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TERCERA PARTE 7 страница—ЎTiene que acompaсarme, doctor! —exclamу—. Melanie va a tener el niсo. Йl la mirу como si no pudiese comprender aquellas palabras. Un hombre que yacнa a los pies de Scarlett, con la cabeza apoyada en la mochila, riу, bonachуn, al escucharla. —ЎAl menos nacen algunos! —comentу, jocoso. Ella, sin mirarlo, sacudiу el brazo del doctor. —ЎEl niсo de Melanie, doctor! ЎTiene usted que venir! Los... los... No era ocasiуn de andar con rodeos, pero resultaba duro hablar asн ante cientos de extraсos que la oнan. —Los dolores son intensos ya. Haga el favor de venir. —ЎUn niсo! ЎDios mнo! —tronу el doctor, mientras en su faz se pintaba sъbitamente un odio y una ira no dirigidos a Scarlett ni a nadie, sino a un mundo en el que cabнa que ocurriesen semejantes cosas—. їEstб usted loca? їCуmo voy a abandonar a estos hombres que estбn muriendo a centenares? No voy a dejarlos por un condenado niсo. Busque a alguna mujer que la ayude. Llame a la mнa. Scarlett abriу la boca para explicar la razуn de que la seсora Meade no acudiese, y volviу a cerrarla en el acto. El doctor ignoraba que su propio hijo estaba herido. Se preguntу si Meade habrнa continuado allн de saberlo, y algo en su interior le dijo que, aunque Phil se hallase moribundo, su padre habrнa seguido en aquel lugar, prestando sus auxilios a aquella masa de heridos, en vez de a uno solo. —Tiene usted que venir, doctor. Recuerde que dijo que iba a pasar un mal rato. Pero їera realmente ella quien pronunciaba aquellas indelicadas palabras en semejante infierno de calor y gemidos? —ЎSe morirб si usted no acude! El separу rudamente de su brazo la mano de Scarlett y le hablу como si apenas hubiese oнdo ni comprendido lo que decнa. —їMorir? Sн: van a morir todos estos hombres. No hay vendas, ni quinina, ni cloroformo, ni pomadas... ЎOh, Dios mнo, si tuviйsemos algo de morfina! ЎAlgo de morfina para los mбs graves! ЎUn poco de cloroformo! ЎMalditos sean los yanquis, malditos! —ЎAl infierno con ellos, doctor! —dijo el hombre tendido, con los dientes brillantes entre la barba. Scarlett comenzу a temblar. Lбgrimas de horror llenaron sus ojos. El doctor no iba a acompaсarla, Melanie morirнa y ella lo habнa deseado. ЎEl doctor no la acompaсaba! —ЎEn nombre de Dios, doctor, venga! El doctor Meade se mordiу los labios, su mandнbula se endureciу y su rostro se tornу insensible. —Procurarй ir, hija, pero no puedo asegurarlo. Lo procurarй en cuanto despache a todos estos hombres. Los yanquis llegan y las tropas estбn evacuando la ciudad. No sй quй se va a hacer con los heridos. No hay trenes, porque la lнnea de Macуn ha sido cortada... Procurarй ir. Mбrchese ahora y no me mortifique. Recibir un niсo no es cosa del otro mundo. Corte el cordуn... Se volviу, porque alguien acababa de tocarle el brazo, y comenzу a dar instrucciones, seсalando a uno u otro de los heridos. El hombre que yacнa a sus pies mirу, compasivo, a Scarlett. Ella se volviу; el doctor la habнa olvidado. Se abriу camino velozmente entre los heridos y tornу a la calle Peachtree. El doctor no irнa. ЎTendrнa que arreglбrselas sola! ЎMenos mal que Prissy sabнa todo lo referente al parto! Le dolнa la cabeza del calor y sentнa que el corpino, hъmedo de sudor, se le pegaba al cuerpo. Notaba el cerebro y los pies embotados, como en una pesadilla de йsas en que se quiere correr y no se consigue. Pensу en el largo camino hasta casa y le pareciу interminable. De nuevo las palabras «los yanquis llegan» comenzaron a sonar, monуtonas, en su mente. Su corazуn latiу mбs rбpido y sus mъsculos reaccionaron. Caminу a toda prisa entre la multitud, que ahora llenaba de tal modo Five Points que no habнa un solo hueco en las estrechas aceras, y hubo de caminar por la calzada. Pasaban largas hileras de soldados cubiertos de polvo y rendidos de fatiga. Eran millares de hombres sucios y barbudos, con los fusiles colgados al hombro, que marchaban a paso rбpido por la calle. Desfilaron caсones cuyos conductores fustigaban con tiras de cuero a las esquelйticas muнas. Furgones de intendencia con los toldos desgarrados recorrнan las calles. Pasaban interminables lнneas de jinetes levantando nubes de polvo. Jamбs habнa visto tantos soldados juntos. ЎRetirada, retirada! El Ejйrcito abandonaba la ciudad. Lo veнa completamente claro. Las apresuradas filas la obligaron a apartarse a la atestada acera. Sintiу un fuerte vaho de whisky barato. Cerca de la calle Decatur se veнan entre la multitud mujeres llamativamente vestidas, cuyos adornos chillones y caras pintadas ponнan entre el gentнo una discordante nota festiva. La mayorнa iban ebrias, y los soldados de cuyos brazos se colgaban estaban mбs ebrios aъn. Scarlett distinguiу, en un vistazo, una cabeza de rojos rizos, vio a Belle Watling y oyу su estridente risa aguardentosa. Belle iba del brazo de un soldado manco que avanzaba dando tumbos. Despuйs de abrirse camino entre la multitud con dificultad y rebasada la manzana siguiente a Five Points, notу que el gentнo disminuнa eri parte. Entonces se recogiу las faldas y echу a correr. Ante Wesley Chapel se sintiу sin aliento, mareada y con el pecho oprimido. El corsй le cortaba literalmente las costillas. Se dejу caer en la escalinata de la iglesia y sepultу la cabeza en sus manos, en espera de poder respirar mбs fбcilmente. Necesitaba respirar hondo, necesitaba que su corazуn dejase de saltar, de latir impetuoso, de sonar como un redoble de tambor. ЎOh, si hubiese tenido alguien a quien recurrir en aquel enloquecido lugar! Jamбs habнa afrontado sola cosa alguna en toda su vida. Siempre habнa tenido alguien que hiciese las cosas por ella, que se preocupase por ella, que la protegiera y la mimara. Era increнble que ahora estuviera en tal situaciуn. Ni un amigo ni un vecino para ayudarla. Antes siempre habнa tenido amigos, vecinos, hбbiles manos de voluntariosos esclavos a su disposiciуn. Y ahora, en este momento de tanta necesidad, no tenнa a nadie. Le resultaba increнble que pudiese estar completamente sola, tan asustada y al mismo tiempo tan lejos de su hogar. ЎSu hogar! ЎOh, quiйn estuviese en йl, con o sin yanquis! ЎEn йl, aun con Ellen enferma! Aсorу la dulce faz de Ellen, los fuertes brazos de Mamita en torno a su cuello. Mareada aъn, se incorporу y reanudу la marcha. Cuando estuvo ante su casa vio a Wade columpiбndose en la puerta del jardнn. Cuando el niсo distinguiу a Scarlett, arrugу el semblante y comenzу a llorar, mostrбndole un dedo desollado. —ЎPupa! —sollozу—. ЎPupa! —ЎCalla, calla, calla! ЎCalla o te pego! Vete al patio para hacer bollos con tierra mojada y no te muevas de allн. —ЎWade tiene hambre! —sollozу el niсo, metiйndose en la boca el dedo lastimado. —No me importa. Vete al patio. Mirу hacia arriba y vio a Prissy en la ventana, con el disgusto y el terror pintados en el semblante. Aquella expresiуn se mudу en otra de alivio al divisar a su seсora. Scarlett le indicу que bajase y entrу en la casa. ЎQuй fresco estaba el vestнbulo! Se desanudу el sombrero y lo lanzу sobre la mesa, mientras se pasaba el antebrazo por la frente sudorosa. Oyу abrirse la puerta de arriba y un quejido bajo y lloroso, como de agonнa, hiriу sus oнdos. Prissy bajу las escaleras de tres en tres. —їHa venido el doctor? —El doctor no puede venir. —ЎDios mнo, seсora! La seсora Melanie estб mal, muy mal. —El doctor no puede venir. Nadie puede venir. Tъ recibirбs al niсo y yo te ayudarй. Prissy abriу la boca y agitу la lengua, pero no dijo una palabra. Mirу a Scarlett de reojo, agitу los pies y todo su menudo cuerpo pareciу convulsionarse. —ЎNo hagas estupideces! —gritу Scarlett, enfurecida al ver su necia expresiуn—. їQuй pasa? Prissy retrocediу hacia las escaleras. —ЎPor Dios, seсora! Y en sus ojos muy abiertos se pintaban el terror y la vergьenza. —їQuй hay? —ЎPor Dios, seсora Scarlett! Necesitamos al mйdico. Yo... yo, seсora, no sй nada sobre eso de recibir niсos. Mamб no me permitiу nunca que viera cуmo se hacнa. El aire escapу de los pulmones de Scarlett en un impulso de horror que sintiу antes de que la rabia la invadiera. Prissy, a su vez, respirу profundamente y tratу de huir; pero Scarlett la sujetу. —їQuй dices, negra embustera? Me has asegurado que sabнas todo lo necesario acerca de un parto. ЎDime la verdad! Y la sacudiу con tal furia que la rizada cabeza se bamboleу como ebria. —ЎEra mentira, seсora Scarlett! ЎNo sй cуmo se me ocurriу una mentira asн! Una vez quise ver cуmo nacнa un niсo, y mamб me echу de la habitaciуn. Scarlett la mirу fijamente y Prissy retrocediу, esforzбndose en soltarse. Por un momento, su mente se negу a aceptar la verdad; pero cuando al fin comprendiу que Prissy no entendнa mбs de aquello que ella misma, la cуlera la inflamу. No habнa maltratado a un esclavo en toda su vida, pero ahora abofeteу la negra mejilla con toda la fuerza de su fatigado brazo. Prissy lanzу un grito penetrante, mбs de terror que de sufrimiento, y empezу a retorcerse y agitarse para librarse de la garra de Scarlett. Mientras gritaba, cesу el gemido que sonaba en el segundo piso y, un momento despuйs, la voz dйbil y temblorosa de Melanie llamу: —їEres tъ, Scarlett? ЎVen, por favor! Scarlett soltу el brazo de Prissy y йsta se dejу caer en los escalones, lloriqueando. Scarlett permaneciу inmуvil por un momento, mirando hacia arriba, escuchando el apagado gemido que habнa comenzado de nuevo. Y mientras se hallaba en tal posiciуn le pareciу que un yugo ceснa su cuello, que una pesada carga oprimнa su nuca y que aquella carga aumentarнa apenas pisara el primer peldaсo. Se esforzу en recordar cuanto habнan hecho Mamita y Ellen con ocasiуn del nacimiento de Wade, pero el recuerdo de los dolores de aquel momento oscurecнa todo lo demбs, en una niebla confusa. Pudo, al fin recordar algo y hablу a Prissy rбpidamente, con acento autoritario: —Enciende el fogуn y pon a hervir agua en una olla. Trae todas las toallas que puedas encontrar y la bala de algodуn. Y las tijeras. Y no me vengas con el cuento de que no lo encuentras. Trбelo todo, y pronto. ЎCorre! Hizo incorporarse a Prissy y la enviу a la cocina de un empujуn. Luego, con aire sombrнo, comenzу a subir las escaleras. Resultaba difнcil decir a Melanie que ella y Prissy iban a encargarse de todo. Jamбs en la vida habrнa otra tarde tan larga como aquйlla. Ni tan calurosa. Ni tan llena de pegajosas moscas. Las moscas no cesaban de concentrarse sobre Melanie, a pesar del empeсo de Scarlett en espantarlas. Le dolнan ya los brazos de tanto agitar el abanico de palma. Todos sus esfuerzos resultaban vanos, porque apenas expulsaba los insectos del hъmedo rostro de Melanie, se trasladaban a sus sudorosos pies y piernas y le arrancaban este dйbil quejido: —ЎEn los pies! ЎPor favor! El cuarto estaba en penumbra/porque Scarlett habнa corrido las persianas para impedir que entraran el calor y el sol. A travйs de las persianas y entre sus intersticios se filtraban algunos puntos luminosos. La habitaciуn era un horno. Los vestidos de Scarlett, empapados en sudor, lejos de secarse, se humedecнan mбs a medida que pasaban las horas. Prissy estaba acurrucada en un rincуn, sudando tambiйn, y hedнa de tal modo que Scarlett la hubiera hecho salir del aposento, de no ser por el temor de que, una vez fuera, pusiera los pies en polvorosa. Melanie yacнa en el lecho bajo una sбbana empapada de sudor y se retorcнa y agitaba sin cesar, cambiando del lado izquierdo al derecho, del derecho al izquierdo, colocбndose luego de espaldas... A veces se esforzaba en sentarse y caнa hacia atrбs, volviendo a retorcerse de nuevo. Al principio tratу de contener los gritos, mordiйndose los labios hasta desollбrselos; pero Scarlett, cuyos nervios estaban tan en carne viva como los labios de su cuсada, exclamу con rudeza: —ЎMelly, por el amor de Dios, no intentes ser valiente! Grita todo lo que quieras. Aquн no te oye nadie mбs que nosotras. A medida que avanzaba la tarde, Melanie se lamentaba sin preocuparse de parecer valiente o no, e incluso gritaba a veces. Cuando lo hacнa, Scarlett hundнa la cabeza entre las manos y se tapaba los oнdos. Su cuerpo se estremecнa; hubiera preferido morir. Cualquier cosa era preferible a ser testigo pasivo de aquella tortura. Cualquier cosa era mejor que permanecer allн esperando la llegada de un niсo que no acababa de presentarse nunca. ЎEsperando cuando, por lo que podнa suponer, los yanquis debнan de estar en Five Points! Ahora se lamentaba amargamente de no haber prestado mбs atenciуn a las conversaciones de las casadas sobre los partos. ЎSi lo hubiera hecho! De haberse interesado en tales asuntos, podrнa saber ahora si a Melanie le faltaba mucho tiempo o no. Tenнa el vago recuerdo de una historia de la tнa Pitty, segъn la cual una amiga suya pasу dos dнas luchando para dar a luz un niсo y al fin muriу sin haber llegado a parir. ЎSi Melanie tuviese que soportar dos dнas asн! Pero Melanie era tan endeble que no soportarнa dos dнas de semejante dolor. Si el niсo no llegaba pronto, morirнa. їCуmo osarнa entonces Scarlett volver a ver a Ashley, si vivнa aъn, y decirle que Melanie habнa muerto despuйs de prometerle que ella la cuidarнa? Al principio, Melanie se empeсaba en coger la mano de Scarlett cuando sentнa dolores fuertes; pero se la apretaba de tal modo, que le trituraba los huesos. Al cabo de una hora, las manos de Scarlett estaban hinchadas y magulladas al extremo de no poder doblarlas siquiera. Entonces anudу dos grandes toallas, las sujetу a la cabecera del lecho y puso el extremo anudado en las manos de Melanie, quien se asiу a ellas como a un бncora de salvaciуn, retorciйndolas, estirбndolas, desgarrбndolas. Durante toda la tarde, su voz sonу como la de un animal moribundo preso en una trampa. A veces soltaba las toallas, se frotaba las manos dйbilmente y miraba a Scarlett con los ojos agrandados por el dolor. —Habнame. Dime algo —cuchicheaba. Y Scarlett debнa hablar sobre cualquier cosa hasta que Melanie asнa de nuevo el nudo y comenzaba a retorcerlo. En el oscuro cuarto lleno de angustia, calor y moscas insistentes, el tiempo transcurrнa con tal lentitud que Scarlett apenas podнa recordar la maсana. Le parecнa que llevaba en aquel sitio oscuro, sudoroso, vahoso, toda su vida. Cada vez que Melanie gritaba, sentнa deseos de imitarla, y sуlo mordiйndose los labios podнa evitar sufrir verdaderos accesos de histeria. Una vez, Wade subiу la escalera de puntillas y se detuvo en el umbral, sollozando: —ЎWade tiene hambre! Scarlett se dirigнa hacia йl, pero Melanie murmurу: —No te vayas, te lo ruego. Mientras estбs aquн, puedo soportarlo. De modo que Scarlett, encargу a Prissy que recalentase la papilla del desayuno y se la diese al niсo. En cuanto a sн misma, le parecнa imposible volver nunca a comer despuйs de aquella tarde. El reloj de la chimenea se parу y Scarlett perdiу toda posibilidad de saber la hora. Cuando disminuyу el calor en la habitaciуn y los puntos luminosos que se filtraban por las persianas fueron menos brillantes, las apartу un tanto. Observу con gran sorpresa que estaba muy adelantada la tarde y que el sol, que parecнa una bola carmesн, se hallaba muy bajo en el cielo. Habнa llegado a creer que aquella tarde ardorosa durarнa eternamente. Se preguntaba con ansiedad quй habrнa sucedido en el centro de Atlanta. їHabнan partido todas las tropas? їHabrнan llegado los yanquis? їEvacuarнan la ciudad los confederados sin intentar mбs pelea? Entonces recordу, sintiendo un sobresalto en el pecho, los pocos confederados que allн habнa y los muchos y bien alimentados hombres de que disponнa Sherman. ЎSherman! El nombre del propio demonio no la hubiera asustado tanto. Pero no habнa tiempo para pensar en ello ahora, porque Melanie pedнa agua, solicitaba una toalla frнa para la cabeza, querнa que la abanicase y que le espantase las moscas... Al llegar el crepъsculo, Prissy, deslizбndose como un minъsculo fantasma negro, le llevу una lбmpara encendida. Melanie se sintiу mбs dйbil. Comenzу a llamar insistentemente a Ashley, como en delirio, hasta que aquella abominable monotonнa despertу en Scarlett el deseo de ahogar su voz con una almohada. Acaso llegase el mйdico, al fin. ЎSi viniera pronto! La esperanza renaciу en su corazуn. Se encarу a Prissy y le ordenу que fuese a casa del doctor a ver si estab#a йl o su mujer. —Si no estб йl, pregunta a la seсora Meade o a Betsy lo que tenemos que hacer y pнdeles que te acompaсen. Prissy saliу con gran estrйpito y Scarlett la mirу correr por la calle con una velocidad de la que no la hubiera creнdo capaz. Tras un prolongado rato, Prissy volviу sola. —El doctor no ha ido a casa en todo el dнa. Es posible que se haya marchado con los heridos. Seсora Scarlett, el seсorito Phil ya no existe. —їHa muerto? —Sн, seсora —repuso Prissy, esponjбndose por la importancia que le daban las noticias que traнa—. Me lo ha dicho Talbot, el cochero. El tiro... —No me importa nada. —No he visto a la seсora Meade. La cocinera dice que la seсora Meade quiere lavarlo y enterrarlo antes de que lleguen los yanquis. La cocinera dice que si los dolores de la seсorita Melanie son muy fuertes puede usted poner un cuchillo debajo de la cama, y el dolor se partirб en dos. Aquellos ъtiles informes inspiraron a Scarlett el deseo de volver a abofetear a Prissy. Melanie abriу unos ojos inmensos y murmurу: —Querida, їestбn llegando los yanquis? —No —dijo Scarlett con energнa—. Prissy es una mentirosa. —Sн, seсora; lo soy —convino, fervientemente, Prissy. —Estбn llegando —repuso Melanie, sin dejarse engaсar y enterrando el rostro en la almohada. Y su voz sonaba velada. —ЎPobre hijo mнo, pobre hijo mнo! Luego, tras un intervalo, aсadiу: —No debes quedarte aquн, Scarlett. Vete y llйvate a Wade. Lo que decнa Melanie no dejaba de ser lo mismo que Scarlett estaba pensando; pero oнrselo a ella la enfureciу, avergonzada como si su oculta cobardнa se transparentara en su faz. —Eres una necia. No tengo miedo. Y sabes que no te abandonarй. —Puedes hacerlo. Voy a morirme. Y empezу a quejarse otra vez. Scarlett bajу las oscuras escaleras lentamente, como una vieja, tanteando el camino, agarrбndose a la barandilla para no caer. Le pesaban las piernas como si fueran de plomo, rendidas por el esfuerzo y la fatiga, y el pegajoso sudor que baсaba su cuerpo la hacнa tiritar de frнo. Llegу extenuada hasta la terraza y se detuvo en lo alto de la escalera. Se apoyу contra un pilar del pуrtico y con una mano temblorosa se desabrochу el corpino mбs abajo del pecho. Una oscuridad suave y cбlida llenaba la noche. Scarlett contemplу las tinieblas, con la cabeza embotada como un tronco. Todo estaba concluido. Melanie no habнa muerto y el niсo, que emitнa sonidos como los de un gatito reciйn nacido, estaba en manos de Prissy, recibiendo su primer baсo. Melanie se habнa dormido. їCуmo podнa dormir despuйs de aquella pesadilla de agudos dolores y de una asistencia ignorante, que debнa haberle producido mбs daсo que provecho? їCуmo no habнa muerto? Scarlett pensaba que ella misma hubiera muerto en el curso de tales manipulaciones. En cambio, Melanie, una vez concluido todo, habнa murmurado dйbilmente cuando su cuсada se inclinaba sobre ella: «Gracias», para luego quedarse dormida. їCуmo podнa haberse dormido? Scarlett olvidaba que tambiйn ella se durmiу despuйs de nacer Wade. Lo habнa olvidado todo. Su mente era un vacнo; el mundo, un vacнo; no habнa existido la vida antes de aquel interminable dнa ni existirнa despuйs, sуlo una noche calurosa y pesada, sуlo el ruido de su fatigosa y ronca respiraciуn, el frнo y viscoso sudor que corrнa de las axilas a la cintura y de las caderas a las rodillas: un sudor espeso, congelado, pegajoso. Notу que el pesado ritmo de su respiraciуn se convertнa en una serie de sollozos espasmуdicos. Sus ojos estaban secos y ardorosos como si nunca mбs pudieran brotar lбgrimas de ellos. Se incorporу fatigosamente y se levantу las amplias faldas hasta los muslos. Sentнa frнo, calor y humedad a la vez y el efecto del aire de la noche en las pantorrillas la refrescaba. Pensу en lo que dirнa tнa Pitty si pudiese verla de pie en el porche, con las faldas levantadas y exhibiendo la ropa interior; pero no le importaba. Nada le importaba. El tiempo se habнa detenido. Lo mismo podнa acabar de anochecer que ser ya medianoche. No lo sabнa y la tenнa sin cuidado. Oyу rumor de pisadas en el piso superior y pensу: «Dios maldiga a Prissy», antes de que sus ojos se cerrasen. Tras un intervalo de inconsciencia, encontrу a Prissy a su lado, charlando complacida. —Lo hemos hecho muy bien, seсora Scarlett. No creo que mi madre lo hubiera hecho mejor. En la sombra, Scarlett la mirу, demasiado fatigada para insultarla, demasiado fatigada para reprenderla, o para enumerar las ofensas que Prissy le hiciera, sus temores, su insoportable torpeza, su inutilidad en el momento crнtico, el no encontrar las tijeras, el verter en el lecho la vasija con agua, el haber dejado caer al niсo un momento despuйs de nacer. ЎY ahora se jactaba de lo bien que se habнa comportado! ЎPensar que los yanquis querнan liberar a los negros! ЎLa que se iba a armar! Volviу a recostarse en el pilar, en silencio, y Prissy, consciente del mal humor de su ama, se apartу de puntillas y se esfumу en la oscuridad del porche. Tras un largo rato, durante el cual su respiraciуn se tranquilizу al fin y su mente se sosegу, Scarlett oyу un dйbil rumor de voces en el camino y el pisar de muchos pies viniendo del norte. ЎSoldados! Se levantу despacio y se bajу las faldas aunque sabнa que nadie podнa verla en la oscuridad. Cuando un nъmero imprecisable de ellos pasу como sombras ante la casa, los llamу. —ЎEh! ЎPor favor! Una sombra se separу del grupo y se acercу a la puerta. —їSe van ustedes? їNos abandonan? Creyу ver que la sombra se quitaba el sombrero. En la oscuridad sonу una voz tranquila. —Sн, seсora. Asн es. Somos los ъltimos hombres que quedaban en los parapetos, un kilуmetro y medio al norte de aquн. —Ustedes... їEs verdad que el ejйrcito se retira? —Sн, seсora. Los yanquis estбn llegando, їcomprende? Eso es lo que ocurre. ЎLos yanquis llegaban! Lo habнa olvidado. Se le obstruyу sъbitamente la garganta y no pudo pronunciar otra palabra mбs. La sombra se alejу, mezclбndose con las demбs, y de nuevo los pies sonaron en la oscuridad. «Los yanquis llegan, los yanquis llegan... » Tal era el ritmo que parecнan marcar las pisadas, el mismo que el sъbitamente inquieto corazуn de Scarlett parecнa rimar a cada latido. ЎLos yanquis llegan! —ЎEstбn llegando los yanquis! —gritу Prissy, encogiйndose al lado de Scarlett—. ЎNos van a matar a todos, seсorita! ЎNos van a clavar las bayonetas en el vientre! ЎNos...! —ЎOh, cбllate! Ya era bastante tremendo pensar aquellas cosas para oнrlas, ademбs, proferidas por labios temblorosos. Un renovado temor la invadiу. їQuй le cabнa hacer? їCуmo podнa escapar? їDуnde podнa encontrar ayuda? Todos los amigos le habнan fallado. Pensу de pronto en Rhett Butler, y una repentina calma ahuyentу sus temores. їCуmo no habнa pensado en йl aquella maсana mientras andaba de un lado a otro en tan gran desconsuelo? Cierto que lo detestaba, pero Rhett era fuerte y resuelto y no temнa a los yanquis. Y aъn estaba en la ciudad. Cierto que ella se habнa indignado con йl y que йl le habнa dicho cosas imperdonables la ъltima vez que se vieron; pero bien podнan olvidarse semejantes cosas en un momento asн. Ademбs, йl tenнa coche y caballo. їPor quй no habнa pensado antes en йl? Podнa llevarlos a todos ellos lejos de aquel lugar maldito, lejos de los yanquis, a otra parte, a cualquier parte... Se volviу hacia Prissy y le hablу con febril premura. —їSabes dуnde vive el capitбn Butler? En el hotel Atlanta. —Sн seсora, pero... —Vete allн tan de prisa como puedas y dile que lo necesito. Deseo que venga en seguida, trayendo su coche y su caballo o una ambulancia, si la encuentra. Dile lo del niсo. Y dile que quiero que nos saque de aquн. ЎVamos, de prisa! Se incorporу y dio un empujуn a Prissy para estimularla. —ЎDios mнo, seсora Scarlett! ЎMe asusta salir sola, con esta oscuridad! їY si me cogen los yanquis? —Si te das prisa, alcanzarбs a esos soldados y ellos no dejarбn que los yanquis te cojan. Rбpido. —ЎTengo miedo! їY si el capitбn Butler no estб en el hotel? —Preguntas dуnde estб. їEs que no tienes sentido comъn? Si no lo encuentras en el hotel, vete al bar de la calle Decatur y pregunta por йl. Y si no, a casa de Bella Watling. Bъscalo. їNo ves que si no te das prisa llegarбn los yanquis y nos cogerбn a todos, imbйcil? ЎDate prisa! —Mamб me pegarб con un buen tronco de algodуnero si sabe que he ido a un bar o a una casa mala. Scarlett se levantу con brusquedad. —Y yo te desollarй si no vas. Te puedes quedar en la calle y llamarlo a gritos, їno? O preguntar a alguien si estб dentro. ЎLargo! Y viendo que Prissy agitaba los pies y gruснa, Scarlett le dio de nuevo un empujуn que casi la derribу de cabeza por las escaleras. —Vete o te vendo y no vuelves a ver tu madre ni a ninguno de los que conoces. ЎY te venderй para trabajar en el campo, ademбs! ЎDe prisa! —ЎDios mнo, seсora...! Pero, bajo la enйrgica presiуn de la mano de su dueсa, acabу descendiendo los escalones. Crujiу la cancela. Scarlett gritу: —ЎCorre, estъpida! Oyу que iniciaba un trote cuyo ruido se amortiguу luego en el suelo blando. Cuando Prissy hubo partido, Scarlett, fatigada, entrу en el piso bajo y encendiу la lбmpara. La casa abrasaba, como si aъn conservase entre sus paredes todo el ardor del dнa. Parte del embotamiento de Scarlett se habнa disipado y ahora su estуmago reclamaba alimento. Recordу que no habнa comido nada desde la noche anterior, excepto una cucharada de papilla. Empuсу la lбmpara y pasу a la cocina. El fuego se habнa apagado, pero la estancia se hallaba sofocantemente caldeada aъn. Encontrу medio panecillo de harina de maнz y lo mordiу con avidez mientras miraba en torno buscando otra cosa. En la olla habнa quedado un resto de papilla, que devorу con un cucharуn de cocina sin esperar a ponerlo en el plato. La papilla estaba espantosamente sosa, pero tenнa demasiada hambre para reparar en ello. A la cuarta cucharada, el calor de la cocina le pareciу tan insoportable que saliу con la lбmpara en una mano y un trozo de pan en la otra y se dirigiу al vestнbulo. Sabнa que debнa subir y permanecer junto a Melanie. Si pasaba algo, estarнa demasiado dйbil para gritar. Pero la idea de volver a aquella habitaciуn donde habнa pasado tales horas de pesadilla le resultaba intolerable. No, no volverнa allн aunque Melanie estuviese muriйndose. No querнa regresar a aquel dormitorio. Colocу la lбmpara en el alfйizar de la ventana y saliу al porche. Allн hacнa mucho mбs fresco, aunque un tibio calor impregnaba la noche. Se sentу al pie de las escaleras en el cнrculo de luz proyectado por la lбmpara y continuу mordiendo el pan de maнz. Cuando lo hubo terminado, recuperу parte de sus fuerzas, y con ellas sintiу tambiйn una nueva punzada de temor. Oнa un lejano rumor calle abajo, pero ignoraba en absoluto su significado. Nada lograba percibir en concreto, salvo un murmullo confuso que se elevaba y decaнa. Se esforzу en oнr, poniendo en ello tal tensiуn fнsica que a poco tuvo todos los mъsculos doloridos. Ansiaba, mбs que nada en el mundo, oнr un ruido de cascos de caballo, y ver los indolentes ojos de Rhett, siempre tan seguro de sн mismo, burlбndose de los temores de ella. Rhett los llevarнa a alguna parte, no sabнa adonde. Ni le importaba. Mientras aguzaba los oнdos en direcciуn a la ciudad, un dйbil resplandor brillу sobre los бrboles, asombrбndola. Lo mirу y lo vio aumentar. El oscuro color del cielo se convirtiу en rosado y luego en rojo. Sъbitamente, una inmensa lengua de fuego se elevу hacia el firmamento por encima de los бrboles. Scarlett dio un salto. Su corazуn volvнa a latir desordenadamente. ЎHabнan llegado los yanquis, sin duda! Seguro que ya estaban allн y habнan incendiado la ciudad. Las llamas parecнan proceder de la zona este del centro de Atlanta. Se elevaban mбs cada vez, ensanchбndose sin cesar ante los aterrados ojos de la joven. Debнa de estar ardiendo toda una manzana. Una dйbil y cбlida brisa que acababa de empezar a soplar llevaba a su olfato el olor del humo. Subiу las escaleras y se asomу a las ventanas de su cuarto para ver mejor. El cielo tenнa un ominoso color cбrdeno y grandes espirales de humo negro se elevaban sobre las llamas y pendнan sobre ellas como pesadas nubes. Ahora el olor del humo era mбs acusado. La mente de Scarlett vagaba incoherentemente ora calculando cuбnto tardarнan las llamas en llegar a la calle Peachtree y quemar su casa, ora cuбnto tardarнan los yanquis en descubrirla, ora adonde debнa ir o quй debнa hacer. Todos los demonios del infierno parecнan aullar en sus oнdos. Y en su cerebro se mezclaban tal pбnico y confusiуn que hubo de apoyarse en el alfйizar para sostenerse. «Tengo que pensar —se repetнa—. Tengo que pensar. » Pero los pensamientos no acudнan a su mente, antes bien huнan de ella como pбjaros asustados. Mientras se apoyaba en el alfйizar, una ensordecedora explosiуn atronу sus oнdos, mбs fuerte que cualquier caсуn que hubiese oнdo nunca. Una gigantesca llama cubriу el cielo. Siguieron otras explosiones. La tierra temblу y los cristales de la ventana retumbaron y cayeron despedazados en torno a ella.
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