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TERCERA PARTE 6 страница



Si al menos estuviese ella allн, no importarнan tanto los yanquis. Mientras pisaba el suelo con los pies descalzos, el camisуn se le envolvнa en las piernas, le entorpecнa. ЎQuerнa estar en casa, cerca de Ellen!

Le llegу de la cocina el ruido de la porcelana en que Prissy preparaba el desayuno. No se oнa la voz de Betsy. La de Prissy, aguda y melancуlica, se alzу cantando Sуlo unos pocos dнas de soportar k carga. Aquel son impresionу a Scarlett, su tristeza la espantу, y entonces, envolviйndose en un chai y bajando al vestнbulo precipitadamente, se acercу a la parte posterior de la casa y gritу:

—ЎNo cantes eso, Prissy!

Oyу un бspero «Bien, seсora»; respirу profundamente, sintiйndose avergonzada de sн misma.

—їY Betsy?

—No sй. No ha venido.

Scarlett se dirigiу al dormitorio de Melanie y abriу un poco la puerta para mirar. Melanie yacнa en el lecho, con un camisуn de noche, los ojos cerrados y rodeados de un cнrculo oscuro, hinchado su rostro de forma de corazуn, su delgado cuerpo deformado y feo. Scarlett, maligna, lamentу que Ashley no pudiese verla asн ahora. Estaba mбs desagradable que cualquier otra embarazada que ella hubiese visto. Mientras la miraba, Melanie abriу los ojos y una leve y afectuosa sonrisa iluminу su rostro.

—Entra —dijo, volviйndose fatigosamente de lado—. Estoy despierta y pensando desde que saliу el sol. Y querнa preguntarte una cosa.

Scarlett entrу en el dormitorio y se sentу en el lecho, iluminado por un sol deslumbrante. Melanie extendiу la mano y oprimiу la de Scarlett con un apretуn cariсoso y confiado.

—Querida —dijo—. Estoy inquieta por los caсonazos. Suenan hacia Jonesboro, їno?

Scarlett emitiу un gruсido confirmativo, sintiendo que el corazуn le latнa mбs de prisa al acudir de nuevo a su mente su preocupaciуn.

—Sй que estбs disgustada. La ъltima semana, cuando supiste lo de tu madre, te hubieras ido a Tara de no ser por mн, їverdad?

—Sн — contestу Scarlett secamente.

—ЎQuй buenas eres conmigo, querida! Ni siquiera una hermana hubiera sido mejor ni mбs valiente. ЎNo sabes cuбnto te lo agradezco y cuбnto me disgusta hallarme en este estado! ЎY te quiero tanto!

Scarlett la mirу de hito en hito. їLa querнa? ЎQuй necia!

—He estado pensando, Scarlett, y querнa pedirte un gran favor. —Su mano oprimiу con mayor viveza la de su cuсada—. Si muero, їte encargarбs de mi hijo?

Los ojos de Melanie estaban muy abiertos y brillaban con suave apremio.

—їLo harнas?

Scarlett retirу la mano, sintiendo un terror que hizo su voz mбs бspera.

—No seas boba, Melanie. No morirбs. Todas las mujeres creen que van a morir en el primer parto. Lo mismo me pasу a mн.

—No, tъ no. Tъ nunca temes nada. Lo dices para animarme. No temo morir, pero temo dejar al niсo, si Ashley... Scarlett, promйteme que te encargarбs del niсo si muero. Asн no temerй nada. Tнa Pitty es demasiado vieja para cuidarse de un niсo, y Honey e India son buenas, pero... Deseo que seas tъ quien cuide a mi hijo. Promйtemelo, Scarlett. Si es muchacho, edъcalo para que se parezca a Ashley, y, si es niсa, entonces quisiera que se pareciera a ti.

—ЎQuй condenaciуn! —gritу Scarlett, saltando del lecho—. їNo estбn las cosas bastante mal ya para que las pongamos peor hablando de muertes?

—Perdona, querida. Pero promйtemelo. Creo que serб hoy. Estoy segura de que serб hoy. Anda, promйtemelo...

—Bueno, bueno; te lo prometo —dijo Scarlett, mirбndola con extraviados ojos.

їEra posible que Melanie fuese tan necia que no supiese que ella querнa a Ashley? їO lo sabнa todo y pensaba que, merced a aquel amor, Scarlett cuidarнa debidamente del hijo de Ashley? Sintiу un vivo impulso de hacerle aquellas preguntas; pero murieron en sus labios cuando Melanie, tomando su mano, la apoyу a su propia mejilla. Ahora la calma habнa vuelto a sus ojos.

—їPor quй crees que serб hoy, Melanie?

—Porque tengo dolores desde la madrugada, aunque no muy agudos todavнa.

—їSн? їY por quй no me has llamado? Voy a enviar a Prissy a buscar al doctor Meade.

—No; aъn no. Ya sabes lo ocupado que estб, como todos. Envнale ъnicamente recado de que le necesitamos hoy. Envнa recado tambiйn a la seсora Meade y ruйgale que venga a hacerme compaснa. Ella sabrб cuбndo debemos mandar llamar realmente a su marido.

—Bien; basta de ser tan altruista. Ya sabes que necesitas al doctor tanto como muchos de los que estбn en el hospital. Lo mandarй llamar en seguida.

—No, no lo hagas. A veces estas cosas se prolongan un dнa entero, y no puedo hacer que el mйdico permanezca aquн horas y horas mientras tantos pobres muchachos necesitan su asistencia. Llama a la seсora Meade. Ella sabrб cuбndo...

—Bien, bien —aceptу Scarlett.

Despuйs de mandar el desayuno a Melanie, Scarlett enviу a Prissy en busca de la seсora Meade y se sentу con Wade para tomar el desayuno a su vez. Pero hoy no sentнa apetito. Entre su nerviosa inquietud y el pensar que habнa llegado el momento para Melanie y su involuntario estremecimiento al sentir el caсуn, no podнa probar bocado. El corazуn le latнa de un modo extraсo: con regularidad durante unos minutos; luego, golpeando tan fuerte y rбpidamente que casi le hacнa daсo en al estуmago. La pesada papilla de maнz se le pegaba a la garganta como cola, y jamбs antes le habнa parecido tan repulsiva la mezcla de grano tostado y batatas que pasaba por cafй. Aquello, sin azъcar ni crema, era amargo como la hiйl, y el sorgo que se empleaba «para endulzar» no lo mejoraba mucho. Despuйs del primer sorbo, apartу la taza. Si no le sobraran razones, hubiera odiado a los yanquis simplemente porque le impedнan tomar verdadero cafй con azъcar y mantequilla.

Wade estaba mбs tranquilo que de costumbre y ni siquiera elevaba hoy las quejas que cada maсana le sugerнa la papilla, que le desagradaba tanto. Comнa en silencio las cucharadas que se llevaba a la boca y tragaba ruidosos buches de agua para pasarlas mejor. Sus dulces ojos oscuros, grandes y redondos como monedas de dуlar, seguнan todos los movimientos de su madre con una infantil turbaciуn, como si los temores escondidos de ella se le hubiesen contagiado. Cuando hubo terminado, Scarlett le enviу a jugar al patio trasero de la casa y le contemplу mientras cruzaba la hierba dirigiйndose a su lugar de juegos, sintiendo verdadero alivio.

Luego se levantу y permaneciу indecisa al pie de la escalera. Debнa subir con Melanie y procurar distraer su mente de la preocupaciуn por la prueba que la esperaba. ЎTenнa que haber elegido precisamente aquel dнa para dar a luz... y para hablar de muerte!

Tomу asiento en el escalуn inferior y procurу serenarse. Se preguntaba cuбl habrнa sido el resultado de la lucha del dнa anterior y del mismo dнa. ЎEra extraсo que se diese una gran batalla a pocos kilуmetros de allн y no se conociera el resultado! ЎQuй rara la tranquilidad de aquel barrio extremo de la ciudad en contraste con el tumulto del dнa de la batalla en Peachtree Creek!

La casa de tнa Pittypat era una de las ъltimas en el extremo norte de la ciudad, y ahora que la batalla se mantenнa en algъn lugar hacia el sur no quedaban en las inmediaciones del edificio refuerzos que cruzasen a paso redoblado, ni ambulancias, ni tambaleantes filas de heridos que volviesen a la poblaciуn.

Pensу que probablemente esas escenas se repetirнan ahora al sur de la ciudad y agradeciу a Dios no encontrarse allн. Por otra parte, nadie, excepto los Merriwether y los Meade, residнan ahora en aquel extremo de la ciudad, y ello la hizo sentirse sola y abandonada. Hubiera deseado tener a su lado a tнo Peter, quien no habrнa dejado de ir al Cuartel General para traer noticias. De no ser por Melanie, ella misma hubiera ido al centro en busca de informes, pero no podнa hacerlo hasta que llegara la seсora Meade. Pero їpor quй no venнa la seсora Meade? їY quй serнa de Prissy?

Se levantу, saliу a la terraza y escrutу las cercanнas, buscando con los ojos a quienes esperaba. Sin embargo, la casa de los Meade quedaba oculta en un recodo umbroso de la calle y Scarlett no distinguiу a nadie. Despuйs de largo rato, apareciу Prissy sola, andando tan perezosamente como si no tuviese nada que hacer en todo el dнa, ondulando sus faldas de lado a lado y volviendo la cabeza sobre el hombro para ver el efecto que ello producнa. —ЎQuй calma traes, hija mнa! —gruсу Scarlett cuando Prissy abriу la puerta del jardнn—. їQuй dice la seсora Meade? їVendrб pronto?

—No estaba —dijo Prissy.

—їAdonde ha ido? їCuбndo vuelve?

—Escuche —repuso Prissy, complaciйndose en dosificar sus palabras, pronunciбndolas poco a poco para dar mбs importancia a su mensaje—. La cocinera dice que la seсora Meade ha salido muy temprano de maсana porque el seсorito Phil ha recibido un balazo y la seсora Meade ha ido en el coche, con el viejo Talbot y Betsy, para traerlo a casa. La cocinera dice que estб muy grave y que probablemente la seсora Meade no podrб venir.

Scarlett la mirу fijamente, sintiendo deseos de sacudirla con violencia. Los negros gozaban siempre que podнan ser portadores de malas noticias.

—Bien; no te quedes ahн como una estъpida. Vete a casa de la seсora Merriwether y dile que venga o que mande a su mamita. ЎRбpido! —No estб, seсora Scarlett. He estado en su casa al venir para pasar un rato con su mamita. Y ha salido. La casa estб cerrada. Deben de estar todos en el hospital.

—ЎAsн has tardado! Cuando yo te mande a algъn sitio no tienes que ir a pasar ratos con nadie, sino ir adonde te digan. їLo entiendes?

Vete...

Se detuvo y se devanу el cerebro pensando. їQuй amigos quedaban que pudiesen serle ъtiles? ЎAh, la seсora Elsing! Aunque no simpatizara mucho con ella, sentнa gran afecto por Melanie.

—Vete a casa de la seсora Elsing, explнcaselo todo bien, y dile que haga el favor de acudir. Y ahora, Prissy, escъchame. El niсo de la seсorita Melanie estб a punto de llegar y puede que hagas falta de un momento a otro. Asн que date prisa y vuelve en seguida.

—Sн seсora —repuso Prissy, bajando y poniйndose en marcha a paso de tortuga.

—ЎDe prisa!

—Sн, seсora.

Prissy apresurу el paso imperceptiblemente y Scarlett volviу a entrar en la casa. Vacilу otra vez antes de subir para reunirse con Melanie. Tenнa que explicarle el motivo de que no acudiese la seсora Meade, y la noticia de que Phil estaba gravemente herido seguramente la impresionarнa desagradablemente. Dirнa una mentira cualquiera, pues...

Entrу en el aposento de Melanie y vio que el servicio del desayuno estaba intacto. Melanie yacнa acostada de lado, con la cara muy blanca.

—La seсora Meade estaba en el hospital, pero va a venir la Elsing —explicу Scarlett—. їTe sientes mal?

—No mucho —mintiу Melanie—. їCuбnto tiempo tardу tu Wade en venir al mundo?

—Muy poco —afirmу Scarlett con una calma que se hallaba lejos de sentir—. Yo estaba en el patio y apenas me dio tiempo para entrar en casa. Mamita dijo que aquella facilidad era escandalosa... que ni que yo hubiese sido una negra.

—Espero ser yo tambiйn como una negra —dijo Melanie, esbozando una sonrisa que desapareciу al punto, sustituida por una mueca de dolor.

Scarlett mirу las estrechas caderas de Melanie y dudу mucho de que el final fuera feliz; pero dijo, tranquilizadora:

—ЎBah; no es tan terrible como crees!

—Ya sй que no. Pero temo ser un poquitнn cobarde. Dime: їviene pronto la seсora Elsing?

—En seguida. Bajo a por agua fresca para lavarte. Hace mucho calor.

Dedicу el menos tiempo posible a coger el agua, saliendo a la puerta a cada instante para ver si volvнa Prissy. Pero, como no se veнa ni rastro de ella, subiу al cuarto de Melanie, le lavу el sudoroso cuerpo y peinу su negra cabellera.

Pasada una hora, sintiу en la calle un caracterнstico pisar de pies de negro, y, mirando por la ventana, distinguiу a Prissy, que volvнa lentamente, ondulando la falda como antes y moviendo afectadamente la cabeza como si se hallase ante un vasto e interesado pъblico.

«Un dнa voy a hacer pedazos a esta rapaza», pensу Scarlett con ira, bajando a toda prisa las escaleras para encontrarla.

—La seсora Elsing estб en el hospital. Van a llegar en el primer tren muchos soldados heridos. La cocinera estaba preparando la comida para llevбrsela. Y dice...

—No me importa lo que diga —repuso Scarlett, a punto de estallar—. Ponte un delantal limpio y vete a llevar una nota mнa al hospital. Se la darбs al doctor Meade, y si no estб, al doctor Jones o a otro mйdico cualquiera. Y sн esta vez no corres te desuello viva.

—Sн, seсora.

—Y pide noticias de la batalla a cualquiera de ellos. Si no saben nada, vete a la estaciуn y pregunta a los conductores del tren de heridos si se lucha en Jonesboro o cerca de allн.

—ЎDios mнo, seсora Scarlett! —exclamу Prissy, con sъbita expresiуn de terror en su negro rostro—. їNo estarбn los yanquis en Tara?

—No lo sй. Ya te digo que preguntes.

—ЎDios mнo, seсora! їEstarбn allн? їHarбn algo a mamб?

Y Prissy comenzу a gritar desesperadamente, aсadiendo un nuevo desasosiego a la inquietud que ya experimentaba Scarlett.

—ЎBasta de gritos! ЎNo vaya a oнrte la seсorita Melanie! ЎY ponte el delantal! ЎPronto!

Asн espoleada, Prissy se dirigiу apresuradamente hacia la parte posterior de la casa, mientras Scarlett garabateaba una rбpida nota en la ъltima carta de Gerald, ъltimo trozo de papel que tenнan. Al doblarla de modo que su nota saltase a la vista, distinguiу las palabras de Gerald: «Tu madre... tifus... bajo ningъn pretexto... vengas a casa. » Casi rompiу a llorar. De no ser por Melanie, hubiera vuelto a casa en aquel mismo momento, aunque le costase hacer todo el camino a pie.

Prissy saliу a la carrera, oprimiendo la carta en la mano, y Scarlett volviу con Melanie, meditando sobre una mentira plausible que explicase la ausencia de la seсora Elsing. Pero Melanie no preguntу. Yacнa de espaldas, la faz tranquila y plбcida, y su aspecto calmу a Scarlett por un rato.

Se sentу y se esforzу en hablar de cosas sin importancia; pero el pensar en Tara y en una posible victoria de los yanquis la herнa cruelmente. Imaginу a Ellen moribunda, a los yanquis entrando en Atlanta, quemбndolo todo, matando a todos. Entretanto, el lejano tronar del caсуn persistнa, invadiendo sus oнdos con olas rumorosas y estremecedoras. Finalmente le faltaron fuerzas para hablar y permaneciу mirando por la ventana la calle calurosa y tranquila y las inmуviles y polvorientas frondas de los бrboles. Melanie estaba silenciosa tambiйn, pero a intervalos el dolor contraнa su serena faz.

Despuйs de cada acceso de dolor decнa siempre: «La verdad es que no es tan grave»; pero Scarlett no ignoraba que mentнa. Y ella hubiera preferido un dolor clamoroso a aquel resignado sufrimiento. Comprendнa que era su deber compadecer a Melanie, pero no lograba sentir por ella una sola chispa de simpatнa. Su mente estaba demasiado desgarrada con su propia angustia.

En una ocasiуn mirу airadamente el rostro de la parturienta, desfigurado por el dolor, y se preguntу por quй habнa de ser precisamente ella quien estuviera con Melanie en aquel momento concreto. ЎElla, que no tenнa nada en comъn con Melanie, que la odiaba y que hubiera deseado su muerte! Pero quizбs aquel deseo quedase cumplido antes de la noche. Un frнo y supersticioso terror la invadiу al pensarlo. Desear la muerte de alguien traнa mala suerte, casi tan mala como maldecir a otro. «Al que echa maldiciones le caen en la cabeza», solнa decir Mamita. Orу, angustiada, pidiendo que no muriese, e iniciу una charla febril y trivial, casi sin darse cuenta de lo que decнa. Melanie le puso la mano en la muсeca.

—No te esfuerces en hablar, querida. Ya sй lo preocupada que estas. Siento causarte tanta molestia.

Scarlett callу, pero distaba mucho de sentirse tranquila. їQuй pasarнa si ni el doctor ni Prissy llegaban a tiempo? Se dirigiу a la ventana, mirу a la calle y volviу a sentarse de nuevo.

Pasу una hora y despuйs otra. Se acercaba el mediodнa y el sol ardoroso estaba ya muy alto. Ni un soplo de aire agitaba las hojas polvorientas. Los dolores de Melanie se hacнan mбs agudos. El sudor impregnaba su cabellera y se le pegaba el camisуn al cuerpo por muchos lugares. Scarlett secaba su rostro en silencio, sintiendo el alma roнda por el temor. ЎDios mнo, si el niсo llegara antes de aparecer el doctor! їQuй harнa? No tenнa ni la menor idea de cуmo debнa comportarse en momentos asн. Durante varias semanas habнa temido aquella emergencia.

Habнa contado con Prissy para resolver el problema, si no habнa mйdico a mano, ya que ella conocнa todo lo concerniente a la situaciуn, segъn le habнa repetido con insistencia. Pero їdуnde estaba Prissy y por quй no venнa? їPor quй no llegaba tampoco el mйdico? Se asomу de nuevo a la ventana. Volviу a prestar oнdo y se preguntу si serнa o no imaginaciуn suya la impresiуn de que el caсoneo se apagaba a lo lejos. Y si estaba mбs lejos, significaba que se combatнa mбs cerca de Jonesboro, y entonces...

Al fin, vio a Prissy que llegaba por la calle a paso rбpido; Scarlett se asomу a la ventana. Prissy mirу, vio a su ama y abriу la boca para gritar. Viendo el pбnico escrito en la menuda faz negra, y temiendo que alarmase a Melanie gritando a voz en cuello malas noticias, Scarlett se apresurу a llevarse un dedo a los labios y se retirу de la ventana.

—Voy a traer mбs agua fresca —dijo, contemplando las oscuras ojeras de Melanie y tratando de sonreнr.

Saliу a toda prisa del cuarto, despuйs de cerrar la puerta tras de sн.

Prissy, jadeante, se hallaba en el primer escalуn.

—ЎEstбn luchando en Jonesboro, seсora! Los nuestros estбn perdiendo. ЎDios mнo, seсora Scarlett! їQuй les pasarб a mamб y a Poke? їQuй nos pasarб si vienen los yanquis? ЎDios mнo!

Scarlett le puso una mano en la gimiente boca.

—ЎCбllate, por amor de Dios!

їQuй ocurrirнa si llegaban los yanquis, si entraban en Tara? Pero rechazу aquel pensamiento con energнa para ocuparse sуlo de la urgencia inmediata. Si pensaba en aquellas cosas, romperнa a gritar y llorar como Prissy. .

—їY el doctor Meade? їPor quй no ha venido?

—No lo he visto, seсora Scarlett.

—їCуmo que no?

—No estaba en el hospital. Ni la seсora Merriwether ni la Elsing. Un hombre me dijo que el doctor estaba en los vagones con los heridos que llegaban de Jonesboro; pero yo, seсora, he tenido miedo de ir adonde estбn los vagones... porque hay muchos moribundos... Me asustan los muertos...

—Pero їy los demбs mйdicos?

—ЎDios mнo, seсora! No he encontrado ni uno que leyera su nota. Todos andan corriendo por el hospital como locos. Uno me dijo: «ЎVete al diablo! No vengas hablando de niсos que nacen cuando hay aquн tantos hombres que mueren. Busca una mujer cualquiera que os ayude. » Y entonces fui a ver si encontraba quien me diera noticias de la batalla, como usted me mandу, y...

—їDices que el doctor Meade estб en la estaciуn?

—Sн, seсora. Йl...

—Ahora escъchame bien. Voy a buscarlo. Tъ, entretanto, estбte con la seсora Melanie y haz todo lo que te diga. Pero, si se te escapara una sola palabra acerca de dуnde se estб librando el combate, te vendo, tan seguro como hay Dios. Tampoco le digas que no pueden venir los demбs mйdicos. їHas comprendido?

—Sн, seсora.

—Limpнate los ojos, coge un cбntaro de agua fresca y vete arriba. Tienes que refrescar a la seсora Melanie. Dile que me he ido a buscar al doctor Meade.

—їHa llegado el momento, seсora Scarlett? —No lo sй, pero me temo que sн. Tъ lo sabrбs. Sube. Scarlett cogiу de la consola su ancho sombrero de paja y se lo puso. Se mirу al espejo y maquinalmente se arreglу algunos mechones de cabello, pero sin verse en realidad. Aunque todo su cuerpo sudaba, la acometнan helados escalofrнos que irradiaban de su interior hasta sus mejillas y hasta las puntas de los dedos. Saliу presurosa, bajo el sol ardiente, cegador, deslumbrante. Mientras bajaba de prisa por la calle Peachtree, el calor hacнa latir sus sienes con violencia. A lo lejos, en la calle, percibiу un confuso vocerнo cuya intensidad aumentaba y disminuнa. Al llegar ante la casa de los Leyden, comenzaba a jadear, a causa de lo ajustado que llevaba el talle; pero no aminorу el paso. El rumor de voces se hizo mбs intenso.

Desde la casa de los Leyden hacia Five Points, la calle presentaba una viva actividad: la actividad de un hormiguero que acaba de ser destruido. Negros de aterrorizados rostros corrнan arriba y abajo de la calle, y en los porches habнa niсos blancos que lloraban, sin que nadie los atendiese. La calle estaba llena de furgones militares y de ambulancias cargadas de heridos, asн como de coches colmados de maletas y enseres. Muchos jinetes afluнan en confusiуn por las calles laterales, camino del cuartel general de Hood. Frente a la casa de los Bonnet, vio al viejo Amos que sacudнa las riendas del caballo de sus amos y que la saludу abriendo mucho los ojos.

—їTodavнa no se va, seсora Scarlett? Nosotros ya nos marchamos. La seсora estб haciendo el equipaje. —їAdonde os vais?

—ЎSabe Dios! Los yanquis estбn al llegar.

Ella echу a andar, presurosa, sin despedirse siquiera. ЎLos yanquis estaban al llegar! Ante Wesley Chapel se detuvo para tomar aliento y dejar que se calmase su palpitante corazуn. Sн no se tranquilizaba, acabarнa desmayбndose. Mientras permanecнa apoyada en una farola vio subir a la carrera, por Five Points, a un oficial a caballo. En un arranque, se precipitу en medio de la calle y le hizo seсas con la mano. —ЎPбrese, haga el favor!

Йl frenу tan rбpidamente que el caballo se levantу sobe sus patas traseras. En la faz del hombre se leнan profundas muestras de la fatiga y urgencia que le acuciaban; pero, con todo, se quitу inmediatamente el sombrero gris. —їSeсora?

—Dнgame: їes cierto que los yanquis estбn al llegar? —Me temo que sн. —їLo sabe o no?

—Sн, seсora. Lo sй. Hace media hora ha llegado al Cuartel General un despacho del frente de Jonesboro.

—їDe Jonesboro? їEstб usted seguro?

—Estoy seguro. Es inъtil inventar mentiras piadosas. El mensaje era del general Hardee, y decнa: «He perdido la batalla y estoy en plena retirada. »

—ЎOh, Dios mнo!

La oscura faz de aquel hombre cansado no exteriorizу emociуn alguna. Aflojу las bridas del caballo y se calу el sombrero.

—ЎUn momento, seсor! їQuй debemos hacer?

—No puedo decirlo, seсora. El ejйrcito evacuarб Atlanta en breve.

—їNos dejan abandonados a los yanquis?

—Temo que sн.

El caballo, espoleado, saltу como impulsado por un resorte, y Scarlett quedу sola en medio de la calle, hundida hasta los tobillos en el denso polvo.

Los yanquis llegaban, el ejйrcito partнa, los yanquis llegaban... їQuй debнa hacer? їHuir? No, no podнa huir. Allн estaba Melanie, en cama, aguardando la llegada de su hijo. їPor quй tendrнan hijos las mujeres? Si no fuese por Melanie, ella, con Wade y Prissy, se esconderнan en los bosques y los yanquis no los encontrarнan. Pero no podнa llevarse a Melanie a los bosques. Ahora no. Si hubiese tenido su hijo antes, incluso el dнa precedente, acaso habrнan podido montar en una ambulancia, salir de la ciudad y esconderse en cualquier sitio. Pero ahora... Ahora debнa encontrar al doctor Meade y volver a casa con йl. Acaso йl apresurara el nacimiento del niсo. Se recogiу las faldas y corriу calle abajo; sus pies se movнan al ritmo de la frase que repetнa en su mente: «Los yanquis llegan, los yanquis llegan. »

Five Points rebosaba de gente que miraba de un lado a otro con extraviados ojos, asн como de furgones, ambulancias, carretas de bueyes, carros cargados de heridos. Surgнa de la multitud un sordo rumor, semejante al romper del mar en la orilla.

Un extraсo espectбculo impresionу sus ojos. Muchas mujeres llegaban del ferrocarril cargadas con jamones. A su lado se apresuraban niсos pequeсos tambaleбndose bajo el peso de grandes recipientes de melaza. Numerosos muchachos llevaban sacos de patatas o trigo. Un viejo transportaba un pequeсo barril de harina en un carro de mano. Hombres, mujeres y niсos, blancos y negros, todos con la faz congestionada, se apresuraban por la calle cargados con sacos, paquetes y cajones de vнveres, mбs vнveres que cuantos ella habнa podido ver en un aсo. La muchedumbre abriу pronto camino dando paso a un coche. Era una victoria sobre cuyo pescante iba la elegante y delicada seсora Elsing, con las riendas en una mano y el lбtigo en la otra. Tenнa muy pбlido el rostro y sus largos cabellos grises pendнan, despeinados, sobre la espalda, mientras fustigaba al caballo como una furia. En el asiento posterior del coche iba Melissy, su mamita negra, que aferraba un grasiento trozo de tocino con una mano, mientras con la otra y con los pies procuraba sujetar las cajas y maletas apiladas a su alrededor. Un saco de guisantes secos se habнa reventado y el contenido se derramaba por la calle. Scarlett llamу a gritos a la Elsing, pero el vocerнo de la muchedumbre apagу su voz y el coche continuу su loca carrera.

Durante un momento no pudo comprender lo que todo aquello significaba. Luego, acordбndose de que los depуsitos de intendencia estaban prуximos al ferrocarril, imaginу que el Ejйrcito debнa haberlos abierto al pueblo para que йste salvase lo que pudiera antes de que llegaran los yanquis.

Se abriу camino vivamente a travйs de la gente, adelantу a la cargada e histйrica multitud que se aglomeraba en Five Points y corriу tan de prisa como pudo hacia la estaciуn. En medio de las ambulancias en confusiуn, entre nubes de polvo, vio mйdicos y camilleros inclinбndose, levantando cuerpos, apresurбndose. ЎGracias a Dios que iba a encontrar en breve al doctor Meade! Pero al doblar la esquina del hotel Atlanta, pudo ver por completo la estaciуn y las vнas, y se sintiу anonadada.

Bajo el sol implacable, tendidos hombro con hombro, o cabeza con pies, yacнan cientos de hombres heridos, sobre los rieles, sobre los andenes, en interminables filas bajo las cocheras. Muchos estaban rнgidos y silenciosos, pero otros muchos se retorcнan, gimientes, bajo el ardoroso sol. Por doquier, enjambres de moscas cubrнan a los hombres, zumbando y rozando sus rostros. Por todas partes habнa sangre, vendajes sucios, gemidos, blasfemias de dolor, mientras los camilleros transportaban hombres. Un olor revuelto de sangre, sudor, excementos y cuerpos sucios se alzaba en el aire caluroso, produciendo una fetidez que despertу nбuseas en Scarlett. Los hombres encargados de las ambulancias se apresuraban de un lado a otro, entre las postradas y patйticas figuras de los heridos, y con frecuencia cargaban con algunos que sacaban de las apretadas filas, mientras los demбs los contemplaban fijamente, esperando que llegase su turno.

Ella retrocediу y se llevу la mano a la boca, sintiendo ganas de vomitar. Era horrible. Habнa visto heridos en los hospitales, asн como en el jardнn de tнa Pitty despuйs del combate de Peachtree Creek, pero nada como esto. Nada como aquellos cuerpos hediondos y ensangrentados expuestos al sol abrasador. ЎAquello era un infierno de ruidos, hedores, dolor y prisa! ЎSobre todo prisa! ЎLos yanquis llegaban...!

Con enйrgica resoluciуn avanzу entre los heridos, tratando de distinguir entre las figuras en pie la del doctor Meade. Pero no podнa buscarlo con la vista, porque, de no andar muy cuidadosamente, se exponнa a pisotear a algъn pobre soldado. Se recogiу las faldas y procurу caminar, entre ellos, hacia un grupo de hombres que daban уrdenes a los enfermeros.

Mientras andaba, febriles manos asнan su vestido y voces angustiadas suplicaban.

—ЎAgua, seсora! ЎAgua, seсora! ЎPor amor de Dios, agua!

El sudor le corrнa a torrentes por el rostro mientras procuraba desasir su falda de aquellas manos convulsas. Temнa desmayarse si pisaba a alguno de aquellos hombres. Anduvo entre muertos, entre hombres que crispaban sus manos sobre sus cuerpos lleno de sangre coagulada, hombres con los uniformes acribillados y por entre cuyas barbas, rнgidas por la sangre seca, surgнan de sus mandнbulas rotas sonidos inarticulados que sin duda significaban:

—ЎAgua, agua!

Sн no encontraba pronto al doctor Meade, acabarнa sufriendo un ataque de nervios. Mirу hacia el grupo de hombres que estaban bajo la marquesina, y gritу, tan fuerte como pudo:

—ЎDoctor Meade! їEstб ahн el doctor Meade?

Un hombre se separу del grupo y la mirу. Era el doctor. Iba en chaqueta y arremangado. Tenнa el pantalуn y la camisa enrojecidos como los de un carnicero, y hasta en la punta de su barba gris de tonos metбlicos habнa sangre. Su rostro parecнa el de un hombre borracho de ira impotente, de fatiga y de ardiente compasiуn. Sobre su rostro, sucio y cubierto de polvo, el sudor describнa largos surcos. Pero su voz sonaba tranquila y resuelta cuando hablу a Scarlett.

—ЎGracias a Dios que llega usted! Todas las manos nos son ъtiles. Ella, por un instante, lo mirу turbada, soltando las faldas, que fueron a caer sobre el rostro de un herido, quien se esforzу dйbilmente en librar su cara de aquel torbellino de tela. їQuй querнa decir el doctor? El polvo de las ambulancias cubrнa su faz, abrasбndola, y el hedor colmaba sus narices como un lнquido asqueroso. —ЎDe prisa, niсa! ЎVenga!

Volviу a recogerse las faldas y se acercу a йl, tan de prisa como pudo, entre los montones de heridos. Puso una mano en el brazo del doctor y lo sintiу tembloroso de cansancio, aunque su rostro no mostrase signos de debilidad.



  

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