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TERCERA PARTE 1 страница



Llegу mayo de 1864 —un mayo seco y ardiente que agostaba los capullos en flor— y los yanquis, al mando del general Sherman, invadieron de nuevo Georgia, mбs arriba de Dalton, ciento sesenta kilуmetros al noroeste de Atlanta. Corrнa el rumor de que se preparaban grandes combates en la frontera de Georgia y en Tennessee. Los yanquis concentraban a sus fuerzas para atacar el ferrocarril Atlбntico-Oeste, la lнnea que enlazaba Atlanta con Occidente y con Tennessee, la misma por la que las tropas del Sur se habнan precipitado el pasado otoсo para lograr la victoria de Chickamauga.

Pero, en general, la poblaciуn de Atlanta no veнa con inquietud la perspectiva de una batalla cerca de Dalton. El lugar donde los yanquis se concentraban estaban muy pocos kilуmetros al sudeste del campo de batalla de Chickamauga. Y puesto que de allн habнan sido rechazados ya una vez cuando trataban de colarse por los desfiladeros de la regiуn, se daba por hecho que ahora se los harнa retroceder de nuevo.

Atlanta —y toda Georgia— sabнa bien que, dada la importancia que la Confederaciуn otorgaba al Estado, el general Joe Johnston no podнa permitir a los yanquis permanecer largo tiempo en sus fronteras. El viejo Joe y su ejйrcito no consentirнan que ni un solo yanqui avanzase hacia el Sur, desde Dalton, por los muchos asuntos que dependнan de que todo marchase bien en Georgia. El Estado, intacto hasta entonces, era un vasto granero, una inmensa fбbrica y un nutrido almacйn de la Confederaciуn. Allн se fabricaba gran parte de la pуlvora y de las armas usadas por el Ejйrcito y se manufacturaba la mayorнa de los tejidos de lana y algodуn. Entre Atlanta y Dalton estaba la ciudad de Roma, con su fundiciуn de caсones, asн como Etowah y Allatoona, con los mayores talleres metalъrgicos que habнa al sur de Richmond. Y en Atlanta no sуlo radicaban las fбbricas de pistolas y sillas de montar, de tiendas y de municiones, sino tambiйn los mayores talleres de laminado, los de los principales ferrocarriles y los mбs grandes hospitales.

Ademбs, Atlanta era la encrucijada de las cuatro vнas fйrreas que sostenнan, en rigor, la vida de la Confederaciуn del Sur.

Asн que nadie experimentу una inquietud excesiva. Al fin y al cabo, Dalton estaba lejos, en los confines de Tennessee. Como en Tennessee hacнa tres aсos que se luchaba, la gente se habнa acostumbrado a pensar en aquel Estado como en un campo de batalla remoto, casi tanto como Virginia o las orillas del Mississippi. Ademбs, entre los yanquis y Atlanta estaba el viejo Joe con sus hombres, y nadie ignoraba que despuйs del general Lee, una vez muerto Stonewall Jackson, no habнa general mбs ilustre que Johnston.

Una tarde de mayo, en la terraza de la casa de la tнa Pitty, el doctor Meade resumiу el punto de vista de la poblaciуn civil sobre el asunto, diciendo que Atlanta no tenнa nada que temer, ya que el general Johnston cerraba las montaсas como un fйrreo baluarte. Quienes le escuchaban experimentaron emociones diversas, pues mientras se balanceaban ante el crepъsculo, atentos al mбgico vuelo de las primeras luciйrnagas en la penumbra, sopesaban en sus mentes importantes asuntos. La seсora Meade, con la mano apoyada en el brazo de Phil, deseaba que su marido tuviese razуn. Sabнa que si la guerra se aproximaba, Phil tendrнa que ir al frente. Tenнa diecisйis aсos y servнa en la Guardia Territorial. Fanny Elsing, pбlida y con los ojos hundidos desde lo de Gettysburg, procuraba expulsar de su mente la torturadora imagen que la obsesionaba desde meses atrбs: el teniente Dallas McLure agonizando en una traqueteante carreta de bueyes, bajo la lluvia, en la larga y terrible retirada de Maryland.

Al capitбn Carey Ashburn le dolнa de nuevo el brazo inъtil y le deprimнa el pensamiento de que la conquista de Scarlett siguiera estancada. La situaciуn se mantenнa desde que llegaran las noticias del cautiverio de Ashley Wilkes, pero Carey no acertaba a relacionar aquellos dos acontecimientos. Scarlett y Melanie, por su parte, pensaban en Ashley, como hacнan siempre, salvo cuando alguna gente, tarea o la necesidad de intervenir en una conversaciуn las obligaba a olvidarlo por un momento, Scarlett pensaba, con amargo desconsuelo: «Debe de haber muerto. Si no, sabrнamos algo de йl. » Melanie se esforzaba una y otra vez en rechazar el temor que la invadнa en el curso de las interminables horas de нncertidumbre: «No puede haber muerto... Yo lo presentirнa..., lo sabrнa... » Rhett Butler, en la sombra, cruzaba negligentemente sus largas piernas, de pies elegantemente calzados, y su rostro moreno permanecнa impenetrable. Wade dormнa tranquilo en sus brazos con un huesecillo muy limpio en su manita, como un talismбn. Cuando estaba Rhett, Scarlett permitнa que Wade se acostara tarde, porque el tнmido niсo querнa a Butler y йste, por extraсo que pudiera parecer, sentнa afecto por йl. En general, a Scarlett le desagradaba la presencia del niсo; pero йste siempre se comportaba bien cuando estaba en brazos de Rhett. En cuanto a tнa Pitty, se esforzaba nerviosamente en disimular un eructo, provocado por la digestiуn del gallo viejo y correoso que habнan cenado.

Aquella maсana, tнa Pitty habнa tomado la penosa decisiуn de que valнa mбs matar al patriarca del corral que dejarlo morir de viejo y aсorando su harйn, devorado largo tiempo atrбs. Hacнa dнas que el gallo recorrнa, con la cresta gacha, el solitario gallinero. Cuando el tнo Peter le hubo retorcido el cuello, tнa Pitty sintiу remordimientos al pensar, mientras la familia iba a regalarse con el ave, que muchos de sus amigos llevaban semanas sin comer pollo, y sugiriу que invitaran a algunos a la cena. Melanie, que se hallaba en el quinto mes y que no salнa nunca, ni recibнa invitados desde hacнa semanas, se espantу ante tal idea. Pero tнa Pitty se mantuvo firme por una vez. Serнa un gran egoнsmo comerse el gallo solas. Y si Melanie se subнa un poco mбs el aro del miriсaque, nadie notarнa nada, ya que aъn era muy lisa de busto.

—Pero, tнa, yo no quiero ver a nadie mientra Ashley...

—No es igual que si... que si Ashley hubiese fallecido —repuso tнa Pitty, no sin un temblor en la voz, pues estaba segura de que Ashley habнa muerto—. Estб tan vivo como tъ. Y a ti te conviene tener compaснa. Invitarй tambiйn a Fanny Elsing. La seсora Elsing me ha rogado que haga lo posible para animarla y para que vea a gente.

—Tнa, es cruel obligarla cuando hace tan poco que Dallas ha muerto, y...

—Melanie, no me irrites. Me sentirй vejada si te opones. Creo que soy tu tнa, їverdad? Pues yo sй mejor que tъ lo que conviene y quiero celebrar una reuniуn.

Tнa Pitty celebrу la reuniуn, en efecto, aumentada por un huйsped que llegу en el ъltimo minuto y al que nadie esperaba ni deseaba. En el preciso momento en que el olor del asado llenaba la casa, Rhett Butler, que regresaba de uno de sus misteriosos viajes, llamу a la puerta. Llevaba bajo el brazo una gran caja de bombones envuelta en papel de encaje y un montуn de intencionados cumplidos para tнa Pitty. No habнa mбs remedio que invitarlo a quedarse, aunque tнa Pitty sabнa perfectamente la opiniуn que el doctor y su esposa tenнan acerca de йl y el encono que Fanny experimentaba contra cualquiera que no vistiera uniforme. Sin duda, ni los Meade ni los Elsing le hubiera hablado en la calle; pero en casa de unos amigos comunes tenнan que ser atentos con йl. Ademбs, Rhett estaba mбs firmemente que nunca bajo la protecciуn de la frбgil Melanie. Desde que йl se preocupara de averiguar noticias de Ashley, Melanie habнa declarado pъblicamente que su casa estarнa abierta para Butler de por vida, por muchos comentarios que hicieran los demбs.

El desasosiego de tнa Pitty se calmу al ver que Butler se comportaba del mejor modo posible. Dedicу a Fanny tantas deferencias que incluso logrу que ella le sonriese. Y la cena transcurriу perfectamente. Fue un festнn principesco. Carey Ashburn llevу una cantidad de tй que habнa encontrado, camino de Andersonville, en la tabaquera de un yanqui capturado, y cada uno pudo tomar una taza de infusiуn, si bien levemente aromatizada a tabaco. Cada uno recibiу una porciуn del viejo y correoso gallo, una regular guarniciуn de harina sazonada con cebolla, un plato de guisantes secos y abundancia de arroz y salsa, si bien йsta un poco clara, por falta de harina suficiente para darle espesor. Como postre, se sirviу un pastel de batata, seguido por los bombones de Rhett, y cuando йste sacу autйnticos habanos para que los seсores fumasen mientras bebнan sus vasos de licor de moras, todos admitieron que el banquete habнa sido digno de Lъculo.

Cuando los caballeros se unieron a las seсoras en el pуrtico de la terraza, la conversaciуn versу sobre la guerra. Entonces se hablaba siempre de lo mismo. Toda charla, todo tema, nacнa o acababa a raнz de algъn asunto de la guerra. Ora se trataba de sus aspectos tristes, ora de los alegres, pero siempre de la guerra. Idilios de guerra, bodas de guerra, muertes en los hospitales o en el campo, episodios de campamento, marcha y batalla; actos de arrojo o de cobardнa, contento, depresiуn, privaciones y esperanzas. Las esperanzas persistнan siempre, firmes a pesar de las derrotas del verano anterior.

Cuando el capitбn Ashburn anunciу que habнa solicitado con йxito el traslado de Atlanta al ejйrcito de Dalton, las damas besaron con la mirada su brazo inъtil y disimularon el orgullo que les inspiraba declarando que йl no podнa marchar, porque, en tal caso, їquiйn estarнa allн para dedicarles su atenciуn?

El joven Carey se mostrу turbado y complacido al oнr tales afirmaciones de aquellas matronas y solteronas, como lo eran, respectivamente, la seсora Meade y Melanie, la tнa Pitty y Fanny, y deseу que los elogios de Scarlett fueran sinceros.

—ЎBah! No tardarб en volver —dijo el doctor Meade, pasando un brazo sobre el hombro de Carey—. Bastarб una batalla para que los yanquis huyan a la desbandada hacia Tennessee. Y cuando lleguen allн, ya se encargarб de ellos el general Forrest. No se alarmen, seсoras, con motivo de la proximidad de los yanquis, porque el general Johnston y su ejйrcito cierran las montaсas como un fйrreo baluarte. ЎSн, un fйrreo baluarte! —repitiу, subrayando la expresiуn—. Sherman no pasarб. Nunca lograrб sacar de sus posiciones al viejo Joe.

Las seсoras aprobaron sonriendo, porque la mбs insignificante opiniуn del doctor pasaba por verdad indiscutible. Al fin y al cabo, los hombres entendнan de aquellas cosas mucho mбs que las mujeres, y si Meade decнa que el general Johnston era un fйrreo baluarte, debнa serlo sin duda. Sуlo Rhett tomу la palabra. Desde que acabara la cena habнa permanecido en silencio, sentado en la penumbra crepuscular, escuchando la charla sobre la guerra, con la boca contraнda en una mueca, sin dejar de sostener al niсo dormido apoyado en su hombro.

—їNo se dice que Sherman dispone de unos cien mil hombres ahora que acaba de recibir refuerzos?

El doctor le contestу secamente. Habнa atravesado una dura prueba desde que, al llegar a la casa, encontrara a aquel hombre por quien sentнa tan viva aversiуn, viйndose obligado a comer en su compaснa. Sуlo el respeto debido a Pittypat y el hallarse bajo su techo le habнa impedido exteriorizar sus sentimientos mбs abiertamente. —їY quй, seсor? —gruсу como respuesta.

—Que creo que el capitбn Ashburn ha dicho hace un momento que el general Johnston tenнa unos cuarenta mil hombres, contando los desertores a quienes la ъltima victoria ha animado a volver a sus compaснas.

—Seсor —dijo la seсora Meade, indignada—. En el Ejйrcito confederado no hay desertores.

—Perdуn —se excusу Rhett, con burlona humildad—. Me referнa a los miles de hombres con permiso que se olvidan de volver a sus regimientos y a los que, curados de sus heridas hace seis meses, continъan en sus casas ocupбndose de las labores agrнcolas de primavera o de sus otros quehaceres habituales.

Sus ojos relampaguearon, irуnicos. La seсora Meade se mordiу los labios. Scarlett se hubiera reнdo de buena gana de su derrota y de lo limpiamente que Rhett la habнa hecho callar. Habнa, en efecto, centenares de hombres escondidos en los pantanos y en las montaсas, que desafiaban a la Guardia Nacional a que los obligase a volver a filas. Entre ellos algunos afirmaban que aquйlla era «una guerra de ricos hecha por pobres» y que estaban hartos de ella; pero la mayorнa eran simplemente hombres que, aunque figuraban como desertores en las listas de sus compaснas, distaban mucho de tener la intenciуn de desertar permanentemente. Eran quienes en tres aсos no habнan obtenido una sola licencia, mientras recibнan de sus casas cartas en las que, escrito con pйsima ortografнa, solнa leerse: «Tenemos ambre. Este aсo no ay cosecha. No ay quien harй... Tenemos ambre. Los comisarios se yevan los cochiniyos y ace meses que no recibimos dinero tullo... No bibimos mбs que de guisantes secos. »

Aquel coro repetнa, cada vez mбs alto: «Todos estamos ambrientos: tu mujer, tus ijos, tus padres. їCuando acabarб esto? їCuando volverбs ha casa? Estamos hambrientos, hambrientos... » Y cuando en el Ejйrcito, cuyos efectivos disminuнan rбpidamente, se denegaban permisos, aquellos soldados se iban sin licencia, para arar sus tierras y recoger sus cosechas, reparar sus casas y reconstruir sus cercados. Los oficiales se hacнan cargo de la situaciуn y, si preveнan una batalla enconada, escribнan a aquellos hombres diciйndoles que se reincorporasen a sus compaснas y que no se les molestarнa para nada. Generalmente, los hombres volvнan tras asegurarse de que su familia no pasarнa hambre durante los meses inmediatos. Los «permisos para labrar» no eran considerados a la misma luz que una deserciуn ante el enemigo, pero debilitaban al Ejйrcito en la misma medida.

El doctor Meade se apresurу a llenar el vacнo de la desagradable pausa que siguiу, diciendo secamente:

—Capitбn Butler: la diferencia numйrica entre nuestras fuerzas y las del Norte no ha importado nunca. Un confederado vale por doce yanquis.

Las seсoras asintieron. Era notorio para todos.

—Eso era cierto al principio de la guerra —dijo. Rhett—. Acaso lo serнa todavнa si los confederados tuviesen municiуn para sus fusiles, calzado para sus pies y alimentos para su estуmago. їVerdad, capitбn Ashburn?

Su voz seguнa sonando dulce, llena de insidiosa humildad. Carey Ashburn parecнa molesto, pues tambiйn a йl le desagradaba Butler. Gustosamente se hubiera puesto al lado del doctor, pero no podнa hacerlo. La razуn por la que habнa solicitado que lo trasladasen al frente, a pesar de su brazo inъtil, era la conciencia de que la situaciуn era difнcil, algo que la poblaciуn civil ignoraba. Habнa otros muchos hombres que, cojeando sobre una pata de palo, o con un ojo, algunos dedos o un brazo perdidos, volvнan, silenciosamente, desde el comisariado, los servicios de hospitales, correos y ferrocarriles, a sus antiguas unidades de combate, porque les constaba que el viejo Joe necesitaba a todos los hombres disponibles.

Carey no dijo, pues, una sola palabra. En cambio, el doctor Meade, perdiendo el dominio de sн mismo, tronaba:

—Nuestros hombres han luchado ya sin calzado y sin alimento y han ganado victorias. ЎY ahora volverбn a luchar y a vencer! Le digo que el general Johnston no serб vencido. Los desfiladeros han sido siempre, desde los tiempos antiguos, el refugio de los pueblos fuertes que sufren una invasiуn. Acuйrdese de... de las Termopilas...

Scarlett se esforzу en comprender, pero no pudo. Las Termopilas no decнan nada a su mente.

—Los defensores de las Termopilas murieron todos, їverdad, doctor? —preguntу Rhett, haciendo una mueca para contener la risa que asomaba a sus labios.

—їPretende insultarme, joven? —ЎPor Dios, doctor! No me comprende usted. Me limitaba a pedirle detalles. Recuerdo pйsimamente la historia antigua.

—Si es necesario, morirб hasta el ъltimo hombre de nuestro Ejйrcito antes de permitir que los yanquis avancen hacia el interior de Georgia —replicу el doctor con acritud—. Pero no harб falta. Bastarб un encuentro para que sean arrojados de Georgia.

Tнa Pittypat se levantу apresuradamente y rogу a Scarlett que cantase y tocase algo al piano, Veнa que la conversaciуn se deslizaba de un modo amenazador hacia aguas profundas y turbulentas. ЎBien sabнa ella que invitar a Rhett a comer traerнa complicaciones! Siempre surgнan disgustos cuando йl estaba presente. No comprendнa cуmo, pero el caso era que ocurrнan. ЎDios mнo, Dios mнo! їQuй podrнa Scarlett encontrar de agradable en aquel hombre? їY cуmo podнa la pobrecita Melanie defenderlo?

Cuando Scarlett, obediente, entrу en el salуn, invadiу la terraza un silencio, en el que latнa una airada repulsa contra Rhett. їCуmo era posible que hubiera quien no creyese en la invencibilidad de Johnston y sus hombres? Creerlo asн era un deber sagrado. Y aquellos traidores que tuviesen el descaro de no creerlo, lo mнnimo que podнan hacer era Cerrar la boca.

Scarlett arrancу al teclado algunos acordes y su voz llegу hasta ellos desde el salуn, entonando, dulce y tristemente, la letra de una canciуn popular:

A un hospital de sangre de encahdas paredes, donde muchos soldados moribundos yacнan con heridas de bala, granada o bayoneta, el novio de una joven fue conducido un dнa.

ЎEl novio de una joven! ЎAdolescente y bravo! ЎCуmo abruma el cansancio su dulce cara pбlida! ЎQuйpronto apagarб la tierra de la tumba la luz desfalleciente de su juvenil gracia!

—«Estбn sus rizos de oro hъmedos y enredados... » —siguiу entonando la insegura voz de soprano de Scarlett.

Pero Fanny se incorporу a medias en su silla y dijo, con voz dйbil y ahogada:

—ЎCanta otra cosa!

El piano enmudeciу sъbitamente porque Scarlett habнa quedado abrumada de sorpresa y turbaciуn. Luego, apresuradamente, entonу los primeros acordes de Guerrera gris; pero se interrumpiу, emitiendo una nota falsa, al recordar que tambiйn aquella canciуn era muy dolorosa. El piano volviу a guardar silencio y Scarlett quedу desconcertada. No recordaba aire alguno que no hablase de muerte, despedida y tristeza.

Rhett se levantу бgilmente, depositу a Wade en el regazo de Fanny y entrу en el salуn.

—Toque Mi viejo Kentucky [14] —sugiriу en voz baja.

Scarlett, agradecida, iniciу la canciуn. A su voz se uniу la excelente voz de bajo de Rhett, y ya desde el segundo verso los que estaban en la terraza respiraron mбs aliviados, aunque en verdad no podнa decirse que se tratara de una melodнa alegre:

 

Sуlo unos pocos dнas de soportar la carga,
la carga que ya nunca nos serб ligera...
Algunos vacilantes pasos en el camino,
Ўy luego buenas noches, mi Kentucky, mi hogar!.

 

La predicciуn del doctor Meade resultу cierta... en parte. Johnston permaneciу firme, en efecto, en las montaсas, a ciento sesenta kilуmetros de Atlanta, como un fйrreo baluarte. Con tanta firmeza resistiу y tan reciamente repeliу el intento de Sherman de forzar el paso del valle hacia Atlanta que al fin los yanquis se retiraron y celebraron consejo. A continuaciуn, en vista de la imposibilidad de romper las lнneas grises mediante un ataque frontal, se pusieron en marcha al amparo de la noche y avanzaron en semicнrculo a travйs de los desfiladeros, esperando atacar a Johnston por la retaguardia y cortar el ferrocarril a sus espaldas, en Resaca, veinticinco kilуmetros mбs abajo de Dalton.

Al ver en peligro aquel precioso camino de hierro, los confederados abandonaron las trincheras que tan desesperadamente habнan defendido y, a la luz de las estrellas, se dirigieron a Resaca a marchas forzadas por el camino mбs corto. Cuando los yanquis, bajando de los montes, cayeron sobre los sudistas, йstos los aguardaban, tras nuevos parapetos, montadas las baterнas y relampagueantes las bayonetas, como sucediera en Dalton.

Cuando los heridos de Dalton dieron noticias, no siempre coherentes, de la retirada del viejo Joe a Resaca, Atlanta se sintiу sorprendida y un tanto turbada. Fue como si una oscura nubйcula apareciese hacia el noroeste, la primera nubйcula de una tormenta estival. їEn quй pensaba el general al consentir que los yanquis penetrasen treinta kilуmetros mбs en el interior de Georgia? Como el doctor Meade decнa, las montaсas eran fortalezas naturales. їPor quй el viejo Joe no habнa detenido ante ellas a los yanquis?

Johnston luchу desesperadamente en Resaca y rechazу a los yanquis de nuevo; pero Sherman, mediante idйntico movimiento de flanqueo, desplegу su numeroso ejйrcito en otro semicнrculo, cruzу el rнo Oostanaula y otra vez atacу el ferrocarril a espaldas de los confederados. De nuevo las tropas grises abandonaron rбpidamente sus trincheras de tierra rojiza para defender la vнa fйrrea y, agotados por la falta de sueсo, rendidos por las marchas y los combates, y hambrientos, como siempre, realizaron otra marcha acelerada, valle abajo. Alcanzaron la pequeсa poblaciуn de Calhoun, unos diez kilуmetros al sur de Resaca, tomaron posiciones ante los yanquis, se atrincheraron y, cuando el enemigo atacу, estaban preparados ya para rechazarlo. El ataque provocу un duro encuentro y los yanquis fueron repelidos. Los sudistas, extenuados, necesitaban un poco de respiro y descanso; pero no lo tuvieron. Sherman avanzaba inexorablemente, paso a paso, desplegando su ejйrcito en torno al enemigo en una lнnea curva muy amplia y forzando de nuevo a los sudistas a retirarse para defender la lнnea fйrrea que quedaba tras ellos.

Los confederados marchaban medio dormidos, demasiado fatigados la mayorнa para poder pensar siquiera. Pero, aunque hubiesen pensado, habrнan seguido confiando en el viejo Joe. Sabнan que se retiraban, pero sabнan que no habнan sido derrotados. Lo que ocurrнa era que no disponнan de bastantes hombres para defender sus posiciones y a la vez impedir los movimientos de flanqueo de Sherman. Siempre que los yanquis presentaban combate, los confederados lograban ventaja. Pero resultaba imposible prever cuбl iba a ser el final de aquella retirada. El viejo Joe sabнa lo que se hacнa, y esto les bastaba. Habнa dirigido la retirada con magistral destreza, perdiendo muy pocos hombres, mientras que los yanquis muertos o capturados eran numerosos. Los sudistas no abandonaron un solo furgуn y ъnicamente perdieron cuatro caсones. Y, sobre todo, conservaban el ferrocarril que se extendнa a sus espaldas. A pesar de sus numerosos ataques frontales, cargas de caballerнa y movimientos laterales, Sherman no habнa logrado tocar la vнa fйrrea ni con un dedo.

ЎEl ferrocarril! Sн: aъn era de los sudistas aquella delgada cinta de hierro que descendнa por el soleado valle hacia Atlanta. Cuando los hombres se tendнan a dormir veнan serpentear los rieles, brillando dйbilmente a la luz de las estrellas. Y cuando caнan, para morir, la ъltima visiуn que distinguнan sus ojos velados eran los raнles refulgiendo bajo el sol implacable que lanzaba bocanadas de calor a lo largo de la lнnea. A medida que los grises bajaban por el valle, un ejйrcito de refugiados los precedнa. Plantadores y granjeros, ricos y pobres, blancos y negros, mujeres y niсos, viejos, moribundos, enfermos, heridos, mujeres embarazadas, se apiсaban en el camino de Atlanta, huнan en tren, a pie, a caballo, en coches y furgones cargados de baъles y enseres domйsticos. Unos ocho kilуmetros por delante del Ejйrcito en retirada, caminaban los refugiados, para detenerse en Resaca, en Calhoun, en Kingston, esperando en cada parada saber que los yanquis habнan sido rechazados y que ellos podнan tornar a sus hogares. Pero era imposible volver a emprender en sentido inverso la ruta, ardiente de sol. Las tropas grises pasaban ante casas vacнas, granjas desiertas, solitarias cabanas con las puertas entornadas. Aquн y allб se encontraban alguna mujer sola, con un grupo de atemorizados esclavos, y todos salнan al camino a saludar a las tropas, llevando vasijas de agua de pozo para los hombres sedientos, vendando a los heridos y enterrando a los muertos en sus propios cementerios familiares. Pero la mayor parte del valle soleado estaba desierto y abandonado, y las cosechas, desatendidas, se agostaban en los campos desolados.

Desbordado otra vez de flanco en Calhoun, Johnston retrocediу a Adairsville, donde hubo vivos combates; luego, a Cassville, y despuйs, al sur de Cartersville. ЎY el enemigo habнa avanzado cien kilуmetros desde Dalton! En New Hope Church, veinticinco kilуmetros mбs allб a lo largo del camino tan rabiosamente disputado, los grises se detuvieron, resueltos a mantenerse firmes. Las lнneas azules, incansables, avanzaron como una monstruosa serpiente, extendiйndose, desplegбndose, hiriendo furiosamente, retrocediendo cuando se sentнan muy daсadas, pero volviendo a atacar otra vez. En New Hope Church se trabу una desesperada batalla, que se sostuvo durante once dнas de continuas luchas, en cuyo curso todos los ataques yanquis fueron sangrientamente rechazados. Despuйs, Johnston, desbordado por el flanco una vez mбs, retirу sus debilitadas lнneas otros pocos kilуmetros al sur.

Los muertos y heridos de los confederados en New Hope Church fueron numerosos. Los heridos afluнan a Atlanta en trenes atestados y la ciudad se espantу. Nunca, ni aun despuйs de la batalla de Chickamauga, habнa visto la ciudad tantos heridos. Los hospitales se desbordaban y habнa que colocar a los pacientes en el suelo, sobre balas de algodуn, en los almacenes o en otro cualquier lugar que quedara vacнo. Todos los. hoteles, todas las casas de huйspedes y todas las residencias particulares estaban llenas de heridos. Tambiйn la tнa Pittypat hubo de recibir algunos, no sin protestar por lo improcedente que le parecнa acoger a extraсos en casa en un momento en que Melanie estaba muy delicada y la vista de aquellos dolorosos espectбculos podнa producirle un parto prematuro. Pero Melanie alzу un poco mбs aъn el aro de su miriсaque, para disimular el ensanchamiento de su talle, y los heridos invadieron la casa de ladrillo. Aquello era un interminable cocinar, tender heridos en el lecho, cambiarles de postura, darles aire... Eran inacabables horas de lavar, escoger y arrollar vendajes, larguнsimas noches calurosas sin dormir, oyendo el incoherente delirio de los hombres en la habitaciуn inmediata. Finalmente, la abarrotada ciudad no pudo recibir mбs heridos, y los muchos que seguнan llegando eran enviados a los hospitales de Macуn y Augusta.

Aquel aluviуn de heridos que transmitнan inquietantes noticias, y la creciente marea de asustados refugiados que se apiсaban en la ya superpoblada ciudad, sumieron a Atlanta en un extraordinario bullicio. La nubйcula en el horizonte se habнa convertido en una vasta y sombrнa nube de tormenta y con su aproximaciуn se filtraba en los espнritus un viento helado.

Nadie habнa perdido la fe en la invencibilidad del Ejйrcito, pero todos, al menos la poblaciуn civil, habнan perdido la fe en el general. ЎNew Hope Church estaba sуlo a cincuenta y seis kilуmetros de Atlanta! El general se habнa retirado, con los yanquis a sus talones, ciento cinco kilуmetros en tres semanas. їPor quй no los contenнa en vez de batirse siempre en retirada? Era un loco, si no algo peor. Los viejos barbudos de la Guardia Territorial y los miembros de la Milicia del Estado, muy a salvo en Atlanta, insistнan en que ellos hubieran dirigido con mбs inteligencia la campaсa y trazaban mapas sobre los manteles para probar mejor sus asertos. El general, a medida que se vнa forzado a retroceder y veнa diezmarse las lнneas de sus tropas, apelaba desesperadamente al gobernador Brown para que le enviase todos los hombres disponibles; pero las fuerzas del Estado se sentнan seguras. Al fin y al cabo, el gobernador se habнa negado a acceder a igual peticiуn de Jeff Davis. їPor quй habнa de atender al general Johnston?

ЎLucha y retirada, lucha y retirada! Durante veinticinco dнas y a lo largo de ciento diez kilуmetros, los confederados habнan combatido casi diariamente. Ahora las tropas grises volvнan la espalda a New Hope Church, y esto era un simple recuerdo en una loca confusiуn de anбlogas remembranzas; calor, hambre, polvo, fatiga, sonar de pisadas sobre los rojizos caminos llenos de surcos, chapoteos en el barro rojo, retirada, atrincheramiento, lucha... New Hope Church era ya una pesadilla de otra vida, y lo mismo Big Shanty, donde los sudistas hicieron frente a los yanquis, atacбndolos como demonios. Pero, aunque se combatiese a los yanquis hasta que todo el campo se cubriera de muertos con uniforme azul, siempre quedaban mбs yanquis, mбs yanquis de refresco, siempre persistнa aquel siniestro curvarse de las lнneas azules hacia la retaguardia confederada, hacia el ferrocarril... Ўy hacia Atlanta! Desde Big Shanty, las tropas, extenuadas y soсolientas, se retiraron camino abajo hasta los montes Kennesaw, prуximos a la pequeсa poblaciуn de Marietta, y allн desplegaron sus lнneas formando un arco de quince kilуmetros. En las escarpadas laderas de la montaсa cavaron sus trincheras y plantaron sus baterнas en las alturas dominantes. Los hombres, sudorosos, entre juramentos, arrastraron los pesados caсones por abruptas laderas inaccesibles para los mulos. Los emisarios y heridos que llegaban a Atlanta daban seguridades a los empavorecidos ciudadanos. Las alturas de Kennesaw eran inexpugnables. Lo mismo ocurrнa con el Monte del Pino y el Monte Perdido, prуximos a Kennesaw y que tambiйn habнan sido fortificados. Los yanquis no podrнan desalojar de allн a los soldados del viejo Joe y les serнa difнcil flanquearlos ahora, porque las baterнas situadas en lo alto de los montes dominaban todos los caminos en una extensiуn de varios kilуmetros. Atlanta respirу, aliviada, pero...



  

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