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TERCERA PARTE 18 страница



El rubor coloreу las mejillas de Cade y las largas pestaсas de Cathleen velaron sus ojos mientras se endurecнa la expresiуn de su boca. Scarlett sabнa que todo su ser se retorcнa de rabia impotente al tener algo que agradecer a su capataz yanqui. La seсora Calvert parecнa a punto de romper a llorar. Debнa de haber cometido algъn lamentable error. Siempre cometнa alguno. No acertaba a entender a las gentes del Sur, a pesar de haber vivido en Georgia durante veinte aсos. Nunca sabнa cуmo debнa hablar a sus hijastros, los cuales, dijese lo que dijese, siempre se mostraban exquisitamente corteses con ella. En silencio juraba y perjuraba que se volverнa al Norte, con los suyos, llevбndose a sus hijos propios y dejando para siempre a aquellos enigmбticos aunque correctнsimos extraсos. Despuйs de tales visitas, Scarlett no sintiу deseos de ver a los Tarleton. Ahora que no estaban allн los cuatro muchachos Tarleton y que la casa se hallaba quemada y toda la familia tenнa que hacinarse en la casita del capataz, no podнa resolverse a visitarlos. Pero Suellen y Carreen se lo rogaron, y Melanie dijo que parecerнa poco amistoso no saludar al seсor Tarleton a su regreso de la guerra, de modo que Scarlett fue allн un domingo.

Aquello resultу lo peor de todo.

Al pasar por las ruinas de la antigua casa, vieron a Beatrice con un raнdo traje de montar, con la fusta debajo del brazo, sentada sobre la traviesa superior de la valla y contemplando el vacнo. Junto a ella, se mantenнa en equilibrio el negrito zambo que habнa entrenado antes los caballos de Beatriz y que parecнa tan decaнdo como su ama. La caballeriza, antes rebosante de inquietas jacas y plбcidas yeguas de crнa, estaba ahora vacнa, a excepciуn de una mula, la mula con que el seсor Tarleton habнa cabalgado a su regreso del Sur.

—Te juro que no sй quй hacer ahora que he perdido los seres mбs queridos para mн —dijo la seсora Tarleton bajбndose de la valla. Un extraсo hubiera podido creer que se trataba de sus cuatro hijos, muertos en la guerra, pero las chicas sabнan que eran los caballos los que echaba de menos—. ЎMis preciosos caballos, todos muertos! ЎOh, mi pobre Nellie! ЎSi al menos me quedase Nellie! Pero aquн no queda nada, nada mбs que una mula. ЎUna maldita mula! —repitiу mirando indignada al flacucho animal—. Es un insulto a la memoria de mis queridos purasangres tener una mula en sus caballerizas. ЎLas mulas son seres antinaturales, mal engendrados, y debiera prohibirse criarlas! Jim Tarleton, completamente transformado bajo una barba enmaraсada, saliу de la casa del capataz para saludar a las muchachas, y sus cuatro hijas pelirrojas con sus vestiditos muy remendados salieron corriendo tambiйn, dando pisotones a la docena de perros canelos y blancos que se precipitaron hacia la puerta al oнr voces extraсas. Se observaba en toda la familia un aire de resuelto y determinado optimismo que causу a Scarlett mayor impresiуn que la amargura de Mimosa o la fъnebre atmуsfera de Pine Bloom.

Los Tarleton insistieron en que las cuatro chicas se quedasen allн a comer, diciendo que ahora recibнan muy pocas visitas y tenнan ganas de saber noticias. Scarlett no querнa prolongar su visita, porque aquel ambiente la oprimнa, pero sus dos hermanas y Melanie sentнan tambiйn ganas de cambiar impresiones y por lo tanto se quedaron al fin para comer parcamente la carne con guisantes secos que les sirvieron.

Todos bromearon acerca de la abreviada minuta, y las chicas se rieron mucho contando las transformaciones y arreglos que hacнan para vestirse, como si para ellas todo fuese un divertido juego. Melanie contribuyу no poco al buen humor general, sorprendiendo a Scarlett con su inesperada vivacidad al relatar todas las tribulaciones pasadas en Tara, pero tomбndolas por el lado jocoso. Scarlett, en cambio, apenas podнa hablar. El comedor le parecнa vacнo sin los cuatro chicos Tarleton, que siempre daban vueltas por la sala fumando y bromeando. Y, si a ella le parecнa vacнa, їquй habrнa de parecerles a ellos, que se esforzaban ahora por presentar un aspecto sonriente?

Carreen no habнa hablado mucho durante la comida, pero al terminar se puso al lado de la seсora Tarleton y le hablу al oнdo. La fisonomнa de la seсora Tarleton se alterу y la frбgil sonrisa abandonу sus labios cuando pasу el brazo alrededor del fino talle de Carreen. Salieron ambas del comedor, y Scarlett, que no podнa ya soportar la atmуsfera de aquella casa, las siguiу. Bajaron por el sendero que cruzaba el jardнn y Scarlett vio que se dirigнan hacia el pequeсo cementerio de la familia. Pero le era ya imposible volver a la casa. Parecerнa demasiado descortйs. їPor quй se le habнa ocurrido a Carreen llevar a la seсora Tarleton hasta la sepultura de sus hijos cuando Beatrice hacнa tan denodados y visibles esfuerzos por mostrarse valiente?

Habнa dos nuevas losas de mбrmol en la parcela cerrada con ladrillos bajo los cedros funerarios... Tan nuevas que la lluvia todavнa no las habнa salpicado de polvo rojizo.

—Las tenemos desde la semana pasada —dijo con orgullo la seсora Tarleton—. Mi esposo fue a Macуn y las trajo en el carro.

ЎPiedras sepulcrales! ЎLo que debнan de haber costado! Y, repentinamente, a Scarlett ya no le dieron tanta pena como antes los Tarleton. Personas que derrochaban el precioso dinero en lбpidas cuando los alimentos estaban tan caros no merecнan mucha compasiуn. Cuantas mбs letras grabadas, mбs caro el precio. їEstarнa loca toda la familia? Y les habrнa costado tambiйn no poco dinero traer los tres cadбveres. De Boyd, no se habнan encontrado ni trazas.

Entre los sepulcros de Brent y de Stuart habнa una lбpida que decнa: «En vida fueron buenos y amables y la muerte no los separу. »

Sobre la otra tumba aparecнan los nombres de Boyd y de Tom, con una inscripciуn en latнn que comenzaba: «Dulce et... »[16]; pero nada significaba esto para Scarlett, que habнa conseguido eludir el estudio del latнn en la Academia de Fayetteville.

ЎTanto dinero en lбpidas! ЎEran idiotas! Se sentнa tan indignada como si fuese suyo el dinero derrochado.

Los ojos de Carreen mostraban un extraсo brillo.

—Me parece muy bella —dijo en voz baja, seсalando la primera lбpida.

A Carreen le parecнa muy bien, por supuesto. Todo lo sentimental le producнa efecto.

—Sн —repuso la seсora Tarleton con voz suave—. Nos pareciу lo mбs adecuado. Murieron casi al mismo tiempo, primero Stuart y luego Brent, que habнa recogido la bandera que su hermano soltу.

Al regresar las cuatro muchachas a Tara, Scarlett permaneciу silenciosa durante algъn tiempo, reflexionando sobre todo lo que habнa visto en las diferentes moradas, recordando a pesar suyo el condado en todo su esplendor, con huйspedes en todas las grandes casas, y el dinero abundante, con negros que se acumulaban en los pabellones, con los bien atendidos campos desbordantes de algodуn.

«Dentro de otro aсo habrб nacientes pinos por todos estos campos —pensу. Y, mirando hacia el boscaje que los rodeaba, se estremeciу—. Sin los negros, lo mбs que podremos hacer serб subsistir. Es imposible atender debidamente una plantaciуn sin los negros, y, como muchos campos se quedarбn sin cultivar, el bosque se apoderarб otra vez del terreno. Nadie podrб sembrar mбs que muy poco algodуn, y їquй haremos entonces? їQuй serб de la poblaciуn rural? La gente de la ciudad se las compone bien, de un modo u otro. Siempre han sabido componйrselas. Pero la gente del campo retrocederemos un siglo. Volveremos a estar como aquellos pioneros que vivнan en cabanas y apenas araсaban unas hectбreas de tierra, y apenas existнan. No —pensaba con resoluciуn—. En Tara no va a suceder eso. ЎAunque tenga que ponerme a arar yo misma! Toda la comarca, todo el Estado, pueden volver a ser bosques, si quieren, pero yo no voy a dejar que Tara se pierda. Y no serй yo quien malgaste el dinero con tumbas ni el tiempo en lloriquear a propуsito del resultado de la guerra. De un modo o de otro nos arreglaremos. Sй que podremos arreglбrnoslas si no han muerto todos los hombres. La pйrdida de los negros no ha sido lo peor. Es la pйrdida de nuestros hombres, de los mбs jуvenes. »

Pensу nuevamente en los cuatro Tarleton y en Joe Fontaine, en Raiford Calvert y en los hermanos Munroe y en todos los muchachos de Fayetteville y de Jonesboro cuyos nombres habнa leнdo en la lista de bajas.

«Si quedasen hombres suficientes podrнamos defendernos, pero... »

Otra idea se le ocurriу. їY si pensase en casarse otra vez? Por supuesto, no querнa casarse nuevamente. Una vez era mбs que suficiente. Ademбs, el ъnico hombre a quien ella habнa querido era Ashley, y Ashley, si aъn vivнa, estaba casado. Pero, suponiendo que ella tuviese ganas de casarse, їcon quiйn hacerlo? La idea era aterradora.

—Melly —preguntу—, їquй va a ser de las muchachas del Sur?

—їQuй quieres decir?

—Lo que digo. їQuй les va a ocurrir? No queda nadie para casarse con ellas. Mira, Melly, con todos esos jуvenes muertos en la guerra, miles de chicas en todo el Sur tendrбn que quedarse solteras.

—Y no podrбn tener hijos —aсadiу Melanie, para quien esto era lo mбs importante.

Evidentemente, la idea no era nueva para Suellen, que estaba sentada en la trasera del carro, porque se puso a llorar repentinamente. No habнa sabido nada de Frank Kennedy desde Navidad. No sabнa si ello era culpa del servicio de correos o si йl se habнa propuesto ъnicamente burlarse de su candidez. O acaso le hubieran matado en los ъltimos dнas de la guerra. Ella hubiera preferido esto ъltimo a quedar olvidada, porque en la muerte de un novio existнa cierta dignidad, como en el caso de Carreen y de India Wilkes, pero la situaciуn de una muchacha abandonada por su prometido era humillante.

—ЎOh, cбllate ya, por Dios! —protestу Scarlett.

—ЎClaro, vosotras podйis hablar! —decнa Suellen entre sollozos—, porque os pudisteis casar y habйis tenido hijos, y todo el mundo sabe que hubo un hombre que os prefiriу a las demбs. Pero Ўmiradme a mн! Y todavнa me reprochбis con mala intenciуn que sea soltera. ЎComo si yo tuviese la culpa! Sois odiosas las dos.

—ЎCбllate! Ya sabes que detesto a las personas que se pasan la vida gimiendo. Sabes muy bien que tu viejo de las barbas color de canela no ha muerto y que cualquier dнa vendrб a casarse contigo. El pobre es tan tonto como eso. Pero, personalmente, yo preferirнa quedarme soltera a casarme con йl.

Volviу a reinar el silencio en la parte trasera del carro, y Carreen consolу a su hermana con unas palmaditas cariсosas, pero su mente estaba muy lejos, pues se acordaba de los paseos a caballo, tres aсos atrбs, con Brent Tarleton a su lado. En sus ojos se reflejaba un brillo de exaltaciуn.

—ЎOh! —decнa Melanie con tristeza—. їQuй serб ahora del Sur sin nuestros magnнficos muchachos? їQuй hubiera sido de йl si hubiesen sobrevivido? Su bravura, su energнa y su cerebro nos hubieran servido ahora de mucho. Scarlett, nosotras, las que tenemos hijos, debemos eduCharles para que reemplacen a los que se fueron, para que sean tan buenos y valientes como ellos.

—Jamбs habrб hombres como ellos —dijo Carreen suavemente—. Nadie puede reemplazarlos.

Y el resto del trayecto se hizo en silencio.

Un dнa, poco despuйs, Cathleen Calvert llegу a caballo a Tara, cerca de la puesta del sol. Su silla de amazona adornaba ahora la mula mбs tristona que jamбs habнa visto Scarlett, una animal cojo y de orejas caнdas. Cathleen tenнa un aire casi tan decaнdo como su escuбlida cabalgadura. Su vestido era de percal desteсido, de la calidad que anteriormente sуlo usaban las criadas, y su sombrero de paja estaba sujeto a la barbilla por un trozo de bramante. Llegу hasta el mismo pуrtico, pero no desmontу, y Scarlett y Melanie, que estaban contemplando el crepъsculo, descendieron los peldaсos para saludarla. Cathleen se hallaba tan blanca como Cade el dнa en que ellas estuvieron en su casa, pбlida, dura, tensa, como si su fisonomнa estuviese a punto de agrietarse mientras hablaba. Pero su espina dorsal se mantenнa totalmente rнgida y su cabeza se mostraba erguida al saludarlas.

Scarlett se acordу sъbitamente de aquel dнa de la barbacoa en casa de los Wilkes, cuando ella y Cathleen habнan cuchicheado acerca de Rhett Butler. ЎQuй bonita y graciosa estaba Cathleen aquel dнa con un vestido de organdн lleno de volantes y un ramito de fragantes rosas en la cintura, y unos zapatitos de terciopelo negro atados sobre sus delicados tobillos! Ahora no quedaban ni trazas de aquella jovencita en la rнgida figura que se erguнa sobre la mula.

—No me apeo, gracias —dijo—. He venido sуlo para deciros que me voy a casar.

—їQuй? —їCon quiйn? —ЎEnhorabuena, Cathleen!

—їCuбndo?

—Maсana —contestу quietamente Cathleen, y en su voz habнa algo que borrу pronto las sonrisas de las muchachas—. He venido a deciros que me caso maсana, en Jonesboro... y que no voy a invitaros a la boda.

La escucharon en silencio, mirбndola, intrigadas. Al fin, Melanie hablу:

—їEs alguien conocido?

—Sн —contestу Cathleen lacуnicamente—. Con el seсor Hilton.

—їEl seсor Hilton? —Sн, el seсor Hilton, nuestro capataz.

Scarlett no encontrу alientos ni para exclamar «ЎOh! », pero Cathleen, fijando bruscamente sus ojos en Melanie, dijo con voz ronca y feroz:

—ЎSi lloras, Melly, no podrй soportarlo! ЎMe morirй aquн mismo! Melanie nada dijo, pero inclinу la cabeza e hizo una caricia al pie que, calzado en un zapato de confecciуn casera, colgaba del estribo. —Y no me acaricies. ЎNo puedo soportarlo tampoco! Melanie retirу la mano, pero sin levantar la cabeza todavнa. —Bueno, tengo que marcharme. No he venido mбs que para decнroslo. La pбlida mбscara volviу a cubrir su faz, mientras ella recogнa las riendas.

—їCуmo sigue Cade? —preguntу Scarlett, incapaz de encontrar palabras que pudiesen romper el embarazoso silencio.

—Estб muriйndose —dijo Cathleen concisamente. Su voz parecнa desprovista de todo sentimiento—. Y va a morirse con alguna comodidad y tranquilidad, si puedo arreglar las cosas, sin la preocupaciуn de lo que me queda por pasar a mн cuando йl desaparezca del mundo. Mi madrastra y los pequeсos se vuelven al Norte maсana, y se quedarбn allн. Bueno, me voy.

Melanie levantу la cabeza y encontrу la dura mirada de Cathleen. Habнa lбgrimas en las pestaсas de Melanie, y comprensiуn en sus ojos, y ante esto los labios de Cathleen se curvaron en la forzada sonrisa del chiquillo valiente que no quiere llorar. Todo ello era sumamente confuso para Scarlett, que todavнa estaba tratando de hacerse a la idea de que Cathleen Calvert iba a casarse con un capataz... Cathleen, hija de un rico plantador; Cathleen, que, despuйs de Scarlett, tenнa mбs adoradores que ninguna otra seсorita de la comarca.

Cathleen se inclinу y Melanie se puso de puntillas. Se besaron. Entonces, Cathleen dio una fuerte sacudida a las riendas y la vieja mula se puso en movimiento.

Melanie la siguiу con la vista; las lбgrimas le corrнan ahora por las mejillas. Scarlett miraba al vacнo todavнa, como aturdida.

—Melly, їestarб loca? No es posible que pueda haberse enamorado de йl.

—їEnamorado? ЎOh, Scarlett!, їcуmo se te ocurre pensar una cosa tan horrenda? ЎOh, pobre Cathleen! ЎPobre Cade!

—ЎBobadas! —exclamу Scarlett, que comenzaba a sentirse irritada. Era molesto que Melanie siempre pareciese comprender ciertas situaciones mejor que ella. La de Cathleen le parecнa a ella mбs inesperada que catastrуfica. Por supuesto, no era cosa muy agradable lo de casarse con un yanqui de clase baja, pero, despuйs de todo, una mujer no podнa vivir sola en una plantaciуn; era forzoso tener un marido que la ayudase a dirigirla.

—Es lo que te decнa yo el otro dнa, Melly... No hay nadie con quien puedan casarse las chicas, y tienen que casarse con alguien.

—ЎOh, no necesitan casarse! No es ninguna vergьenza quedarse soltera. Ahн tienes a tнa Pitty. ЎYo hubiera preferido ver a Cathleen muerta! El mismo Cade, estoy segura, lo hubiera preferido tambiйn. Este es el fin de los Calvert. ЎPensar que ella..., pensar lo que serбn sus hijos! ЎOh, Scarlett, di a Pork que ensille el caballo y corra tras ella para decirle que se venga a vivir con nosotras!

—ЎSanto Dios! —exclamу Scarlett, horrorizada por la facilidad con que Melanie ofrecнa Tara a los demбs. Por supuesto, Scarlett no tenнa ninguna intenciуn de alimentar otra boca. Iba a decirlo asн, pero algo en el rostro emocionado de Melanie retuvo sus palabras.

—No vendrнa, Melly —dijo, corrigiйndose—. Ya sabes tъ que no vendrнa. Es muy soberbia, y le parecerнa que le ofrecemos una limosna.

—ЎEs verdad, es verdad! —prorrumpiу afligida Melanie contemplando cуmo la nubecilla de rojizo polvo se iba esfumando a lo lejos por la carretera.

«Llevas conmigo varios meses —pensу Scarlett gravemente, mirando a su cuсada— y jamбs se te ha ocurrido pensar que tъ vives tambiйn de limosna. Probablemente no se te ocurrirб nunca. Eres una de esas personas a las que la guerra no ha cambiado en lo mбs mнnimo, y sigues pensando y obrando como si no hubiese pasado nada..., como si fuйsemos todavнa ricos como Creso y tuviйsemos tanto que comer que no supiйramos cуmo deshacernos de todo y los huйspedes no nos importaran. Me figuro que habrй de cargar contigo por todo lo que me queda de vida. Pero no quiero cargar tambiйn con Cathleen. »

Durante el caluroso verano que siguiу a la paz, Tara saliу repentinamente de su aislamiento. A lo largo de varios meses, una riada de espectros barbudos, andrajosos y siempre hambrientos y con los pies doloridos, subieron trabajosamente el rojizo cerro hasta Tara para descansar sobre los sombreados peldaсos del pуrtico delantero, solicitando algo que comer y alojamiento por una noche. Eran soldados confederados que regresaban a pie a sus casas. El ferrocarril habнa transportado los restos del ejйrcito de Johnston desde Carolina del Norte hasta Atlanta, y los habнa descargado a todos allн, y desde Atlanta comenzaban las peregrinaciones individuales. Cuando pasу la oleada de soldados de Johnston comenzaron a llegar los fatigados veteranos del ejйrcito de Virginia, y despuйs las tropas occidentales, dirigiйndose todos hacia el sur, hacia hogares que acaso no existieran ya, y a unirse con familias que quizбs estuvieran dispersas o muertas. La mayorнa caminaban a pie, unos cuanto afortunados cabalgaban sobre flacos jamelgos y muнas que, segъn las clбusulas de la rendiciуn, podнan conservar, extenuados animales que aun el mбs lerdo podнa ver que no llegarнan jamбs a Florida o a Georgia meridional.

ЎA casa! ЎA casa! Este era el ъnico pensamiento que albergaba la mente de aquellos soldados. Unos estaban tristes y silenciosos; otros alegres y sin hacer caso de todas las dificultades, porque la idea de que la guerra habнa terminado y de que volvнan a sus casas sostenнa su бnimo. Muy pocos se mostraban enconados y vengativos. Dejaban los odios a las mujeres y a los viejos. Habнan sostenido una buena pelea, habнan perdido, y ahora estaban dispuestos a empuсar el arado otra vez bajo la misma bandera contra la que combatieran activamente.

ЎA casa! ЎA casa! No sabнan hablar de otra cosa, ni de batallas, ni de heridas, ni de prisiones, ni siquiera del porvenir. Mбs tarde revivirнan las batallas y contarнan a sus hijos y a sus nietos estrategias y expediciones y cargas, y marchas forzadas, y heridas recibidas, y dнas de hambre, pero ahora no. Algunos de ellos habнan perdido un brazo, una pierna o un ojo, muchos ostentaban cicatrices que les dolerнan en tiempo lluvioso aunque viviesen hasta los setenta aсos, pero todas estas cosas eran insignificantes por el momento. Mбs tarde serнa distinto.

Viejos y jуvenes, charlatanes y taciturnos, ricos plantadores y curtidos obreros, todos tenнan dos cosas en comъn: los piojos y la disenterнa. El soldado confederado estaba ya tan acostumbrado a este estado parasitario, que ni pensaba en ello siquiera, y se rascaba sin el menor reparo en presencia de las damas. En cuanto a la disenterнa —el «flujo de sangre», como lo llamaban las damas delicadamente—, parecнa no haber perdonado a nadie, ya fuera simple soldado o general. Cuatro aсos. de deficiente nutriciуn, cuatro aсos de raciones indigestas o en mal estado, habнan dejado rastros profundos en cada uno de los militares que se detuvieron en Tara, y el que no estaba convaleciente de tal enfermedad era porque la padecнa aъn.

—No hay un solo vientre sano en todo el ejйrcito confederado —observaba Mamita sombrнamente, mientras sudaba junto a la lumbre preparando una amarga infusiуn de raнces de morera que habнa sido el soberano remedio de Ellen para tales afecciones—. Para mн no fueron los yanquis los que vencieron a nuestros seсores. Fueron esas cosas que llevan dentro. No hay nadie que pueda pelear cuando las tripas se le vuelven agua.

Mamita daba su medicina a todos, sin detenerse a hacer inъtiles preguntas acerca del estado de sus уrganos interiores, y todos ellos bebнan la pociуn sumisamente y con caras contraнdas por el amargor, recordando acaso otros rostros negros mucho mбs duros y otras manos negras e inexorables que sostenнan cucharas con medicamentos.

En cuanto a la «compaснa», Mamita se mostraba no menos severa. En Tara no podнa entrar ningъn soldado piojoso. Los obligaba a ir tras un grupo de malezas, los despojaba de sus uniformes, les daba un barreсo de agua y un recio jabуn de greda para lavarse, y les dejaba mantas o colchas para cubrir su desnudez mientras ella metнa en agua hirviendo todas sus ropas en el enorme caldero de la colada. Era inъtil que las seсoritas le dijesen que esto humillaba a los pobres soldados. Mamita argumentaba que mucho mбs humilladas habrнan de sentirse ellas si se encontraban piojos encima.

Cuando los soldados comenzaron a venir todos los dнas, Mamita protestу de que se les permitiese utilizar los dormitorios. Siempre temнa que se le hubiese escapado algъn bicho. En vez de discutir con ella, Scarlett decidiу convertir en dormitorio el salуn, con su mullida alfombra de terciopelo. Mamita gritу mбs aъn ante el sacrilegio de que se permitiese a los soldados acostarse sobre las alfombras de Ellen, pero Scarlett se mantuvo firme. En alguna parte tenнan que dormir los pobrecillos. Y, en los meses que siguieron a la rendiciуn, la espesa y mullida trama de la alfombra comenzу a mostrar seсales de deterioro, y el caсamazo no tardу en asomar por los lugares en donde los taconazos eran mбs frecuentes o en donde las espuelas habнan dado mбs dentelladas.

A todos los soldados les preguntaban ansiosamente por Ashley. Suellen, nerviosa, siempre pedнa noticias de Kennedy. Pero ninguno parecнa saber quiйnes eran, ni se mostraban dispuestos a hablar de los desaparecidos. Bastante era que ellos hubiesen salvado la vida, y no querнan pensar en los millares que yacнan en anуnimas tumbas y que jamбs regresarнan.

La familia procuraba levantar el бnimo de Melanie despuйs de cada una de estas decepciones. Por supuesto, Ashley no podнa haber muerto en una prisiуn. Si asн hubiese ocurrido, algъn capellбn yanqui les habrнa escrito. Sin duda regresarнa, pero quizб su prisiуn estuviera en algъn punto lejano de Tara. Aun en tren, podнan ser necesarios muchos dнas, y si Ashley tenнa que venir a pie como aquellos pobres... «їPor quй no habrб escrito? » «Bueno, querida, todos sabemos cуmo andan ahora los correos..., tan inciertos e irregulares aun en donde se han restablecido las rutas postales. » їY si ha muerto por el camino? » «Melanie, alguna mujer yanqui nos hubiera escrito... »

«ЎMujeres yanquis; bah!... » «Melly, hay mujeres yanquis que son buenas. » «Sн, naturalmente, Dios no podrнa crear una naciуn sin poner en ella mujeres buenas y decentes. Scarlett, їno te acuerdas de que conocimos a una yanqui muy simpбtica en Saratoga, aquella vez? Cuйntale, cuйntale a Melly... »

—їSimpбtica? ЎNarices! —contestу Scarlett—. ЎMe preguntу cuбntos sabuesos tenнamos en la finca para cazar a los negros si se escapaban! Estoy de acuerdo con Melly. Jamбs he conocido a ningъn yanqui simpбtico, hombre o mujer. Pero Ўno llores, Melly! Ashley volverб. El trayecto es largo, y acaso el pobre no tenga ni zapatos.

Y, ante la sola idea de que Ashley pudiese andar descalzo, Scarlett sintiу ganas de llorar. Otros soldados podнan andar cojeando con los pies cubiertos de trapos o retazos de alfombra, pero Ashley no. Debнa regresar sobre un gallardo caballo, vestido con elegantes ropas y relucientes botas, con una pluma en el sombrero. Para ella, la ъltima degradaciуn era pensar que Ashley se hallaba reducido al mismo estado de miseria que los otros soldados.

Una tarde de junio, cuando todo el mundo en Tara se habнa congregado en el pуrtico trasero para contemplar ansiosamente cуmo Pork arrancaba la primera sandнa de la estaciуn, a medio madurar nada mбs, oyeron pisadas de cascos por la enarenada senda de la entrada principal. Prissy se levantу lбnguidamente para ir a la puerta mientras las demбs discutнan con ardor acerca de si debнan esconder la sandнa o reservarla para la cena de aquella noche, si el visitante resultaba ser algъn soldado.

Melly y Carreen sugirieron que al soldado visitante se le diese tambiйn su raciуn, pero Scarlett, apoyada por Suellen y por Mamita, hizc seсas a Pork para que la escondiese.

—ЎNo seбis idiotas! Ni siquiera tenemos bastante para nosotros, y si vienen dos o tres soldados hambrientos, ninguno de nosotros va a poder probarla siquiera.

Mientras Pork se quedaba quieto con la sandнa apretada contra su cuerpo, inseguro de cuбl serнa la decisiуn final, oyeron chillar a Prissy:

—ЎDios Todopoderoso! ЎSeсora Scarlett! ЎSeсora Melly! ЎVengan en seguida!

—їQuiйn serб? —gritу Scarlett, saltando por los escalones y corriendo hacia el vestнbulo con Melly a su lado y las otras detrбs.

«ЎAshley! —pensу—. ЎOh, acaso...! »

—ЎEs el tнo Peter! ЎEl tнo Peter, el de la seсora Pittypat!

Corrieron todas hacia el pуrtico delantero y vieron al alto y canoso viejo dйspota de la casa de tнa Pitty que desmontaba de una yegua con cola de ratуn sobre cuyos lomos se habнa colocado un trozo de colchoneta. En la cara redonda y negra de tнo Peter, el aire de dignidad que le era habitual pugnaba con el gozo de ver a antiguos amigos, y, como resultado, su frente quedaba surcada de profundas arrugas al tiempo que su boca se abrнa desdentada y feliz como la de un viejo sabueso.

Todos se precipitaron por la escalinata para saludarle, lo mismo blancos que negros, estrechando su mano y acribillбndole a preguntas, pero la voz de Melly se elevу sobre la de los demбs.

—їEstб enferma la tнa Pitty?

—No, seсora. No anda mal, gracias a Dios —contestу Peter, mirando severamente, primero a Melly y luego a Scarlett, que se sintieron algo avergonzadas sin saber por quй—. No anda mal, pero estб indignada con ustedes, y, a decir verdad, tambiйn lo estoy yo. —Pero, tнo Peter... їQuй pasa?

—No sirve de nada excusarse. їNo les ha escrito la seсora Pitty no sй cuбntas veces que vayan ustedes a su casa? їNo la he visto yo escribir y llorar despuйs cuando le contestaban ustedes que tenнan tanto que hacer aquн, en esta casucha vieja, y no podнan ir? —Pero, tнo Peter...

—їCуmo la dejan ustedes tan sola, cuando ella estб tan asustada? Saben tanto como yo que es una seсora que no puede vivir sola y que se muere de miedo desde que volviу de Macуn. Me ha dicho que les diga bien claro que no puede comprender cуmo la dejan tan abandonada en estas horas de necesidad.

—Bueno, chitуn ya —dijo Mamita, malhumorada, porque no le gustу que hablasen de Tara como de una «casucha vieja». Sуlo un inculto negro de la ciudad podнa ignorar la diferencia entre una plantaciуn y una casucha—. їNo estamos nosotros tambiйn en un momento de apuro? їNo necesitamos nosotros aquн a la seсora Scarlett y a la seсora Melanie? Las necesitamos, y de veras. їPor quй la seсora Pitty no pide ayuda a su hermano, si la necesita?

El tнo Peter le dirigiу una mirada fulminadora. —Hace aсos que no tenemos nada que ver con el seсor Henry, y somos ya muy viejos para cambiar las cosas. —Se volviу hacia las muchachas, que trataban de reprimir la risa—. Ustedes, las seсoras jуvenes, deberнan sentir vergьenza de dejar tan sola a la seсora Pitty, con la mitad de sus amigos muertos y la otra mitad en Macуn, y Atlanta llena de soldados yanquis y de negros libres que creen poder hacer lo que les da la gana.

Las dos muchachas habнan escuchado el sermуn con cara seria mientras pudieron, pero la idea de que la tнa Pitty les enviaba a Peter para reprenderlas y para llevбrselas en brazos a todas hasta Atlanta rebasу su fuerza de voluntad. Rompieron en carcajadas y tuvieron que apoyarse unas en otras. Naturalmente, Pork, Dilcey y Mamita tambiйn lanzaron ruidosas risotadas al ver que se tomaba a broma al audaz que se atrevнa a hablar de Tara con desprecio; Suellen y Carreen se ahogaban de risa, e incluso la fisonomнa de Gerald parecнa sonreнr vagamente. Todo el mundo se reнa, excepto Peter, que, en su indignaciуn, sуlo sabнa apoyar su alto cuerpo tan pronto sobre una pierna como sobre la otra.

—Pero їquй te pasa, negro? —le preguntу Mamita, riйndose aъn—. їTe has vuelto demasiado viejo para proteger a tu seсora ama?

Peter se sintiу insultado.

—ЎDemasiado viejo...! їDemasiado viejo yo? ЎDe ningъn modo! Puedo proteger a la seсora Pitty como la he protegido siempre. їNo la protegн hasta Macуn cuando нbamos huidos? їNo la protegн cuando los yanquis llegaron a Macуn y ella estaba tan asustada que se desmayaba a cada momento? їY no comprй esta yegua para llevarla a Atlanta otra vez y defenderla, a ella y a la plata que le dejу su padre, durante todo el camino? —Peter se erguнa al reivindicarse a sн mismo—. Yo no hablo de protecciуn. Hablo de las apariencias. —їQuй apariencias?



  

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