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SEGUNDA PARTE 7 страницаNo tenнa ya nada que ver con el matrimonio, pero con el amor sн, porque su amor por Ashley era diferente, era algo sagrado que le cortaba la respiraciуn, una emociуn que iba creciendo durante los largos dнas de silencio forzado y se alimentaba de recuerdos y esperanzas. Suspirу al atar nuevamente la cinta alrededor del paquete y al ponerlo en su sitio. Entonces arrugу la frente, porque le vino a la imaginaciуn la ъltima parte de la carta, que se referнa al capitбn Butler. Era extraсo que Ashley quedase impresionado por lo que aquel bribуn dijera hacнa un aсo. Indudablemente, el capitбn Butler era un granuja, pero bailaba divinamente. Sуlo un granuja podнa decir lo que йl dijo de la Confederaciуn aquella noche en la rifa de beneficencia. Se acercу al espejo y se alisу los cabellos, satisfecha de sн. Se sintiу tranquilizada, como siempre que veнa su piel de magnolia y sus ojos verdes, y sonriу para hacer aparecer los dos hoyuelos de sus mejillas. Arrojу de su mente al capitбn Butler, recordando que a Ashley sus hoyuelos le gustaban mucho. Ningъn remordimiento por amar al marido de otra o leer el correo de йste turbу su alegrнa de verse joven y bella y de sentirse segura del amor de Ashley. Abriу la puerta y bajу rбpidamente la sombrнa escalera de caracol, sintiйndose llena de jъbilo. A mitad de la escalera empezу a cantar Cuando esta guerra cruel termine. La guerra continuaba, generalmente con discreto йxito; pero la gente habнa cesado de decir: «Una victoria mбs y la guerra habrб terminado», como tampoco decнa ya que los yanquis eran unos cobardes. Todos estaban persuadidos de que no lo eran en realidad y que serнa necesaria mбs de una victoria para derrotarlos. Hubo, sin embargo, victorias por parte de los confederados: en Tennessee, bajo el mando de los generales Morgan y Forrest, y en la segunda batalla de Bull Run; pero los hospitales y las casas de Atlanta estaban abarrotadas de enfermos y heridos, y cada vez eran mбs numerosas las mujeres vestidas de negro. Las monуtonas filas de tumbas de soldados en el cementerio de Oakland se hacнan cada vez mбs largas. El dinero de la Confederaciуn habнa disminuido de modo considerable y el precio de los alimentos y de la ropa aumentу en proporciуn. Los aprovisionamientos para el Ejйrcito exigнan tal cantidad de vнveres que las mesas de los habitantes de Atlanta empezaron a mostrar cierta penuria. La harina estaba escasa y costaba tan cara que se empleaba generalmente el grano sarraceno para los bizcochos y el pan. Las carnicerнas tenнan poca carne y los corderos habнan desaparecido; esa carne costaba tanto que sуlo las personas ricas podнan permitirse el lujo de comerla. En cambio, abundaba aъn la carne de cerdo, la volaterнa y las legumbres. El bloqueo yanqui se hizo mбs riguroso, y algunos artнculos de lujo, como el tй, el cafй, la seda, los corsйs, el agua de colonia, las revistas de moda y los libros eran escasos y carнsimos. Hasta los tejidos de algodуn mбs ordinarios habнan aumentando su precio y las seсoras se veнan obligadas, muy a pesar suyo, a ponerse los vestidos de las temporadas precedentes. Telas que aсos antes habнan sido abandonadas en las buhardillas para llenarse de polvo volvнan a aparecer, y en casi todas las tiendas se encontraban rollos de tela tejida a mano. Todos, soldados, burgueses, mujeres, niсos y negros, empezaban a llevar estas telas. El color gris, que era el color de los uniformes de la Confederaciуn, prбcticamente habнa desaparecido y fue reemplazado por una ropa tejida a mano de color pardo. Los hospitales empezaban a preocuparse por la falta de quinina, de calomelanos, opio, cloroformo y yodo. Las vendas de hilo y de algodуn llegaron a ser un artнculo demasiado precioso para tirarlas despuйs de haberlas usado. Todas las seсoras que hacнan servicio de enfermeras en cualquier hospital se llevaban a casa cestos de ropa ensangrentada para lavarla y plancharla y ser puesta nuevamente en uso. Para Scarlett, apenas salida de la crisбlida de la viudez, la guerra no era mбs que un perнodo de alegrнa y diversiуn. Las pequeсas privaciones de alimento y de vestuario no perturbaban su felicidad de haber vuelto al mundo. Cuando pensaba en las jornadas largas y monуtonas del aсo precedente le parecнa que la vida habнa tomado ahora un ritmo velocнsimo. Cada dнa le traнa una nueva aventura, nuevos hombres que solicitaban hacerle una visita, que le decнan que era bella y que luchar y quizб morir por ella era un privilegio. Amaba a Ashley con todas las fuerzas de su corazуn, pero no podнa por menos de incitar a otros hombres a pedirla por esposa. La guerra, siempre presente en el fondo, daba a las relaciones sociales una agradable ausencia de ceremonial que las personas ancianas observaban alarmadas. Las madres se maravillaban viendo que hombres para ellas desconocidos venнan a visitar a sus hijas; jуvenes que llegaban sin tarjetas de presentaciуn y cuyos antecedentes eran desconocidos. La seсora Merriwether, que jamбs besу a su marido antes de casarse, no daba crйdito a sus ojos cuando sorprendiу a Maybelle besando a su novio. Su consternaciуn aumentу cuando su hija rehusу sentirse avergonzada. A pesar de que Picard pidiу inmediatamente la mano de Maybelle, aquello a su madre no le agradу nada. La seсora Merriwether tuvo la sensaciуn de que el paнs iba hacia la ruina moral y no se abstuvo de decirlo, apoyada por las otras madres. Pero los que temнan morir de un dнa a otro ciertamente no podнan esperar un aсo a que se les permitiera llamar a una muchacha por su nombre de pila anteponiendo, naturalmente, el tratamiento de «seсorita». Ni podнan perder tiempo en un noviazgo largo, como se acostumbraba antes de la guerra. A lo mбs esperaban un par de meses antes de pedirla por esposa. Y las muchachas, a las que se les habнa enseсado que era necesario negarse al menos las tres primeras veces, ahora aceptaban a la primera peticiуn. Todo esto divertнa a Scarlett, la cual, aparte del fastidio de curar enfermos y preparar vendas, no hubiese querido que la guerra terminase jamбs. En verdad, ahora soportaba de buen grado el servicio del hospital, porque йste era un sitio buenнsimo para la caza. Los dйbiles heridos sucumbнan a su fascinaciуn sin lucha. Bastaba sуlo cambiarles las vendas, darles un golpecito en las mejillas y abanicarles un poco y enseguida se enamoraban. ЎEra el paraнso, comparado con el aсo anterior! Scarlett volviу a vivir como antes de casarse con Charles; como si no se hubiese casado nunca ni hubiese recibido la triste noticia de su muerte y no hubiera traнdo al mundo a Wade. Guerra, matrimonio y maternidad habнan pasado sobre ella sin tocar ni una cuerda profunda de su intimidad; y el niсo estaba tan bien cuidado por los demбs, en la casa rojiza, que habнa casi olvidado que lo tenнa. Era nuevamente Scarlett O'Hara, la bella de la comarca. Sus pensamientos eran idйnticos a los de su existencia anterior, pero el campo de sus actividades se habнa ampliado grandemente. Sin preocuparse de la desaprobaciуn de las amigas de tнa Pittypat, se comportaba como antes de su matrimonio; iba a las reuniones, bailaba, salнa a caballo con oficiales, coqueteaba y, generalmente, hacнa lo mismo que antaсo cuando estaba soltera; sуlo conservaba el luto. Sabнa que para Pittypat y Melanie el quitбrselo serнa un golpe demasiado fuerte. Se sentнa feliz, cuando pocas semanas antes era tan desgraciada; feliz de tener admiradores, feliz de su propia fascinaciуn; feliz cuanto era posible serlo con Ashley casado con Melanie y en peligro. Pero era mбs fбcil soportar el pensamiento de que Ashley pertenecнa a otra cuando йl estaba lejos. Y, gracias al centenar de kilуmetros que habнa entre Atlanta y Virginia, a veces le parecнa que Ashley era tan suyo como de Melanie. Los meses de otoсo de 1862 transcurrieron velozmente en estas divertidas ocupaciones, interrumpidas por algunas breves visitas a Tara. Estas no le daban la, alegrнa que ella se prometнa cuando hacнa sus planes en Atlanta, porque no tenнa tiempo de estar sentada junto a Ellen mientras cosнa, aspirando el leve perfume de verbena de sus vestidos; era imposible tener largas conversaciones con su madre y sentir sus dulces manos en sus mejillas. Ellen, flaca y preocupada, estaba en pie desde la maсana hasta bien entrada la noche, mucho tiempo despuйs de que toda la plantaciуn estuviera dormida. Las demandas del comisariado de la Confederaciуn eran cada vez mбs gravosas, y ella tenнa el deber de hacer que Tara rindiese lo mбs posible. Hasta Gerald estaba ocupadнsimo, por primera vez en muchos aсos, porque no encontraba un capataz que sustituyese a Jonnas Wilkerson, y se veнa obligado a recorrer a caballo toda la plantaciуn. En estas condiciones, Scarlett encontraba Tara muy aburrida. Hasta sus dos hermanas se ocupaban de sus propios quehaceres. Suellen se habнa «puesto de acuerdo» con Frank Kennedy y le cantaba Cuando esta guerra cruel termine con una intenciуn maliciosa que Scarlett creнa insoportable, y Carreen fantaseaba pensando en Brent Tarleton; asн que ninguna de ellas era una compaснa interesante. Aunque Scarlett iba siempre a Tara por su voluntad, se alegraba cuando las inevitables cartas de tнa Pittypat y Melanie le suplicaban que volviese. Ellen suspiraba entristecida al pensar que su hija mayor y su ъnico nietecito tenнan que dejarla. —Pero no quiero ser egoнsta y entretenerte aquн cuando te necesitan como enfermera en Atlanta —decнa—. Sуlo... me parece que ya no voy a volver a verte, tesoro mнo, y sentir nuevamente que eres mi hijita, como antes. —Soy siempre tu hijita —respondнa Scarlett, y escondнa la cara en el seno de Ellen, sintiendo que le remordнa la conciencia. No decнa a su madre que eran los bailes y sus admiradores lo que la atraнaen Atlanta y no el servicio de la Confederaciуn. Habнa muchas cosas que ella callaba a su madre. Sobre todo conservaba el secreto de que Rhett Butler le hacнa frecuentes visitas en casa de la tнa Pittypat. Durante los meses que siguieron a la rifa de beneficencia, Rhett iba a verla cada vez que ella venнa a Atlanta y la sacaba a paseo en su coche, llevбndola a los bailes y a las rifas y esperбndola fuera del hospital para acompaсarla a casa. Scarlett ya no temнa que йl revelase su secreto; pero en el fondo de su pensamiento permanecнa el inquietante recuerdo de que la habнa sorprendido en la peor de las situaciones y que sabнa la verdad con respecto a Ashley. Era esto lo que la obligaba a dominarse cuando йl la fastidiaba, cosa que sucedнa con frecuencia. Butler tenнa alrededor de treinta y cinco aсos; era el mбs viejo de los cortejadores que tuviera ella nunca, y ante йl Scarlett se encontraba turbada como una niсa e incapaz de tratarle como a los de su edad. Rhett la hacнa rabiar y parecнa que nada le divirtiese tanto como verla irritada. Y ella se dejaba llevar por la cуlera, porque tenнa el ardiente temperamento de su padre bajo la dulce carita que habнa heredado de Ellen. Por otra parte, no se habнa tomado nunca la pena de dominarse, excepto en presencia de su madre. Ahora le fastidiaba muchнsimo tener que contener sus palabras ante aquella sonrisa guasona. Si йl hubiese perdido tambiйn el dominio de sus nervios, ella no se encontrarнa en estado de inferioridad. Despuйs de esas discusiones con йl, de las que raramente salнa victoriosa, Scarlett juraba que era un hombre insoportable, descarado, mal educado y con el que no querнa volver a tener la menor relaciуn. Pero tarde o temprano йl volvнa a Atlanta, venнa a hacer una visita, aparentemente a tнa Pittypat, y presentaba a Scarlett, con exagerada galanterнa, una caja de dulces que le habнa traнdo de Nassau. O reservaba un asiento junto a ella en un concierto o le pedнa un baile, y, como siempre, la joven se divertнa tanto con su suave descaro, que reнa y olvidaba los pleitos anteriores hasta la prуxima vez. Empezу a esperar sus visitas. En йl habнa algo excitante que Scarlett no analizaba, pero que le hacнa diferente de todos los demбs. «ЎEs casi como si estuviese enamorada de йl! —pensу un dнa, escandalizada—. Pero no le amo, ni entiendo lo que me pasa. » Pero su emocionada excitaciуn persistнa. Cuando Rhett iba a hacerle una visita, la femenina morada seсorial de tнa Pittypat parecнa demasiado pequeсa, incolora y casi sofocante. Scarlett no era la ъnica en casa en reaccionar extraсamente en su presencia; tambiйn Pittypat se ponнa en un curioso estado de agitaciуn. Aun sabiendo que Ellen habrнa desaprobado aquellas visitas y conociendo que la sociedad de Charleston le despreciaba, Pittypat se dejaba camelar por sus cumplidos y sus besamanos, lo mismo que una mosca sucumbe ante un vaso de miel. Por otra parte, йl le traнa siempre de Nassau algъn regalito que aseguraba haberse procurado expresamente para ella y haberlo pasado a travйs del bloqueo arriesgando la vida: ristras de alfileres y agujas, botones, carretes de seda y horquillas para los cabellos. Era casi imposible procurarse estos objetos de lujo en aquella йpoca: las seсoras llevaban horquillas de madera curvadas a mano y pedacitos de madera cubiertos de tela a guisa de botones. A Pittypat le faltaba la fuerza moral necesaria para rehusarlos. Por lo demбs, sentнa una pasiуn infantil por las sorpresas y no resistнa al deseo de abrir los paquetes que encerraban los regalos. Una vez abiertos, no conseguнa rechazarlos. Luego, despuйs de haber aceptado los regalos, no tenнa valor de decir a Butler que, dada su reputaciуn, las visitas frecuentes a tres mujeres solas privadas de un protector podнan dar que hablar. Tнa Pittypat sentнa necesidad de este protector cada vez que Rhett Butler estaba en casa. —No sй lo que serб —suspiraba angustiada—. Pero..., sн, creo que serнa simpбtico... si una tuviese la impresiуn de que en el fondo de su corazуn respeta a las mujeres. Despuйs de la devoluciуn del anillo, Melanie le tenнa por un caballero lleno de delicadeza y se irritaba ante estas observaciones. Rhett era infinitamente cortйs con ella, pero Melanie se sentнa un poco intimidada; en gran parte porque generalmente era tнmida con los hombres que no conocнa desde su infancia. En el fondo le daba lбstima; sentimiento йste que habrнa divertido mucho a Butler si lo hubiese sabido. Estaba convencida de que un desengaсo de carбcter romбntico le habнa hecho duro y amargo y que de lo que йl tenнa necesidad era del amor de una mujer buena. En toda su vida, Melanie no habнa conocido el mal y se resistнa a creer que verdaderamente existiese; asн que, cuando los chismorreos le informaron de la aventura de Rhett con la muchacha de Charleston, se sintiу escandalizada e incrйdula. Y esto, en vez de hacerla hostil a йl, la hizo mostrarse aъn mбs tнmidamente gentil a causa de la indignaciуn hacia lo que consideraba una gran injusticia social. Scarlett estaba silenciosamente de acuerdo con la tнa Pittypat. Tambiйn ella sentнa que aquel hombre no respetaba a ninguna mujer, excepto, quizбs, a Melanie. Y tenнa la sensaciуn de ser desnudada cada vez que йl la miraba; era aquella mirada insolente lo que la enojaba. Parecнa como si todas las mujeres fuesen de su propiedad y que pudiese gozar de ellas cuando le parecнa o agradaba. Sуlo para Melanie no tenнa aquella mirada; no habнa en su semblante ninguna expresiуn burlona, y sн sуlo, en su voz, una nota especial de cortesнa, de respeto, de deseos de serle ъtil. —No sй por quй es usted mбs amable con ella que conmigo —dijo Scarlett con petulancia un dнa. Se habнa quedado sola con Butler, mientras Melanie y Pittypat se habнan retirado para echar la siesta. Habнa observado durante una hora a Rhett, aprovechando que йste ayudaba a Melanie a ovillar una madeja de lana, notando una expresiуn inescrutable en el rostro de йl mientras su cuсada hablaba larga y уrgullosamente del ascenso de Ashley. Scarlett sabнa que Rhett nъ tenнa una gran opiniуn de Ashley y que no le impresionaba que hubiese ascendido a comandante. No obstante, йl respondiу gentilmente y murmurу lo que imponнa la cortesнa a propуsito del valor del joven oficial. «ЎY si yo nombro con frecuencia a Ashley —pensу irritada—, йl arquea las cejas y sonrнe con esa odiosa sonrisa intencionada. » —Soy mucho mбs bella yo —continuу—, y no comprendo por quй es usted mбs amable con ella. —їPuedo atreverme a creer que estб usted celosa? —ЎOh, no sea usted vanidoso! —Otra esperanza destruida. Si yo soy mбs amable con la seсora Wilkes es porque lo merece. Es una de las pocas personas buenas, sinceras y desinteresadas que he conocido. Quizбs usted no haya notado estas cualidades. Por otra parte, a pesar de su juventud, es una de las pocas grandes seсoras a las que he tenido la suerte de acercarme. —їQuiere usted decir que yo no soy una gran seсora? —Me parece que quedamos de acuerdo en que no era usted del todo una seсora en nuestro primer encuentro. —ЎOh, quй odioso y descortйs es usted al hablarme de ello! їCуmo puede culparme por un momento de cуlera infantil? Ha pasado tanto tiempo que desde entonces me he convertido en una seсora; ya lo habrнa olvidado si usted no me lo hiciese recordar continuamente. —No creo que fuese cуlera infantil ni que haya cambiado. Es usted tan capaz ahora como antes de estrellar un florero si no obtiene lo que desea. Pero, como de costumbre, lo obtiene. Y ahora no tiene necesidad de destruir los objetos. —ЎDios, cуmo es usted...; quisiera ser un hombre! Me batirнa con usted en duelo... y... —Y morirнa por su culpa. Hago blanco a los cincuenta metros. Pero mejor es que se sirva de sus armas: hoyuelos en la cara, floreros y otras parecidas. —Es usted un granuja. —їEspera usted verme enfurecer por esto? Me desagrada causarle una desilusiуn. No podrб hacerme enfadar dбndome tнtulos que me pertenecen. Seguro, soy un granuja, їpor quй no? Estamos en un paнs libre, y un hombre puede ser un bribуn, si eso le acomoda. Son sуlo los hipуcritas como usted, querida seсora (negros de corazуn y que tratan de esconderlo), los que se enojan cuando se los llama por su verdadero nombre. Frente a su sonrisa tranquila y a sus palabras punzantes, Scarlett permanecнa desorientada. Sus acostumbradas armas a base de burla, frialdad e impertinencia se mellaban en sus manos, porque nada de cuanto ella podнa decir conseguнa herirle. Sabнa por experiencia que el embustero es el mбs ardiente defensor de la propia sinceridad, el cobarde del propio valor, el villano de la propia calidad de seсor y el bribуn del propio honor. Pero con Rhett no rezaba nada de eso. El lo admitнa todo y reнa incitбndola a decir mбs aъn. Rhett fue y volviу muchas veces en aquellos meses, llegando sin avisar y partiendo sin despedirse. Scarlett no supo nunca con precisiуn quй negocios le llevaban a Atlanta, porque pocos comandantes de su clase creнan oportuno alejarse tanto de la costa. Descargaban sus mercancнas en Charleston o en Wilmington, donde iban a recibirles innumerables negociantes y especuladores del Sur que compraban al contado los gйneros importados. Le hubiera agradado saber que йl hacнa aquellos viajes sуlo por verla; pero a pesar de su enorme vanidad se resistнa a creer esta suposiciуn. Si йl le hubiese hecho un poco la corte, si se hubiese mostrado celoso de los hombres que siempre andaban a su alrededor, si hubiese tratado alguna vez de retener sus manos entre las suyas o le hubiese pedido un retrato o un paсuelo para conservar en recuerdo, ella habrнa triunfado viйndolo rendido ante sus gracias. Pero йl permanecнa indiferente y parecнa que no se dejaba arrastrar por sus maniobras para postrarle de rodillas. Cuando Rhett llegaba a la ciudad, entre todas las mujeres surgнa un vivo murmullo. No sуlo Butler interesaba por la aureola romбntica que le daba el hecho de atravesar con grave riesgo el bloqueo yanqui, sino que era tambiйn un elemento atrayente por su mala reputaciуn. Cada vez que las seсoras de Atlanta hablaban de йl, esta reputaciуn se hacнa peor, lo que le daba mayor fascinaciуn ante las muchachas. Inocentes en su mayor parte, ellas no sabнan con precisiуn en quй se fundaba tal reputaciуn; pero sabнan que una joven no estaba segura con йl. Era extraсo que, no obstante, ni siquiera hubiera besado nunca la mano de una muchacha desde que vino a Atlanta por primera vez. Eso le hacнa aъn mбs misterioso y excitante. Era el hombre del que se hablaba mбs, si se excluнan los hйroes del Ejйrcito. Todos sabнan que habнa sido expulsado de West Point por la bebida y por «asuntos de faldas». El terrible escбndalo de la muchacha de Charleston comprometida y del hermano muerto era del dominio pъblico. Cartas de Charleston informaron despuйs que su padre, seсor anciano y simpбtico, dotado de una voluntad fйrrea, le habнa echado de casa sin un cйntimo, a los veinte aсos, y habнa borrado su nombre de la Biblia familiar. Despuйs de esto, se marchу a California, con los buscadores de oro, en 1849, y despuйs a Amйrica del Sur y a Cuba; los informes que se tenнan de sus actividades en los diferentes paнses no eran muy respetables. Riсas por causa de mujeres, homicidios, contrabando de armas en Amйrica Central y, lo que era peor de todo, actividades de jugador profesional; todo esto habнa en su carrera, segъn se decнa en Atlanta. No existнa familia en Georgia que no tuviese por lo menos un miembro jugador, el cual perdнa sobre el tapete verde dinero, casas, tierras y esclavos. Sin embargo, la cosa era diferente. Se podнa jugar hasta el ъltimo cйntimo y seguir siendo un caballero; pero un jugador de profesiуn no podнa ser mбs que un descastado. Si no hubiese sido por las condiciones particulares del tiempo de guerra y por sus servicios al gobierno de la Confederaciуn, Rhett Butler no habrнa sido jamбs recibido en Atlanta. Pero hoy, hasta los mбs remilgados comprendнan que el patriotismo exigнa olvidarse de ciertas cosas. Los mбs sentimentales sostenнan que la oveja descarriada de los Butler se habнa arrepentido y trataba de expiar sus culpas. Asн, las seсoras afirmaban que era un deber animarle a seguir el buen camino. Por otra parte, todas sabнan que el destino de la Confederaciуn reposaba tanto en la habilidad de los navios que eludнan el asedio yanqui como en los soldados que estaban en el frente. Se decнa que el capitбn Butler era uno de los mejores pilotos del Sur, siempre dueсo de sus propios nervios. Criado en Charleston, conocнa todos los estuarios, ensenadas, bahнas y bajнos de la costa de Carolina y estaba como en su casa en las aguas de Wilmington. No habнa perdido nunca un barco ni se habнa visto obligado a arrojar al mar un cargamento. Al estallar la guerra habнa surgido de la oscuridad con bastante dinero para comprar un bergantнn veloz. Ahora, ganando en cada cargamento el dos mil por ciento, era propietario de cuatro barcos. Йstos zarpaban de Charleston y de Wilmington durante las noches oscuras, llevando algodуn para Nassau, Inglaterra y Canadб. Las fбbricas de hilatura inglesas estaban paradas y los operarios morнan de hambre; el que conseguнa burlar el bloqueo yanqui podнa despuйs pedir el precio que quisiera en Liverpool. Las naves de Rhett eran afortunadas y conseguнan traer, a la vuelta, los materiales que el Sur tanto necesitaba. Sн, las seсoras creнan que se podнan perdonar muchas cosas a un hombre tan hбbil y valiente. Era una figura notable, que todos se volvнan a mirar. Gastaba con largueza, montaba un semental negro y llevaba siempre trajes a la ъltima moda y de corte perfecto. Esto habrнa bastado para llamar la atenciуn de todos, porque los uniformes de los soldados estaban sucios y mal cortados, y los paisanos, mбs cuidadosos, mostraban en sus trajes hбbiles remiendos. Scarlett no habнa visto nunca pantalones tan elegantes, de color tostado, de cuadritos o a rayas. Sus chalecos eran una maravilla, especialmente el de seda blanco bordado con florecitas rosa. Y llevaba estos atuendos exquisitos con aire indiferente, como si no advirtiese su elegancia. Pocas mujeres se resistнan a su fascinaciуn cuando sentнa deseos de ejercitarla, y, finalmente, tambiйn la seсora Merriwether se sometiу y le invitу a la cena dominical. Maybelle debнa casarse con Picard durante el prуximo permiso de йste y lloraba cada vez que pensaba en ello, porque se le habнa metido en la cabeza que tenнa que casarse de raso blanco y en toda la Confederaciуn no habнa ni un centнmetro de tal raso. Ni podнa hacerse prestar el vestido, porque los de novia de antaсo habнan sido transformados en banderas de combate. En vano la seсora Merriwether trataba de convencerla de que la lana tejida a mano era el traje ideal para una confederada. Maybelle querнa raso. Estaba dispuesta a renunciar a las horquillas, a los botones, a los zapatos bonitos, a los dulces y al tй por amor a la Causa, pero querнa que fuera de raso su traje de novia. Rhett, enterado de esto por Melanie, trajo de Inglaterra metros y metros de magnнfico raso blanco y un velo de encaje, que dio a Maybelle como regalo de boda. Lo hizo con tal cortesнa, que no fue posible ni siquiera intentar pagбrselo, y Maybelle se sintiу tan feliz que le faltу poco para besarlo. La seсora Merriwether se dio cuenta de que un regalo tan costoso, y especialmente un regalo para vestir, no era correcto; pero no encontrу modo de rechazarlo cuando Rhett le dijo, con lenguaje florido, que nada era demasiado bello para vestir a la esposa de un hйroe. La seсora le invitу a cenar, convencida de pagar largamente el regalo con esta concesiуn. Ademбs de traer el tejido, Butler dio a Maybelle magnнficos consejos para la confecciуn del vestido. Los miriсaques se llevaban en Parнs mбs anchos aquel aсo y las faldas mбs cortas. No ya adornadas de volantes, sino recogidas con festones que dejaban ver las enaguas bordadas. Dijo tambiйn que en la calle no habнa visto pantalones largos de lencerнa, por lo que se imaginaba que no se llevaban ya. La seсora Merriwether dijo despuйs a la seсora Elsing que temнa que, de animarle, йl hubiera contado quй clase de ropa interior llevaban las parisinas. Si no hubiese sido un tipo tan viril, su habilidad para recordar los detalles de los vestidos de seсora habrнa hecho pensar que era un afeminado. Las seсoras sentнan cierto reparo en hacerle preguntas concernientes a la moda, pero le asediaban igualmente, aisladas como estaban del mundo de la elegancia, porque muy pocos libros y revistas pasaban el bloqueo. Por eso, Rhett era un magnнfico sustituto del Godeys para las seсoras, y cada vez que llegaba era el centro de los grupos femeninos, a los que referнa que las cofias eran mбs pequeсas y colocadas mбs en alto, que se adornaban de plumas y no de flores, que la emperatriz de Francia habнa abandonado el chignon para la noche y llevaba los cabellos recogidos en alto mostrando las orejas, y que los escotes eran de nuevo escandalosamente bajos. Durante unos meses, йl fue el individuo mбs popular y romбntico de la ciudad, a pesar de su precedente reputaciуn y a pesar de las voces que corrнan de que se dedicaba no sуlo a los transportes, sino tambiйn a la especulaciуn de vнveres. Los que sentнan antipatнa por йl decнan que, despuйs de cada viaje suyo a Atlanta, los precios aumentaban unos cinco dуlares. A pesar de estos comadreos, йl habrнa conservado su popularidad si hubiese considerado que valнa la pena. A veces parecнa que, despuйs de haber buscado la compaснa de los ciudadanos serios y patriotas y haberse conquistado su respeto y su simpatнa, algo perverso en su interior le obligaba a obrar de forma que los ofendiese, haciйndoles ver que su conducta era sуlo una mбscara y que nada le divertнa mбs que proceder asн. Daba la impresiуn de que despreciaba todo y a todos en el Sur, especialmente a la Confederaciуn, sin tomarse la molestia de ocultarlo. Fueron sus observaciones sobre la Confederaciуn las que hicieron que le mirasen con estupor, despuйs con frialdad y finalmente con ardiente irritaciуn. Los hombres se inclinaban ante йl con estudiada frialdad y las mujeres atraнan a sus hijas a su lado cuando йl aparecнa en alguna reuniуn. Y se habrнa dicho que no sуlo le agradaba ofender a los sinceros y ardientes habitantes de Atlanta, sino que procuraba presentarse bajo el peor aspecto posible. Cuando le cumplimentaban por su valor al burlar el bloqueo, solнa decir que cuando se hallaba en peligro tenнa siempre miedo, miedo como los bravos muchachos que estaban en el frente. Todos sabнan que no, que jamбs habнa habido un soldado miedoso en la Confederaciуn; y por eso sus afirmaciones eran singularmente irritantes. Y cuando alguna mujercita, tratando de coquetear, le agradecнa lo que hacнa por ellas llamбndole «hйroe», йl se inclinaba respondiendo que no valнa la pena, pues habrнa hecho lo mismo por las mujeres yanquis si se hubiese tratado de ganar la misma cantidad. Desde la primera noche que vio a Scarlett en la rifa de beneficencia, Rhett siempre le manifestу tales ideas; pero ahora, con cualquiera que hablase, habнa en su conversaciуn un ligero matiz de mofa. Y repetнa con satisfacciуn que si hubiese podido ganar otro tanto en otras cosas, por ejemplo con los contratos del Gobierno, habrнa abandonado los peligros del bloqueo y habrнa vendido a la Confederaciуn telas de baja calidad, azъcar mezclado con arena, harina pasada y cuero deteriorado. A muchas de sus observaciones era imposible responder. Corrнan rumores escandalosos acerca de los contratos del Gobierno. En sus cartas, los soldados del frente se lamentaban de que los zapatos no duraban mбs que una semana, de que la pуlvora no valнa nada y de que los arreos de los caballos se caнan a pedazos, de que la carne no se podнa comer y de que la harina contenнa gorgojos. Los habitantes de Atlanta trataban de persuadirse de que quienes vendнan al Gobierno gйneros semejantes eran gentes de Alabama, de Virginia, de Tennessee, pero no de Georgia. їNo pertenecнan a las mejores familias los georgianos que tenнan contratos de abastecimiento? їY no habнan sido de los primeros en suscribirse en favor de los hospitales? La ira contra estos aprovechados no se habнa despertado aъn y las palabras de Rhett se interpretaban sуlo como una prueba de su maldad.
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