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TERCERA PARTE 14 страница



Aunque no estaban unidas por lazos de sangre, existнa un parentesco espiritual y de experiencias comunes que enlazaba a aquellas mujeres. Las tres llevaban luto, las tres estaban agotadas, tristes, preocupadas, amargadas por un dolor que no se traducнa en quejas o palabras agrias, pero que, sin embargo, asomaba en sus sonrisas y sus frases de bienvenida. Era comprensible: sus esclavos habнan escapado y su dinero nada valнa; el marido de Sally, Joe, habнa muerto en Gettysburg y la Seсoritita habнa quedado viuda tambiйn, porque el joven doctor Fontaine habнa muerto de disenterнa en Vicksburg. Los otros dos hijos, Alex y Tony, andaban por Virginia, y nadie sabнa si estaban vivos o muertos; y, en cuanto al viejo doctor Fontaine, se hallaba Dios sabe dуnde, con la caballerнa del general Wheeler.

—Y ese viejo loco tiene setenta y tres aсos, aunque trate de parecer mбs joven, y tiene mбs dolores reumбticos que pulgas tiene un cerdo —decнa la abuela Fontaine, orgullosa de su marido, con relucientes ojos que desmentнan sus palabras de censura.

—їHan tenido ustedes alguna noticia de lo que ha pasado en Atlanta? —preguntу Scarlett una vez que todo el mundo se hubo instalado confortablemente—. Nosotros, en Tara, estamos tan ansiosos...

—ЎDios mнo! —dijo la anciana, apoderбndose de la conversaciуn como solнa hacerlo—; estamos igual que tъ. Sуlo sabemos que Sherman tomу al fin la ciudad.

—La tomу al fin... їQuй hace ahora? їDуnde se combate ahora?

—їCуmo quieres que tres mujeres solitarias, aisladas aquн en el campo, sepamos nada sobre la guerra, cuando hace semanas que no hemos leнdo ni una sola carta ni un periуdico? —dijo la vieja dama con cierta sequedad—. Uno de nuestros negros hablу con un negro que vio a otros que habнan estado en Jonesboro, pero fuera de eso nada sabemos. Lo que decнan era que los yanquis estaban instalados en Atlanta para dar descanso a sus hombres y a sus caballos, pero si esto es verdad o no tъ podrбs juzgarlo lo mismo que yo. Acaso necesitan reposo despuйs de lo que les hicimos pelear.

—ЎPensar que has estado en Tara todo este tiempo y nosotras no lo sabнamos! —interrumpiу la Seсoritita—. ЎOh, ahora me arrepiento de no haberme acercado hasta allн! ЎPero ha habido tanto que hacer aquн, desde que se marcharon los negros, que yo no podнa dejar esto! No obrй como muy buena vecina. Claro que pensбbamos que los yanquis habнan quemado vuestra casa, lo mismo que habнan quemado Doce Robles y la casa de los Macintosh, y que todos vosotros os habнais ido a Macуn. Y nunca pensamos que tъ pudieses estar en tu casa, Scarlett.

—їCуmo нbamos a figurarnos otra cosa, cuando los negros del seсor O'Hara llegaron aquн tan asustados que se les saltaban los ojos y nos dijeron que los yanquis iban a pegar fuego a Tara? —interrumpiу a su vez la abuela.

—Y vimos que... —comenzу Sally.

—Estoy hablando yo, perdona —dijo la anciana brevemente—. Y dijeron que los yanquis habнan acampado en derredor de Tara y que tu familia se disponнa a marchar a Macуn. Y despuйs, esa misma noche, advertimos desde aquн el resplandor del incendio por la parte de Tara, y eso durу muchas horas, y espantу a nuestros imbйciles negros, y entonces se marcharon, їQuй es lo que se quemу?

—Todo nuestro algodуn, por valor de ciento cincuenta mil dуlares —replicу Scarlett con amargura.

—Da las gracias de que no fuera tu casa —dijo la abuela, apoyando la barbilla sobre el puсo de su bastуn—. Siempre puedes cultivar mбs algodуn, pero no puedes cultivar una casa. Y a propуsito, їhas comenzado a recoger el algodуn?

—No —dijo Scarlett—, y ahora casi todo estб perdido. Me imagino que no quedarбn mбs que unas tres balas utilizables, y eso allб, al pie del arroyo; pero їde quй nos van a servir? Todos nuestros peones del campo se han ido y no queda nadie para recoger la cosecha.

—ЎVaya, conque se marcharon todos los peones, se marcharon y no queda nadie para recogerlo! —exclamу la abuela, imitando el tono de voz de Scarlett y dirigiйndole una mirada satнrica—. їQue les pasa a tus lindas patitas, niсa, y a las de tus hermanas? —їYo recogiendo algodуn? —gritу Scarlett, horrorizada como si la abuela hubiese sugerido algъn crimen nefando—. їComo un peуn negro? їComo un pordiosero blanco? їComo las mujeres de los Slattery?

—Pordioseros blancos, їeh? ЎQuй blanda y delicada se ha vuelto esta generaciуn! Dйjame que te diga, niсa, que cuando yo era muy joven mi padre perdiу todo su dinero, y a mн no me dio vergьenza trabajar honradamente con mis manos, incluso en el campo, hasta que mi padre tuvo bastante dinero para adquirir mбs esclavos. He cavado surcos para sembrar y he recogido algodуn, y lo harнa otra vez si fuese preciso. Y creo que tendrй que hacerlo. ЎConque pordioseros blancos!, їeh?

—ЎOh, mamб Fontaine! —exclamу su nuera, dirigiendo imploradoras miradas a las dos chicas, como suplicбndoles que aplacasen a la septuagenaria dama—. De eso ya hace mucho tiempo, eran dнas muy diferentes y todo ha cambiado.

—Las cosas no cambian nunca cuando hay necesidad de trabajar honradamente —manifestу la soliviantada seсora, que no estaba dispuesta a calmarse—. Lo siento por tu madre, Scarlett, cuando te oigo decir que el trabajo convierte en pordioseros blancos a las personas decentes. Cuando Adбn cavaba y Eva hilaba...

Para cambiar de tema, Scarlett preguntу precipitadamente: —їY quй se sabe de los Tarleton y de los Calvert? їLes incendiaron tambiйn la casa? їPudieron refugiarse en Macуn?

—Los yanquis no llegaron hasta donde viven los Tarleton. Estбn fuera de la carretera central, lo mismo que nosotras, pero sн llegaron a casa de los Calvert y les robaron todo el ganado y todas las aves y obligaron a todos los negros a que se fuesen con ellos... —comenzу a decir Sally.

La abuela la interrumpiу:

—ЎClaro! Prometieron a todas las hembras negras trajes de seda y pendientes de oro. Eso fue lo que hicieron. Y Cathleen Calvert dijo que algunos de los soldados se llevaron a las negras sentadas a la grupa de sus caballos. Bueno, lo ъnico que resultarб serбn chiquillos color de cafй con leche, y no creo que la sangre yanqui pueda mejorar la raza negra.

—ЎOh, mamб Fontaine!

—No pongas esa cara, Jane. Todas somos mujeres casadas, їno? Y, bien sabe Dios, hemos visto bebйs mulatos antes de ahora. —їCуmo no quemaron la casa de los Calvert? —Se salvу la casa gracias a las sъplicas combinadas de la segunda seсora Calvert y de Hilton, ese capataz yanqui —dijo la anciana, que siempre se referнa a la ex institutriz como la «segunda seсora Calvert», aunque la primera seсora Calvert habнa muerto treinta aсos antes—. «Somos fieles y sinceros simpatizantes de la Uniуn» —continuу la vieja, tratando de hacer una parodia y pronunciando la frase a travйs de su larga y delgada nariz—. Cathleen asegurу que ambos habнan jurado y perjurado que toda la casa de los Calvert era yanqui. ЎY pensar que el seсor Calvert muriу en el «Wilderness»! ЎY Raiford en Gettysburg, y Cade en Virginia con el ejйrcito! Cathleen se sintiу tan humillada que dijo que hubiera preferido que quemasen la casa. Agregу que Cade reventarнa de rabia cuando regresara y se enterara de ello. Pero йste es el resultado de que un hombre se case con una yanqui... No tienen orgullo ni decencia, no piensan mбs que en su pellejo... Pero їcуmo fue que no quemaron Tara, Scarlett?

Scarlett hizo una pausa antes de contestar. Sabнa que la pregunta siguiente habrнa de ser: «їY cуmo estбn todos los de tu casa? їY cуmo estб tu querida madre? » Sabнa que no podнa decirles que Ellen estaba muerta. Sabнa que si pronunciaba esas palabras estallarнa en un mar de lбgrimas y llorarнa hasta ponerse enferma. No habнa llorado de veras desde que regresara a su hogar, y estaba segura de que, tan pronto como abriese las compuertas del llanto, todo aquel valor tan celosamente conservado desaparecerнa en la corriente. Pero sabнa tambiйn, mirando con confusiуn las amistosas fisonomнas que tenнa a su alrededor, que si ocultaba la noticia del fallecimiento de Ellen jamбs se lo perdonarнan. La abuela, en particular, sentнa gran afecto hacia Ellen, y eso que habнa poquнsimas personas en el condado que a ella le importasen algo.

—Vamos, habla —dijo la abuela, con mirada penetrante—. їNo sabes hablar, niсa?

—Bueno, verбn. Yo no lleguй a casa hasta el dнa despuйs de la batalla —contestу Scarlett precipitadamente—. Los yanquis ya se habнan ido entonces. Papб... Papб me dijo que... que los yanquis no habнan incendiado la casa porque Suellen y Carreen estaban tan enfermas con el tifus que no habнa medio de transportarlas.

—Es la primera vez que oigo que un yanqui hace algo decente —dijo la abuela, como sintiendo tener que oнr algo favorable respecto a los invasores—. їY cуmo estбn ahora las pequeсas?

—ЎOh, estбn mejor, mucho mejor, casi bien, pero muy dйbiles! —contestу Scarlett.

En seguida, viendo que la pregunta que ella mбs temнa se dibujaba en los labios de la vieja, buscу aceleradamente algъn otro tema de conversaciуn.

—їNo... no podrнan prestarnos algo de comida? Los yanquis nos limpiaron, como una plaga de langosta. Pero si tambiйn andan ustedes mal de comida, me lo dicen francamente y...

—Envнanos a Pork con su carro y te daremos la mitad de lo que tenemos: arroz, harina, jamуn, algunos pollos... —dijo la vieja dama, dirigiendo a Scarlett una mirada penetrante. —ЎOh, eso es mucho! Realmente, yo...

—Ni una palabra. No quiero ni escucharte. їPara quй estбn los vecinos?

—Son ustedes tan buenos que no puedo... Pero tengo que marcharme ya. En casa estarбn inquietos por mн.

La abuela se levantу rбpida y cogiу a Scarlett por el brazo. —Vosotras dos quedaos aquн —ordenу, empujando a Scarlett hacia el pуrtico de atrбs—. Tengo que hablar dos palabras en privado con esta niсa. Ayъdame a bajar, Scarlett.

La Seсoritita y Sally le dijeron adiуs y prometieron ir a visitarlos muy pronto. Estaban devoradas por la curiosidad de saber quй era lo que la abuela tenнa que decir a Scarlett; pero, a menos que йsta quisiese contбrselo, no iban a enterarse. Las viejas eran difнciles de convencer. La Seсoritita cuchicheу algo al oнdo de Sally mientras reanudaban su labor de costura.

Scarlett permaneciу junto a su caballo, con la brida en la mano, sintiendo el corazуn oprimido.

—Ahora, vamos a ver —dijo la abuela mirбndola a los ojos—. їQuй pasa en Tara? їQuй es lo que no nos has contado?

Scarlett levantу la vista hacia aquellos ojos intensos y comprendiу que podнa decir la verdad sin llorar. Nadie se atrevнa a llorar delante de la abuela Fontaine sin su permiso.

—Mamб ha muerto —dijo sencillamente.

La mano que se apoyaba en su brazo se lo apretу hasta hacerle daсo, y los arrugados pбrpados que enmarcaban los amarillentos ojos se agitaron convulsivamente. —їLa mataron los yanquis?

—Muriу de tifus. Muriу... el dнa antes de volver yo. —ЎNo me digas mбs! —exclamу la abuela severamente, y Scarlett notу como tragaba saliva—. їY tu padre? —Papб... Papб no es el mismo. —їQuй quieres decir? Habla. їEstб enfermo? —La emociуn... Se ha vuelto muy extraсo. No es... —ЎNo me digas que no es el mismo! їTiene perturbado el cerebro? Era casi un alivio oнr la verdad expresada tan abiertamente. Por fortuna, la anciana no pronunciу palabras de consuelo, que hubieran provocado el llanto de Scarlett.

—Sн —contestу suavemente—. Ha perdido la cabeza. Obra como si estuviese aturdido, y a veces no parece ni recordar que mamб ha muerto. ЎOh, seсora, se me parte el corazуn al verle sentado hora tras hora, aguardбndola con tanta paciencia, йl, que era mбs impaciente que un niсo! Pero es todavнa peor cuando se acuerda de que ha muerto. De vez en cuando, despuйs de haber permanecido inmуvil aguzando el oнdo para escuchar sus pasos, salta del asiento de pronto y marcha a tropezones hasta el lugar en donde estб la tumba. Y cuando regresa casi arrastrбndose, con la cara baсada en lбgrimas, me dice y me repite hasta que yo he de hacer un esfuerzo para no ponerme a gritar: «Katie Scarlett, la seсora O'Hara ha muerto. Tu madre ha muerto»; y eso es tan terrible para mн como cuando se lo oн decir por primera vez. Y otras veces, ya muy entrada la noche, oigo cуmo la llama, y tengo que saltar de la cama y decirle que mamб ha ido a los pabellones para visitar a un negrito enfermo. Y йl no quiere que ella se canse tanto haciendo de enfermera de los demбs. ЎY es tan difнcil hacer que se acueste otra vez! Es como un niсo pequeсo. ЎOh, cуmo quisiera que el doctor Fontaine estuviese aquн! ЎSй que seguramente harнa algo por papб! Y Melanie tambiйn necesita un mйdico. No se repone del parto tan pronto como debiera...

—їCуmo? їMelly tiene un nene? їY estб contigo?

—Sн.

—їQuй hace Melly contigo? їPor quй no estб en Macуn con su tнa y sus parientes? Me parece que tъ no la querнas muy bien, niсa, a pesar de ser hermana de Charles. Dime, pues, їcуmo es que se ha reunido con vosotros?

—Es una larga historia, seсora. їNo quiere usted volver a la casa y sentarse?

—No me canso de pie —dijo la abuela secamente—. Y si cuentas delante de las otras lo que ha pasado, comenzarбn a lloriquear y a hacer que sientas mбs tus penas. Conque, vamos, cuenta.

Scarlett comenzу entre balbuceos a relatar el sitio de la ciudad y el estado de Melanie; pero, conforme adelantaba la historia y sentнa sobre sн los ojos de la anciana, que disminuнan la intensidad de su mirada, fue encontrando palabras, palabras de vigor y de horror. Todo volviу a su mente: el calor sofocante del dнa en que naciу el niсo, la agonнa de su temor, la huida, el abandono de Rhett. Hablу de la salvaje oscuridad de la noche, de las llameantes hogueras en el campo, que lo mismo podнan ser de amigos que de enemigos; de las desnudas chimeneas que se levantaban ante sus ojos al sol matutino, de los cadбveres de hombres y de caballos sembrados a lo largo de la carretera, del hambre que pasaron, de su desolaciуn, del temor de que Tara estuviese quemada.

—Yo creнa que, si podнa llegar hasta casa y hasta mi madre, ella lo arreglarнa todo, y yo podrнa soltar mi pesada carga. Yendo hacia casa, me parecнa que lo peor ya habнa pasado; pero cuando supe que ella habнa muerto comprendн que esto era lo peor que podнa ocurrirme. Bajу la vista y aguardу a que la abuela hablase. Tan prolongado fue el silencio que no sabнa si la abuela se habнa hecho cargo de su desesperada situaciуn. Finalmente, la cascada voz se dejу oнr, pero con tonos amables, los mбs amables que Scarlett jamбs le oyera emplear al hablar con nadie.

—Niсa, mala cosa es para una mujer tener que soportar lo peor, porque cuando le ha ocurrido lo peor ya no puede temer nunca nada. Y es muy malo para una mujer no tener miedo a algo. Tъ crees que no he entendido bien lo que me has contado..., lo que has pasado. Bueno, pues lo he comprendido muy bien. Cuando yo tenнa aproximadamente tu edad, me encontrй en la sublevaciуn de los indios creek, despuйs de la matanza del Fort Mims —explicу con voz lejana—. Sн, tenнa casi tu edad, porque esto debiу de ocurrir hace cerca de cincuenta aсos. Y me las arreglй para esconderme entre las malezas bien escondida y vi quemar nuestra casa y vi cуmo los indios arrancaban el cuero cabelludo a mis hermanos y hermanas. Y yo no podнa hacer mбs que permanecer quieta allн y rezar para que el resplandor de las llamas no delatase mi presencia. Y sacaron a mi madre a rastras y la mataron, a unos veinte pasos de donde yo estaba. Y tambiйn le arrancaron el cuero cabelludo. Y con frecuencia volvнa un indio cualquiera para hundir su hacha en el crбneo de ella otra vez... Yo, yo que era la favorita de mi madre, tuve que permanecer quieta y presenciar todo eso. Y por la maсana marchй hacia el primer poblado, que estaba a casi cincuenta kilуmetros de distancia. Necesitй tres dнas para llegar allн, a travйs de los pantanos y eludiendo a los indios, y cuando lleguй creyeron que iba a perder el juicio... Allн fue donde conocн al doctor Fontaine. Йl me cuidу... ЎOh, eso pasу hace cincuenta aсos, y desde entonces no he tenido miedo ni a nada ni a nadie, porque ya conocнa lo peor que podнa pasarme! Y esta ausencia de miedo me ha metido en no pocas dificultades y me ha costado buena parte de mi felicidad. Dios quiso que las mujeres fuesen criaturas tнmidas y asustadizas, y hay algo antinatural en una mujer que no siente el miedo... Scarlett, procura tener siempre algo que te infunda miedo... lo mismo que te debe quedar siempre algo que amar...

Su voz se fue apagando, y al fin permaneciу quieta, con ojos que contemplaban una visiуn retrospectiva de medio siglo atrбs hasta el dнa en que ella aъn sentнa miedo. Scarlett se agitaba impaciente. Habнa creнdo que la abuela comprenderнa sus problemas, y acaso le ayudarнa a resolverlos. Pero, como les pasa a todas las personas viejas, le habнa dado por hablar de cosas acaecidas antes de que los demбs hubiesen nacido siquiera, cosas que no interesaban a nadie. Scarlett se arrepintiу de haberse confiado a ella.

—Bueno, vuйlvete a casa, chiquilla; ya estarбn inquietos por ti —dijo la anciana de pronto—. Envнame a Pork con el carro esta tarde... Y no creas que vas a poder soltar la carga. Nunca. No podrбs. Lo sй yo.

El veranillo de San Martнn se prolongу aquel aсo hasta entrado noviembre, y sus dнas soleados y claros eran dнas magnнficos para los que vivнan en Tara. Lo peor habнa pasado. Ahora tenнan un caballo y podнan cabalgar en vez de ir a pie. Comнan huevos fritos para el desayuno y jamуn frito para la cena, variando asн la monotonнa de los сames, cacahuetes y manzanas secas y, en una ocasiуn especial, incluso pollo asado. Se capturу finalmente a la vieja cerda, y йsta y su prole hociqueaban y gruснan debajo de la casa, en donde tenнan la porquera. A veces emitнan tales gruсidos que no dejaban ni hablar; pero era un sonido agradable para todos. Significaba cerdo fresco para las personas de raza blanca y mondongo para los negros, cuando hiciese frнo y llegase la йpoca de la matanza, y esto implicaba alimento para todos durante el invierno.

La visita de Scarlett a los Fontaine le habнa dado mбs бnimos de lo que ella se figuraba. Tan sуlo el saber que tenнa vecinos, que algunos amigos de la familia y algunas cosas habнan sobrevivido, disipу la sensaciуn de hallarse sola y perdida, que tanto la oprimiera durante las primeras semanas en Tara. Y los Fontaine y los Tarleton, cuyas plantaciones habнan quedado fuera del camino de las tropas, se mostraron sumamente generosos en compartir con ella lo poco que tenнan. Era tradiciуn del condado que todo vecino ayudase a sus vecinos, y rehusaron aceptar ni un centavo de Scarlett, diciйndole que ella hubiera hecho otro tanto y que podrнa pagarles devolviendo los mismos artнculos o sus equivalentes el aсo siguiente, cuando Tara produjese otra vez.

Scarlett tenнa ahora vнveres para la familia y criados, tenнa caballo, tenнa el dinero y las joyas cogidas al desertor yanqui, y su mбs urgente necesidad era la ropa. Sabнa que era arriesgado enviar a Pork hacia el Sur para comprarla, ya que tanto los yanquis como los confederados podнan apoderarse del caballo. Pero, por lo menos, poseнa el dinero para comprar las ropas, carros y caballos para la expediciуn y quizб Pork pudiese hacer el viaje sin que lo capturasen. Sн; lo peor habнa pasado.

Todas las maсanas al despertarse, Scarlett daba gracias a Dios por aquel cielo azul pбlido y por aquel sol reconfortante, porque cada dнa de buen tiempo aplazaba el inevitable momento de necesitar ropas de abrigo. Y cada dнa templado permitнa acumular mбs y mбs algodуn en las vacнas cabanas de los esclavos, ъnico lugar que quedaba en la plantaciуn para poder almacenarlo. En los campos habнa algo mбs de algodуn de lo que tanto ella como Pork habнan calculado. Probablemente llegaba a cuatro balas, y pronto las cabanas estarнan todas llenas.

Scarlett no se habнa propuesto recoger ella misma el algodуn, ni aun despuйs de la punzante observaciуn de la abuela Fontaine. Era absurdo que ella, una O'Hara, ahora ama y seсora de Tara, trabajase en los campos. Ello la rebajarнa al nivel de los Slattery y de Emmie, con sus sucias pelambreras. Se proponнa ordenar que los negros hiciesen la labor campestre mientras ella y las niсas convalecientes atendнan la casa; pero tropezу con un prejuicio de casta aъn mбs fuerte que el suyo. Pork, Mamita y Prissy pusieron el grito en el cielo ante la mera idea de trabajar en el campo. Repetнan que ellos eran criados domйsticos, no peones agrнcolas. Mamita, en especial, declarу vehemente que ella jamбs habнa sido una negra de campo. Habнa nacido dentro de la gran casa de los Robillard, no en las cabanas exteriores, y habнa crecido en el dormitorio de la vieja Seсorita, durmiendo sobre un jergуn a los pies de su cama. Sуlo Dilcey callaba y miraba a Prissy con una mirada tan fija que la ponнa nerviosa.

Scarlett se negу a escuchar tales protestas y los llevу a todos en el carro hasta el sembrado de algodуn. Pero Mamita y Pork trabajaban tan lentamente y se lamentaban tanto, que Scarlett enviу a Mamita otra vez a la cocina, y a Pork al bosque y al rнo con lazos para cazar conejos y otros animalillos, y con caсas de pescar. Recoger el algodуn era algo ofensivo para la dignidad de Pork, pero cazar y pescar no lo era. Despuйs tratу de trabajar con sus hermanas y con Melanie en el campo, pero tampoco dio resultado. Melanie estuvo arrancando algodуn con precisiуn, rapidez y excelente voluntad durante una hora, bajo el sol que abrasaba; pero se desmayу silenciosamente y tuvo que permanecer luego en cama durante una semana. Suellen, reacia y llorosa, fingiу perder el conocimiento tambiйn; pero se recobrу, bufando como un gato enfurecido, cuando Scarlett derramу sobre su cara una calabaza llena de agua. Finalmente, se negу rotundamente a continuar. —ЎNo quiero trabajar en el campo como un negro! Tъ no puedes obligarme. ЎSi nuestros amigos se enterasen! ЎOh, si el seсor Kennedy se enterase! ЎOh, si la pobre mamб viese esto...!

—Si vuelves a mencionar el nombre de mamб una vez mбs, Suellen O'Hara, te doy un par de bofetones —gritу Scarlett—. Mamб trabajaba mбs en la finca que cualquier negro, y tъ lo sabes bien, seсorita Remilgos.

—ЎNo es verdad! Por lo menos, no trabajaba en el campo. Se lo voy a decir a papб, y йl no me obligarб a trabajar.

—ЎNi se te ocurra molestar a papб con nuestros problemas! —le gritу Scarlett, indignada con su hermana y temerosa de Gerald.

—Yo te ayudarй, hermanita —intervino dуcilmente Carreen—.

Trabajarй por Suellen y por mн. Ella no se encuentra bien todavнa y no debe estar mucho rato al sol.

Scarlett le dijo con gratitud: «Gracias, preciosa», pero mirу preocupada a su hermana menor. Carreen, que siempre habнa tenido un color blanco y rosado, como los pйtalos que el viento primaveral esparce por los huertos, no tenнa ya esos tonos de rosa; pero su carita dulce y pensativa todavнa conservaba algo de la fragilidad y suavidad de un pйtalo de cerezo o de almendro. Parecнa silenciosa, algo deslumbrada, desde que habнa vuelto a la vida y se habнa encontrado con que su madre ya no vivнa, con Scarlett hecha un tirano, con el mundo cambiado, un mundo en el que la orden del dнa era trabajar incesantemente. La delicada naturaleza de Carreen no podнa ajustarse fбcilmente al cambio. No podнa comprender todo lo acaecido y daba vueltas por Tara como una sonбmbula, haciendo exactamente lo que le decнan. Parecнa muy dйbil y lo era; pero mostraba buena voluntad, era sumisa y complaciente. Cuando no tenнa уrdenes de Scarlett que cumplir, llevaba en la mano un rosario, y sus labios se movнan rezando por su madre y por Brent Tarleton.

Jamбs pudo ocurrнrsele a Scarlett que Carreen habнa tomado la muerte de Brent tan en serio y que su pena no se habнa curado. Para Scarlett, Carreen era todavнa la «hermanita pequeсa», demasiado joven para haber sentido un amor realmente serio.

Scarlett, de pie y al sol entre las hileras de algodуneros, con los riсones doloridos por el continuo encorvamiento y las manos бsperas y rugosas por el contacto con las cбpsulas secas, pensaba que lo deseable hubiera sido tener una hermana que combinase la energнa y la fuerza de Suellen con las sumisas inclinaciones de Carreen. Porque Carreen recogнa el algodуn con diligencia y buen deseo. Pero, despuйs de haber trabajado durante una hora, se hizo evidente que era ella y no Suellen, la que todavнa no estaba suficientemente restablecida para ese trabajo. Por lo tanto, la hizo volver a las labores caseras.

Sуlo quedaban ahora con ella, entre las largas hileras de plantas, Dilcey y Prissy. Prissy recogнa el algodуn perezosa y espasmуdicamente, quejбndose de los rнсones, de los pies, de sus miserias internas, de su fatiga, hasta que su madre cogiу un tronco de algodуnero y la zurrу a pesar de sus chillidos. Despuйs de esto trabajу algo mбs, pero procurando siempre permanecer lejos del alcance de su madre.

Dilcey trabajaba sin descanso, como una mбquina, y Scarlett con los rнсones doloridos y el hombro desollado por el peso del saco en que metнa el algodуn recogido, pensу que Dilcey valнa su peso en oro.

—Dilcey —le dijo—, cuando vuelvan los buenos tiempos no olvidarй cуmo te has portado. Has sido muy buena.

La gigante de bronce no sonriу amablemente ni hizo los gestos propios de los negros cuando se los alaba. Volviу hacia Scarlett su rostro inmutable y contestу con dignidad:

—Gracias, seсora. Pero el seсor Gerald y la seсora Ellen fueron buenos conmigo. El seсor Gerald comprу a mi Prissy para que yo no sufriese, y no lo he olvidado. Yo soy india en parte, y los indios no olvidan a los que son buenos con ellos. Perdone lo de Prissy. No sirve para nada. No es mбs que una negra cualquiera, como su padre. Su padre tampoco vale gran cosa.

A pesar del problema de Scarlett para conseguir ayuda de los demбs para la recolecciуn, y a pesar del cansancio de tener que hacer el trabajo ella misma, el бnimo se le levantу conforme el algodуn iba pasando de los campos a las cabanas. Habнa en el algodуn algo que tranquilizaba y fortalecнa. Tara habнa prosperado con el algodуn, lo mismo que todo el Sur, y Scarlett, nacida en el Sur, no podнa por menos de tener fe en que tanto Tara como el Sur resurgirнan de entre los rojizos campos. Por supuesto, todo ese algodуn que habнa recogido no era mucho, pero era algo. Le valнa algo en dinero confederado, y ese poco le permitirнa economizar los billetes verdes y el oro de la cartera del yanqui hasta que fuese imprescindible gastarlos.

En primavera intentarнa que el Gobierno confederado devolviese a Big Sam y a todos los demбs peones del campo que les habнan requisado; y si el Gobierno no querнa dбrselos, emplearнa el dinero alquilando peones a los vecinos. En la primavera siguiente plantarнa y plantarнa... Incorporу su fatigada espalda y, mirando los parduscos campos otoсales, vio la cosecha del aсo siguiente, espesa y verdeante: una hectбrea, y otra, y otra.

ЎLa primavera siguiente! Acaso para entonces habrнa terminado la guerra y volverнan los buenos tiempos. Y, tanto si la Confederaciуn perdнa como si ganaba, los tiempos serнan mejores. Cualquier cosa era preferible al constante peligro de las incursiones de ambos ejйrcitos. Cuando terminara la guerra, una plantaciуn podrнa subsistir honradamente.

ЎOh, si la guerra terminara! ЎEntonces la gente podrнa ya plantar patatas con alguna seguridad de recogerlas!

Ahora habнa esperanzas. La guerra no podнa durar siempre. Ella tenнa ya su poquito de algodуn, tenнa vнveres, tenнa un caballo, tenнa un escaso pero atesorado capital en dinero. ЎSн, lo peor se habнa pasado!

Un mediodнa, hacia mediados de noviembre, todos se hallaban sentados en grupo alrededor de la mesa comiendo los ъltimos restos del postre confeccionado por Mamita con harina de maнz y arбndanos secos y endulzado con sorgo. Se notaba fresquillo en el aire, el primer frнo del aсo, y Pork, que permanecнa de pie tras la silla de Scarlett, se frotу las manos con anticipado deleite y preguntу:

—їNo serнa ya tiempo de matar los cerdos, seсora Scarlett?

—Ya te estбs relamiendo con el mondongo, їverdad? —respondiу ella riйndose—. Bueno, creo que tambiйn a mн me apetecerнa el cerdo, y si el tiempo se sostiene por unos dнas...

Melanie interrumpiу con la cuchara en los labios:

—їNo oyes, querida? ЎAlguien se acerca!

—Alguien que grita —aсadiу Pork con inquietud.

En el seco y transparente aire otoсal, el ruido de cascos de caballo, que martilleaba con veloz ritmo, se oyу junto con una chillona voz de mujer que gritaba:

—Ў Scarlett! ЎScarlett!

Las miradas de todos se cruzaron por un segundo alrededor de la mesa antes de que se echasen para atrбs las sillas y todo el mundo se pusiese en pie de un salto. A pesar de que el miedo la hacнa chillona y estridente, todos reconocieron la voz de Sally Fontaine, que sуlo una hora antes se habнa detenido en Tara, camino de Jonesboro en una breve visita. Ahora, cuando todos se lanzaron confusamente hacia la puerta principal, la vieron llegar con la velocidad del viento sobre un caballo espumeante, con el pelo suelto y flotando a modo de cola y el sombrero colgando de las cintas. No recogiу las riendas mientras galopaba como una loca hacia ellos, y sуlo agitу el brazo hacia atrбs, seсalando la direcciуn en que venнa.

—ЎVienen los yanquis! ЎLos he visto! ЎPor la carretera! ЎLos yanquis...!

Oprimiу cruelmente el bocado sobre la boca de su montura, para evitar que el animal subiese al galope los peldaсos delanteros de la casa. Describiу un agudo бngulo, franqueу en tres saltos el cйsped de frente a la fachada y saltу por encima del metro y medio de altura que medнan los arbustos que encuadraban el cйsped, como si estuviese participando en una cacerнa. Todos oyeron el pesado golpeteo de sus cascos conforme pasaba por el patio trasero y seguнa por el angosto sendero entre las cabanas de los negros, y comprendieron que tomaba un atajo entre los campos hacia Mimosa.



  

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