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TERCERA PARTE 11 страница—Se me ha vertido mucha, seсora Scarlett. Es muy difнcil verter el lнquido de un barril sin espita en una calabaza. —No importa, Pork. Muchas gracias. Scarlett cogiу la mojada calabaza, arrugando la nariz al sentir aquel olor desagradable y acre. —Bebe esto, papб —dijo, poniendo en su mano aquel extraсo receptбculo y cogiendo la segunda calabaza llena de agua que traнa Pork. Gerald levantу la suya, obediente como un chiquillo, y tragу ruidosamente. Scarlett le dio despuйs agua, pero йl negу con la cabeza. Cuando ella cogiу la calabaza del whisky de sus manos y se la acercу a la boca, vio que los ojos de йl seguнan sus movimientos mostrando una vaga desaprobaciуn. —Ya sй que las damas no beben alcohol —dijo, lacуnica—. Pero hoy no soy una dama, papб, y esta noche tenemos que trabajar. No lo olvides. Inclinу la vasija, llenу los pulmones de aire y bebiу con avidez. El ardiente lнquido pareciу quemarle desde la garganta al estуmago, ahogбndola y arrancando lбgrimas de sus ojos. Respirу otra vez y de nuevo levantу la vasija. —ЎKatie Scarlett! —protestу Gerald, poniendo en su voz la primera nota de autoridad que habнa oнdo ella desde su llegada—. Basta ya. No estбs acostumbrada al alcohol y te puedes emborrachar. —їEmborracharme yo? —exclamу ella con una carcajada desagradable—. їEmborracharme? ЎOjalб! Me gustarнa emborracharme para olvidar todo esto. Bebiу otra vez y una lenta oleada de calor le recorriу las venas e inundу su cuerpo hasta hacerle sentir un cosquilleo en la punta de los dedos. ЎQuй agradable sensaciуn la de aquel fuego caritativo! Parecнa penetrar hasta su corazуn, oprimido por el hielo, y el vigor se extendнa de nuevo velozmente por todo su cuerpo. Viendo la sorprendida y apenada fisonomнa de Gerald, le volviу a acariciar las rodillas e intentу repetir una de aquellas picarescas sonrisas que tanto le agradaban antes. —їCуmo podrнa emborracharme, papб? Soy hija tuya. їAcaso no he heredado la cabeza mбs firme de todo el condado de Clayton? El casi sonriу, contemplando la fatigada cara de su hija. El whisky le reconfortaba tambiйn. Scarlett se lo volviу a dar. —Ahora vas a beber otro trago, y luego te acompaсarй arriba para que te metas en la cama. Se contuvo. Asн hablaba ella a Wade, pero no debнa dirigirse en la misma forma a su padre. Era una falta de respeto. Mas йl estaba pendiente de sus palabras. —Sн, seсor, a meterte en la cama —aсadiу, en tono ligero— y a darte otro trago, incluso todo lo que quede, para que duermas. Necesitas dormir, y Katie Scarlett estб aquн; de modo que no tienes que preocuparte de nada. Bebe. Gerald bebiу de nuevo, obediente, y ella, deslizando su brazo por debajo del suyo, le hizo levantarse. —ЎPork! Pork asiу la calabaza con una mano y el brazo libre de Gerald con la otra. Scarlett cogiу la vela encendida y los tres atravesaron el oscuro vestнbulo y ascendieron los tortuosos escalones que conducнan al cuarto de Gerald. La habitaciуn en donde Suellen y Carreen yacнan quejбndose y revolviйndose sobre la misma cama apestaba al olor del trapo retorcido que ardнa en una salsera llena de sebo y que constituнa la ъnica iluminaciуn. Cuando Scarlett abriу la puerta, la densa atmуsfera de la estancia, con las ventanas cerradas y el aire saturado de todos los olores propios del cuarto de un enfermo, olores a medicamentos y a fйtida grasa quemada, casi la hicieron desvanecerse. Ya podнan decir los mйdicos que el aire fresco era fatal en la habitaciуn de un enfermo. Pero si ella tenнa que permanecer allн, necesitaba aire puro o se morirнa. Abriу las tres ventanas, dejando penetrar el aroma de la tierra y de las hojas de encina, pero el aire fresco no bastaba para disipar los insoportables hedores acumulados durante varias semanas en aquella habitaciуn cerrada. Carreen y Suellen, pбlidas y demacradas, dormнan con sobresalto y se despertaban para mascullar vagas palabras, mirando con asombro desde el elevado lecho de cuatro columnas, donde habнan cuchicheado juntas en dнas mejores y mбs felices. En un rincуn de la estancia habнa una cama vacнa, una estrecha cama estilo francйs, de pies y cabecera curvados, que Ellen habнa traнdo de Savannah. Allн habнa reposado Ellen. Scarlett se sentу junto a las dos niсas y las contemplу como una estъpida. El whisky bebido con el estуmago vacнo empezaba a jugarle malas pasadas. Unas veces, sus hermanas le parecнan estar muy alejadas y sus voces dйbiles e incoherentes llegaban hasta ella como zumbidos de insectos. Otras, parecнan adquirir un enorme volumen, llegando hasta ella con la velocidad de un relбmpago. Estaba cansada, cansada hasta los tuйtanos. Podнa acostarse y dormir dнas enteros. ЎSi lograse siquiera dormirse y al despertar viera que Ellen le sacudнa suavemente el brazo diciendo: «Es tarde ya, Scarlett. No seas tan perezosa»! Pero eso ya no sucederнa mбs. ЎSi viviese Ellen, si hubiese alguna persona mayor que ella, de mбs experiencia, a quien poder acudir! ЎAlguien en cuyo regazo pudiese ella reposar la cabeza, alguien en cuyos hombros pudiese descargar el peso que ahora la abrumaba! La puerta se abriу despacio y entrу Dilcey, llevando el niсito de Melanie junto al pecho y la calabaza de whisky en la mano. A la luz humeante e incierta de la vela, parecнa mбs delgada que la ъltima vez que Scarlett la viera y la sangre india se acusaba mбs en su rostro. Los salientes pуmulos parecнan mбs prominentes, la nariz aguileсa mбs afilada, y la piel cobriza relucнa con mayor brillo. Su deslucido vestido de percal estaba abierto por el escote, mostrando un voluminoso y bronceado pecho. Estrechamente arrimado a ella, el bebй de Melanie oprimнa con avidez su boquita de capullo de rosa contra el oscuro pezуn, chupando, agarrando con sus manitas la suave carne, como un gatito que busca el calor del vientre materno. Scarlett se levantу vacilante y posу una mano sobre el brazo de Dilcey. —Fuiste muy buena quedбndote, Dilcey. —їCуmo me hubiera podido ir con esos negros asquerosos, seсora Scarlett, cuando su papб fue tan bueno que me comprу a mн y a mi pequeсa Prissy, y su mamб ha sido tan buena? —Siйntate, Dilcey. їQuй? їNo extraсa el pecho el niсo? їY cуmo estб la seсora Melanie? —Al nene no le pasa nada; sуlo tenнa hambre; y yo tengo leche bastante para alimentar a un chiquillo hambriento. No, mн ama, la seсora Melanie estб bien. No se morirб, seсora Scarlett. No se preocupe. He visto muchas personas, blancas y negras, igual que ella. Estб muy cansada, muy nerviosa, y tiene miedo por su hijito. Pero la hice callar, le di un poco de lo que quedaba en la calabaza y ahora estб durmiendo. ЎAsн, pues, el whisky habнa servido para toda la familia! En su histeria, Scarlett pensу que a acaso convendrнa dбrselo tambiйn al pequeсo Wade para ver si asн se le quitaban los hipos y los sollozos. Y Melanie no se morirнa. Y cuando regresara Ashley..., si regresaba... ЎNo, ya pensarнa en eso mбs tarde! ЎHabнa tantas cosas que desenredar, que resolver...! ЎSi pudiese borrar para siempre las horas de las preocupaciones...! Se incorporу de pronto al escuchar un ruido, algo asн como «kerbunk... kerbunk... », que rompнa la quietud del aire exterior. —Es Mamita, que saca agua para lavar a las seсoras. Necesitan mucho baсo —explicу Dilcey, colocando las calabazas sobre la mesa entre los frascos de medicamentos y un vaso. Scarlett se echу a reнr bruscamente. Sus nervios debнan estar hechos trizas para que el ruido de la polea del pozo, tan ligado a sus mбs lejanos recuerdos, pudiera asustarla. Dilcey la mirу fijamente, mientras reнa, con expresiуn de inmуvil dignidad, pero Scarlett adivinу que la comprendнa. Se hundiу mбs en la silla. ЎSi pudiese al menos despojarse del apretado corsй, del cuello que la ahogaba, y de las zapatillas llenas aъn de arena y piedrecillas que le producнan ampollas en los pies! La polea crujнa lentamente mientras iba arrollбndose la cuerda, y cada crujido acercaba el cubo al brocal. Pronto estarнa Mamita con ella, la Mamita de Ellen, su Mamita. Scarlett permaneciу sentada en silencio, sin fijar su atenciуn en nada, mientras el bebй, saciado ya de leche, gruснa porque se le habнa escapado el dulce pezуn. Dilcey, silenciosa tambiйn, guiу la boca del niсo para devolvйrselo, meciйndole en sus brazos, mientras Scarlett escuchaba el lento arrastrar de los pies de Mamita en el patio posterior. ЎQuй tranquilo estaba el aire nocturno! El menor ruido llegaba a sus oнdos como un gran estrйpito. El vestнbulo superior pareciу temblar cuando el pesado cuerpo de Mamita se acercу a la puerta. En seguida entrу en la estancia con los hombros encorvados bajo dos pesados cubos de madera y su amable rostro negro tristуn, con la incomprensible tristeza de la cara de un simio. Sus ojos se iluminaron al ver a Scarlett, los blancos dientes brillaron al dejar los cubos en el suelo, y Scarlett corriу hacia ella, posando su cabeza sobre los generosos y caнdos pechos que habнan sostenido tantas cabezas, blancas y negras. Percibiу, finalmente, algo de la antigua vida, que perduraba allн inmutable. Pero las primeras palabras de Mamita disiparon su ilusiуn. —ЎHa vuelto a casa mi niсa! ЎOh, seсorita Scarlett! їQuй hacer ahora, muerta la seсorita Ellen? ЎOh, si al menos me hubiera muerto yo con ella! No puedo estar sin la seсorita Ellen. Aquн no ha habido mбs que desdichas y miserias. ЎCargas demasiado pesadas, niсa mнa, demasiado pesadas de soportar! Mientras Scarlett permanecнa con la cabeza en el pecho de Mamita, reparу en las palabras «cargas» y «soportar». Eran las mismas que se agitaran, monуtonas, en su mente durante aquella tarde. Ahora, con el corazуn abatido, recordу el resto de la canciуn. Sуlo unos pocos dнas de soportar la carga, la carga que ya nunca ligera nos serб... Algunos vacilantes pasos en el camino... «Ya nunca ligera nos serб... » Las palabras se repetнan en su fatigado cerebro. їNo le serнa nunca ligera la carga? Volver a Tara, en vez de significar paz y descanso, їsignificarнa mбs cargas aъn? Se desprendiу de los brazos de Mamita y acariciу su arrugada frente. —ЎPero si estб usted despellejada! —Mamita asiу las manos ensangrentadas y llenas de ampollas y las contemplу horrorizada—. Pero Ўcуmo!, seсorita Scarlett; le tengo dicho siempre que debнa usted tener cuidado de su piel... Ўy tiene tambiйn la cara quemada por el sol! ЎPobre Mamita! Seguнa pensando en cosas tan fъtiles a pesar de que la guerra habнa pasado junto a ella. Y a renglуn seguido dirнa que las seсoritas con las manos despellejadas y la cara llena de pecas no encontraban marido. Pero no le dio tiempo a formular aquella observaciуn. —Mamita, quiero que me hables de mi madre. No he podido soportar que me lo contase papб. Las lбgrimas brotaban de los ojos de Mamita cuando se inclinу para coger los cubos. En silencio, los llevу junto a la cama y, abriendo la sбbana, comenzу a quitar la ropa de noche a Suellen y a Carreen. Scarlett, contemplando a sus hermanas a la dйbil y vacilante luz, vio que Carreen llevaba una camisa de dormir hecha jirones y que Suellen estaba envuelta en un viejo «nйgligйe», una prenda de hilo pardusco cuajada de hilachas y rotos entredoses de encaje irlandйs. Mamita lloraba silenciosamente mientras pasaba la esponja por aquellos flacos cuerpecillos, usando los restos de un delantal viejo para secarlas. —Seсorita Scarlett; fueron йsos, los Slattery, esos cochinos blancos de mala ralea, los que mataron a la seсorita Ellen. Ya le dije una y otra vez que de nada servнa hacer bien a esa gentuza, pero la seсorita era tan dura de cabeza y tan blanda de corazуn que no sabнa decir nunca que no a los que la necesitaban. —їLos Slattery? —preguntу Scarlett asombradнsima—. їQuй tuvieron que ver...? —Estaban enfermos de eso —gesticulу Mamita, seсalando con su trapo a las dos niсas desnudas, que chorreaban agua sobre la sбbana mojada—. La hija mayor de la seсorita Slattery, Emmie, lo cogiу, y la seсorita Slattery vino aquн a escondidas para buscar a la seсorita Ellen, como hacнan siempre cuando les ocurrнa algo malo. їPor quй no cuidaba ella de los suyos? Bastante tenнa ya que hacer la seсorita Ellen. Pero mi ama fue allн y cuidу a Emmie. Y la seсorita Ellen ya no era ella, seсorita Scarlett. Su mamб hacнa tiempo que no estaba bien. No ha habido mucho que comer por aquн, con los comisarios que se llevaban todo lo que tenнamos en el campo. Y la seсorita Ellen comнa siempre como un pajarito. Yo no dejaba de repetirle que no se ocupase de esa gentuza blanca, pero no me hacнa caso. Bueno, cuando parecнa que Emmie estaba mejor, la niсa Carreen lo pillу. Sн, seсorita, el tifus saltу de la carretera y pescу a la niсa Carreen y despuйs a la niсa Suellen. Y, claro, la seсorita Ellen se puso tambiйn a cuidarlas. Con todas esas guerra por ahн, y los yanquis al otro lado del rнo, y nosotros sin saber lo que iba a pasarnos, y con los braceros que huнan, me sentнa enloquecer. Pero la seсorita Ellen estaba siempre tan fresca como una lechuga. Sуlo le preocupaba no poder encontrar medicinas para las amitas. Y una noche, me dijo: " Mamita, si yo pudiera venderнa mi alma por un pedazo de hielo que poner sobre la cabeza de mis hijas. " Y no querнa dejar entrar allн al seсor Gerald, ni a Rosa, ni a Teena; solamente a mн, porque yo habнa pasado ya el tifus. Y luego cayу ella enferma y vi en seguida que no habнa nada que hacer. Mamita se enderezу, secбndose los ojos con el delantal. —Fue muy rбpido y ni siquiera aquel buen doctor yanqui pudo hacer la menor cosa. No se daba cuenta de nada; yo hablaba y la llamaba, pero ella no conocнa a nadie, ni siquiera... ni siquiera a su Mamita. —їY nunca... me nombrу..., nunca me llamу? —No, encanto. Creнa que era otra vez una niсa y que estaba en Savannah. No llamу a nadie por su nombre. Dilcey se volviу, colocando al niсo sobre sus rodillas. —Sн, seсora. Llamу a alguien. —ЎTъ a callar, negra retinta! —Mamita se encarу con Dilcey con amenazadora violencia. —ЎSilencio, Mamita! їA quiйn llamу? їA papб? —No, a su papб, no. Fue la noche en que quemaron el algodуn... —їQue quemaron el algodуn? ЎHabla pronto! —Sн, todo el algodуn. Los soldados amontonaron las balas en el corral y les prendieron fuego gritando y cantando: «ЎMirad quй gran hoguera hay en Georgia! » Tres cosechas de algodуn almacenadas: Ўciento cincuenta mil dуlares en una fogata! —Y las llamas lo iluminaban todo como si fuese de dнa; nosotros estбbamos asustados, por si la casa se quemaba tambiйn, y habнa tanta luz en esta habitaciуn que se podнa ver una aguja en el suelo. Y, cuando la luz brillу en la ventana, pareciу despertar la seсorita Ellen, y se incorporу en la cama y gritу en voz alta, una y otra vez: «ЎPhilip! ЎPhilip! » Nunca le habнa oнdo este nombre, pero era el nombre de alguien a quien ella llamaba. Mamita estaba inmуvil, como si se hubiese vuelto de piedra, mirando colйricamente a Dilcey, mientras Scarlett hundнa la cabeza entre sus manos. ЎPhilip...! їQuiйn podrнa ser y quй relaciуn tendrнa con su madre, para que ella muriera llamбndole? La larga caminata desde Atlanta hasta Tara habнa terminado; habнa terminado en un muro ciego, en vez de acabar en los brazos de Ellen. Ya nunca mбs podrнa descansar como una chiquilla, segura bajo el techo paterno, con la protecciуn del amor de su madre envolviйndola como un reconfortante edredуn. No habнa seguridad ni verdadero asilo al que pudiese encaminarse ahora. Ningъn cambio, ninguna vuelta, ningъn sendero podнan evitar el callejуn sin salida al que habнa llegado. No quedaba ya nadie sobre cuyos hombros pudiese descargar sus pesares. Su padre estaba viejo y aturdido por la adversidad; sus hermanas, enfermas; Melanie, frбgil y dйbil; los pequeсos, inermes, y los negros, mirбndola con infantil fe, cogiйndose a su falda, sabiendo que la hija de Ellen constituнa el refugio que la madre habнa sido siempre para ellos. Por la ventana, a la pбlida luz de la luna que se levantaba, Tara se extendнa ante sus ojos, abandonada por los negros, con las tierras devastadas y los cobertizos en astillas, como un cuerpo ensangrentado, como su propio cuerpo que se desangrara paulatinamente. Йste era ya el tйrmino del camino: una vejez entre temblores, enfermedades, bocas hambrientas, manos impotentes aferradas a sus faldas. Y al final de aquel camino no quedaba nada, nada mбs que Scarlett O'Hara Hamilton, de diecinueve aсos, viuda y con un hijo pequeсo. їQuй iba a hacer con todos ellos? La tнa Pittypat y los Burr, de Macуn, podнan recoger a Melanie y a su nene. Si las niсas se salvaban, la familia de Ellen tendrнa que encargarse de ellas, les gustase o no. Y ella y Gerald podнan recurrir al tнo James o al tнo Andrew. Mirу las flacas figurillas que se agitaban inquietas, en la cama, bajo las sбbanas oscuras y mojadas por el agua. A Suellen no la querнa. Lo percibнa ahora con una sъbita claridad. Nunca la habнa querido. No sentнa tampoco gran cariсo por Carreen, porque ella era incapaz de querer a nadie que fuese dйbil. Pero llevaban su propia sangre, formaban parte de Tara. No, no podнa dejarlas toda la vida en casa de las tнas, como unas parientas pobres. їLos O'Hara en calidad de parientes pobres, comiendo el pan de la caridad y sufriendo...? ЎOh, eso nunca! їNo habнa escape en aquel camino sin salida? Su fatigado cerebro funcionaba con gran lentitud. Se llevу las manos a la cabeza, con tanto esfuerzo como si en vez de aire fuese agua lo que tenнan que vencer sus brazos. Cogiу la calabaza que estaba entre el vaso y la botella y la examinу. Quedaba algo de whisky en el fondo; no podнa decir cuбnto con una luz tan dйbil. Era extraсo, pero el бspero olor no desagradaba ya a su olfato. Bebiу lentamente, y esta vez el lнquido no le abrasу la garganta; sintiу tan sуlo una sensaciуn de calor. Soltу la calabaza vacнa y mirу en torno suyo. Era todo un sueсo, aquella tenebrosa habitaciуn llena de humo, las esquelйticas niсas, Mamita, deforme y voluminosa, acurrucada junto a la cama; Dilcey, convertida aъn en una estatua de bronce, con la dormida y rosada carita del bebй resaltando junto al oscuro pecho..., un sueсo del cual despertarнa para oler el jamуn que se freнa en la cocina, para oнr las roncas carcajadas de los negros y el rechinar de los carros de labranza que salнan hacia el campo, y sentir sobre ella la mano insistente y suave de Ellen. Despuйs descubriу con asombro que estaba en su propia cama, a la dйbil luz de la luna, que intentaba perforar las tiniebla, y que Mamita y Dilcey la estaban desnudando. El corsй torturador ya no le pellizcaba la cintura, y podнa respirar honda y silenciosamente hasta el fondo de sus pulmones y su vientre. Sintiу cуmo la despojaban suavemente de las medias, y oyу a Mamita murmurar confusos pero confortadores sonidos mientras baсaba sus pies lacerados por las ampollas. ЎQuй fresca estaba el agua, quй bien se sentнa tendida sobre algo blando, cuidada como cuando era niсa! Suspirу, se estirу y, pasado cierto tiempo —lo mismo pudo ser un aсo que un segundo—, se encontrу sola; la habitaciуn parecнa mбs brillante, inundada por los rayos de la luna que caнan sobre su lecho. No sabнa que estaba ebria, ebria de cansancio y de whisky. Sуlo sabнa que habнa abandonado su cansado cuerpo y que flotaba no sabнa cуmo ni donde, pero en alguna parte donde no existнan el dolor ni el cansancio y donde su cerebro percibнa las cosas con claridad sobrehumana. Veнa las cosas con otros ojos, porque en el largo camino hasta Tara habнa dejado atrбs su niсez. No era ya una dъctil y plбstica arcilla que acusaba nuevos contornos a cada nueva experiencia. La arcilla se habнa endurecido, no sabнa cuбndo, en aquel dнa indefinido que habнa durado mil aсos. Aquella noche serнa la ъltima vez quй habrнan de cuidarla como a una chiquilla. Ahora ya era una mujer y la juventud habнa acabado. No, ya no podнa, no querнa dirigirse a las familias de Gerald o de Ellen. Los O'Hara no aceptaban limosnas. Los O'Hara se cuidaban solos. Sus cargas eran suyas y sуlo suyas, y las cargas eran para hombres capaces de soportarlas. Pensу sin sorpresa, mirando hacia abajo desde su altura, que sus hombros eran ahora lo suficientemente vigorosos para soportar cualquier peso, ya que habнan soportado lo peor que podнa ocurrirle. Le resultaba imposible desertar de Tara; pertenecнa a aquellas hectбreas de rojas tierras mбs de lo que las tierras podнan pertenecer a ella. Sus propias raнces penetraban hondamente en el suelo color de sangre y sorbнan vida en йl, lo mismo que el algodуn. Se quedarнa en Tara y la sostendrнa, de un modo u otro, y mantendrнa a su padre y a sus hermanas, a Melanie y al hijo de Ashley, y a los negros. Maсana, Ўoh, maсana...! Inclinarнa el cuello al yugo. Maсana habrнa muchas cosas que hacer. Ir a Doce Robles y a la finca de los Macintosh a ver si habнa quedado algo en los abandonados huertos, ir a los pantanos del rнo y dar una batida en busca de cerdos o gallinas perdidos, ir a Jonesboro y a Lovejoy con la alhajas de Ellen... Alguna quedarнa que pudiese venderse para sacar con quй comer. Maсana... maсana... Su cerebro funcionaba con mayor lentitud cada vez, como un reloj al que se le acabara la cuerda; pero la visiуn persistнa. De pronto, los viejos relatos familiares que habнa oнdo desde su infancia, que habнa oнdo casi aburrida, impaciente y comprendiйndolos sуlo a medias, se le aparecieron claros como el cristal. Gerald, sin un centavo, habнa levantado Tara; Ellen se habнa sobrepuesto a alguna misteriosa pena; el abuelo Robillard, sobreviviendo al derrumbamiento del trono de Napoleуn, habнa rehecho su fortuna en la fйrtil costa de Georgia; el bisabuelo Prudhomme habнa creado un pequeсo reino en la jungla de Haitн, y lo habнa perdido, viviendo lo suficiente para que su nombre fuese glorificado en Savannah. Hubo unas Scarlett O'Hara que combatieron entre los voluntarios irlandeses por una Irlanda libre y a quienes ahorcaron en recompensa, y otros O'Hara que murieron en el Boyne luchando hasta el final por lo que era suyo. Todos ellos habнan sufrido aplastantes infortunios, y no quedaron nunca aplastados. No habнan podido quebrantarlos ni el derrumbamiento de imperios, ni los machetes de los esclavos sublevados, ni la guerra, ni la revoluciуn, ni el destierro o las confiscaciones. Un hado maligno habнa podido quizб doblegar su cuello, pero no su espнritu. No habнan gemido, sino luchado. Y, cuando murieron, murieron extenuados pero invictos. Todas aquellas sombras desaparecidas, cuya sangre corrнa por sus venas, parecнan moverse, silenciosas, en la estancia iluminada por la luna. Y a Scarlett no le sorprendнa ver a aquellos antecesores que habнan sufrido lo peor que el destino podнa reservarles, y lo habнan transformado en lo mejor. Para ella, Tara era su destino, su lucha, y debнa conquistarlo. Dio una vuelta en la cama, soсolienta, mientras crecientes sombras envolvнan su mente. їEstaban realmente junto a ella aquellos hombres de antaсo, susurrбndole muchas palabras de aliento, o formaba aquello parte de su sueсo? —Tanto si estбis como si no estбis —murmurу amodorrada—, buenas noches... y muchas gracias. A la maсana siguiente, el cuerpo de Scarlett estaba tan rнgido y dolorido por los largos kilуmetros de caminata y por los vaivenes del carro que cada movimiento era una agonнa. Su rostro, quemado por el sol estaba rojo; tenнa las palmas de las manos desolladas por las ampollas, la lengua pastosa y la garganta seca, como si las llamas la hubiesen abrasado, y no habнa agua bastante para calmar su sed. Sentнa la cabeza como hinchada y hasta girar los ojos le causaba dolor. Nбuseas que le recordaban los primeros dнas de su embarazo hicieron insoportable para ella hasta el olor de los humeantes сames del desayuno. Gerald hubiera podido decirle que sufrнa las consecuencias normales de su primera experiencia con las bebidas fuertes, pero Gerald no se daba cuenta de nada. Estaba sentado a la cabecera de la mesa y no era mбs que un viejo canoso, de ojos apagados y ausentes que se clavaban en la puerta, con la cabeza algo inclinada como para tratar de escuchar el crujido de las enaguas de Ellen, para aspirar su perfume de limуn y verbena. Al sentarse Scarlett a la mesa, Gerald murmurу: —Esperamos a la seсora O'Hara. Ya se demora. Scarlett levantу su cabeza dolorida, mirбndole con asombrada incredulidad, y encontrу la suplicante mirada de Mamita, de pie tras la silla de Gerald. Se levantу vacilante, con la mano en la garganta, y contemplу a su padre a la luz de la maсana. Йl la mirу vagamente y ella observу que las manos de su padre temblaban y que su cabeza estaba tambiйn algo trйmula. Hasta aquel momento no comprendiу en quй medida habнa contado con Gerald para que la ayudase, para que le dijese lo que debнa hacer. Y ahora... ЎPero si la noche anterior parecнa estar casi normal! No mostraba, es cierto, la vitalidad y la exuberancia habituales, pero por lo menos le habнa hecho un relato coherente, y ahora... Ahora, ni siquiera se acordaba de que Ellen habнa muerto. La impresiуn simultбnea de la llegada de los yanquis y. de la muerte de su mujer le habнan trastornado. Scarlett fue a decir algo, pero Mamita sacudiу la cabeza violentamente y, levantando el delantal, se enjugу los enrojecidos ojos. «ЎOh! їSe habrб vuelto loco papб? —pensу Scarlett, y su trepidante cabeza parecнa a punto de estallar bajo aquella nueva presiуn—. No, no. Estб un poco aturdido, y nada mбs. Es como si estuviese mareado. Ya se le pasarб. Tiene que pasбrsele. Pero їquй voy a hacer si no se le pasa...? No quiero ni pensarlo ahora. No quiero pensar en йl, ni en mamб, ni en ninguna de esas cosas terribles, ahora. No, no puedo pensar en nada hasta que me sienta capaz de soportarlo. ЎHay tantas otras cosas en quй pensar...! Cosas que yo puedo remediar si no me dedico a pensar en las irremediables. » Saliу del comedor sin haber probado bocado y se fue al pуrtico de atrбs, donde encontrу a Pork descalzo y vestido con los harapientos restos de su mejor librea, sentado en los escalones y mondando cacahuetes. La cabeza de Scarlett sentнa aъn incesantes martilleos y pulsaciones, y la deslumbradora luz del sol le acuchillaba los ojos. Sуlo para mantenerse en pie necesitaba hacer un gran esfuerzo de voluntad; y hablaba con el mayor laconismo, suprimiendo las fуrmulas habituales de cortesнa que su madre le enseсara a usar desde la infancia. Comenzу a preguntar tan bruscamente y a dar уrdenes en un tono tan decidido que las cejas de Pork se alzaron con sorpresa. La seсora Ellen jamбs habнa hablado a nadie tan secamente, ni siquiera cuando cogнa a un negro robando pollos o sandнas. Le interrogу nuevamente sobre los campos, los huertos, el ganado, y sus ojos verdes adquirнan un brillo acerado que Pork nunca habнa visto en ellos. —Sн, seсora; el caballo muriу, allн donde yo lo habнa atado con el hocico metido en el cubo, que tirу, por cierto. No, la vaca no muriу. їNo sabнa usted? Tuvo una ternera anoche. Por eso mugнa tanto. —ЎVaya una comadrona que serнa Prissy! —observу Scarlett irуnicamente—. Dijo que la vaca mugнa porque necesitaba que la ordeсasen. —Prissy no piensa ser partera de vacas, seсora Scarlett —concluyу Pork diplomбticamente—. Y no vale la pena discutir los bienes que Dios nos manda, porque esa ternera supondrб una vaca muy grande, y habrб leche y manteca en abundancia para las niсas, que es lo que necesitan, segъn dijo el doctor yanqui. —Bueno, sigue. їQuedan mбs animales? —No, seсora. Nada mбs que una cerda vieja y sus lechones. Los llevй a los pantanos el dнa que llegaron los yanquis, pero Dios sabe cуmo podremos darle caza ahora. Quiero decir a la marrana. —Ya los encontraremos, no te apures. Tъ y Prissy podйis empezar a busCharles. Pork pareciу sorprendido e indignado. —Seсora, eso es cosa de los del campo. Yo he sido siempre un negro de casa. Un diablillo con un par de tenacillas candentes parecнa divertirse pellizcando los ojos de Scarlett. —O buscбis vosotros dos la cerda... u os largбis de aquн, lo mismo que se fueron los negros del campo. Las lбgrimas temblaron en los apenados ojos de Pork. ЎOh, si la seсora Ellen estuviera allн! Ella comprendнa aquellos distingos, y se hacнa cargo de la enorme diferencia que habнa entre las obligaciones de un peуn del campo y las de un negro domйstico. —їMarcharme, seсora Scarlett? їY adonde iba a ir yo? —No lo sй, ni me importa. Pero cualquiera que no quiera trabajar en Tara puede irse a buscar a los yanquis. Puedes decнrselo tambiйn a los demбs. —Bien, seсora. —Y ahora dime: їquй hay del maнz y del algodуn, Pork? —їEl maнz? Dios mнo, seсora Scarlett, pusieron los caballos a pastar en el maizal y se llevaron despuйs todo lo que los caballos no habнan comido o estropeado. Y metieron los caсones y los carros por el algodуn hasta destrozarlo todo, excepto unas cuantas hectбreas al fondo de la quebrada, en que no se fijaron. Pero por ese algodуn no vale la pena ni molestarse, porque apenas hay allн tres balas. ЎTres balas! Scarlett recordу las docenas y docenas de balas que producнa Tara, y la cabeza le doliу mбs aъn. ЎTres balas! Tal cantidad era apenas un poco mбs de lo que cogнan aquellos pobretones de los Slattery. Y para colmo de males, quedaba la cuestiуn de los impuestos. El Gobierno confederado aceptaba el algodуn en lugar de dinero, como pago de impuestos; pero tres balas no bastarнan ni para pagar йstos. Poco les importaba, sin embargo, a ella o a la Confederaciуn, ahora que todos los braceros habнan huido y que no quedaba nadie para recoger el algodуn.
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