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CUARTA PARTE 9 страница



Йl iba a visitarla todas las noches porque la atmуsfera de la casa era agradable y suave. La sonrisa de Mamita al abrirle la puerta de entrada era la sonrisa reservada para las personas de calidad. La tнa Pitty le servнa cafй reforzado con coсac o aguardiente y revoloteaba, solнcita, en derredor suyo mientras Scarlett estaba pendiente de todas sus frases. A veces, por las tardes, se llevaba a Scarlett en el cochecillo cuando tenнa que salir por. asuntos de negocios. Estos paseos eran siempre alegres, porque Scarlett le hacнa preguntas tan ingenuas «como suelen hacer las mujeres», se decнa йl complacido. Por tal motivo, no podнa por menos de reнrse de su ignorancia en las cosas de negocios, y ella se reнa tambiйn, diciendo:

—Bueno, claro, no puedes esperar que una mujercita tonta como yo entienda vuestras cosas de hombres.

Le hacнa sentirse, por primera vez en su vida de solterуn meticuloso, un hombre fuerte y notable, modelado por Dios en un molde mбs noble que los demбs hombres, creado especialmente para proteger a las pobrecillas mujeres ingenuas e indefensas.

Cuando, al fin, se hallaron ambos frente al funcionario matrimonial, la manita confiada de Scarlett en la de Frank, y sus inclinadas pestaсas destacбndose como espesas y negras medias lunas sobre sus rosadas mejillas, no sabнa aъn cуmo habнa acontecido todo. Sуlo le contaba que habнa hecho algo romбntico y emocionante por primera vez en su vida. Йl, Frank Kennedy, habнa hecho perder el equilibrio a tan encantadora criatura haciйndola caer en sus varoniles brazos. Era una sensaciуn embriagadora.

Ningъn pariente ni amigo asistiу al acto. Los testigos fueron personas extraсas. Scarlett habнa insistido en ello, y йl habнa cedido, aunque con sentimiento, porque le hubiera agradado tener a su lado a su hermana y a su cuсado, que residнan en Jonesboro. Y una recepciуn con brindis a la salud de la novia en la sala de la seсorita Pitty, entre amigos gozosos, hubiera sido una gran satisfacciуn para йl. Pero Scarlett no quiso que estuviese presente ni siquiera la seсorita Pitty.

—ЎNadie mбs que nosotros dos, Frank! —le rogу, oprimiйndole el brazo—. Como si nos hubiйsemos fugado. ЎSiempre deseй que me raptasen para casarme! ЎHazlo, querido mнo, hazlo por mн!

Fueron este tнtulo cariсoso, todavнa tan nuevo para sus oнdos, y las relucientes lбgrimas que bordeaban los ojos verdes de la joven cuando lo miraban suplicantes, los que le hicieron capitular. Despuйs de todo, un novio tiene que hacer concesiones a su novia, especialmente en lo que se refiere a la boda, ya que las mujeres dan tanta importancia a las cosas sentimentales.

Y, casi sin enterarse, se encontrу casado.

Frank le dio los trescientos dуlares, aturdido por su cariсosa persistencia, de mala gana al principio, porque ello suponнa el derrumbamiento de sus esperanzas de comprar el aserradero. Pero no podнa consentir en el desahucio de la familia de su esposa, y su pena pronto amenguу a la vista de su radiante alegrнa, y se eclipsу totalmente ante el adorable agradecimiento con que ella premiaba su generosidad. Frank jamбs habнa experimentado esa sensaciуn de ser un bienhechor amado, y estimу que, despuйs de todo, ese dinero estaba bien gastado.

Scarlett enviу inmediatamente a Mamita a Tara, con el triple propуsito de entregar el dinero a Will, anunciar su boda y traer a Wade a Atlanta. A los dos dнas, tenнa una breve nota de Will, que llevaba consigo y que leнa y releнa con creciente jъbilo. Will le anunciaba que se habнa pagado la contribuciуn y que Jonnas Wilkerson se habнa mostrado furioso al saberlo, pero que no habнa proferido ninguna amenaza mбs, hasta el presente. Will terminaba deseando que fuese muy feliz, una lacуnica felicitaciуn de fуrmula, exenta de todo comentario. Sabнa que Will comprenderнa lo que ella habнa hecho y por quй y que se abstenнa de alabarlo o censurarlo. «Pero їquй pensarб Ashley? —se preguntaba Scarlett febrilmente—. їQuй pensarб de mн ahora, despuйs de todo lo que le dije tan poco tiempo atrбs en el huerto de Tara? »

Tambiйn recibiу una carta de Suellen, con pйsima ortografнa, violenta, insultante, manchada de lбgrimas, tan llena de veneno y de veraces juicios sobre su modo de ser, que jamбs podrнa olvidarla ni perdonar a la que la escribiу. Pero ni siquiera las palabras de Suellen podнan nublar su jъbilo al ver que Tara quedaba a salvo, por lo menos del peligro inmediato.

Era difнcil hacerse cargo de que Atlanta y no Tara iba a ser ahora Ўsu residencia permanente. En su desesperaciуn por conseguir el dinero para los impuestos, ningъn otro pensamiento mбs que Tara y el destino que la amenazaba pudo tener cabida en su mente. Aun en el momento de su boda, no habнa dedicado un solo pensamiento al hecho de que el precio que pagaba por la seguridad de su hogar era su permanente destierro de йl. Ahora que la cosa no tenнa remedio, lo comprendiу asн, con una oleada de nostalgia difнcil de disipar. Pero estaba hecho. Y estaba reconocida a Frank por haber salvado a Tara; le tenнa afecto y estaba resuelta a que jamбs se arrepintiese de haberse casado con ella.

Las damas de Atlanta conocнan los asuntos de sus vecinos casi tan perfectamente como· los propios, y se interesaban mбs en ellos. Todas sabнan que, durante aсos, Frank habнa tenido una «inteligencia» con Suellen O'Hara. De hecho, йl mismo habнa dicho avergonzadamente que esperaba casarse en la primavera. Por lo tanto, el tumulto de chismorreos, suposiciones y profundas sospechas que siguiу al anuncio de su secreta boda con Scarlett no era sorprendente. La seсora Merriwether, que jamбs permitнa que su curiosidad quedase insaciada por mucho tiempo si podнa evitarlo, le preguntу a quemarropa que cуmo era que se habнa casado con una hermana cuando era el prometido de la otra. Y hubo de comunicar a la seсora Elsing que recibiу por toda respuesta una mirada aturdida. Ni siquiera la seсora Merriwether, por osada y entremetida que fuese, se atreviу a sondear a Scarlett sobre el particular. Scarlett apareciу modesta y quieta en aquellos dнas, pero se leнa en sus ojos una satisfecha complacencia que enojaba a sus amigas, aunque ninguna se atreviу a perturbar esa ficticia suavidad.

No se le ocultaba a ella que todo se comentaba en Atlanta, pero no le importaba. Despuйs de todo, no habнa nada inmoral en casarse con un hombre. Tara estaba a salvo. Que hablase la gente. Ella tenнa otras cosas de que ocuparse. Lo mбs importante era hacer que Frank comprendiese, pero haciйndolo con mucho tacto, que la tienda debнa procurarle mayores beneficios. Despuйs del gran susto que Jonnas Wilkerson le habнa dado, jamбs estarнa tranquila hasta que no tuviese algъn dinero ahorrado. Y, aun si no surgнa ningъn nuevo apuro, era preciso que Frank ganase mбs dinero, si ella tenнa que pagar los impuestos del aсo siguiente. Ademбs, lo que Frank habнa dicho acerca del molino de aserrar se le habнa quedado en la mente. Frank podнa ganar mucho dinero con un taller de aserrar. Cualquiera podнa ganarlo, cuando la madera alcanzaba precios tan fantбsticos. Se lamentaba silenciosamente de que los fondos de Frank no fuesen suficientes para pagar la contribuciуn en Tara y comprar ademбs el aserradero. Y habнa decidido que Frank tenнa que hacer mбs dinero con la tienda, de un modo o de otro, y hacerlo pronto, a fin de poder adquirir el taller antes de que otro se apresurase a comprarlo. Ella podнa ver muy bien que era una ganga. Si ella fuera hombre, el aserradero serнa suyo. Aunque tuviese que hipotecar la tienda para conseguir el dinero. Pero, cuando se lo indicу delicadamente a Frank, al dнa siguiente de su boda, йl se sonriу y le dijo que su preciosa cabecita no estaba hecha para preocuparse de las cosas de negocios. Le sorprendiу incluso que ella supiese lo que era una hipoteca, y, al principio, pareciу divertirle. Pero esta diversiуn pasу pronto y se tornу en desagrado, ya en los primeros dнas de su matrimonio. En una ocasiуn, incautamente, le dijo que habнa «gente» (tuvo cuidado de no revelar nombres) que le debнa dinero, pero que no podнa pagar por el momento, y, naturalmente, no querнa hacer mucha presiуn sobre amigos antiguos y «gente distinguida». Frank lamentу despuйs habйrselo dicho, porque desde entonces ella le habнa hecho preguntas sobre el particular una y otra vez. Lo hacнa con aire infantil y encantador, por sentir la curiosidad, decнa, de saber quiйn le debнa y cuбnto. Frank se mostraba muy evasivo en el asunto. Tosнa nerviosamente y agitaba las manos y repetнa tas acostumbradas frases sobre «su linda cabecita».

Habнa comenzado a penetrar en йl la idea de que esa misma linda cabecita era excelente para los nъmeros. En verdad, mucho mejor que la de йl, y el fenуmeno era inquietante. Se quedу atуnito al ver que podнa sumar rбpidamente y de memoria una larga columna de cifras, cuando йl necesitaba papel y lбpiz para mбs de tres cantidades. Y las fracciones no presentaban para ella la menor dificultad. Le parecнa a йl que habнa algo incongruente en que una mujer estuviese al corriente de las fracciones y de las cosas de negocios, y es mбs: creнa que, si alguna mujer tenнa la desgracia de poseer conocimientos tan inexplicables en una dama, debнa fingir no tenerlos. Ahora, le desagradaba hablar de negocios con ella tanto como le habнa gustado hacerlo antes de casarse. Veнa que ella lo entendнa todo demasiado bien, y experimentу la usual indignaciуn masculina contra la doblez de las mujeres. Aсadнase a ello el usual desencanto masculino al descubrir que una mujer tiene cerebro.

Lo pronto o tarde que en su vida matrimonial se enterara Frank del engaсo que Scarlett habнa utilizado para casarse con йl, nadie lo pudo saber. Acaso la verdad surgiу ante sus ojos cuando vio a Tony Fontaine, evidentemente libre de todo lazo sentimental y que fue a Atlanta por cuestiones de negocios. Acaso le fue dicha mбs directamente en las cartas de su hermana desde Jonesboro. Su hermana no podнa explicarse tal boda. Ciertamente no lo supo por la propia Suellen. Jamбs le escribiу y, naturalmente, йl no podнa escribir explicбndolo. їDe quй servнan las explicaciones, de todos modos, ahora que ya estaba casado? Le angustiaba en su fuero interno la idea de que Susele no conociese la verdad porque siempre habrнa ella de creer que йl la habнa traicionado rufianamente. Era probable que asн lo pensasen todos y que le criticasen... Ello lo colocaba en embarazosa posiciуn. Y no cabнa justificarse, porque no podнa ir a contar que habнa perdido la cabeza por una mujer, y un caballero no podнa publicar el hecho de que su esposa le habнa cazado con un embuste.

Scarlett era su esposa, y una esposa tiene derecho a la lealtad de su marido. Ademбs, no podнa llegar a creer que ella se habнa casado sin sentir el menor afecto hacia йl. Su vanidad masculina no permitнa que tal idea se albergase por mucho tiempo en su imaginaciуn. Era mбs lisonjero suponer que ella se habнa enamorado de йl tan violentamente, que hasta habнa recurrido a una falacia para conseguirlo. Pero todo era muy enigmбtico. Comprendнa que йl no era muy buen partido para una mujer a quien doblaba la edad, bonita e inteligente ademбs; pero Frank era un caballero y se reservу las dudas para su fuero interno. Scarlett era su esposa y йl no podнa insultarla haciйndole embarazosas preguntas que, despuйs de todo, no podнan remediar las cosas.

Y no es que Frank desease de modo especial remediarlas, porque le parecнa que su matrimonio habнa de ser feliz. Scarlett era la mбs encantadora e interesante de las mujeres y la consideraba perfecta por todos estilos, excepto en el detalle de ser obstinada. Frank supo desde los primeros tiempos de su vida conyugal que, mientras se hacнa lo que Scarlett querнa, esa vida podнa ser sumamente agradable, pero cuando se la contrariaba... Complaciйndola en todo, era tan alegre como un chiquillo, se reнa con gran facilidad, gastaba bromitas inocentes, se sentaba en sus rodillas y le tiraba de las barbas hasta hacerle confesar que se sentнa veinte aсos mбs joven. Sabнa mostrarse inesperadamente cariсosa y atenta, calentбndole las zapatillas ante la chimenea cuando llegaba a casa por las noches, preocupбndose de si se habнa mojado los pies y de sus interminables catarros de cabeza y recordando siempre que a йl le gustaba la molleja del pollo y que echaba tres cucharadillas de azъcar al cafй. Sн, la vida con Scarlett era plбcida y confortable... mientras todo se hacнa a gusto de ella.

A las dos semanas de casados, Frank atrapу la gripe, y el doctor Meade le mandу guardar cama. El primer aсo de la guerra, Frank habнa pasado dos meses en el hospital con pulmonнa, y desde entonces temнa mucho recaer, razуn por la cual se alegrу de poder quedarse a sudar bajo tres mantas y beber los brebajes calientes que Mamita y la tнa Pittypat le llevaban de hora en hora.

La enfermedad se prolongу y, conforme pasaban los dнas, Frank se preocupaba mбs y mбs por su tienda. Йsta habнa quedado a cargo del dependiente del mostrador, que venнa a la casa todas las noches a informar acerca de las transacciones hechas en el dнa, pero Frank no se hallaba satisfecho. Se inquietaba tanto, que Scarlett, que habнa estado aguardando una oportunidad de tal нndole, posу su fresca manita sobre la frente del enfermo y dijo:

—Ahora, amor mнo, me enfadarй si te pones asн. Yo irй a la ciudad y verй cуmo van las cosas.

Y allн fue, sonriendo mientras acallaba sus dйbiles protestas. Durante las tres semanas siguientes a su boda, tenнa verdadera ansia de ver cуmo estaban sus libros de cuentas y averiguar el estado de sus finanzas. ЎQuй suerte que йl estuviese enfermo en cama!

La tienda estaba emplazada cerca de Cinco Puntos, y su tejado nuevo se destacaba, reluciente, entre los ahumados ladrillos de las demбs casas viejas. Un tejadillo de madera cubrнa la acera hasta el borde del arroyo, y en las largas barras de hierro que conectaban los soportes se ataban los caballos y muнas que inclinaban la cabeza bajo la lluvia frнa y persistente, con los lomos protegidos por mantas y cobertores. El interior de la tienda era casi como el establecimiento de Bullard en Jonesboro, salvo en que aquн no habнa ociosos ante la roja y candente estufa afilando ramitas con la navaja y escupiendo chorros de jugo de tabaco sobre las escupideras colmadas de arena. La tienda, aunque mayor que la de Bullard, era mucho mбs oscura. El tejadillo de madera impedнa el paso a la luz del dнa invernal, y el interior de la tienda aparecнa sombrнo y pobretуn, ya que sуlo unos tenues haces de luz penetraban en ella a travйs de las altas ventanillas de las paredes laterales. El piso estaba cubierto de hъmedo serrнn y en todas partes se veнa polvo y suciedad. Existнa cierta apariencia de orden en la parte delantera de la tienda, en donde altos estantes se elevaban hasta las sombras, rebosantes de rollos de paсo, de loza, de enseres de cocina y de artнculos diversos. Pero en la parte de atrбs, al otro lado de los departamentos de madera, reinaba el caos.

Aquн no habнa pavimento en regla, y la confusa colecciуn de gйneros estaba amontonada de cualquier modo sobre la endurecida tierra. En la semioscuridad, Scarlett percibiу cajas y balas de mercancнas, arados, guarniciones y sillas de montar y ataъdes baratos, de pino. Muebles de segunda mano, que iban desde la madera ordinaria hasta la de palorosa, surgнan entre las tinieblas, y la lujosa pero gastada tapicerнa de brocado o de seda contrastaba incongruentemente con el miserable ambiente. Tazones, jarras y bacinillas de loza se alineaban por el suelo en compactas hileras, y junto a las cuatro paredes habнa profundos nichos, tan oscuros que tuvo que sostener la lбmpara encima de ellos para descubrir que contenнan semillas, clavos, tornillos e instrumentos de carpinterнa.

«Yo hubiera imaginado que un hombre tan minucioso y detallista como Frank lo tendrнa todo mбs ordenado —pensу mientras se limpiaba con un paсuelo el polvo de las manos—. Esto es una porquerнa. ЎVaya un modo de tener una tienda! Si quitase el polvo a los gйneros y los pusiese a la vista de los parroquianos, venderнa todo con mucha mayor rapidez. »

Y, si sus gйneros se hallaban en tan deplorable estado, Ўcуmo andarнa su contabilidad!

«Voy a ver su libro de cuentas», pensу. Y cogiendo la lбmpara, volviу a la parte delantera de la tienda. Willie, el muchacho del mostrador, se mostrу algo reacio en entregarle el sucio «libro mayor». Era evidente que compartнa la opiniуn de Frank de que las mujeres estaban de mбs en las cosas comerciales. Pero Scarlett le cerrу el pico con cuatro palabras tajantes y le mandу que se fuese a comer. Se sintiу mбs a sus anchas despuйs de que йl se fue, porque su desaprobaciуn la molestaba. Se sentу en una silla con asiento de rejilla, junto a la enrojecida estufa, encogiу una pierna bajo la otra y colocу el libro sobre su regazo. Era la hora de comer y las calles estaban desiertas. No entrу ningъn comprador; estaba sola en la tienda.

Fue volviendo las pбginas lentamente, ojeando curiosamente nombres y cifras escritos por la cuidadosa y caligrafiada mano de Frank. ЎEra lo que ella esperaba! Frunciу el ceсo al ver esta nueva prueba de la falta de sentido comercial de Frank. Por lo menos quinientos dуlares en dйbitos, algunos con varios meses de antigьedad, aparecнan apuntados bajo los nombres de personas que Scarlett conocнa muy bien. Los Merriwether y los Elsing entre otros muy familiares para ella. Juzgando por los depreciatorios comentarios de Frank acerca del dinero que «la gente» le debнa, se habнa imaginado que las sumas eran muy pequeсas. ЎPero aquello!

«Si no pueden pagar, їpor quй siguen comprando? —pensу irritada^—, Y, si йl sabe que no pueden pagar, їpor quй sigue vendiйndoles cosas? Muchos de ellos podrнan pagar si йl los forzase un poco. Los Elsing ciertamente podrнan pagar, ya que les es dable regalar a Fanny un vestido nuevo de raso y celebrar una boda tan costosa. Frank es demasiado blando, y la gente se aprovecha. Si cobrase siquiera la mitad de ese dinero, podrнa comprar el taller de aserrar, a pesar de haberme dado el dinero para los impuestos. »

Entonces pensу: «No puedo imaginarme a Frank, dirigiendo un taller de aserrar. ЎSanto Dios! Si lleva la tienda como un establecimiento de beneficencia, їcуmo puede esperar ganar dinero con un taller asн? El sheriff se lo iba a quitar antes de un mes. ЎPero yo podrнa llevar la tienda mejor que йl! Y tambiйn sabrнa dirigir un aserradero mejor que йl, aunque ahora no tenga idea del negocio de maderas».

Era una idea mбs que atrevida la de que una mujer pudiese dirigir un negocio igual o aun mejor que un hombre; era una idea revolucionaria, pensу Scarlett, que se habнa criado en la tradiciуn de que los hombres eran omniscientes y las mujeres no pecaban de inteligentes. Por supuesto, habнa descubierto que aquello no era realmente cierto, pero la agradable ficciуn todavнa ocupaba un lugar en su mente. Hasta entonces, jamбs habнa fijado en palabras una idea tan original. Se quedу sentada y quieta, con el libro en las manos, con la boca entreabierta por la sorpresa, recordando que durante los meses de estrechez en Tara ella habнa estado haciendo una labor de hombre y la habнa hecho bien. Le habнan enseсado a creer que una mujer sola era incapaz de hacer nada, pero ella se las habнa arreglado para dirigir la plantaciуn sin un hombre que la ayudase hasta que llegу Will. «їCуmo? —exclamaba mentalmente—. ЎLas mujeres pueden hacer cualquier cosa, todo, sin el auxilio masculino... excepto parir hijos, y Dios sabe que ninguna mujer con los sentidos cabales tendrнa hijos si pudiese evitarlo! »

Con la idea de que ella era tan capaz como cualquier hombre, surgiу de Scarlett una oleada de orgullo y un violento deseo de probarlo, de ganar dinero por sн sola, como lo ganan los hombres. Dinero que serнa suyo propio, del que no tendrнa que pedir ni que dar despuйs cuentas a ningъn hombre.

«ЎQuй lбstima que no tenga yo dinero bastante para comprar el aserradero! —dijo en voz alta, suspirando—. Estoy segura de que lo harнa funcionar magnнficamente. Y no dejarнa que saliese de йl a crйdito ni una astilla. »

Suspirу otra vez. No podнa sacar dinero de ninguna parte, y por lo tanto la idea era irrealizable. Frank era el que tenнa que cobrar el dinero que le debнan y adquirir ese taller. Era un medio seguro de hacer dinero, y cuando fuese dueсo del negocio ya descubrirнa ella alguna manera de hacerle ser mбs comerciante en sus transacciones de lo que habнa sido con la tienda.

Arrancу una de las ъltimas pбginas del libro de cuentas y comenzу a copiar la lista de deudores que no habнan hecho pago alguno en los meses recientes. Tendrнa que hablar de ello a Frank en cuanto llegase a casa. Debнa hacerle comprender que aquellas gentes tenнan que liquidar sus deudas, aunque fuesen viejos amigos, aunque fuese embarazoso reclamarles el dinero. Claro que ello disgustarнa a Frank, quien era tнmido y deseaba conservar la buena opiniуn que de йl tenнan sus amigos. Su delicadeza era tal, que antes perderнa ese dinero que obrar como un verdadero comerciante para lograr el cobro.

Y probablemente dirнa que nadie tenнa ahora dinero para pagarle. Bueno, acaso fuese asн. La pobreza no era cosa nueva para ella. Pero casi todo el mundo habнa podido salvar plata o alhajas, o apegarse a una finquita. Frank podнa aceptar algo de eso en vez de dinero contante. Podнa imaginarse ya cуmo Frank habrнa de gemir cuando ella le expusiese la idea. ЎLlevarse las alhajas o las propiedades de sus amigos! «Bueno —se dijo con una sacudida de hombros—, que gima todo lo que quiera. Yo le voy a decir que, si йl se conforma con ser pobre toda su vida por causa de los amigos, yo no. Frank jamбs llegarб a ser nada como no muestre mбs energнas. ЎY tiene que llegar a ser algo! Tiene que ganar dinero, aunque para ello me vea obligada yo a ponerme sus pantalones. »

Estaba escribiendo aceleradamente, con la expresiуn tensa por el esfuerzo y la lengua apretada contra los dientes, cuando se abriу la puerta de la calle y una rбfaga de frнo viento barriу la tienda entera. Un hombre alto entrу en el tenebroso compartimiento con pasos ligeros y silenciosos como los de un indio. Y, al levantar los ojos, Scarlett vio a Rhett Butler.

Estaba resplandeciente en su nueva indumentaria, con un abrigo que ostentaba una airosa pelerina echada hacia atrбs sobre sus fuertes hombros. Se quitу su alto sombrero de copa en una gran reverencia cuando sus miradas se cruzaron y se llevу la mano a la pechera de una impecable camisa a pliegues. Sus blancos dientes relucнan al destacarse de su morena tez y sus osados ojos parecieron escudriсarla totalmente.

—ЎQuerida seсora Kennedy! —dijo avanzando hacia ella. Y soltу una ruidosa carcajada.

Al principio, ella quedу tan asustada como si un fantasma hubiese invadido la tienda, pero en seguida, apresurбndose a sacar el pie, que tenнa encogido debajo de una pierna, se incorporу rнgidamente y le dirigiу una frнa mirada.

—їQuй viene usted a hacer aquн?

—Fui a visitar a la seсorita Pittypat y me enterй de su matrimonio, y me apresuro, por lo tanto, a venir a felicitarla.

El recuerdo de la humillaciуn sufrida con йl la hizo ponerse roja de vergьenza.

—ЎNo sй cуmo tiene usted la osadнa de ponerse ante mi vista!

—ЎMuy al contrario! їTiene usted valor para enfrentarse conmigo?

—ЎOh, es usted el mбs...!

—їY si pactбsemos una tregua? —dijo Rhett sonriйndole, en una sonrisa amplia y luminosa que revelaba descaro en йl, pero no vergьenza de sus propias acciones ni condenaciуn de las ajenas. Involuntariamente, ella hubo de sonreнrse tambiйn, pero con sonrisa forzada, violenta.

—ЎQuй lбstima que no lo ahorcasen!

—Hay otras personas que opinan lo mismo, me temo... Vamos, Scarlett, sosiйgъese. Parece como si se hubiese tragado un ariete, y esto no la favorece, la verdad. Ha tenido ya tiempo suficiente para rehacerse de mi..., bueno, de mi pequeсa broma.

—їUna broma? ЎNo la olvidarй jamбs!

—ЎSн, se le pasarб! Quiere usted aparecer muy indignada porque le parece que йsa es la actitud mбs procedente y respetable. їMe puedo sentar?

—No.

Йl se dejу caer sobre una silla junto a ella e hizo una mueca.

—Conque, їno pudo aguardarme ni siquiera un par de semanas? —dijo con un suspiro burlуn—. ЎQuй variable es la mujer!

Al ver que ella no replicaba, continuу:

.: —Dнgame, Scarlett, asн entre amigos..., entre amigos antiguos y muy нntimos..., їno hubiera sido mбs acertado aguardar hasta que yo saliese de la cбrcel? їO es que los encantos de la vida matrimonial con Frank son mбs atractivos que los de unas relaciones ilнcitas conmigo?

Como siempre que sus sarcasmos despertaban la ira en ella, la ira luchaba con la risa causada por su mismo descaro.

—No sea usted absurdo.

—їY no le importarнa satisfacer mi curiosidad acerca de un punto que me viene intrigando desde hace algъn tiempo? їNo ha sentido usted jamбs la menor repugnancia femenina, ningъn escrъpulo de delicadeza antes de casarse, no ya con un hombre, sino con dos, por quienes no sentнa usted amor, ni siquiera afecto? їO es que yo estaba mal informado acerca de la delicadeza de nuestras mujeres del Sur?

—ЎRhett!

—Ya me ha constestado. Siempre he creнdo que las mujeres poseнan un temple y una resistencia desconocidos para los hombres a pesar de la bonita ficciуn que me enseсaron en la niсez de que las mujeres son seres frбgiles, tiernos y sensitivos. Pero, claro, segъn el cуdigo europeo de etiqueta, es de mal gusto que marido y mujer se amen. De muy mal gusto en verdad. Siempre me ha parecido que los europeos tenнan razуn en este particular. Casarse por conveniencia y amar por placer. Un sistema muy acertado, їverdad? Estб usted mбs cerca del viejo mundo de lo que yo creнa.

Quй agradable hubiera sido poderle gritar: «ЎNo me casй por conveniencia! » Pero, desgraciadamente, Rhett estaba al corriente de todo, y cualquier protesta de inocencia ofendida sуlo suscitarнa en йl mбs comentarios punzantes.

—Esto son cosas que usted se figura —contestу ella glacialmente. Deseosa de cambiar de tema, le preguntу—: їCуmo pudo usted salir de la prisiуn?

—ЎOh, eso! —respondiу Rhett con un ligero gesto—. No hubo gran dificultad. Me soltaron esta maсana. Recurrн a un delicado sistema de comunicar a escondidas con un amigo de Washington que figura mucho en las altas esferas del Gobierno Federal. ЎUn gran tipo! Uno de esos firmes patriotas de la Uniуn de quienes yo solнa comprar mosquetes y miriсaques para la Confederaciуn. Cuando se puso en su conocimiento, de manera adecuada, mi angustiosa situaciуn, se apresurу a utilizar su influencia, y me dejaron en libertad. La influencia lo es todo, Scarlett. Recuйrdelo si la detienen alguna vez. La influencia lo es todo y la culpabilidad o la inocencia es meramente una cuestiуn acadйmica.

—Jurarнa que no era usted inocente.

—No. Ahora que estoy libre de trabas, admitirй francamente que soy tan culpable como Caнn. Matй al negro. Fue insolente con una dama, y їquй otra cosa podнa hacer un caballero del Sur? Y, puesto que hago mi confesiуn, debo admitir tambiйn que matй a un soldado yanqui de caballerнa despuйs de tener unas palabras con йl en un bar. Jamбs me acusaron de tal pecadillo, asн es que acaso algъn otro pobre diablo haya sido ahorcado por йl, hace tiempo.

Rhett hablaba de sus crнmenes con tanto desparpajo que la sangre se le helaba a Scarlett en las venas. Palabras de indignaciуn subнan ya a sus labios cuando se acordу sъbitamente del yanqui que yacнa bajo la maraсa de vides de Tara. Aquello no habнa inquietado su conciencia mбs que si hubiese pisado una cucaracha. No podнa condenar a Rhett cuando ella era tan culpable como йl.

—Y como al parecer estoy naciendo confesiуn general, le dirй en estricta confianza (lo que significa que no debe decнrselo a la seсorita Pittypat) que sн tenнa el dinero, puesto a salvo en un Banco de Liverpool.

—їEl dinero?

—Sн; el dinero que tanta curiosidad inspiraba a los yanquis. No fue realmente tacaсerнa lo que me impidiу darle el dinero que usted necesitaba. Si yo hubiese girado una letra, se hubieran enterado de un modo u otro, y usted no hubiera percibido ni un centavo. Mi ъnica esperanza estaba en no hacer nada. Sabнa que el dinero se hallaba completamente seguro, porque si ocurrнa lo peor, si lo localizaban, si trataban de quitбrmelo, yo hubiera denunciado a todo «patriota» yanqui que me vendiу municiones y maquinaria durante la guerra. Y algunos de los elevados personajes de Washington no olerнan muy bien. De hecho, fue mi amenaza de confesarlo todo lo que me sacу de la cбrcel. Yo...

—їQuiere ello decir que... que realmente tiene usted en su poder el oro de la Confederaciуn?

—Todo, no. ЎCielos, no! Debe haber por lo menos una cincuentena de antiguos burladores del bloqueo que tienen un poco escondido en Nassau, en Inglaterra y en el Canadб. Por eso somos muy mal mirados por los confederados que no supieron ser tan listos como nosotros. Yo poseo cerca de medio millуn. Piйnselo, Scarlett; Ўmedio millуn de dуlares, si hubiese usted domeсado. su fiero carбcter y no se hubiese precipitado al lazo conyugal otra vez!

ЎMedio millуn de dуlares! Scarlett sintiу una punzada casi como de dolor fнsico al pensar en una cantidad tan grande. Las irуnicas palabras de Rhett pasaron por su cabeza sin que ella las oyese siquiera. Era difнcil creer que existiese tanto dinero en aquel mundo amargo y empobrecido. ЎTanto dinero, tanto dinero, y alguien lo tenнa, alguien que lo tomaba como cosa de juego, y que no lo necesitaba! Y ella sуlo tenнa un esposo enfermo y aviejado, y esta sucia y miserable tiendecilla como protecciуn contra un mundo hostil. No era justo que una mala persona como Rhett Butler poseyese tanto y que ella, que soportaba tanto peso, tuviese tan poco. Le indignaba verlo delante con su elegante indumentaria, atormentбndola sin piedad. Bueno, no serнa ella la que fomentase su vanidad con alabanzas a su inteligencia. Buscaba con ansia palabras para herirle.



  

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