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SEGUNDA PARTE 2 страница



Las viviendas quedaban ahora cada vez mбs espaciadas. Asomбndose hacia fuera, Scarlett vio finalmente los ladrillos rojos y el techo de pizarra de la villa de Pittypat. Era una de las ъltimas casas al norte de la ciudad. Despuйs de йsta, la calle Peachtree iba estrechбndose y girando tortuosamente bajo altos бrboles, hasta perderse de vista en los espesos bosques silenciosos. La valla de madera habнa sido pintada recientemente de blanco y el jardincito que rodeaba estaba salpicado de amarillo por los ъltimos junquillos de la estaciуn. En la escalinata habнa dos mujeres vestidas de negro; detrбs de ellas otra, gruesa y amarillenta, con las manos debajo del mandil y la boca abierta en una larga sonrisa. La obesa Pittypat se balanceaba impaciente sobre sus pies pequeсitos, y con una mano en el pecho se oprimнa el corazуn, que le latнa fuertemente. Scarlett vio a Melanie, que estaba a su lado, y con una sensaciуn de antipatнa se dio cuenta de que el ъnico defecto de Atlanta consistнa en esa personilla vestida de negro, con sus rebeldes rizos negros estirados hacia atrбs con dignidad de mujer casada, que ahora le dirigнa una gentil sonrisa de bienvenida en su carita triangular.

Cuando un habitante del Sur se tomaba la molestia de llenar un baъl y afrontar un viaje de treinta kilуmetros para ir a hacer una visita, йsta no duraba nunca menos de un mes. Los meridionales eran visitantes entusiastas, asн como anfitriones generosos, y no era ъnico el caso de parientes que iban a pasar las fiestas de Navidad y se quedaban hasta julio. Tambiйn, cuando los reciйn casados hacнan sus giras de visita durante la luna de miel, terminaban por detenerse en esta o aquella casa de su agrado y allн permanecнan hasta el nacimiento del segundo hijo. Con frecuencia, viejas tнas o tнos que acudнan a la comida dominical se quedaban allн para ser sepultados en el cementerio del lugar algunos aсos despuйs. Los visitantes no representaban un problema, porque las casas eran grandes, la servidumbre numerosa y dar de comer a una boca mбs no tenнa importancia allн donde habнa que alimentar a tantas personas. Gentes de todas las edades y sexos se juntaban en visita, esposos en viaje de bodas, madres jуvenes con su hijito, convalecientes, personas que habнan perdido un pariente prуximo, muchachas que los padres querнan alejar de un matrimonio poco aconsejable, jуvenes casaderas que no habнan encontrado novio y que se esperaba pudiesen combinar un buen matrimonio aconsejadas por los parientes de otra ciudad. Los visitantes aсadнan movimiento y variedad a la monуtona vida meridional y eran siempre bien acogidos. Scarlett habнa llegado a Atlanta sin tener idea del tiempo que habнa de permanecer allн. Si su estancia resultaba aburrida, como en Charleston y en Savannah, pasado un mes volverнa a su casa. Si por el contrario era agradable, nada le impedнa permanecer durante un perнodo indefinido. Pero, apenas llegada, tнa Pitty y Melanie iniciaron una campaсa para inducirla a establecerse permanentemente con ellas. Recurrieron a todos los argumentos posibles. Deseaban tenerla cerca porque la querнan bien. Estaban solas y sentнan miedo durante la noche en una casa tan grande, y ella era valiente y les darнa tambiйn бnimo a ellas. Era tan simpбtica, que las alegraba en sus dolores. Ahora que Charles habнa muerto, su sitio y el del niсo estaba en el mismo hogar donde йl habнa pasado su infancia. Por lo demбs, la mitad de la casa le pertenecнa, segъn el testamento de Charles. Y, por ъltimo, la Confederaciуn tenнa necesidad de manos para coser, hacer calceta, preparar vendas y curar heridos.

El tнo de Charles, Henry Hamilton, que hacнa vida de soltero y que habitaba en el hotel Atlanta, cerca de la estaciуn, le hablу tambiйn seriamente en este sentido. El tнo Henry era un anciano irascible, pequeсo y panzudo, con la cara colorada y los cabellos plateados, absolutamente falto de paciencia para con las timideces y desmayos de las mujeres. Por esta ъltima razуn, casi no se hablaba con su hermana. Desde la infancia fueron absolutamente opuestos en caracteres y mбs tarde estuvieron tambiйn en desacuerdo por la forma en que ella habнa educado a Charles: «ЎHacer una mujercilla del hijo de un soldado! » Un dнa la injuriу de tal modo que desde entonces Pittypat no hablaba de йl sino con timoratos susurros y con tales reticencias que un extraсo hubiera podido suponer que el honrado abogado era nada menos que un asesino. La ofensa se verificу un dнa en que la seсorita Pittypat quiso coger quinientos dуlares de su patrimonio para invertirlos en una mina de oro inexistente. Tanto se indignу Henry que dijo que su hermana tenнa menos sentido comъn que una pulga, y lo que es peor aъn: que el estar mбs de cinco minutos a su lado le ponнa nervioso. Desde aquel dнa, ella no le veнa mбs que oficialmente una vez al mes, cuando tнo Peter la conducнa a su oficina para recibir su asignaciуn mensual. Despuйs de estas breves visitas, Pittypat se metнa en la cama para el resto del dнa, que transcurrнa entre lбgrimas y con sales olorosas. Melanie y Charles, que estaban en inmejorables relaciones con su tнo, le habнan ofrecido muchas veces librarla de esta incumbencia, pero Pittypat habнa rehusado siempre, apretando con terquedad su boca infantil. Henry era su cruz y tenнa que llevarla. Charles y Melanie concluyeron de esto que aquella excitaciуn ocasional le producнa un profundo placer, ya que era la ъnica diversiуn de su vida solitaria.

Scarlett agradу en seguida al tнo Henry porque, como йl mismo declarу, a pesar de sus estъpidas afectaciones tenнa algъn rasgo de buen sentido. Йl era el administrador, no sуlo de la propiedad de Pittypat y de Melanie sino tambiйn de la que Charles dejу a Scarlett. Para йsta fue una agradable sorpresa saber que era una mujercita en buena posiciуn, porque Charles le dejу no sуlo la mitad de la casa ocupada por la tнa Pittypat, sino tambiйn terrenos de cultivo y propiedades en la ciudad. Las tiendas y los almacenes que estaban a lo largo de la lнnea fйrrea, en las proximidades de la estaciуn, habнan triplicado su valor desde el comienzo de la guerra. Al ponerla al corriente de sus propiedades, el tнo Henry le planteу la necesidad que tenнa de permanecer en Atlanta.

—Wade Hampton serб un jovencito rico. Dado el desarrollo de la ciudad, sus propiedades aumentarбn diez veces su valor en veinte aсos y es justo que el pequeсo sea educado donde estбn sus propiedades, a fin de que aprenda a ocuparse de ellas y seguramente de las de Pittypat y Melanie. Serб el ъnico hombre que lleve el apellido Hamilton, ya que yo no soy eterno.

En cuanto al tнo Peter, йste no puso en duda que Scarlett se quedarнa. Le era inconcebible que el hijo de Charles creciese en un lugar donde йl, tнo Peter, no pudiese vigilar su educaciуn. A todas esas argumentaciones, Scarlett sonreнa pero no decнa nada, no queriendo comprometerse antes de saber si le agradarнa la vida de Atlanta y la convivencia con los parientes adquiridos. Sabнa tambiйn que era necesario convencer a Gerald y a Ellen. Por otra parte, ahora que estaba lejos de Tara, sentнa una gran nostalgia; nostalgia de los campos rojos, de las verdes plantas de algodуn y de los crepъsculos silenciosos. Por primera vez comprendiу vagamente lo que habнa querido decir Gerald cuando afirmу que tambiйn ella llevaba en la sangre el amor a la tierra. Respondнa siempre evasivamente a las preguntas relativas al tiempo que pensaba permanecer y se acomodу fбcilmente, casi sin darse cuenta, a la vida en la casa de ladrillos rojos, en la tranquila extremidad de la calle Peachtree.

Viviendo con consanguнneos de Charles y viendo la casa de donde йl provenнa, Scarlett pudo ahora comprender mejor al hombre que la hizo esposa, viuda y madre en tan rбpida sucesiуn. Resultaba fбcil ver por quй era tan tнmido, tan natural, tan idealista. Si Charles habнa heredado algunas de las cualidades del severo, impбvido y ardiente soldado que habнa sido su padre, йstas fueron destruidas en su infancia por la atmуsfera femenil en que habнa sido educado. Habнa estado ligadнsimo a la infantil Pittypat y encariсado con Melanie mбs de lo que lo estбn generalmente los hermanos; no era posible encontrar dos mujeres mбs dulces ni menos mundanas.

Tнa Pittypat[9] fue bautizada como Sarah Jane Hamilton, sesenta aсos antes; pero, desde la йpoca lejana en que su afectuosнsimo padre le habнa puesto aquel apodo a causa de sus pies inquietos que trotaban continuamente, ninguno la habнa vuelto a llamar de otro modo. En los aсos que siguieron a este segundo bautizo, se verificaron en ella algunos cambios que hicieron este sobrenombre algo incongruente. De la niсa vivaz y juguetona no habнan quedado mбs que los piececitos, desproporcionados a su peso, y una tendencia a charlar sin lнmites. Era gruesa, colorada, de cabellos grises, y siempre estaba un poco jadeante a causa de su corsй demasiado apretado. Era incapaz de recorrer mбs de cincuenta pasos porque le dolнan los pies, que calzaba con zapatos demasiado estrechos. Su corazуn aceleraba los latidos a la mбs pequeсa emociуn y ella lo fomentaba sin avergonzarse, pronta a desmayarse en cualquier ocasiуn. Todos sabнan que sus desmayos eran casi siempre fingidos; pero aun los que tenнan confianza con ella se guardaban bien de decirlo. Todos la querнan, la trataban como a una niсa y rehusaban tomarla en serio, menos su hermano Henry.

Le gustaba chismorrear mбs que nada en el mundo, mбs incluso que los placeres de la mesa, y discurrнa durante horas enteras sobre los asuntos de los demбs, de manera infantil e inofensiva. No tenнa memoria para retener los nombres de las personas, de lugares y fechas, y a menudo confundнa los personajes de un drama ocurrido en Atlanta con los de un drama sucedido en otra parte, cosa que no desorientaba a nadie porque no tomaban en serio lo que decнa. Nadie le contaba nunca nada que pudiera ser escandaloso, por consideraciуn a su estado de seсorita, aunque tenнa sesenta aсos; sus amigos conspiraban para que siguiera siendo una vieja niсa protegida y mimada.

Melanie era parecida a su tнa en muchas cosas. Tenнa su timidez, sus sъbitos sonrojos, su pudor, pero tenнa sentido comъn. «Hasta cierto punto, lo admito», decнase entre sн Scarlett en contra de su voluntad. Como tнa Pittypat, Melanie tenнa la cara de una niсa resguardada que no conocнa mбs que bondad y simplicidad, verdad y amor; una niсa que desconocнa lo que era el mal y que viйndolo no lo habrнa reconocido. Habiendo sido siempre feliz, deseaba que todos los que la rodeasen lo fuesen tambiйn, o al menos que estuviesen satisfechos. Por esto, veнa siempre de cada uno su lado bueno y lo comentaba con bondad. No habнa sirviente estъpida en la que ella no descubriese alguna cualidad de lealtad o afectuosidad, ningunta tan fea o desagradable en quien no encontrase gracia de formas o nobleza de carбcter; no habнa hombre insignificante o fastidioso en el que ella no viese la luz de sus posibilidades en lugar de la realidad.

A causa de estas dotes, que provenнan espontбneamente de un corazуn generoso, todos se hacinaban en torno a ella. їQuiйn puede resistir la fascinaciуn de una persona que descubre en las otras admirables cualidades jamбs soсadas por ellas mismas? Contaba con mбs amigas que cualquier otra en la ciudad y tambiйn con muchos amigos, aunque tuviese pocos cortejadores, estando privada de aquella voluntad y egoнsmo necesarios para cautivar los corazones masculinos.

Melanie hacнa simplemente lo que habнan enseсado a todas las chicas del Sur: tratar de que quien estuviera a su lado se sintiese cуmodo y contento de sн. Era esta simpбtica conjuraciуn femenina la que hacнa tan agradable la sociedad del Sur. Las mujeres sabнan que un paнs donde los hombres estбn contentos, donde no se los contradice y no se los hiere en su vanidad, es probablemente el mejor paнs para una mujer. Asн, de la cuna a la sepultura, las mujeres se las ingeniaban para que los hombres estuviesen satisfechos de sн mismos, y йstos las recompensaban prуdigamente con galanterнa y adoraciуn. En realidad, los hombres daban con gusto cualquier cosa a las mujeres, excepto el reconocimiento de su inteligencia. Scarlett ejercнa la misma fascinaciуn de Melanie, pero con arte estudiado y con habilidad consumada. La diferencia entre las dos jуvenes consistнa en el hecho de que Melanie decнa palabras dulces y lisonjeras por el deseo de ver contentas a las personas, aunque fuese temporalmente, mientras que Scarlett lo hacнa persiguiendo su propio fin.

Las dos personas que Charles mбs habнa querido no habнan ejercido sobre йl ninguna influencia fortalecedora, ni le habнan enseсado cuбles eran las asperezas de la realidad; el lugar en que pasу la adolescencia habнa sido para йl tan dulce y cуmodo como el nido de un pajarillo. Era una casa tranquila, serena y muy anticuada comparada con Tara. Para Scarlett faltaba en ella el masculino olor a tabaco, a aguardiente y a aceite capilar; faltaban las voces roncas, los fusiles, los bigotes, las monturas, la bridas y los perros de caza. Experimentaba la nostalgia de las voces disputadoras que se oнan en Tara apenas Ellen volvнa las espaldas: Mamita que disputaba con Pork; Rosa y Teena que regaсaban; sus propias contiendas con Suellen y los gritos amenazadores de Gerald. No era de extraсar que Charles hubiese sido tan afeminado viniendo de una casa como aquйlla. Aquн no habнa nunca nada emocionante; cada uno se rendнa cortйsmente a las opiniones de los otros, y, en fin, el rizado autуcrata negro de la cocina se salнa con la suya. Scarlett, que pensу liberarse de las riendas una vez separada de la vigilancia de Mamita, descubriу con disgusto que las ideas de tнo Peter sobre el modo de comportarse de una seсora, especialmente de la viuda del seсor Charles, eran aъn mбs severas que las de Mamita.

En este ambiente, Scarlett volviу poco a poco a ser ella misma; y casi antes de darse cuenta su espнritu recobrу la normalidad. Tenнa sуlo diecisiete aсos, estaba llena de salud y de energнa y los parientes de Charles se esforzaban en hacerla feliz. Si no lo conseguнan, la culpa no era de ellos, porque ninguno podнa apartar del corazуn de Scarlett el dolor que lo laceraba cada vez que se mencionaba el nombre de Ashley. ЎY Melanie lo nombraba tan frecuentemente! Pero Melanie y Pittypat eran incansables buscando el modo de endulzar la pena que creнan que la atormentaba. Ocultaban su propio dolor en el fondo de su alma para tratar de distraerla. Se preocupaban de sus comidas y cuidaban de que echase su siesta y de su paseo en coche. No sуlo admiraban infinitamente su vivacidad, su personilla, sus manitas y piececitos y su piel de magnolia, sino que se lo decнan a cada momento, acariciбndola, abrazбndola y besбndola para confirmar sus palabras afectuosas. A Scarlett le traнan sin cuidado las caricias, pero las alabanzas le hacнan su efecto. Ninguno en Tara le habнa dicho cosas tan agradables. Mamita siempre habнa tratado de rebajar su presunciуn. El pequeсo Wade ya no constituнa una molestia, porque toda la familia, blancos y negros, lo idolatraban y habнa una incesante rivalidad entre los que aspiraban a tenerlo en brazos. Melanie, especialmente, era muy tierna con йl. Aun en los momentos en que lloraba mбs desesperadamente, ella lo encontraba adorable y decнa:

—ЎQuй tesoro! ЎQuisiera que fuese mнo!

A veces, a Scarlett le costaba trabajo disimular sus propios sentimientos. Encontraba que tнa Pittypat era la mбs estъpida de las viejas y sus despistes y desmayos la irritaban en grado sumo. Sentнa por Melanie una antipatнa que crecнa con el pasar de los dнas; a veces tenнa que salir bruscamente de la habitaciуn cuando Melanie, radiante de orgullo amoroso, hablaba de Ashley o leнa en voz alta sus cartas. En general, la vida transcurrнa felizmente en lo posible, dadas las circunstancias. Atlanta era mбs interesante que Savannah, Charleston o Tara y ofrecнa tal cantidad de insуlitas ocupaciones en tiempo de guerra, que Scarlett tenнa poco tiempo para pensar o aburrirse. Sуlo alguna vez, cuando apagaba la luz y hundнa la cabeza en la almohada, suspiraba y pensaba: «ЎSi Ashley no se hubiese casado! ЎSi yo no tuviese que ir al hospital a curar los heridos! ЎOh, si al menos tuviera algunos cortejadores! »

Inmediatamente sintiу horror a ser enfermera, pero no podнa esquivar aquel deber, porque formaba parte de dos comitйs, el de la seсora Meade y el de la seсora Merriwether. Esto significaba cuatro maсanas a la semana en un hospital opresor y maloliente, con los cabellos envueltos en un paсo y una pesada bata que la cubrнa del cuello a los pies. Todas las seсoras de Atlanta, viejas y jуvenes, hacнan de enfermeras con un entusiasmo que a Scarlett le parecнa casi fanбtico. Creнan que ella estaba embebida del mismo fervor patriуtico y se habrнan escandalizado si hubiesen sabido cuan poco le interesaba la guerra. Exceptuada la continua preocupaciуn de que Ashley pudiese morir, la guerra no le interesaba en absoluto, y si asistнa a los enfermos era ъnicamente porque no sabнa cуmo deshacerse de aquella obligaciуn.

Ciertamente, el hacer de enfermera no tenнa nada de romбntico. Para ella significaba gemidos, delirios, muerte y malos olores. Los hospitales estaban llenos de hombres sucios, piojosos, con la barba descuidada, que olнan terriblemente y tenнan en el cuerpo heridas tan horrorosas que daban nбuseas. Los hospitales olнan a gangrena; era un olor que llegaba a las narices mucho antes de que se abriese la puerta y que permanecнa mucho tiempo en las manos y en los cabellos y la obsesionaba en sus sueсos. Moscas y mosquitos revoloteaban zumbando en enjambres por las salas, atormentando a los heridos, que maldecнan y sollozaban dйbilmente; Scarlett, rascбndose las propias picaduras de los mosquitos, agitaba abanicos de hojas de palma hasta que le dolнa la espalda; entonces deseaba que todos los hombres muriesen.

A Melanie, por el contrario, parecнan no molestarla los olores, las heridas y las desnudeces, cosa que Scarlett encontraba extraсa en ella, que parecнa la mбs tнmida y pъdica de las mujeres. A veces, mientras aguantaba cubetas e instrumentos para el doctor Meade, que cortaba carnes gangrenadas, Melanie estaba palidнsima. Una vez, despuйs de una de estas operaciones, Scarlett la encontrу vomitando en el guardarropa. Siempre se hallaba donde el herido pudiese verla, era gentil, alegre y llena de simpatнa; los hombres la llamaban «бngel misericordioso». Tambiйn a Scarlett le habrнa agradado ser llamada asн, pero eso llevaba consigo el tocar a los hombres llenos de piojos, introducir los dedos en la garganta de los enfermos inconscientes para ver si se estaban ahogando con un trozo de tabaco de mascar, vendar extremidades y cortar pedacitos de carne que se iba corrompiendo. No, no le gustaba ser enfermera.

Quizб le hubiera sido mбs soportable si hubiese podido emplear su fascinaciуn con los convalecientes, porque muchos de ellos eran simpбticos y de buenas familias; pero como viuda no podнa hacerlo. Las seсoritas de la ciudad, a las que no se les permitнa entrar en el hospital por temor a que viesen cosas no adecuadas a sus ojos virginales, se ocupaban de ellos. Las no impedidas por el matrimonio o la viudez hacнan verdaderos estragos entre los convalecientes; y aun las menos atrayentes, observу Scarlett, no tardaban en quedar prometidas. Con excepciуn de los enfermos y heridos graves, el mundo de Scarlett era exclusivamente femenino, y esto la atormentaba porque nunca habнa tenido fe ni simpatнa en el propio sexo y, lo que era peor, la fastidiaba profundamente. Tres dнas a la semana debнa asistir a los comitйs de trabajo de las amigas de Melanie para la preparaciуn de vendas. Las muchachas, todas las que habнan conocido a Charles, eran buenas para con ella en estas reuniones, especialmente Fanny Elsing y Maybelle Merriwether, hijas de las matronas notables de la ciudad. Pero la trataban con deferencia, como si fuera vieja y su vida hubiera terminado. Sus charlas sobre bailes y pasatiempos le hacнan envidiar esas diversiones y se sentнa irritada de que su viudez la excluyera de ellas. ЎY era tres veces mбs atractiva que Fanny y que Maybelle! ЎOh, quй injusta era la vida! ЎQuй extraсo era que todos creyeran que su corazуn estaba en la tumba de Charles! ЎPor el contrario, estaba en Virginia, con Ashley!

A pesar de estas aflicciones, Atlanta le agradaba. Su permanencia se prolongaba y las semanas iban pasando.

Scarlett, sentada junto a la ventana de su dormitorio en aquella maсana de verano, miraba desoladamente los coches y carrozas llenos de muchachas, de soldados y acompaсantes que bullнan alegremente a lo largo de la calle Peachtree a fin de coger ramas para decorar el local de la rifa que debнa efectuarse aquella noche a beneficio de los hospitales.

La carretera roja tenнa zonas de sol y de sombra bajo las ramas de los бrboles, y el trotar de los caballos levantaba nubecitas de polvo bermejo. El coche que iba en cabeza llevaba cuatro robustos negros provistos de hachas para cortar los бrboles de verdor perenne y romper las lianas que se retorcнan sobre ellos. En la parte posterior de este coche habнa acumuladas cestas cubiertas de servilletas, canastas con vнveres y una docena de melones. Dos de los negros llevaban una armуnica y un banjo y tocaban una burlesca versiуn de Si os querйis divertir, venid a la caballerнa. Detrбs de ellos venнa la alegre cabalgata: muchachas con traje de algodуn floreado, ligero chai, cofia y mitones para proteger la blancura de la piel; otras con pequeсos quitasoles que se alzaban por encima de sus cabezas; seсoras ancianas, plбcidas y sonrientes entre las risas, las interpelaciones y las bromas de un coche a otro; convalecientes entre robustas acompaсantes y grбciles muchachas que los cuidaban con grandes aspavientos; oficiales a caballo que iban a paso tranquilo a los lados de los coches; crujidos de ruedas, tintineo de espuelas, centelleo de alamares, agitar de quitasoles y de abanicos, cantos de negros. Todos recorrнan la calle Peachtree para hundirse en el bosque y hacer una merienda y una comilona de melones. «Todos —pensу Scarlett— menos yo. »

Al pasar, la llamaban y le hacнan seсales de saludo, a las que ella trataba de responder de buen talante, cosa que le era difнcil. En el corazуn le habнa empezado un pequeсo dolor sordo que subнa poco a poco a la garganta, donde se le hacнa un nudo, y el nudo se descomponнa en lбgrimas. Todos iban a la merienda menos ella. Todos irнan aquella noche a la rifa y al baile menos ella. Es decir, menos ella, Pittypat, Melanie y las desgraciadas que estaban de luto. Pero parecнa que a Melanie y a Pittypat la cosa no les importaba nada. No habнan pensado siquiera en ir. Scarlett, por el contrario, lo habнa pensado, y deseaba ir; lo deseaba vehementemente.

No era justo. Habнa trabajado mбs que ninguna en preparar las cosas para la rifa. Habнa hecho medias y gorritos a la turca y cofias para los niсos, zapatitos y encajes y bonitos cubiletes de porcelana pintada y vasitos de tocador. Habнa bordado media docena de cojines para divanes con la bandera de la Confederaciуn (las estrellas eran un poco irregulares, ciertamente, algunas casi redondas, otras tenнan seis o siete puntas, pero el efecto era bueno). El dнa anterior habнa trabajado hasta quedar cansadнsima, en el viejo granero polvoriento de la armerнa, para tapizar de muselina amarilla, rosa y verde los mostradores alineados a lo largo de las paredes. Bajo la direcciуn de las seсoras del comitй hospitalario, el trabajo era difнcil y de ningъn modo divertido. No habнa diversiуn posible teniendo alrededor a las seсoras Merriwether, Elsing y Whнting que daban уrdenes como si tratasen con sus esclavos, y tenerlas que escuchar mientras se jactaban de que sus hijas estaban muy solicitadas. Para colmo, se quemу los dedos y le salieron dos ampollas al ayudar a Pittypat y a la cocinera a hacer pasteles para la rifa.

Ahora, despuйs de haber trabajado como una jornalera, le tocaba retirarse cuando empezaba la diversiуn. No, no era justo que hubiese muerto su marido, que su niсo chillara en la habitaciуn de al lado y tener que permanecer alejada de cuanto era recreo. ЎPensar que poco mбs de un aсo antes bailaba y llevaba vestidos claros en lugar de este negro fъnebre, y que coqueteaba con tres jуvenes! Ahora sуlo tenнa diecisiete aсos y sus pies tenнan aъn muchas ganas de brincar. ЎNo, no era justo! La vida pasaba delante de ella, en el camino templado y soleado; la vida con los uniformes grises, las espuelas tintineantes, los vestidos de sedalina de flores y los banjos que sonaban. Tratу de no sonreнr ni de saludar con mucho entusiasmo a los hombres que conocнa mejor, a los que habнa curado en el hospital, pero era difнcil dominar los propios impulsos, difнcil comportarse como si su corazуn estuviese en la tumba... donde no estaba.

Sus saludos y sus seсales fueron bruscamente interrumpidos por Pittypat, que entrу en la habitaciуn jadeando como siempre que subнa la escalera y la apartу de la ventana sin ceremonias.

—Pero їte has vuelto loca, querida? ЎSaludar a los hombres desde la ventana de tu dormitorio! ЎTe aseguro, Scarlett, que estoy escandalizada! їQuй dirнa tu madre?

—Pero ellos no saben que es mi dormitorio.

—Se lo pueden imaginar y es lo mismo. No debes hacer estas cosas, cariсo. Todos hablarнan de ti y dirнan que eres una descarada... De todos modos, la seсora Merriwether sabe que es tu dormitorio.

—Y ciertamente esa gallina vieja lo dirб a los muchachos.

—ЎChit...! Dolly Merriwether es mi mejor amiga.

—ЎBah, una gallina vieja de todos modos! ЎOh, Dios mнo, perdуname, no llores! No habнa pensado que era la ventana de mi dormitorio... No lo harй mбs... Sуlo me agradaba verlos marchar... Quisiera poder ir yo tambiйn.

—ЎScarlett!

—Sн, estoy cansada de estar en casa.

—Scarlett, promйteme que no dirбs mбs estas cosas. ЎFigъrate las murmuraciones! ЎDirнan que no tienes respeto para la memoria del pobre Charles...!

—ЎPero no llores, tнa!

—ЎOh, ahora tambiйn te he hecho llorar a ti...! —sollozу Pittypat, rebuscando el paсuelo en su bata.

Aquella minъscula pena subiу finalmente a la garganta de Scarlett y ahora lloraba...; no, como creнa Pittypat, por el pobre Charles, sino porque los ъltimos ecos de la risa y el estrйpito de las ruedas iban desapareciendo. Melanie entrу en la habitaciуn con la frente arrugada y un cepillo en la mano, los cabellos negros, generalmente alisados con cuidado, libres de la redecilla y encrespados alrededor de su cara en una masa de rizos.

—ЎQuerida! їQuй ha sucedido?

—ЎCharles! —sollozу Pittypat, abandonбndose con alegrнa al placer del sufrimiento y escondiendo la cabeza en el hombro de Melanie.

—ЎOh...! —dijo Melanie, en tanto que al oнr el nombre de su hermano su labio inferior empezaba a temblar—. Sй valiente, querida. No llores. ЎOh, Scarlett!

Scarlett se tendiу en la cama y sollozу con toda su fuerza. Sollozaba por su juventud perdida y por las alegrнas que le estaban vedadas; sollozaba con la indignaciуn y la desesperaciуn de una niсa que con las lбgrimas obtuviera todo lo que quisiese. Pero ahora sabнa que los sollozos no le servнan para nada. Con la cabeza escondida entre las almohadas, lloraba y pateaba los gruesos edredones.

—ЎQuisiera morirme! —gimiу apasionadamente. Pero al oнr esta exclamaciуn dolorosa, las lбgrimas de Pittypat cesaron y Melanie se precipitу hacia el lecho para consolar a su cuсada.

—ЎQuerida, no llores! ЎPiensa en lo que te querнa Charles; esto debe ser un consuelo para ti! Piensa en tu precioso hijito.

La indignaciуn ante esa incomprensiуn de sus parientes se mezclу en Scarlett con la desesperaciуn de estar al margen de todo y le sofocу las palabras en la garganta. Fue una suerte, porque si hubiese podido hablar habrнa gritado la verdad con palabras enйrgicas, a la manera de Gerald. Melanie le acariciу el hombro y Pittypat trotу por la estancia bajando las persianas.

—ЎNo cerrйis! —exclamу Scarlett, levantando de las almohadas su rostro rojo e hinchado—. No estoy aъn lo bastante muerta para que se tengan que cerrar las persianas..., Ўy Dios sabe que quisiera estarlo! ЎOh, marchaos y dejadme sola!

Hundiу nuevamente la cara en las almohadas. Despuйs de una conferencia entre murmullos, las dos mujeres salieron de puntillas. Oyу a Melanie decir en voz baja a la tнa, mientras bajaban las escaleras: —Tнa Pitty, quisiera que no le hablases de Charles. Sabes que le hace daсo. ЎPobre criatura, tiene una expresiуn tan extraсa! Comprendo que se esfuerza por no llorar. No debemos afligirla mбs.

Scarlett golpeу la colcha con los pies, con una rabia impotente, buscando algo grosero que decir.

—ЎPor los calzones de Job! —gritу finalmente, y se sintiу algo aliviada. їCуmo podнa Melanie contentarse con permanecer en casa, sin una sombra de diversiуn, y llevar luto por su hermano, cuando apenas tenнa dieciocho aсos? Parecнa que Melanie no supiese (o que no le interesase) que la vida corrнa con espuelas tintineantes.

«ЎPero es tan aburrida! —pensу Scarlett mientras golpeaba las almohadas—. No ha sido nunca tan cortejada como yo y por eso no siente como yo la falta de tantas cosas. Y despuйs..., despuйs, ella tiene a Ashley, mientras que yo... ЎYo no tengo a nadie! » Ante esta nueva desgracia surgieron otras lбgrimas.

Permaneciу tristemente en su habitaciуn hasta bien entrada la tarde; la vista de los excursionistas que volvнan con los coches llenos de ramas de pino, lianas y helйchos no la alegrу. Todos parecнan felizmente cansados, mientras le hacнan nuevas seсas de salutaciуn a las que ella respondiу melancуlicamente. La vida era monуtona y sin esperanza y no valнa la pena de ser vivida. La liberaciуn llegу en la forma mбs inesperada, cuando, durante la hora de la siesta, la seсora Merriwether y la seсora Elsing, acudieron a la villa de ladrillos.



  

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