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TERCERA PARTE 8 страница



El mundo parecнa un infierno de ruido, llamas y temblores de tierra. Las explosiones continuaban, atronando los oнdos. Torrentes de chispas se alzaban al cielo y descendнan lentamente, perezosas, entre nubes de humo coloreadas de un matiz sangriento. Creyу oнr una dйbil llamada en el cuarto contiguo; pero no se moviу. Ahora no tenнa tiempo para pensar en Melanie. Ni para reparar en nada, salvo en el temor que sentнa infiltrarse en sus venas tan rбpido como las llamas que contemplaba. Era como una niсa loca de miedo y hubiera deseado poder ocultar la cabeza en el regazo de su madre para eludir aquel espectбculo. ЎSi al menos estuviese en casa! En casa, con mamб...

Distinguiу, en medio de aquellos ruidos que quebrantaban sus nervios, un sonido distinto: el de pasos apresurados que trepaban los escalones de tres en tres. Despuйs oyу una voz que aullaba como un perro perdido. Prissy irrumpiу en el cuarto, corriу hacia Scarlett y le asiу el brazo en un apretуn con el que parecнa arrancarle trozos de carne. —ЎLos yanquis! —gritу Scarlett.

—No; son los nuestros —repuso Prissy jadeante, hundiendo profundamente las uсas en el brazo de Scarlett—. Estбn incendiando la fundiciуn, el depуsito de material del Ejйrcito y los almacenes. ЎDios mнo, seсorita Scarlett! ЎHay setenta carros de balas de caсуn y pуlvora! ЎPor Dios! ЎVamos a volar todos!

Y rompiу en agudos chillidos, oprimiendo tanto el brazo de Scarlett que йsta gritу de dolor y de ira, mientras se quitaba de encima la mano.

ЎLos yanquis no habнan llegado todavнa! Aъn habнa tiempo de huir. Procurу, aunque atemorizada, reunir todas sus fuerzas.

«Si no me domino —pensу—, me pondrй a gritar como un gato escaldado. » Y el ver el abyecto terror de Prissy la reanimу. La sujetу por los hombros y la sacudiу con violencia.

—Dйjate de sandeces y habla con sentido comъn. їNo ves que no vienen los yanquis, necia? їHas visto al capitбn Butler? їQuй dice? їViene?

Prissy dejу de gritar, pero sus dientes seguнan castaсeando. —Sн, seсora. Lo encontrй, por fin, en un bar, como usted me dijo. Y йl...

—No importa dуnde le encontraras. їViene? їLe has dicho que traiga su caballo?

—Dice que los nuestros le han requisado el caballo y el coche para las ambulancias.

—ЎDios mнo! —Pero va a venir. —їY quй te ha dicho?

Prissy habнa recuperado el aliento y parte del dominio de sн misma, pero sus ojos continuaban girando sin cesar.

—Dйjeme explicarlo, seсora. Lo encontrй en un bar. Lo llamй y saliу. Y cuando me vio y le empecй a hablar, llegaron los soldados y prendieron fuego a un almacйn de la calle Decatur, y entonces me cogiу de la mano y me llevу corriendo hasta Five Points y me dijo: «їQuй pasa? Habla pronto. » Y yo le dije que usted decнa que el capitбn Butler viniera pronto con el caballo y el coche. Y que la seсora Melanie habнa tenido un niсo y que usted querнa irse a otra ciudad. Y йl dijo: «їAdonde? » Y yo le dije: «No lo sй; pero quiere huir de los yanquis y quiere irse con usted. » Y йl riу y dijo que los soldados se ha; bнan llevado su caballo.

Scarlett sintiу que la abandonaban las tuerzas. La postrera esperanza se desvanecнa. їCуmo era tan tonta que no habнa pensado en que el Ejйrcito, al retirarse, se llevarнa todos los animales y vehнculos de la ciudad? Por un momento se sintiу tan abrumada que no entendiу lo que le decнa Prissy; pero luego procurу recuperar la presencia de бnimo para oнr el resto de la explicaciуn.

—Luego dijo: «Di a la seсorita Scarlett que estй tranquila. Yo procurarй robar un caballo del Ejйrcito, aunque tenga que ser el ъltimo que quede en Atlanta. Y eso que hasta hoy no he robado ninguno. » Y dijo tambiйn: «Dile que robarй un caballo aunque me peguen un tiro. » Y luego se riу otra vez y dijo: «Vete a casa corriendo. » Pero antes de que me moviera hubo un ruido horroroso: ЎBooom! Y yo entonces me asustй muchнsimo y йl me dijo que no era nada, y que los soldados hacнan estallar las municiones para que los yanquis no las cogieran. —їVa a venir? їVa a traer un caballo? —Eso ha dicho.

Scarlett emitiу un profundo suspiro de alivio. Si habнa algъn modo de procurarse un caballo, Rhett Butler lo encontrarнa. Rhett era un hombre espabilado. Bien podнa perdonбrselo todo si los sacaba de aquel apuro. ЎSaCharles de aquello! Y con Rhett no habнa nada que temer. El los protegerнa. Habнa que agradecer a Dios la ayuda de Rhett. La perspectiva de la salvaciуn le devolviу su sentido prбctico.

—Despierta a Wade, vнstele y mete algo de ropa de cada una de nosotras en el baъl pequeсo. No digas a la seсora Melanie que nos vamos. Aъn no. Envuelve al pequeсo en un par de toallas resistentes y no te olvides de coger tambiйn su ropa.

Prissy seguнa cogida a sus faldas y en sus ojos apenas se veнa mбs que lo blanco de las уrbitas. Scarlett le dio un empujуn y se soltу.

—ЎDe prisa! —gritу. Y Prissy huyу como un conejo asustado.

Scarlett comprendiу que debнa subir para tranquilizar a Melanie, que debнa estar aterrada y fuera de sн por los atronadores ruidos que se sucedнan sin cesar y por el rojo resplandor que iluminaba el cielo. El fragor y el aspecto de todas las cosas parecнan presagiar el fin del mundo.

Pero aъn se sentнa incapaz de volver a aquella habitaciуn. Se precipitу escaleras abajo, con la vaga intenciуn de empaquetar las porcelanas de tнa Pittypat y la poca plata que йsta habнa dejado allн al irse a Macуn. Pero al llegar al comedor sus manos estaban tan temblorosas que dejу caer tres platos, que se destrozaron. Saliу al porche, escuchу, regresу al comedor y ahora dejу caer al suelo la plata, con vivo tintineo. Se le deslizaba de las manos cuanto cogнa. En su prisa, resbalу en la alfombra y cayу al suelo; pero se levantу tan rбpidamente que ni siquiera notу el dolor del golpe. Arriba se oнa a Prissy corriendo como un animal salvaje y el sonido la enloqueciу, pensando que corrнa sin objeto.

Saliу por duodйcima vez a la terraza, pero ya no reanudу su inъtil empeсo. Se sentу. Le era imposible empaquetar nada. Imposible hacer nada mientras le latiese el corazуn de aquel modo, esperando a Rhett. Parecнa que pasaban horas y йl no llegaba. Al fin oyу, lejano en el camino, el chirriar de unos ejes desengrasados y un lento e inseguro pisar de cascos. їPor quй no se apresuraba Rhett? їPor quй no hacнa trotar el caballo?

Los sonidos se aproximaban. Se incorporу y llamу a Rhett por su nombre. Luego lo vio, en las sombras, saltar del pescante de un pequeсo vehнculo. Oyу el rechinar de la verja y vio que йl se aproximaba. Cuando estuvo cerca, la luz de la lбmpara le mostrу claramente. Vestнa tan elegante como si fuera a un baile: chaqueta y pantalуn de hilo blanco de excelente hechura, chaleco gris de seda, con bordados, y camisa finamente plisada. Llevaba el ancho sombrero panamб muy ladeado y en el cinturуn ostentaba dos pistolas de duelo, de largo caсуn y puсo de marfil. Los bolsillos de su chaqueta iban pesadamente cargados de municiones.

Avanzу por el sendero con el paso elбstico de un salvaje, erguida la hermosa cabeza como la de un prнncipe pagano. Los peligros de la noche, que colmaran de pбnico a Scarlett, obraban en йl como un estнmulo. En su rostro moreno se transparentaba una ferocidad reprimida a duras penas, una crueldad que habrнa atemorizado a Scarlett si en aquellos momentos hubiese tenido serenidad bastante para notarla.

Sus negros ojos bailaban como si le divirtiera todo aquello, como si aquel ruido que perforaba los oнdos y aquel horrible resplandor fueran meras ficciones para asustar niсos. Ella se precipitу a su encuentro, con el rostro muy pбlido y los ojos verdes llameantes cuando Rhett subiу la escalera.

—Buenas noches —dijo йl con su voz acariciadora, mientras se quitaba el sombrero con gallardo ademбn—. Magnнfica temperatura, їeh? He oнdo decir que tiene usted interйs en hacer una excursiуn.

—Si empieza usted a bromear, no volverй a hablarle en mi vida —repuso ella con voz temblorosa.

—ЎNo querrб decir que tiene miedo!

Rhett fingiу sorpresa y sonriу de un modo que despertу en Scarlett el deseo de arrojarle por las escaleras.

—ЎSн lo tengo! Estoy muerta de miedo, y si tuviese usted siquiera el seso de un pбjaro estarнa asustado tambiйn. Pero no nos queda tiempo para hablar. Tenemos que irnos de aquн.

—A sus уrdenes... Pero їadonde cree que podemos ir? Me he llegado hasta aquн por simple curiosidad, para saber adonde se proponнa dirigirse. No cabe encaminarse al norte ni al sur, ni al este ni al oeste. Los yanquis lo rodean todo. Sуlo hay un camino que los yanquis no hayan cortado todavнa y por йl se retira nuestro Ejйrcito. Ademбs, no permanecerб mucho tiempo libre. La caballerнa del general Steve Lee estб librando una acciуn de apoyo de retaguardia en Rough and Ready, a fin de dejar libre esa ruta el tiempo suficiente para que las tropas se retiren. Si seguimos el camino de MacDonough, que es al que me refiero, detrбs de las tropas, йstas nos quitarбn el caballo, y eso que no vale gran cosa. Me ha costado mucho trabajo robarlo... Asн, pues, їadonde quiere ir?

Ella escuchaba sus palabras casi sin oнrlas y temblando. Pero al escuchar aquella pregunta comprendiу en el acto adonde deseaba ir, adonde habнa deseado ir todo aquel dнa. ЎNo existнa mбs que un lugar para ella!

—Quiero ir a casa —dijo. —їA casa? їSe refiere a Tara? —Sн, sн: a Tara. ЎDйmonos prisa, Rhett! Йl la mirу como si la tomara por loca.

—їA Tara? ЎDios mнo, Scarlett! їNo sabe que se ha luchado todo el dнa en Jonesboro? Se ha luchado diecisйis kilуmetros arriba y otros tantos abajo del camino de Rough and Ready, y hasta en las calles de Jonesboro... Puede que ahora los yanquis estйn en Tara y en todo el condado. ЎCualquiera sabe en quй lugar del contorno se encuentran! ЎNo puede usted ir a su casa! ЎNo puede usted cruzar las lнneas del ejйrcito yanqui!

—ЎMe irй a casa! —gritу ella—. ЎLo conseguirй! —No sea tonta —dijo Rhett, con voz rбpida y recia—. No puede ir. Aun sin caer en poder de los yanquis, tenga en cuenta que los bosques estбn llenos de rezagados y desertores de ambos ejйrcitos. Y muchos de nuestros soldados todavнa se estбn retirando de Jonesboro. Nos quitarнan el caballo tan pronto como los mismos yanquis. No hay mбs que una probabilidad: seguir a las tropas camino de MacDonough abajo y rogar a Dios que no nos vean en la oscuridad. Pero no ir a Tara. Incluso si llega allн, no encontrarб usted mбs que ruinas quemadas. No la dejarй irse a su casa. Es una locura.

—ЎQuiero ir a casa! —insistiу ella, con voz desgarrada que concluyу en un grito—: ЎMe irй! ЎNo puede usted impedнrmelo! ЎQuiero ir a casa! ЎQuiero ver a mamб! ЎLe matarй si trata de impedнrmelo! ЎMe irй a casa!

La prolongada tensiуn la hizo estallar al fin en lбgrimas de terror e histerismo. Golpeу con los puсos el pecho de Rhett y volviу a gritar:

—ЎMe irй! ЎMe irй! ЎAunque tenga que andar a pie todo el camino!

De pronto se encontrу en los brazos de Rhett, con la hъmeda mejilla reclinada en su plisada camisa, con sus nerviosas manos entre las de йl. Las manos de Rhett acariciaron entonces suavemente su revuelto cabello y su voz sonу, tambiйn suave y amable. Tan amable y suave, tan exenta de mofa, que no parecнa la voz de Rhett Butler, sino la de algъn desconocido, de un hombre que olнa a coсac, a tabaco y a caballos, olores agradables a Scarlett porque le recordaban a Gerald.

—Ea, ea, querida, no llore —dijo йl, dulcemente—. Irб a su casa, mi niсa valiente. No llore. Irб a su casa.

Scarlett sintiу un contacto en sus cabellos y pensу vagamente, en su confusiуn, que acaso fueran los labios de Rhett. Йl se mostraba tan tierno, tan infinitamente afectuoso, que Scarlett hubiera permanecido, gustosa, toda la vida entre sus brazos. Con tan fuertes brazos en torno a ella no podнa ocurrirle mal alguno.

Йl sacу un paсuelo del bolsillo y le secу las lбgrimas.

—Ahora suйnese como una niсa obediente —dijo, con una insinuaciуn de sonrisa en los ojos— y dнgame quй quiere hacer. Tenemos que apresurarnos.

Ella, sumisa, se sonу, temblorosa aъn, pero no supo quй decirle. Rhett, viendo cуmo temblaban los labios de la joven y la expresiуn de sъplica de sus ojos, tomу la iniciativa.

—їHa nacido ya el niсo de la seсora Wilkes? Serнa peligroso hacerle recorrer cuarenta kilуmetros en ese vehнculo destartalado. De modo que valdrнa mбs dejarla en casa de la seсora Meade.

—Los Meade no estбn en casa. Y no puedo abandonarla.

—Muy bien. Irб en el carromato. їDуnde estб esa papanatas que tiene usted a su servicio?

—Haciendo el baъl.

—їEl baъl? No se puede llevar un baъl en ese coche. Apenas cabremos todos en йl, y tiene las ruedas en tal estado que se desprenderбn a la primera ocasiуn. Llбmela y dнgale que ponga en el coche el colchуn de pluma mбs pequeсo que haya en la casa.

Scarlett no acertaba a moverse. Rhett asiу con fuerza su brazo y algo de la vitalidad que animaba su cuerpo pareciу transmitirse al de ella. ЎSi pudiese sentirse tan indiferente y serena como йl! Rhett la empujу hasta el vestнbulo; pero ella continuу allн, mirбndole con expresiуn desvalida. Los labios de Butler murmuraron burlones:

—їConque йsta es la heroica joven que me aseguraba no temer a los hombres ni a Dios?

Rompiу a reнr y soltу el brazo de Scarlett. Ella le mirу con odio.

—No tengo miedo —dijo.

—Sн lo tiene. De aquн a un minuto se desmayarб. Y yo no llevo frasquito de sales.

Ella golpeу el suelo con el pie, incapaz de encontrar otro modo de expresar su ira y, sin pronunciar palabra, cogiу una lбmpara y subiу las escaleras en silencio. El la siguiу de cerca y Scarlett oyу su queda sonrisa. Aquella risa le recorriу la espina dorsal. Entrу en el cuarto de Wade y lo hallу a medio vestir, acurrucado en los brazos de Prissy, sollozando e hipando quedamente. Prissy lloriqueaba. El colchуn de Wade era pequeсo, y Scarlett le ordenу que lo bajase al coche. Prissy se desasiу del niсo y obedeciу. Wade la siguiу por las escaleras, interrumpidos sus sollozos por el interйs que despertaban en йl los acontecimientos.

—Venga —dijo Scarlett, dirigiйndose a la puerta de Melanie. Y Rhett la siguiу, sombrero en mano.

Melanie yacнa muy quieta, con la sбbana hasta la barbilla. Su rostro estaba mortalmente pбlido, pero sus ojos, hundidos y rodeados de surcos oscuros, estaban serenos. No mostrу sorpresa al ver a Rhett en su alcoba, pareciendo aceptarlo como un hecho natural. Se esforzу en sonreнr dйbilmente, pero la sonrisa expirу antes de alcanzar las comisuras de sus labios.

—Nos vamos a Tara —explicу Scarlett rбpidamente—. Estбn llegando los yanquis. Rhett nos llevarб. No hay mбs remedio, Melly.

Melanie tratу de asentir dйbilmente con la cabeza, e hizo un ademбn mostrando al pequeсo. Scarlett cogiу al niсo y lo envolviу presurosamente en una tupida toalla. Rhett se acercу al lecho.

—Procurarй no lastimarla —dijo tranquilo, plegando la sбbana en torno a Melanie—. Intente pasar los brazos alrededor de mi cuello.

Melanie lo intentу, pero sus brazos cayeron, inertes. Йl se inclinу, deslizу un brazo bajo sus hombros y otro bajo sus piernas y la levantу con delicadeza. Melanie no lanzу un solo grito, pero Scarlett pudo ver que se mordнa los labios y que su rostro palidecнa aъn mбs.

Scarlett alzу la lбmpara para alumbrar a Rhett y se dirigiу hacia la puerta. En aquel momento Melanie seсalу la pared con fatigado ademбn.

—їQuй pasa? —preguntу amablemente Rhett.

—Por favor —repuso Melanie, esforzбndose en seсalar—. Charles...

Rhett la mirу creyendo que deliraba, pero Scarlett comprendiу y se sintiу irritadнsima. Sabнa que Melanie querнa el retrato de Charles. que colgaba de la pared, debajo de su espada y su pistola. —Por favor —susurrу Melanie otra vez—. La espada... —Ah, bueno —repuso Scarlett. Y despuйs de alumbrar a Rhett, que bajaba con cuidado las escaleras, volviу atrбs y descolgу la espada y la pistola. Ambas cosas, unidas al niсo y a la lбmpara, resultaban embarazosas. Era muy tнpico de Melanie eso de ocuparse en recoger las cosas de Charles, estando todos a dos dedos de la muerte y con los yanquis pisбndoles los talones.

Cuando descolgaba la fotografнa, dirigiу una ojeada al rostro de Charles. Los grandes ojos oscuros de йl se cruzaron con los suyos. Scarlett se detuvo un momento para examinar la fotografнa. Aquel hombre habнa sido su esposo, habнa compartido su lecho por algunas noches y le habнa dado un hijo con sus mismos ojos oscuros y dulces. Y, sin embargo, ella apenas podнa recordarle.

El niсo que llevaba en brazos crispaba los puсitos y lloraba quedamente. Ella le dirigiу una mirada. Por primera vez se dio cuenta de que era hijo de Ashley, y lamentу con todas las energнas que conservaba que no fuese de ella, de ella y de Ashley...

Prissy llegу trepando por las escaleras y Scarlett le entregу el niсo. Bajaron a la carrera. La lбmpara proyectaba inciertas sombras en las paredes. Scarlett vio un sombrero en el vestнbulo y se lo puso precipitadamente, anudбndose las cintas bajo la barbilla. Era el sombrero de luto de Melanie y no se ajustaba bien a su cabeza, pero no recordaba bien dуnde habнa dejado el suyo.

Saliу del edificio y bajу las escaleras de la terraza, sosteniendo la lбmpara y esforzбndose en que el sable no le golpease las piernas. Melanie estaba recostada en el asiento trasero del coche y a su lado se hallaban Wade y el niсito envuelto en la toalla. Prissy subiу y lo cogiу en brazos. El coche era muy pequeсo y de bordes muy bajos. Las ruedas, inclinadas hacia dentro y vacilantes, parecнan prontas a desprenderse al primer movimiento. Scarlett mirу el caballo y se le afligiу el corazуn. Era un animal pequeсo y esquelйtico, con la cabeza colgante, casi entre los remos delanteros. Tenнa el lomo lleno de mataduras y seсales de los arneses y respiraba como no hubiera respirado ningъn caballo sano.

—No es un animal magnнfico, їeh? —riу Rhett—. Da la impresiуn de que se nos va a morir entre las varas. Pero es el mejor que pude encontrar. Algъn dнa le contarй con todo detalle cуmo y dуnde lo robй y lo poco que me faltу para que me asestaran un tiro al hacerlo. Nada sino mi adhesiуn a usted podнa decidirme a semejante cosa, es decir, a convertirme en ladrуn de caballos a estas alturas de mi vida... En ladrуn de caballos... Ўy de quй caballo! Permнtame ayudarla a subir.

Le cogiу la lбmpara y la posу en el suelo. El pescante del coche era una simple y estrecha tabla de lado a lado. Rehtt levantу a Scarlett y la encaramу al pescante.

Mientras se recogнa la falda, pensу que serнa admirable ser hombre y tan fuerte como Rhett. Con Rhett a su lado no temнa nada, ni al ruido, ni al fuego, ni a los yanquis.

El saltу al pescante junto a ella y empuсу las riendas.

—ЎAguarde! —gritу Scarlett—. He olvidado cerrar la puerta.

Rhett rompiу en una carcajada y agitу las riendas sobre el lomo del caballo.

—їDe quй se rнe?

—De usted..., que quiere encerrar a los yanquis fuera... —dijo йl.

El caballo arrancу, despacio y a la fuerza. La lбmpara seguнa encendida en la acera, proyectando en torno suyo un circulillo de luz amarillenta que iba empequeсeciйndose a medida que se alejaban.

Rhett dirigiу el caballo hacia poniente por la calle Peachtree y el traqueteante coche comenzу a dar tumbos en la calle desigual con una violencia que arrancу a Melanie un gemido rбpidamente sofocado. Oscuros бrboles se entrelazaban sobre sus cabezas, las sombrнas casas silenciosas se alineaban a ambos lados y las blancas empalizadas de los cercados brillaban dйbilmente como filas de piedras sepulcrales. La estrecha calzada era como un tenebroso tъnel a travйs de cuya densa bуveda de hojas penetraba el lъgubre resplandor rojizo del cielo, haciendo correr ante el coche sombra tras sombra, que se agitaban como enloquecidos espectros. Cada vez era mбs intenso el olor a humo, y la cбlida brisa traнa en sus alas un caos de sonidos procedentes del centro de la ciudad: gritos, rodar de los pesados carros militares y pisar de innumerables pies en marcha. En el momento en que Rhett hacнa embocar al caballo otro camino lateral, una nueva e imponente explosiуn desgarrу el aire y una especie de monstruoso cohete de llamas y humo se elevу en el cielo.

—Debe ser el ъltimo convoy de municiones —opinу Rhett, tranquilo—. їCуmo no se lo han llevado esta maсana, esos necios? Tenнan tiempo sobrado. En fin, peor para nosotros... Creo que rodeando el centro de la ciudad podremos evitar el fuego y la multitud ebria de la calle Decatur y llegaremos al extremo sudoeste de la ciudad sin peligro. Pero en todo caso hemos de cruzar la calle Marietta, y la explosiуn ъltima o mucho me engaсo o ha ocurrido precisamente allн.

—їEs preciso que... que atravesemos el fuego? —balbuceу Scarlett.

—Si nos damos prisa, no —repuso Rhett.

Y saltando del coche desapareciу en la oscuridad de un patio. Al volver llevaba en la mano una pequeсa rama de бrbol con la que golpeу inflexiblemente al lastimado lomo del animal. El caballo iniciу un desesperado trote, jadeando penosamente, y el coche adelantу entre tumbos que lanzaban a los viajeros unos contra otros, como trigo agitado en una criba. El niсo gemнa, Prissy y Wade gritaban y se asнan a los lados del carromato, pero Melanie no emitiу un solo quejido.

Cerca de la calle Marietta empezaron a aclararse los бrboles. Altas llamas se elevaban sobre los edificios iluminando calles y casas con un resplandor mбs intenso que la luz del dнa, creando monstruosas sombras que se retorcнan como velas desgarradas en las vergas de un navio que zozobra.

Los dientes de Scarlett rechinaban sin cesar, pero era tal su terror que ni siquiera lo advertнa. Tenнa frнo y tiritaba, a pesar de que el calor de las llamas casi les quemaba los rostros. Se encontraba en el infierno. De haber podido recuperar las fuerzas que faltaban a sus piernas temblorosas, habrнa saltado del coche y huido, enloquecida, por la calle oscura que habнan seguido, para buscar de nuevo refugio en casa de la tнa Pittypat. Se acercу mбs a Rhett, oprimiу su brazo con temblorosos dedos y le mirу, ansiosa de palabras, de consuelo, de algo que la tranquilizase. En el crudo resplandor bermejo que los envolvнa, el moreno perfil de Rhett se destacaba neto, como la cabeza de una moneda antigua, hermoso, decadente y cruel. Cuando ella le tocу, se volviу. Sus ojos brillaban con una luz tan temible como la del fuego. A Scarlett le pareciу alborozado y desdeсoso, como si gozara la situaciуn, como si acogiese con alegrнa el infierno al que se acercaban.

—Mire —le dijo йl, poniendo la mano sobre una de las largas pistolas que llevaba a la cintura—, si alguien se acerca al caballo por su lado, dispare sobre йl. ЎYa le interrogaremos mбs tarde! Pero no vaya, en su turbaciуn, a disparar sobre el caballo.

—Yo tengo... tengo una pistola —murmurу ella, oprimiendo el arma que llevaba en el regazo, completamente segura de que si viese la muerte cara a cara el susto le impedirнa oprimir el gatillo. —їSн? їDуnde la ha cogido? —Es la de Charles. —їCharles? —Sн. Mi marido...

—їEs posible, querida, que haya tenido usted alguna vez marido? —susurrу йl, riendo suavemente. їPor quй no tendrнa mбs seriedad? їPor quй no se apresurarнa mбs?

—їCуmo podrнa, si no, tener un hijo? —repuso, irritada.

—Hay otros medios... sin necesidad de marido.

—їQuiere usted callar y darse prisa?

Pero Rhett tirу bruscamente de las riendas. Estaban muy cerca de la calle Marietta, a la sombra de un almacйn no alcanzado aъn por las llamas.

—ЎDe prisa! —no tenнa otra palabra en la mente—. ЎDe prisa! ЎDe prisa!

—Soldados —dijo Rhett.

El destacamento bajaba por Marietta, entre los edificios incendiados a paso lento, con fatiga, los fusiles puestos de cualquier modo, gachas las cabezas, demasiado cansados para redoblar la marcha, demasiado cansados para reparar en la vigas que se desprendнan a derecha e izquierda y en el humo que los envolvнa. Iban tan haraposos que no se distinguнa a los oficiales de los soldados, salvo, cuando, aquн y allб, se advertнa un sombrero con el ala levantada y sujeta por un distintivo coronado por las letras C. S. A. [15] Muchos iban descalzos y algunos llevaban vendada la cabeza o un brazo. Pasaron sin mirar a los lados, tan silenciosos que, a no ser por el rumor de sus pisadas, se los hubiera podido tomar por espectros.

—Mнrelos bien —dijo la voz burlona de Rhett— y asн podrб contar a sus nietos que vio usted la retaguardia de la Gloriosa Causa en retirada.

Repentinamente ella lo detestу, lo detestу de tal modo que por un momento aquel impulso superу a su miedo, lo convirtiу en pequeсo e insignificante. Sabнa que su salvaciуn y la de los demбs del coche dependнa de Rhett ъnicamente, pero lo detestaba por burlarse de aquellas huestes andrajosas. Pensу en Charles, muerto, y en Ashley, que podнa estarlo, y en todos los hombres jуvenes, alegres y valerosos que yacнan en sus tumbas, y olvidу que en otro tiempo ella incluso los habнa tomado por locos. No articulу palabra, pero la ira y la aversiуn brillaban en sus ojos mientras contemplaba fijamente a Rhett.

Al fin pasу el ъltimo de los soldados, una figura menuda que iba en la postrera fila, arrastrando el fusil por el suelo. Se tambaleу, se detuvo y mirу a los otros con su rostro sucio, embotado por la fatiga como el de un sonбmbulo. Era tan bajo como Scarlett, hasta el punto de que su fusil parecнa tan alto como йl, y su cara mugrienta no tenнa seсal de barba. Scarlett, acongojada, pensу que debнa de tener diecisйis aсos como mбximo. Sin duda pertenecнa a la Guardia Territorial, e incluso era muy posible que hubiese dejado el colegio para unirse a las tropas.

Mientras le miraba, las rodillas del muchacho se doblaron lentamente y su cuerpo se desplomу en el polvo. Dos hombres se separaron en silencio de la ъltima fila y se dirigieron hacia йl. Uno, alto y esquelйtico, con negra barba que le llegaba hasta la cintura, entregу su fusil y el del muchacho al otro hombre. Luego se echу el caнdo al hombro, con tanta facilidad como si se tratara de un juego de manos. A continuaciуn echу a andar tras la columna, curvados los hombros bajo el peso, mientras el agotado muchacho se enfurecнa como un niсo atormentado por los mayores, y gritaba:

—ЎMaldito seas! ЎBбjame! ЎBбjame! ЎPuedo andar solo! El barbudo no contestу y desapareciу con su carga tras un recodo de la calle.

Rhett permanecнa con las riendas flojas en la mano, mirбndolos con una extraсa expresiуn de disgusto en su rostro moreno. Luego sonу un crujir de vigas cercanas y Scarlett vio una delgada lengua de fuego elevarse sobre el tejado del almacйn a cuya sombra se hallaban. En el acto, las llamas se elevaron hacia el cielo, triunfales como banderas y pendones de combate. El humo ardiente se introdujo en su nariz. Wade y Prissy empezaron a toser. El niсo emitiу dйbiles sonidos quejumbrosos.

—ЎPor el amor de Dios, Rhett! їEstб usted loco? ЎDe prisa, de prisa!

Rhett no contestу, pero descargу la rama sobre las costillas del animal con una fuerza feroz que hizo dar un salto al caballo. A toda la velocidad que el animal podнa sostener, cruzaron entre tumbos y saltos la calle Marietta. Ante ellos, en la calle estrecha y corta que conducнa a la vнa fйrrea, se abrнa un tъnel rodeado por el fuego que consumнa los edificios de ambos lados. Se precipitaron por йl. Un resplandor mбs brillante que una docena de soles hiriу sus ojos, un intenso calor les abrasу la piel y oleadas de ruidos de hundimientos y roturas llegaron a sus oнdos durante un prolongado rato. Pareciу que transcurrнa una eternidad mientras atravesaban el fuego. Luego se hallaron otra vez de pronto en la semioscuridad.

Al bajar por la calle y al cruzar los carriles fйrreos, Rhett golpeaba maquinalmente al caballo. Su rostro estaba contraнdo y como ausente, como si hubiese olvidado dуnde se hallaba. Sus anchos hombros se inclinaban hacia delante y la barbilla sobresalнa como si se encontrara absorto en desagradables pensamientos. El calor del incendio hacнa correr surcos de sudor por su frente y sus mejillas, pero no se ocupaba de secarlo. Entraron por una bocacalle, luego por otra, doblaron y anduvieron de un callejуn a otro hasta que Scarlett perdiу completamente la orientaciуn. El crepitar de las llamas se apagу tras ellos. Rhett callaba y seguнa golpeando al animal con regularidad. El resplandor del cielo empezaba a disiparse y el camino era tan oscuro y amedrentador que Scarlett hubiera oнdo con gusto cualquier palabra de Rhett, aunque fuera injuriosa o insultante. Pero йl no hablaba.

Sin embargo, aunque йl callase, Scarlett agradecнa al cielo el consuelo de su presencia. Era tranquilizador llevar un hombre a su lado, poder estrecharse a йl y sentir el contacto de su duro brazo, sabiendo que йl se interponнa entre ella y los mil inconcretos terrores que la rodeaban, aunque se limitara a ir sentado y silencioso, mirando fijamente ante sн.

—ЎOh, Rhett! —murmurу, apretando su brazo—. їQuй hubiйramos hecho sin usted? ЎCuбnto me alegro de que no haya estado en el Ejйrcito!

El volviу la cabeza y la mirу de un modo que la hizo soltarle el brazo y echarse hacia atrбs. Ahora en aquellos ojos no habнa burla. Miraban sin doblez, con una expresiуn semejante al disgusto y la estupefacciуn. Adelantу el labio inferior y volviу nuevamente la cabeza. Marcharon largo tiempo en un silencio sуlo interrumpido por los dйbiles llantos del pequeсo y por las quejas de Prнssy. Cuando se sintiу incapaz de soportar mбs tiempo aquel sonido, Scarlett se volviу y pellizcу a la negra fuertemente, haciйndola prorrumpir en un alarido desaforado antes de caer en una aterrada mudez.



  

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