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SEGUNDA PARTE 3 страница



Asombradas por una visita a aquellas horas, Melanie, Scarlett y Pittypat se levantaron, se pusieron de prisa y corriendo los corpinos, se arreglaron los cabellos y bajaron al saloncito.

—Los niсos de la seсora Bonnel tienen el sarampiуn —anunciу la seсora Merriwether bruscamente, demostrando que hacнa a la seсora Bonnel personalmente responsable por haber permitido que semejante cosa ocurriese.

—Las muchachas MacLure han sido llamadas a Virginia —prosiguiу la seсora Elsing con su voz apagada, abanicбndose lбnguidamente como si ni esto ni lo otro tuviese mucha importancia—. Dallas MacLure estб herido.

—ЎTerrible! —exclamaron las tres visitadas a coro—. їY estб grave?

—No, sуlo en un hombro —respondiу alegremente la seсora Merriwether—. Pero no podнa suceder en un momento peor. Las muchachas se han marchado para traerlo a casa. No tenemos tiempo de quedarnos aquн a charlar. Debemos volver de prisa para decorar el local. Pitty, las necesitamos a usted y a Melanie esta noche para ocupar el lugar de la seсora Bonnel y de las chicas Mac Lure.

—ЎPero no podemos ir, Dolly!

—No diga «no podemos», Pitty Hamilton —rebatiу vigorosamente la seсora Merriwether—. Tenemos necesidad de usted para vigilar a los negros que llevan los refrescos. Es lo que debнa hacer la seсora Bonnel. Y Melanie estarб en el mostrador de la rifa de las MacLure.

—Pero no es posible... El pobre Charles muriу sуlo hace...

—Lo sй, pero no hay sacrificio demasiado grande por la Causa —intervino la seсora Elsing con una voz dulce y decidida.

—Tendrнamos mucho gusto en ayudarles, pero... їPor quй no ponen una chica guapa en el mostrador de la rifa?

La seсora Merriwether tuvo una risita burlona que parecнa salir de una trompeta.

—No sй cуmo son las chicas de hoy. No tienen el sentido de la responsabilidad. Las que no ocupan ya su puesto encuentran tantas excusas, que no sй quй decirles. ЎOh, no! Quieren no tener que hacer nada para poder coquetear con los oficiales: eso es todo. Tienen miedo de que detrбs del mostrador, sus trajes nuevos no se vean bastante. Quisiera que ese capitбn que burla el bloqueo..., їcуmo se llama?

—El capitбn Butler —sugiriу la seсora Elsing.

—Quisiera que hiciese entrar mбs aprovisionamiento para los hospitales y menos franjas y vestidos de volantes. ЎHoy entrarбn veinte vestidos, os lo aseguro! Vamos, Pitty, no hay tiempo para discutir. Debe venir. Todos comprenderбn. Por lo demбs, en la habitaciуn trasera nadie la verб; y Melanie tampoco se verб mucho. El mostrador de las chicas MacLure estб en el fondo y no es bonito. Allн nadie las notarб.

—Creo que debemos ir —dijo Scarlett, tratando de dominar su agitaciуn y de conservar una expresiуn seria y natural—. Es lo menos que podemos hacer por el hospital.

Ninguna de las visitantes habнa pronunciado su nombre. Ambas se volvieron para mirarla severamente. A pesar de su extrema necesidad, no habнan pensado pedir a una viuda reciente que apareciese en una reuniуn mundana. Scarlett soportу sus miradas con expresiуn infantil e inocente.

—Creo que deberнamos ir a hacer lo que podamos, todas. Yo me quedarй en el mostrador con Melanie porque..., sн, me parece que es mejor dos. їNo te parece, Melanie?

—Pero... —comenzу Melanie, turbada. La idea de aparecer en una reuniуn estando de luto era tan inaudita que permaneciу aturdida.

—Scarlett tiene razуn —afirmу la seсora Merriwether, observando signos de debilidad en la resistencia de sus amigas. Se levantу y se arreglу los volantes de la falda—. Todas..., sн, deben venir todas ustedes. No empiece a buscar excusas, Pitty. Piense que los hospitales tienen gran necesidad de dinero para comprar nuevas camas y medicinas. Sй que Charles estarнa satisfecho de saber que ustedes ayudan a la causa por la que йl ha muerto.

—Estб bien —dijo Pittypat, dйbil, como siempre, ante esta personalidad mбs fuerte que la suya—. Si creen que la gente comprenderб las razones...

«ЎDemasiado bello para ser verdad! ЎDemasiado bello para ser verdad! », cantaba el corazуn de Scarlett, mientras se colocaba modestamente detrбs del mostrador de las chicas MacLure. ЎFinalmente se encontraba en una reuniуn! Despuйs de un aсo de apartamiento, de ve. los de crespуn y de voces quedas, despuйs de haber creнdo casi enloquecer de fastidio, ahora se encontraba en una reuniуn, la mбs grande que conociу Atlanta. Veнa gente y luces, oнa mъsica y contemplaba los bonitos encajes, los vestidos, los adornos que el famoso capitбn Butler habнa traнdo a travйs del bloqueo, en su ъltimo viaje.

Sentada en uno de los banquillos de detrбs del mostrador, mirу el largo salуn que hasta aquella tarde habнa estado desnudo y sin adorno. ЎCуmo debнan de haber trabajado hoy las seсoras para haberlo puesto tan vistoso! Todas las velas y candelabros de Atlanta debнan de estar allн, pensу; de plata con doce brazos, de porcelana con graciosas figuritas que adornaban su base, de latуn antiguo, rнgidos y dignos, velas de todas las medidas y de todos los colores, olorosas de resina, colocadas en los soportes de fusiles que ocupaban la sala en toda su longitud, en las mesas floridas, en los mostradores y hasta en los alfйizares de las ventanas abiertas, donde la leve brisa templada del estнo bastaba para agitar las llamas.

En el centro de la sala, la enorme lбmpara de pйsimo gusto, que algunas cadenas enmohecidas suspendнan del artesonado, estaba completamente transformada por ramos de hiedra y de vides silvestres, que el calor empezaba ya a marchitar. Las paredes estaban decoradas con ramas de pino, que esparcнan un olor penetrante y convertнan los бngulos de la sala en graciosos cenadores donde se sentaban los acompaсantes y las seсoras de edad. Elegantes festones de hiedra y plantas trepadoras pendнan tambiйn encima de las ventanas y se retorcнan sobre los mostradores adornados de muselina colorada. Entre el verdor, en banderas y oriflamas, brillaban las estrellas de la Confederaciуn sobre su fondo rojo y azul.

La plataforma construida para la orquesta era particularmente artнstica. Estaba completamente escondida a la vista por los ramos de follaje y las banderas estrelladas. Scarlett sabнa que habнan sido transportadas allн todas las macetas de la ciudad: begonias, geranios, laureles, jazmines... y hasta las cuatro hermosas plantas de caucho de la seсora Elsing, a las cuales se les dio el puesto de honor en las cuatro esquinas.

En la otra extremidad de la sala, frente a la plataforma, las seсoras se habнan superado a sн mismas. En esta pared colgaban grandes retratos del presidente Davis y del «pequeсo Alex» Stephens, el georgiano vicepresidente de la Confederaciуn. Encima habнa una enorme bandera y debajo estaba el producto de todos los jardines de la ciudad: helechos, haces de rosas amarillas, blancas y bermejas, orgullosos gladiolos, mazos de capuchinas de varios colores, altas y rнgidas ramas de malvaloca que alzaban sus corolas pardas y blancas sobre las otras flores. Entre ellos, las velas ardнan, como en un altar. Las dos caras miraban hacia abajo la escena, dos caras muy diferentes, de dos jefes de gloriosas empresas: Davis, con el rostro delgado y los ojos frнos como un asceta, la boca sutil cerrada con una expresiуn firme; Stephens, con los ojos negros y ardientes profundamente hundidos en un rostro que habнa conocido enfermedades y dolores y habнa triunfado sobre йstos, con ardor e ironнa; dos rostros que eran muy queridos.

Las seсoras mбs ancianas del comitй, en quienes recaнa la responsabilidad de toda la rifa, iban de acб para allб con la importancia de naves bien aparejadas, empujando de prisa a las rezagadas, casadas y solteras, para que ocuparan sus puestos, y despuйs entrando en las habitaciones adyacentes donde estaban preparados los refrescos. La tнa Pittypat las seguнa jadeando.

Los mъsicos subieron a la plataforma, negros y sonrientes, con los gruesos rostros brillantes de sudor, y empezaron a templar los violines. El viejo Levi, cochero de la seсora Merriwether, que habнa dirigido las orquestas de todas las rifas, bailes o bodas desde cuando Atlanta se llamaba Marthasville, golpeу con el arco en la madera para llamar la atenciуn. Habнa hasta ahora muy pocas personas ademбs de las seсoras que dirigнan la rifa, pero todos los ojos se volvieron hacia йl. Entonces los violines, las violas, los banjos, las flautas y el acordeуn empezaron la ejecuciуn de Lorena, lentнsima, demasiado lenta para ser bailada; el baile empezarнa mбs tarde, cuando los mostradores estuviesen vacнos de mercancнas. Scarlett sintiу que le latнa el corazуn mбs rбpidamente al oнr la dulce melodнa de aquel vals.

ЎLos aсos pasan lentamente, Lorena! La nieve cubre nuevamente la hierba. El sol estб lejano en el cielo, Lorena...

Un, dos, tres, uno, dos, tres, un resbalуn... tres, vuelta... dos, tres. ЎQuй bello vals! Ella entrelazу sus manos, cerrу los ojos y acompaсу el ritmo suave con una leve oscilaciуn del cuerpo. Habнa algo de embriagador en aquella trбgica melodнa y en el amor perdido de Lorena, que se mezclaba con su excitaciуn y le hacнa como un nudo en la garganta.

Entonces, como resucitados por la mъsica del vals, de la calle oscura llegaron rumores: pisadas de caballos y estrйpitos de ruedas, risas en el aire templado y la dulce aspereza de las voces de los negros, que discutнan por el lugar donde debнan poner los caballos. Hubo cierta confusiуn en las escaleras; alegrнa de corazones despreocupados, voces frescas de muchachas unidas a las profundas de los que las acompaсaban, gritos de saludos y regocijo de jovencitas que reconocнan a las amigas de las que se habнan separado horas antes.

De pronto el ambiente se llenу de animaciуn; en un momento entraron como mariposas gran cantidad de muchachas con vestidos multicolores de enormes frunces y calzones de encaje que asomaban por debajo; pequeсos y candidos hombros redondos y desnudos; leves insinuaciones de mуrbidos senos que se transparentaban bajo volantitos de encaje; chales de blonda echados descuidadamente sobre el brazo; abanicos recamados o pintados, de plumas de avestruz y de pavo real, suspendidos de la muсeca por finas tiras de terciopelo; muchachas con los cabellos negros peinados con raya y recogidos en trenzas en la nuca, en nudos tan pesados que la cabeza colgaba algo hacia atrбs; muchachas con masas de rizos dorados en la nuca y largos pendientes del mismo metal, que se agitaban junto a los rizos rebeldes. Encajes, sedas, alamares, cintas y vestidos traнdos a travйs del bloqueo, todo precioso y ostentado con orgullo, para hacer asн mayor afrenta a los yanquis.

No todas las flores de la ciudad habнan sido colocadas como tributo delante de los retratos de los jefes de la Confederaciуn. Los capullos mбs pequeсos y mбs fragantes adornaban a las jovencitas. Rosas amarillas prendidas detrбs de la oreja, jazmines del Cabo y rosas de pitiminн en pequeсas guirnaldas dispuestas en cascadas sobres los rizos; ramilletes tнmidamente escondidos entre los pliegues de la cintura; flores que antes del final de la noche encontrarнan reposo en los bolsillos internos de los uniformes grises, como preciosos recuerdos.

Habнa numerosнsimos uniformes entre la multitud, uniformes de hombres que Scarlett conocнa, hombres que ella habнa visto en las galerнas de los hospitales, en las calles o en los campos de maniobras. Uniformes resplandecientes, de brillantes botones y de galones de oro en los cuellos y en las mangas, con franjas rojas, amarillas o azules en los pantalones, segъn las diferentes armas, que hacнan con el gris una magnнfica combinaciуn. Aquн y allн se veнan fajas de oro y Scarlett, sables que centelleaban y batнan contra las polainas brillantes, espuelas que resonaban y tintineaban.

«ЎQuй hombres tan arrogantes! », pensу Scarlett con una sensaciуn de orgullo mientras aquйllos saludaban, hacнan seсas a los amigos y se inclinaban para besar las manos de las seсoras ancianas. Todos eran de aspecto juvenil, a pesar de sus largos bigotes rubios y de sus barbas negras o castaсas; hermosos, intrйpidos algunos con los brazos en cabestrillo, otros vendada la cabeza con una venda blanquнsima que contrastaba extraсamente con su rostro bronceado. Algunos caminaban con muletas, Ўy quй orgullosas estaban las muchachas que los acompaсaban aflojando cuidadosamente el paso para adaptarlo al de ellos! Entre los uniformes se vio resplandecer, de repente, una brillante mancha de color que oscureciу hasta los vestidos de las muchachas y parecнa, en medio de la multitud, un pбjaro tropical: un oficial de Luisiana con los pantalones bombachos a listas blancas y azules, las polainas crema y la guerrera roja: un hombrecito moreno y sonriente parecido a un mono, con el brazo en un cabestrillo de seda negra. Era el enamorado de Maybelle Merriwether, Rene Picard. Ciertamente todo el hospital estaba presente, por lo menos, todos los que se hallaban en condiciones de andar, los que estaban con permiso ordinario o por enfermedad y los que prestaban servicio en el ferrocarril, en correos y en los hospitales, en los comisariados de Atlanta y de Macуn. ЎQuй contentas estarнan las seсoras! El hospital deberнa hacer un montуn de dinero aquella noche. De la calle llegу un ruido de tambores, un compбs de pasos y gritos de admiraciуn de los cocheros. Un toque de trompeta y despuйs una voz de barнtono dio la orden de «ЎRompan filas! ». En un instante, los miembros de la Guardia Nacional y de la Milicia, vestidos con sus uniformes brillantes, hicieron crujir la angosta escalera y entraron en la sala, saludando, inclinбndose, estrechando las manos.

Los de la Guardia Nacional eran muchachos orgullosos de jugar a la guerra que se prometнan estar en Virginia el aсo prуximo por aquella йpoca, si la guerra duraba aъn, y viejos con la barba blanca, que se lamentaban de no ser jуvenes, pero se sentнan felices de llevar el uniforme, reflejando la gloria de los hijos que habнan marchado al frente. En la Milicia habнa muchos hombres de mediana edad y algunos tambiйn mбs viejos, pero habнa bastantes jуvenes en edad militar, que se comportaban menos marcialmente que sus mayores y menores. Ya la gente empezaba a preguntar en voz baja que por quй no estaban con Lee.

їCуmo podнan caber todos en aquel salуn? Parecнa muy grande pocos minutos antes, pero ahora estaba abarrotado, con el aire impregnado de los olores de la calurosa noche de estнo; olor a agua de colonia, a saquitos perfumados, a cosmйtico para los cabellos y a antorchas resinosas, a fragancia de flores, y todo ello un poco denso, porque el arrastrar de tantos pies levantaba un polvillo ligero. El estrйpito y la confusiуn de tantas voces hacнa casi imposible distinguir alguna palabra y, como si hubiese comprendido la alegrнa y la excitaciуn del momento, el viejo Levi interrumpiу Lorena a la mitad de un compбs golpeando con su arco el atril. Despuйs, empezando con nueva furia, la orquesta entonу Bella bandera azul.

Cien voces se unieron al estribillo, cantбndolo, gritбndolo como una aclamaciуn. El corneta de la Guardia Nacional subiу a la plataforma y se uniу a la mъsica en el momento en que empezaba el coro, y las notas de plata resonaron sobre la masa de voces hasta dar escalofrнos; una emociуn intensa recorriу a la multitud.

ЎHurra, hurra por los derechos del Sur, hurra!
ЎHurra por la hermosa bandera azul
que lleva una sola estrella!

Scarlett, cantando junto a los demбs, oyу el dulce tono de soprano de Melanie subir tras ella, claro y limpio como las notas argentadas de la corneta. Volviуse y vio a Melanie en pie, con las manos apretadas sobre el pecho, los ojos cerrados y una lбgrima que apuntaba en sus ojos. Sonriу a Scarlett cuando la mъsica terminу, haciendo un gesto de excusa mientras se secaba los ojos con un paсolito. —Me siento tan feliz —murmurу— y tan orgullosa de nuestros soldados, que me dan ganas de llorar.

En sus ojos habнa una luz profunda, casi de fanatismo, que por un momento iluminу su carita haciйndola bella.

La misma expresiуn habнa en el rostro de todas las mujeres cuando la canciуn terminу: lбgrimas de orgullo sobre las mejillas, ya rosas, ya arrugadas, sonrisas en los labios, una luz ardiente en las miradas que dirigнan a los hombres, la enamorada al amante, la madre al hijo, la mujer al marido. Estaban todas hermosas, con esa belleza que transforma tambiйn a la mujer mбs fea cuando se sabe protegida y amada.

Amaban a sus hombres, creнan en ellos; tenнan fe hasta su ъltimo suspiro. їCуmo podнa la desgracia abatir a semejantes mujeres, defendidas como estaban por un ejйrcito de valientes? Nunca hubo hombres como йstos, desde la creaciуn del mundo hasta nuestros dнas, nunca jуvenes tan heroicos, tan tiernos y galantes. їCуmo era posible que algo impidiese la victoria de una causa justa como la suya? Una causa que ellas amaban tanto como los hombres, una causa a la que servнan con sus manos y sus corazones, una causa de la que hablaban, en la que pensaban, con la que soсaban..., una causa por la que habrнan sacrificado a aquellos hombres, de ser necesario, soportando su pйrdida con el mismo orgullo con el que los hombres llevaban sus banderas en el campo de batalla.

Sus corazones estaban llenos de devociуn y de orgullo, de seguridad en la victoria final. Los triunfos de Stonewall Jackson[10] en Valley y la derrota de los yanquis en la batalla de los Siete Dнas cerca de Richmond lo mostraban claramente. їCуmo podнa ser de otra manera, con jefes como Lee y Jackson? Otra victoria y los yanquis se arrodillarнan pidiendo la paz, y los hombres volverнan a casa, acogidos con risas y besos. Una victoria mбs y la guerra habrнa terminado.

Sin duda, habrнa sillas vacнas y niсos que no verнan mбs la cara de su padre, tumbas sin nombre cerca de las pequeсas bahнas solitarias de Virginia y en las montaсas de Tennessee; pero їera quizбs un precio demasiado grande para la Causa? Era difнcil encontrar seda para los vestidos, azъcar y tй, pero йstas eran cosas sin las que se podнa pasar. Por lo demбs, los que atravesaban el bloqueo pasando delante de las narices de los yanquis traнan de todo, haciendo la posesiуn de estas mercancнas mucho mis emocionante. En breve, Raphael Semmes y la armada de la Confederaciуn darнan que hacer a los barcos de guerra yanquis, y entonces los puertos se volverнan a abrir. Inglaterra ayudarнa a la Confederaciуn a ganar la guerra porque las fбbricas inglesas estaban paradas por falta de algodуn sureсo. Naturalmente, la aristocracia inglesa simpatizaba con la aristocrбtica gente del Sur y estaba en contra de aquella raza бvida de dуlares que eran los yanquis.

Asн, las mujeres hacнan susurrar sus sedas y reнan, mirando a sus hombres con el corazуn henchido de orgullo. Sabнan que el amor se hacнa mбs ardiente frente al peligro y que la muerte era doblemente dulce por la extraсa excitaciуn que la acompaсaba.

Al contemplar aquella concurrencia, Scarlett sintiу latir su corazуn mбs aceleradamente por la desacostumbrada emociуn que le daba el encontrarse en una reuniуn mundana; pero cuando vio la expresiуn reflejada en las caras de su alrededor, y la comprendiу sуlo a medias, su alegrнa empezу a desvanecerse. Todas las mujeres presentes ardнan con una pasiуn que ella no sentнa. Esto la asombrу y la deprimiу. El salуn no se le antojу tan hermoso ni las muchachas tan brillantes; la intensidad del entusiasmo por la Causa que aъn iluminaba todos los rostros le pareciу... Ўsн, le pareciу estъpida!

En una repentina rбfaga de conocimiento de sн misma que le hizo abrir la boca de estupor, se dio cuenta de que no compartнa en modo alguno el сero orgullo de aquellas mujeres, su deseo de sacrificarse a sн mismas y todo lo que poseнan por la Causa. Antes de que el horror la hiciese decirse: «ЎNo, no..., no debo pensar esto! Es un error..., un pecado... », comprendiу que la Causa no tenнa ninguna importancia para ella y que estaba harta de oнr hablar de la Causa a aquella gente que tenнa en los ojos una expresiуn fanбtica. La Causa no le parecнa sagrada, y la guerra le parecнa una calamidad que mataba inъtilmente a los hombres, costaba mucho dinero y hacнa difнcil obtener las cosas de lujo. Tambiйn la enojaba la infinita labor de punto, la interminable preparaciуn de vendas e hilas que le estropeaban las uсas. ЎEstaba harta de los hospitales! Harta, aburrida y asqueada del repugnante olor de gangrena y de los gemidos continuos, y asustada de la expresiуn que, al acercarse, daba la muerte a los rostros macilentos.

Mirу alrededor furtivamente mientras estos impнos y pйrfidos pensamientos le atravesaban la mente, con el temor de que alguien pudiera verlos escritos claramente en su faz. Pero їpor quй, por quй no podнa sentir como las otras mujeres? ЎTan sensibles de corazуn, tan sinceras en su devociуn a la Causa! Ellas pensaban realmente lo que decнan y lo que hacнan. Y sн alguien pudiese sospechar alguna vez que ella... ЎNo, no, nadie debнa saberlo! Era necesario que siguiese fingiendo un entusiasmo y un orgullo que no sentнa, haciendo su papel de viuda de un oficial confederado que soporta valerosamente su dolor, que tiene el corazуn en la tumba de йl y que siente que la muerte de su marido no tiene ninguna importancia si ha sido por el triunfo de la Causa. Pero їpor quй era tan diferente, tan distinta de aquellas mujeres amorosas? Ella no podнa amar a nadie ni nada con aquella falta de egoнsmo. Era una sensaciуn de soledad...: no se habнa sentido nunca sola en cuerpo y alma hasta entonces. Intentу sofocar aquellos pensamientos, pero la rigurosa honradez hacia sн misma que habнa en el fondo de su naturaleza no se lo permitiу. Asн, mientras la rifa continuaba y mientras junto a Melanie atendнa a los clientes, su mente trabajaba activamente buscando una justificaciуn frente a sн misma..., tarea que de ordinario no le resultaba difнcil.

Las otras mujeres eran simplemente tontas e histйricas con sus discursos patriуticos, y los hombres eran igualmente fastidiosos cuando hablaban de los Derechos de los Estados. Sуlo ella, Scarlett O'Hara Hamilton, tenнa un claro buen sentido irlandйs. No se alzarнa por la Causa, pero tampoco revelarнa ante todos sus verdaderos sentimientos. Tenнa bastante equilibrio para considerar la situaciуn y para afrontarla. ЎCуmo se quedarнan todos si conociesen sus pensamientos! ЎQuй escбndalo si de improviso se subiese a la plataforma de la orquesta y declarase que en su opiniуn la guerra debнa terminar inmediatamente a fin de que todos pudiesen marchar a sus casas y ocuparse de su algodуn y de que hubiese nuevas fiestas, diversiones y gran cantidad de vestidos de color verde claro!

Por un momento, su autojustificaciуn le dio valor; pero siguiу mirando al salуn con disgusto. El mostrador de las chicas MacLurй se veнa poco, como habнa dicho la seсora Merriwether; habнa largos intervalos durante los cuales nadie se acercaba y Scarlett no tenнa nada que hacer sino mirar con envidia a la gente feliz. Melanie notaba su mal humor, pero, atribuyйndolo al recuerdo de Charles, no hacнa ninguna tentativa de conversar. Se ocupaba de colocar los artнculos en el mostrador de la forma mбs atrayente, mientras Scarlett miraba malhumorada el salуn. Hasta los haces de flores, bajo los retratos de Davis y Stephens, le desagradaban.

«Parece un altar —pensу, encogiendo la nariz—. ЎY el modo en que los ensalzan, como si fuesen el Padre y el Hijo! » Llena de imprevisto terror por la propia irreverencia, empezу precipitadamente a hacer el signo de la cruz, como para excusarse.

«Pero es verdad —discutiу con su propia conciencia—. Todos los rodean como si fuesen santos, y no son mбs que hombres, y ni siquiera agradables a la vista. »

En realidad, Stephens no tenнa la culpa de su aspecto, habiendo sido siempre de salud enfermiza, pero Davis... Mirу el rostro altivo, de rasgos precisos como el de un camafeo. Era principalmente su perilla lo que mбs la fastidiaba. «Los hombres —pensу— deberнan ir completamente rasurados, o de lo contrario usar bigotes y barba entera. Aquellos cuatro pelos dan la impresiуn de que es medio barbilampiсo. » No reconocнa en aquella cara la frнa y tenaz inteligencia que gobernaba a una naciуn entera.

No, no era feliz ahora, aunque experimentу al principio una gran alegrнa. El estar en la fiesta no le bastaba. Nadie se ocupaba de ella; era la ъnica mujer sin marido y no tenнa cortejadores, mientras que durante toda la vida fue siempre el centro de la atenciуn, dondequiera que estuviera. ЎNo era justo! Tenнa diecisiete aсos y sus pies golpeaban nerviosamente el pavimento, deseosos de saltar y bailar. Tenнa diecisiete aсos, un marido en el cementerio de Oakland y un niсo en la cuna, en casa de tнa Pittypat; todos estaban convencidos de que ella debнa estar contenta con su suerte. Tenнa el seno mбs hermoso que cualquiera de las muchachas presentes; la cintura mбs delgada y los pies mбs pequeсitos, pero ninguno se ocupaba de ella, como si yaciese junto a Charles, en la tumba, y estuviese esculpida allн la inscripciуn «Charles y su amada esposa».

No era una muchacha que podнa bailar y coquetear, no era una esposa que pudiera sentarse con las otras a criticar la forma de bailar y coquetear de las muchachas. No era lo bastante anciana para ser viuda. Las viudas debнan ser viejas, para no sentir deseos de bailar, coquetear o ser admiradas. No, todo esto era injusto; era injusto tener que hablar en voz queda y bajar los ojos cuando los hombres, aunque fuesen simpбticos, se acercaban a su mostrador.

Todas las muchachas de Atlanta estaban rodeadas de hombres, aun las mбs feas. ЎTenнan todas vestidos tan bonitos! Ella, por el contrario, parecнa una corneja, vestida de sofocante tafetбn negro, con las mangas largas hasta las muсecas, el escote cerrado hasta la barbilla y ni siquiera sombra de encajes o adornos, ni alhajas, excepto el triste alfiler de уnice de Ellen. Miraba a las muchachas, colgadas del brazo de los hombres, agradables y elegantes. Todo ello simplemente porque Charles Hamilton habнa muerto de sarampiуn. Ni siquiera tuvo en la batalla un fin glorioso del que ella pudiese enorgullecerse.

Con un gesto de rebeldнa, apoyу los codos en el mostrador y mirу descaradamente a la multitud, desatendiendo las advertencias de Mamita, tantas veces repetidas, de no apoyar los codos porque los hacнa ponerse feos y arrugados. їQuй le importaba que se le pusieran feos? Probablemente ya no encontrarнa posibilidad de enseсarlos. Miraba бvidamente los vestidos que pasaban delante: seda color crema con guirnaldas de capullos de rosa, raso rojo con dieciocho volantes bordeados de terciopelo negro, tafetбn azul claro con diez metros de tela en la amplia falda adornada de caнdas de encaje; senos ostentosos, flores preciosas y perfumadas. Maybelle Merriwether se acercу al mostrador inmediato del brazo de su admirador. Su vestido de muselina verde manzana era tan vueludo que hacнa aparecer su cintura tan fina como la de una avispa. Aquel vestido favorecedor guarnecido con un encaje de Chantilly color marfil, llegado de Charleston en la ъltima expediciуn que habнa atravesado el bloqueo, Maybelle lo ostentaba orgullosamente, como si hubiese sido ella y no el capitбn Butler quien efectuу aquella hazaсa.

«ЎQuй bien estarнa yo vestida asн! —pensу Scarlett con el corazуn lleno de una envidia salvaje—. ЎЙsa tiene la cadera ancha como una vaca! Ese verde es mi color y darнa mayor realce a mis ojos. їPor quй diantre las rubias se atreven a ponerse ese color? A su piel le da un reflejo de manteca rancia. ЎY pensar que yo no podrй llevarlo nunca, ni aun cuando me quite el luto! No, ni aunque vuelva a casarme. Tendrй que llevar el gris, el morado, el violeta, todo lo mбs el lila. »

Por un momento considerу la injusticia de todo esto. ЎQuй breve era el tiempo de las diversiones, los bellos vestidos, el baile y la coqueterнa! ЎPocos aсos, demasiados pocos! Despuйs se casaba una y llevaba vestidos oscuros y tristes, los niсos desfiguraban la lнnea del cuerpo y las caderas se ensanchaban; una permanecнa sentada en los rincones con otras mujeres casadas y serias y se levantaba a bailar sуlo con el marido o con algъn seсor viejo que le molнa los pies. Si no se hacнa asн, las otras seсoras murmuraban, la reputaciуn de una mujer quedaba manchada y su familia en el нndice. ЎQuй pйrdida de tiempo, pasar toda la infancia aprendiendo el modo de atraer a los hombres y conservarlos, y despuйs gozar de estos conocimientos sуlo un aсo o dos! Examinando su educaciуn, completada por Ellen y Mamita, se daba cuenta de que habнa sido buena, porque siempre le habнa dado inmejorables resultados. Habнa reglas que era necesario seguir: si las seguнa, verнa coronados sus esfuerzos.

Con las seсoras de edad era necesario ser dulce e ingenua, porque las viejas son astutas y vigilan a las muchachas como gatos prontas a araсar a la mбs pequeсa indiscreciуn de la lengua o de los ojos. Con los seсores de edad, una joven debнa ser vivaz e impertinente y casi (pero no completamente) coqueta: asн la vanidad de los viejos imbйciles se estimulaba. Esto los rejuvenecнa y entonces os pellizcaban las mejillas diciendo que erais una pillina. En tales ocasiones, era necesario enrojecer, de otro modo los pellizquitos se hacнan mбs audaces y despuйs los seсores dirнan a sus hijos que erais unas descaradas.

Con las muchachas y las casadas jуvenes debнais ser toda dulzura, besбndolas cada vez que las vieseis, aunque fuese diez veces al dнa, y poniйndoles el brazo alrededor de la cintura, soportando que ellas hiciesen otro tanto con vosotras, aun cuando esto os molestase. Admirabais ciegamente sus trajes y sus niсos; las embromabais hablando de sus cortejadores o las cumplimentabais por sus maridos; reнais afirmando con modestia que vuestros encantos no tenнan comparaciуn con los de ellas. Y, sobre todo, no habнa que decir nunca lo que verdaderamente opinabais sobre cualquier tema, como ellas no os decнan nunca sus verdaderos pensamientos.



  

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