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TERCERA PARTE 13 страницаAquellas pisoteadas tierras de Tara eran lo ъnico que le quedaba, ahora que su madre y Ashley ya no vivнan, que Gerald estaba senil e inъtil por las emociones y que su dinero, los negros, su seguridad y su posiciуn se habнan desvanecido de la noche a la maсana. Y, como si fuese ya una cosa del otro mundo, recordaba una conversaciуn con su padre acerca de las tierras, y se maravillaba ahora de haber podido ser tan joven y tan ignorante como para no entender lo que йl querнa decir cuando afirmу una vez que la tierra era la ъnica cosa del mundo que merecнa que se luchase por ella. «Porque es la ъnica cosa en el mundo que perdura... y porque, para cualquiera que tenga en sus venas una sola gota de sangre irlandesa, la tierra en que vive y de la que vive es como su madre... Es lo ъnico que justifica que se trabaje, se luche y se muera por ella. » Sн, Tara merecнa que se combatiese por ella, y ella aceptaba el combate simplemente y sin reparos. Nadie podrнa quitarle Tara. Nadie los dejarнa a ella y a su gente a la ventura, viviendo de la caridad de sus parientes. Conservarнa Tara aunque tuviese que reventar trabajando a todos los que allн vivнan. Scarlett llevaba dos semanas en Tara desde su regreso de Atlanta cuando la ampolla mбs inflamada que tenнa en un pie comenzу a ulcerarse, hinchбndosele hasta el punto de no poder ponerse el zapato y tener que cojear constantemente, apoyбndose sobre el talуn. Se desesperaba viendo la cбrdena rozadura en el dedo. їY si llegase a gangrenarse como las heridas de los soldados y tuviera ella que morir por no tener ningъn mйdico cerca? Por amarga que fuese ahora la vida para ella, no sentнa deseo alguno de abandonarla. Porque їquiйn se ocuparнa de Tara si ella muriese? Al principio, esperaba que reviviese el antiguo espнritu de Gerald y que йste tomase el mando; pero, en aquellas dos semanas, tal esperanza hubo de disiparse. Scarlett era consciente de que, lo quisiera o no, la plantaciуn y todos sus habitantes quedaban en sus inexpertas manos, porque Gerald no hacнa mбs que estar sentado en silencio, como si soсase, sumiso pero ausente de Tara. Cuando ella le pedнa algъn consejo contestaba ъnicamente: «Haz lo que te parezca mejor, hija mнa. » O algo peor aъn: «Consъltalo con tu madre, pequeсa. » Ya nunca cambiarнa; y Scarlett, al comprenderlo asн, lo aceptу sin emociуn. Gerald, mientras viviese, seguirнa aguardando a Ellen, intentando oнr su voz. Se hallaba en un nebuloso paнs fronterizo donde el tiempo no transcurrнa; y para йl, Ellen estaba siempre en la habitaciуn contigua. Al morir Ellen, perdiу el resorte maestro de su existencia, y con йl desaparecieron su impetuosa seguridad, su desparpajo y su inquieto dinamismo. Ellen habнa sido el auditorio ante el cual se representara el tumultuoso drama de Gerald O'Hara. Ahora, el telуn habнa caнdo para siempre, las candilejas estaban apagadas y el pъblico se habнa marchado, mientras el confuso y viejo actor permanecнa sobre el escenario vacнo, esperando su turno para continuar. Aquella maсana, la casa estaba quieta porque todos, excepto Scarlett, Wade y las tres enfermas, andaban por el pantano buscando a la cerda. El mismo Gerald se habнa animado un poco y arrastraba los pies por el campo arado, apoyando una mano en el brazo de Pork y con un rollo de cuerda en la otra. Suellen y Carreen se habнan dormido despuйs de llorar, como hacнan un par de veces al dнa por lo menos, con lбgrimas de pena y de debilidad que corrнan por sus demacradas mejillas al acordarse de Ellen. Melanie incorporada sobre las almohadas por primera vez aquel dнa, se envolvнa en una sбbana remendada entre las dos criaturillas, con la cabecita dorada y suave de la una acurrucada en un brazo, mientras que con el otro sostenнa cariсosamente la testa negra y rizosa del hijo de Dilcey. Wade estaba sentado a los pies de la cama escuchando un cuento de hadas. Para Scarlett, el silencio de Tara era insoportable, porque le recordaba demasiado vivamente el silencio mortal de toda la desolada comarca que hubo de atravesar aquel interminable dнa en que saliу de Atlanta para volver a casa. La vaca y el ternero pasaban horas y horas sin exhalar un mugido. Los pбjaros no piaban cerca de su ventana, e incluso la alborotada familia de estorninos que vivнan entre el follaje de los magnolios, a travйs de varias generaciones, no cantaban aquel dнa. Scarlett llevу una silla junto a la ventana abierta de su cuarto, que daba al camino principal de entrada, dominando el macizo cйsped y los pastos solitarios y verdes del otro lado del camino, y allн permaneciу sentada, con la falda por encima de las rodillas y la barbilla apoyada en las manos, asomada a la ventana. Tenнa junto a ella un cubo de agua del pozo, y de cuando en cuando metнa en йl el pie ulcerado, haciendo una mueca de dolor cada vez que sentнa la punzante sensaciуn. Malhumorada, apoyу la barbilla en la mano. Precisamente cuando mбs necesidad tenнa de todas sus fuerzas, se le enconaba el dedo. Aquellos imbйciles no encontrarнan nunca a la cerda. Habнan tardado una semana en coger los cerditos, uno por uno, y ahora, al cabo de dos semanas, la marrana seguнa en libertad. Scarlett tenнa la seguridad de que, si hubiera estado con ellos en el pantano, se habrнa arremangado la falda hasta las rodillas y, cogiendo la cuerda, habrнa echado el lazo al animal en un abrir y cerrar de ojos. Pero, aun en caso de cazar la cerda, si es que llegaba a cogerla, їquй harнan despuйs de comerse a йsta y a sus crнas? La vida continuarнa y el apetito tambiйn. El invierno se aproximaba y no habrнa alimentos, ni siquiera los escasos restos de legumbres de los huertos vecinos. ЎHabrнa que tener tantas cosas! Guisantes secos, y trigo, y arroz, y semillas de algodуn y de maнz para sembrar en primavera; y tambiйn otras ropas. їDe dуnde iba a salir todo aquello y cуmo se pagarнa? Habнa registrado ocultamente los bolsillos y la caja del dinero de Gerald, y lo ъnico que pudo encontrar fueron unos paquetes de bonos de la Confederaciуn y tres mil dуlares en billetes, confederados tambiйn. Era casi lo suficiente para que pudiesen hacer una buena comida todos, pensу irуnicamente, ahora que el dinero confederado valнa poco menos que nada. Pero, aunque tuviese dinero, їdуnde se podrнa encontrar vнveres y cуmo podrнa traerlos a casa? їPor quй habнa permitido Dios que se muriese el viejo caballo? Incluso aquel miserable animal que Rhett habнa robado supondrнa para ellos un mundo de diferencia. ЎOh, aquellas finas muнas que solнan cocear en la pradera, al otro lado del camino, y los soberbios caballos para el coche, y su pequeсa yegua, y los jacos de las niсas, y el magnнfico caballo de Gerald, que galopaba y corrнa por los pastos...! ЎOh, quй no darнa ella por una de aquellas monturas, incluso por la mula mбs terca! Pero no importaba... Cuando se curase el pie, irнa andando hasta Jonesboro. Serнa la caminata mбs larga que hubiese hecho en su vida, pero la harнa. Aun en el caso de que los yanquis hubiesen quemado totalmente la ciudad, ella encontrarнa seguramente en la vecindad alguien que pudiese indicarle en dуnde hallar provisiones. La compungida fisonomнa de Wade surgiу ante sus ojos. No le gustaban los сames, decнa; querнa un ala de pollo, arroz y mucha salsa. La brillante luz del sol en el jardнn se nublу repentinamente y los бrboles se borraron entre sus lбgrimas. Dejу caer la cabeza entre los brazos y se esforzу en no llorar. El llanto no servнa ahora de nada. La ъnica ocasiуn en que podнa servir el llanto era cuando se tenнa cerca a un hombre de quien se quisiera obtener algъn favor. Mientras estaba acurrucada allн, apretando los ojos para que no le brotasen las lбgrimas, se sobresaltу al oнr el ruido de los cascos de un caballo al trote. Pero no levantу siquiera la cabeza. ЎSe habнa imaginado aquel ruido tantas veces, durante los dнas y las noches de las dos semanas anteriores, lo mismo que habнa creнdo oнr el crujido de la falda de Ellen! Su corazуn martilleaba, como le ocurrнa siempre en tales casos, antes de ordenarse severamente a sн misma: «ЎNo seas idiota! » Pero los cascos alteraron su compбs, de manera sorprendentemente natural, hasta ponerse al ritmo del paso, y se oyу el rechinar de la arena. Era un caballo, ЎOh, los Tarleton, los Fontaine! Mirу rбpidamente. Era un militar perteneciente a la caballerнa yanqui. Automбticamente, Scarlett se ocultу detrбs de la cortina y le mirу, fascinada, a travйs de los pliegues de la tela, sintiйndose tan sobresaltada que el aire salнa de sus pulmones con dificultad. Encorvado sobre su montura, veнa a un hombre grueso y de aspecto rudo, con una enmaraсada barba que caнa sobre la abierta guerrera azul. Sus ojillos, muy juntos, que bizqueaban al sol, parecнan estudiar la casa con calma, bajo la visera de su ceсida gorra militar azul. Cuando se apeу despacio y anudу cuidadosamente las riendas alrededor del poste en que se ataban los caballos, Scarlett recobrу el aliento tan repentina y dolorosamente como cuando se recibe un fuerte golpe en el estуmago. ЎUn yanqui, un yanqui con un largo pistolуn a la cadera! ЎY ella estaba sola en casa con tres chicas enfermas y dos criaturas! Conforme el militar avanzaba por el camino, con la mano en la funda de la pistola, y sus relucientes ojillos mirando a derecha e izquierda, una calidoscуpica serie de confusas escenas pasу por su mente, historias que la tнa Pittypat le habнa cuchicheado sobre ataques a mujeres solas, cuellos cortados, casas incendiadas con mujeres moribundas dentro, niсos ensartados con bayonetas porque gritaban, todos los horrores ligados al odioso nombre de «yanqui». Su primer aterrorizado impulso fue esconderse en un ropero, meterse debajo de la cama, echar a correr escaleras abajo y huir gritando hacia el pantano; cualquier cosa con tal de huir de aquel hombre. Pero oyу en seguida sus cautelosos pasos sobre los peldaсos de la entrada, y luego en el vestнbulo, y comprendiу que tenнa cortada la retirada. El miedo la paralizу y, sin poder moverse, escuchу el paso del hombre de una habitaciуn a otra en la planta baja y cуmo pisaba mбs fuerte y firmemente al no descubrir a nadie. Estaba ahora en el comedor y en un instante entrarнa en la cocina. Al pensar en la cocina, Scarlett sintiу que la invadнa una rabia repentina, tan aguda que traspasaba su corazуn como una cuchillada. Y, ante aquel violento furor, el miedo se desvaneciу totalmente. ЎLa cocina! Allн, sobre la lumbre, habнa dos pucheros, uno lleno de manzanas puestas a cocer y el otro con una mescolanza de legumbres penosamente traнdas de Doce Robles y del huerto de los Macintosh..., la comida destinada a nueve personas hambrientas, cuando apenas alcanzaba para dos. Scarlett habнa estado reprimiendo su propio apetito durante varias horas, esperando el regreso de los demбs; y la idea de que el yanqui se comiese su escaso almuerzo la llenу de cуlera. ЎMalditos todos! Habнan caнdo como una nube de langostas, dejando que Tara muriese de hambre, lentamente, y ahora volvнan para robar lo poco que dejaron. Su vacнo estуmago se retorcнa. ЎSanto Dios, allн habнa un yanqui que no robarнa mбs! Se quitу el gastado zapato y, descalza, se deslizу velozmente hacia el despacho, sin notar siquiera dolor en su lastimado pie. Abriу sin ruido el cajуn de arriba y sacу la pesada pistola que habнa traнdo de Atlanta, el arma que llevara Charles, pero que nunca habнa usado. Buscу en la caja de cuero que colgaba de la pared bajo el sable y sacу una bala. La metiу en el cargador con mano firme. Rбpida y silenciosamente, corriу hacia el rellano y bajу la escalera apoyбndose en la baranda con una mano y sosteniendo la pistola junto a la pierna, entre los pliegues de su falda. —їQuiйn anda ahн? —gritу una voz nasal, y ella se detuvo en mitad de la escalera, latiйndole la sangre con tanta fuerza en los oнdos que no podнa apenas percibir sus palabras—. ЎAlto o disparo! —dijo la voz. El estaba en la puerta del comedor, encogido y en tensiуn, sosteniendo en una mano la pistola y en la otra una cajita de costura, de madera de rosa, con el dedal y el alfiletero de oro, y las tijeritas montadas tambiйn en oro. Scarlett notaba las piernas paralizadas, pero la rabia sofocaba su rostro. ЎEl costurerito de Ellen, en sus manos! Quiso gritarle: «ЎNo lo toques! ЎNo lo toques, asqueroso... », pero las palabras no lograron salir de su boca. Sуlo podнa mirarle horrorizada, por encima del pasamanos, viendo cуmo su rostro pasaba de una tensiуn agresiva a una sonrisa medio despectiva, medio amistosa. —Veo que hay alguien en casa, їeh? —dijo йl, metiendo otra vez la pistola en su funda y avanzando por el vestнbulo hasta quedar, precisamente, debajo de ella—. їSуlita, verdad? En un relбmpago, ella asomу el arma por encima del pasamanos, casi tocando el barbudo rostro del hombre. Antes de que йl pudiese siquiera llevar la mano a la pistola, Scarlett apretу el gatillo. El retroceso del arma la hizo vacilar, el estruendo de la explosiуn la ensordeciу y un humo acre cosquilleу su nariz. El hombre se desplomу hacia atrбs, cayendo, piernas y brazos abiertos, con tal violencia, que retemblaron los muebles. La cajita se le escapу de la mano y su contenido se dispersу por el suelo. Sin darse siquiera cuenta de que se movнa, Scarlett descendiу los ъltimos peldaсos y se quedу de pie, viendo lo que quedaba del rostro desde mбs arriba de la barba, un orificio sangriento donde antes estaba la nariz, y los vidriosos ojos quemados por la pуlvora. Mientras lo contemplaba, dos regueros de sangre se deslizaron por el pulido suelo, uno brotando de la cara y otro de la nuca. Sн, estaba muerto. No cabнa duda. Habнa matado a un hombre. El humo ascendнa hacia el techo en perezosas espirales; y los rojos regueros se ensanchaban a sus pies. Durante un momento de incalculable duraciуn, Scarlett permaneciу allн, y en el cбlido silencio de la maсana estival cualquier sonido leve y cualquier olor parecнan aumentar: las aceleradas palpitaciones de su corazуn, como redobles de tambor, el rumor de las hojas de los magnolios al rozar unas contra otras, el lejano y quejumbroso chillido de un pбjaro en los plбtanos y el dulce aroma de las flores junto a la ventana. Habнa matado a un hombre, ella que procuraba siempre no tomar parte en las cacerнas, ella que no podнa soportar los gruсidos de un cerdo al ser degollado, ni los quejidos de un conejo preso en el lazo. «ЎUn asesinato! —pensaba confusamente—. ЎHe cometido un asesinato! ЎOh, no es posible que me haya ocurrido esto! » Sus ojos se volvieron hacia la mano gruesa y velluda, tan prуxima a la cajita de costura, y, repentinamente, recobrу su vitalidad, нntegramente satisfecha, sintiendo un goce frнo y leonino. Hasta habrнa pisoteado con su talуn la ensangrentada herida que sustituнa ahora la nariz de aquel hombre, y experimentado un dulce placer al contacto de aquella sangre aъn caliente en sus pies descalzos. Era un acto de venganza por lo de Tara... y por lo de Ellen. Se oyeron unos pasos precipitados y torpes en el vestнbulo superior, y luego, otros pasos dйbiles y prolongados, acentuados por chasquidos metбlicos. Recobrando el sentido del tiempo y de la realidad, Scarlett alzу la mirada y vio a Melanie en lo alto de la escalera, sin mбs vestido que la harapienta camisa que le servнa de bata de noche y sosteniendo con su dйbil brazo el sable de Charles. Los ojos de Melanie contemplaron en un instante el cuadro entero que tenнa a sus pies, el cuerpo caнdo y uniformado de azul destacбndose del charco de sangre, la cajita de costura junto a йl, Scarlett descalza y con el rostro grisбceo, todavнa con la pistola en la mano. Su mirada y la de Scarlett se cruzaron en silencio. Habнa un resplandor de orgullo en su fisonomнa, generalmente tan dulce; habнa una aprobaciуn y un gozo feroz en su sonrisa, que eran comparables al alborotado tumulto en el pecho de Scarlett. «ЎOh! ЎEs igual que yo! ЎComprende mis sentimientos! —pensу Scarlett en aquel largo momento—. ЎElla hubiera hecho lo mismo! » Emocionada, mirу desde abajo a la frбgil y vacilante joven por quien antes, si algъn sentimiento albergaba, era sуlo de menosprecio y antipatнa. Ahora, luchando contra el odio por la mujer de Ashley, surgiу un sentimiento de camaraderнa y de admiraciуn. Vio en un relбmpago de percepciуn clara, libre de toda baja emociуn, que bajo la dulce voz y los ojos de palomita de Melanie habнa una hoja fina de templado e irrompible acero, y comprendiу asimismo que vibraban cornetas y banderines de bravura en la tranquila sangre de Melanie. —ЎScarlett! ЎScarlett! —chillaban las dйbiles y asustadas voces de Suellen y Carreen, apagadas por la puerta cerrada, y la vocecita de Wade gritaba tambiйn—: ЎTнa! ЎTнa! Rбpidamente, Melanie se llevу un dedo a los labios y, dejando el sable sobre el escalуn superior, descendiу penosamente hasta el pasillo de abajo y abriу la puerta del cuarto de las enfermas. —ЎNo os asustйis, palomitas! —dijo con voz de fingida jovialidad—. Vuestra hermana mayor querнa limpiar la pistola de Charles y se le ha disparado, y casi se muere del susto... Ahora, Wade Hampton, mamб acaba de disparar con la pistola de tu padre. Cuando seas mayor te dejarй que dispares tъ tambiйn. «ЎQuй magnнfica embustera! —pensу Scarlett con admiraciуn—. Yo no hubiera podido discurrirlo con tanta rapidez. Pero їpara quй mentir? Tendrбn que saber lo que he hecho. » Volviу a mirar el cadбver, y ahora se vio acometida por una gran repugnancia, conforme se disipaba su furia y su miedo, y, en la reacciуn, le comenzaron a temblar las rodillas. Melanie se arrastrу nuevamente a lo alto de la escalera y comenzу a bajarla, sujetбndose al pasamanos, mordiйndose el pбlido labio inferior. —ЎVuйlvete a la cama, tonta! ЎTe vas a matar! —gritу Scarlett. Pero la casi desnuda joven logrу llegar trabajosamente hasta el vestнbulo. —Scarlett —le dijo al oнdo—, debemos sacarlo de aquн y enterrarlo. Pudiera no estar solo, y si lo encuentran aquн... —Y, hablando, se apoyу en el brazo de Scarlett. —Debe de haber venido solo —contestу йsta—. Desde la ventana de arriba no vi a nadie. Debнa de ser un desertor. —Aunque estuviese solo, nadie tiene que saber lo ocurrido. Los negros pueden irse de la lengua, y entonces vendrнan y te llevarнan. Scarlett hemos de ocultarlo antes de que esa gente venga del pantano. Espoleado su бnimo por la febril voz de Melanie, Scarlett hizo un esfuerzo para pensar. —Podemos enterrarlo en un rincуn del jardнn, bajo la parra; la tierra estб todavнa removida donde Pork cavу para sacar la barrica de whisky. Pero їcуmo voy a llevarlo hasta allн? —Tiraremos cada una de una pierna y lo arrastraremos —dijo Melanie con firmeza. En contra de su voluntad, la admiraciуn de Scarlett se acrecentу. —Tъ no podrнas arrastrar ni a una gata. Yo lo arrastrarй —dijo con rudeza—. Tъ te vuelves a la cama. Te vas a matar. Y no intentes ayudarme o te llevo arriba a la fuerza yo misma. En la pбlida fisonomнa de Melanie se dibujу una sonrisa de dulce comprensiуn. —Eres muy buena —dijo. Y sus labios rozaron suavemente la mejilla de Scarlett. Antes de que йsta pudiera recobrarse de su sorpresa, Melanie continuу—: Si tъ puedes arrastrarlo hasta fuera, yo limpiarй... lo que йste ensuciу, antes de que esa gente vuelva. Y, Scarlett... —їQuй? —їCrees que serнa deshonesto registrar su mochila? Podrнa llevar algo que comer. —Ciertamente —admitiу Scarlett, algo enojada porque a ella no se le habнa ocurrido tal idea—. Tъ le miras la mochila y yo le registrarй los bolsillos. Se agachу hacia el cadбver y, con repugnancia, acabу de desabrocharle la guerrera y comenzу a hurgar en todos los bolsillos. —ЎDios mнo! —prorrumpiу, sacando una abultada cartera envuelta en un trapo—. Melanie... Melly... ЎMe parece que estб llena de dinero! Melanie no contestу, pero se sentу bruscamente en el suelo, apoyбndose contra la pared. —Mira tъ —dijo con voz entrecortada—. Me siento un poco dйbil. Scarlett tirу del trapo con manos temblorosas y abriу los costados de piel. —ЎMira, Melanie...! ЎPor favor, mira! Melanie mirу, y sus ojos se dilataron. Desordenadamente mezclados, habнa allн un montуn de billetes de verde reverso, billetes de Estados Unidos con billetes confederados y, brillando entre ellos, una moneda de oro de diez dуlares y dos de cinco dуlares. —No te detengas a contar ahora —dijo Melanie cuando Scarlett comenzу a hojear los billetes—. No tenemos tiempo... —їTe haces cargo, Melanie, de que este dinero significa que podremos comer? —Sн, sн, querida, lo sй. Pero no tenemos tiempo ahora. Tъ mira en los demбs bolsillos y yo mirarй en la mochila. A Scarlett le costaba trabajo soltar la cartera. Brillantes perspectivas se ofrecнan ante su vista: Ўdinero, el caballo yanqui, vнveres! Habнa un Dios, al fin y al cabo, y Йl se encargaba de proveer para todos, aunque recurriera a medios algo extraсos. Se sentу en cuclillas y contemplу fijamente la cartera, sonriente. ЎAlimento! Melanie se la arrancу de las manos. —ЎDate prisa! —le urgiу. Nada saliу de los bolsillos del pantalуn, a no ser un cabo de vela, un cortaplumas, un trozo de tabaco prensado y un poco de cordel. Melanie sacу de la mochila un pequeсo paquete de cafй, que olfateу con deleite como si fuese el mбs aromбtico de los perfumes, galleta seca y, lo que cambiу la expresiуn de su rostro, la miniatura de una niсa en un marco de oro adornado con perlitas, un imperdible de granates, dos anchos brazaletes de oro con pequeсas cadenitas colgantes, un dedal de oro, un brillante vasito para niсo, de plata, una sortija con un brillante solitario y un par de pendientes de brillantes en forma de pera de mбs de un quilate cada uno. —ЎEra un ladrуn! —dijo en voz baja Melanie, retirбndose del inerte cuerpo—. Scarlett, todo esto debiу de haberlo robado. —Por supuesto. Y entrу aquн con la intenciуn de robarnos a nosotros tambiйn. —Me alegro de que le hayas matado —dijo Melanie, con dura expresiуn en sus dulces ojos—. Pero, ahora, date prisa, querida, y sбcalo de aquн. Scarlett se inclinу, cogiу al muerto por las botas y tirу de йl. Repentinamente se hizo cargo de cuбnto pesaba el hombre y cuan dйbil estaba ella. їY si no pudiese moverlo? Dando la vuelta y colocando el cadбver tras de sн, cogiу una pesada bota por debajo de cada brazo y se echу con todo su cuerpo hacia delante. Pudo moverlo y dio otro tirуn. Su dolorido pie, olvidado por la excitaciуn, le dio ahora una aguda punzada que le hizo rechinar los dientes y poner todo el esfuerzo impulsivo sobre el talуn. Tirando y haciendo esfuerzos, con el sudor baсбndole la cara, lo sacу hasta el vestнbulo de entrada, dejando a su paso un rastro sangriento. —Si continъa sangrando por el patio no podremos ocultarlo dijo con voz entrecortada—. Dйjame tu camisa, Melanie y le envolverй la cabeza. La pбlida faz de Melanie se volviу carmнn. —No seas tonta. ЎNo voy a mirarte! —dijo Scarlett—. Si yo llevase enaguas o pantalones, los usarнa. Acurrucбndose contra la pared, Melanie se sacу por la cabeza la remendada camisa y silenciosamente se la arrojу a Scarlett, tapбndose ella como pudo con los brazos. «Gracias a Dios, yo no soy tan vergonzosa», pensу Scarlett, adivinando mбs que viendo la tortura de Melanie mientras ella envolvнa con el harapiento lienzo la mutilada cabeza del muerto. Con una serie de cojos tirones arrastrу el cuerpo hacia el pуrtico trasero, y deteniйndose para enjugarse el sudor de la frente con el dorso de la mano, volviу la cabeza para mirar a Melanie, que estaba sentada junto a la pared, hecha un ovillo, con las rodillas junto a los desnudos pechos. ЎQuй tonta era Melanie preocupбndose del pudor en momentos como йstos!, pensу Scarlett con irritaciуn. Era en parte su actitud exageradamente delicada lo que siempre habнa hecho que la despreciase. En seguida se avergonzу de ello. Despuйs de todo, Melanie se habнa arrastrado desde la cama, a pesar de haber parido tan recientemente, y habнa acudido en su ayuda con un arma tan pesada que ni siquiera la podнa levantar. Esto exigнa valor, la clase de valentнa que Scarlett era incapaz de tener, la bravura de fuerte y fino acero que habнa caracterizado a Melanie en la terrible noche en que cayу Atlanta y durante el largo viaje de regreso. Ese intangible y sereno valor que poseнan todos los Wilkes era una cualidad de la que Scarlett carecнa, pero a la que rendнa involuntario tributo. —Vuйlvete a la cama —le dijo por encima del hombro—. Si no, te vas a matar. Ya limpiarй yo esto despuйs de enterrarlo. —Yo lo harй con una de las alfombras —dijo en voz baja Melanie, mirando el charco de sangre con angustiada expresiуn. —Bueno; Ўsi quieres matarte, no me importa! Si cualquiera de los de casa vuelve antes de que yo termine, rйtenlo aquн y dile que el caballo se han presentado solo, sin que sepamos de dуnde. Melanie se sentу, temblando, a la luz del sol matutino, tapбndose los oнdos para no escuchar la serie de golpetazos que daba la cabeza del muerto contra los peldaсos del pуrtico. Nadie preguntу de dуnde venнa el caballo. Era obvio que se habнa extraviado a raнz de la batalla reciente, y todos estaban encantados de tenerlo allн. El yanqui yacнa en el foso profundo que Scarlett habнa cavado de mala manera bajo el emparrado. Las estacas que sostenнan las ramas de la parra estaban podridas y aquella noche ella misma acabу de romperlas con el cuchillo de la cocina, hasta que se derrumbaron y la enmaraсada masa de ramas se esparciу sobre toda la tumba. Por supuesto, Scarlett nunca sugiriу que se reemplazaran las estacas, y los negros no adivinaron la razуn; o guardaron silencio. Ningъn fantasma se levantу de la improvisada fosa para atormentarla durante las largas noches en que yacнa despierta en la cama, demasiado cansada para conciliar el sueсo. Ningъn sentimiento de horror o de remordimiento asaltу su memoria. Se maravillaba de que fuese asн, sabiendo que tan sуlo un mes antes hubiera sido incapaz de hacer lo que entonces habнa hecho. La seсora Hamilton, joven y bonita, con sus hoyuelos en las mejillas y sus tintineantes pendientes y sus aires aniсados, Ўcуmo hubiera podido convertir en pulpa de un tiro el rostro de un hombre y enterrarlo despuйs en un hoyo abierto precipitadamente con las uсas! Scarlett exhibiу una sarcаstica mueca al pensar en la consternaciуn que tal idea producirнa en cualquiera que la conociese de antes. —No voy a pensar mбs en ello —decidiу—. Ya estб hecho, y yo hubiera sido una imbйcil no matбndolo. Me parece... me parece que debo haber cambiado un poco desde que lleguй a casa; de no ser asн, jamбs lo hubiera hecho. No pensу en ello conscientemente, pero en el fondo de su mente, siempre que se veнa enfrentada con una tarea desagradable y difнcil, la idea asomaba y le devolvнa su fortaleza: «He cometido un asesinato y, por lo tanto, puedo seguramente hacer esto. » Habнa cambiado mбs de lo que se figuraba, y la dura corteza que habнa comenzado a formarse alrededor de su corazуn mientras yacнa en el huerto de los esclavos en Doce Robles se iba espesando lentamente. Ahora que tenнa un caballo, Scarlett podнa averiguar por sн misma lo que habнa ocurrido a sus vecinos. Desde su regreso, se habнa preguntado con desesperaciуn mбs de una vez: «їSeremos nosotros las ъnicas personas que quedan en el condado? їHabrб dispersado el incendio a todos los demбs? їHabrбn ido todos a refugiarse en Macуn? » Con el recuerdo de las ruinas de Doce Robles, de la finca de los Macintosh y de la casucha de los Slattery, todavнa tan frescos en su mente, casi temнa averiguar la verdad. Pero era mejor saber las cosas que quedarse en la duda. Decidiу, pues, cabalgar hasta la casa de los Fontaine, primero, no sуlo porque eran los vecinos mбs prуximos, sino porque podнa estar allн el viejo doctor Fontaine. Melanie necesitaba un mйdico. No se reponнa como debiera y a Scarlett le asustaba su palidez y su debilidad. En consecuencia, el primer dнa en que su pie estuvo ya lo suficientemente curado para soportar el zapato, montу el caballo del yanqui. Con un pie metido en el estribo acortado y la otra pierna encogida sobre el pomo de la silla, como sн fuese una silla de seсora, arrancу a campo traviesa hacia Mimosa, preparada para encontrarlo todo quemado. Con sorpresa y placer vio la desteсida casa de estuco amarillo que se erguнa entre las mimosas, sin cambio alguno aparente. Un sentimiento cбlido de felicidad, de una felicidad que casi le arrancу las lбgrimas, inundу su ser cuando las tres mujeres de la familia Fontaine salieron a recibirla con besos y gritos de jъbilo. Pero, cuando terminaron las primeras exclamaciones de cariсosa bienvenida, y todas se apiсaron en el comedor para sentarse, Scarlett experimentу una sensaciуn de frнo. Los yanquis no habнan llegado a Mimosa porque estaba algo lejos de la carretera principal. Por lo tanto, los Fontaine conservaban aъn su ganado y sus provisiones, pero en Mimosa reinaba el mismo silencio que en Tara y sobre toda la comarca. Todos los esclavos, excepto cuatro sirvientes de la casa, habнan huido, asustados por la llegada de los yanquis. No habнa un solo hombre en la finca, a menos que se considerase como tal al niсito de Sally, Joe, que apenas habнa dejado los paсales. Solas en el gran caserуn estaba la abuela Fontaine, que pasaba de los setenta aсos; su nuera, que siempre serнa conocida como la «Seсoritita», aunque habнa cumplido los cincuenta; y Sally, que apenas llegaba a veinte. Estaban lejos de todos los vecinos y sin protecciуn alguna, pero si tenнan miedo no lo mostraban en sus caras. Probablemente, pensу Scarlett, porque Sally y la Seсoritita temнan demasiado a la abuela, frбgil como la porcelana, pero todavнa indomeсable, para atreverse a expresar sus temores. La misma Scarlett temнa a la anciana, porque poseнa vista de lince y lengua afiladнsima, y ella habнa tenido ocasiуn de comprobarlo en otros tiempos.
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