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TERCERA PARTE 5 страница



Scarlett, turbada, guardу silencio, porque el estado de Melanie no era como para discutirlo con un hombre. Y la turbaba mбs aъn que Rhett supiera que ello era peligroso para Melanie. Semejante conocimiento no estaba bien en un soltero.

—Es usted muy poco galante al no pensar que tambiйn para mн puede ser peligroso —dijo con acritud.

Los ojos de йl se entornaron y volvieron a abrirse.

—Yo la defenderй de los yanquis si es necesario.

—No estoy muy segura de que eso sea una galanterнa —dijo ella, indecisa.

—No lo es —repuso йl—. їCuбndo dejarб usted de buscar galanterнas hasta en las mбs insignificantes frases de los hombres?

—Cuando estй en mi lecho de muerte —contestу ella, sonriendo y pensando que siempre habrнa hombres que le dirigiesen cumplidos aunque Rhett no lo hiciera.

—Vanidad, pura vanidad —dijo йl—. Pero al menos tiene usted la franqueza de confesarlo.

Sacу su cigarrera, extrajo un cigarro negro y lo aplicу a su nariz por un momento. Luego encendiу una cerilla, apoyу la espalda en una pilastra, cruzу las manos sobre las rodillas y fumу un rato en silencio. El ruiseсor que anidaba entre las madreselvas despertу de su sueсo y emitiу una nota tнmida y fluida. Y luego, como si se lo hubiera pensado mejor, volviу a guardar silencio.

Rhett, en la sombra del pуrtico, riу de improviso con acento bajo y suave.

—їDe modo que se ha quedado con la esposa de Wilkes? Йsa es la mбs extraсa situaciуn en que la he encontrado jamбs.

—No veo en ello nada de extraсo —repuso Scarlett, sintiйndose inquieta y poniйndose en guardia.

—їNo? En ese caso se sitъa usted en un punto de vista muy impersonal. Mi impresiуn hasta ahora era que usted no podнa soportar a la seсora Wilkes. La juzgaba usted una estъpida y sus patriуticas opiniones la enojaban. Rara vez desaprovechaba la oportunidad de deslizar algъn comentario molesto para ella. Y por eso me parece extraсo que haya optado usted por una actitud tan altruista y se haya quedado aquн durante el bombardeo. їPor quй ha obrado asн?

—Porque es la hermana de Charles y una verdadera hermana para mн —contestу Scarlett con tanta gravedad como pudo, aunque sintiу que se le coloreaban las mejillas.

—Quiere usted decir, mбs bien, que porque es la viuda de Ashley Wilkes.

Scarlett se incorporу rбpidamente, esforzбndose en reprimir su enojo.

—Casi estaba a punto de perdonarle su grosero comportamiento anterior, pero ya veo que es imposible. No debн permitirle quedarse en la terraza, y si no fuera por lo abatida que me sentнa...

—Vamos, siйntese otra vez y alнsese el cabello —dijo йl, cambiando de tono. Se acercу a ella y tomбndola de la mano la hizo sentar—. їPor quй ese abatimiento?

—Hoy he tenido carta de Tara. Los yanquis andan cerca de casa y mi hermana pequeсa estб enferma de tifus... y ahora, aunque yo pudiera volver a casa, mamб no me dejarнa, por temor a que me contagiase. ЎY con las ganas que tengo de volver a casa, Dios mнo!

—Ea, no llore —dijo йl, con voz mбs cariсosa todavнa—. Estб mucho mбs segura en Atlanta, aun suponiendo que los yanquis la ocuparan, que en Tara. Los yanquis no le harбn nada y el tifus sн.

—ЎQue no me harбn nada los yanquis! їCуmo puede usted mentir de ese modo?

—Los yanquis, hija mнa, no son demonios. No tienen cuernos ni rabo, como usted parece pensar. Son tan buenos como los meridionales... aunque con peores modales, desde luego, y con un acento espantoso.

—їPero los yanquis no...?

—їNo abusarнan de usted? No lo creo. Aunque supongo que no les faltarнan ganas.

—Si sigue hablando tan groseramente, me meto en casa —exclamу ella, agradeciendo a Dios que la sombra ocultase el rubor de su faz.

—Sйame franca. їNo era eso lo que estaba pensando?

—ЎPor supuesto que no!

—ЎYa lo creo que sн! Es inъtil que intente ocultarme sus pensamientos, ya que eso es lo que piensan ahora todas nuestras bien educadas y puras mujeres del Sur. Esa idea no sale jamбs de su mente. Apuesto a que hasta las graves matronas como la seсora Merriwether...

Scarlett guardу silencio, recordando que en aquellos dнas dondequiera que se reunieran dos o mбs mujeres casadas cuchicheaban a propуsito de tales sucesos, que siempre se daban por acontecidos en Virginia, Luisiana o Tennessee, nunca cerca de Atlanta. Los yanquis abusaban de las mujeres, atravesaban a bayonetazos el vientre de los niсos y prendнan fuego a las casas para que se desplomasen sobre las cabezas de los viejos. Todos sabнan que tales cosas eran ciertas aunque nadie andarб gritбndolo por las esquinas. Si Rhett tuviese algo de decencia, debнa saber que ello era cierto y no mencionarlo. No era cosa para tomarla a risa.

Le sintiу ahogar una carcajada. A veces aquel hombre era abominable. En realidad, lo era casi siempre. Resultaba intolerable que un nombre supiese lo que las mujeres pensaban y hablase de ello. Eso ponнa a las jуvenes en una situaciуn tan violenta como si se hallasen desnudas a la vista de los demбs. Ningъn hombre podнa saber tales cosas de mujeres honradas. Le indignaba que йl leyera sus pensamientos. Le agradaba considerarse un ser misterioso para los hombres, y era obvio que para Rhett resultaba tan transparente como el cristal.

—A propуsito de esto —continuу йl—, їtiene usted alguna acompaсante en casa? їLa inefable seсora Merriwether o la seсora Meade? Ambas me miran siempre como si supiesen que no vengo con buenos propуsitos.

—La seсora Meade suele venir todas las noches —repuso Scarlett, contenta de cambiar de conversaciуn—. Pero hoy no viene porque tiene en casa a su hijo Phil.

—Es una suerte —dijo йl suavemente— encontrarla sola. En su voz habнa algo que acelerу agradablemente los latidos del corazуn de Scarlett, Sintiу que su rostro enrojecнa. Habнa oнdo un acento semejante en los hombres lo bastante a menudo para saber que presagiaba una declaraciуn de amor. ЎQuй divertido! Si йl le decнa que la amaba, Ўcuбnto le atormentarнa ella y cуmo se vengarнa de todas las sarcбsticas observaciones que йl le habнa dirigido en los ъltimos tres aсos! Le darнa una lecciуn tal que borrarнa para siempre la humillaciуn de aquel dнa en que йl fue testigo de su querella con Ashley. Y luego le dirнa dulcemente que sуlo podнa ser una hermana para йl y se retirarнa con todos los honores de la guerra. Riу nerviosamente saboreando de antemano aquella victoria. —No se rнa —dijo йl.

Y cogiendo su mano la volviу y depositу un beso en su palma. Al contacto de sus labios cбlidos, algo vital, elйctrico, se transmitiу de йl a ella, algo que acariciaba y estremecнa todo su cuerpo. Los labios de Rhett buscaron la muсeca de la joven y ella comprendiу que йl notarнa el aceleramiento de los latidos de su corazуn, y procurу retirar la mano. No habнa contado con esto, con el traidor impulso que al contacto de la boca de Rhett le hacнa desear sentirla sobre la suya y acariciar con la mano los cabellos de йl.

No lo amaba, se dijo confusamente. Amaba a Ashley. Pero їcуmo explicar aquella sensaciуn que hacнa temblar sus manos y ponнa un nudo en su estуmago? El riу quedamente. —No se retire. їLe hago daсo?

—їDaсo? ЎNo le temo a usted, Rehtt Butler, ni a ninguno como usted! —gritу ella, furiosa al notar que su voz temblaba tanto como sus manos.

—ЎAdmirables sentimientos! Pero baje la voz. Podrнa oнrla su cuсada. Y tranquilнcese. —El tono de su voz parecнa delatar cuбnto le complacнa la ira de Scarlett—. Dнgame, їno es verdad que le gusto?

Esto se asemejaba mбs a lo que ella esperaba.

—Algunas veces —repuso, prudente—. Cuando no se comporta como un sinvergьenza.

Йl riу de nuevo y apoyу la palma de la mano de la joven en su recia mejilla.

—Creo que si le gusto es precisamente por ser como soy. Ha conocido usted tan pocos hombres desvergonzados en su apacible vida que el hecho de que yo lo sea, y me diferencie de los demбs, es lo que le hace encontrarme agradable.

No era йsa la conversaciуn que ella esperaba. Se esforzу en liberar su mano sin conseguirlo.

—ЎNo es verdad! Me gustan los hombres amables..., los hombres en cuya caballerosidad se puede confiar siempre.

—Quiere usted decir que le gustan aquellos a quienes puede meter en un puсo. Pero no importa. Es cuestiуn de definiciones.

Volviу a besarle la palma de la mano y ella sintiу de nuevo escalofrнos a lo largo de la espina dorsal, hasta el cuello.

—El caso es que le gusto. їNo llegarнa usted a amarme, Scarlett? «ЎAh! —pensу ella, triunfante—. ЎAl fin se entrega! » Y contestу con estudiada frialdad:

—Desde luego, no. Es decir..., a menos que rectificase su modo de ser.

—No tengo la menor intenciуn de rectificar. їDe modo que no llegarнa usted a amarme? Es lo que yo esperaba. Porque mientras me guste usted inmensamente no la amarй. Y vale mбs, porque serнa trбgico para usted sufrir dos veces de un amor mal correspondido. їNo es asн, querida? їPuedo llamarla querida, seсora Hamilton? Por supuesto, la llamarй querida, acceda usted o no; pero no estб de mбs guardar las apariencias.

—їDe modo que no me ama?

—No. їCreнa usted que sн?

—ЎPodнa ser un poco menos presuntuoso!

—ЎLo creнa usted! ЎPobres esperanzas disipadas! Debнa amarla, porque es usted encantadora e inteligente, con todas las demбs cualidades inъtiles que quiera usted agregar. Pero hay muchas mujeres encantadoras y con cualidades tan inъtiles como las suyas. No, no la amo. Pero me gusta usted inmensamente, por la elasticidad de su conciencia, por el egoнsmo que rara vez se molesta en ocultar y por el astuto positivismo que ha heredado usted, segъn me figuro, de algъn labriego irlandйs, cercano antecesor suyo...

ЎLabriego! ЎLa estaba insultando! Tratу de decir algo, pero apenas Pudo emitir un balbuceo.

—No me interrumpa —continuу йl, acariciбndole la mano—. Me gusta usted porque yo tengo las mismas caracterнsticas y es natural que busque a quien se me parezca. Ya veo que usted conserva en su memoria el recuerdo del bendito y testarudo Wilkes, que probablemente duerme hace seis meses en su tumba. Pero en su corazуn debe quedar lugar tambiйn para mн. ЎNo se agite tanto! Estoy declarбndome a usted. La he deseado desde que fijй por primera vez la vista en usted, en la casa de Doce Robles, mientras se ocupaba usted en fascinar al pobre Charlie Hamilton. La deseo mбs que he deseado jamбs a una mujer. Y he esperado mбs por usted que por ninguna otra.

Aquellas ъltimas palabras causaron tal sorpresa a Scarlett que incluso le cortaron la respiraciуn. Pese a sus insultos, йl la amaba; pero tenнa un espнritu tan contradictorio que no declaraba abiertamente su sentimiento, dejбndolo adivinar entre sus palabras por temor a que ella se burlase de йl. ЎElla le enseсarнa y sin pйrdida de tiempo!

—їMe estб haciendo una proposiciуn matrimonial?

Rhett soltу la mano de Scarlett y riу tan estruendosamente que ella, desasosegada, se echу hacia atrбs en su asiento.

—ЎDios mнo, no! їNo le he dicho ya que no soy de los que se casan?

—Pero..., pero entonces...

El se puso en pie, se llevу la mano al corazуn e hizo una burlesca reverencia.

—Querida —repuso con tranquilo acento—, hago un elogio a su inteligencia al rogarle que sea mi amante sin haberla seducido previamente.

—ЎSu amante!

La mente de Scarlett repitiу la palabra, la repitiу diciйndose que habнa sido vilmente insultada. Pero en la primera impresiуn del momento no se sintiу ofendida. Sуlo la invadiу una furiosa indignaciуn contra el hecho de que йl pudiese juzgarla tan estъpida. Sin duda la consideraba una estъpida cuando le hacнa semejante proposiciуn en vez de solicitar su mano, como ella esperaba. La rabia, la vanidad herida, el disgusto, produjeron una viva confusiуn en su mente. Y, antes de que hubiese podido pensar siquiera en las razones de elevada moral con que hubiera podido reconvenirle, se encontrу lanzбndole las primeras palabras que le acudieron a los labios:

—ЎSu amante! їY quй sacarнa de ello aparte de un montуn de crios?

Y, apenas comprendiу lo que acababa de decir, abriу la boca, horrorizada. El riу hasta desternillarse, tratando a la vez de contemplarla en las sombras, anonadada, con el paсuelo sobre la boca...

—ЎPor eso me agrada usted! Es usted la ъnica mujer franca que conozco, la ъnica que mira el lado prбctico de las cosas sin andarse con rodeos sobre la moralidad y el pecado. Otra mujer se habrнa desmayado primero, para ponerme, despuйs, en la puerta de la calle.

Scarlett se irguiу, roja de vergьenza. їCуmo podнa haber dicho tal cosa? їCуmo podнa ella, hija de Ellen, con una educaciуn tan esmerada, haber oнdo tan groseras palabras y contestado a ellas tan desvergonzadamente? Deberнa haber gritado. Deberнa haberse desmayado. Deberнa haberse vuelto, en un frнo silencio, y salido del porche. ЎPero ahora era demasiado tarde!

—ЎY le pondrй en la puerta! —gritу, sin cuidarse de que Melanie o la seсora Meade, que vivнa tan cerca, pudiesen oнrla—. ЎSalga inmediatamente! їCуmo se atreve a decirme semejantes cosas? їQuй he hecho nunca para animarle, para llevarle a suponer...? Salga y no vuelva mбs. Se lo digo de veras. No vuelva con papelitos de horquillas ni con cintajos creyendo que asн le perdonarй. Yo..., yo se lo dirй a mi padre y йl le matarб...

Rhett cogiу el sombrero y se inclinу. Ella vio a la luz de la lampara que sus dientes mostraban una sonrisa bajo el bigote. No estaba avergonzado, le divertнan las palabras de Scarlett y la contemplaba con atento interйs.

ЎEra abominable! Scarlett girу sobre sus talones y se dirigiу hacia la casa. Tratу de cerrar la puerta dando un portazo, pero el gancho que la sujetaba era demasiado pesado para ella. Se esforzу, jadeante, en mover el batiente.

—їQuiere que la ayude? —preguntу йl.

Segura de que sus venas estallarнan sн permanecнa allн un minuto mбs, Scarlett corriу escaleras arriba. Y ya en el piso alto sintiу que Rhett, amable, cerraba la puerta que ella dejara abierta.

Cuando los calurosos y agitados dнas de agosto llegaban a su fin, el bombardeo cesу repentinamente. Cayу sobre la ciudad una impresionante quietud. Los vecinos se juntaban en las calles y se miraban unos a otros, indecisos e inquietos, como preguntбndose el motivo de aquella interrupciуn. La calma, tras aquellos ruidosos dнas, no aliviaba los excitados nervios, antes bien los sobresaltaba mбs. Nadie sabнa por quй las baterнas permanecнan mudas, y no se tenнan otras noticias de las tropas sino que habнan sido retiradas en gran nъmero de los parapetos que rodeaban la ciudad y marchaban hacia el sur para defender el ferrocarril. Nadie sabнa dуnde se luchaba ahora, en caso de que se luchara, ni cуmo transcurrнa la batalla, si es que la habнa.

Sуlo se disponнa de las noticias que circulaban de boca en boca. Faltos de papel, de tinta y de hombres, los periуdicos habнan suspendido su publicaciуn desde el principio del sitio y los mбs disparatados rumores, nacidos no se sabнa dуnde, llenaban la ciudad. Ahora, en la angustiosa calma, la muchedumbre se apiсaba ante el cuartel general de Hood, ante las oficinas de telйgrafos y en la estaciуn, esperando informes, informes favorables, ya que todos confiaban en que el silencio de los caсones de Sherman significase que los yanquis estaban en plena retirada y que los confederados los perseguнan por el camino de Dalton. Pero no llegaban noticias. Los hilos telegrбficos callaban, no venнan trenes por la ъnica lнnea que se poseнa y el servicio de correos se hallaba interrumpido.

Aquel final de verano, caluroso, polvoriento, sofocante, aсadнa su seco ahogo a la angustia de los cansados corazones. Scarlett procuraba conservar un semblante sereno, pero anhelaba noticias de Tara y le parecнa que hacнa una eternidad que habнa comenzado el sitio. Era como si siempre hubiese vivido con el tronar del caсуn en sus oнdos hasta que sobrevino aquella siniestra quietud. Sin embargo, sуlo hacнa treinta dнas que comenzara el asedio. ЎTreinta dнas de sitio! La ciudad rodeada de trincheras de tierra rojiza, el monуtono, incansable fragor de las baterнas, las largas filas de ambulancias y carretas de bueyes que se dirigнan a los hospitales goteando sangre sobre el polvo, las brigadas de sepultureros, abrumados de trabajo, constantemente atareados en enterrar hombres apenas frнos, arrojбndolos de cualquier modo en inacabables hileras de fosas a flor de tierra. ЎSуlo treinta dнas!

ЎY sуlo cuatro meses desde que los yanquis avanzaran hacia el sur de Dalton! ЎSуlo cuatro meses! A Scarlett, le parecнa, mirando hacia atrбs y evocando aquel remoto dнa, que esto habнa sucedido en otra vida. ЎOh, no! No podнa hacer cuatro meses. ЎTenнa que haber transcurrido toda una vida!

Hasta cuatro meses atrбs, Dalton, Resaca y los Montes Kennesaw sуlo eran para ella nombres de estaciones de ferrocarril. Ahora significaban batallas desesperadas, batallas libradas en vano mientras Johnston retrocedнa hacia Atlanta. Y ahora Peachtree Creek, Decatur, Ezra Church y Utoy Creek no eran ya bonitos nombres de bonitos lugares. Nunca volverнa a pensar en ellos como alegres lugares llenos de acogedores amigos, como verdes parajes donde se merendaba con arrogantes oficiales, sentados en las tiernas mбrgenes de lentos arroyos. Aquellos nombres significaban tambiйn combates y las verdes hierbas donde ella se sentara habнan sido holladas y ajadas por las ruedas de los caсones, pisoteadas por frenйticos pies cuando las bayonetas se enzarzaban con otras bayonetas, sembrando el cйsped de cuerpos moribundos... Los perezosos arroyos se teснan ahora de un rojo que no podнa deberse a la tierra rojiza de Georgia. Se decнa que Peachtree Creek se habнa vuelto de color carmesн despuйs de que los yanquis lo cruzaran. ЎPeachtree Creek, Decatur, Ezra Church, Utoy Creek! No volverнan a ser jamбs nombres de lugares. Eran nombres de tumbas donde estaban enterrados amigos suyos, nombres de espesas arboledas y de breсales donde yacнan cuerpos insepultos, nombres de los cuatro extremos de Atlanta cuyo paso intentara forzar Sherman y donde los hombres de Hood se habнan batido, rechazбndole.

Llegaron, al fin, noticias del sur a la acongojada ciudad, y tales noticias eran alarmantes, sobre todo para Scarlett. De nuevo el general Sherman atacaba el cuarto lado de la poblaciуn, procurando otra vez cortar el ferrocarril de Jonesboro. Los yanquis se colocaban allн en gran nъmero y ya no se libraban meras escaramuzas entre destacamentos de jinetes, sino que las tropas yanquis atacaban en masa. Y millares de soldados confederados habнan sido retirados de las lнneas que circundaban la ciudad para lanzarlos contra el enemigo. Esto explicaba el repentino silencio.

«їPor quй atacan Jonesboro? —pensaba Scarlett, sintiendo aterrorizarse su corazуn al recordar la cercanнa de Tara al frente—. їPor quй ha de ser siempre Jonesboro? їNo tienen otro sitio por donde atacar el ferrocarril? »

Llevaba una semana sin noticias de su casa, y la ъltima breve nota de Gerald habнa aumentado sus temores. Carreen habнa empeorado y estaba mal, muy mal. Ahora podнan pasar dнas antes de que llegasen nuevos mensajeros y Scarlett pudiera saber si su hermana vivнa o habнa muerto. ЎOh, si ella hubiese ido a Tara al empezar el sitio, dejando de pensar en Melanie!

Se luchaba en Jonesboro y esto Atlanta lo sabнa muy bien; pero se ignoraba cуmo transcurrнa la lucha y los mбs locos rumores torturaban a la poblaciуn. Finalmente llegу un emisario de Jonesboro con la alentadora noticia de que los yanquis habнan sido rechazados. Pero antes de retirarse hicieron una incursiуn en Jonesboro, quemaron la estaciуn, cortaron el telйgrafo y levantaron kilуmetros de vнa fйrrea. Los ingenieros trabajaban como desesperados reparando la lнnea, cosa que costaba mucho trabajo, porque los yanquis habнan arrojado en grandes hogueras las traviesas de madera y los rieles, hasta que йstos estuvieron al rojo vivo. Entonces los torcieron y los arrollaron en torno a los postes del telйgrafo, que parecнan, asн, gigantescos sacacorchos. Y en aquel tiempo era muy difнcil reemplazar los rieles o cualquier otra cosa de hierro.

Pero los yanquis no habнan llegado a Tara. El mismo emisario que llevaba los despachos al general Hood tranquilizу a Scarlett al respecto. Cuando se dirigнa a Atlanta habнa encontrado en Jonesboro a Gerald, y йste le habнa pedido que entregara una carta a su hija.

їQuй harнa papб en Jonesboro? El joven emisario pareciу turbado, y al fin contestу que Gerald estaba en Jonesboro buscando un mйdico militar para llevarlo a Tara.

Scarlett, bajo el porche inundado de radiante sol, dio las gracias al mensajero. Se le doblaron las piernas. Carreen debнa de estar moribunda cuando ya no bastaban los remedios de Ellen, y Gerald habнa de buscar un doctor. Mientras el emisario desaparecнa entre una nubecilla de polvo rojizo, Scarlett abriу la misiva de su padre, con temblorosos dedos. El papel escaseaba tanto en la Confederaciуn que Gerald habнa utilizado para escribir a su hija una carta que йsta le dirigiera antes, aprovechando los huecos entre las lнneas, lo que dificultaba mucho la lectura.

«Querida hija: Mamб y tus dos hermanas tienen el tifus. Estбn muy graves; pero debemos confiar en que suceda lo mejor. Mamб, al tener que meterse en cama, me ha pedido que te escribiera para que no vengas por ningъn concepto, exponiйndote y exponiendo a Wade al contagio. Te envнa su cariсo y te pide que ruegues por ella. »

«ЎRogar por ella! » Scarlett subiу las escaleras corriendo, entrу en su alcoba, se arrodillу junto al lecho y orу como nunca lo habнa hecho antes. Nada de rosarios de rutina, sino una repeticiуn continua de las mismas palabras: «ЎMadre de Dios, no permitas que muera! ЎSerй muy buena si ella vive! ЎHaz que no muera, te lo ruego! »

Durante la siguiente semana, Scarlett vagу por la casa como un animal herido, esperando noticias, estremeciйndose cada vez que sentнa los cascos de un caballo, precipitбndose al piso inferior por la oscura escalera cuando, durante las noches, los soldados iban a llamarla la puerta. Pero sin noticias de Tara. Parecнa que entre ella y su hogar hubiese todo un continente y no sуlo cuarenta kilуmetros de carretera polvorienta.

Los correos estaban interrumpidos y nadie sabнa quй hacнan los confederados ni quй iban a hacer los yanquis. Nadie sabнa nada, salvo que miles de soldados grises y azules estaban luchando en algъn punto entre Atlanta y Jonesboro. Ni una palabra de Tara en una semana.

Scarlett habнa visto bastantes casos de tifus en el hospital de Atlanta para saber lo que significaba una semana con aquella mortal dolencia. Acaso Ellen estuviese agonizando y ella, Scarlett, permanecнa entretanto en Atlanta con una mujer encinta a su cargo y dos ejйrcitos entre ella y su casa. ЎEllen enferma, acaso moribunda! їCуmo podнa estarlo ella, que nunca habнa enfermado? Aquella inverosнmil idea conmovнa hasta los cimientos toda la seguridad sobre la que reposaba la vida de Scarlett. Podнan enfermar todos, pero nunca Ellen. Era ella quien cuidaba de los enfermos y los aliviaba. No podнa estar enferma. Scarlett deseaba volver a casa con la frenйtica desesperaciуn de un niсo asustado que no conoce otro lugar donde poder refugiarse.

ЎSu casa! La blanca casa con ondulantes cortinas blancas en las ventanas, la espesa hierba sobre la que revoloteaban las abejas en el prado, el negrito instalado en la escalera espantando los pavos y patos que amenazaban los lechos de flores, los serenos campos rojizos y los kilуmetros de algodуn que blanqueaba bajo el sol. ЎSu casa!

ЎSi hubiese ido a casa al principio del asedio, cuando todos huнan! Incluso podнa haberse llevado a Melanie con ella, tantas semanas atrбs. «ЎMaldita Melanie! —pensaba mil veces—. їPor quй no ha ido a Macуn con tнa Pitty? Lo justo era que se fuera con sus parientes de verdad y no conmigo. Yo no soy de su sangre. їPor quй se empeсa con tanta insistencia en ser una carga para mн? Si ella hubiese partido a Macуn, yo podrнa haber ido a casa, con mamб. Y aun ahora..., aun ahora tendrнa una probabilidad de ir a casa, a pesar de los yanquis, si no fuese por ese niсo de Melanie. El general Hood es muy amable y creo que podrнa obtener de йl una escolta para pasar a travйs de las lнneas. ЎPero tengo que esperar a ese niсo! ЎOh, madre, madre! ЎNo mueras! їPor quй no llega de una vez ese chiquillo? Voy a ver hoy al doctor Meade para preguntarle si hay algъn medio de acelerar el parto, para que yo pueda irme a casa... si consigo una escolta... El doctor Meade dice que mi cuсada va a pasar un mal rato. ЎDios mнo! їY si se muere? ЎMelanie muerta! ЎMuerta! Y Ashley... No, no debo pensar en eso; no estб bien... Pero Ashley... No, es inъtil pensar en eso porque probablemente ha muerto tambiйn. Y me hizo prometer que me ocuparнa de Melanie... Sуlo que si yo no la cuido y ella se muere y Ashley vive todavнa... No, no debo pensar en eso. Es pecado. Y he prometido a Dios ser buena ahora, si Йl hace que no muera mi madre. ЎSi al menos llegase pronto el niсo! ЎSi yo pudiera salir de aquн, irme a casa, estar en cualquier sitio menos aquн...! »

Scarlett odiaba la ciudad, ahora ominosamente tranquila, que antes amara tanto. Atlanta no era el lugar de alocada alegrнa que antaсo le encantara. Era un sitio odioso, semejante a una ciudad apestada, tan quieta, tan horriblemente quieta despuйs del estruendo del sitio. Antes habнa cierto interйs en el fragor y el peligro del caсoneo. Pero sуlo quedaba horror en la calma que lo siguiу. La ciudad parecнa embrujada por el terror, la incertidumbre y el recuerdo. Los rostros de la gente estaban contraнdos y en los de los soldados Scarlett veнa una expresiуn anбloga a la de corredores esforzбndose en el ъltimo tramo de una carrera que ya consideran perdida.

Llegу el ъltimo dнa de agosto y con йl firmes rumores de que la batalla mбs dura despuйs de la de Atlanta estaba desarrollбndose en un lugar cercano, al sur. Atlanta, en espera de noticias del desarrollo de la lucha, procuraba reнr y bromear. Todos comprendнan ahora lo que sabнan los soldados dos semanas atrбs: que Atlanta defendнa su ъltimo baluarte; que si se perdнa el ferrocarril, Atlanta estaba perdida.

La maсana del uno de septiembre, Scarlett despertу con una angustiosa impresiуn de terror, un terror que habнa anidado en ella la noche antes, al acostarse. Pensу, aъn soсolienta: «їQuй era lo que me inquietaba cuando me acostй anoche? ЎAh, ya: la batalla! Habнa una batalla ayer, no sй dуnde. їQuiйn ganarб? » Se sentу apresuradamente en el lecho, restregбndose los ojos, y su abrumado corazуn sintiу de nuevo todo el peso de la inquietud del dнa anterior.

Incluso en aquella temprana hora matutina, el calor era ya sofocante y prometнa un mediodнa de deslumbrante cielo azul y de implacable sol. La calle estaba silenciosa. Ningъn carro la recorrнa. Ninguna tropa levantaba el polvo rojizo con sus pisadas. No sonaban perezosas voces de negros en las cocinas de la vecindad, ni agradable rumor de almuerzos preparados, porque todos los vecinos, excepto las seсoras Meade y Merriwether, se habнan refugiado en Macуn. Ningъn rumor podнa venir de aquellas casas. Mбs allб, la parte comercial de la calle carecнa de movimiento tambiйn y muchos de los almacenes y tiendas estaban cerrados, mientras sus dueсos y dependientes se hallaban en las trincheras con un fusil en la mano.

Aquella calma le pareciу mбs siniestra aъn que la de las otras maсanas de la semana anterior, tan ominosamente silenciosa. Se levantу de la cama a toda prisa, sin los desperezos y encogimientos habituales, y se dirigiу a la ventana, esperando ver el rostro de algъn vecino o cualquier otra imagen alentadora. Pero la calle estaba desierta. Notу que las hojas de los бrboles eran aъn de un oscuro verdor, pero estaban secas y cubiertas de una espesa capa de polvo rojo y tambiйn observу que las abandonadas flores del jardнn estaban ajadas y marchitas. Mientras miraba por la ventana, llegу a sus oнdos un sonido lejano, dйbil y sordo como el primer distante trueno de una tormenta que se aproximara.

«Lluvia —pensу en el primer momento. Y su espнritu, campesino al fin, aсadiу—: ЎYa nos hacнa falta! —Pero, tras un instante de atenciуn, dнjose—: їLluvia? No. ЎNada de lluvia! ЎCaсonazos! »

Con el corazуn palpitante se asomу a la ventana, procurando percibir de quй lado llegaba el lejano estruendo. Pero sonaba tan remoto que, por un instante, no supo acertar. E implorу: «ЎHaz que suene por Marietta, Seсor! O por Decatur. O por Peachtree Creek. Pero no por el sur. ЎNo por el sur! » Se asiу con fuerza a la barandilla de la ventana y aguzу el oнdo. El rumor parecнa sonar mбs recio. Y venнa del sur.

ЎCaсoneo al sur! Al sur, donde estaban Jonesboro, Tara y Ellen.

ЎAcaso los yanquis estaban en Tara en aquel momento! Volviу a escuchar; pero la sangre se agolpaba en sus oнdos impidiйndole percibir el distante tronar. No, no podнan estar aъn en Jonesboro. De ser asн, el caсуn sonarнa mбs dйbil, menos claro. Pero debнan de estar al menos diecisйis kilуmetros al sur hacia Jonesboro, probablemente cerca de la pequeсa localidad de Rough and Ready. Y Jonesboro sуlo estaba diecisйis kilуmetros mбs abajo de Rough and Ready...

El caсуn al sur podнa significar el taсido fъnebre que seсalase la hora de la caнda de Atlanta. Pero para Scarlett, inquieta por su madre, luchar mбs al sur sуlo significaba luchar mбs cerca de Tara. Comenzу a pasear por la alcoba, retorciйndose las manos y pensando por primera vez en la posibilidad de una derrota de los confederados, con todo lo que eso implicaba para ella. La idea de miles de hombres de Sherman acercбndose a Tara le hizo sentir todo el horror de la guerra, algo que no habнan conseguido hasta entonces los caсonazos del sitio, que hacнan trepidar los cristales, las privaciones de ropa y alimento y las interminables hileras de moribundos. ЎEl ejйrcito de Sherman a pocos kilуmetros de Tara! Incluso si eran derrotados, cabнa que los yanquis se retirasen por el camino de Tara. Y Gerald no podrнa huir con tres mujeres enfermas.



  

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