Tommy Wellburn! —pensaba—. Es exactamente el tipo de hombre que me harнa falta. Duro con la gente, astuto como un zorro, estoy segura de que si le pagara bien no tratarнa de robarme. Nos entendemos muy bien los dos y podrнamos hacer buenos negocios juntos. Cuando el hotel estй terminado, tal vez venga a mi casa. Mientras tanto, no tendrй otro remedio que contentarme con Hugh y con Johnson. Si confнo la nueva serrerнa a Hugh y dejo la vieja a Johnson, podrй ocuparme de la venta en la ciudad. Hasta que me haga con Johnnie, habrй de tolerar a Johnson. ЎSi al menos no fuera un ladrуn! Me parece que voy a construir un almacйn de maderas en la mitad del terreno que me dejу Charles. ЎSi Frank no fuera tan quisquilloso podrнa yo tambiйn construir un cafй en la otra mitad! No importa, que diga lo que quiera, tan pronto tenga bastante dinero, construirй el cafй. Pero Ўquй puntilloso es este Frank! Seсor, Ўpor quй habrй elegido este momento para tener un hijo! Dentro de poco no podrй ni salir. ЎAy, Dios mнo; si al menos no estuviese encinta! ЎSi siquiera estos yanquis quisiesen seguir dejбndome tranquila! Si... »

ЎSi! ЎSi! ЎSi! Habнa tantos «sнes» en la vida... Nunca se estaba seguro de nada. Siempre vivнa uno como el pбjaro en la rama, con miedo a perder lo que se tenнa, con miedo a conocer el frнo y el hambre. La verdad es que Frank ganaba mбs ahora, pero siempre estaba acatarrado y muchas veces se veнa obligado a guardar cama varios dнas. їY si se volvнa un inъtil? No, no podнa contar con йl. No podнa contar con nada ni con nadie fuera de ella. ЎY lo que ella ganaba resultaba tan poca cosa! їQuй harнa si los yanquis la despojaban de todo lo que tenнa? ЎSi! ЎSi! ЎSi!

Cada mes, Scarlett enviaba la mitad de sus ganancias a Tara. Con la otra mitad amortizaba su deuda con Rhett y ahorraba el resto. Ningъn avaro contу su oro mбs veces que ella, ninguno temiу tanto perderlo. No querнa guardar el dinero en el banco, por miedo a que quebrara o a que los yanquis confiscaran los bienes allн depositados. Siempre llevaba sobre sн, en el corsй, la mayor cantidad posible. Guardaba pequeсos fajos de billetes por todos los rincones de la casa, bajo un ladrillo suelto, en su costurero, entre las pбginas de una Biblia. A medida que pasaban las semanas se hacнa mбs irascible, porque cada dуlar que ahorraba serнa un dуlar mбs que podrнa perder, si se producнa la catбstrofe.

Frank, Pitty y los criados soportaban sus accesos dй ira con una paciencia evangйlica y, no adivinando la verdadera causa, lo atribuнan al embarazo. Frank sabнa que no conviene contradecir a las mujeres encinta y, reprimiendo todo su orgullo, dejaba de reprochar a su mujer que siguiera ocupбndose de las serrerнas y que anduviera por la calle en su estado. Su conducta le sumнa en un continuo aprieto, pero tomaba su mal con paciencia. Sabнa que, cuando naciera su hijo, Scarlett volverнa a ser la joven encantadora y dulce que le habнa enamorado. Pero, por mucho que hiciera por suavizar su humor, seguнa ella comportбndose de manera tan dura, que a veces Frank pensaba si no estarнa endemoniada.

Nadie parecнa saber lo que la llevaba a conducirse de esta forma. Querнa poner a toda costa sus negocios en orden antes de confinarse entre cuatro paredes. Querнa edificar un sуlido dique entre ella y el creciente odio de los yanquis. Necesitaba dinero, cada vez mбs dinero, para el caso en que el diluvio se abatiera sobre ella. El dinero la obsesionaba. Cuando pensaba en el hijo que iba a tener, no podнa refrenar un sentimiento de cуlera.

«ЎLa muerte, los impuestos y los hijos! ЎTodo ello siempre viene cuando menos falta hace! »

Atlanta entera se habнa escandalizado cuando Scarlett, una mujer, se habнa puesto a dirigir una serrerнa; pero ahora todo el mundo estimaba que la cosa pasaba de raya. Su falta de escrъpulos en los negocios era sorprendente, sobre todo teniendo en cuenta que su pobre mamб era una Robillard; pero su manera de exhibir su embarazo en plena calle era positivamente indecorosa. Desde el momento en que podнa suponerse que estaba encinta, ninguna mujer blanca que se respetase salнa de casa, y hasta las negras que lo hacнan eran excepciуn. La seсora Merriwetter declaraba llena de indignaciуn que si Scarlett seguнa asн acabarнa por dar a luz un dнa en medio de la calle.

Sin embargo, todas las crнticas que le habнa valido su conducta anterior no eran nada en comparaciуn con los rumores que circulaban ahora sobre ella. No solamente Scarlett hacнa negocios con los yanquis, sino que daba la impresiуn de que esto la alegraba.

La seсora Merriwether y muchos otros sudistas hacнan tambiйn negocios con los reciйn llegados del Norte, pero con la sencilla diferencia de que en ellos se veнa que lo hacнan por verdadera necesidad y a disgusto. ЎCon decir que Scarlett habнa ido a tomar el tй a casa de las esposas de unos oficiales yanquis! Sуlo le faltaba recibir a esta gente en su casa, y todos opinaban que, de no ser por tнa Pitty y por Frank, ya lo habrнa hecho.

Scarlett sabнa muy bien que la ciudad comadreaba, pero se le daba un comino de ello. No podнa pensar en esas tonterнas. Seguнa sintiendo por los yanquis el mismo odio feroz que el dнa en que habнan tratado de incendiar Tara, pero sabнa disimular ese odio. Sabнa que, para ganar dinero, tenнa que ponerse del lado de los yanquis y habнa aprendido que el mejor medio para hacerse con una clientela era halagarlos con sonrisas y frases amables.

El dнa de maсana, cuando fuera rica y su dinero se hallara seguro, fuera del alcance de los yanquis, ya les dirнa exactamente lo que pensaba de ellos, ya les enseсarнa lo que los execraba y despreciaba. ЎQuй alegrнa para ella! Pero, entretanto, el sentido comъn la obligaba a pactar con ellos. Si esto era hipocresнa, tanto se le daba. Que los demбs de Atlanta imitaran su ejemplo.

Scarlett descubriу que crearse relaciones entre los oficiales yanquis era de una facilidad extraordinaria. Desterrados en un paнs hostil, sentнanse solos, y muchos de ellos estaban бvidos de conocer a mujeres de la buena sociedad. Cuando pasaban por la calle, las seсoras respetables se recogнan la falda y los miraban como si fueran a escupirles en el rostro. Solamente las prostitutas y las negras les hablaban cortйsmente. Ahora bien: Scarlett, aunque ejerciera una ocupaciуn de hombre, era, sin duda alguna, una mujer de mundo, y los oficiales yanquis no cabнan en sн de gozo cuando les dedicaba alguna amable sonrisa o cuando una llama agradable brillaba en sus ojos verdes.

Con frecuencia, Scarlett paraba su carruaje para charlar con ellos; pero, al mismo tiempo que en sus mejillas se marcaban unos graciosos hoyuelos, la acometнa tal frenesн de asco, que le costaba mucho no colmarlos de injurias. Sabнa, a pesar de ello, dominarse y dбbase cuenta de que manejaba a los yanquis a su antojo, como habнa manejado antaсo a los jуvenes del Sur, por coqueterнa. Pero ahora no se trataba de coqueterнa. El papel que representaba era el de una mujer encantadora y elegante, llena de aflicciуn. Gracias a su aire digno y reservado, siempre conservaba a sus vнctimas a respetuosa distancia; pero no conservaba por ello menos en sus modales una gracia que encendнa el corazуn de los oficiales yanquis cuando pensaban en la seсora Kennedy.

Scarlett contaba con esta favorable predisposiciуn de бnimo. Buen nъmero de oficiales de la guarniciуn, no sabiendo cuбnto tiempo permanecerнa aъn en Atlanta, habнan hecho venir a sus mujeres y a sus hijos, y como todos los hoteles y las pensiones rebosaban de gente, se hacнan construir hotelitos para su familia. Asн que estaban encantados de poder comprar la madera a la simpбtica seсora Kennedy, que tan amable estaba con ellos. Los carpetbaggers y los scallatugs, que edificaban tan bellas casas, y hoteles, todos preferнan tratar con Scarlett que con los ex soldados confederados, que, a pesar de su correcciуn les manifestaban una frialdad peor que una enemistad declarada.

Asн, como era joven y encantadora y sabнa fingir tan bien un aire afligido o desesperado, los yanquis estimaban que debнan ayudar a una mujercita tan valerosa, que valнa bastante mбs que su marido, y asн se convertнan en clientes de Scarlett y, de rechazo, de Frank. Y Scarlett, viendo que sus negocios iban viento en popa, pensaba que no solamente asegurarнa el presente, gracias al dinero de los yanquis, sino que asegurarнa tambiйn el porvenir, gracias a sus nuevas amistades.

Scarlett constataba que era mбs fбcil de lo que habнa pensado mantener sus relaciones con los yanquis conforme a sus deseos, ya que ellos parecнan tener un santo terror a las damas sudistas; pero sus relociones con sus esposas no tardaron en plantear un problema que ella no habнa previsto.

Ella no querнa tratar con las mujeres yanquis. Le hubiera encantado evitar su trato, pero le era imposible. Las mujeres de los oficiales estaban bien decididas a visitarla. Ardнan en deseos de entrar en un conocimiento mбs amplio con el Sur y las mujeres del Sur, y por primera vez Scarlett les ofrecнa un medio de satisfacer su deseo. Las demбs damas de Atlanta no sentнan en modo alguno el deseo de verlas y hasta les negaban el saludo en la iglesia; asн que cuando Scarlett iba por sus casas se la acogнa como al Mesнas. Cuando detenнa su carruaje ante una casa yanqui y pregonaba al dueсo, desde su asiento, las excelencias de su madera de construcciуn, la seсora de la casa salнa muchas veces a su encuentro para unirse a la conversaciуn o para invitar a Scarlett a tomar una taza de tй. Por mucho trabajo que le costara, Scarlett rara vez declinaba esta invitaciуn, ya que con ello esperaba aumentar la clientela de Frank. Sin embargo, las preguntas demasiado personales de estas seсoras, su parcialidad y su actitud condescendiente respecto a todo lo del Sur, ponнan a prueba su paciencia.



  

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