Хелпикс

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TERCERA PARTE 10 страница



їDуnde se hallarнa йl aquella noche mientras ella rodaba por aquel camino espectral con su hijo y su mujer? їVivirнa y pensarнa en ella incluso mientras yacнa entre rejas en Rock Island? їO habrнa muerto de viruela meses atrбs y se pudrirнa en cualquier larga zanja entre cientos de confederados?

Los nervios alterados de Scarlett estuvieron a punto de estallar cuando oyу un ruido cercano, entre la maleza. Prissy lanzу un alarido y se arrojу al suelo, con el niсo debajo. Melanie moviу las manos dйbilmente, buscando a su hijo, y Wade, demasiado espantado para gritar, se encogiу, cubriйndose los ojos con las manos. Luego los matorrales se rompieron bajo unas pesadas pezuсas y un mugido bajo y quejumbroso hiriу sus oнdos.

—No es mбs que una vaca —dijo Scarlett, con voz бspera por el miedo—. No seas necia, Prissy. Has aplastado al niсo y espantado a la seсora Melanie y a Wade.

—ЎEs un fantasma! —gimiу Prissy, escondiendo el rostro en las tablas del coche.

Scarlett se volviу, empuсу la rama del бrbol que usaba como fusta y golpeу con ella la espalda de Prissy. Estaba demasiado exhausta, y dйbil y asustada, para tolerar debilidades o sustos en los demбs.

—Levбntate, estъpida —dijo—, antes de que te parta esto en las costillas.

Prissy alzу la cabeza, mirу afuera del coche y comprobу que, en efecto, se trataba de una vaca blanca y rojiza que los contemplaba lastimeramente con grandes y espantados ojos. La res abriу las fauces y volviу a mugir.

—їEstarб herida? Ese mugido no parece normal.

—Muge porque tiene colmadas las ubres y necesita que la ordeсen —dijo Prissy, recuperando parte de su бnimo—. Debe ser del ganado de Macintosh y los negros la habrбn echado al bosque antes de que llegasen los yanquis.

—La llevaremos con nosotros —decidiу rбpidamente Scarlett— y asн tendremos leche para el niсo.

—їCуmo vamos a llevar una vaca con nosotros, seсorita? Es imposible que nos llevemos una vaca. Las vacas no se dejan llevar si no estбn ordeсadas. Y tampoco podrнamos ordeсarla sin atarla primero.

—Puesto que sabes tanto de eso quнtate las enaguas, cуrtalas en tiras y ata la vaca a la trasera.

—Seсora Scarlett, ya sabe usted que hace un mes que no llevo enaguas, y aunque las tuviese no podrнa hacer nada con ellas. No he tratado con vacas en mi vida y me dan miedo.

Scarlett soltу las riendas y se levantу la falda. La enagua de encajes йta la ъltima prenda bonita que le quedaba en buen estado. Desanudу la cinta del talle, dejу deslizar la enagua hasta sus pies y arrugу con las manos los pliegues de fino hilo. Rhett le habнa traнdo de Nassau aquella tela y los encajes, en el ъltimo barco con que pudo burlar el bloqueo, y ella habнa trabajado una semana para bordarla. Resueltamente, la tomу por abajo, se puso una punta entre los dientes y tirу hasta que la tela, con un crujido, se desgarrу, al fin, en toda su longitud. Continuу rasgбndola con furia, empleando manos y dientes, y la enagua quedу en breve hecha tiras. Anudу los extremos de las tiras con sus dedos ensangrentados y llenos de ampollas, temblorosos por la fatiga.

—Sujйtale esto a los cuernos —ordenу. Pero Prissy titubeaba. —Me asustan las vacas, seсora. Nunca he andado con ellas. No soy negra de corral; soy negra de casa.

—Lo que eres tъ es una negra imbйcil, y la peor ocurrencia que papб ha tenido en su vida ha sido comprarte —repuso Scarlett, lentamente, sin fuerzas ya para estallar en cуlera—. Y si puedo recobrar alguna vez el uso de mi brazo, te juro que romperй esta rama en tus espaldas.

Pensу en seguida que la habнa llamado «negra» y que su madre no lo habrнa aprobado.

Prissy mirу con extraviados ojos, primero la contraнda faz de su dueсa y luego a la vaca, que mugнa plaсideramente. Scarlett le pareciу menos peligrosa, asн que se asiу al costado del coche y permaneciу donde estaba.

Scarlett se apeу del pescante. Se sentнa medio derrengada, casi rнgida, y cada movimiento le causaba una tortura en los doloridos mъsculos. No era Prissy la ъnica que temнa a las vacas. Scarlett las habнa temido siempre y aun la mбs inofensiva vaca lechera le parecнa una cosa estremecedora; pero ahora no era cuestiуn de pararse en temores minъsculos cuando la rodeaban tantos temores grandes. Afortunadamente, la vaca era muy mansa. En su congoja, habнa buscado la compaснa humana y no hizo ningъn movimiento amenazador mientras le ataba las tiras de la enagua en torno a los cuernos. Scarlett anudу el otro extremo de la improvisada cuerda a la trasera del coche lo mejor que sus entorpecidos dedos se lo permitieron. Al ir a trepar de nuevo al pescante, una inmensa fatiga la acometiу y se tambaleу un instante, presa del vйrtigo. Se sujetу a un borde del coche, para no caer. Melanie abriу los ojos y, viйndola a su lado, murmurу: —їEstamos ya en casa, querida?

ЎEn casa! Ardientes lбgrimas acudieron a los ojos de Scarlett al oнr semejante palabra. ЎEn casa! Melanie ignoraba que no habнa casa alguna y que estaban solas en el mundo desolado y enloquecido.

—Aъn no —contestу con la mayor amabilidad que le permitнa el nudo de su garganta—. Pero llegaremos pronto. Acabo de encontrar una vaca y asн tendremos leche para ti y para el niсo.

—ЎPobrecillo! —susurrу Melanie, tendiendo dйbilmente la mano hacia su hijo y dejбndola caer, desfallecida.

Trepar al pescante requiriу todas las fuerzas de que Scarlett disponнa, pero al cabo lo consiguiу. El caballo, con la cabeza caнda, se negaba a andar. Scarlett lo fustigу implacablemente. Confiaba en que Dios le perdonase el maltratar de aquel modo a un animal fatigado. Y si no le perdonaba, lo mismo daba. Despuйs de todo, Tara estaba cerca y, tras medio kilуmetro mбs, el caballo podнa dejarse caer de una vez entre la varas, si querнa. Al final el animal arrancу lentamente. El coche crujнa y la vaca mugнa lъgubre a cada paso. Aquel doliente mugido del animal penetraba de tal modo los nervios de Scarlett, que estuvo tentada de detenerse y desatarlo. їDe quй les servнa llevar la vaca si en Tara no habнa nadie? Ella no sabнa ordeсarla, y, si lo intentaban, seguramente el animal cocearнa al que pretendiera exprimir sus doloridas ubres. Pero ya que la tenнa, serнa mejor conservarla. Era casi lo ъnico que le quedaba en este mundo.

Los ojos de Scarlett se nublaron al iniciar la subida de una suave ladera. En la otra vertiente se hallaba Tara. Pero en seguida sintiу un inmenso abatimiento. El decrйpito animal no podнa subir la colina. ЎY pensar que la cuesta le habнa parecido tan suave, tan poco empinada, cuando la trepaba al galope de su jaca de aladas patas! Parecнa imposible lo empinada que se habнa vuelto desde la ъltima vez que la viera. Jamбs podrнa remontarla el caballo con una carga tan pesada. Se apeу con dificultad y tomу al animal por la brida. —Bбjate, Prissy —ordenу—, y baja a Wade tambiйn. Llйvale en brazos o de la mano. Da el pequeсo a la seсorita Melanie.

Wade rompiу en lбgrimas y sollozos. Scarlett sуlo pudo distinguir entre ellos:

—ЎOscuro..., oscuro! Wade tiene miedo...

—Seсora Scarlett, no puedo andar. Tengo los pies llagados y me aprietan los zapatos. Como Wade y yo no pesamos mucho...

—ЎBaja! ЎBaja antes de que te tire yo del coche! Y como lo haga, te dejo sola en la oscuridad. ЎVenga!

Prissy, entre gemidos, mirу los negros бrboles que flanqueaban ambos lados del camino, aquellos бrboles temibles que acaso la cogiesen y se la llevasen si abandonaba el cobijo del coche... No obstante, entregу el pequeсo a Melanie, saltу al suelo, se empinу y cogiу a Wade. El niсo sollozaba, apretбndose a su niсera.

—Hazle callar. No puedo soportar ese llanto —protestу Scarlett cogiendo la brida del caballo y haciйndolo arrancar a empellones—. Pуrtate como un hombrecito, Wade, y deja de llorar o te doy unos azotes.

Y, mientras pisaba indignada el camino oscuro, pensaba con ira para quй habrнa inventado Dios los niсos, aquellos seres inъtiles, llorones, molestos, siempre necesitados de cuidado, siempre estorbando para todo.

En su fatiga moral no habнa lugar para compadecer al asustado niсo, que procuraba correr al lado de Prissy, asiйndose a su mano y jadeando. Le quedaba sуlo la pesadumbre de haberlo parido, el asombro de haberse casado alguna vez con Charles Hamilton.

—Seсora Scarlett —balbuceу Prissy, sujetбndole el brazo—, no vayamos a Tara. No debe de haber nadie. Se habrбn ido todos. Puede que hayan muerto... Sн: mamб tambiйn y todos los demбs.

El eco de sus propios pensamientos enfureciу a Scarlett. Se librу de los dedos que apresaban su brazo.

—Bien: dame la mano de Wade. Puedes sentarte y quedarte aquн, si quieres.

—No, seсorita, no...

—Entonces, cбllate.

ЎQuй lentamente caminaba el caballo! La espuma que su boca dejaba caer mojaba la mano de Scarlett. Rememorу unas palabras de la melodнa que una vez cantara con Rhett. No podнa recordar el resto:

Sуlo unos pocos dнas mбs de soportar la carga...

«Sуlo unos pasos mбs —repetнa su cerebro una y otra vez—, sуlo unos pasos de soportar la carga... »

Remontaron al fin la cuesta y aparecieron ante su vista las encinas de Tara, elevada masa sombrнa bajo el oscuro cielo. Scarlett mirу con ansiedad, buscando una luz. No habнa ninguna.

«ЎSe han ido! —clamaba su corazуn, que le pesaba en el pecho como frнo plomo—. ЎSe han ido! »

Dirigiу el caballo hacia el camino. Los cedros, entrelazando las ramas sobre sus cabezas, los envolvieron con la oscuridad de una noche cerrada. Esforzando su vista en el tъnel de tinieblas vio —їo serнa una ilusiуn de sus ojos fatigados? — los blancos ladrillos de Tara, borrosos e indistintos. ЎEl hogar! ЎEl hogar! Los muros blancos tan queridos, las ventanas con flotantes cortinas, las amplias terrazas, їestarнan ante ella, en la oscuridad, o йsta sуlo ocultarнa, piadosa, un espectбculo horrendo como el de la casa de los Macintosh?

La avenida parecнa tener kilуmetros de longitud, y el caballo, aunque acuciado por su mano, andaba mбs despacio cada vez. Los ojos de Scarlett sondeaban con afбn las tinieblas. La techumbre parecнa intacta. їSerнa posible? No, no lo era. La guerra no respetaba nada, ni siquiera Tara; construida para durar al menos quinientos aсos. No podнa haber respetado Tara.

El incierto perfil adquiriу relieve. Scarlett acuciу aъn mбs al caballo. Las blancas paredes emergнan entre la oscuridad, y no parecнan ennegrecidas por el humo. ЎTara se habнa librado! ЎSu casa! Soltу las riendas y cubriу a la carrera los ъltimos pasos, anhelosa de tocar con las manos aquellos muros. Entonces vio una figura, mбs sombrнa que la oscuridad, que emergнa del negror de la terraza y se detenнa en lo alto de los escalones. Tara no estaba desierta. ЎHabнa alguien en casa!

Un grito de alegrнa brotу de su garganta para expirar instantбneamente. La casa estaba oscura y silenciosa y la figura no se movнa ni le hablaba. їQuй podнa pasar? їDe quй se trataba? Tara estaba intacta, sн, pero mostraba la misma estremecedora quietud que se cernнa sobre el resto de la martirizada comarca. Entonces la figura se moviу. Rнgida y lenta, descendiу los peldaсos.

—їPapб? —preguntу ella, con voz temblorosa, casi dudando de que fuera йl—. Soy yo, Katie Scarlett. He vuelto.

Gerald avanzу hacia ella, silencioso como un sonбmbulo, arrastrando su pierna rнgida. Se acercу a Scarlett y la mirу turbado, como si la creyese una imagen de sueсo. Luego apoyу una mano sobre su hombro. Scarlett notу que su mano temblaba, como si su padre despertase de una pesadilla y empezase a comprender a medias la realidad. —ЎHija mнa! —dijo, con un esfuerzo—. ЎHija mнa! Y luego guardу silencio. «ЎCaramba, quй viejo estб! », pensу Scarlett.

Los hombros de Gerald estaban encorvados. En el rostro que ella veнa confusamente no quedaba ni rastro de aquella virilidad, de aquella infatigable vitalidad de Gerald. Y aquellos ojos que se fijaban en los de su hija poseнan una mirada casi tan temerosa y atуnita como los del pequeсo Wade. Gerald no era mбs que un hombre viejo y vencido.

Y, ahora, el miedo a las cosas desconocidas que la rodeaban la dominу, tal como si emergiese de pronto de las tinieblas y cayese sobre ella, sin que pudiese hacer mбs que permanecer allн, muda, mirando a su padre, con todo el torrente de preguntas que se le ocurrнan acumulado y quieto en sus labios. Llegу del coche un dйbil vagido. Gerald pareciу sobreponerse dificultosamente a sн mismo.

—Son Melanie y su hijo —murmurу Scarlett rбpidamente—. Ella estб muy mal... La he traнdo hasta aquн.

Gerald retirу la mano del hombro de su hija. Mientras avanzaba despacio hacia el coche era como una fantasmal apariencia del antiguo dueсo de Tara acogiendo a los huйspedes. Sus palabras parecнan brotar de recuerdos ensombrecidos.

i. —Prima Melanie —la voz de Melanie contestу con un murmullo indistinto—, prima Melanie, йsta es tu casa. Doce Robles estб incendiado. Tienes que quedarte con nosotros.

La conciencia de los prolongados sufrimientos de Melanie impulsу a Scarlett a la acciуn. Una vez mбs, la acuciaba la urgencia del presente: la necesidad de acostar a Melanie y a su hijo en un lecho blando y de ocuparse de algunos detalles necesarios para ellas. ; —Hay que llevarla. No puede andar.

Se oyу un rumor de pies y una oscura silueta surgiу de las tinieblas del vestнbulo. Era Pork. Bajу corriendo los escalones.

—ЎSeсora Scarlett, seсora Scarlett! —gritу.

Scarlett le cogiу los brazos. ЎPork, parte integrante de Tara, tan querido como sus ladrillos y sus frescos corredores! Sintiу caer sus propias lбgrimas sobre sus manos, mientras йl le daba torpes palmaditas, exclamando:

—ЎEstoy muy contento de que haya vuelto! ЎEstoy muy...!

Prissy prorrumpiу en sollozos mezclados con incoherentes palabras:

—ЎPoke, Poke, querido!

Y el pequeсo Wade, alentado por la debilidad de las personas mayores, comenzу a lloriquear de nuevo y a gemir:

—ЎWade tiene sed!

Scarlett procurу poner orden en el desconcierto.

—La seсora Melanie y su hijo estбn en el coche. Pork, haz el favor de transportarla con cuidado y llevarla al cuarto de invitados de la parte de atrбs. Prissy, coge al pequeсo y a Wade, llйvalos adentro y da a Wade un vaso de agua. їEstб Mamita aquн, Pork? Dile que la necesito.

Galvanizado por su voz imperiosa, Pork se acercу al coche y comenzу a atrafagarse en su trasera. Melanie exhalу un quejido cuando йl medio la levantу y medio la arrastrу afuera del colchуn de pluma en que la joven pasara tantas horas. Y cuando estuvo en los fuertes brazos de Pork, su cabeza cayу, como la de un niсo, sobre el hombro de йl. Prissy, con el pequeсo en brazos y Wade de la mano, los siguiу por los anchos escalones y desapareciу en la oscuridad del vestнbulo. Los ensangrentados dedos de Scarlett apretaron con apremio la mano de su padre.

—їSe han curado, papб?

—Las niсas mejoran.

Se hizo un silencio. Una idea, demasiado monstruosa para expresarla con palabras comenzу a dibujarse. Ella no podнa hacerla salir a sus labios. Una y otra vez carraspeу, pero una sъbita sequedad parecнa haber obstruido su garganta. їSerнa aquйlla la respuesta al enigmбtico silencio de Tara? Gerald hablу como si contestara a la pregunta que rondaba su mente:

—Tu madre... —dijo. Y se detuvo.

—їMamб...?

—Tu madre muriу ayer.

Asida con fuerza al brazo de su padre, Scarlett avanzу por el ancho y oscuro vestнbulo que, aun en la oscuridad, le resultaba tan familiar como siempre. Procurando no tropezar con las sillas de alto respaldo, con el armero vacнo, con el viejo armario de patas en forma de garras, se dirigiу instintivamente al despachito de la parte trasera de la casa, donde Ellen acostumbraba sentarse para hacer sus interminables cuentas. Sin duda, cuando ella entrara en el cuarto su madre se hallarнa sentada ante el escritorio y, posando la pluma, se levantarнa, entre rumores de su miriсaque y un suave aletear de dulce fragancia, para recibir a su fatigada hija. Ellen no podнa haber muerto, por mucho que papб lo dijera, repitiйndolo luego una vez y otra como un loro que sуlo conoce una frase: «Muriу ayer, muriу ayer, muriу ayer... »

ЎOh, quй extraсo era no sentir ahora nada, nada salvo una debilidad que encadenaba sus miembros como con fйrreas cadenas y un hambre que hacнa temblar sus rodillas! Pensarнa en su madre despuйs. Arrancу de su mente a su madre por el momento, para no andar tropezando estъpidamente como Gerald o sollozando monуtonamente como Wade.

Pork bajу los anchos escalones, dirigiйndose a sus dueсos, apresurбndose hacia Scarlett como un animal aterido hacia la lumbre.

—їPor quй no enciendes? —preguntу la joven—. їCуmo estб la casa tan oscura, Pork? Trae velas.

—Se han llevado todas las velas, seсora Scarlett. Todas menos una ya casi consumida que empleamos para buscar las cosas en la oscuridad. Mamita usa como luz una mecha de trapo en un plato lleno de grasa para cuidar a las seсoritas Suellen y Carreen.

—Trae la vela que queda —ordenу Scarlett—. Llйvala al gabinete de mamб... A su gabinete. Pork se dirigiу al comedor, arrastrando los pies, y Scarlett, avanzando en la habitaciуn en tinieblas, se dejу caer en el sofб. El brazo de su padre seguнa apoyado en el codo de ella, desvalido, suplicante, confiado, como sуlo suelen serlo los brazos de los muy niсos o de los muy viejos.

«Es ya muy viejo, un viejo fatigado», pensу Scarlett de nuevo, asombrada por su propia indiferencia al constatarlo.

Oscilу una luz en la habitaciуn. Pork entraba llevando una vela medio consumida en una salsera. El oscuro aposento recobrу la vida, con el hundido y viejo sofб en que se sentaban, con el alto escritorio que se elevaba hacia el techo, con la frбgil silla labrada de mamб ante el escritorio, con las filas de casilleros donde aъn se veнan papeles escritos con su fina letra, con la gastada alfombra... Todo, todo estaba igual; pero Ellen faltaba. Ellen, con su tenue perfume de limуn y verbena y la dulce mirada de sus ojos entornados. Scarlett experimentу un leve dolor en el corazуn, como si sus nervios, embotados por la misma profundidad de su herida, se esforzasen en sentir de nuevo. Pero no podнa dejarlos que se exteriorizasen ahora; tenнa por delante toda una vida para que la hiciesen padecer. Pero ahora no. ЎNo, Dios, ahora no!

Mirу la faz amarillenta de Gerald, y por primera vez en su vida le vio sin afeitar, cubierta la antes lozana piel de cerdas plateadas. Pork colocу la vela en el candelero y se acercу a Scarlett. Ella adivinу que, de haber sido un perro, hubiera puesto la cabeza en su regazo, esperando una caricia.

—їCuбntos morenos quedan aquн, Pork?

—Los asquerosos negros se fueron, seсora Scarlett, y algunos hasta se marcharon con los yanquis, y... —їCuбntos quedan?

—Mamita y yo, seсora Scarlett. Ella ha estado cuidando a las niсas todo el dнa. Ahora las acompaсa Dilcey. Quedamos solamente nosotros tres, seсora.

Ў«Nosotros tres», donde habнa un centenar! Scarlett, con un esfuerzo, irguiу la cabeza sobre el dolorido cuello. Comprendiу que tenнa que hablar con voz firme. Con gran sorpresa suya, las palabras le afluyeron tan frнa y naturalmente como si la guerra no hubiese existido nunca y le bastara un simple ademбn para tener diez sirvientes alrededor.

—Estoy hambrienta, Pork. їHay algo que comer?

—No. Los yanquis se lo han llevado todo.

—їY el huerto?

—Dejaron los caballos sueltos en йl.

—їHan escarbado tambiйn los bancales de сames? Algo anбlogo a una sonrisa de complacencia se dibujу en los gruesos labios del hombre.

—ЎMe habнa olvidado de ellos, seсora Scarlett! Deben de seguir en su sitio. Los yanquis no debнan de haberlos visto nunca y habrбn creнdo que eran raнces, y...

—La luna saldrб pronto. Vete a coger unos cuantos y бsalos. їNo hay maнz? їNi guisantes secos? їNi pollos? •

—No, seсora, no. Los pollos que no se comieron aquн mismo los yanquis se los llevaron colgados de los arzones.

ЎSiempre los yanquis! їNo acabarнan nunca sus fechorнas? їNo les bastaba quemar y matar? їNecesitaban tambiйn dejar mujeres y niсos y desamparados negros morirse de hambre en el paнs que habнan desolado?

—Tambiйn tengo unas manzanas que Mamita enterrу al lado de la casa, seсorita. Es lo que hemos comido hoy.

—Trбelas antes de ir a por los сames, Pork. Y, ademбs, Pork..., Ўme siento tan dйbil! їNo hay vino en la bodega? їNi licor de moras?

—La bodega, seсora, fue el primer sitio donde entraron.

Una angustiosa nбusea, mezcla de hambre, sueсo, cansancio y violentas emociones, abrumу a Scarlett. Hubo de asirse fuertemente a las rosas talladas en los brazos del sofб.

—ЎNo hay vino! —exclamу con desaliento, recordando las interminables hileras de botellas de la bodega. Y un recuerdo acudiу a su memoria—. Pork, їy aquel whisky que papб enterrу en la barrica de madera de roble junto al atracadero?

Otra sombra de sonrisa, de agrado y respeto iluminу la negra faz.

—ЎQuй listнsima es usted, seсora Scarlett! ЎY yo me habнa olvidado de eso! Pero ese whisky no puede ser bueno, seсora Scarlett. No tiene mбs que un aсo. Y, ademбs, el whisky no es bueno nunca para las seсoras.

ЎQuй estъpidos eran los negros! Nunca se les ocurrнa nada. ЎY pensar que los yanquis querнan liberarlos!

—Pues serб lo bastante bueno para esta seсora que ves y para papб. Date prisa, Pork: trбenos dos vasos, menta y azъcar, y yo prepararй un poco de jarabe.

—Seсora Scarlett, ya sabe usted que no hay azъcar en Tara desde yo quй sй cuбndo. Y los caballos devoraron toda la menta y los yanquis rompieron todos los vasos.

«Si dice otra vez " los yanquis", grito. ЎEs intolerable! », pensу ella. Y manifestу en voz alta:

—Estб bien; trae el whisky pronto. Lo tomaremos solo. —Y mientras йl se volvнa, aсadiу—: Aguarda, Pork. Hay tantas cosas que hacer que no me acuerdo de todas... ЎAh, sн! He traнdo un caballo y una vaca.

Hay que ordeсar la vaca, desenganchar el caballo y darle de beber. Di a Mamita que se ocupe de la vaca. Que se arregle como pueda para sujetarla. El niсo de la seсora Melanie se morirб de hambre si no toma algo y...

—їLa seсora Melanie no puede...?

Y Pork se interrumpiу, delicadamente.

—La seсora Melanie no tiene leche.

ЎDios mнo! Mamб se hubiera desmayado de oнrla hablar asн.

—Bueno, seсora Scarlett, pero Dilcey puede darle de mamar. Dilcey ha tenido otro niсo y seguramente podrб amamantar a los dos.

—їDe modo que tienes otro niсo, Pork?

ЎNiсos, niсos, niсos! їPor quй crearнa Dios tantos niсos? Pero no era Dios quien los creaba, no, sino la gente necia.

—Sн, seсora. Es muy grande, muy gordo y muy negro. Йl...

—Di a Dilcey que deje a las niсas. Yo las cuidarй. Que dй de mamar al niсo de la seсora Melanie y que haga lo que pueda por ella. Y di a Mamita que se ocupe de la vaca y que lleve ese pobre caballo a la cuadra.

—No hay cuadra, seсora Scarlett. Los yanquis la demolieron para usar la madera como leсa.

—No me hables mбs de lo que han hecho los yanquis. Di a Dilcey que se ocupe de lo que te he dicho, y tъ ve por el whisky y por unos сames.

—Pero no tengo luz para ir, seсora.

—їNo puedes usar una astilla?

—No hay astillas. Los yanquis...

—Arrйglate como puedas. No me importa cуmo. Pero trae lo que te digo. ЎY pronto!

Pork se deslizу afuera del cuarto al notar que la voz de Scarlett adquirнa una inflexiуn de enojo. Ella se quedу sola con Gerald. Le palmeу suavemente un muslo. Notу lo flaccidos que estaban aquellos miembros en que antes se marcaban sus duros mъsculos de jinete. Era preciso hacer algo para sacarle de aquel decaimiento, pero no querнa preguntarle por Ellen. Mбs tarde, sн, cuando ella pudiese soportarlo.

—їPor quй no han quemado Tara?

Gerald la contemplу fijamente un momento, como sin oнrla. Ella repitiу la pregunta.

—Porque —contestу йl trabajosamente— utilizaron la casa como cuartel general.

—їLos yanquis... en esta casa?

Y en su interior sintiу que aquellos muros habнan sido profanados. Los muros de aquella casa, sagrada porque Ellen la habнa habitado... ЎY ellos... ellos allн! —Estuvieron aquн, sн, hija mнa. Vimos el humo de Doce Robles, al otro lado del rнo, antes de que llegaran. Pero India y Honey y algunos de los negros se habнan refugiado en Macуn, asн que no nos preocupamos por ellos. Mas nosotros no podнamos ir a Macуn. ЎTu madre y las niсas estaban tan enfermas! No podнamos partir. Nuestros negros huyeron... no sй adonde... Se llevaron los carros y las muнas. Mamita y Daisy y Pork se quedaron... Y a las niсas... y a tu madre... no podнamos trasladarlas.

—Sн, sн; claro.

No debнa dejarle hablar de su madre. Habнa que comentar cualquier cosa, aunque fuera que el propio general Sherman habнa utilizado el despachito de su madre como cuartel general. ЎDe cualquier cosa!

—Los yanquis avanzaron sobre Jonesboro para cortar el ferrocarril. Vinieron a millares carretera arriba, desde el rнo, con caballos y caсones a miles tambiйn. Yo los esperй en el porche de la puerta principal.

«ЎValiente papaнto! —pensу Scarlett, con el corazуn rebosante—. ЎPapб afrontando al enemigo en las escaleras de Tara como si tuviese detrбs un ejйrcito en vez de tenerlo delante! »

—Me dijeron que me fuese, que iban a quemar la casa. Y yo les dije que para quemarla pasarнan sobre mi cadбver. No podнamos irnos porque las niсas... y tu madre...

—їY entonces?

ЎEra terrible volver de nuevo siempre al tema de Ellen!

—Les dije que en la casa habнa enfermas de tifus y que hacerlas salir era matarlas. Que quemaran la casa, si les placнa, y desplomaran el techo sobre nosotros. Yo no querнa... abandonar Tara.

Su voz cediу paso al silencio. Mirу distraнdamente los muros. Scarlett comprendiу. Tras los hombros de Gerald se apiсaban demasiados antecesores irlandeses, demasiados hombres que habнan muerto por unos pocos metros de tierra, luchando hasta el fin antes que abandonar los hogares en que habнan vivido, labrado, amado, engendrado hijos.

—Les dije que tendrнan que quemar la casa con tres mujeres moribundas dentro. Pero que no nos irнamos. Y el joven oficial, que era un... un caballero...

—їUn yanqui caballero? ЎVamos, papб!

—ЎUn caballero! Se fue al galope y volviу a poco con un capitбn, un mйdico, que examinу a las niсas... y a tu madre...

—їDejaste que entrara un maldito yanqui en su alcoba? —Tenнa opio. Y nosotros no. Logrу salvar a tus hermanas. Suellen sufrнa una hemorragia. El hombre se mostrу tan amable como pudo. Y cuando dijo a los soldados que ellas estaban mal, no quemaron la casa. Entraron, eso sн, y vino no sй quй general con su estado mayor. Ocuparon todos los cuartos, menos el de las enfermas. Y los soldados...

Se interrumpiу, demasiado fatigado para proseguir. Su enйrgica barbilla se inclinу pesadamente sobre las ahora fofas masas de carne de su cuello y su pecho. Con un esfuerzo, continuу:

—Acamparon en los alrededores de la casa, en todas partes, en el algodуn, en el maнz. La hierba quedу cubierta por el azul de sus uniformes. Aquella noche encendieron un millar de hogeras de campamento. Arrancaron las vallas y echaron los maderos al fuego, para guisar con ellos, y despuйs los cobertizos, y los establos, y el ahumadero. Mataron las vacas, los cerdos y los pollos... y hasta mis pavos (Ўlos preciosos pavos de Gerald, tambiйn perdidos! ). Se llevaron las cosas, incluso los cuadros... algunos muebles, la vajilla.... —їY la plata?

—Pork y Mamita hicieron no sй quй con la plata... La metieron en el pozo... No me acuerdo ahora. —La voz de Gerald sonaba trйmula—. Luego libraron una batalla desde aquн..., desde Tara. ЎSi vieras quй ruido...! Gente galopando y corriendo por todas partes. Y, despuйs, los caсones de Jonesboro sonaban como un trueno... hasta las niсas lo oнan, a pesar de estar enfermas, y me decнan una y otra vez: «Papб, haz que se callen esos truenos. »

—їY mamб? їSabнa que los yanquis estaban en la casa? —No..., no lo supo nunca.

—ЎGracias a Dios! —dijo Scarlett—. Mamб se evitу esa pena. Ellen nunca lo supo, no oyу jamбs al enemigo, que ocupaba la planta baja, ni oyу los caсones de Jonesboro, ni supo jamбs que la tierra que formaba parte de su corazуn era hollada por los yanquis.

—Yo vi a muy pocos de ellos, porque me quedaba arriba con las niсas y con tu madre. Al que mбs vi fue al joven cirujano. Era amable, muy amable, Scarlett. Despuйs de haber trabajado todo el dнa, curando a los heridos, venнa a sentarse con ellas. Incluso dejу algunos medicamentos. Me dijo que, cuando ellos se fuesen, las nenas se pondrнan bien, pero que tu madre... Estaba tan delicada, dijo..., demasiado delicada para soportarlo. Dijo que le fallaban las fuerzas.

En el silencio posterior, Scarlett vio a su madre tal y como debiу de estar en aquellos ъltimos dнas, como una frбgil torre de refuerzo en Tara, haciendo de enfermera, trabajando, sin sueсo ni comida para que otros pudiesen dormir y comer.

—Y despuйs se marcharon... Despuйs se marcharon. Permaneciу en silencio largo rato; y luego le cogiу la mano. —ЎMe alegro de que hayas vuelto a casa! —dijo simplemente. Se oyу un ruido como de raspar en el porche trasero. El pobre Pork, acostumbrado durante cuarenta aсos a quitarse el polvo de los zapatos antes de entrar en casa, no lo olvidaba ni aun en aquellos momentos. Entrу, sosteniendo con cuidado dos calabazas, y precedido por el fuerte olor a alcohol que emanaba de ellas.



  

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