Хелпикс

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TERCERA PARTE 17 страница



—Pero, Melly, їcуmo puedo yo dejar esto? —preguntу Scarlett enfadada—. Si tantas ganas tienes de salir de aquн, no serй yo quien te detenga.

—ЎOh, no quise decir eso, querida! —exclamу Melanie sonrojada por la angustia—. ЎQuй alocada soy! Naturalmente, tъ no puedes dejar Tara y... me figuro que el tнo Peter y la cocinera negra pueden cuidar bien a la tнa.

—Nada te impide marcharte —repitiу Scarlett con sequedad. —Sabes bien que yo no he de dejarte —contestу Melanie—. Sin ti, me... me morirнa de miedo.

—Como gustes. Ademбs, nunca se me ocurrirнa a volver a Atlanta. Tan pronto como levanten unas cuantas casas, irб Sherman otra vez y las incendiarб.

—No irб —dijo Frank, y, a pesar de sus esfuerzos, su rostro se nublу—. Ha seguido atravesando el Estado hasta la costa. Savannah fue tomado esta semana, y dicen que los yanquis estбn penetrando ya por Carolina del Sur.

—ЎHan tomado Savannah!

—Sн. Era inevitable, seсora. Savannah tenнa que caer por fuerza. No dejaron suficientes hombres para defenderla, aunque se echу mano de todos lo que fue posible reclutar..., a todo hombre que pudiese aunque no fuera mбs que arrastrar un pie detrбs de otro. їNo saben ustedes que cuando los yanquis marchaban contra Milledgeville se llamу a todos los cadetes de las academias militares, por jуvenes que fuesen, y hasta abrieron los presidios del Estado para conseguir mбs tropas? Sн, seсor; dejaron en libertad a todos los presidiarios que quisiesen luchar e incluso se les prometiу el perdуn para despuйs de la guerra, si vivнan... Se me ponнa la carne de gallina viendo a esos pobres cadetes alineados con ladrones y asesinos.

—їLiberaron a los presidiarios para que puedan volver a empezar?

—Vamos, seсora Scarlett, cбlmese. Estбn muy lejos de aquн, y ademбs, se portan bien como soldados. Ser ladrуn no impide ser buen soldado, їverdad?

—Me parece bien esa medida —opinу Melanie con dulzura.

—Bueno, pues a mн no —repuso Scarlett categуricamente—. Bastantes bandidos hay ya por ahн, de todos modos, con los yanquis y con los...

Se detuvo a tiempo, pero los invitados se echaron a reнr.

—Con los yanquis y con nuestro departamento de comisariado —aсadieron para terminar la frase; y ella se sonrojу.

—Pero їdуnde estб el ejйrcito del general Hood? —intervino Melanie presurosamente—. Me parece que йl hubiera podido defender Savannah.

—їCуmo, seсora Melanie? —prorrumpiу Frank, sorprendido y hasta indignado—. El general Hood no se ha aproximado siquiera a ese sector. Estб combatiendo en Tennessee, tratando de atraer a los yanquis y de echarlos de Georgia.

—ЎPues sн que le resultaron bien sus planes! —exclamу Scarlett con ironнa—. Dejу que los malditos yanquis entrasen por aquн sin que tuviйramos para protegernos mбs que chicos de la escuela, presidiarios y viejos de la Guardia Territorial.

—Hija mнa —dijo de pronto Gerald, incorporбndose—, estбs usando un lenguaje censurable. Tu madre se disgustarб.

—ЎTodos los yanquis son unos malditos! —exclamу Scarlett fogosamente—. Y siempre habrй de llamarlos asн.

Al nombrarse a Ellen, todo el mundo se sintiу algo embarazado, y la conversaciуn se cortу en seco. Melanie la reanudу de nuevo.

—Cuando estuvo usted en Macуn, їvio a India y a Honey Wilkes? їSabнan... sabнan algo de Ashley?

—Seсora Melanie, ya sabe usted que si yo hubiese tenido la menor noticia de Ashley habrнa venido corriendo hasta aquн desde Macуn para comunicбrsela —dijo Frank, en tono de reproche—. No, no sabнan nada... pero no se inquiete usted por Ashley, seсora Melly. Ya sй que hace tiempo que no se ha oнdo nada acerca de йl; pero їcуmo tener noticias de alguien que estб prisionero? Y menos mal que las cosas andan mejor en las cбrceles yanquis que en las nuestras. Despuйs de todo, a los yanquis les sobra comida, y tienen medicamentos y mantas. No estбn como nosotros, que al no tener suficiente para alimentarnos tampoco podemos alimentar muy bien a nuestros prisioneros.

—ЎOh, a los yanquis siempre les sobra todo! —exclamу Melanie con amarga excitaciуn—. Pero no se lo dan a los prisioneros. Ya sabe usted que no, seсor Kennedy. Lo dice ъnicamente para que yo estй tranquila. Ya sabe usted bien que nuestros muchachos se hielan allн, cuando no se mueren de hambre, sin doctores ni medicamentos, y esto, claro, porque los yanquis los odian. ЎOh, si pudiйsemos hacer desaparecer del mundo hasta el ъltimo yanqui! Yo sй que Ashley estб... —ЎNo lo digas! —le gritу Scarlett, sintiendo el corazуn en la garganta.

Mientras nadie dijese que Ashley estaba muerto, persistнa en su corazуn una vaga esperanza de que viviese; pero le parecнa que, si oнa pronunciar las fatales palabras, йl morirнa en aquel mismo momento.

—Vaya, seсora Wilkes, no se preocupe usted por su marido —dijo el soldado tuerto en tono persuasivo—. Yo fui capturado despuйs de la primera batalla de Manassas, y canjeado despuйs, y mientras estuve en el calabozo me sirvieron de lo mejor: pollo asado, bizcochos...

—Creo que es usted un embustero —dijo Melanie con leve sonrisa; y era йsta la primera vez que Scarlett le veнa desplegar alguna agresividad con un hombre—. їNo tengo razуn?

—ЎSн, la tiene! —concediу el soldado tuerto, dбndose una palmada sobre el muslo mientras soltaba una carcajada.

—Si vienen ustedes al salуn, les cantarй algunos villancicos de Navidad —dijo Melanie, contenta de poder variar de conversaciуn—. El piano fue la ъnica cosa que los yanquis no pudieron llevarse. їEstб muy desafinado, Suellen?

—Atrozmente —contestу йsta, dirigiendo una sonrisa invitadora a Frank.

Pero, al salir del comedor, Frank se quedу rezagado y tirу de la manga a Scarlett.

—їPuedo hablarle a solas?

Durante unos terribles instantes, ella temiу que fuera a hablarle de los animales escondidos y se dispuso a soltarle cualquier mentira.

Cuando se despejу la estancia y ambos quedaron de pie junto a la lumbre, todo el buen humor ficticio que habнa mostrado Frank delante de los demбs desapareciу, y Scarlett observу que parecнa un viejo. Su rostro estaba demacrado y tan pardusco como las hojas que danzaban por el prado de Tara, y su barba rojiza y rala estaba veteada de gris. Frank se la alisу maquinalmente y tosiу con embarazo antes de comenzar a hablar.

—Siento mucho lo de su madre, seсora Scarlett.

—Por favor, no hable de ello.

—їY su padre? їEstб asн desde...?

—Sн... No es el mismo, como puede usted ver.

—Ciertamente, la querнa de veras.

—ЎOh, seсor Kennedy, se lo ruego, no hablemos de...!

—Lo siento, seсora Scarlett; perdуneme —dijo йl moviendo los pies nerviosamente—. La verdad es que querнa hablar con su padre de un asunto, y ahora veo que serнa inъtil.

—Acaso pueda yo servirle para el caso, seсor Kennedy. Soy ahora el cabeza de familia.

—Bueno, yo... —comenzу Frank, dando nuevos tirones a su pobre barba—. La verdad es que... Bueno, seсora Scarlett; yo tenнa intenciones de pedir en matrimonio a la seсorita Suellen.

—їQuiere usted decir —exclamу Scarlett con sorpresa— que todavнa no habнa pedido el consentimiento de mi padre? ЎSн ha estado usted cortejбndola desde hace aсos!

Frank se ruborizу y sonriу muy embarazado y confuso, como un adolescente vergonzoso.

—Bien... їQuй sabнa yo si ella me harнa caso o no? Tengo bastante mбs edad que ella y... habнa tantos muchachos jуvenes y buenos mozos que rondaban por Tara, que...

«ЎQuй tonto! —pensу Scarlett—. Si venнan era por mн, no por ella. »

—Todavнa no sй si Suellen me aceptarб o no. No le he preguntado nada, pero seguramente adivina mis sentimientos. Yo tenнa intenciones de decir... de decнrselo al seсor O'Hara, de decirle la verdad, seсora Scarlett. No poseo ahora ni un solo centavo. Tenнa antes bastante dinero, si me permite mencionarlo; pero ahora lo ъnico que poseo es mi caballo y la ropa que llevo encima. Verб usted: cuando me alistй en el Ejйrcito vendн la mayor parte de mis tierras, invirtiendo el dinero en bonos de la Confederaciуn y... ya sabe usted cuбnto valen hoy: menos que el papel en que se imprimieron. De todos modos, ni siquiera me queda el papel: al quemar los yanquis la casa de mi hermana, quemaron tambiйn esos bonos. Ya sй que es casi una insolencia por mi parte pedir la mano de la seсorita Suellen ahora que estoy sin un centavo; pero asн son las cosas. He pensado y he reflexionado, y veo que no sabemos cуmo acabarб todo; nadie lo sabe. Para mн, esto es como el fin del mundo: nada hay seguro; y serнa un gran consuelo (y acaso significarнa tambiйn cierta tranquilidad para ella) estar ya prometidos. Siempre serнa una seguridad. No me atreverнa a proponer matrimonio hasta convencerme de que soy capaz de encargarme de ella, seсora Scarlett y no sй cuбndo podrб ser. Pero si el amor sincero tiene para usted algъn valor, puede usted estar persuadida de que la seсorita Suellen serб rica de este valor, aunque no lo sea de otro. Pronunciу las ъltimas palabras con cierta sencilla dignidad que conmoviу a Scarlett, incluso en su irуnica actitud. No acertaba a comprender que nadie pudiese enamorarse de Suellen. Su hermana le parecнa un monstruo de egoнsmo, una de esas niсas tontas que jamбs estбn contentas, una mujer que nunca podнa hacer mбs que amargar la vida a los demбs.

—Eso no importa, seсor Kennedy —contestу ella con amabilidad—. Estoy segura de poder hablar en nombre de mi padre. El siempre le apreciу a usted y esperaba que algъn dнa Suellen y usted se casaran.

—їDe veras? —exclamу Frank, con alegrнa reflejada en su rostro.

—Ciertamente —contestу Scarlett, ocultando la risa, porque recordaba que frecuentemente Gerald habнa gritado a Suellen a la hora de cenar: «їY quй hay de eso, seсorita? Ese ardiente admirador tuyo, їno se ha declarado todavнa? їVoy a tener que preguntarle quй intenciones trae? »

—Entonces, le hablarй esta noche —dijo йl, con la faz temblorosa mientras agarraba la mano de la joven y se la sacudнa con inconsciente vigor—. ЎEs usted muy bondadosa, seсora Scarlett!

—Voy a decir a mi hermana que venga —contestу Scarlett con una sonrisa y dirigiйndose al salуn.

Melanie comenzaba a tocar. El piano estaba desafinado; pero algunas notas sonaban pasablemente, y Melanie levantaba la voz para dirigir a los demбs el canto de ЎEscuchad, los бngeles anunciadores cantan!

Scarlett se detuvo. Parecнa imposible que la guerra hubiese pasado por allн dos veces, que viviesen en un paнs devastado, casi sin tener quй comer, y que pudiesen estar entonando ese cбntico navideсo como si nada ocurriese. Se volviу de pronto hacia Frank.

—їA quй se referнa cuando ha dicho que esto le parecнa como si fuese el fin del mundo?

—Se lo dirй con franqueza —respondiу lentamente—, pero no quisiera que alarmase usted a los demбs con lo que voy a explicarle. La guerra no puede prolongarse mucho. No hay hombres de refresco para nutrir las filas, y las deserciones menudean... mбs de lo que se admite oficialmente. Claro, esos hombres no pueden continuar alejados de sus familias cuando saben que йstas se mueren de hambre, y vuelven a sus casas con objeto de procurar cuidar de su alimentaciуn. No se les puede criticar, pero eso debilita al Ejйrcito. Y el mismo Ejйrcito no puede combatir sin vнveres, y no los hay. Lo sй porque yo me ocupo precisamente de eso. He recorrido esta comarca en todas direcciones desde que recuperamos Atlanta y no queda en ella ni lo bastante para alimentar a un tordo. Lo mismo ocurre si uno desciende quinientos kilуmetros mбs al sur, hacia Savannah. La gente se muere de hambre, los ferrocarriles estбn destrozados, no hay fusiles, las municiones se acaban y no tenemos ni suelas para las botas... Como ve usted, ya hemos llegado casi al fin.

El eclipse de las esperanzas de la Confederaciуn pesaba menos en el бnimo de Scarlett que sus manifestaciones acerca de la gran escasez de vнveres. Ella habнa tenido la intenciуn de enviar a Pork con el carro y el caballo, las monedas de oro y el dinero del Norte para que recorriese toda la comarca en bъsqueda de provisiones. Pero si era verdad lo que Frank habнa dicho...

Sin embargo, Macуn no habнa caнdo. Y debнa de haber vнveres de alguna clase en Macуn. Tan pronto como se hubiesen alejado un poco los del comisariado, enviarнa a Pork a la ciudad, arriesgбndose a que el Ejйrcito se quedase con el valioso animal. Tenнa que intentarlo.

—Bueno, no hablemos mбs acerca de cosas desagradables esta noche, seсor Kennedy —dijo—. Vaya usted a sentarse al despachito de mamб, y yo le enviarй a Suellen para que puedan..., bueno, para que puedan hablar ustedes un poco a solas.

Ruborizado y sonriente, Frank se deslizу afuera de la estancia, seguido por la mirada de Scarlett.

«ЎQuй lбstima que no puedan casarse en seguida! —pensу ella—. Serнa una boca menos que alimentar. »

Al llegar abril, el general Johnston, a quien le habнan devuelto los maltrechos restos de las tropas de su antiguo mando, se rindiу con ellas en Carolina meridional y se terminу la guerra. Pero la noticia no llegу a Tara hasta dos semanas mбs tarde. Habнa demasiado que hacer en Tara para que nadie malgastase el tiempo en viajes y excursiones para averiguar lo que se rumoreaba, y, como sus vecinos andaban tan ocupados como ellos, no se hacнan muchas visitas, y las noticias se difundнan muy lentamente.

La labor de arado primaveral estaba en su punto culminante, y las semillas de algodуn y de hortalizas que Pork trajera de Macуn empezaban a sembrarse. Pork no servнa ya casi para nada, desde tal viaje, de puro orgullo por haber regresado de Macуn con el carro cargado de telas, semillas, aves de corral, jamones, carne fresca, harina. Una y otra vez contaba la historia de los peligros en que se viera, de los senderos por los que hubo de meterse al regresar a Tara. Habнa estado de viaje cinco semanas, cinco semanas de agonнa para Scarlett. Pero no le reprendiу a su vuelta a Tara, porque se sentнa contentнsima de que el negro hubiese podido efectuar su misiуn con tanto йxito, devolviйndole, ademбs, casi tanto dinero como ella le habнa dado. Mucho sospechaba ella que la causa de que le sobrase tanto dinero era que la mayor parte de las aves y carnes que trajo no eran producto de compras. Pork se hubiera avergonzado de gastar el dinero cuando encontraba por el camino tantos ahumaderos y gallineros mal vigilados.

Ahora que tenнa algunas provisiones, todo el mundo en Tara trataba de restablecer en lo posible un plan de vida normal. Habнa allн trabajo para todas las manos, demasiado trabajo, incesante e interminable. Habнa que arrancar los tallos secos del algodуn del aсo anterior para dejar sitio a las semillas de este aсo, y el reacio caballo, no acostumbrado a tirar de un arado, lo arrastraba por los campos de mala gana. Habнa que quitar las malas hierbas del huerto y plantar las semillas, habнa que cortar la leсa para la lumbre, y habнa que comenzar a rehacer las pocilgas y los muchos kilуmetros de valla que tan despreocupadamente quemaran los yanquis, habнa que inspeccionar dos veces al dнa los cepos para conejos que tendнa Pork, y no se podнa dejar de reponer el cebo en las caсas de pesca junto al rнo. Habнa camas por hacer, suelos por barrer, comidas que preparar, platos y cubiertos que lavar, cerdos y gallinas que alimentar, huevos que recoger. Habнa que ordeсar la vaca y llevarla a pastar junto al pantano, y alguien tenнa que quedarse a vigilarla por miedo a que los yanquis o los mismos hombres de Frank volviesen y se llevasen a tan ъtilнsimo animal. Incluso el pequeсo Wade trabajaba. Todas las maсanas salнa con aire de persona importante para recoger ramitas secas y trozos de corteza de бrbol que servнan para encender la lumbre.

Fueron los chicos de los Fontaine los primeros del condado que regresaron de la guerra, los que trajeron la noticia de la rendiciуn. Alex, que todavнa llevaba las botas, iba a pie, y Tony, descalzo, cabalgaba a pelo sobre un mulo. Tony siempre se las componнa para salir el mejor librado de la familia. Los Fontaine estaban mбs curtidos que nunca, despuйs de cuatro aсos de exposiciуn al sol y a los elementos, mбs delgados y enjutos, y las descuidadas barbas negras que traнan de la guerra les hacнan parecer hombres desconocidos.

De camino para Mimosa y ansiosos de llegar a su casa, sуlo se detuvieron en Tara unos instantes para saludar a las chicas y darles la noticia de la rendiciуn. Todo habнa terminado, dijeron, y no parecнan querer hablar mucho de ello. Lo ъnico que les interesaba saber era si Mimosa habнa sido quemada o no. En su viaje de regreso desde Atlanta, habнan pasado por delante de chimeneas desnudas que se erguнan en los lugares en donde antes estaban las casas de sus amigos, y les parecнa demasiado esperar que la suya hubiera resultado indemne. Suspiraron con alivio al escuchar tan agradable informaciуn, y rieron y se dieron palmadas en los muslos cuando Scarlett les contу la loca carrera de Sally y cуmo habнa saltado tan magnнficamente por encima de la cerca de malezas.

—Es una chica con mucho coraje —dijo Tony—, y es una lбstima que haya tenido la desgracia de que matasen a Joe. їNo tendrнa usted por ahн tabaco de mascar, Scarlett?

—Nada mбs que eso que llaman «tabaco conejero». Papб lo fuma en una pipa de maнz.

—Todavнa no he caнdo tan bajo —respondiу Tony—, pero llegarй seguramente a ello.

—їY Dimity Munroe, estб bien? —preguntу Alex con ansiedad, aunque algo embarazado.

Scarlett recordу entonces vagamente que antes parecнa йl andar enamorado de la hermana pequeсa de Sally.

—ЎOh, sн! Vive con su tнa en Fayetteville. No sй si sabe usted que tambiйn ardiу su casa de Lovejoy. Y el resto de la familia estб en Macуn.

—Lo que йl quiere preguntar es si se ha casado Dimity con algъn bravo coronel de la Guardia Territorial —dijo Tony burlonamente.

Alex le mirу con aire furioso.

—Por supuesto, no se ha casado —repuso Scarlett, divertida.

—Acaso hubiera hecho mejor casбndose —dijo Alex con melancolнa—. їCуmo demonios... y perdone usted, Scarlett; pero cуmo puede un hombre atreverse a pedir a una chica que se case con йl cuando se ha quedado sin negros y sin ganado y no tiene un centavo en el bolsillo?

—Ya sabe que eso no le importarнa a Dimity —dijo Scarlett.

Podнa ser leal a Dimity y hablar bien de ella, porque Alex Fontaine no habнa figurado nunca en el coro de sus propios admiradores.

—ЎQuй demonios! Perdуn otra vez, Scarlett. Como no me quite este vicio de jurar, la abuela me va a dar una buena tunda. Yo no puedo pedir a una seсorita que se case con un pordiosero. Acaso no le importase a ella, pero a mн sн.

Mientras Scarlett hablaba con los muchachos, en el pуrtico delantero, Melanie, Suellen y Carreen se deslizaron dentro de la casa tan pronto como oyeron la noticia de la rendiciуn. Cuando se marcharon los chicos, atravesando los campos de Tara hacia su casa, Scarlett entrу y oyу sollozar a las chicas, sentadas todas en el sofб del despachito de Ellen. Se habнa disipado para siempre aquel hermoso y brillante sueсo tan esperado y tan querido: la Causa que habнan abrazado sus amigos, novios y esposos, y que habнa arruinado a sus familias, la Causa que ellas creнan invencible estaba perdida para siempre. Pero para Scarlett no era ocasiуn de lбgrimas. En el instante en que oyу la noticia sуlo pensу: «ЎGracias a Dios! Ya no me robarбn la vaca. Ya estб el caballo a salvo. Ahora podemos sacar del pozo los cubiertos de plata y todos usaremos tenedor y cuchillo. Ahora ya no tendrй miedo al salir a buscar algo que comer. »

ЎQuй alivio! Nunca mбs tendrнa que asustarse al oнr el ruido de cascos de caballos. Nunca mбs se despertarнa por la noche, reteniendo la respiraciуn para escuchar mejor, dudando si era real o soсado el ruido de sables y cascos que habнa creнdo oнr en el patio, las roncas voces de mando de los yanquis... Y, sobre todo, ЎTara estaba a salvo! Su mбs terrible pesadilla ya no se convertirнa en realidad. Ahora ya jamбs tendrнa que ver desde fuera cуmo se arremolinaban las nubes de humo que salнan de la casa ni escuchar el rugido de las llamas al desplomarse el tejado.

Sн, la Causa habнa muerto, pero la guerra siempre le pareciу a ella una cosa estъpida, y la paz era siempre preferible. Jamбs se quedу con los ojos iluminados y extбticos cuando izaban la bandera de las estrellas y las franjas en lo alto de un mбstil, ni sintiу escalofrнos cuando tocaban el himno Dixie. No habнa sido el fanatismo el que la habнa sostenido a travйs de todas las privaciones, de las fatigosas labores de enfermera, de los temores del ataque y el hambre de los ъltimos meses, que era lo que hacнa soportable todo ello a los demбs, con tal de que la Causa prosperase. Todo habнa terminado para siempre, pero no era Scarlett quien iba a derramar lбgrimas por ello.

ЎTodo habнa terminado! Aquella guerra que parecнa interminable, aquella guerra que, indeseada por todos, habнa seccionado su vida en dos, habнa socavado una hendidura tan profunda entre ambas partes que era ahora difнcil para ella recordar los dнas tranquilos y plбcidos. Podнa mirar hacia atrбs sin emociуn, a la linda muchacha que fuera, con los delicados zapatitos de tafilete verde y con los volantes de la falda perfumados de lavanda; pero dudaba de poder volver a ser la misma persona, la misma Scarlett O'Hara, con todo el condado a sus pies, con cien esclavos para atender sus caprichos y con el muro de la riqueza de Tara y el apoyo de amantнsimos padres, ansiosos de complacer su menor deseo. Aquella Scarlett mimada y superficial que jamбs tuvo un antojo que no quedase satisfecho, a excepciуn de lo que se referнa a Ashley...

En alguna parte, en la prolongada cuesta que habнa tenido que recorrer durante esos cuatro aсos, la seсorita perfumada y con zapatitos de baile se habнa esfumado, dejando su puesto a una mujer de acerados ojos verdes, que contaba los centavos y empleaba sus manos en diversos trabajos manuales, una mujer a la que nada quedaba del naufragio excepto la indestructible tierra rojiza que pisaba.

Mientras permanecнa en el corredor oyendo los sollozos de las chicas, su imaginaciуn trabajaba.

«Plantaremos mбs algodуn, mucho mбs. Enviarй a Pork maсana a Macуn para comprar mбs semilla. Ahora, los yanquis no lo quemarбn, y nuestras tropas no lo necesitan. ЎDios mнo! ЎEl algodуn tendrб una subida enorme este otoсo! »

Entrу en el despachito y, sin hacer caso de las muchachas que sollozaban en el sofб, se sentу ante el pupitre y cogiу una pluma para calcular el coste de la semilla y cuбnto dinero disponible le quedarнa.

«La guerra ha terminado», pensу de nuevo, y de pronto soltу la pluma y se dejу inundar de intensa felicidad. La guerra se habнa acabado, y Ashley —Ўsi Ashley estaba vivo! — no tardarнa en volver. Dudaba de que Melanie, dominada por su tristeza al llorar por la Causa perdida, hubiese pensado en ello.

«Pronto habremos de recibir alguna carta... No, cartas no. No se pueden recibir cartas. Pero pronto... ЎOh, йl nos avisarб de un modo o de otro! »

Mas los dнas se convirtieron en semanas, y todavнa no llegaban noticias de Ashley. El servicio postal en el Sur era inseguro, y en los distritos rurales ni siquiera lo habнa. Ocasionalmente, algъn viajero que pasaba por allн desde Atlanta les traнa una notita de la tнa Pitty rogando a las muchachas que volviesen. Pero jamбs la menor noticia de Ashley.

Despuйs de la rendiciуn, la jamбs desaparecida disensiуn entre Suellen y Scarlett se avivу. Ahora que ya no existнa el temor a los yanquis, Suellen querнa ir a hacer visitas a sus vecinos. Solitaria y echando de menos la agradable sociabilidad de otros tiempos, Suellen ansiaba ver a sus amistades, aunque sуlo fuese para cerciorarse de que el resto del condado estaba en tan mala situaciуn como Tara. Pero Scarlett se mostrу inflexible. El caballo era para el trabajo, para arrastrar troncos del bosque, para arar, para que Pork fuese en bъsqueda de alimentos. Y los domingos, el pobre animal tenнa derecho a pastar por el prado y descansar. Si Suellen querнa darse el gusto de ir de visitas, que fuese a pie.

Antes del aсo precedente, Suellen jamбs habнa caminado cien metros, y la perspectiva distaba mucho de ser agradable para ella. Por lo tanto, se quedaba en casa lloriqueando y gimiendo y repitiendo sin cesar: «ЎOh, si mamб estuviese aquн! » Hasta que Scarlett le soltу el tan prometido bofetуn, con tanto vigor que la derribу sobre la cama chillando, lo que causу gran consternaciуn en toda la casa. Pero, en adelante, Suellen no se quejу tanto, por lo menos en presencia de Scarlett.

Esta era sincera al decir que querнa dar descanso al caballo, pero sуlo a medias. La otra mitad de la verdad era que ella habнa hecho una tanda de visitas en el primer mes despuйs de la rendiciуn, y el espectбculo de los antiguos amigos y de las antiguas plantaciones habнa minado su valor mбs de lo que querнa reconocer.

Los Fontaine habнan salido mejor librados que nadie, gracias a la prodigiosa carrera de Sally; pero su situaciуn era floreciente sуlo por comparaciуn con la desesperada situaciуn de los demбs vecinos. La abuela Fontaine jamбs pudo recuperarse totalmente del ataque al corazуn que sufriу al dirigir a los demбs para apagar las llamas y salvar la casa. El viejo doctor Fontaine convalecнa lentamente de la amputaciуn de un brazo. Alex y Tony tenнan que emplear sus inexpertas manos en el manejo del arado y la hoz. Se inclinaron sobre la valla para estrechar la mano de Scarlett cuando llegу, y se rieron de su destartalado carromato, aunque con amargura en los ojos porque se burlaban de sн mismos tanto como de ella. Querнa comprarles semillas de maнz. Ellos le prometieron vendйrselas, y se pusieron a charlar de los problemas del campo. Poseнan doce gallinas, dos vacas, cinco cerdos y la mula que llevaban consigo al venir de la guerra. Uno de los cerdos acababa de morir, y tenнan gran miedo a perder los otros. Al escuchar frases tan serias acerca de los cerdos en boca de aquellos seсoritos antaсo tan elegantes que jamбs habнan tenido problemas mбs serios que la elecciуn de corbata, Scarlett se riу; pero tambiйn su risa era amarga.

Todos la recibieron muy cordialmente en Mimosa, e insistieron en regalarle, no en venderle, la semilla de maнz. Los vivos temperamentos de la familia Fontaine saltaron en cuanto ella puso un billete sobre la mesa, y se negaron en absoluto a admitir el pago. Por lo tanto, Scarlett recogiу el billete y lo deslizу ocultamente en la mano de Sally. Sally era muy diferente de la joven que habнa recibido a Scarlett ocho meses antes, cuando ella acababa de regresar a Tara. Ahora, toda su vivacidad habнa desaparecido, como si la rendiciуn le hubiese quitado todas las esperanzas.

—Scarlett —le preguntу asiendo el billete—. їDe quй ha servido todo? їPor quй peleamos? ЎOh, mi pobre Joe! ЎOh, mi pobre niсo!

—No sй por quй combatimos ni me importa —replicу Scarlett—. No me interesa. No me interesу nunca. La guerra es cosa para los hombres, no para las mujeres. Lo ъnico que me interesa ahora es una buena cosecha de algodуn. Toma ese dуlar y cуmprale un vestidito al pequeсo. Bien sabe Dios que lo necesita. Yo no quiero robaros ese maнz, a pesar de toda la gentileza de Alex y de Tony.

Los muchachos la acompaсaron hasta el carro y la ayudaron, corteses a pesar de sus harapos, con el buen humor de los Fontaine; pero el cuadro de su pobreza reflejado aъn en sus ojos hacнa temblar a Scarlett al abandonar Mimosa. Estaba ya cansada de la miseria y la penuria. ЎQuй agradable debнa de ser tratarse con gentes ricas que no tuviesen que preocuparse acerca de si comerнan o no al dнa siguiente!

Cade Calvert estaba en su casa de Pine Bloom, y, cuando ella subiу los peldaсos de aquella morada en la cual habнa bailado tan frecuentemente en dнas mбs felices, vio que la muerte se retrataba en si rostro. Se hallaba demacrado y tosнa atrozmente al sentarse en un sillуn al sol, con una manta sobre las rodillas, pero sus facciones se iluminaron al verla. Sуlo tenнa un poco de frнo que le habнa bajado al pecho, dijo, al tratar de levantarse para recibirla. Pero desaparecerнa pronto y entonces podrнa ayudar tambiйn en el trabajo.

Cathleen Calvert, que saliу del interior de la casa al oнr el sonido de voces, cruzу su mirada con la de Scarlett por encima de la cabeza de su hermano, y en ella leyу un exacto conocimiento de su estado y la natural desesperaciуn. Cade podнa ignorarlo, pero Cathleen lo sabнa. Pine Bloom estaba sin arar e invadida por hierbas de toda clase, las pinas comenzaban a soltar sus semillas por los campos y la casa tenнa un aire de abandono y de ruina. Cathleen estaba flaca y como en tensiуn.

Ellos dos, con su madrastra yanqui, sus cuatro hermanastros e Hilton, el capataz yanqui, continuaban en la silenciosa casa llena de inusitados ecos. A Scarlett el capataz yanqui, Hilton, nunca le habнa resultado mбs simpбtico que su propio capataz, Jonnas Wilkerson, y le era todavнa menos simpбtico ahora que andaba por allн y la saludaba como a una igual. Anteriormente mostraba ya la misma combinaciуn de servilismo e impertinencia que Wilkerson, pero ahora, muertos en la guerra el serсor Calvert y Raiford, y enfermo Cade, habнa descartado todo servilismo, La segunda seсora de Calvert jamбs habнa sabido inspirar respeto a sus criados negros, y no se podнa esperar que se lo impusiese a un blanco.

—El seсor Hilton ha sido tan bueno quedбndose con nosotros en tiempos tan difнciles... —decнa la seсora Calvert, nerviosamente—. Muy bondadoso. Supongo que estarбs enterada de cуmo salvamos dos veces nuestra casa cuando Sherman estuvo aquн. No sй cуmo hubiйramos podido arreglarnos sin йl, no teniendo dinero y con Cade...



  

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