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TERCERA PARTE 15 страница



Por un momento se quedaron paralizados, pero pronto Suellen y Carreen comenzaron a sollozar y a entrecruzar sus temblorosos dedos. El pequeсo Wade, como si hubiese echado raнces, quedу quieto y temblando, sin fuerzas ni para gritar. Lo que йl tanto temнa desde Atlanta sucedнa ahora. Los yanquis venнan a robarlo.

—їYanquis? —dijo Gerald vagamente—. ЎPero si los yanquis ya estuvieron aquн!

—ЎMadre de Dios! —gritу Scarlett, y su mirada encontrу los asustados ojos de Melanie.

Durante un fugaz momento pasaron por su memoria de nuevo los horrores de la ъltima noche en Atlanta, las casas arruinadas que moteaban toda la regiуn, todos los relatos de violaciones, tormentos y asesinatos que habнa oнdo. Vio otra vez al soldado yanqui en el vestнbulo, con el costurero de Ellen en la mano. Y pensу: «Morirй. Morirй aquн mismo. Creн que estas cosas habнan terminado ya. Morirй. No puedo aguantar mбs. »

Pero luego sus ojos se detuvieron en el caballo, ensillado y sujeto al poste, que esperaba a Pork, para dar un recado a los Tarleton. ЎSu caballo! Los yanquis se quedarнan con йl, y con la vaca y la ternera. Y con la cerda y los cerditos —oh, cuбntas penosas horas de bъsqueda habнa costado esa cerda! — y las бgiles gallinas, y los patos que las Fontaine les habнan regalado. Y los сames y las manzanas en la despensa. Y la harina, y el arroz, y los guisantes secos. Y el dinero en la cartera del soldado yanqui. Ahora se apoderarнan de todo lo que poseнan y les dejarнan morirse de hambre.

—ЎNo lo cogerбn! —gritу en voz alta, y todos la miraron sobrecogidos, temiendo que su juicio se hubiese resentido ante tales noticias—. ЎNo he de pasar hambre! ЎNo me lo quitarбn! —їQuй te pasa, Scarlett? їQuй te pasa?

—ЎEl caballo! ЎLa vaca! ЎLos cerdos...! ЎNo los cogerбn! ЎNo les dejarй que me los quiten!

Se volviу rбpidamente hacia los cuatro negros que se acurrucaban junto a la puerta, con caras que se habнan vuelto de un color ceniciento.

—ЎEl pantano! —les dijo rбpidamente.

—їQuй pantano?

—ЎEl pantano junto al arroyo, estъpidos! Llevad los cerdos al pantano. ЎEn seguida! Pork, tъ y Prissy deslizaos por los bajos de la casa y sacad a los cerdos. Suellen, Carreen y tъ, llevad los cestos con todos los vнveres que podбis cargar y escondedlos por el bosquecillo. Mamita: mete la plata en el pozo otra vez. Y tъ, Pork, escъchame. Pork, Ўno te quedes ahн pasmado! ЎLlйvate a papб! No me preguntes adonde. ЎAdonde quieras! Papб, vete con Pork... Asн me gusta, papб.

Aun en su frenesн, pensу en lo que la presencia de uniformes azules podнa significar para el errбtico cerebro de Gerald. Se detuvo, retorciйndose las manos con desesperaciуn, y los asustados sollozos de Wade, que se agarraba a la falda de Melanie, acrecentaron su pбnico. —Y yo, їquй debo hacer? —preguntу Melanie, cuya voz permanecнa tranquila entre los gemidos y lбgrimas y precipitados pasos de los demбs. Aunque su rostro estaba blanco como el papel y todo el cuerpo le temblaba, aquella imperturbabilidad de su voz dio fortaleza a Scarlett, demostrбndole que todos confiaban en sus уrdenes, en su guнa y direcciуn.

—La vaca y la ternera —dijo sin vacilar— estбn pastando. Monta el caballo y condъcelas al pantano y allн...

Antes de que Scarlett pudiese terminar la frase, Melanie se liberу de los tirones de Wade y bajу la escalerilla delantera, corriendo hacia el caballo, levantбndose las faldas para correr mejor. Scarlett apenas habнa podido distinguir las delgadas piernas y una ondulaciуn de faldas y enaguas, cuando Melanie se hallaba ya montada, con los pies colgando muy por encima de los estribos. Recogiу las riendas y batiу los talones contra los costados del animal; pero, de pronto, contuvo bruscamente el caballo, con una contorsiуn de terror en el rostro.

—ЎMi hijo! —gritу—. ЎO mi hijo! ЎLos yanquis lo matarбn! ЎDбmelo! Tenнa ya la mano en la silla para apearse del caballo, pero Scarlett le vociferу:

—ЎSigue! ЎSigue! ЎLlйvate la vaca! ЎYo me encargo del crнo! ЎVete, por favor! їCrees que iba yo a permitir que tocasen al hijo de Ashley? ЎVete, vete!

Melanie mirу hacia atrбs con aire desesperado, pero al fin martilleу con sus tacones los flancos del animal, que, despidiendo arena con los cascos, arrancу sendero abajo, hacia los pastos.

Scarlett pensу: «Jamбs pensй que verнa a Melly Hamilton a horcajadas sobre un caballo! », y volviу precipitadamente hacia la casa. Wade seguнa lloriqueando, tratando de agarrarse a sus faldas. Al subir los escalones de tres en tres vio a Suellen y a Carreen con los canastos de madera en brazos, corriendo hacia la despensa, y a Pork, que tiraba no muy suavemente del brazo de Gerald, arrastrбndole hacia el pуrtico trasero.

Gerald murmuraba algo quejosamente y tiraba a su vez como un niсo recalcitrante.

Desde el patio trasero, Scarlett oyу la voz estridente de Mamita: —ЎTъ, Prissy! ЎMйtete debajo de la cama y dame los marranillos! їNo ves que soy demasiado grandota para meterme por el enrejado? Dilcey, ven aquн y haz que esta idiota...

«ЎY yo que creнa que era tan buena idea meter los cerdos debajo de la casa, para que nadie los robase! —pensу Scarlett, corriendo hacia su cuarto—. ЎOh! їPor quй no se me ocurriу construir una porquera en el pantano? »

Abriу de un tirуn el cajуn superior del pupitre y dio vueltas al envoltorio hasta tener en su mano la cartera del yanqui. Cogiу precipitadamente la sortija con el solitario y los pendientes de brillantes de donde los habнa escondido en el costurerito y los metiу en la cartera. Pero їdуnde esconderlo? їEn el jergуn? їEn la chimenea? їEcharlo al pozo? їOcultarlo en su pecho? ЎNo, allн menos que en ninguna parte! El bulto podнa notarse, y si los yanquis se apercibнan de йl la desnudarнan y la registrarнan.

«ЎMe morirнa si lo hiciesen! », pensу con terror.

Abajo, habнa una confusiуn infernal de pies que corrнan y voces que sollozaban. Aun en su frenesн, Scarlett deseaba que Melanie estuviese a su lado, aquella Melly de voz imperturbable, aquella Melly que tan valiente se mostrara el dнa en que ella matу de un tiro al yanqui. Melly valнa por tres de los demбs. Melly... їquй habнa dicho Melly? ЎAy;

sн, el crнo!

Oprimiendo la cartera contra su seno, Scarlett atravesу el vestнbulo corriendo hacia la habitaciуn en donde el pequeсo Beau dormнa en su cunita. Lo tomу en sus brazos, y el nene se despertу, agitando los diminutos puсos y gimiendo sin saber por quй. Oyу gritar a Suellen:

—ЎAnda, Carreen! ЎAnda! Ya tenemos bastante. ЎDate prisa, hermana, date prisa!

Se oyeron fuertes gruсidos, alaridos indignados en el patio trasero, y, mirando por la ventana, Scarlett vio a Mamita andando y meciendo las caderas a travйs de los campos de algodуn, con un cerdito debajo de cada brazo. Detrбs de ella iba Pork, llevando tambiйn dos cerditos y empujando ante йl a Gerald. Y йste iba dando tropezones por los surcos, agitando su bastуn.

Asomando el cuerpo afuera de la ventana, gritу: —ЎCoge la cerda, Dilcey! ЎQue se la lleve Prissy! Dilcey levantу la cabeza, mostrando inquietud en su rostro de bronce. En el delantal llevaba un montуn de cubiertos de plata. Seсalу el sуtano de la casa.

—La cerda ha mordido a Prissy y la ha acorralado debajo de la casa.

«ЎLa cerda sabe lo que se hace! », pensу Scarlett. Volviу precipitadamente a su habitaciуn y a toda prisa sacу de su escondrijo los brazaletes, broche, miniatura y taza que habнa encontrado en el equipaje del muerto. Pero їdуnde ocultarlos? Era difнcil, llevando al bebй en una mano y la cartera de alhajas en la otra. Comenzу por tratar de poner al niсo sobre la cama.

En cuanto lo soltу, el bebй se puso a llorar a grandes gritos, y esto le dio a ella una magnнfica idea. їQuй mejor escondrijo podrнa encontrar que los paсales del nene? Le dio la vuelta rбpidamente, abriу las ropas y metiу la cartera entre los paсales, junto a uno de los costados de la criatura, que acentuу entonces los chillidos, mientras ella se apresuraba a ceсir fuertemente el paсo triangular alrededor de aquellas piernecitas que pataleaban furiosamente.

«Ahora —pensу, respirando profundamente—. Ahora, hacia el pantano. »

Agarrando a la llorosa criatura con un brazo y llevando las alhajas en la otra mano, echу a correr hacia el vestнbulo de la planta baja. De pronto se detuvo en su veloz marcha, temblбndole de miedo las piernas. ЎQuй silenciosa estaba la casa! їSe habrнan ido todos, dejбndola sola? їNadie la habнa aguardado? No habнa supuesto que la dejarнan sola. En aquellos tiempos, cualquier cosa podнa ocurrirle a una mujer enteramente sola, y si venнan los yanquis...

Saltу al oнr un ligero ruido y, volviйndose vivamente, vio a su olvidado hijito, hecho un ovillo junto al barandal de la escalera, con los ojos dilatados por el terror. Tratу de decir algo, pero su garganta se moviу sin producir el menor sonido.

—Levбntate, Wade —le mandу brevemene, El niсo corriу hacia ella, como un animalito asustado, y asiйndose a su amplia falda, sepultу el rostro entre sus pliegues. Scarlett sentнa las manitas que trataban de agarrarse a sus piernas. Comenzу a bajar los escalones, pero sus movimientos se veнan obstaculizados por los tirones de Wade, y entonces le dijo furiosamente—: Suйltame, Wade, Ўsuйltame y camina! —Pero el chico todavнa se agarrу mбs a ella.

Al llegar al rellano de la escalera, toda la planta baja pareciу levantarse ante sus ojos. Cada uno de los objetos, cada mueble, parecнa cuchichearle: «ЎAdiуs! ЎAdiуs! » Un sollozo obstruyу su garganta. Estaba abierta la puerta del despachito en el cual Ellen habнa trabajado con tanta diligencia, y podнa ver un бngulo del viejo pupitre. Allн estaba tambiйn el comedor, con las sillas en desorden y la comida todavнa en los platos. En el suelo quedaban las alfombras que Ellen habнa tejido con sus propias manos. Y quedaba el retrato de la abuela Robillard con los pechos medio descubiertos, el pelo recogido hacia arriba y las aletas de la nariz marcadas profundamente que parecнan darle un aspecto de perpetua superioridad sobre el vulgo. Todo aquello que habнa formado parte integrante de sus recuerdos mбs lejanos, todo lo que estaba ligado a la mбs profundas raнces de su ser, parecнa gritarle ahora: «ЎAdiуs! ЎAdiуs, Scarlett O'Hara! »

ЎLos yanquis lo quemarнan todo... todo! Esta era la ъltima mirada a su casa, la ъltima mirada, exceptuando lo que aъn pudiese ver de su exterior, desde el bosquecillo o el pantano, mientras las chimeneas quedaban envueltas en humo y el tejado se derrumbaba estrepitosamente entre las llamas.

«No puedo dejaros —pensу, en tanto que el miedo hacнa castaсetear sus dientes—. No puedo dejaros. Papб tampoco os dejarнa. Les dijo la otra vez que tendrнan que quemar el tejado encima de su cabeza. De modo que tendrбn que quemaros tambiйn sobre la mнa, porque yo tampoco puedo abandonaros. Sois lo ъnico que me queda. »

Al tomar esta decisiуn, parte de su miedo se disipу y quedу sуlo una emociуn seca y concentrada en su pecho, como si el temor se le hubiese helado. Mientras estaba asн, oyу por la avenida de entrada a la finca el ruido de numerosos cascos de caballos, el golpeteo de bocados, estribos y sables en sus vainas y una voz ronca que gritaba: «ЎPie a tierra! » Prestamente, se inclinу hacia el niсito, que seguнa junto a ella, y su voz era apremiante, pero extraсamente afectuosa:

—ЎSuйltame, Wade, anda, precioso! Baja la escalera corriendo y vete por el patio de atrбs hacia el pantano. Mamita estarб allн con la tнa Melanie. Anda, corre, cariсo mнo, no tengas miedo.

Al percibir el cambio de tono, el chiquillo levantу la vista, y Scarlett se sintiу acongojada por la expresiуn de sus infantiles ojos, que parecнan los de un conejillo preso en un lazo.

«ЎOh, Madre de Dios! —rogу con el pensamiento—. ЎQue no le dй ahora un ataque! No, delante de los yanquis no. Que no sepan que les tenemos miedo. » Y como quiera que el muchachito se agarraba a sus faldas todavнa mбs desesperadamente, le dijo con voz clara:

—Pуrtate como un hombrecito. ЎNo son mбs que una cuadrilla de malditos yanquis! —Y bajу la escalera para afrontarlos.

 

Sherman cruzaba el Estado de Georgia, desde Atlanta hasta el mar. Tras de йl quedaban las humeantes ruinas de Atlanta, a la que se habнa pegado fuego al abandonarla el ejйrcito azul. Ante йl se ofrecнan casi quinientos kilуmetros de territorio virtualmente indefenso, donde no se hallaban sino unos cuantos milicianos del Estado y los viejos y los chiquillos de la llamada Guardia Territorial.

Allн se le presentaba aquel fйrtil Estado, salpicado de plantaciones, en el que sуlo quedaban mujeres, niсos, ancianos y negros. En un radio de trece kilуmetros de anchura, los yanquis avanzaban saqueando y quemando. Habнa centenares de casas ardiendo, centenares de casas que crujнan bajo sus pies. Pero, para Scarlett, que contemplaba cуmo los yanquis se volcaban sobre la parte delantera de la suya, no se trataba de una desgracia general. Era algo enteramente personal, una acciуn maligna dirigida solamente contra ella y contra su gente.

Se quedу al pie de la escalera, con el bebй en brazos. Wade se aferraba fuertemente a ella, con la cabecita oculta entre los frunces de su falda, mientras los yanquis invadнan la casa, pasando sin miramientos por su lado y subiendo por la escalera, arrastrando muebles hacia la galerнa delantera, asestando cuchilladas y bayonetazos a todo mueble tapizado y registrando en bъsqueda de tesoros ocultos. Arriba, se destripaban colchones y edredones de plumуn hasta que la atmуsfera del vestнbulo se llenу de plumas que fueron posбndose lentamente por todas partes. La rabiosa impotencia apagу en ella el escaso temor que aъn quedaba en su pecho mientras permanecнa inerme viendo cуmo los soldados saqueaban, robaban y destruнan en derredor suyo.

El sargento que los mandaba era un hombrecillo canoso y con las piernas arqueadas, que dejaba ver en una mejilla el bulto del trozo de tabaco prensado que estaba masticando. Se aproximу a Scarlett antes que ninguno de sus hombres y, escupiendo groseramente al suelo y sobre las faldas de la joven, le dijo sin rodeos:

—Dйme eso que tiene en la mano.

Ella se habнa olvidado de las cosas de valor que se proponнa ocultar. Con una mueca tan sarcаstica y elocuente, segъn pensaba, como la que aparecнa en el retrato de la abuela Robillard, tirу al suelo todo lo que tenнa en la mano, y casi experimentу placer al ver cуmo todos aquellos hombres se arrojaban al suelo.

—Dйnos ahora la sortija y los pendientes.

Scarlett colocу al bebй con la cara hacia abajo, mientras el pobrecillo se ponнa rojo de llorar, y se desprendiу de los pendientes de granate, que fueron el regalo de boda de Gerald a Ellen. Despuйs se quitу el solitario de zafiro que Charles le habнa dado como anillo de esponsales.

—No lo tire. Dйmelo a mн —ordenу el sargento, extendiendo la mano—. Esos bandidos ya cogieron bastante. їTiene algo mбs?

Sus ojos examinaron las amplias faldas de la joven.

Por un momento Scarlett creyу perder el conocimiento, como si sintiese que unas manos rugosas se introducнan por su escote y la manoseaban hasta las ligas.

—No tengo nada mбs, pero supongo que ustedes acostumbrarбn a desnudar a sus vнctimas.

—ЎOh, creeremos lo que nos dice! —respondiу el sargento con aire condescendiente, escupiendo un pardusco salivazo al alejarse.

Scarlett enderezу al chiquillo y tratу de calmar su llanto, oprimiendo con una mano el sitio en donde habнa escondido la cartera entre los paсales, no sin dar gracias a Dios de que Melanie tuviera un hijo de mantillas.

Arriba se oнa todavнa el pisoteo de las pesadas botas soldadescas, el chirrido de los muebles que parecнan protestar cuando se los arrastraba sin ceremonia por el suelo, el estrйpito de las porcelanas y de los espejos al romperse, las maldiciones al ver que no aparecнa nada de valor. En el patio se oнan gritos: «ЎNo los dejйis pasar! ЎQue no se escapen! », y los desesperados graznidos de patos y gansos. Sintiу una punzada en el corazуn al oнr un chillido de agonнa, seguido inmediatamente por el estruendo de un disparo de pistola, y comprendiу que habнan matado a la vieja cerda. ЎMaldita Prissy! ЎHabнa huido sin llevбrsela! ЎSi siquiera los marranillos estuviesen a buen recaudo! Pero era imposible saberlo.

Permaneciу quieta en el vestнbulo mientras la soldadesca rebullнa en torno suyo, vociferando y renegando. Los deditos de Wade seguнan fuertemente agarrados a su falda. Se apretaba tanto contra ella que Scarlett percibнa el temblor del niсo, pero no logrу hablarle con cariсo para tranquilizarlo. Tampoco pudo dirigir palabra a los yanquis, ni para protestar, ni para increparlos, ni para suplicarles. Sуlo sabнa dar mentalmente gracias a Dios de que sus rodillas pudieran sostenerla, de que su cuello tuviera todavнa fuerzas para mantener la cabeza erguida. Pero cuando una cuadrilla de hombres barbudos bajaron dificultosamente la escalera cargados con toda clase de objetos que le robaban, vio la espada de Charles en mano de un soldado y lanzу un grito de cуlera.

Aquella espada era ahora de Wade. Habнa sido del padre y del abuelo del niсo y Scarlett se la habнa regalado a йste el dнa de su ъltimo cumpleaсos. Incluso se celebrу con esta ocasiуn una pequeсa ceremonia familiar, y Melanie habнa llorado lбgrimas de orgullo y de penosos recuerdos, y habнa besado al niсo diciйndole que tenнa que crecer para llegar a ser un militar tan valiente como su padre y su abuelo. Wade estaba muy orgulloso, y con frecuencia se subнa a la mesa sobre la cual pendнa el arma en la pared, para pasarle la manita por encima. Scarlett podнa soportar que la despojasen a ella, que sus propios objetos saliesen de la casa en manos de sus odiados enemigos, pero esto no. Aquella espada era el orgullo de su hijito. Wade, mirando a hurtadillas bajo la protecciуn de la falda materna, al oнr el grito, recobrу el valor y el habla y emitiу un gran sollozo. Extendiendo una mano, chillу:

—ЎEs mнa!

—ЎNo os podйis llevar eso! —dijo brevemente Scarlett, levantando el brazo.

—Conque no puedo, їeh? —dijo el soldadito que la transportaba mirбndola con insolente expresiуn—. Bueno, pues sн puedo: Ўes el

arma de un rebelde!

—No, no lo es. Es una espada procedente de la guerra de Mйxico. No me la podйis quitar. Es de mi hijo. ЎEra de su abuelo! ЎOh, capitбn! —gritу, dirigiйndose al sargento—, Ўmбndele que me la devuelva! El sargento, lisonjeado por el «ascenso», adelantу un paso. —Dйjame ver esa arma, Bub —dijo. No de muy buen grado, el soldado se la entregу. —El puсo es de oro de verdad —observу.

El sargento le dio vueltas en sus manos y puso la empuсadura a la luz para poder leer la inscripciуn allн grabada:

«Al coronel William R. Hamilton —fue descifrando—, sus oficiales. Por su valor. Buena Vista, 1847. »

—ЎCaramba, joven! —dijo—. Yo tambiйn estuve en Buena Vista. —їDe veras? —preguntу Scarlett muy frнamente. —їQue si estuve? Se peleу de verdad allн, y puedo asegurarlo. Nunca he visto combates tan desesperados en esta guerra como los que vimos en Mйxico. їAsн que esta espada era del abuelo de este mocosнllo? —Sн.

—Bueno, pues puede quedarse con ella —dijo el sargento, que ya estaba satisfecho con las alhajas y demбs cosillas que habнa metido muy ataditas en un paсuelo.

—Pero Ўel puсo es de oro bueno! —insistiу el soldado. —No importa, se lo dejaremos como recuerdo —dijo el sargento, sonriendo.

Scarlett cogiу la espada, sin dar las gracias siquiera. їPor quй agradecer a aquellos bandidos que le devolviesen algo que era suyo? Apretу el arma contra su cuerpo mientras el soldado discutнa y argumentaba con el sargento:

—ЎMaldita sea! ЎYa les dejarй yo algъn otro recuerdo a estos rebeldes! —vociferу finalmente el chasqueado cuando el sargento, perdiendo ya la paciencia, le mandу al infierno y le hizo callar. El furioso soldado se fue hacia la parte de atrбs del edificio y Scarlett respirу mбs libremente. No habнan dicho nada de quemar la casa. No le habнan ordenado que se marchase para prender fuego. Acaso... acaso... La tropa iba llegando al vestнbulo de ingreso desde arriba y desde los patios de la casa.

—їHabйis encontrado algo? —preguntу el sargento. —Un puerco y unos cuantos pollos y patos.

—Algo de maнz, unos сames, unas alubias. Ese gato montes que vimos a caballo debe haber dado la alarma. —Asн que no os habйis lucido, їeh?

—La verdad es que no hay mucho por aquн, sargento. Lo mejor se lo llevу usted. Mбs vale que nos vayamos antes de que toda la comarca sepa que hemos venido.

—їHabйis mirado debajo del ahumadero? Casi siempre entierran allн las cosas.

—No hay nada.

—їHabйis mirado debajo de la cabanas de los negros?

—En las cabanas no hay mбs que algodуn. Ya le pegamos fuego.

Por un breve instante pasaron por la memoria de Scarlett aquellas largas jornadas en los campos de algodуn abrasados por el sol. Sintiу nuevamente el terrible dolor en los rнсones, la dolorosa desolladura en el hombro. Todo para nada. El algodуn convertido en humo.

—No tiene usted gran cosa realmente, їverdad, joven?

—Vuestro ejйrcito estuvo antes aquн —respondiу ella con frialdad.

—Es cierto. Estuvimos por estos parajes en septiembre —dijo uno de los hombres, dando vueltas a algo que tenнa en la mano—. Lo habнa olvidado.

Scarlett vio que lo que sostenнa era el dedalito de oro de Ellen. ЎCuбntas veces lo habнa visto relucir en todas direcciones cuando su madre hacнa pequeсas labores de fantasнa! Al verlo, se despertaron en su mente no pocas memorias de la mano que solнa moverlo. Y ahora estaba en las sucias y callosas manos de un invasor y pronto serнa llevado al Norte para adornar la mano de alguna mujer yanqui que se enorgullecerнa de poseer cosas robadas. ЎEl dedal de Ellen!

Scarlett bajу la cabeza para que los enemigos no la viesen llorar, y sus lбgrimas fueron cayendo dulcemente sobre la cabecita del bebй. A travйs de la niebla lacrimosa vio cуmo los soldados se movнan hacia la puerta de entrada, oyу al sargento dar уrdenes con bronca voz. Se iban y Tara estaba a salvo; pero, con el dolor del recuerdo de Ellen, apenas sintiу alegrнa. El ruido de los sables y de los cascos no bastу para aliviar su pena y se quedу apoyada contra la pared, de pronto dйbil y nerviosa, mientras ellos bajaban por la avenida de ingreso, todos cargados con cosas robadas, ropa, mantas, cuadros, gallinas, patos, la cerda. A poco, hasta su olfato llegу el tufo de humo, y echу a andar, demasiado exhausta por todas las emociones, para preocuparse siquiera del algodуn. Por los abiertos ventanales del comedor vio cуmo el humo se elevaba perezosamente de las cabanas de los negros. Ya no habнa algodуn. Ya no habнa dinero para los impuestos, ni para ayudarse a pasar un invierno tan duro. Nada podнa hacer ella sino ver cуmo ardнa todo. Habнa visto otros incendios de algodуn y sabнa cuan difнcil era extinguirlos, aunque trabajasen en ello muchos hombres. ЎGracias a Dios, las cabanas quedaban lejos de la casa! ЎGracias a Dios, no soplaba viento que pudiese llevar chispas a Tara!

De pronto, girу sobre sus pies, rнgida como un perro de caza, y mirу con ojos dilatados por el terror el vestнbulo y los pasillos en direcciуn a la cocina. ЎDe la cocina salнa humo! Entre el vestнbulo y la cocina pudo dejar al bebй en alguna parte. En alguna parte se sustrajo a los tirones de Wade, empujбndole contra la pared. Penetrу corriendo en la cocina llena de humo y hubo de echarse para atrбs, tosiendo y con los ojos llenos de lбgrimas causadas por la espesa humareda. Entrу nuevamente, tapбndose la nariz con la falda.

La estancia estaba oscura, ya que no recibнa luz mбs que por una pequeсa ventana, y el humo era tan denso que quedу medio a ciegas. Pero podнa oнr los silbidos y chasquidos de las llamas. Colocбndose la mano sobre los ojos y entrecerrбndolos, escudriсу y distinguiу finas lengьetas llameantes que serpenteaban por el suelo de la cocina hacia las paredes. Alguien habнa esparcido por el suelo los troncos de leсa encendidos que estaban antes bajo la campana de la gran chimenea, y el suelo de seco pino absorbнa las llamas como agua.

Echу a correr otra vez hacia el comedor y cogiу una alfombra del suelo, derribando dos sillas con gran estrйpito al hacerlo.

«ЎNo podrй apagarlo jamбs..., jamбs, jamбs! ЎOh, Dios mнo, si al menos hubiese alguien para ayudarme! ЎTara perdida..., perdida! ЎOh, Dios mнo! ЎEsto debiу ser lo que aquel infame soldado quiso hacer cuando hablу de que iba a dejarnos algo mбs como recuerdo! ЎOh! їPor quй no le dejй llevarse la espada? »

En el comedor, pasу por delante de su hijo, acurrucado junto a la pared con el arma entre sus brazos. Tenнa los ojos cerrados, y su rostro reflejaba una expresiуn de descanso, de sobrehumana paz.

«ЎDios mнo! ЎSe ha muerto! ЎLe han matado de miedo! », pensу torturada. No obstante, pasу de largo corriendo hacia el gran cubo de agua potable que siempre estaba en el pasillo de la cocina.

Empapу un extremo de la alfombra en el cubo, y absorbiendo una profunda bocanada de aire, se zambullу nuevamente en la estancia llena de humo, cerrando la puerta tras de sн. Durante una eternidad, se tambaleу y tosiу, sacudiendo la alfombra mojada sobre las llamas, que surgнan veloces en derredor suyo. Dos veces, su larga falda se prendiу, pero ella apagу el fuego con las manos. Podнa percibir el olor de su cabello al chamuscarse, ya que el peinado se le habнa deshecho y la larga cabellera oscilaba ahora sobre sus hombros. Las llamas corrнan por delante de ella, siempre algo mбs lejos, hacia las paredes del otro pasillo cubierto, como encolerizadas culebras que ondulaban y se erguнan, y, al fin, vencida ya por el agotador esfuerzo, comprendiу que todo era inъtil.

De pronto se abriу la mampara y la corriente de aire hizo elevarse las llamas nuevamente. Se cerrу con un golpetazo, y, entre los torbellinos de humo, Scarlett, medio cegada, vio a Melanie que pisoteaba las llamas y golpeaba con algo pesado y oscuro. La vio tambalearse, la oyу toser, divisу entre una nebulosa su rostro descompuesto y sus ojos dilatados y apretados para protegerse de la humareda, vio cуmo su delicada figura se curvaba en todas direcciones sacudiendo otra alfombra hacia arriba y hacia abajo. Durante toda otra eternidad, lucharon y se tambalearon y Scarlett pudo observar que las llameantes rayas se acortaban. De pronto, Melanie se volviу hacia ella y, con un grito, la golpeу sobre los hombros con toda su escasa fuerza. Scarlett cayу al suelo en un remolino de humo y de tinieblas.

Cuando abriу los ojos, se hallaba acostada en el pуrtico posterior, con la cabeza apoyada confortablemente sobre el regazo de Melanie. El sol de la tarde brillaba sobre su rostro. Las manos, la cara y los hombros le escocнan de manera insoportable por las quemaduras. Todavнa salнan de los pabellones negras espirales de humo que envolvнan las cabanas de espesas nubes, y le llegaba un fuerte olor a algodуn quemado. Scarlett observу tambiйn jirones de humo que salнan de la cocina y se agitу frenйticamente para levantarse.

Pero se sintiу retenida y sujeta, y escuchу cуmo la voz tranquila de Melanie decнa:

—Estбte quieta, querida. El fuego estб apagado. Se quedу quieta por un momento, con los ojos cerrados, suspirando con alivio, y oyу los indescriptibles pero satisfechos sonidos que exhalaba el bebй, cerca de ella, y el tranquilizador hipo de Wade. ЎNo habнa muerto su hijo, gracias a Dios! Abriу los ojos y hallу fijos en ella los de Melanie. Sus rizos estaban requemados, su cara ennegrecida por los tizones, pero los ojos le brillaban de emociуn y sonreнa.

—ЎPareces una negra! —murmurу Scarlett, sepultando fatigosamente la cabeza en aquella blanda almohada.

—Y tъ pareces unos de esos negros de teatro, con la cara embetunada como un zapato viejo —respondiу Melanie con tono sereno. —їPor quй me diste aquel trastazo?

—Porque tu pelo estaba ardiendo por detrбs, querida. Jamбs se me ocurriу que podнas perder el sentido, aunque Dios sabe que has experimentado hoy emociones sobradas para matar a cualquiera... Tan pronto como metн los animales en el bosquecillo, volvн aquн corriendo. La idea de que tъ y el bebй estabais solos aquн me volvнa loca. Y los yanquis, їte... te ofendieron mucho?

—Si te refieres a si me violaron, no —contestу Scarlett, gimiendo al intentar incorporarse. Si bien el regazo de Melanie era blando, el suelo del pуrtico, sobre el que se hallaba tendida, no era muy cуmodo—. Pero se lo llevaron todo, todo. Lo hemos perdido todo... їPor quй haces ese gesto como si no te importase?

—Estamos vivas las dos, y juntas, y nuestros hijitos no han sufrido el menor daсo y nos queda todavнa un techo para nuestras cabezas —respondiу Melanie, y su voz parecнa adquirir nuevo brнo—. Y una cosa asн es casi lo mбximo que se puede esperar en estos tiempos... Pero, caramba, Ўel pobrecillo Beau estб todo mojado! Me figuro que los yanquis incluso se habrбn llevado los paсalitos limpios... Scarlett, їquй demonios tiene aquн, entre los paсales?

Metiу una mano temblorosa entre las hъmedas ropitas del nene, y despuйs de maniobrar un poco sacу la abultada cartera. Por un momento, la mirу y remirу como si no la hubiese visto jamбs anteriormente, y en seguida soltу la risa, alegres carcajadas que no delataban el menor sнntoma de histeria.

—ЎSуlo a ti podнa habйrsete ocurrido esto! —gritу, echando los brazos al cuello de Scarlett; la besу—. ЎNo hay una mujer mбs lista que tъ!



  

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