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CUARTA PARTE 11 страница



—Sн, quiero comprarlo ahora, antes de que cambie usted de parecer.

Йl se riу tan ruidosamente, que el dependiente se asombrу y le mirу con curiosidad. —їSe ha olvidado usted de que estб casada? La seсora de Kennedy no puede permitir que la vean yendo en coche hacia las afueras de la ciudad con este desprestigiado Butler, al que no reciben en los salones decentes. їHa olvidado usted su reputaciуn?

—ЎQue se vaya a paseo mi reputaciуn! Quiero ese aserradero antes de que usted cambie de opiniуn o de que Frank se entere de que lo compro. No ande usted con tonterнas, Rhett. їQuй importa una lluvia ligera? Vayamos pronto.

ЎAquel aserradero! Frank se daba al diablo cada vez que pensaba en йl, maldiciendo de sн mismo por habйrselo mencionado a Scarlett. Ya era malo de por sн que hubiese vendido sus arracadas al capitбn Butler (Ўa Butler precisamente! ) y hubiese adquirido el taller de aserrar sin consultar siquiera a su marido; pero era mucho peor todavнa que no le hubiese entregado a йl la direcciуn. Esto le disgustaba. Parecнa como si no tuviese confianza en йl o en su criterio.

Frank, como los demбs hombres, sabнa y creнa que una mujer debнa estar guiada siempre por el superior conocimiento de su esposo, que debнa aceptar totalmente sus opiniones y no poseer ninguna propia. Йl hubiera cedido ante la mayor parte de las mujeres. Las mujeres eran pequeсos seres tan especiales que no importaba satisfacer sus antojillos. Suave y moderado por naturaleza, no estaba en йl oponerse mucho a su esposa. Hubiera sido un placer para йl complacer los pueriles caprichos de una personilla asн y reсirla cariсosamente por sus infantiles prodigalidades. Pero las cosas que se proponнa \ hacer Scarlett eran inadmisibles.

Lo del aserradero, por ejemplo. Experimentу el asombro mayor de toda su vida cuando ella le dijo, contestando a sus preguntas y sonriendo dulcemente, que tenнa la intenciуn de dirigirlo ella misma. «Dedicarme yo misma al negocio de maderas», fue la manera que tuvo de expresarlo. Frank no olvidarнa jamбs el horror de aquel momento. ЎDedicarse ella a los negocios! Era inconcebible. En Atlanta no habнa mujeres dedicadas a los negocios. A decir verdad, Frank no habнa oнdo jamбs que ninguna seсora se dedicase a los negocios en alguna parte. Si una mujer tenнa la desgracia de verse obligada a ganar algъn dinero para ayudar a la familia en tiempos tan difнciles, lo ganaba de manera discreta y femenina: junto a un horno, como la seсora Merriwether; o pintando porcelana, cosiendo o tomando huйspedes, como la seсora Elsing y Fanny; o enseсando en una escuela, como la seсora Meade; o dando lecciones de mъsica, como la seсora Bonnel. Aquellas damas ganaban dinero, pero se quedaban en sus casas para ganarlo, como debнa hacer una mujer. Pero que una mujer abandonase la protecciуn del hogar y se aventurase por el rudo mundo masculino, compitiendo en los negocios con los hombres, dбndose codazos con ellos, exponiйndose a los insultos y a las murmuraciones... ЎEspecialmente cuando no necesitaba hacerlo, cuando tenнa un marido plenamente capaz de mantenerla!

Frank esperaba que ella no quisiese mбs que gastarle una broma, una broma de dudoso gusto, pero pronto descubriу que le hablaba en serio. Comenzу a dirigir el aserradero. Se levantaba antes que йl para ir en su cochecillo hasta el final de Peachtree Street y con frecuencia no volvнa a casa hasta mucho despuйs de haber йl cerrado la tienda y regresado a cenar en casa de la tнa Pittypat. Recorrнa las largas millas hasta el taller sin mбs protecciуn que la del reacio y viejo Peter cuando por todas partes pululaban los negros liberados y el hampa yanqui. Frank no podнa ir con ella, porque la tienda le absorbнa todo su tiempo; pero, cuando protestу, ella le dijo en tono resuelto:

—Tengo que vigilar a ese canallita de Johnson. De lo contrario, serнa capaz de vender mis maderas y guardarse el dinero. Cuando pueda buscar un hombre que sirva para encargarse del taller, no tendrй que ir por allн tan a menudo. Entonces podrй quedarme en la ciudad a vender la madera.

ЎVender madera en la ciudad! Esto era lo peor. Con frecuencia no aparecнa por el taller durante todo el dнa y se dedicaba a ofrecer el gйnero casi de puerta en puerta, y, en tales dнas, Frank deseaba esconderse en la trastienda y no ver a nadie. ЎSu mujer vendiendo madera!

Y la gente hablaba terriblemente mal de ella. Probablemente, de йl tambiйn, por pernitirle que se comportase en una forma tan poco femenina. Se sentнa embarazado al enfrentarse con sus parroquianos desde el otro lado del mostrador y oнrlos decir: «He visto a su esposa hace pocos minutos en... », lodo el mundo se interesaba en decirle lo que ella hacнa. Todo el mundo se complacнa en contarle lo que sucediу cuando construнan el nuevo hotel. Scarlett llegу allн precisamente cuando Tommy Wellburn estaba comprando madera a otro individuo, y ella se apeу del cochecillo entre los rudos albaсiles irlandeses que ponнan los cimientos y asegurу a Tommy, en pocas palabras, que le engaсaban. Dijo que su madera era mejor que la de nadie, y mбs barata ademбs, y para probarlo sumу de memoria una larga columna de nъmeros y le dio un presupuesto de coste allн mismo. Ya estaba mal eso de haberse metido entre rudos obreros, pero era todavнa peor que una mujer mostrase pъblicamente que conocнa las matemбticas de tal modo. Cuando Tommy aceptу su presupuesto y le firmу el pedido, Scarlett no se despidiу inmediatamente con discreciуn, sino que se quedу allн charlando con Johnnie Gallegher, el capataz de los operarios irlandeses, un gnomo de malas pulgas que gozaba de pйsima reputaciуn. Toda la ciudad hablу del asunto durante varias semanas.

Para colmo, ganaba dinero efectivamente con el aserradero, y ningъn hombre podrнa estar contento de que su mujer tuviese йxito en actividades tan poco femeninas. Y tampoco le entregaba el dinero, o parte de йl, para que se empleara en la tienda. La mayor parte iba a Tara, y Scarlett escribнa cartas interminables a Will Benteen diciйndole exactamente cуmo habнa que gastarlo. Ademбs, manifestу a Frank que, si podнa terminar las reparaciones necesarias en Tara, se proponнa prestar el dinero que tuviese disponible, pero sobre hipotecas.

«ЎDios mнo! ЎDios mнo! », gemнa Frank siempre que pensaba en ello. Una mujer no debнa saber siquiera lo que era una hipoteca.

Scarlett hacнa toda clase de planes aquellos dнas, y cada uno de ellos le parecнa a Frank peor que el precedente. Hablу incluso de construir un bar en el terreno en donde habнa estado su almacйn de depуsito hasta que Sherman lo destruyу. Poseer fincas dedicadas a tabernas era un mal negocio, un negocio de mala nota, casi tan malo como el de alquilar una finca para casa de prostituciуn. Pero йl no podнa explicarse por quй estaba mal y a sus torpes argumentos ella sуlo contestaba:

—ЎBah! ЎTonterнas! Los bares siempre son buenos inquilinos. Asн lo decнa el tнo Henry—aseguraba—. Siempre pagan puntualmente el alquiler. Mira, Frank, se podrнa construir un bar modesto, con la madera de mala calidad que no logro vender, y sacar una buena renta, y con el producto de esta renta y del aserradero podrнa comprar mбs talleres de aserrar.

—Pero, cariсito, Ўno necesitas mбs talleres! —exclamaba Frank, horrorizado—. Lo que debнas hacer es vender el que tienes. Te estб dando demasiado trabajo, y ya sabes lo difнcil que es el conseguir que trabajen en йl los negros liberados...

—Los negros liberados no sirven ciertamente para nada —convino Scarlett, pasando por alto la alusiуn de que debнa desprenderse del taller—. El seсor Johnston dice que todas las maсanas, cuando va a trabajar, no sabe si tendrб o no el personal completo. Ya no se puede contar con los negros. Trabajan un dнa o dos y luego descansan hasta que se han gastado el jornal cobrado, y toda la cuadrilla es muy capaz de perderse de vista de la noche a la maсana. Cuanto mбs veo los resultados de la emancipaciуn, mбs criminal me parece. Ha acabado con los negros. Millares de ellos estбn ociosos, y aquellos a los que podemos persuadir de que trabajen en el taller son tan holgazanes y tornadizos que no vale la pena de tenerlos allн. Y si llega uno a insultarles —Ўy no digo nada si se les dan unos cuantos golpes por su bien! —, la Oficina de Hombres Liberados se echa encima como un pato sobre un insecto.

—Monada, tъ no permitirбs que el seсor Johnson pegue a esos...

—No, por supuesto —replicу ella con impaciencia—. їNo acabo de indicarte que los yanquis me meterнan en la cбrcel si lo hiciese?

—Apostarнa a que tu padre jamбs dio una paliza a un negro en su vida —dijo Frank.

—Una sola vez. A un chico de la caballeriza que no cepillу a su caballo despuйs de un dнa de caza. Pero entonces era distinto, Frank. Los negros libres son de otro gйnero, y una buena paliza les sentarнa bien a muchos de ellos.

Frank estaba asombrado, no sуlo por las opiniones y planes de su consorte, sino por el cambio que se habнa realizado en ella durante los pocos meses transcurridos desde su matrimonio. Йsta no era ya la criatura dulce, suave y femenina que habнa tomado por esposa. Durante el breve perнodo del noviazgo, pensу que jamбs habнa encontrado a una mujer mбs atractivamente femenina, en sus reacciones ante la vida, mбs ignorante, tнmida, asustadiza... Ahora, todas sus reacciones eran masculinas. A pesar de sus rosadas mejillas y de sus hoyuelos y de sus agradables sonrisas, hablaba y obraba como un hombre. Su voz era incisiva y decidida, y resolvнa las cosas instantбneamente, sin vacilaciones ni rodeos de colegiala. Sabнa lo que querнa y salнa a buscarlo por el camino mбs corto, como debнa hacer un hombre, no por los ocultos y sinuosos caminos peculiares a las mujeres.

No era que Frank no hubiese visto nunca mujeres autoritarias. Atlanta, lo mismo que cualquier otra ciudad del Sur, tenнa su nъmero de viudas enйrgicas a quienes nadie se atrevнa a irritar. Nadie podнa ser mбs dominadora que la gruesa seсora Merriwether, o mбs imperiosa que la frбgil seсora Elsing, ni mбs astuta para conseguir lo que deseaba que la seсora Whiting, con su voz armoniosa y su pelo corto de plata. Pero todos los medios y recursos empleados por esas damas eran siempre resursos femeninos. Se esforzaban por mostrarse deferentes con las opiniones de los hombres, tanto si se dejaban guiar por ellas como si no. Tenнan la cortesнa de aparentar que seguнan los consejos masculinos, y esto era lo que importaba. Pero Scarlett no aceptaba mбs guнa que la suya propia, y llevaba sus negocios de manera tan masculina, que toda la ciudad hablaba de ella.

«Y para colmo —pensaba Frank, acongojado—, probablemente hablarбn de mн tambiйn por dejarla obrar de un modo tan poco femenino. »

Ademбs, habнa lo de aquel Butler. Sus frecuentes visitas a la casa de la tнa Pittypat eran la peor humillaciуn de todas.. A Frank le habнa desagradado siempre, aun en los tiempos anteriores a la guerra, cuando habнa tenido negocios con йl. Muchas veces maldijo el dнa en que se le ocurriу llevarlo a Doce Robles y presentarlo a sus amigos. Le despreciaba por la frнa crueldad con que habнa obrado en sus especulaciones durante la guerra, asн como por el hecho de que no habнa estado en el Ejйrcito. Los ocho meses de servicio con la Confederaciуn eran conocidos sуlo por Scarlett, porque Rhett le rogу, con pretendido temor, que no revelase su vergьenza a nadie. Sobre todo, Frank le censuraba por seguir reteniendo el oro de los confederados, cuando los hombres honrados, como el almirante Bulloch y otros, al hallarse en idйntica situaciуn, devolvieron muchos miles de dуlares el Tesoro federal. Pero, tanto si le gustaba a Frank como si no, Rhett era un visitante asiduo.

Aparentemente, era la seсorita Pittypat a quien iba a ver, y йsta era tan ingenua que lo creнa y se mostraba lisonjeada por sus visitas. Pero Frank abrigaba la desagradable sensaciуn de que la seсorita Pittypat no era la atracciуn que le llevaba allн.

El pequeсo Wade se habнa aficionado mucho a йl, a pesar de ser muy tнmido con todo el mundo, e incluso le llamaba «tнo Rhett», lo que molestaba a Frank. Y Frank no podнa por menos de recordar que Rhett habнa acompaсado mucho a Scarlett durante los tiempos de la guerra y que se habнa murmurado de ellos. Ninguno de sus amigos tenнa valor para mencionar nada de eso a Frank, por francas que fuesen sus palabras al juzgar la conducta de Scarlett en lo referente al aserradero. Pero Kennedy no pudo por menos de observar que a Scarlett y a йl se les invitaba menos a comidas y a fiestas y que cada vez recibнan menos visitas. A Scarlett le desagradaban la mayor parte de sus vecinos, y estaba demasiado ocupada para ir a ver a los pocos que le eran simpбticos; asн es que la escasez de visitantes no la perturbу lo mбs mнnimo. Pero a Frank le afectaba mucho, una enormidad.

Durante toda su vida, Frank habнa estado demasiado preocupado por la frase: «їQuй dirбn los vecinos? », y ahora se veнa indefenso ante las repetidas infracciones de Scarlett a las convenciones sociales. Estaba seguro de que todo el mundo desaprobaba a Scarlett y le despreciaba a йl por permitirle «perder el sexo». Ella hacнa muchas cosas que un marido no debiera tolerar; pero si le daba уrdenes en contrario, si intentaba criticarla o argumentar con ella, la tempestad descargaba pronto sobre su cabeza.

—ЎVбlgame Dios! —exclamaba йl, impotente—. Se enfurece con mбs rapidez y le dura la furia mucho mбs que a ninguna mujer que yo haya conocido en mi vida.

Aun en los momentos en que las cosas marchaban mбs plбcidamente, era maravilloso ver cuan pronto la esposa cariсosa y alegre que andaba tarareando por la casa podнa transformarse por completo en una persona totalmente distinta. Bastaba con que йl dijese: «Nena, yo en tu lugar no... », para que la tempestad estallara.

Sus negras cejas se apresuraban a contraerse en agudo бngulo sobre la naricilla, y Frank se atemorizaba y casi lo dejaba ver. Scarlett tenнa el temperamento de un tбrtaro y la furia de un gato montes y, en tales accesos, no parecнa preocuparse de lo que decнa ni de a quiйn podнa agraviar. Melancуlicas nubes se cernнan sobre la casa en tales ocasiones. Frank iba pronto a la tienda y se quedaba hasta tarde. Pittypat se escurrнa hacia su dormitorio como un conejo que corre a meterse en su madriguera. Wade y el tнo Peter se retiraban a la cochera, y la cocinera no salнa de la cocina ni levantaba la voz en sus cбnticos de alabanza al Seсor. Sуlo Mamita soportaba las rabietas de Scarlett con ecuanimidad; pero Mamita habнa tenido ya muchos aсos de entrenamiento con Gerald O'Hara y sus arranques.

Scarlett no se proponнa tener mal genio y querнa realmente ser una buena esposa para Frank, porque le habнa tomado afecto y le estaba agradecida por su auxilio para salvar a Tara. Pero ponнa muy a prueba su paciencia y de diversas maneras.

Scarlett no podнa respetar a un hombre que se dejaba dominar por ella, y la tнmida y vacilante actitud que Frank desplegaba en cualquier situaciуn desagradable, con ella o con los demбs, la irritaba extremadamente. Pero hubiera podido perdonar esto e incluso ser feliz, ahora que algunos de sus problemas monetarios se iban resolviendo, si no hubiese sido por la constantemente renovada exasperaciуn nacida de mъltiples incidentes que revelaban que Frank no era un hombre de negocios ni querнa que ella lo fuese.

Como se figuraba, Frank rehusу cobrar las cuentas atrasadas hasta que ella le azuzу, y lo hizo luego de manera poco firme y de mala gana. Esta experiencia fue la prueba final que Scarlett necesitaba para convencerse de que la familia Kennedy jamбs pasarнa de cubrir sus necesidades, a menos que ella personalmente ganase el dinero que estaba resuelta a tener. Sabнa ahora que Frank se contentarнa con ir tirando el resto de su vida con la sucia tiendecilla. No parecнa hacerse cargo de cuan tenue era la cuerda que sujetaba el ancla de la seguridad y de lo importante que era ganar mбs dinero en aquellos revueltos tiempos en que el dinero era la ъnica protecciуn contra nuevas calamidades.

Frank podнa haber sido un buen comerciante en los dнas fбciles de la anteguerra, pero estaba chapado muy a la antigua, segъn le parecнa a ella, y se emperraba en hacer las cosas a la antigua, cuando los dнas de antes y los mйtodos de antes ya se habнan acabado. Carecнa en absoluto de la agresividad indispensable en estos enconados tiempos. Pues bien, ella poseнa tal agresividad y habrнa de emplearla, tanto si a Frank le gustaba como si no. Necesitaba dinero y ella lo estaba ganando, pero con un trabajo duro. En su opiniуn, lo menos que Frank podнa hacer era no estorbar los planes de su mujer, ya que conseguнan buenos resultados.

Dada su inexperiencia, la direcciуn del nuevo taller no era cosa fбcil, y la competencia era mбs reсida que al principio, y de ahн que muchas noches, al regresar a su casa, se sintiese rendida, preocupada y malhumorada. Y cuando Frank tosнa tнmidamente y le decнa: «Nena, yo no harнa eso», o: «Nena, si estuviese en tu lugar... », tenнa que hacer un gran esfuerzo para no estallar en furia, y a veces no sabнa contenerse. Si йl no tenнa agallas para hacer mбs dinero, їpor quй habнa de criticarla siempre? ЎY las cosas por las que se atormentaba eran tan nimias! їQuй mбs daba, en tiempos como los actuales, que ella no fuese muy femenina? Especialmente cuando el poco femenino aserradero producнa el dinero que se necesitaba tanto para ella como para la familia y para el mismo Frank.

Frank deseaba reposo y tranquilidad. La guerra, en la que habнa participado tan concienzudamente, le habнa estropeado la salud, le habнa costado su fortuna y habнa hecho de йl un viejo. No deploraba nada de esto y, despuйs de cuatro aсos de guerra, lo ъnico que pedнa a la vida era paz y amabilidad, caras sonrientes en derredor suyo y la aprobaciуn de sus amigos. Pronto averiguу que la paz domйstica tenнa su precio y que este precio era dejar que Scarlett hiciese lo que se le antojase, fuere lo que fuere. De ahн que, sintiйndose tan cansado de luchar, comprase la deseada paz aun a ese precio. A veces, pensaba que valнa la pena hacerlo al ver la sonrisa de su mujer cuando ella le iba a abrir la puerta principal en el frнo crepъsculo y le besaba en la oreja, en la nariz o en cualquier sitio impropio, o al sentir su cabecita anidar lбnguidamente bajo su brazo por la noche, entre las abrigadas mantas de la cama. ЎEl hogar era tan agradable cuando se dejaba a Scarlett hacer lo que le viniese en gana! Pero la paz que Frank lograba era falsa, solamente externa, porque la habнa comprado a costa de todo lo que йl creнa sagrado en la vida conyugal.

«La mujer tiene que prestar mбs atenciуn a su casa y a su familia y no andar corriendo por ahн como un hombre —pensaba—. Acaso si tuviese un nene... »

Sonreнa al pensar en un nene, y se acordaba de ello con frecuencia. Scarlett habнa dicho abiertamente que no querнa mбs hijos, pero йstos rara vez aguardaban a recibir una invitaciуn especial. Frank sabнa que muchas mujeres decнan que no querнan tener hijos, pero todo esto eran temores y tonterнas. Si a Scarlett le naciese otro nene, le querrнa mucho y serнa feliz quedбndose en casa a cuidarlo. Se verнa entonces obligada a vender el taller de aserrar, y asн se terminarнan sus problemas. Una mujer necesita hijos para ser completamente feliz, y Frank comprendнa que Scarlett no lo era. Por ignorante que йl fuese en todo lo que respectaba a las mujeres, no estaba tan ciego que no viese que ella, en ocasiones, era desgraciada.

A veces, йl despertaba por la noche y percibнa el suave ruido de un llanto ahogado en la almohada. La primera vez que se despertу al sentir que la cama se movнa a compбs de las sacudidas de los sollozos, Frank se alarmу y preguntу: «їQuй te pasa, cariсo mнo? »; pero ella no le dio mбs respuesta que un grito vehemente: «ЎOh, dйjame, por favor! »

Sн, un hijo la harнa feliz y apartarнa su mente de cosas en las que no tenнa por quй interesarse. Mбs de una vez, Frank suspiraba y le parecнa haber logrado capturar un ave tropical resplandeciente con su plumaje de gemas y llamas, cuando йl se hubiera contentado simplemente con un vulgar reyezuelo desprovisto de tan brillantes colores. Sн, un pajarillo le hubiera valido mбs, mucho mбs.

 

Una hъmeda y tormentosa noche de abril, Tony Fontaine, que habнa llegado de Jonesboro en un caballo blanco cubierto de espuma y medio muerto de fatiga, se presentу a llamar a la puerta, despertando sobresaltadamente a Frank y a su mujer. Entonces, por segunda vez en cuatro meses, Scarlett hubo de medir todas las consecuencias de la Reconstrucciуn y comprender exactamente aquello a que Will habнa hecho alusiуn al decir: «Nuestras fatigas no han hecho mбs que empezar», reconociendo la exactitud de las sombrнas palabras pronunciadas por Ashley, en la puerta de Tara barrida por el viento: «Lo que nos espera es peor que la guerra, peor que la prisiуn, peor que la muerte».

Su primer contacto con la Reconstrucciуn databa del dнa en que ella se habнa dado cuenta de que Jonnas Wilkerson podнa echarla de Tara con ayuda de los yanquis. Pero esta vez la llegada de Tony vino a abrirle los ojos de un modo mбs tremendo aъn. Estaba oscuro y llovнa fuerte. Llamу Tony y minutos mбs tarde, se hundнa para siempre en la noche. Sin embargo, en el curso de aquel breve intervalo, tuvo tiempo de alzar el telуn sobre una nueva escena de horror, sobre una de las terribles escenas que Scarlett creнa disipadas para siempre.

Aquella noche tormentosa en que el aldabуn golpeaba violentamente la puerta, Scarlett, echбndose por encima su peinador, se inclinу sobre el vano de la escalera, entreviendo el rostro descompuesto de Tony antes de que йste hubiese apagado la luz que Frank tenнa en la mano. Bajу a tientas los escalones para ir apretarle la mano y le oyу murmurar en voz baja: «Me persiguen... Me he escapado de Jonesboro... Mi caballo no puede mбs y me muero de hambre... Ashley me ha dicho... No encienda la luz... No despierte a los negros. .. No quiero atraer peligros sobre ustedes... »

Una vez bien cerradas las maderas de la cocina y echadas todas las cortinas, consintiу al fin en que se encendiese un poco de luz y se puso a hablar a Frank con frases nerviosas, entrecortadas, en tanto Scarlett se afanaba en prepararle una improvisada comida.

No tenнa abrigo y estaba calado hasta los huesos. Tampoco traнa sombrero y sus cabellos negros se le pegaban a la frente estrecha. Sin embargo, en sus vivos ojos, los ojos de los mozos Fontaine, brillaba una llamita alegre que, esta noche, le daba a uno frнo. Scarlett le mirу tragar a grandes sorbos el whisky que le habнa traнdo y dio gracias al Cielo por el hecho de que tнa Pittypat roncara pacнficamente en su cuarto: se habrнa desvanecido ante una apariciуn semejante. —Un cerdo..., un scallawag menos —dijo, tendiendo su vaso, para que se lo llenasen de nuevo—. He hecho una escapada de todos los diablos; pero es el caso que peligra mi cabeza si no me largo de nuevo inmediatamente. Y merece la pena, Ўquй caramba! Voy a ver si puedo pasar la frontera de Texas y hacer que no vuelvan a acordarse de mн. Ashley estaba conmigo en Jonesboro y ha sido йl quien me ha aconsejado que venga a casa de ustedes. Mire a ver, Frank, si le es posible procurarme un caballo de refresco y algo de dinero. El caballo que traigo no puede mбs... He hecho todo el camino a marchas forzadas y..., como un imbйcil, me salн de casa sin capa, sin sombrero y sin un centavo. Y no es que nos sobrase el oro, allб abajo...

Se echу a reнr, lanzбndose vorazmente sobre una mazorca de maнz frнo y un plato de nabos recubiertos por una capa de grasa helada.

—Puede usted llevarse mi caballo —dijo Frank con calma—. Tengo en el bolsillo diez dуlares, pero si quiere esperar a maсana por la maсana...

—ЎQue si quiero esperar!... —exclamу Tony, enfбticamente, pero sin abandonar su buen humor—. Deben de venir pisбndome los talones; no crea que les saco tanta ventaja. De no haber sido por Ashley, que me ha cogido del cuello haciйndome salir a toda prisa, me hubiera quedado quieto como un imbйcil y a estas horas estarнa balanceбndome de una cuerda. Es un buen muchacho ese Ashley.

De modo que Ashley se encontraba implicado en aquel peligroso enigma. Scarlett sintiу que la sangre se le helaba en el corazуn. Sin darse cuenta, se llevу la mano a la garganta. їSe habrнan apoderado de Ashley los yanquis? Pero їpor quй Frank no pedнa explicaciones? їPor quй tomaba todo esto con tanta flema?

—їQuй?... їQuй... —consiguiу tartamudear.

—El antiguo administrador de su padre..., ese condenado Jonnas Wнlkerson.

—їQuй pasa? їEs que ha muerto?

—Caramba, Scarlett O'Hara —exclamу Tony, malhumorado—. їEs que iba a contentarme con hacerle un pequeсo araсazo con mi cuchillo, habiйndoseme metido en la cabeza arreglar mis cuentas con йl? No, por Dios. Eso estб liquidado.

—Tiene usted razуn —dijo Frank con desgana—. Nunca me ha sido simpбtico ese individuo.

Scarlett mirу a su marido. No se trataba ya de aquel Frank timorato que ella conocнa, el ser nervioso que pasaba las horas mordisqueбndose los bigotes y se dejaba conducir tan fбcilmente por malos caminos.

Habнa en Frank algo firme y resuelto, y no se mostraba dispuesto a perder el tiempo con palabras inъtiles. Era un hombre. Y Tony era un hombre tambiйn, y en esta circunstancia en que mediaba la violencia, una mujer no tenнa ni voz ni voto.

—Pero їes que... Ashley...?

—No. Йl querнa matarlo, pero yo le he dicho que йste era asunto mнo, porque Sally es mi cuсada. Y terminу por comprender que tenнa razуn. Me ha acompaсado a Jonesboro para estar allн si Wilkerson me hubiera cogido primero. Pero no me parece que el buen Ashley estй inquieto. Espero que no. їEs que no tienen compota para ponerle a esta mazorca? їNo podrнan darme algo mбs para llevarme?

—ЎMe va a dar un ataque si no me lo cuenta usted todo!

—Espere, para el ataque, a que yo me haya ido, si es que tiene empeсo en ello. Todo se lo contarй en tanto que Frank ensilla el caballo. Ese... Wilkerson ha fastidiado ya bastante. No tengo que decirle las tonterнas que ha hecho. Lo cual no es sino una muestra de su inclinaciуn por la crбpula. Pero lo peor de todo era el modo que tenнa de excitar a los negros. Si alguien me hubiera dicho que un dнa yo iba a odiar a los negros, no lo hubiera creнdo. ЎEl diablo cargue con sus negras almas! Toman por evangelio todo lo que les dicen esos canallas y olvidan lo que por ellos hemos hecho aquн abajo. Hoy los yanquis hablan de concederles el derecho de voto y, en cambio, a nosotros nos lo niegan. Mire, en el Condado apenas hay un puсado de demуcratas que no se vean tachados de las listas electorales, ahora que los yanquis han puesto de lado a todos los que combatieron en las filas del Ejйrcito confederado. Si dejan votar a los negros, estamos listos. ЎPero, en fin, Dios mнo, nuestro Estado es nuestro y no de los yanquis! Esto no se puede tolerar. Y no lo toleraremos. Nos pondremos enfrente, aunque ello signifique empezar de nuevo la guerra. Pronto tendremos jueces negros, legisladores negros..., gorilas negros salidos de la jungla...

—De prisa..., por favor. ї Quй ha hecho?

—Dйme un poco mбs de eso antes de envolverlo. Pues bien, empezу a esparcirse el rumor de que Wilkerson iba un poco demasiado lejos con sus principios de igualdad. їQuй quiere usted? Conferenciaba horas y horas con esos cretinos... En resumidas cuentas, tuvo el descoco de... —Tony se detuvo a tiempo—. Sн, el descoco de pretender que los negros tenнan derecho a... a... unirse con mujeres blancas.

—Por Dios, Tony, no...

—Pues sн Ўcaramba! No me extraсa que ponga usted esa cara aterrorizada. Pero es necesario, con todo, que estй al corriente. Los yanquis les han contado esto a los negros de Atlanta.

—No sabнa tal cosa.

—Entonces, es que Frank no ha querido hablar de ello. En todo caso, a consecuencia de esto, quedamos todos convenidos en hacer una visita... nocturna al seсor Wilkerson y despacharlo de una vez; pero antes de haber podido ejecutar nuestro proyecto... їSe acuerda usted de aquel mocetуn negro, Eustis, el que fue nuestro capataz?

—Sн.

—Pues bien, hoy mismo ha entrado en la cocina mientras Sally preparaba la cena y... no sй lo que le ha dicho. Tengo, por otra parte, la impresiуn de que no he de saberlo nunca; pero de todos modos algo le ha dicho y yo mismo he oнdo a Sally lanzar un grito. Entonces me he precipitado a la cocina y he encontrado a Eustis, borracho como un cerdo... Perdуn, Scarlett...

—Continъe.

—Entonces he acabado con йl de un pistoletazo y, cuando ha llegado corriendo la madre para atender a Sally, he saltado a la silla y he partido para Jonesboro a la busca de Wilkerson. Йl era el culpable. De no ser йl, jamбs al pobre bruto se le hubiera ocurrido... Junto a Tara, me encontrй a Ashley, el cual me acompaсу, naturalmente. Me dijo que, despuйs de lo que Wilkerson habнa tratado de hacer en Tara, querнa arreglarle йl mismo las cuentas. Por mi parte le repliquй que ello era a mн a quien me incumbнa, porque Sally era la mujer de mi hermano muerto en la guerra. Todo el camino hemos ido discutiendo. Al llegar a la ciudad, he aquн que me doy cuenta de que no habнa cogido mi pistola. Me la habнa dejado en la cuadra. Estaba tan lleno de ira, que se me habнa olvidado.

Aquн se detuvo y mordiу con toda su alma la mazorca de maнz que ahora comнa. Scarlett se estremeciу. La rabia asesina de los Fontaine se habнa hecho legendaria en el Condado, mucho antes de empezar aquel nuevo capнtulo.



  

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