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TERCERA PARTE 3 страницаЎDadnos un general que no se retire! ЎDadnos un general que resista y combata! Con el lejano retumbar del caсуn en los oнdos, la Milicia del Estado, a la que se llamaba «los niсos mimados de Joe Brown», y la Guardia Territorial, salieron de Atlanta para defender los puentes y pasos del rнo Chattahoochee, en la retaguardia de Johnston. El dнa era triste y gris. Mientras las fuerzas marchaban por Five Points y por la carretera de Marietta adelante, comenzу a llover. Toda la ciudad habнa acudido a verlos marchar y la gente se apiсaba bajo los soportes de madera de los toldos de las tiendas de la calle Peachtree, para despedirlos. Scarlett y Maybelle Merriwether habнan obtenido permiso para dejar el hospital e ir a despedir las tropas, ya que el tнo Henry Hamilton y el abuelo Merriwether pertenecнan a la Guardia Territorial. Se juntaron con la seсora Meade, oprimidas entre la multitud, alzadas de puntillas para ver mejor. Scarlett, aunque compartiera el universal deseo sudista de creer que las cosas marcharнan del mejor modo posible, y que todo transcurrirнa de manera conveniente y tranquilizadora, sintiу frнo en el бnimo viendo desfilar las abigarradas lнneas. Seguramente la situaciуn debнa ser desesperada cuando se llamaba a aquel tropel de viejos y chiquillos. Cierto que en las lнneas que desfilaban habнa hombres robustos y jуvenes vestidos con brillantes uniformes (muy aparatosos, de ondulantes plumas y fajas de seda) de las unidades de la Milicia, reclutados entre lo mбs selecto de la sociedad. Pero tambiйn figuraban muchos viejos y muchachillos cuyo aspecto sembrу el espanto en el бnimo de Scarlett. Habнa hombres de barba gris, de mбs edad que su padre, que se esforzaban en caminar con arrogancia al son de pнfanos y tambores, bajo la fina y penetrante lluvia. El abuelo Merriwether, que llevaba sobre el hombro la mejor manta listada de la seсora Merriwether para defenderse contra el aguacero, iba en primera fila y saludу a las muchachas con una sonrisa. Ellas agitaron sus paсuelos y le dedicaron alegres saludos; pero Maybelle oprimiendo el brazo de Scarlett, cuchicheу: —ЎPobre viejo! Un chubasco fuerte acabarб con йl. Su lumbago... El tнo Henry marchaba en la fila detrбs del abuelo Merriwether, con el cuello de su largo abrigo negro alzado hasta las orejas, dos pistolas de la guerra de Mйxico a la cintura y un saquito de viaje. A su lado caminaba su criado negro, casi tan viejo como йl, con un paraguas abierto bajo el que ambos se guarecнan. Hombro a hombro con los ancianos iban muchachos que no aparentaban mбs de diecisйis aсos. Muchos de ellos habнan dejado el colegio para unirse a las tropas y aquн y allб se veнan grupos con los uniformes de cadetes de las academias militares, ostentando las negras plumas de gallo sobre las gorras grises mojadas por la lluvia y los distintivos de lona sobre el pecho empapado. Phil Meade iba entre ellos, llevando con orgullo el sable y las pistolas de arzуn de su hermano muerto y con el sombrero audazmente ladeado. La seсora Meade se esforzу en sonreнr y saludarle hasta que pasу, y entonces apoyу la cabeza en los hombros de Scarlett, como si la abandonasen de repente las fuerzas. Muchos de ellos iban completamente inermes, pues la Confederaciуn ya no tenнa fusiles ni municiones que darles. Pero confiaban en equiparse a costa de los yanquis muertos o prisioneros. Eran numerosos los que llevaban cuchillos de monte envainados y empuсaban palos con puntas de hierro conocidos con el nombre de «picas a lo Joe Brown». Los mбs afortunados sostenнan al hombro viejos mosquetones de chispa y ostentaban cuernos de pуlvora en la cintura. Johnston habнa perdido diez mil hombres en su retirada. Necesitaba, pues, otros tantos para sustituirlos. «ЎY le enviaban aquella tropa! », pensу Scarlett, con terror. Al pasar la artillerнa, salpicando de fango a la muchedumbre, la mirada de Scarlett reparу en un negro montado en un mulo, al lado de un caсуn. Era un hombre joven, de faz terrosa. Cuando Scarlett se fijу mбs, gritу: —ЎSi es Mose! ЎMose, el de Ashley! їQuй harб aquн? —Y, abriйndose paso entre la multitud, le llamу—: ЎMose! ЎPбrate! El muchacho, al verla, tirу de las bridas, sonriу alegremente e hizo ademбnide desmontar. Un empapado sargento, dirigiйndose a йl, gritу: —ЎQuieto en la mula, muchacho, o te ato una antorcha al culo! ЎA ver si conseguimos llegar de una vez a las montaсas! Mose, indeciso, mirу al sargento y a Scarlett, que chapoteando en el fango se acercaba a las ruedas y asнa el estribo de Mose. —ЎUn momento, sargento! No te apees, Mose. їQuй haces aquн? —Ir de nuevo a la guerra, seсora Scarlett. Esta vez con el seсor John, el viejo, en vez de con el seсor Ashley. —їEl seсor Wilkes? —exclamу Scarlett, asombrada, pensando en que el seсor Wilkes tenнa cerca de setenta aсos—. їDуnde estб? —Detrбs del ъltimo caсуn, seсora Scarlett. Allн detrбs. —ЎEn marcha, muchacho! Lo siento, seсora, pero... Scarlett quedу inmуvil un momento, con el barro hasta los tobillos, mientras desfilaban los caсones. «ЎNo! —pensaba—. ЎEs demasiado viejo! ЎNo puede ser! Y ademбs le desagradaba tanto la guerra como al mismo Ashley. » Retrocediу unos pasos y observу atentamente los rostros de cuantos pasaban. Cuando llegу el ъltimo caсуn, con su avantrйn, entre gran fragor de ruedas y lanzando salpicaduras de barro, vio a Wilkes, delgado, erguido, hъmedo el cabello plateado que le caнa sobre el cuello, montando una jaquita de color rojizo que caminaba sobre el barro tan graciosamente como una princesa vestida de seda. «ЎPero si es Nelly, la yegua de la seсora Tarleton, su adorado tesoro! » Al ver a Scarlett de pie entre el fango, Wilkes tirу de las bridas, sonriendo con satisfacciуn, y desmontando se acercу a ella. —Pensaba ir a verla, Scarlett. Le traigo muchos recuerdos de su familia. Pero no he tenido tiempo. Hemos llegado esta maсana y nos vamos inmediatamente, como puede ver. —ЎOh, seсor Wilkes! —exclamу ella desesperadamente, asiendo su mano—. ЎNo se vaya! їPor quй se ha de ir? —їTambiйn usted me juzga demasiado viejo? —dijo йl con una sonrisa idйntica a la de Ashley en su arrugado rostro—. Acaso lo sea para andar, pero no para montar y disparar. La seсora Tarleton ha tenido la gentileza de dejarme su Nelly, asн que voy bien montado. Confiando que no le suceda nada a la yegua, porque si algo le pasase no me atreverнa a volver a casa y mirar a la cara a la seсora Tarleton. Nelly era el ъltimo caballo que le quedaba. —Y su risa disipу los temores de Scarlett—. Sus padres y hermanas estбn bien y le envнan muchos besos. ЎA poco viene tambiйn su padre con nosotros! —ЎPapб no! —exclamу Scarlett, aterrada—. ЎPapб no! Papб no irб a la guerra, їverdad? —No, pero se empeсaba en venir. Aunque no puede andar con su rodilla rнgida, se empeсу en acompaсarnos a caballo. Su madre accediу con la condiciуn de que fuese capaz de saltar montado la cerca del prado, ya que, segъn ella dijo, habrнa de realizar muchas cosas anбlogas en el Ejйrcito. Su padre aceptу, considerбndolo cosa fбcil, pero... їquiere usted creerlo? El caballo, al llegar al cercado, se detuvo en seco y su padre saliу despedido por encima de su cabeza. ЎNo sй cуmo no se ha roto la nuca! Usted sabe lo obstinado que es su papб. Volviу a montar y querнa intentarlo de nuevo. En resumen, Scarlett, fue lanzado de su caballo tres veces antes de que su mamб y Pbrk le metiesen en la cama. Estaba furioso y afirmaba que su madre debнa haber hablado al caballo al oнdo... No estб para prestar servicio activo, Scarlett. No se avergьence usted. Al fin y al cabo, alguien ha de quedarse en casa y recoger las cosechas para el Ejйrcito. Scarlett no sentнa vergьenza alguna, sino un vivнsimo alivio. —He mandado a India y a Honey a Macуn, con los Burr, y su padre cuidarб de Doce Robles a la vez que de Tara. Tengo que irme, hija. Permнtame besarle esa linda cara. Scarlett correspondiу al beso del anciano con un agudo dolor en el corazуn. Querнa mucho a Wilkes. Incluso habнa deseado, antaсo, ser su nuera. —Y este beso para Pittypat y йste para Melanнe —dijo йl, volviendo a besarla dos veces—. їQuй tal estб Melanie? —Bien. —ЎAh! —Y sus ojos la miraron como si contemplasen algo mбs allб de ella, lo mismo que la mirara Ashley, como si aquellos soсadores ojos grises se dirigieran a otro mundo—. Me hubiera gustado ver a mi primer nieto. Adiуs, hija. Saltу sobre Nelly y cabalgу, sombrero en mano, descubiertos a la lluvia los cabellos de plata. Scarlett se uniу a la seсora Meade y a Maybelle antes de poder comprender el sentido de aquellas ъltimas palabras. Luego la invadiу un supersticioso terror y tratу de orar. Wilkes habнa hablado de su muerte, como su hijo Ashley, y Ashley, ahora... Nunca debнa mencionarse la muerte: era tentar a la providencia. Mientras las tres mujeres regresaban al hospital bajo la lluvia, silenciosas, Scarlett rogaba: «ЎЙl no, Seсor! ЎЙl y Ashley, no! » La retirada desde Dalton a los montes Kennesaw habнa durado de primeros de mayo a mediados de junio. Cuando pasaron los dнas de junio, lluviosos y cбlidos, y Sherman fracasу en su intento de desalojar a los confederados de sus posiciones en las escarpadas laderas, la esperanza renaciу en los corazones sudistas. Todos se sentнan mбs optimistas y hablaban mбs cordialmente del general Johnston. Cuando los hъmedos dнas de junio dieron paso a un julio mбs hъmedo aъn, y los confederados, batiйndose desesperadamente en las alturas fortificadas, contuvieron el avance de Sherman, una infinita alegrнa se adueсу de Atlanta. La esperanza se subнa a las cabezas como el champaсa. ЎHurra, hurra! ЎLos rechazamos! Se declarу una epidemia de bailes y reuniones. En cuanto llegaba un grupo de hombres que venнan del frente para pasar la noche en la ciudad, se les daban comidas y habнa bailes en su honor, y las jуvenes, que estaban en proporciуn de diez a uno, halagaban a los hombres y se los disputaban para bailar con ellos. Atlanta rebosaba de visitantes, refugiados, familias de heridos hospitalizados, mujeres y madres de los combatientes de las montaсas, que deseaban hallarse cerca de ellos por si caнan heridos. Ademбs, bandadas de beldades de los distritos rurales, donde todos los hombres que quedaban tenнan menos de diecisйis aсos o mбs de sesenta, descendнan a la ciudad. Tнa Pittypat las censuraba con acritud, porque no comprendнa que pudiesen ir a Atlanta por la sola razуn de buscar marido, y semejante frivolidad la hacнa aterrorizarse de lo desquiciado que estaba el mundo. Scarlett las criticaba tambiйn. Cierto que no creнa tener que preocuparse mucho de la enconada competiciуn de las muchachas de diecisйis aсos, aunque las frescas mejillas y radiantes sonrisas de йstas pudieran hacer olvidar sus trajes vueltos dos veces y sus zapatos recompuestos, ya que las ropas de ella eran mбs lindas y nuevas que las de las demбs, gracias a las telas que Rhett Butler le habнa llevado en el ъltimo buque con que burlу el bloqueo; pero al fin y al cabo contaba ya diecinueve aсos y sabido es que los hombres tienen la costumbre de perseguir a las chiquillas jуvenes, por necias que sean. Pensaba que ser viuda y con un hijo la situaba en posiciуn de desventaja respecto a aquellas mozuelas. Pero, en aquellos agitados y vibrantes dнas, su viudez y su maternidad pesaban menos en ella de lo que pesaran antes. Entre sus deberes en el hospital durante el dнa y las reuniones de la noche, apenas le quedaba tiempo para ver a Wade. Y a veces olvidaba durante largos ratos que tenнa un hijo. En aquellas hъmedas y calurosas noches de verano, las casas de Atlanta se abrнan a los soldados defensores de la ciudad. Las grandes casas que se alineaban desde la calle Washington hasta la calle Peachtree resplandecнan y en todas ellas eran acogidos los enfangados combatientes de las trincheras. El sonido de bajos y violines y el rumor de los pies de los que bailaban se perdнan en la noche, en alas del viento. Numerosos grupos se apiсaban en torno a los pianos y las voces cantaban con energнa las tristes estrofas de Llegу tu carta, pero llegу tarde, mientras andrajosos galanes miraban significativamente a las muchachas que reнan tras sus abanicos de pluma de pavo, como pidiйndoles que no esperasen a que fuera tambiйn demasiado tarde para ellos. Y ninguna de las jуvenes esperaba, si podнa evitarlo. Impelidas por la marea de excitaciуn e histйrica alegrнa que flotaba sobre la ciudad, se precipitaban al matrimonio. Hubo, pues, muchos casamientos aquel mes, mientras Johnston rechazaba a los yanquis en Kennesaw. Bodas en que la novia aparecнa sofocada de felicidad y ataviada de cualquier manera con alhajas prestadas por una docena de amigas, y en que el novio llevaba el sable al cinto, golpeбndole los pantalones remendados. ЎCuбnta alegrнa, cuбntos bailes, cuбntas emociones! ЎHurra! Johnston contiene a los yanquis a cuarenta kilуmetros de distancia! Sн; las lнneas que rodeaban Monte Kennesaw eran inexpugnables. Despuйs de veintidуs dнas de lucha, el general Sherman se convenciу de ello al observar la enormidad de sus bajas. En vez de continuar el asalto frontal, desplegу su ejйrcito en un amplio cнrculo, como antes, tratando de situarse entre los confederados y Atlanta. De nuevo resultу afortunada la maniobra. Johnston se vio forzado a abandonar las alturas en que se batiera tan bien, para proteger su retaguardia. Habнa perdido en aquella lucha un tercio de sus hombres y el resto, extenuado, se replegу, a campo traviesa, bajo la lluvia, hacia el rнo Chattahoochee. Los confederados ahora no podнan esperar nuevos refuerzos, mientras el ferrocarril, que los yanquis dominaban, llevaba a Sherman tropas de refresco y pertrechos todos los dнas. Asн, pues, las lнneas grises retrocedieron, a travйs de los campos encharcados, hacia Atlanta. La pйrdida de las posiciones consideradas inexpugnables lanzу sobre la ciudad una nueva oleada de terror. Durante aquellos veinticinco dнas, todos se habнan asegurado unos a otros que semejante cosa no podнa suceder. ЎY habнa sucedido! Pero seguramente el general detendrнa a los yanquis al lado opuesto del rнo. Aunque bien sabнa Dios que el rнo estaba muy cerca. ЎSуlo a once kilуmetros! Entonces Sherman flanqueу de nuevo a los sudistas, vadeando el rнo aguas arriba, y las agotadas lнneas grises hubieron de cruzar el agua amarillenta con toda celeridad, volviendo a colocarse entre los invasores y Atlanta y cavando trincheras apresuradamente al norte de la ciudad, en el valle de Peachtree Creek. ЎLuchar y retroceder, luchar y retroceder! Y cada retroceso acercaba mбs a los yanquis a la poblaciуn. Peachtree Creek estaba sуlo a ocho kilуmetros. їEn quй pensaba el general? Los clamores de «ЎDadnos un hombre que resista y luche! » llegaron a Richmond. Richmond sabнa que, si se perdнa Atlanta, la guerra estaba perdida tambiйn, y, en cuanto el Ejйrcito hubo cruzado el Chattahoochee, el general Johnston fue relevado del mando y sustituido por el general Hood, uno de los comandantes de cuerpo. Entonces la ciudad respirу un poco mejor. Hood no se retirarнa. ЎNo, no harнa tal ЈOsa aquel gigantesco kentuckiano, de barba flotante y relampagueantes ojos, que tenнa la reputaciуn de un perro de presa! Sin duda lanzarнa a los yanquis al otro lado del Peachtree Creek, les harнa cruzar al otro lado del rнo y luego, paso a paso por el camino de retirada, los empujarнa hasta Dalton. No obstante, el Ejйrcito clamaba: «ЎDevolvednos a Joe! » Porque ellos habнan compartido con el viejo Joe el fatigoso repliegue de Dalton a Atlanta, y sabнan bien las dificultades que el general habнa debido superar y que ignoraba la poblaciуn civil. Sherman no esperу que Hood se aprestase al ataque. El dнa siguiente al traspaso del mando, el general yanqui cayу rбpidamente sobre la pequeсa Villa de Decatur, nueve kilуmetros mбs abajo de Atlanta, tomбndola y cortando por allн la vнa fйrrea que enlazaba Atlanta con Augusta, con Charleston, con Wilmington y con Virginia. Sherman habнa asestado a la Confederaciуn un golpe certero. Habнa llegado el momento de actuar y Atlanta exigнa acciуn a gritos. Entonces, en una tarde de julio, de sofocante calor, Atlanta vio cumplido su deseo. Hood hizo algo mбs que resistir y luchar. Asaltу a los yanquis duramente en Peachtree Creek, lanzando a sus hombres desde las trincheras contra las lнneas azules, aunque los soldados de Sherman que las guarnecнan sumaban doble nъmero que los confederados. Acongojados, rogando a Dios que el ataque de Hood hiciese retroceder a los yanquis, todos los habitantes de Atlanta escuchaban el tronar del caсуn y el crepitar de miles de fusiles que disparaban a ocho kilуmetros del centro de la ciudad, sonando tan estrepitosamente como si el tiroteo se mantuviera en la esquina. Oнan el fragor de las baterнas, veнan el humo detenerse sobre los бrboles como flotantes nubes, pero pasaron horas sin que supiesen el resultado de la batalla. Muy entrada la tarde comenzaron a llegar noticias —todas inciertas, contradictorias, amedrentadoras— que traнan los heridos caнdos al principio de la lucha. Aquellos hombres llegaban sofocбndose, aislados 0 en grupos, y los de menos gravedad sostenнan a los que cojeaban o se tambaleaban. Pronto hubo una verdadera corriente de heridos que caminaban penosamente a travйs de la ciudad hacia los hospitales, con los rostros oscurecidos, como de negros, por el polvo, el sudor y la pуlvora, con las heridas sin vendar, sangrantes, rodeados por enjambres de moscas. La casa de tнa Pitty era una de las primeras de la ciudad que alcanzaban los que venнan desde el norte, y, uno tras otro, se tambaleaban ante la verja, caнan sobre la hierba y suplicaban: —ЎAgua! Durante toda aquella ardiente tarde, tнa Pittypat y los demбs de la casa, blancos y negros, permanecieron al sol, con cubos de agua y vendas, dando agua y vendando heridas hasta que las hilas se acabaron y ya no quedaron ni sбbanas ni toallas. La tнa Pittypat, completamente olvidada de que no podнa soportar la vista de la sangre sin desmayarse, trabajу hasta que sus menudos pies, calzados en zapatos no menos menudos, se hincharon y se negaron a sostenerla. Melanie, a pesar de lo adelantada que iba en su estado, prescindiу de su pudor y trabajу al lado de Prнssy, Cookie y Scarlett, con la faz tan tensa como las de los heridos. Cuando al fin se desmayу, no hubo sitio donde acomodarla, salvo en la mesa de la cocina, porque todos los lechos, divanes y asientos de la casa estaban llenos de heridos. Olvidado en el tumulto, Wade, acurrucado entre los balaustres de la terraza, asustado, miraba el cйsped como un conejo enjaulado, dilatados los ojos por el terror, chupбndose el dedo pulgar e hipando con desconsuelo. Scarlett le vio una vez y le gritу rudamente: —ЎVete a jugar en el patio de atrбs, Wade Hampton! Pero йl estaba demasiado aterrorizado y fascinado por el enloquecedor espectбculo que presenciaba para obedecer. El cйsped estaba plagado de hombres rendidos, demasiado cansados para seguir adelante, demasiado dйbiles por sus heridas para moverse. Tнo Peter los cargaba en el carruaje y los conducнa al hospital, hasta que el viejo caballo estuvo literalmente cubierto de espuma. Las seсoras Meade y Merriwether enviaron sus coches tambiйn, y йstos iban tan cargados que sus muelles crujнan bajo el peso de los heridos. Mбs tarde, en el largo y ardiente crepъsculo, llegaron del campo de batalla las traqueteantes ambulancias y los furgones de intendencia, con los toldos sucios de barro, seguidos, camino abajo, por carros de labranza, carretas de bueyes y hasta vehнculos particulares requisados por el Cuerpo de Sanidad. Pasaban ante la casa de Pittypat, oscilando en el desigual pavimento, atestados de heridos y moribundos, goteando sangre sobre el polvo rojizo. Al ver a las mujeres con cubos y vasijas, los carros se detenнan y sonaba un coro trбgico de gritos y murmullos: —ЎAgua! Scarlett sostenнa las abatidas cabezas para que los secos labios pudiesen beber, y arrojaba cubos de agua sobre los cuerpos polvorientos y febriles y sobre las heridas abiertas a fin de que los desgraciados encontrasen algъn alivio, siquiera momentбneo. Empinбndose sobre los pies, tendнa jarros de agua a los conductores de los vehнculos y preguntaba a todos, sintiendo el corazуn en la garganta: —їQuй noticias hay? їQuй noticias? Todos contestaban igual. —No sabemos nada. Aъn no estб nada resuelto. Es demasiado pronto para decir... Cayу la noche, una noche bochornosa. No soplaba una rбfaga de aire y las antorchas de resina que sostenнan los negros caldeaban aъn mбs la atmуsfera. El polvo cegaba la nariz de Scarlett y le resecaba los labios. Su vestido de algodуn, tan limpio aquella maсana, tan oloroso a espliego, tan almidonado, estaba manchado de sangre, sudor y basura. A esto se referнa Ashley cuando escribiу que en la guerra no habнa gloria, sino suciedad y miseria. El cansancio daba a toda la escena un aspecto irreal, de pesadilla. No, aquello no podнa ser real. Y, si lo era, entonces el mundo se habнa vuelto loco. De otro modo, їpor quй habнa de estar ella allн, en el tranquilo jardнn de tнa Pittypat, a la luz de las vacilantes antorchas, vertiendo agua sobre aquellos mozos moribundos, muchos de los cuales le habнan hecho la corte y aun ahora, al verla, intentaban forzar una sonrisa? Entre los hombres que llegaban vacilantes, por aquel camino oscuro y polvoriento, habнa muchos a quienes ella conocнa bien, y muchos de los que morнan allн mismo, ante sus ojos, con los rostros cubiertos de mosquitos y otros insectos, eran hombres con quienes habнa reнdo y danzado, para quienes habнa cantado y tocado, con quienes habнa bromeado... y a los que incluso habнa amado un poquitнn. Encontrу a Carey Ashburn bajo un montуn de heridos, en una carreta de bueyes, vivo, pero con un balazo en la cabeza. No era posible sacarle sin molestar a otros seis heridos, asн que dejу que lo llevaran al hospital. Mбs tarde supo que habнa muerto antes de que el doctor pudiese reconocerle y que habнa sido enterrado en un sitio cualquiera, no se sabнa exactamente dуnde. ЎMuchos hombres habнan sido enterrados ya aquel mes en tumbas a flor de tierra, presurosamente cavadas en el cementerio de Oakland! Melanie sintiу no haber podido cortar un mechуn de los cabellos de Carey para enviarlo a su madre, en Alabama. A medida que avanzaba la ardorosa noche, a todos les dolнa mбs la cabeza y se les doblaban las rodillas de cansancio. Scarlett y tнa Pittypat gritaban sin cesar a todos los hombres que llegaban: —їQuй noticias hay? їQuй noticias? Y con el transcurso de las horas lograron respuesta, una respuesta que hizo que cada una de ellas viese palidecer mortalmente los rostros de las otras. —Retrocedemos. Nos retiramos. Son millares y millares mбs que nosotros. Los yanquis han copado a la caballerнa cerca de Decatur. Tenemos que ir a reforzarlos. Todos nuestros hombres estarбn en la ciudad dentro de poco, Scarlett y Pitty se asieron mutuamente, para sostenerse. —їVienen... vienen los yanquis? —Sн, seсoras, vienen; pero no teman, seсoras. No tomarбn Atlanta. No, seсoras: hay un millуn de kilуmetros de fortificaciones en torno a la ciudad. He oнdo al viejo Joe en persona decir: «Puedo sostener Atlanta indefinidamente. » —Pero ya no tenemos al viejo Joe. Tenemos a... —ЎChist, tonto! ЎCбllate! їQuй necesidad tienes de asustar a estas seсoras? Los yanquis no tomarбn nunca esta poblaciуn, seсoras. —їPor quй no se han ido ustedes a Macуn o a otro sitio donde estuvieran mбs seguras? їNo tienen parientes allн? —Los yanquis no tomarбn nunca Atlanta, pero no serб nada agradable para las mujeres estar en la ciudad mientras ellos lo intenten. Porque aquн va a volar mucha bala suelta. Al dнa siguiente, cбlido y lluvioso, el ejйrcito derrotado afluyу a Atlanta. Eran miles de hombres agotados por el hambre y la fatiga, aniquilados por setenta y seis dнas de batalla y retirada, con los caballos esquelйticos y rendidos, con los caсones y armones atalajados con cabos de cuerda y tiras de cuero viejo. Pero no entraban como un tropel desordenado y en derrota. Marchaban en buen orden, a pesar de sus harapos, con sus rojas y desgarradas banderas de combate ondeando bajo la lluvia. Habнan aprendido a replegarse con el viejo Joe, quien habнa convertido la retirada en una hazaсa estratйgica igual al avance. Las hileras de hombres sucios y barbudos avanzaron por la calle Peachtree a los acordes de ЎMaryland, mi Maryland!, y toda la ciudad saliу a saludarlos. Vencedores o derrotados, eran sus combatientes. La milicia del Estado, que saliera tan poco tiempo atrбs con sus resplandecientes uniformes nuevos, apenas se distinguнa de las tropas veteranas, de tan sucios y andrajosos como iban sus hombres. En sus ojos brillaba una nueva mirada. Sus tres aсos de excusas, de explicaciones de por quй no iban al frente, habнan quedado atrбs desde que cambiaron la seguridad de la retaguardia por los peligros del combate. Muchos dejaron una vida regalada para sufrir una dura muerte. Eran veteranos ya, pese a su breve servicio, con una veteranнa bien ganada. Buscaban entre la multitud los rostros amigos y los miraban, orgullosos, retadores. Ahora podнan llevar la cabeza muy alta. Los viejos y los muchachos de la Guardia Territorial desfilaron tambiйn. Los primeros, demasiado fatigados para seguir el compбs de la marcha; los segundos, con caras de niсos rendidos, precozmente enfrentados a problemas propios de adultos. Scarlett distinguiу a Phil Meade y apenas lo reconociу, tan negra tenнa la cara de pуlvora y suciedad y tan transformada por el esfuerzo y la fatiga. El tнo Henry cojeaba bajo la lluvia e iba sin sombrero, con la cabeza asomando por el agujero de una pieza de tela impermeable en que se envolvнa. El abuelo Merriwether iba en un avantrйn, con los pies desnudos protegidos por los harapos de una manta. Pero, por mucho que buscу, no vio rastro de John Wilkes. En cambio, los veteranos de Johnston caminaban con el paso incansable y negligente que habнan adquirido en tres aсos de lucha y aъn les quedaba energнa para sonreнr y saludar a las muchachas bonitas y dirigir rudos sarcasmos a los hombres sin uniforme. Caminaban hacia las trincheras que rodeaban la ciudad, y que ya no eran zanjas sin profundidad, presurosamente cavadas, sino verdaderas fortificaciones, con parapetos que cubrнan todo el cuerpo hasta el pecho con sacos de tierra y maderos puntiagudos. Kilуmetro tras kilуmetro, las trincheras rodeaban la ciudad, como rojas incisiones en la tierra, coronadas por rojizos baluartes, en espera de los hombres que debнan llenarlas. La muchedumbre aclamaba a las tropas como las hubiera aclamado en caso de triunfo. El temor invadнa todos los corazones; pero ahora que ya habнa ocurrido lo peor, ahora que la guerra entraba por las puertas, un verdadero cambio se operу en la ciudad. Nada ya de pбnico ni histerismo. Lo que el corazуn temiera no se reflejaba en el rostro. Todos parecнan alegres, aunque su alegrнa fuese forzada. Todos procuraban mostrar semblantes valerosos y confiados a las tropas. Todos repetнan lo que dijera el viejo Joe poco antes de ser relevado del mando: «ЎPuedo sostener Atlanta indefinidamente! » Ahora que Hood se habнa retirado, muchos de la ciudad deseaban tambiйn, como los combatientes, que volviese el viejo Joe; pero no lo confesaban, limitбndose a darse бnimos con las palabras de aquel general: —ЎPuedo sostener Atlanta indefinidamente! La tбctica prudente del general Johnston no era compartida por Hood, quien atacу en seguida a los yanquis por el este y por el oeste. Sherman rodeaba la ciudad tanteando, como el atleta que pretende cazar en una presa el cuerpo del antagonista, y Hood no esperу en sus trincheras el asalto del enemigo. Saliу de ellas arrojadamente y cayу sobre los yanquis. En un intervalo de breves dнas se sucedieron las batallas de Atlanta y Erza Church, encuentros importantes en comparaciуn con los cuales el combate de Peachtree Creek era una mera escaramuza. Pero los yanquis no retrocedнan. Habнan sufrido graves pйrdidas, mas podнan permitнrselo impunemente. Sus baterнas, sin cesar, diluviaban proyectiles sobre Atlanta, matando a la gente en sus casas, derrumbando los tejados de los edificios, abriendo profundos crбteres en las calks. Los ciudadanos se refugiaban lo mejor que podнan en bodegas, en agujeros cavados en el suelo y en pequeсos tъneles excavados bajo los terraplenes del ferrocarril. Atlanta estaba sitiada. Todo el tramo de ferrocarril de Atlanta a Tennessee se hallaba en manos de Sherman. Su ejйrcito interceptaba el ferrocarril del este y habнa cortado el quef por el sudoeste, corrнa hacia Alabama. La ъnica lнnea libre aъn era la del sur, que conducнa a Macуn y a Savannah. La ciudad estaba llena de soldados, pululante de heridos, obstruida por los refugiados, y aquella ъnica vнa era insuficiente para las urgentes necesidades de la poblaciуn. No obstante, mientras se conservase una lнnea fйrrea, Atlanta podrнa resistir. Scarlett quedo aterrada cuando advirtiу la importancia adquirida por aquella lнnea, la dureza con que Sherman atacarнa para cortarla y lo desesperadamente que Hood batallarнa para defenderla. Y se aterrу porque aquel ferrocarril conducнa al condado, pasando por Jonesboro. ЎY Jonesboro estaba sуlo a ocho kilуmetros de Tara! Y Tara, ahora, le parecнa un apacible puerto de refugio en comparaciуn con el ardiente infierno de Atlanta; pero Tara estaba sуlo a ocho kilуmetros de Jonesboro. Scarlett y otras muchas seсoras se instalaron en las azoteas, a la sombra de sus quitasoles, para presenciar la lucha, el dнa de la batalla de Atlanta. Pero, cuando empezaron a caer granadas en las calles por primera vez, todas se precipitaron a los sуtanos. Aquella noche empezу el йxodo de mujeres, viejos y niсos que huнan de la ciudad y se dirigнan a Macуn. Muchos de los que huнan lo hacнan ya por quinta o sexta vez desde que Johnston iniciу su retirada desde Dalton. Viajaban, por supuesto, con menos equipaje que cuando llegaran a Atlanta. La mayorнa no llevaba mбs que un saquito de viaje y una frugal merienda en un paquete. Aquн y allб, asustados sirvientes transportaban cubiertos y vasijas de plata y uno o dos retratos de familia que se habнan quedado en las primeras fugas.
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