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TERCERA PARTE 4 страница



Las seсoras Elsing y Merriwether rehusaron partir. Eran necesarias en el hospital y ademбs, segъn afirmaban orgullosamente, no tenнan miedo y ningъn yanqui podrнa hacerlas salir de sus casas. No obstante, Maybelle y su hijo, asн como Fanny Elsing, se fueron a Macуn. La seсora Meade, desobedeciendo a su marido por primera vez en su vida, se negу abiertamente a cumplir su orden de que tomase el tren y se pusiera a salvo. El doctor la necesitaba, segъn ella... Ademбs, Phil estaba en las trincheras, y ella querнa hallarse cerca de йl, en el caso... En cambio, se fueron la seсora Whiting y muchas otras mujeres del cнrculo de Scarlett. Tнa Pitty, la primera en acusar a Johnston por su sistema de retiradas, fue la primera en hacer el equipaje para retirarse a su vez. Afirmaba que tenнa los nervios delicados y que no podнa soportar fragores. Temнa desmayarse al oнr una explosiуn y no poder luego alcanzar el sуtano. No era que tuviese miedo, decнa tratando de dar inъtilmente a su boca infantil una expresiуn marcial. Irнa a Macуn, con su prima, la anciana seсora Burr. Y las muchachas debнan acompaсarla.

Scarlett no tenнa ganas de ir a Macуn. Por mucho que le espantasen las granadas, preferнa quedarse en Atlanta antes que ir a Macуn con la anciana Burr, a quien detestaba. Aсos antes, la Burr habнa dicho de Scarlett que era una desvergonzada al sorprenderla besбndose con su hijo Willie en una reuniуn en casa de Wilkes. De modo que la joven contestу a tнa Pitty que ella se irнa a Tara y que Melanie podнa acompaсar a la tнa.

Entonces Melanie comenzу a llorar desgarradoramente. Mientras Pittypat, asustada, corrнa a llamar al doctor Meade, Melanie cogiу las manos de Scarlett, rogбndole:

—ЎNo, querida; no puedes irte a Tara y dejarme! ЎEstarнa tan sola sin ti! ЎMe morirнa si no estuvieses conmigo cuando nazca el niсo! Ya... ya sй que tengo a tнa Pitty y que es muy buena... Pero nunca ha visto nacer a un niсo y ademбs a veces me hace poner tan nerviosa que me falta poco para llorar... No me abandones, querida. Has sido siempre una hermana para mн, y ademбs —y sonriу dйbilmente— has prometido a Ashley atenderme. Me dijo que iba a pedнrtelo...

Scarlett miraba a Melanie con asombro. їCуmo podнa aquella mujer quererla tanto cuando a ella le costaba tanto trabajo disimular la aversiуn que le producнa? їCуmo podнa Melanie ser tan estъpida que no adivinase el secreto de su amor por Ashley? Scarlett se habнa traicionado mбs de cien veces en aquellos meses de tormento en que esperaban noticias de йl. Pero Melanie no veнa nada, ni podнa ver nada sino bondad en aquellos a quienes querнa... Sн; Scarlett habнa prometido a Ashley atender a Melanie. ЎOh, Ashley, Ashley! ЎAshley, que debнa de haber muerto hacнa muchos meses! Y, ahora, lo que le habнa prometido surgнa y la ligaba.

—Estб bien —dijo secamente—. Le he prometido eso, en efecto, y yo no me vuelvo atrбs de lo que prometo. Pero no quiero ir a Macуn con esa vieja bruja de la Burr. ЎTendrнa que sacarle los ojos a los cinco minutos! Irй a Tara y tъ puedes venir conmigo. Mamб se alegrarб de que me acompaсes.

—Sн; eso me agrada. ЎTu madre es tan buena! Pero la tнa se morirнa si no estuviese a mi lado al nacer el niсo y sй que no quiere ir a Tara, que estб demasiado cerca del campo de batalla. Y la tнa quiere hallarse en terreno seguro.

El doctor Meade, que llegу jadeante, esperando encontrarse en presencia de un parto prematuro, a juzgar por la alarmante llamada de tнa Pitty, se indignу y no se molestу en ocultarlo. Y, al enterarse de la causa del sobresalto, se expresу en tйrminos que sentenciaban el asunto sin dejar lugar a dudas.

—Estб absolutamente fuera de lo posible el que vaya usted a Macуn, Melanie. No respondo de usted si se mueve. Los trenes van cargados y no tienen horario fijo, y los pasajeros corren el riesgo de que les hagan apearse en pleno camino si hacen falta los convoyes para trasladar tropas, heridos o pertrechos. Y en las condiciones de usted... —ЎPero sн podrнa ir a Tara, con Scarlett!

—Ya le he dicho que no puede moverse. El tren de Tara es el tren de Macуn, y las condiciones, las mismas. Ademбs, nadie sabe dуnde estбn los yanquis ahora, y pueden estar en todas partes. El tren puede ser capturado. Y, aun suponiendo que llegase bien a Jonesboro, quedan ocho kilуmetros de mal camino a Tara. No es viaje para una mujer en circunstancias tan delicadas. Finalmente, en todo el condado no hay un mйdico desde que el doctor Fontaine se uniу al ejйrcito... —Pero hay comadronas.

—Hablo de un doctor —repuso йl bruscamente, mientras sus ojos examinaban la dйbil figurita—. No debe usted moverse. Serнa peligroso. No le gustarнa dar a luz en el tren o en un coche, їverdad?

Aquella franqueza profesional redujo a las mujeres a un ruborizado silencio.

—Debe usted quedarse aquн, para que yo pueda atenderla. Y ademбs debe meterse en cama. No ande corriendo escaleras arriba y abajo para ir a los sуtanos. No lo haga aunque entren los proyectiles por la ventana. Al fin y al cabo, el peligro no es mucho. Haremos retroceder muy pronto a los yanquis. ЎLos derrotaremos! Ahora, seсorita Pitty, harб usted bien en marchar a Macуn y dejar aquн a las jуvenes.

—їSin una mujer de edad que las acompaсe? —exclamу Pitty, espantada.

—Son casadas... y una, viuda —respondiу rudamente el doctor—. Y mi mujer estб dos casas mбs allб. Ademбs, no van a recibir hombres, ahora que Melanie estб en ese estado. ЎDios mнo, seсorita Pitty! Estamos en tiempo de guerra y no podemos pensar tanto en las apariencias. Lo importante es pensar en Melanie.

Saliу del cuarto y esperу en la terraza que Scarlett se le reuniese.

—Le hablarй francamente, Scarlett —empezу, acariciбndose la barba gris—. Usted me parece una muchacha de sentido comъn, asн que evнteme rubores tontos. No quisiera volver a oнr hablar de que IVНelanie pretende irse de Atlanta. Dudo de que pudiera resistir el viaje. Aun en el caso mejor, va a pasar un mal rato. Es muy estrecha de caderas y probablemente se necesitarб emplear fуrceps. No quiero, por lo tanto, que caiga en manos de cualquier ignorante comadrona negra. Mujeres como ella no debieran tener hijos nunca; pero... De todos modos, haga el equipaje de su tнa y envнela a Macуn. Estб tan asustada, que no harб mбs que sobresaltar a Melanie, y esto no puede convenir a la pobre muchacha. Y ahora —agregу, dirigiйndole una mirada penetrante— tampoco quiero oнr hablar de que se va usted a su casa. Tiene usted que estar con Melanie hasta que nazca el niсo. No siente usted miedo, їverdad?

—ЎOh, no! —mintiу Scarlett, valerosamente.

—Es usted una chica valiente. Mi mujer las acompaсarб siempre que lo necesiten y ademбs les enviarб nuestra vieja Betsy para que les cocine, si su tнa quiere llevarse consigo a los sirvientes. Esto no durarб mucho. El niсo debe nacer dentro de cinco semanas; pero con los primeros partos nunca se puede decir nada seguro, y mбs con todo este caсoneo alrededor. Puede llegar cualquier dнa.

En consecuencia, tнa Pittypat partiу para Macуn hecha un mar de lбgrimas, llevбndose a tнo Peter y a Cookie. Donу al hospital, antes de irse, el coche y el caballo, en un arranque de patriotismo del que se arrepintiу inmediatamente y que le costу mбs lбgrimas aъn. Scarlett y Melanie quedaron solas con Wade y Prissy en una casa ahora mucho mбs tranquila, pese a que el caсoneo continuaba.

En aquellos primeros dнas del sitio, cuando los yanquis intentaban forzar, aquн y allб, las defensas de la ciudad, Scarlett experimentaba un terror tan grande de las granadas que estallaban por doquier que no sabнa hacer otra cosa sino cubrirse los oнdos con las manos, esperando de un momento a otro verse precipitada en la eternidad. Cuando oнa el silbido que anunciaba la aproximaciуn de los proyectiles, corrнa hacia el cuarto de Melanie y se refugiaba en el lecho, a su lado. Ambas exclamaban, aterradas: «ЎOh, oh! », y hundнan el rostro en las almohadas. Prissy y Wade huнan al sуtano, oscuro y lleno de telaraсas, y mientras la negra gritaba a pleno pulmуn, el niсo sollozaba e hipaba.

Mientras la muerte aullaba sobre sus cabezas, Scarlett, sofocбndose entre las almohadas de pluma, maldecнa silenciosamente a Melanie, que le impedнa refugiarse en las zonas del sуtano mбs seguras. Pero el doctor habнa prohibido a Melanie que anduviese y Scarlett debнa hallarse a su lado. Al terror de volar hecha pedazos en cualquier instante, se aсadнa el no menor, de que el niсo de Melanie naciese en una de esas ocasiones. їQuй debнa hacer entonces? Sabнa que antes dejarнa morir a Melanie que salir a la calle en busca del doctor mientras las granadas caнan como la lluvia de abril. Y le constaba que tambiйn Prissy preferirнa que la matase a golpes que salir en un caso de aquйllos. їQuй hacer, pues, si el niсo llegaba?

Tratу del asunto con Prissy, una noche, mientras ponнa en una bandeja la cena de Melanie. La muchacha, inesperadamente, calmу sus temores.

—No se preocupe, seсorita Scarlett. No harб falta llamar al doctor cuando llegue el momento. Yo me arreglarй. Sй bien cуmo se hace todo eso. їNo sabe que mamб es comadrona? їNo sabe que tambiйn querнa que yo lo fuese? Usted dйjeme a mн.

Scarlett respirу, un tanto aliviada, al saber que tenнa en la casa dos manos expertas; pero, con todo, anhelaba que la prueba pasase pronto. La enloquecнa el ansia de huir de las granadas que estallaban sin cesar, se desesperaba por estar en casa, en la quietud de Tara, y cada noche oraba para que el niсo naciese al dнa siguiente y ella pudiera, cumplida su promesa, abandonar Atlanta. Tara se le aparecнa como la salvaciуn. ЎEstaba tan lejos de toda aquella miseria!

Pensaba en su casa y en su madre como no habнa pensado en nada durante toda su vida. Si estuviese al lado de Ellen, no temerнa nada que pudiera ocurrir. Todas las noches, tras un dнa de escuchar continuas explosiones, se iba al lecho con los oнdos desgarrados por el fragor de las granadas y con la firme intenciуn de decir a Melanie, a la maсana siguiente, que ella no podнa seguir ni un solo dнa mбs en Atlanta, que se irнa a su casa y que Melanie debнa instalarse en la de la seсora Meade. Pero, al apoyar el rostro en la almohada, surgнa ante ella el recuerdo de la expresiуn que viera en la faz de Ashley el dнa en que se separaron: una expresiуn de dolor interno que contradecнa la dйbil sonrisa de sus labios: «Cuidarбs de Melanie, їverdad? Tъ eres fuerte... Promйtemelo... » Y ella habнa prometido. Cierto que Ashley habнa muerto. Pero, dondequiera que estuviese, йl la observaba, velaba por el cumplimiento de su promesa. Estuviera йl vivo o muerto, ella no podнa dejar de cumplir, por mucho que le costara. Y asн transcurrнa un dнa tras otro.

En respuesta a las cartas de Ellen, que le insistнa para que volviese a casa, ella escribнa minimizando los riesgos del sitio, explicando las circunstancias de Melanie y prometiendo ir en cuanto naciera el niсo. Ellen, que daba mucha importancia a los lazos de parentesco, ya fuesen de alianza o de sangre, accediу de mala gana a que Scarlett se quedase; pero le recomendу que enviase en seguida a casa a Wade y a Prissy. Tal sugerencia mereciу consenso pleno de Prissy, quien ahora permanecнa en un estado de constante semiestupidez, rechinando los dientes al menor ruido. Pasaba tanto tiempo acurrucada en el sуtano, que las jуvenes no hubieran comido un bocado de no ser por la vieja Betsy, la sirvienta de la seсora Meade, que solнa prepararles algъn alimento.

Scarlett estaba tan anhelosa como Ellen de ver a Wade fuera de Atlanta, no sуlo por la seguridad del niсo, sino tambiйn porque su constante temor la colmaba de enojo. El caсoneo tenнa tan aterrorizado a Wade que no podнa ni pronunciar palabra, y aun en los momentos de tranquilidad se asнa desesperadamente a las faldas de Scarlett. Tenнa miedo de ir a acostarse, miedo de la oscuridad, de que los yanquis llegasen cuando estuviera dormido y se lo llevasen. El dйbil estremecimiento nervioso que invadнa al niсo por las noches crispaba insoportablemente los nervios de su madre. En el fondo, ella estaba tan asustada como йl; pero le irritaba que aquella faz tensa y desencajada se lo recordase a cada momento. Sн; Tara era el sitio apropiado para Wade. Prissy debнa llevбrselo y volver en seguida para estar presente cuando naciera el niсo de Melanie.

Pero antes de que pudiese enviar a ambos camino de casa, llegaron noticias de que los yanquis se habнan infiltrado hacia el sur y que se luchaba entre Atlanta y Jonesboro. Si el tren en que viajaran Wade y Prissy fuese capturado... Scarlett y Melanie palidecieron al pensarlo, porque nadie ignoraba que las atrocidades que los yanquis cometнan con los niсos eran mбs terribles aъn que las que cometнan con las mujeres. Temerosas, pues, de enviarlo a casa, Scarlett dejу a Wade en Atlanta. Y йl, asustado, silencioso como un diminuto fantasma, seguнa constantemente a su madre, asiйndose a sus faldas y temiendo soltarlas ni por un minuto siquiera.

Prosiguiу el asedio durante aquellos calurosos dнas de julio, dнas atronadores a los que seguнan noches de sombrнa y ominosa calma. La ciudad comenzу a acostumbrarse a lo malo. Aquello, aunque duro, habнa sucedido y ya nada peor podнa suceder. Habнan temido un sitio, y ahora que lo sufrнan encontraban que no era, a fin de cuentas, tan terrible. La vida proseguнa casi como habitualmente. Sabнan que se hallaban sobre un volcбn, pero mientras йste no entrase en erupciуn no podнan hacer nada. їPor quй inquietarse, pues? Ademбs, probablemente no habrнa erupciуn ya. El general Hood mantenнa a los yanquis fuera de la ciudad. ЎY habнa que ver cуmo aseguraba la caballerнa el ferrocarril de Macуn! No: Sherman no tomarнa la plaza.

Pero, a pesar de toda la aparente indiferencia con que los habitantes de Atlanta acogнan el bombardeo y de la exigьidad de las raciones, a pesar de que se fingiera ignorar que los yanquis peleaban apenas a un kilуmetro de la poblaciуn, a pesar de la ilimitada confianza en las desharrapadas lнneas grises que combatнan en las trincheras, latнa en Atlanta, bajo la superficie, una aterradora incertidumbre sobre lo que cada dнa pudiera traer.

Bajo una frбgil apariencia de seguridad, vibraban el disgusto, la inquietud, el terror, el hambre y el tormento de sentir cуmo la esperanza aumentaba y decaнa de forma alternativa.

Gradualmente, Scarlett recobrу el valor al ver las animadas caras de sus amigos, gracias a esa benйfica disposiciуn de la naturaleza humana que nos hace acostumbrarnos a soportar lo que no cabe curar. Cierto que se sobresaltaba a cada explosiуn, pero ya no corrнa, gritando, al cuarto de Melanie para esconder la cabeza en las almohadas. Ahora, devorando su temor, se limitaba a decir con voz dйbil: —Esa granada ha caнdo cerca, їverdad?

Tambiйn sentнa menos temor a causa de que la vida habнa tomado para ella las caracterнsticas de un sueсo, un sueсo harto terrible para ser real. No era posible que ella, Scarlett O'Hara, se encontrase en tales condiciones, con un peligro mortal sobre su cabeza a cada hora y a cada minuto. No era posible que el tranquilo transcurso de la vida hubiese cambiado de un modo tan radical y en tan poco tiempo.

Era irreal —ridiculamente irreal— que aquel dulce cielo azul de las maсanas pudiese ser profanado por los humos de los caсones que se cernнan sobre la ciudad como bajas nubes de tormenta; que los cбlidos mediodнas, llenos del penetrante aroma de las profusas madreselvas y de las flores de trepadora, se desgarrasen con el horror de los proyectiles estallando en las calles, crujiendo con un fragor apocalнptico, lanzando a centenares de metros de distancia cascos de hierro que despedazaban hombres y animales.

Las tranquilas, plбcidas siestas de la tarde no existнan, porque, aun cuando hubiese perнodos de calma en medio del estruendo de la lucha, la calle Peachtree hervнa de constantes ruidos, debido al estrйpito de caсones y ambulancias, a los gritos de los tambaleantes heridos que llegaban de las trincheras, al cruzar de los regimientos que, a paso redoblado, se dirigнan, presurosos, de un punto de las trincheras de la ciudad a otras fortificaciones mбs combatidas; a los emisarios que corrнan, calle abajo, hacia el Cuartel General, presurosos como si exclusivamente de ellos dependiera el destino de la Confederaciуn.

Las noches traнan cierta quietud, pero era una quietud amenazadora. Cuando la noche callaba, lo hacнa del todo, como si incluso las ranas, los grillos y los ruiseсores estuviesen tan asustados que no osaran elevar sus voces en el acostumbrado coro de las noches estivales.

Pe vez en cuando, un disparo de fusil en las primeras lнneas de defensa rompнa el angustioso silencio de la noche.

Con frecuencia, ya entrada la madrugada, con las lбmparas apagadas y Melanie dormida, Scarlett, despierta, oнa el sonido de la verja al girar, acompaсado de suaves pero apremiantes golpes en la puerta.

Eran siempre soldados cuyos semblantes desaparecнan en la oscuridad del porche. De la sombra llegaban diferentes voces que le hablaban a la vez:

—Mis mбs humildes excusas, seсora, por la molestia; pero їtendrнa un poco de agua para mн y para mi caballo?

A veces era una бspera voz montaсosa; otras, los curiosos tonos nasales de las praderas del lejano Sur; otras, el suave deje de la costa, que sobresaltaba su corazуn haciйndole recordar a Ellen.

—Seсora, traigo un compaсero... Venнa en la grupa de mi caballo, pero me parece que no puede sostenerse. їPuedo dejarlo aquн?

—їPuede darme un pan de maнz si le sobra, seсora?

—Seсora, perdone la intrusiуn, pero їpuedo pasar la noche bajo este pуrtico? He visto las rosas y olido las madreselvas, y de tal modo me ha parecido hallarme en mi casa que me he atrevido...

No, aquellas noches no eran reales. Eran una pesadilla, y los hombres formaban parte de ella: hombres sin cuerpos ni rostros, sуlo con fatigadas voces que le hablaban desde la oscuridad. Darles agua y comida, sacarles almohadas a la terraza, vendar heridas, sostener las sucias cabezas de los moribundos... No; eso no podнa ocurrirle a ella...

Una noche, ya muy entrado julio, fue tнo Henry quien llamу a la puerta. Tнo Henry venнa ahora sin paraguas ni equipaje, y hasta sin su voluminoso vientre habitual. La piel del rostro, grueso y colorado, le caнa, fofa, como las papadas de un perro de presa, y su abundante cabello blanco estaba increнblemente sucio. Llegaba casi descalzo, lleno de piojos y hambriento, pero su irascible carбcter no habнa sufrido disminuciуn.

—ЎNecia guerra йsta en la que los viejos locos como nosotros tenemos que cargar las armas! —comentу.

Pero las muchachas tuvieron la impresiуn de que tнo Henry estaba satisfecho de que lo necesitasen como si fuera un joven y de ser tan ъtil como un joven. Ademбs, podнa competir con ellos, cosa que le era imposible al abuelo Merriwether, segъn dijo tнo Henry, jubiloso, a las muchachas.

—El viejo Merriwether anda muy molesto con su lumbago y el capitбn quiso licenciarlo, pero йl se opuso diciendo que preferнa el tiroteo y los juramentos del capitбn a la continua tortura que le daba su nuera insistiйndole en que dejase de mascar tabaco y se arreglase la barba todos los dнas. La visita de tнo Henry fue breve, porque sуlo tenнa cuatro horas de permiso y necesitaba la mitad para llegar de las trincheras y volver.

—No os verй en algъn tiempo, muchachas —anunciу al sentarse en el dormitorio de Melanie y sumergir con delicia sus lacerados e hinchados pies en el recipiente de agua frнa que Scarlett le habнa puesto delante—. Nuestra compaснa sale maсana.

—їAdonde? —preguntу Melanie, asustada, oprimiйndole el brazo. —No me pongas la mano encima —dijo tнo Henry, irritado—. Estoy lleno de piojos. La guerra serнa una excursiуn si no fuese por los piojos y la disenterнa. їQue adonde vamos? No me lo han dicho, pero lo supongo. O mucho me equivoco, o iremos hacia el sur, camino de Jonesboro, maсana por la maсana. —їPor quй hacia Jonesboro?

—Porque va a lucharse de firme allн, queridas. Los yanquis van a cortar el ferrocarril, si pueden. Y, si lo cortan, Ўadiуs Atlanta! —ЎAy, tнo Henry! їCree que lo cortarбn? —ЎVamos, chiquillas! їCуmo van a cortarlo estando yo allн? Tнo Henry sonriу viendo las asustadas caras de las jуvenes; despuйs volviу a recuperar la seriedad.

—Va a haber una lucha muy dura, hijas. Necesitamos ganarla. Ya sabйis que los yanquis dominan todos los ferrocarriles, menos el de Macуn; pero esto no es lo peor. Puede que no sepбis, hijas, que dominan tambiйn todas las carreteras, todos los caminos y todos los senderos, excepto la carretera de McDonough. Atlanta estб metida en una bolsa y los cordones de esta bolsa estбn en Jonesboro. Si los yanquis ocupan la lina fйrrea, apretarбn el cordуn y nos cogerбn dentro como a un ratуn en la ratonera. No podemos dejar que nos arrebaten el ferrocarril... Tengo que irme, muchachas. Sуlo he venido para despedirme y para asegurarme de que tъ, Scarlett, estabas al lado de Melanie.

—Desde luego, sigue conmigo —repuso, afectuosamente, Melanie—. No se preocupe por nosotras, tнo Henry, y procure cuidarse.

Tнo Henry se secу los pies hъmedos en la raнda alfombra y gruсу mientras los introducнa en los destrozados zapatos.

—Me voy —dijo—. Tengo que andar ocho kilуmetros. Scarlett dame algo de comer. Cualquier cosa que tengas.

Besу a Melanie, le dijo adiуs y bajу a la cocina, donde Scarlett estaba envolviendo en una servilleta un pan de maнz y algunas manzanas. —Tнo Henry... їes... es tan grave la cosa? —їGrave? ЎDios mнo, sн! ЎPareces tonta! Estamos en las ъltimas. —їCree que los yanquis llegarбn a Tara?

—ЎQuй Tara ni quй...! —empezу tнo Henry, irritado por aquella mentalidad, tan femenina, que sуlo se preocupaba de lo que la afectaba personalmente en medio de las situaciones mбs graves.

Pero despuйs, viendo la asustada y abatida cara de Scarlett, se suavizу.

—No lo creo. Tara estб a ocho kilуmetros del ferrocarril y el ferrocarril es lo que interesa a los yanquis. Tienes menos cerebro que un mosquito.

Se interrumpiу bruscamente.

—Bueno, no he hecho todo este camino sуlo para deciros adiуs.

Venнa a traer malas noticias a Melanie, pero no he tenido valor. Hбblale tъ.

—Ashley, їverdad? їHa oнdo usted algo acerca de que... haya muerto?

—No. їCуmo voy a saber nada de Ashley cuando estoy metido en una trinchera, con fango hasta los ojos? —dijo rudamente el viejo—. No. Se trata de su padre. John Wilkes ha muerto.

Scarlett se dejу caer en la silla, con el paquete de la merienda a medio envolver.

—Vine a decнrselo a Melanie, pero no he podido. Dнselo tъ. Y dale esto.

Sacу del bolsillo un pesado reloj de oro del que pendнan algunos dijes, una miniatura de la difunta seсora Wilkes y un par de macizos gemelos de camisa. Al ver aquel reloj que distinguiera mil veces en manos de John Wilkes, fue cuando Scarlett comprendiу bien que el padre de Ashley habнa muerto en realidad. Quedу tan atуnita que no pudo hablar ni llorar. Tнo Henry se agitaba, tosнa y procuraba no mirarla, temeroso de ver que una lбgrima en sus ojos le hiciese perder el valor.

—Era un valiente, Scarlett. Dнselo a Melanie y dile tambiйn que escriba a sus hijas. Ha sido un buen soldado, a pesar de su edad. Lo matу una granada. Cayу sobre йl y sobre su caballo, e hiriу a йste. Hube de rematar de un tiro al pobre animal. Era una yegua magnнfica. Tambiйn serб mejor que escribas tъ esto a la seсora Tarleton. Querнa mucho a la yegua. Vamos, envuйlveme la merienda, niсa. Tengo que irme. Y no lo tomйis demasiado a pecho, querida. їQuй mejor modo puede tener un viejo de morir que haciendo el trabajo de un joven?

—ЎPero йl no debнa haber muerto! ЎNo debнa haber ido a la guerra! Debнa haber vivido y visto crecer a sus nietos y morir tranquilamente en la cama... їPor quй hizo eso? No aprobaba la secesiуn y odiaba la guerra, y...

—A muchos nos pasa lo mismo, pero їde quй sirve?

Y tнo Henry emitiу un estruendoso ruido nasal.

—їCrees que me agrada que los tiradores yanquis me tomen como blanco... a mi edad? Pero ahora no hay otra opciуn para un caballero. Vamos, un beso, hija, y no te disgustes por mн. Ya verбs como salgo vivo de la guerra. Scarlett lo besу y le oyу bajar las escaleras en la oscuridad. Despuйs percibiу el rumor de la cancela. Permaneciу un instante mirando los objetos que tenнa en la mano. Y despuйs subiу para dar la noticia a Melanie.

A finales de julio llegу la desagradable nueva, predicha por tнo Henry, de que los yanquis, abriйndose de nuevo en semicнrculo, descendнan hacia Jonesboro. Cortaron el ferrocarril seis kilуmetros al sur de la ciudad; pero fueron repelidos por la caballerнa confederada y luego los ingenieros, sudorosos bajo el sol abrasador, repararon la lнnea. Scarlett estaba frenйtica de ansiedad. Esperу durante tres dнas, con un terror que crecнa cada vez mбs en su corazуn. Luego recibiу una tranquilizadora carta de Gerald. El enemigo no habнa llegado a Tara. Se oнa desde allн al fragor de la lucha, pero no se habнa visto un solo yanqui.

La carta estaba tan llena de orgullo y jactancia por la energнa con que los yanquis fueron rechazados de la vнa fйrrea que hubiera podido creerse que la hazaсa habнa sido realizada personalmente por йl, sin ayuda de nadie. Dedicaba tres pбginas a elogiar el valor de las tropas y al fin decнa concisamente que Carreen estaba enferma. Ellen aseguraba que era tifus. No estaba muy grave y Scarlett no debнa preocuparse, pero bajo concepto alguno debнa volver a casa, aunque el ferrocarril se hallara libre. Ellen se alegraba ahora de que Scarlett y Wade no hubieran ido a Tara cuando comenzу el asedio y deseaba que Scarlett fuese a la iglesia y rezase algunos rosarios por el restablecimiento de Carreen.

La conciencia de Scarlett se sintiу inquieta leyendo aquellas frases. Hacнa meses que no iba a la iglesia. Antaсo, semejante omisiуn le habrнa parecido un pecado mortal; pero ahora, por alguna razуn, el no concurrir a la iglesia no le parecнa tan grave como antes. No obstante, obedeciу a su madre, y, subiendo a su alcoba, rezу un apresurado rosario. Cuando se incorporу, no se sintiу tan confortada como antes tras una oraciуn. Incluso le parecнa que Dios no le prestaba atenciуn, como tampoco a los confederados del Sur, pese al millуn de plegarias que se elevaban diariamente a El.

Aquella noche se sentу en la terraza con la carta de Gerald en el regazo, para, tocбndola, sentir a Tara y a Ellen mбs cerca de ella. La lбmpara del salуn proyectaba a travйs de la ventana una extraсa claridad dorada sobre la parra del porche y en torno de Scarlett formaban un muro de combinadas fragancias los amarillos rosales trepadores y las madreselvas. La noche era infinitamente serena. Desde el crepъsculo no habнa sonado ni un tiro de fusil y el mundo parecнa hallarse muy lejos. Scarlett, sola, se balanceaba en su mecedora, triste despuйs de leer las noticias de Tara, ansiosa de que la acompaсase alguien, aunque fuese la misma seсora Merriwether. Pero йsta se hallaba de turno de noche en el hospital, la seсora Meade estaba en su casa festejando a Phil, que habнa vuelto de las trincheras, y Melanie dormнa. No tenнa ni la mбs ligera esperanza de una visita. En la ъltima semana no se habнa presentado un solo visitante, puesto que todos los hombres ъtiles estaban en las trincheras o se batнan con los yanquis en las cercanнas de Jonesboro.

No solнa estar tan sola como ahora, y ademбs no le agradaba estarlo. Cuando se hallaba sola, le daba por pensar y los pensamientos en aquellos dнas no eran nada agradables. Habнa adquirido las costumbres de los demбs y pensaba, como ellos, en el pasado y en la muerte.

Esa noche, en la quietud de Atlanta, cerraba los ojos e imaginaba hallarse en la rural serenidad de Tara. La vida parecнa no haber cambiado ni poder cambiar. Pero sabнa que la vida en el condado no volverнa a ser la misma de siempre. Pensу en los cuatro Tarleton, en los dos gemelos de cabellos rojos y en Tom y Boyd, y una infinita tristeza le oprimiу el pecho. ЎPensar que Stuart o Brent podнan haberse casado con ella! Cuando, terminada la guerra, retornase a Tara, no volverнa a oнr jamбs sus fieros clamores mientras subнan la avenida de cedros. Y Raiford Calvert, que bailaba tan divinamente, no volverнa a elegirla como pareja. Y los muchachos de los Munroe, y el menudo Joe Fontaine, y...

«ЎOh, Ashley! —sollozу, hundiendo la cabeza entre las manos—. Nunca me acostumbrarй a la idea de que me faltes... »

Sintiу crujir la cancela y, alzando la cabeza, se apresurу a pasarse la mano por los ojos hъmedos. Se levantу y vio a Butler que subнa por el jardнn con su ancho sombrero panamб en la mano. No le habнa visto desde el dнa en que ella se arrojara tan precipitadamente de su coche en Five Points. En aquella ocasiуn, ella habнa expresado el deseo de no volver a verle jamбs. Pero se sintiу tan contenta de poder hablar con alguien y de apartar sus pensamientos de Ashley que se apresurу a eliminar de su mente aquel recuerdo. Evidentemente, йl habнa olvidado el percance o fingнa olvidarlo, porque se acomodу a sus pies en el escalуn mбs alto de la terraza, sin mencionar su ъltima discusiуn.

—їConque no se ha refugiado en Macуn? He oнdo decir que la tнa Pitty se habнa marchado, y creн que la acompaсaba usted. Asн que cuando he visto la luz he entrado para averiguarlo. їPor quй estб usted aquн?

—Para acompaсar a Melanie. Ella ahora... no puede viajar.

—ЎRayos! —dijo йl. Y Scarlett vio, a la luz de la lбmpara, que su entrecejo se fruncнa—. їQuiere usted decir que estб aquн su cuсada? ЎEn mi vida he oнdo barbaridad semejante! Es peligrosнsimo para ella en su condiciуn...



  

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