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TERCERA PARTE 16 страницаScarlett permitiу tales caricias porque estaba demasiado dйbil para oponer resistencia, porque las palabras de lisonja eran como un bбlsamo para su espнritu, y porque, en la oscura cocina llena de humo, habнa nacido en ella un respeto mayor hacia su cuсada, un sentimiento de camaraderнa que no habнa existido hasta entonces. «He de confesar una cosa —pensу, casi de mala gana—; cuando la necesitas la encuentras a tu lado. » El frнo apareciу de pronto como una fuerte helada. Rachas de viento glacial se deslizaron por debajo de las puertas e hicieron trepidar los cristales de las ventanas, con monуtonos golpeteos. Las ъltimas hojas caнan de los ya desnudos бrboles, y solamente los pinos se mantenнan firmes y conservaban su vestimenta, negra y frнa en contraste con el grisбceo fondo. Los senderos rojizos llenos de baches estaban endurecidos por las heladas, y el hambre cabalgaba sobre los vientos que recorrнan Georgia. Scarlett recordaba con amargura su conversaciуn con la abuela Fontaine. Aquella tarde, un par de meses atrбs —que ahora parecнan largos aсos—, ella habнa dicho a la anciana que ya conocнa lo peor que pudiese ocurrirle jamбs, y lo habнa dicho con la mayor sinceridad. Ahora, tal declaraciуn parecнa una hipйrbole de colegiala. Antes de que las tropas de Sherman pasasen por Tara la segunda vez, poseнa pequeсos tesoros de vнveres y de dinero, tenнa vecinos mбs afortunados que ella y tenнa el algodуn, lo que le permitirнa ir tirando hasta la primavera. Ahora no tenнa ni algodуn, ni vнveres, y el dinero no le servнa para nada, porque no habнa alimentos que comprar, y todos los vecinos estaban en igual o peor situaciуn que ella. Por lo menos, Scarlett tenнa la vaca y la ternera, unos cuantos cochinillos y el caballo, mientras que los vecinos no poseнan mбs que lo poco que hubiesen podido esconder en los bosques o enterrar en alguna parte. Fairhill, la esplйndida residencia de los Tarleton, estaba incendiada hasta los cimientos, y la seсora Tarleton, con sus cuatro hijas, se alojaban de mala manera en la casa del capataz. La casa de los Munroe, cerca de Lovejoy, habнa quedado igualmente calcinada hasta el nivel del suelo. El ala de madera de Mimosa tambiйn se habнa quemado, y si se habнa salvado el edificio central fue gracias a sus espesos muros de maniposterнa y a la frenйtica labor de las Fontaine y de sus esclavos con mantas y colchas mojadas. La casa de los Calvert, en cambio, no habнa sufrido daсos, gracias a la intervenciуn de Hilton, el capataz yanqui, pero no quedaba en la finca una cabeza de ganado, ni una gallina, ni siquiera una panocha de maнz. En Tara, y en todo el condado, el problema de los vнveres era el mбs importante. La mayor parte de las familias no poseнan mбs que lo que les quedaba de su cosecha de сames y de cacahuetes y la caza que podнan obtener en los bosques. Y, como en los dнas prуsperos de antaсo, cada uno compartнa con los vecinos menos afortunados cuanto poseнa; pero no tardу en llegar el tiempo en que no hubo nada que compartir. En Tara, comнan conejo, zarigьeya y pescaditos de rнo, cuando Pork tenнa suerte. Los demбs dнas, se repartнan pequeсas raciones de leche, avellanas, bellotas asadas y сames. Siempre estaban hambrientos. A Scarlett sуlo le parecнa encontrar en derredor suyo manos tendidas, ojos suplicantes. Y verlos la ponнa mбs furiosa aъn, puesto que ella pasaba tanta hambre como los demбs. Mandу matar la ternerilla, porque consumнa demasiada leche, y aquella noche todo el mundo comiу tanta carne que todos se pusieron enfermos. Sabнa que tenнa que matar uno de los marranillos, pero lo iba aplazando, esperando poder criarlos hasta que creciesen. ЎEran tan chiquitos todavнa! Poco se sacarнa de uno matбndolo ahora, y, si se pudiese ir tirando un poco mбs, se harнa bastante mayor. Todas las noches discutнa con Melanie la conveniencia de enviar a Pork a caballo por los alrededores, provisto de algunos billetes «del Norte», a ver si podнa comprar provisiones. Pero el temor de que quitasen a Pork el caballo y el dinero las retenнa. No sabнan por dуnde andaban los yanquis. Podнan hallarse a mil kilуmetros de distancia o al otro lado del rнo. Una vez, Scarlett desesperada ya, quiso ir a caballo en busca de alimentos, pero las histйricas protestas de toda la familia, temerosa de los yanquis, la obligaron a desistir de sus planes. Pork forrajeaba en un radio bastante amplio. A veces no regresaba en toda la noche, y Scarlett ni siquiera le preguntaba dуnde habнa estado. En ocasiones, volvнa con algo de caza; en otras, con unas panochas de maнz o una bolsa de guisantes secos. Una vez trajo un gallo, que dijo haber encontrado por los bosques. La familia lo comiу con deleite, pero no sin cierto remordimiento porque sabнan que Pork lo habнa robado, igual que el maнz y los guisantes. Una noche, poco despuйs, llamу con los nudillos a la puerta de Scarlett, cuando ya todos los de la casa estaban dormidos, y mostrу avergonzado una pierna acribillada de perdigones. Mientras ella se la vendaba, йl contу torpemente que habнa sido descubierto al intentar meterse en un gallinero en Fayettevнlle. Scarlett no intentу ni siquiera preguntarle de quiйn era el gallinero, pero le dio unas palmadas en el hombro, mientras las lбgrimas le afluнan a los ojos. Los negros eran irritantes a veces, estъpidos y perezosos, pero habнa en ellos una lealtad que no podнa pagarse con dinero, un sentimiento de unidad con sus amos blancos que los impulsaba a poner en peligro su vida para llevar vituallas a su mesa. En otros tiempos, los hurtos de Pork hubieran sido mirados como cosa grave, que probablemente exigirнa aplicarle una paliza. En otros tiempos, se hubiera visto forzada a reprenderle severamente por lo menos. «Recuerda siempre, hija mнa —le habнa dicho Ellen—, que eres responsable tanto del estado moral de tus negros como de su estado fнsico. Debes hacerte cargo de que son como niсos, y hay que protegerlos contra sн mismos y debes siempre darles buen ejemplo. » Pero ahora, Scarlett relegу tal amonestaciуn a un rincуn de su cerebro. Que con ello alentaba el robo, y acaso el robar a gentes que vivнan peor que ella ya no representaba un problema de conciencia. De hecho, el aspecto moral del asunto no tenнa gran valor para ella. En vez de castigarlo o reprenderlo, sуlo lamentaba que hubiese sufrido ese tropiezo. —Ten mбs cuidado, Pork. No queremos perderte. їQuй harнamos sin ti? Has sido muy bueno y muy fiel, y cuando tengamos dinero otra vez voy a regalarte un gran reloj de oro con una inscripciуn que diga lo que se lee en la Biblia: «Te has comportado bien, siervo fiel y bueno. » Pork se esponjу con la lisonja y se frotу vivamente la pierna vendada. —Me agrada oнr eso, seсora Scarlett. їCuбndo espera usted tener dinero? —No lo sй, Pork, pero lo tendrй de un modo o de otro, antes o despuйs. —Se inclinу mirбndole con ojos tan ausentes pero tan amargamente enconados que el negro se agitу algo inquieto—. Algъn dнa, cuando acabe esta guerra, he de tener mucho dinero y nunca mбs sufrirй hambre ni frнo. Ninguno de nosotros sufrirб jamбs hambre ni frнo. Todos vestiremos bien y tendremos pollo asado cada dнa y... Callу. La regla mбs estricta de Tara, regla que ella misma habнa establecido y que se respetaba rigurosamente, consistнa en que nadie podнa hablar de lo bien que comнan antes ni de lo que comerнan ahora si pudiesen. Pork abandonу la habitaciуn mientras ella permanecнa absorta, con la mirada perdida en el vacнo. En otros tiempos, que ya no volverнan, la vida habнa sido compleja, pletуrica de intrincados y complicados problemas. Habнa existido el problema de conseguir el amor de Ashley y de conservar a una docena de admiradores menos afortunados pero sin dejarles perder las esperanzas. Habнa habido pequeсos deslices de conducta que era necesario ocultar a las personas mayores; amigas celosas a las que desafiar o aplacar; habнa que elegir incesantemente nuevos vestidos, materiales y modelos, diferentes peinados que probar y, Ўoh, tantas, tantas cosas que resolver! Ahora, en cambio, la vida se habнa simplificado asombrosamente. Lo ъnico que importaba era la comida, alimentos suficientes para no morirse de hambre, bastante ropa para no morirse de frнo y un tejado sin demasiadas goteras sobre sus cabezas. Fue durante esos dнas cuando Scarlett tuvo una y otra vez una pesadilla que iba a perseguirla despuйs durante aсos. Lo que soсaba era siempre lo mismo, los detalles no variaban jamбs, pero el terror que sentнa se hacнa mayor cada vez, y el temor de volver a soсar lo mismo de nuevo la perturbaba aun durante las horas en que estaba despierta. Se acordaba muy bien de los incidentes del dнa en que por primera vez tuvo tal pesadilla. Habнa caнdo durante varios dнas una lluvia frнa, y la casa estaba helada a causa de la humedad y las corrientes de aire. Los leсos de la chimenea estaban hъmedos y despedнan mucho humo, pero poco calor. Desde el desayuno, nada habнan podido comer, excepto un poco de leche, porque se habнan acabado los сames y ni los cepos que Pork colocaba en el bosquecillo ni su pesca habнan producido nada. Habrнa que matar uno de los marranillos si querнan comer algo al dнa siguiente. Con caras tensas y hambrientas, tanto blancos como negros parecнan pedirle con los ojos que les proporcionase algъn alimento. No tenнa mбs remedio que arriesgar el caballo y enviar a Pork a que comprase algo donde pudiese. Para empeorar las cosas, Wade estaba enfermo, le dolнa mucho la garganta y tenнa fiebre, y, por supuesto, no habнa ni mйdico ni medicinas por aquellos parajes. Hambrienta y fatigada, despuйs de cuidar al niсo durante largas horas, lo dejу en manos de Melanie por un rato y fue a tumbarse en la cama. Con los pies helados, daba vueltas y vueltas, sin poder dormirse, abrumada por el temor y la desesperaciуn. Una y otra vez pensaba: «їQuй puedo hacer? їA quiйn acudir? їNo hay en el mundo nadie que pueda ayudarme? » їNo le quedaba ya ningъn recurso? їPor quй no habнa alguien, alguna persona sabia y fuerte, que quitase tan pesada carga de sus hombros? Ella no estaba hecha para soportar tanto peso. No sabнa cуmo llevarlo... Y al fin se entregу a una inquieta modorra. Se hallaba en un paнs salvaje y extraсo, tan oscurecido por torbellinos de niebla que no podнa ver ni su propia mano al ponerla ante los ojos. El suelo parecнa oscilar bajo sus pies. Era como una tierra embrujada, silenciosa, de un ominoso silencio, y ella estaba perdida allн, perdida y asustada como un niсo en las tinieblas. Se sentнa hambrienta y helada, y tan aterrada por aquella ignota atmуsfera que la rodeaba que querнa gritar y no podнa. En la neblina, percibнa cosas extraсas que venнan a tirar de su falda, a cogerla y arrastrarla hacia un suelo incierto y movedizo en el que ella se sostenнa difнcilmente en pie; percibнa manos crueles, espectrales. Luego sentнa que, mбs allб, entre la opaca atmуsfera, existнa un refugio, un asilo, un techo que podнa proporcionarle protecciуn, calor, hospitalidad. Pero їdуnde estaba? їPodrнa llegar hasta йl antes de que esas manos la agarrasen y la derribasen entre las movedizas dunas? De pronto se veнa corriendo, corriendo como loca entre la neblina, chillando y gritando, extendiendo los brazos para asir lo que no era mбs que aire y niebla hъmeda. їDуnde estaba el refugio? No daba con йl, pero estaba cerca, oculto en alguna parte. ЎSi pudiese llegar hasta allн, estarнa salvada! Pero el terror debilitaba sus piernas y el hambre le hacнa perder los sentidos. Dio un desesperado grito y se despertу viendo junto a ella el inquieto rostro de Melanie y sintiendo la mano de Melanie que la sacudнa para despertarla. La pesadilla se repitiу una y otra vez, en cuanto se acostaba con el estуmago vacнo. Y esto ocurrнa con mucha frecuencia. Estaba tan asustada que temнa quedarse dormida, aunque se decнa febrilmente a sн misma que era tonto tener miedo de un sueсo. Era tonto, claro... pero la idea de caer desmayada en aquella regiуn de nieblas era para ella tan aterradora que comenzу a dormir en la cama de Melanie, a fin de que йsta la despertase en cuanto comenzara a gemir y a revolverse inquieta, dejando adivinar que era vнctima de la pesadilla una vez mбs. Bajo la tensiуn, se fue quedando pбlida y flaca. Su cara perdiу sus lindos contornos, haciendo sobresalir los pуmulos, acentuando sus oblicuos ojos verdes y haciйndola parecerse a un gato hambriento en busca de presa. «Bastantes pesadillas tengo durante el dнa para que sufra otras por la noche», pensaba con angustia, y comenzу a guardar su pequeсa raciуn diaria para comerla precisamente antes de irse a la cama. En los dнas de Navidad, Frank Kennedy y un pequeсo pelotуn del comisariado llegaron hasta Tara en inъtil busca de cereales y animales para el Ejйrcito. Parecнa un grupo de harapientos rufianes, montados sobre caballos cojos o macilentos, en tal estado que resultaba evidente que no podнan ser empleados en servicios mбs activos. Al igual que sus monturas, aquellos individuos eran inъtiles como fuerzas en el frente de batalla y, a excepciуn de Frank, al que no le faltaba un ojo le faltaba un brazo o algъn otro уrgano. Casi todos llevaban uniformes azules cogidos a los yanquis, y durante un breve momento de terror las gentes de Tara creyeron que habнan vuelto los soldados de Sherman. Se quedaron en la plantaciуn aquella noche, durmiendo sobre el suelo en el salуn y felices de tumbarse sobre una mullida alfombra, porque llevaban semanas sin acostarse bajo techado, o sobre algo mбs blando que briznas de pino formando una capa sobre la endurecida tierra. A pesar de sus andrajos y de sus barbas sucias, formaban una pandilla de hombres bien educados, charlatanes y bromistas, chistosos y requebradores, muy contentos de poder pasar la Nochebuena en una gran casa, rodeados de mujeres jуvenes y bonitas, como acostumbraban a pasarla en otros tiempos. Se negaron a tomar la guerra en serio, contaron tremendos embustes para hacer reнr a las chicas y llevaron a la desnuda y saqueada mansiуn los primeros destellos de frivolidad, los primeros sнntomas de alegrнa que se habнan conocido allн durante largo tiempo. —Esto es casi como antes, cuando dбbamos fiestas en casa, їverdad? —cuchicheу Suellen, que se sentнa feliz, a Scarlett. Suellen estaba en la gloria al tener admiradores a su lado otra vez y no podнa apartar su mirada de Frank Kennedy. Scarlett quedу sorprendida al ver que su hermana podнa parecer casi bonita, a pesar de la delgadez extrema que le quedara despuйs de su enfermedad. Ahora, sus mejillas aparecнan rosadas y en sus ojos brillaba una mirada suave y luminosa. «Debe de quererle realmente —pensу Scarlett con cierto desdйn—. Me figuro que incluso se humanizarнa si llegase a tener marido, aunque el marido fuese un carcamal como Frank. » Carreen tambiйn se habнa animado un poco, y aquella noche abandonу en parte su aspecto de sonбmbula. Averiguу que uno de aquellos hombres habнa conocido a Brent Tarleton y habнa estado con йl cuando lo mataron, y se prometiу a sн misma una larga conversaciуn acerca del asunto despuйs de la cena. Durante йsta, Melanie sorprendiу a todos haciendo un esfuerzo para abandonar su timidez habitual y mostrarse casi vivaracha. Se riу y bromeу y casi, aunque no del todo, llegу a coquetear con un soldado tuerto que agradeciу aquel esfuerzo con prуdigas galanterнas. Scarlett apreciaba cuбnto significaba aquel esfuerzo, tanto mental como fнsicamente, porque Melanie sufrнa verdaderas torturas por su invencible timidez ante la presencia de cualquier ser del gйnero masculino. Ademбs, no se encontraba del todo bien. Aunque insistнa en que estaba ya buena y trabajaba mбs que Dilcey, Scarlett sabнa que seguнa enferma. En cuanto tenнa que levantar algo un poco pesado, palidecнa, y tenнa una manera especial de sentarse de repente, como si las piernas se negasen a sostenerla, tan pronto como intentaba hacer el menor esfuerzo. Pero, en esa noche, tanto ella como Suellen y Carreen, hicieron todo lo posible para que los soldados pasasen una Nochebuena agradable. La ъnica que no disfrutу con la compaснa de sus huйspedes fue Scarlett. La pequeсa tropa habнa agregado su raciуn de maнz tostado y carne prensada a la cena de guisantes secos, manzanas cocidas y cacahuetes que Mamita les sirviу, y todos declararon que era la mejor cena que habнan comido desde hacнa varios meses. Scarlett los veнa comer y se sentнa intranquila. No solamente les regateaba con el pensamiento cada bocado que engullнan, sino que estaba temblando de miedo por si llegaban a descubrir el lechуn que Pork habнa degollado el dнa anterior. El lechoncillo quedу colgado en la despensa, y ella habнa prometido muy en serio que sacarнa los ojos a cualquiera de la casa que mencionase a los huйspedes la presencia de los hermanos y hermanas del difunto cerdito, puestos en seguridad en el pantano. Aquellos hombres hambrientos devorarнan el lechуn en una sola comida, y, si averiguaban que habнa otros vivos, los requisarнan para el Ejйrcito. No menos alarmada estaba con respecto a la vaca y al caballo, y lamentaba que una y otro no se encontrasen igualmente escondidos en el pantano en vez de estar atados en el bosque junto al prado. Si el comisariado se llevaba su ganado, era imposible que Tara soportase el invierno. No habнa manera de reemplazar esos animales. Lo que el Ejйrcito comнa o dejaba de comer no era cosa de ella. El Estado debнa preocuparse de su Ejйrcito. Bastante trabajo tenнa ella para alimentar a los suyos. Los soldados aсadieron todavнa como postres unos cuantos «panecillos de ariete». Era la primera vez que Scarlett veнa aquel comestible confederado, acerca del cual se hacнan entonces casi tantos chistes como acerca de los piojos. Consistнan en carbonizadas espirales de algo que parecнa madera. Los huйspedes la retaron a que hincase el diente a uno y, cuando lo hizo, descubriу que bajo la superficie ennegrecida por el humo habнa una especie de pan de maнz sin sal. Los soldados mezclaban con agua su raciуn de maнz, aсadiendo sal cuando la tenнan, envolvнan con la espesa pasta los arietes y los tostaban sobre las hogueras de los campamentos. Quedaban tan duros como el turrуn de almendra, pero tan insнpidos como el serrнn, y, despuйs de probar el primer bocado, Scarlett se apresurу a devolver el pedazo entre grandes carcajadas de todos. Cruzу su mirada con la de Melanie y el mismo pensamiento se reflejу patentemente en muchas fisonomнas: «їCуmo pueden continuar luchando si no tienen para comer mбs que esta porquerнa? » La comida fue bastante alegre, e incluso Gerald, que la presidнa con mirada ausente desde la cabecera de la mesa, se las compuso para extraer del fondo de su cerebro algo de sus modales de buen anfitriуn y una vaga sonrisa. Los hombres charlaban, las mujeres sonreнan y se mostraban halagadoras; pero Scarlett, al volverse sъbitamene hacia Frank Kennedy para preguntarle noticias de la seсorita Pittypat, sorprendiу en su rostro una expresiуn que le hizo olvidar lo que pensaba decir. Sus ojos se habнan apartado de los de Suellen y se paseaban por toda la estancia, hacia la mirada sorprendida y casi familiar de Gerald; hacia el suelo, desprovisto de alfombras; hacia la chimenea, desnuda de todo ornamento; hacia los muebles hundidos y la rasgada tapicerнa que la bayonetas yanquis habнan destrozado; hacia el rajado espejo suspendido sobre la consola; hacia las manchas oscuras que habнan dejado en la pared los cuadros que allн colgaban antes de la llegada de los yanquis; hacia el reducido servicio de mesa; hacia los viejos, pero cuidadosamente remendados, vestidos de las muchachas; hacia el saco de harina que, convertido en infantil vestimenta, llevaba Wade. Frank rememoraba aquel Tara que йl habнa conocido antes de la guerra, y su rostro registraba una contracciуn de dolor, de cansada e impotente cуlera. Amaba a Suellen, tenнa afecto a sus hermanas, respetaba a Gerald y sentнa verdadero cariсo hacia la plantaciуn. Desde que Sherman se paseara por toda Georgia, Frank habнa visto muchos espectбculos tristes en sus excursiones a caballo por el Estado a fin de buscar provisiones para el Ejйrcito. Pero nada habнa impresionado tanto su corazуn como ahora Tara. Hubiera querido hacer algo por los O'Hara, especialmente por Suellen, y nada podнa hacer. Cuando Scarlett le sorprendiу, йl meneaba la cabeza compasivamente y chascaba la lengua contra los dientes. Percibiу la llama de indignado orgullo que brotaba de los ojos de ella y se apresurу a bajar la mirada hacia el plato, confuso. Las muchachas estaban hambrientas de noticias. No habнa servicio de Correos desde la caнda de Atlanta, hacнa ya cuatro meses, y se hallaban ahora en completa ignorancia de por dуnde andaban los yanquis, quй tal iba el ejйrcito confederado, quй habнa sucedido en Atlanta y quй era de todos los amigos. Frank, cuya misiуn le obligaba a recorrer todo aquel sector, era tan valioso como un periуdico, mбs aun, porque estaba emparentado o conocнa a todo el mundo desde Macуn hasta Atlanta, y podнa facilitar pequeсas noticias de нndole personal e нntima que la prensa suele omitir. Para disimular su confusiуn al ser sorprendido por Scarlett, se sumergiу precipitadamente en un lago relato noticiario. La Confederaciуn, dijo, habнa recobrado Atlanta cuando Sherman evacuу la ciudad; pero era una captura desprovista de valor, ya que Sherman la quemу totalmente. —ЎPero yo creнa que Atlanta ardiу ya la noche en que yo salн de ella! —gritу Scarlett, asombrada—. ЎYo creнa que nuestros mismos muchachos la habнan incendiado! —ЎOh, no, seсora Scarlett! —replicу Frank, como agraviado—. ЎNosotros jamбs incendiamos nuestras ciudades dejando a nuestra gente dentro! Lo que usted vio arder fueron los almacenes y los artнculos que no querнamos que los yanquis capturasen, las fundiciones, las municiones... Pero nada mбs. Cuando Sherman tomу la ciudad, estaba intacta y sus casas y sus tiendas tan hermosas como siempre. Y alojу a sus hombres en ellas. —Pero їy habitantes? їQuй les ocurriу? їLos matу? —Matу a algunos..., pero no a balazos —explicу el soldado tuerto en tono amargo—. Tan pronto como entrу en Atlanta le dijo al alcalde que todo ser viviente tenнa que abandonar la ciudad, todos absolutamente. Y habнa muchas personas ancianas que no pudieron soportar el viaje, y muchas otras enfermas que no estaban en condiciones de ser trasladadas, y seсoras que..., vamos, que tampoco podнan ser trasladadas. Y, cuando obligу a todos a marcharse bajo una lluvia de las que rara vez se ven fy eran centenares y centenares de personas), los metiу a todos por entre los bosques, cerca de Rough and Ready, y enviу un mensaje al general Hood para que fuese a busCharles. Mucha gente muriу de pulmonнa, y por no poder soportar aquel trato... —їQuй necesidad tenнa de hacer eso? ЎSi no podнan causarle el menor daсo! —exclamу Melanie. —Dijo que necesitaba la ciudad para que descansasen en ella sus hombres y sus caballos —contestу Frank—. Y, en efecto, los dejу descansar hasta mediados de noviembre, y despuйs se largу de allн. Y, al abandonarla, prendiу fuego a todo lo que quedaba. —ЎPero no todo, seguramente! —exclamaron las muchachas, asustadas. Era inconcebible que aquella animada ciudad que habнan conocido tan llena de gente, tan llena de militares, hubiese desaparecido. Todas aquellas magnнficas casas bajo la sombra de los бrboles, todas las grandes tiendas y los bellos hoteles... ЎNo era posible que no quedase nada! Melanie parecнa a punto de estallar en lбgrimas porque habнa nacido allн y no conocнa otro lugar. El corazуn de Scarlett se conmoviу profundamente porque tenнa gran cariсo a esa ciudad. —Bueno, casi todo quedу destruido —se apresurу a enmendar Frank, perturbado por la expresiуn de sus rostros. Trataba de mostrarse alegre, porque no era partidario de disgustar a las damas. Las damas apenadas siempre le daban lбstima y se sentнa impotente para consolarlas. No tenнa valor para comunicarles lo peor. Que lo averiguasen por otras personas. No tenнa valor para contar lo que el Ejйrcito habнa visto al volver a entrar en Atlanta, las hectбreas y hectбreas de chimeneas que se levantaban ennegrecidas de entre las cenizas, las pilas de escombros medio quemados y montones de ladrillos medio carbonizados que obstruнan las calles, los aсosos бrboles secos por el incendio, con sus abrasadas ramas cayendo al suelo al empuje del viento frнo. Recordу lo mal que se habнa sentido ante tal espectбculo, recordу las enconadas imprecaciones de los confederados cuando vieron las ruinas de su ciudad. Confiaba en que sus amiguitas no se enterasen jamбs de los horrores del cementerio saqueado, porque no se repondrнan nunca de la impresiуn. Charles Hamilton y los padres de Melanie estaban enterrados allн. Ese espectбculo del cementerio todavнa causaba pesadillas a Frank. Esperando encontrar alhajas que a veces se entierran con los muertos, los soldados yanquis habнan abierto nichos y panteones, excavado sepulturas. Habнan despojado a los cadбveres, arrancado de los fйretros las placas de oro o plata, los ornamentos y asas de plata. Los esqueletos y los cadбveres, arrojados entre los astillados ataъdes, yacнan en montуn, patйticamente expuestos a los elementos. Y Frank tampoco podнa hablarles de los gatos y perros. ЎLas seсoras son tan sensibles acerca de sus animales favoritos! Pero aquellos millares de bestias famйlicas que quedaron sin refugio cuando se evacuу a sus dueсos tan perentoriamente le habнan causado casi tanto horror como la vista del cementerio, porque Frank tambiйn era aficionado a los perros y a los gatos. Los animalitos andaban asustados, muertos de frнo, hambrientos como lobos del bosque, y los mбs fuertes atacaban a otros mбs dйbiles, y los dйbiles esperaban a que muriesen los que eran mбs dйbiles todavнa para comйrselos. Y, por encima de la ciudad, los cuervos surcaban el espacio con sus siluetas бgiles y siniestras. Frank buscу en su cerebro alguna informaciуn mitigadora que pusiese a las damas de mejor humor. —Hay algunas casas en pie todavнa —dijo—, casas situadas en terrenos amplios, separadas de las demбs, y a las que no se propagу el fuego. Y quedan las iglesias y la gran sala de fiestas. Unas cuantas tiendas tambiйn. Pero el barrio mercantil, y las calles a lo largo del ferrocarril, y Five Points... Bueno, seсoritas, toda esa parte de la poblaciуn quedу hecha cisco. —Entonces —exclamу Scarlett con amargura—, ese almacйn que Charles me dejу en herencia, cerca de la vнa, їestб deshecho tambiйn? —Si estaba junto a la vнa no quedarб mucho de йl; pero... De pronto, su cara se iluminу con una gran sonrisa. їPor quй no se habнa acordado antes? —ЎUna buena noticia, seсoritas! La casa de su tнa Pitty ha quedado en pie. Algo averiada, naturalmente, pero en su sitio. —ЎOh! їCуmo se librу de la quema? —Estб construida de ladrillo y tiene tejado de pizarra, acaso el ъnico que hay en Atlanta, y eso hizo que las chispas no prendiesen, me figuro. Ademбs, es casi la ъltima casa del extremo norte de la ciudad, y el incendio no fue tan intenso por esa parte. Por supuesto, los yanquis acuartelados allн hicieron abundantes destrozos. Quemaron como leсa incluso los paneles y el barandal de caoba de la escalera. Pero, Ўquй demonio!, ha quedado en buen estado. Cuando vi a la seсorita Pitty por ъltima vez en Macуn... —їLa vio usted? їCуmo estб? —Divinamente. Cuando le dije que su casa seguнa en pie, decidiу irse allн inmediatamente. Es decir..., si ese viejo negro, Peter, le permite marcharse. Mucha gente de Atlanta ha regresado allн ya, porque comenzaban a estar intranquilos en Macуn. Sherman no tomу Macуn, pero todo el mundo teme que los soldados de Wilson vayan allн, y Wilson es peor que Sherman. —Pero Ўson unos necios volviendo allн si no quedan ya casas! їDуnde van a vivir? —Seсora Scarlett, viven en tiendas de campaсa y en barracones, y en cabanas hechas de troncos de бrboles, y metiйndose seis o siete familias en cada casa medio habitable; y estбn tratando de reconstruir la poblaciуn. No los llame usted necios, seсora Scarlett. Conoce usted a la gente de Atlanta igual que yo. Estбn encariсados con su ciudad, casi tanto como los de Charleston lo estбn con la suya, y hace falta algo mucho mбs serio que los yanquis y el fuego para alejarlos de ella. Las gentes de Atlanta son (perdуneme usted, seсora Melanie) tan obstinados como muнas en lo que se refiere a su ciudad. No sй por quй, pues a mн Atlanta siempre me pareciу una ciudad demasiado atrevida, insolente, digamos. Pero, claro, yo he nacido en el campo, y las ciudades no me gustan. Ahora les dirй una cosa: los primeros que vuelvan serбn los mбs listos. Los ъltimos en llegar no encontrarбn ni un ladrillo ni una astilla de lo que fueron sus casas, porque los que ya estбn allн andan buscando por toda la poblaciуn materiales abandonados para reparar o reconstruir sus hogares. Anteayer mismo, vi a la seсora Merriwether y a la seсorita Maybelle y a su vieja negra recogiendo ladrillos en una carretilla de mano. Y la seсora Meade me dijo que pensaba construir una cabana de troncos en cuanto llegue el doctor y la ayude. Me asegurу que habнa vivido en una cabana de troncos cuando llegу a Atlanta por primera vez y que no tendrнa inconveniente en volver a hacerlo. Por supuesto, bromeaba; pero esto les mostrarб su estado de бnimo. —Creo que son gente de mucho espнritu —dijo Melanie con orgullo—. їNo te parece, Scarlett? Esta asintiу con la cabeza, con melancуlico orgullo de su ciudad adoptiva. Como decнa Frank, era una poblaciуn emprendedora, insolente; pero por eso mismo le gustaba. No era una de esas poblaciones de ideas atrasadas y estrechas, dominadas por los convencionalismos, como otras ciudades mбs viejas, sino que poseнa una exuberancia y una osadнa comparables a las suyas. «Yo soy como Atlanta —pensу—. Hace falta algo mбs que los yanquis o el fuego para que yo me rinda. » —Si la tнa Pitty vuelve a Atlanta, valdrнa mбs que nos fuйsemos a vivir con ella —dijo Melanie interrumpiendo el engranaje de sus pensamientos—. Sola, se morirб de miedo.
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