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TERCERA PARTE 2 страница



ЎPero los montes de Kennesaw estaban solamente a cuarenta kilуmetros!

El dнa en que los primeros heridos de Kennesaw llegaron a Atlanta, el carruaje de la seсora Merriwether se detuvo ante la casa de la tнa Pittypat a la increнble hora de las siete de la maсana y el negro tнo Levi transmitiу la orden de que Scarlett se vistiera inmediatamente y fuese al hospital. Fanny Elsing y las hermanas Bonnel, despertadas muy temprano de un sueсo harto ligero, bostezaban en el asiento posterior y la Mamita de las Elsing iba sentada con aspecto melancуlico en el pescante, con un cesto de vendas reciйn lavadas sobre el regazo. Scarlett se levantу a disgusto. Habнa estado danzando hasta la madrugada en la reuniуn dada por la Guardia Nacional y tenнa cansadнsimos los pies. Maldijo en su interior a la infatigable seсora Merriwether, a los heridos y a toda la Confederaciуn del Sur, mientras Prissy le abotonaba su mбs viejo y estropeado vestido de algodуn, que era el que solнa usar Scarlett para su tarea en el hospital. Bebiу el amargo brebaje de grano tostado y batatas secas que pasaba por cafй y bajу a reunirse con las muchachas.

Estaba harta de su misiуn de enfermera. Ese mismo dнa se habнa propuesto decir a la seсora Merriwether que Ellen le habнa escrito pidiйndole que fuese a hacer una visita a casa. Pero fue trabajo perdido, porque la digna matrona, con los brazos arremangados y la corpulenta figura envuelta en una amplia bata, le dirigiу una severa mirada y dijo:

—Evнteme oнrle mбs tonterнas, Scarlett Hamilton. Escribirй hoy a su madre diciйndole que me es usted muy necesaria, y estoy segura de que ella se harб cargo y usted se quedarб aquн. Ahora pуngase la bata y vaya con el doctor Meade. Necesita que le ayude alguien a vendar heridos.

«ЎDios mнo! —pensу Scarlett con horror—. Eso es lo peor de todo. Mamб me harб quedar aquн y yo me morirй si sigo aspirando mбs tiempo estos hedores. Quisiera ser una vieja para poder tiranizar a las jуvenes, en vez de ser tiranizada yo... ЎY asн podrнa decir a estas viejas brujas, como la Merriwether, que se fuesen a paseo! »

Sн, estaba harta del hospital, de sus odiosos hedores, de los piojos, de presenciar dolores yp ver cuerpos sucios. Si alguna vez encontrу algo de romбntico y novelesco en ser enfermera, esto se habнa disipado hacнa mбs de un aсo. Ademбs, aquellos hombres heridos en la retirada no eran tan atractivos como lo habнan sido los otros. No mostraban el menor interйs por ella y apenas sabнan decir otra cosa que: «їCуmo va la lucha? їQuй hace ahora el viejo Joe? ЎCuidado que es listo el viejo Joe! » Pero ella no opinaba que el viejo Joe fuese listo. Lo ъnico que habнa hecho era dejar que los yanquis penetrasen ciento cuarenta kilуmetros en Georgia.

No, aquellos heridos no tenнan nada de atractivo. Ademбs, muchos de ellos morнan, y lo hacнan rбpido, en silencio, carentes casi en absoluto de fuerzas para combatir el envenenamiento de su sangre, la gangrena, la tifoidea o la neumonнa que contrajeran antes de poder llegar a Atlanta y ser atendidos por los mйdicos.

El dнa era caluroso. Por las ventanas abiertas entraban enjambres de moscas, moscas enormes e insistentes que quebrantaban mбs el бnimo de los pacientes que los dolores que padecнan. El hedor y el espectбculo de los sufrimientos oprimнan cada vez mбs a Scarlett. El sudor empapaba su vestido reciйn almidonado mientras, con un recipiente en la mano, seguнa al doctor Meade.

ЎOh, la nбusea de tener que permanecer junto al doctor mientras йste, con el brillante bisturн, cortaba la carne lacerada! ЎOh, el horror de oнr los gritos que llegaban de la sala de operaciones cuando se practicaba una amputaciуn! ЎY aquel desalentador sentimiento de compasiуn ante el aspecto de los rostros, tensos y palidнsimos, de los hombres medio destrozados, de aquellos hombres que esperaban que el doctor se dirigiese a ellos, de aquellos hombres en cuyos oнdos resonaban los gritos de los demбs mientras aguardaban las aterradoras palabras: «Lo siento muchacho, pero hay que cortar esa mano... Sн, sн, ya lo sй; pero їves estas seсales encarnadas? Hay que sacar todo esto... »

El cloroformo andaba tan escaso que sуlo se usaba para las amputaciones graves, mientras que el opio se consideraba objeto precioso, ъnicamente empleado para hacer mбs dulce la muerte de los agonizantes, no para aliviar el dolor de los vivos. Faltaban la quinina y el yodo. Sн; Scarlett estaba harta, y hubiera deseado poder alegar como Melanie la excusa de un embarazo, ъnica que era socialmente aceptable para las enfermeras en aquellos dнas.

Cuando llegу el mediodнa se quitу la bata y se escabullу del hospital, sintiйndose incapaz de resistir mбs tiempo. Habнa aprovechado que la seсora Merriwether estaba ocupada escribiendo la carta de un montaсйs analfabeto. No, Scarlett no podнa mбs. Aquello constituнa una verdadera tortura. Ademбs, sabнa que cuando llegase el tren de la tarde traerнa mбs heridos, con lo que habrнa faena hasta bien entrada la noche y probablemente pasarнa el dнa entero sin comer.

Caminando a buen paso, se dirigiу a la calle Peachtree, respirando el aire puro tan profundamente como se lo permitнa su corsй, excesivamente apretado. Se detuvo en la esquina, insegura sobre lo que debнa hacer. Le avergonzaba regresar ahora a casa de la tнa Pittypat, pero estaba resuelta a no volver aъn al hospital. En aquel momento pasу Rhett Butler conduciendo un pequeсo carruaje.

—Parece usted la hija del trapero —comentу йl, fijando los ojos en el remendado vestido de algodуn de la joven, empapado en sudor y salpicado aquн y allб del agua que ella habнa llevado en un gran recipiente, Scarlett se sintiу furiosa, confusa, indignadнsima їPor quй habнa de fijarse siempre Rhett en los vestidos de las mujeres y por quй tenнa la rudeza de mencionar de aquella manera el presente desaliсo de la joven?

—No quiero oнrle una palabra mбs. Dйjeme subir y llйveme a cualquier sitio donde nadie me vea. No vuelvo al hospital aunque me ahorquen. ЎDios mнo! Yo no he provocado esta guerra y no veo por quй tengo que trabajar hasta matarme, y...

—ЎCaramba! їConque es usted una traidora a nuestra gloriosa Causa?

—Dijo la sartйn al cazo... Vamos, ayъdeme a subir. No me importa adonde vaya. Sуlo quiero que me saque de aquн por un rato.

El saltу al suelo y Scarlett pensу sъbitamente en lo agradable que era ver a un hombre entero, sin un ojo o un miembro de menos, que no estaba blanco por el dolor ni amarillo por la malaria, sino que parecнa sano y bien nutrido. Y ademбs vestнa muy elegantemente. La levita y el pantalуn eran del mismo paсo, y se le ajustaban perfectamente, sin colgarle ni venirle estrechos, casi hasta estallar, como solнa suceder a los demбs. Aquel traje estaba nuevo, no desgarrado ni con agujeros que permitiesen ver partes de piel desnuda o piernas llenas de vello. Dijйrase que Rhett no tenнa preocupaciуn alguna en el mundo, algo que ya de por sн era extraordinario en aquellos dнas en que todos los hombres estaban tan disgustados e inquietos y con un aspecto tan sombrнo. Su cara morena presentaba una expresiуn jovial, y su boca, de labios rojos, tan bien formada como la de una mujer, y francamente sensual, sonreнa distraнdamente mientras ayudaba a Scarlett a subir al carruaje. Los mъsculos de su cuerpo vigoroso se acusaban bajo el traje bien cortado. Como siempre, la sensaciуn de su gran robustez fнsica impresionу a Scarlett reciamente cuando йl se sentу a su lado. Mirу los hombros de Rhett, rotundos bajo la fina ropa, fascinada y hasta un poco temerosa. El cuerpo del hombre rebosaba energнa y dureza, tanto como sagacidad su mente. Emanaba de todo йl una vitalidad gallarda, elбstica e indolente a la vez, como la de una pantera que se estirase al sol, pronta a saltar y herir.

—De modo, traidorcilla —dijo йl, fustigando al caballo—, que se ha pasado la noche bailando con los militares, dбndoles cintas y rosas y diciйndoles que estaba dispuesta a morir por la Causa, y luego, apenas se trata de vendar unas pocas heridas y de quitar unos cuantos piojos, despeja usted el campo apresuradamente, їeh?

—їNo puede usted hablar de otra cosa e ir mбs de prisa? Sуlo me foliarнa que el abuelo Merriwether saliese ahora, me viera y se lo dijese a la vieja, quiero decir a la seсora Merriwether.

Rhett fustigу la jaca y el animal trotу vivamente a lo largo de Five Points y atravesу la vнa fйrrea que divide la ciudad en dos partes. Habнa llegado el tren lleno de heridos y los sanitarios trabajaban activamente bajo el sol ardiente, transportando heridos a las ambulancias y a los furgones cubiertos. Aquel espectбculo no hizo sentir remordimientos a Scarlett, sino un gran alivio al pensar que se habнa librado de ello. —Estoy harta y cansada del hospital —dijo, recomponiйndose las faldas y anudбndose mбs prietas bajo la barbilla las cintas del sombrero—. Cada dнa llegan mбs heridos. La culpa es del general Johnston. Si hubiese detenido a los yanquis en Dalton...

—ЎPero si los ha detenido, niсa ignorante! Sуlo que, de haber insistido en quedarse allн, Sherman le habrнa flanqueado, aplastбndole entre las dos alas de su ejйrcito. Y se habrнa perdido el ferrocarril, que es precisamente lo que Johnston defiende.

—En cualquier caso —repuso Scarlett, con quien no tenнa sentido hablar de estrategia, de la que no entendнa nada—, la culpa sigue siendo suya. Creo que bien podнa haber hecho algo, y opino que debнa quitбrsele el mando. їPor quй no sigue luchando en vez de retirarse?

—Ya veo que tambiйn usted, como los demбs, grita: «ЎQue le corten la cabeza! » Y todo porque no puede hacer imposibles. En Dalton era Jesъs, el Salvador, y en los montes Kennesaw es Judas, el Traidor. Todo ello en seis semanas. Si consiguiese hacer retrocer treinta kilуmetros a los yanquis, volverнa a ser Jesъs. Pero Sherman, hijita, tiene el doble de hombres y puede perder dos por cada uno de nuestros valientes muchachos. En cambio Johnston no puede perder un solo hombre y necesita angustiosamente refuerzos. їY cuбles podrнan enviarle? їLos niсos mimados de Joe Brown? їLas tropas territoriales? ЎVaya una ayuda que serнan!

—їEs cierto que van a llamar a la Milicia? їY a la Guardia Territorial? їSabe usted algo de eso? Yo no he oнdo nada.

—Circula un rumor sobre eso. Un rumor que ha llegado esta maсana en el tren de Milledgeville. La Milicia y la Guardia Territorial parece que van a ser enviadas al general Johnston para reforzarle. Sн, los niсos mimados del gobernador Brown acabarбn teniendo que oler la pуlvora al fin, e imagino que la mayorнa de ellos van a quedar muy sorprendidos. Seguramente no esperaban entrar nunca en batalla. El gobernador les habнa prometido que no irнan. ЎAsн que van a divertirse! Se creнan seguros desde que el gobernador se enfrentу con Jeff Davis y rehusу enviarlos a Virginia. Afirmaba que los necesitaba para defender su Estado. їQuiйn iba a imaginar que la guerra iba a colбrsenos por las puertas y que ellos, en efecto, tendrнan que defender su propio Estado?

—їCуmo puede burlarse de todo eso, hombre implacable? ЎPiense en los viejos y en los muchachitos de la Guardia Territorial! Ya ve: tendrбn que ir el pobre Phil Meade, tan niсo, y el abuelo Merriwether, y el doctor Meade.

—Yo ahora no hablaba de los niсos y de los veteranos de la guerra de Mйxico. Hablaba de los valerosos jуvenes como William Guiсan, a los que les gusta lucir un hermoso uniforme y agitar el sable...

—їY, entonces, usted...?

—No crea que me ofende en lo mбs mнnimo, hija. Yo no llevo uniforme ni agito el sable y la suerte de la Confederaciуn me tiene completamente sin cuidado. No pertenezco a la Guardia Territorial ni a ejйrcito alguno. Ya tuve bastante de asuntos militares con mi estancia en West Point. ЎBastante para el resto de mi vida! En fin: deseo mucha suerte al viejo Joe. El general Lee no puede ayudarle porque los yanquis ya le dan bastante que hacer en Virginia. De modo que Johnston no puede recibir otros refuerzos que las tropas del Estado de Georgia. Y merece algo mejor, porque es un gran estratega. Siempre acierta a situarse en mejores posiciones que los yanquis. Pero no tendrб mбs remedio que seguir retrocediendo para proteger el ferrocarril, y (fнjese en lo que le digo) si los yanquis logran arrojarle de las montaсas a la llanura de Atlanta le causarбn una matanza horrenda.

—ЎLa llanura de Atlanta! —exclamу Scarlett—. ЎLos yanquis no llegarбn nunca hasta aquн!

—Kennesaw estб sуlo a cuarenta kilуmetros, y por mi parte le apuesto...

—ЎMire, Rhett, mire allн abajo, en el camino! ЎQuй multitud! Y no son soldados. їQuй podrб ser? ЎPero sн son negros!

Una gran nube de polvo rojizo avanzaba por el camino y de ella llegaba el ruido de numerosas pisadas y de mбs de un centenar de voces de negros, roncas y profundas, que entonaban un himno. Rhett apartу el carruaje a un lado del camino y Scarlett mirу con curiosidad el grupo de sudorosos hombres de color, con picos y palas al hombro, a quienes conducнan un oficial y una escuadra de soldados con las insignias del cuerpo de ingenieros.

—їQuiйnes podrбn ser...? —empezу ella de nuevo. Sus ojos entonces se fijaron en un negro que iba en primera fila, cantando. Era un verdadero gigante, de metro noventa y cinco de estatura, de piel negra como el йbano, que caminaba con la gracia salvaje de un vigoroso animal. Sus blancos dientes relampagueaban cuando abrнa la boca al cantar ЎDesciende, oh Moisйs! Seguramente no habнa en el paнs un negro tan alto y de tan fuerte voz sino Big Sam, el capataz de Tara. Pero їquй hacнa Big Sam aquн, tan lejos de casa, especialmente ahora que no habнa capataz blanco en la plantaciуn y Sam era el brazo derecho de Gerald? Scarlett se incorporу en su asiento para ver mejor y entonces el gigante la descubriу y en su negro rostro se dibujу una alegre expresiуn: la habнa reconocido. Se detuvo, dejу caer la pala y avanzу hacia ella llamando a los negros mбs prуximos a йl:

—ЎDios omnipotente! ЎSi es la seсorita Scarlett! ЎElias, Profeta, Apуstol! ЎEs la seсorita Scarlett!

En las filas hubo cierta confusiуn. La muchedumbre se detuvo, indecisa, haciendo gestos alegres, y Big Sam, seguido de otros tres corpulentos negros, cruzу corriendo el camino hacia el coche, seguidos por el oficial, que gritaba:

—ЎVolved a las lнneas! ЎVolved o ya verйis...! ЎAh, si es la seсora Hamilton! Buenos dнas, seсora; buenos dнas, seсor. ЎEstб usted provocando un verdadero motнn, una insubordinaciуn, seсora! ЎY bien sabe Dios el trabajo que me han dado estos muchachos toda la maсana!

—No les reprenda, capitбn Randall. Son de nuestra casa, de Tara. Йste es Big Sam, nuestro capataz, y йstos, Elias, Apуstol y Profeta. Es comprensible que quieran hablarme. їCуmo estбis muchachos? їAdonde vais?

Estrechу la mano a todos. Su manecita blanca desaparecнa en las grandes palmas negras. Los cuatro, contentнsimos del encuentro, explicaban orgullosos a sus compaсeros, lo buena y lo bella que era la seсorita Scarlett.

—їQuй hacйis tan lejos de Tara? ЎSeguramente os habйis escapado! ЎVa a haber que poneros grilletes para aseguraros! Ellos rieron, complacidos de la broma.

—їEscaparnos? —contestу Big Sam—. No, seсorita, no nos hemos escapado. Han ido a buscarnos, porque somos los mбs grandes y fuertes de Tara. —Y exhibiу, orgulloso, sus dientes blancos—. Sobre todo, me buscaban a mн, por lo bien que canto. Sн, seсora; fue a buscarnos el seсor Frank Kennedy. —їPor quй, Sam?

—ЎCaramba, seсorita Scarlett! їNo lo sabe? Vamos a hacer agujeros para que los seсores blancos se escondan en ellos cuando lleguen los yanquis.

El capitбn Randall y los ocupantes del coche hubieron de reprimir la risa al escuchar aquella ingenua explicaciуn de que los negros iban a abrir trincheras.

—El seсor Gerald no querнa dejarme marchar, porque decнa que no podнa hacer nada sin mн. Pero la seсora Ellen dijo: «Llйveselo, seсor Kennedy. La Confederaciуn necesita a Big Sam mбs que nosotros. » Y me dio un dуlar y me dijo que hiciera todo lo que los seсores blancos me mandaran. Y por eso estamos aquн. —їPor quй esto, capitбn Randall?

—Es muy sencillo. Tenemos que reforzar las fortificaciones de Atlanta con mбs kilуmetros de trincheras y el general no puede sacar hombres del frente para cavarlas. Y se estбn buscando los negros mбs robustos de la comarca para ello. —Pero una glacial insinuaciуn de horror oprimiу el pecho de Scarlett. ЎMбs kilуmetros de trincheras! їPara quй hacнan falta mбs? El aсo ъltimo se habнan construido, en torno a Atlanta, a casi dos kilуmetros del centro de la ciudad, una serie de grandes reductos de tierra, con emplazamientos para baterнas. Aquellas vastas obras, renlazadas con trincheras y pozos de tirador, se prolongaban, kilуmetro, tras kilуmetro rodeando por completo la plaza. ЎMбs trincheras!

—Pero... їquй necesidad hay de que nos fortifiquemos mбs todavнa? No creo que haga falta. Seguramente el general no permitirб que... —Nuestras fortificaciones actuales estбn muy cerca de la ciudad —dijo Randall, conciso—. O sea, que resultan demasiado prуximas para defenderlas cуmodamente... y con seguridad. Las nuevas llegarбn bastante mбs lejos. Porque otra retirada, ya lo comprende usted, traerнa a nuestros hombres hasta Atlanta.

En el acto deplorу su ъltima observaciуn, al ver los ojos de Scarlett dilatarse de espanto.

—Claro que seguramente no habrб mбs retiradas —se apresurу a aсadir—. Las lнneas que rodean Kennesaw son inexpugnables. Las baterнas estбn colocadas en lo alto de las montaсas y dominan todos los caminos, asн que los yanquis no podrбn forzar el paso.

Pero Scarlett vio que Randall bajaba los ojos ante la penetrante y a la vez indolente mirada de Rhett y se acongojу. Recordу la afirmaciуn de Rhett: «Si los yanquis logran arrojarlo de las montaсas a la llanura de Atlanta, le causarбn una matanza horrenda. » —їUsted cree, capitбn?

—Claro que no. No se preocupe ni por un momento. El viejo Joe cree oportuno tomar todas las precauciones posibles y йsa es la ъnica razуn de que se hagan mбs trincheras... Bien: hemos de irnos. Encantado de verla... Muchachos, despedios de vuestra seсorita, y en marcha.

—Adiуs, muchachos. Si enfermбis u os lastimбis o si os pasa cualquier cosa, avisadme. Yo vivo al final de la calle Peachtree. Es casi la ъltima casa de la ciudad. Esperad un momento. —Y buscу en su monedero—. ЎNo llevo ni un centavo! Dйjeme unas monedas, Rhett. Toma, Sam, compra tabaco para ti y para los muchachos. Sed buenos y obedeced al capitбn Randall.

La fila dispersa volviу a formarse, y de nuevo se alzу la nube de polvo rojizo cuando reemprendieron la marcha y Big Sam reanudу su cбntico:

 

ЎDesciende, Moisйs, desciende
a las tierras de Egipto!
ЎY di al viejo Faraуn
que nos deje marchar libres!

 

—Rhett, el capitбn Randall me ha mentido... Me ha mentido como todos los hombres mienten a las mujeres, por temor a nuestros desmayos. їNo es cierto que me oculta la verdad? Si no hay peligro, їa quй vienen estas nuevas fortificaciones? їY estб el Ejйrcito tan escaso de hombres que necesita recurrir a los negros?

Rhett fustigу la yegua.

—El Ejйrcito estбn condenadamente escaso de hombres. їPor quй se llamarнa, si no, a la Guardia Territorial? Y en cuanto a las trincheras, o como quiera usted llamarlas, se preparan para caso de sitio. El general se dispone a efectuar aquн su ъltima resistencia.

—їUn sitio? ЎOh, haga volver el caballo! ЎMe voy a Tara inmediatamente!

—їA santo de quй?

—ЎUn sitio! ЎUn sitio, Dios mнo! ЎYo sй lo que es eso! Papб estuvo en uno (o no sй si fue el abuelo) y me ha hablado de ello...

—їQuй sitio fue?

—El de Drogheda, cuando Cromwell asediу a los irlandeses. Papб dice que no tenнan quй comer y que caнan muertos de hambre en las calles. Al fin se comieron todos los gatos y ratas, y hasta los bichos mбs asquerosos. Y papб dice que acabaron comiйndose los unos a los otros, aunque yo no he sabido nunca si eso podнa creerlo o no. Y cuando Cromwell tomу la ciudad, todas las mujeres fueron... ЎUn sitio! ЎMadre de Dios!

—Es usted la joven mбs disparatadamente ignorante que he visto en mi vida. El sitio de Drogheda ocurriу en el aсo mil seiscientos y Pico y su padre no podнa vivir entonces. Ademбs, Sherman no es Cromwell.

—No; pero es peor. Se dice... —Y en cuanto a los estrafalarios manjares que los irlandeses comieron durante el asedio... tanto me da comer un buen ratуn en su salsa como uno de los platos que ъltimamente me sirven en el hotel. Creo que acabarй volviйndome a Richmond. Allн hay buena comida si se tiene dinero para pagarla.

Y sus ojos reнan ante el terror que delataba la faz de Scarlett. Йsta, enojada, por haberlo exteriorizado, exclamу:

—ЎNo sй por quй ha estado tanto tiempo aquн! No piensa usted mбs que en estar cуmodo y en comer... y en cosas por el estilo.

—No conozco mejor modo de pasar el tiempo que comiendo y... haciendo cosas por el estilo —repuso Rhett—. Y, en cuanto a quedarme aquн, se debe a que he leнdo muchas descripciones de asedios, de ciudades cercadas y todo eso, pero nunca lo he presenciado. Asн que creo que me quedarй para asistir a ello. No es fбcil que resulte herido, puesto que no soy combatiente, y al final habrй vivido una experiencia mбs. Las experiencias nuevas, Scarlett, son muy ъtiles, porque Henrycen el espнritu.

—Mi espнritu estб bastante Henrycido ya...

—Nadie lo sabe mejor que usted, pero yo dirнa..: En fin, me callo, por no ser grosero... Acaso tambiйn se me presente ocasiуn de salvarla durante el asedio. Yo no he salvado nunca a una mujer en peligro. Y tambiйn ello constituirнa una nueva experiencia.

Scarlett comprendнa que Rhett la embromaba, pero a la vez advertнa cierta seriedad en sus palabras. Moviу la cabeza.

—No necesito que nadie me salve. ЎMuchas gracias! Sй cuidarme yo misma.

—No diga eso, Scarlett. Piйnselo, si quiere, pero nunca se lo diga a un hombre. Es lo que resulta molesto en las muchachas yanquis. Serнan encantadoras si no se pasasen la vida diciйndole a uno que no le necesitan, que gracias... Y el caso, Ўvбlgame Dios!, es que suelen decir la verdad. Y, claro, los hombres las dejan que se las arreglen solas.

—ЎVa usted muy lejos! —dijo ella, frнamente, ya que no existнa en el Sur insulto peor para una mujer que ser comparada a una mujer yanqui—. Creo que exagera usted cuando habla de un asedio. Le consta que los yanquis no llegarбn nunca a Atlanta.

—Estarбn aquн este mismo mes. Le apuesto una caja de bombones contra... —Y sus ojos oscuros se fijaron en los labios de la joven—. Contra un beso.

Por un breve instante, el temor de la invasiуn yanqui oprimiу el corazуn de Scarlett; pero la palabra «beso» le hizo olvidar rбpidamente tal temor. Ahora se sentнa en terreno conocido y mucho mбs interesante que las operaciones bйlicas. Exprimiу, no sin trabajo, una sonrisa de triunfo. Desde el dнa en que le regalara el sombrero verde, Rhett no habнa hecho ni dicho nada que pudiese interpretarse como propio de un enamorado. Eludнa siempre conversaciones personales, aunque ella se esforzaba en iniciarlas. Y ahora, sin que ella le provocase, hablaba de besos...

—No me agradan estas conversaciones —repuso Scarlett secamente y frunciendo el ceсo—. Y, ademбs, preferirнa besar a un cerdo antes que a usted.

—Aquн no se trata de preferencias. Por otra parte sй que los irlandeses tienen gran simpatнa por los cerdos. Creo que hasta los meten debajo de la cama... Lo malo, Scarlett, es que tiene usted urgente necesidad de besos. Todos sus galanes la han respetado demasiado, Dios sabe si porque la temнan o porque usted se comportaba debidamente. El resultado es que procede usted con una altanerнa insoportable. Usted necesita que la besen y que lo haga alguien que sepa hacerlo bien.

La conversaciуn no seguнa el camino que Scarlett hubiera querido. Siempre le pasaba lo mismo con йl. Era como un duelo en el que ella llevaba la peor parte.

—Y usted se considera la persona apropiada, їno? —dijo, sarcбsticamente, reprimiendo a duras penas su enojo.

—Sн, si quisiera tomarme la molestia —repuso йl, negligente—. Las mujeres dicen que sй besar bastante bien...

—ЎOh! —exclamу ella, airada ante aquel desprecio a sus encantos—. їEs posible que...?

Pero bajу los ojos, turbada, sъbitamente. Йl sonreнa, mas en el fondo de sus ojos oscuros relampagueo un resplandor brillante y dйbil, cual una incipiente llamita.

—Supongo que se habrб usted extraсado con frecuencia de que yo no intentara una continuaciуn de aquel casto beso que le di el dнa que le llevй el sombrero.

—Nunca he...

—Entonces, Scarlett, no es usted una muchacha sensible, y lo siento. Todas las muchachas sensibles se extraсan cuando los hombres no tratan de besarlas. Saben que no deberнan desearlo y que deben considerarse ofendidas si un hombre lo intenta..., pero no por eso dejan de anhelarlo. Anнmese, querida. Algъn dнa la besarй y a usted le agradarб. Pero ahora no. Le ruego que no sea tan impaciente.

Sabнa que йl se mofaba y, como siempre, sus burlas la ponнan furiosa. Ademбs, en cuanto йl decнa habнa tanta verdad como siempre. Pero esto tenнa que terminar. Si alguna vez era tan insolente que osara tomarse libertades con ella, se lo mostrarнa.

—їTiene la amabilidad de dar la vuelta, capitбn Butler? Deseo regresar al hospital.

—їDe verdad, hermoso бngel consolador? їAsн que prefiere piojos y manchas a charlar conmigo? Muy bien: Ўlejos de mн el impedir a unas manos laboriosas que trabajen por nuestra gloriosa Causa! Hizo girar el caballo y volviу a Five Poнnts.

—El motivo de que no lo volviera a intentar —continuу, amablemente, como si ella no le hubiese hecho entender que daba la conversaciуn por terminada— es que yo estaba esperando que madurase usted un poco mбs. Yo soy muy refinado en mis placeres. Besarla a usted ahora no me agrada mucho. Nunca me ha atraнdo besar a las niсas.

Reprimiу una sonrisa al ver, con el rabillo del ojo, la violencia con que palpitaba el pecho de Scarlett.

—Y ademбs —prosiguiу, suavemente— esperaba que el recuerdo del estimable Ashley Wilkes se disipara algo mбs.

La menciуn del nombre de Ashley hizo brotar en Scarlett una repentina pena. Sintiу que le abrasaban los pбrpados ardientes lбgrimas. їDisiparse el recuerdo de Ashley? No, nunca se disiparнa, aunque llevase mil aсos muerto. Pensу en Ashley herido, agonizando en una lejana prisiуn yanqui, sin manta que le cubriese, sin nadie que le quisiera y apretase su mano... Y entonces sintiу odio hacia el hombre bien nutrido que se sentaba a su lado, y que le hablaba con un. sarcasmo casi a flor de su voz untuosa. Callу, demasiado enojada para hablar, y rodaron algъn tiempo en silencio.

—Ahora he comprendido verdaderamente todo lo que se refiere a usted y a Ashley —continuу Rhett, al fin—. Desde que todo empezу con aquella tan poco elegante escena en Doce Robles, he tenido los ojos muy abiertos y he aprendido muchas cosas. їCuбles? Pues que usted alberga hacia йl una romбntica pasiуn de colegiala a la que йl corresponde en la medida que su honorable carбcter se lo consiente. Y que la seсora Wilkes no sabe nada y que, entre los dos, la estбn obligando a hacer un lindo papel... Yo lo comprendo todo, excepto una cosa, que pica mi curiosidad. El honorable Ashley, їha puesto alguna vez en peligro la salvaciуn de su alma dбndole un beso?

Ella sуlo contestу con un silencio de tumba y una desviaciуn de cabeza.

—Bien: entonces la ha besado. Supongo, que serнa cuando estuvo aquн de permiso. Y, ahora que probablemente ha muerto, guarda usted el recuerdo de ese beso en su corazуn. Pero estoy seguro de que concluirб por olvidarlo, y entonces, yo...

Ella se volviу, enfurecida:

—ЎVayase a paseo! —dijo, rabiosa, con sus verdes ojos relampagueantes de ira—. Dйjeme que baje de este coche o me tiro de йl saltando sobre las ruedas. No volverй a dirigirle la palabra en mi vida.

Rhett detuvo el coche; pero antes de que pudiese ayudarla, ella saltу al suelo. El miriсaque se encajу en la rueda y por un momento la multitud que transitaba por Five Points tuvo una rбpida visiуn de enaguas y pantalones de mujer. Rhett se inclinу y la liberу hбbilmente. Ella echу a correr sin una palabra, sin volverse una sola vez para mirarle. Butler riу quedamente y fustigу el caballo.

Por primera vez desde que empezara la guerra, Atlanta pudo oнr el fragor de la batalla. Temprano, de maсana, antes de que despertasen los rumores de la poblaciуn, se oнa dйbilmente el caсуn de los montes Kennesaw, con un retumbar apagado y lejano comparable al trueno de una tormenta de estнo. A veces sonaba con mбs fuerza, y entonces se imponнa sobre el ruido del trбfico del pleno dнa. La gente trataba de no escucharlo, esforzбndose en hablar, reнr y ocuparse de sus quehaceres como si los yanquis no estuvieran a cuarenta kilуmetros de distancia. Pero aquel fragor resonaba sin cesar en los oнdos de todos. La poblaciуn en masa tenнa un aspecto inquieto. Cualquier que fuera su ocupaciуn todos escuchaban, escuchaban, y sus corazones experimentaban repentinos sobresaltos cien veces al dнa. їNo sonaba mбs reciamente el caсуn? їO acaso lo imaginaban? їPodrнa el general Johnston rechazar a los yanquis esta vez? їPodrнa?

El pбnico latнa bajo la superficie. Los nervios, sometidos a una tensiуn cada dнa mayor durante la retirada, estaban a punto de estallar. Nadie hablaba de temor, ya que estй tema era un verdadero tabъ; pero la tensiуn nerviosa se aliviaba en duras crнticas al general. Una verdadera fiebre excitaba la opiniуn pъblica. Sherman estaba, literalmente, a las puertas de Atlanta. Otra retirada llevarнa a los confederados a la ciudad.



  

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