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SEGUNDA PARTE 6 страница—Quiero saber quй pasa por la comarca —dijo Melanie, mirбndole con una alegre sonrisa—. India y Honey escriben raramente, y sй que usted estб al corriente de todo lo que allн sucede. Hбblenos del casamiento de Joe Fontaine. Gerald se pavoneу ante el halago y dijo que la boda se habнa celebrado sin festejos, «no como las vuestras», porque Joe disponнa de pocos dнas de permiso. Sally, la pequeсa Munroe, estaba bellнsima. No, no recordaba cуmo iba vestida. Pero oyу decir que no tenнa un vestido «para el segundo dнa». —їDe veras? —dijeron las muchachas escandalizadas. —Es natural, desde el momento en que ella no disfrutу de una segunda vez —explicу Gerald con una gran risotada que interrumpiу al pensar que estas observaciones no eran aptas para oнdos femeninos. Esta risa levantу el espнritu de Scarlett e hiriу la delicadeza de Melanie. —Porque Joe volviу a Virginia a la maсana siguiente —aсadiу enseguida Gerald—. No hubo ni visitas ni bailes. Los gemelos Tarleton estбn en casa. —Lo sabнamos. їSe han curado? —No han sido heridos gravemente. A Stuart le dieron un tiro en la rodilla, y otro a Brent en la espalda. їOs habйis enterado de que han sido citados en la orden del dнa por su valor? —No; Ўcuйntenos! —Son unos calaveras... los dos. Creo que en ellos debe haber sangre irlandesa —prosiguiу Gerald, satisfecho—. No recuerdo quй es lo que han hecho, pero Brent ahora es teniente. Scarlett estaba contenta de saber sus hazaсas; contenta como una propietaria en cierto modo. Una vez que un hombre habнa sido su admirador, estaba convencida de que seguнa perteneciйndole, y todas las buenas acciones de йl la honraban. —Tambiйn he oнdo decir que os estбn olvidando a las dos. Parece que Stuart empezу a cortejar en Doce Robles. —їHoney o India? —preguntу Melanie excitada, mientras Scarlett abrнa mucho los ojos, casi indignada. —India, naturalmente. їNo le hacнa ya la corte antes de que esta coqueta niсa mнa le guiсase el ojo? —ЎOh! —exclamу Melanie, turbada por la expresiуn de Gerald. —Ademбs de esto, el joven Brent ha empezado a rondar Tara. Scarlett no encontrу palabras que decir. Las acciones de sus admiradores le parecieron casi un insulto. Se acordaba especialmente de cуmo se habнan enfurecido los dos gemelos cuando ella les dijo que se iba a casar con Charles. Stuart hasta amenazу con matar a Charles, a Scarlett, a йl mismo, o a los tres. Fue una cosa divertidнsima. —їSuellen? —dijo Melanie con una leve sonrisa—. Creнa que el seсor Kennedy... —їAquйl? —dijo Gerald—. Frank Kennedy sigue siendo muy cauteloso. Tiene miedo de su sombra. Si no se decide a hablar, le preguntarй cuбles son sus intenciones. No, se trata de mi pequeсa. —їCarreen? —ЎPero si es una niсa! —exclamу бsperamente Scarlett, recobrando la palabra. —Tiene casi un aсo mбs que tъ cuando te casaste —dijo Gerald—. їEnvidias quizбs a tu hermana tu antiguo pretendiente? Melanie enrojeciу; no estaba habituada a aquella franqueza. Hizo seсas a Peter para que trajese la torta de batatas. Buscу frenйticamente otro tema de conversaciуn que fuese un poco menos personal y que apartase al seсor O'Hara del motivo de su viaje. No consiguiу encontrar nada; pero Gerald, una vez que empezaba a hablar, no tenнa necesidad de otro estнmulo, sino de auditorio. Hablу de los latrocinios del comisariado comarcal, que todos los meses aumentaba sus peticiones; de la estъpida actitud de Jefferson Davis y de la bajeza de los irlandeses que se habнan enrolado en el ejйrcito yanqui por el vil dinero. Cuando llevaron el vino a la mesa y las dos muchachas se levantaron para dejarle beber solo, Gerald echу una mirada severa a su hija y le ordenу que se quedara unos minutos. Scarlett dirigiу una mirada desesperada a Melanie, la cual volviу la carita, impotente, y saliу cerrando suavemente la puerta. —ЎConque sн, seсorita! —mugiу Gerald sirviйndose una copa de oporto—. ЎTienes un magnнfico modo de obrar! їBuscas ya otro maridу, siendo una viuda tan reciente? —No grites tanto, papб. Los criados... —Estбn ya al corriente, y todos conocen nuestra desgracia; tu pobre madre se ha tenido que meter en cama, y a mн me falta valor para mantener la frente alta. Es una vergьenza. No, gatita, es inъtil que trates de venir esta vez con lagrimitas —aсadiу rбpidamente y con cierto pбnico en la voz, viendo que Scarlett empezaba a hacer pucheros—. Te conozco, has coqueteado hasta en el funeral de tu marido. No llores. Esta noche no dirй mбs porque tengo que ver a ese valiente capitбn Butler, que tan poco respeta la reputaciуn de mi hija. Pero maсana por la maсana... Vamos, no llores. No sirve de nada. Puedes estar segura de que te llevarй maсana a Tara, antes que nos deshonres otra vez. No llores, tesoro. Mira lo que te he traнdo. їNo es un regalo bonito? ЎMira, te digo! їCуmo has podido armar todo este enredo, obligбndome a venir aquн, con todo lo que tengo que hacer? ЎVamos..., no llores!
Melanie y Pittypat hacнa rato que se habнan ido a dormir; pero Scarlett estaba despierta en la templada oscuridad, con el corazуn angustiado y lleno de temor. ЎDejar Atlanta precisamente ahora que la vida empezaba, y encontrarse frente a Ellen! Preferirнa morir antes que mirar a la cara a su madre. Sн, morir en este momento; asн todos se arrepentirнan de ser tan malos con ella. Estuvo dando vueltas en la cama y hundiendo la cabeza en las almohadas, hasta que del camino silencioso llegу un rumor a sus oнdos. Era un ruido extraсamente familiar, aunque indistinto. Saltу afuera del lecho y se acercу a la ventana. El camino, con sus бrboles frondosos, estaba oscuro bajo un cielo estrellado. El rumor se acercу: crujir de ruedas, pisar de caballos y voces. De pronto sonriу al oнr una voz en la que se mezclaban dialecto y whisky, que ella conocнa y que cantaba Peg en un coche descubierto. No era dнa de audiencia en Jonesboro, pero Gerald volvнa a casa en las mismas condiciones que allн. Vio la sombra oscura de una calesa detenerse delante de la casa y que de ella descendнan dos figuras confusas. Venнa alguien con йl. Dos sombras se detuvieron delante de la cancela; oyу el girar de la cerradura y, despuйs, la voz de Gerald. —Ahora oirб El lamento de Roberto Emmet; es una canciуn que deberнa conocer; se la enseсarй. —Tendrй mucho gusto en aprenderla —respondiу su acompaсante, en cuya voz melosa se sintiу una risa sofocada—. Pero no ahora, seсor O'Hara. «ЎOh, Dios mнo, es ese horrible Butler! », pensу Scarlett, muy irritada en el primer momento. En seguida se repuso. Por lo menos no se habнan batido en duelo. Y debнan estar en relaciones muy amistosas cuando volvнan juntos a casa y en aquellas condiciones. —La quiero cantar, y usted me escucharб; de lo contrario, le disparo un tiro, porque le tengo por un orangista. —No soy orangista, soy charlestoniano. —Tanto peor. Tengo dos cuсadas en Charleston, y sй quй clase de gente son ustedes. «їQuerrб ahora despertar a todos los vecinos? », pensу Scarlett, aterrorizada, buscando su bata. Pero їquй podнa hacer? No podнa bajar a aquellas horas y arrastrar a su padre adentro. Gerald, que se habнa agarrado a la cancela, echу la cabeza hacia atrбs y entonу el Lamento con voz de bajo profundo. Scarlett apoyу los codos en el alfйizar y escuchу sonriendo involuntariamente. La canciуn era bonita... si su padre no hubiese desentonado... Era una de sus favoritas, y por un momento siguiу la sutil melancolнa de los versos que decнan: Lejana estб La tierra donde duerme el joven hйroe, La canciуn terminу, y ella oyу movimiento en las habitaciones de Pittypat y de Melanie. ЎPobrecillas! Ciertamente debнan estar descompuestas. No estaban acostumbradas a tratar hombres tan viriles y violentos como Gerald. Al terminar la canciуn, las dos sombras se fusionaron recorriendo el jardincito y subieron la escalinata. Se oyу un golpe discreto en la puerta. «Me tocarб bajar —pensу Scarlett—. Despuйs de todo, es mi padre, y la pobre Pitty morirнa antes que ir. » Por otra parte, no querнa que la servidumbre viese a Gerald en aquellas condiciones. Si Peter trataba de acostarle, podнa suceder alguna desgracia; sуlo Pork sabнa cуmo tratarle. Se puso la bata tapбndose bien hasta el cuello, encendiу la vela y se apresurу a bajar las escaleras y cruzar el vestнbulo. Colocando la vela sobre un cofre, abriу la puerta, y a la luz oscilante vio a Rhett Butler, sin un cabello fuera de su sitio, que sostenнa a su padre, rechoncho y pequeсo. El Lamento fue evidentemente el canto del cisne de Gerald, el cual estaba completamente abandonado en los brazos de su compaсero. Tenнa el pelo enmaraсado, la corbata torcida y en la camisa manchas de licor. —Su padre, creo —dijo el capitбn Butler, cuyos ojos brillaban alegremente en su rostro moreno. Y le dirigiу una mirada que pareciу atravesar la ligera bata. —Llйvelo adentro —replicу ella brevemente, confusa por su vestimenta y furiosa contra Gerald, que la exponнa a la burla de aquel hombre. Rhett levantу a Gerald. —їDebo ayudarla a subirlo? Para usted es imposible; pesa mucho. Ella abriу la boca, asombrada de la audacia de esa proposiciуn. їQuй habrнan pensado Pittypat y Melanie si el capitбn Butler hubiese subido? —ЎNo, por el amor de Dios! Dйjelo aquн, en el saloncito, sobre aquel divбn. —їDebo quitarle los zapatos? —No. Ya ha dormido en otras ocasiones con ellos. Se habrнa mordido los labios despuйs de haber dicho esto, oyendo reнr a Butler mientras extendнa las piernas de Gerald. —Le ruego que ahora se marche. Butler atravesу el oscuro vestнbulo y recogiу el sombrero que habнa dejado caer en el umbral. —La verй el domingo, en la cena —dijo, y se fue, cerrando la puerta sin estrйpito. Scarlett se levantу a las cinco y media, antes de que la servidumbre entrase en la casa para preparar el desayuno, y bajу silenciosamente a la planta baja. Gerald estaba despierto, estrujбndose la cabeza entre las manos como si quisiera exprimirse el crбneo. Alzу los ojos furtivamente al sentirla entrar. Al moverlos le dolieron y emitiу un gemido. —ЎCaramba! —La has hecho buena, papб —empezу Scarlett en voz baja, pero irritadнsima—. Venir a casa a esas horas y despertar a toda la vecindad con tus cбnticos. —Pero їhe cantado? —ЎCуmo! Has despertado a todos cantando el Lamento. —No me acuerdo de nada. —Los vecinos se acordarбn mientras vivan; igual que tнa Pitty y Melanie. —ЎVirgen de los Dolores! —se lamentу Gerald, pasбndose la lengua sobre los secos labios—. Todos mis recuerdos se confunden despuйs de la partida de cartas. —їQuй partida? —Ese muchacho, Butler, sostenнa ser el mejor jugador de poker en... —їCuбnto has perdido? —ЎBah! Seguramente he ganado. Tomar unas copas me ayuda a jugar. —Mira a ver la cartera. Como si cada movimiento le resultara doloroso, Gerald sacу la cartera y la abriу. Estaba vacнa; йl la mirу con desolador estupor. —Quinientos dуlares —dijo—. Tenнa que comprar ropa para mamб a los burladores del bloqueo; y ahora no me queda ni dinero para pagar el viaje de vuelta. Al mirar con indignaciуn la carterнa vacнa, a la mente de Scarlett acudiу una idea que tomу forma rбpidamente. —Me has rebajado ante toda la ciudad. Nos has deshonrado a todos. —Calla la boca, gatita. їNo ves que tengo la cabeza a punto de estallar? —ЎVenir a casa borracho con un hombre como el seсor Butler, cantar con toda la fuerza de tus pulmones y perder el dinero! —Ese hombre es muy hбbil en las cartas para ser un caballero. Йl... —їQuй dirб mamб cuando lo sepa? Gerald levantу la cabeza con repentino temor. —ЎNo vayas a decнrselo a mamб! їEh? Scarlett no respondiу, pero apretу los labios. —Piensa que serб un disgusto para ella. ЎEs tan buena! —ЎY pensar, papб, que anoche dijiste que yo habнa deshonrado a la familia! ЎYo, por un mнsero baile, para ganar un poco de dinero para los soldados! ЎOh! їQuieres hacerme llorar? —No, no llores —rogу Gerald—. Serнa mбs de lo que mi pobre cabeza puede soportar; y te aseguro que me estб estallando. —Y has dicho que yo... —ЎGatita, gatita, no te ofendas por lo que ha dicho tu pobre viejo papб, que no pensaba una palabra y no comprendнa nada. Reconozco que eres una hija buena y bienintencionada; eso es verdad. —їY quieres llevarme a casa contigo? —No, tesoro, no quiero hacer eso. Era sуlo para hacerte rabiar. No dirбs nada a mamб acerca del dinero que he perdido, їverdad? " —No —respondiу Scarlett—, si me dejas quedar aquн y le dices que todo han sido chismorreos de esas viejas brujas. Gerald mirу con tristeza a su hija y le dijo: —Pero eso es un chantaje... —Ў... Y anoche fue un verdadero escбndalo! —ЎBah! —empezу йl, halagбndola—. Olvidemos todo esto. їNo crees que una seсora simpбtica como Pittypat debe tener en casa un poco de aguardiente? Scarlett se volviу y cruzу de puntillas el vestнbulo silencioso, hasta llegar al comedor para coger la botella de aguardiente, que ella y Melanie llamaban en secreto «botella de los vahнdos» porque Pittypat tomaba siempre un sorbo de ella cuando su delicado corazуn la hacнa desmayarse o fingir el desmayo. En su rostro estaba escrito el triunfo: no mostraba ni rastro de. vergьenza por el tratamiento poco filial usado con Gerald. Ahora, si alguien mбs escribiese a Ellen con mala intenciуn, Gerald sabrнa tranquilizarla. Y ella podнa permanecer en Atlanta. Y hacer todo lo que quisiera, dada la debilidad de Pittypat. Abriу el armario de los licores y permaneciу un instante con la botella y el vaso estrechados contra su pecho. Tuvo una gran visiуn de excursiones y meriendas a orillas del rнo que corrнa a lo largo de Peachtree Creek y de banquetes en Stone Mountain, reuniones y bailes, giras en coche y cenas dominicales. Ella serнa, como en otros tiempos, el centro de atracciуn de una multitud varonil. ЎY los hombres se enamoraban tan fбcilmente despuйs de haber sido atendidos en el hospital! Ahora ya no le desagradarнa cuidarlos. ЎLos hombres se dejaban conducir por las narices de tan buena gana cuando estaban enfermos! Caнan a los pies de una bella muchacha como las peras de Tara caнan sуlo con mover el бrbol cuando estaban maduras. Volviу hacia su padre con el licor vivificante, dando gracias a Dios de que la famosa cabeza O'Hara no hubiese sido capaz de resistir la bebida inmoderada de la noche anterior; y repentinamente se preguntу hasta quй punto Rhett Butler serнa extraсo a lo acaecido. Una tarde de la semana siguiente, Scarlett volviу del hospital rendida e indignada. Estaba rendida por haber permanecido de pie toda la maсana, e irritada porque la seсora Merriwether la regaсу por haberla visto sentada en la cama de un soldado mientras le vendaba el brazo herido. Tнa Pittypat y Melanie, con sus mejores cofias, esperaban bajo el pуrtico junto a Wade y Prissy, listas para efectuar su ronda semanal de visitas. Scarlett les rogу que la excusasen si no las acompaсaba y subiу a su habitaciуn. Desvanecido el ruido del coche, cuando estuvo segura de que la familia se habнa alejado, entrу en la habitaciуn de Melanie y girу la llave en la cerradura. Era un cuartito sencillo y virginal, silencioso y templado por la irradiaciуn del sol de la tarde. El suelo estaba limpio y desnudo, a excepciуn de alguna alfombra de colores vivos, y las paredes blancas y sin adornos, salvo en un rincуn en el cual Melanie habнa erigido una especie de altar. Bajo una bandera de la Confederaciуn estaba colgado un sable de empuсadura dorada, el sable usado por el padre de Melanie durante la gьera mexicana, el mismo que Charles se llevу al partir para la guerra. Tambiйn la banda y el cinturуn de este ъltimo estaban colgados en la pared, con la pistola en la funda. Entre la espalda y la pistola habнa un daguerrotipo de Charles, muy rнgido y orgulloso en su uniforme gris, con grandes ojos negros que parecнan brillar en el cuadro y una tнmida sonrisa en los labios. Scarlett ni siquiera mirу al retrato; pero atravesу la habitaciуn sin vacilar hasta la mesita de junto a la cama, sobre la que habнa una caja cuadrada de palo rosa que contenнa un servicio de escritorio. De йsta cogiу un paquete de cartas, atadas con una cinta azul, escritas por Ashley a Melanie. Encima de todas estaba la que llegу aquella maсana: fue йsta la que la joven abriу. El dнa en que habнa desplegado la primera de aquellas cartas, que Scarlett se atrevнa a leer a escondidas, sintiу tales remordimientos de conciencia y un miedo tan grande a ser descubierta que le temblaron las manos. Ahora, su conciencia, nunca excesivamente escrupulosa, se habнa embotado con la repeticiуn de la falta; hasta el temor de ser descubierta habнa desaparecido. A veces pensaba, con el corazуn oprimido: «ЎQuй dirнa mamб si lo supiese! » Sabнa que Ellen preferirнa verla muerta antes que saberla culpable de semejante deshonor. Al principio, esto la turbу, porque ella deseaba aъn parecerse a su madre. Pero la tentaciуn de leer las cartas era muy grande, y asн expulsу de sн el pensamiento de Ellen. Desde hacнa algъn tiempo, habнa aprendido a decirse: «Ahora no quiero pensar en esta cosa fastidiosa. Pensarй en ella maсana. » Al dнa siguiente, o el pensamiento no le acudнa ya, o estaba tan atenuado por el tiempo transcurrido que no valнa la pena volver a йl. Y, asн, tambiйn la lectura de las cartas de Ashley no le pesaba mucho en la conciencia. Melanie era siempre generosa con las cartas de su marido: leнa buena parte de ellas en voz alta a tнa Pitty y a Scarlett; pero lo que atormentaba a esta ъltima y la arrastraba a leer a hurtadillas el correo de su cuсada era la parte que permanecнa ignorada. Tenнa necesidad de saber si Ashley, despuйs de haberse casado, habнa llegado a amar a su mujer. O si lo fingнa. їQuiйn sabe si le escribнa palabras tiernas? їQuй sentimientos le expresaba? Sacу la carta con cuidado. Las primeras palabras, «querida esposa», la hicieron respirar con alivio. No la llamaba «amor mнo» ni «tesoro». «Querida esposa: me has escrito diciйndome que temнas que te escondiese mis verdaderos pensamientos, y me preguntabas quй es lo que en estos ъltimos tiempos ocupaba mi mente. » «ЎSantнsima Virgen! —pensу Scarlett aterrorizada—. ЎEsconder sus verdaderos pensamientos! ЎEs posible que Melanie lea en su corazуn! їO leerб en el mнo? Sospecha quizб que йl y yo... » Sus manos temblaban de terror, pero al leer el pбrrafo siguiente se calmу. «Querida esposa, si te he escondido algo ha sido porque no querнa aсadir a tus preocupaciones por mi salud fнsica las de mi tormento espiritual. Pero no puedo esconderte nada porque tъ me conoces muy bien. No tengas miedo; no he sido herido ni he estado enfermo. Tengo bastante que comer, y tambiйn un lecho para dormir. Para un soldado es demasiado. Pero pienso mucho, Melanie, y quiero abrirte mi corazуn. »En estas noches de estнo, permanezco despierto mientras todo el mundo duerme, y miro las estrellas preguntбndome: їpor quй estбs aquн, Ashley Wilkes? En realidad, їpor quй causa combates? »No es ciertamente por el honor y la gloria. La gьera es una cosa fea, y a mн las cosas feas no me gustan. No soy un soldado, y tampoco quiero buscar la fama en la boca de un caсуn. No obstante, estoy en la guerra: bien sabe Dios que nunca he deseado otra cosa que ser un nombre estudioso y un hidalgo aldeano. Las trompetas no me hacen bullir la sangre y los tambores no me excitan; veo muy claramente que hemos sido arrastrados por nuestra arrogancia meridional que nos ha llevado a creer que uno de nosotros podнa abatir una docena de yanquis, y que su majestad el algodуn podнa gobernar el mundo. Tambiйn nos han ofuscado las palabras, frases, prejuicios y odios que salнan de la boca de los que estaban en el poder, de aquellos hombres por los que sentнamos respeto y reverencia; palabras como: " su majestad el algodуn", " esclavitud", " derechos de los Estados", " malditos yanquis". »Asн, cuando estoy tendido mirando las estrellas, me pregunto: їpor quй combato? Y pienso en los derechos de los Estados, en el algodуn, en los negros y en los yanquis, a los que nos han enseсado a odiar, y sй que ninguna de йstas es la razуn por la que combatimos. Otras veces veo Doce Robles y recuerdo el claro de luna a travйs de las blancas columnas, el divino aspecto de las magnolias y las rosas que trepaban sombreando el pуrtico aun en los dнas calurosos. Y veo a mamб sentada cosiendo como cuando era niсo. Oigo a los negros que volvнan cantando de los campos en el crepъsculo, cansados y dispuestos para la cena, y el crujir de la garrucha cuando el caldero descendнa en el pozo fresco, y despuйs veo la larga carretera hasta el rнo, a travйs de los campos de algodуn, y la niebla que se alza en la llanura al ocaso. Es por esto por lo que estoy aquн, yo, que no amo la muerte, ni la desgracia, ni la gloria, y no odio a nadie. Quizбs esto sea lo que se llama patriotismo, amor por la propia casa y por el propio paнs. Pero la cosa, Melanie, es mбs profunda. Todo cuanto he nombrado no es mбs que el sнmbolo por el que arriesgamos la vida, el sнmbolo de la clase de vida que amo. Combato por los viejos tiempos, por las viejas costumbres que amo tanto y que temo desaparezcan para siempre. Porque, venciendo o perdiendo, nosotros perderemos de todos modos. »Si nosotros ganamos la guerra y nos quedamos con el reino del algodуn de nuestros sueсos, perderemos igualmente, porque nos habremos convertido en un pueblo diferente, y la antigua tranquilidad desaparecerб. El mundo vendrб a nuestras puertas a pedir algodуn, y nosotros podremos dictar nuestros precios. Entonces temo que nos volveremos como los yanquis, a los cuales hoy criticamos su actividad para hacer dinero y su habilidad comercial. Y si perdemos, Melanie, si perdemos... »No temo el peligro de ser cogido prisionero, herido o aun muerto, si la muerte debe llegar; pero temo que, una vez terminada la guerra, no volvamos ya a los tiempos antiguos. No sй lo que nos traerб el futuro, pero ciertamente no podrб ser tan bello como el pasado. Miro a los muchachos que duermen junto a mн y me pregunto si los gemelos o Alex o Cade tienen los mismos pensamientos. Quiйn sabe si ellos son conscientes de que combaten por una causa que estб perdida desde que sonу el primer tiro. Pero no creo que lo piensen; asн serбn felices. »No preveнa esta vida para nosotros cuando te pedн en matrimonio. Pensaba en la vida de Doce Robles, tranquila, fбcil, inmutable, como siempre. Nosotros nos asemejamos, Melanie, porque amamos las mismas cosas; veнa ante nosotros una larga serie de aсos exentos de acontecimientos, dedicados a leer, a oнr mъsica y a soсar. ЎPero nunca pensй en esto! ЎNo en este trastorno, esta sangre y este odio! Ni los derechos de los Estados, ni los esclavos, ni el algodуn, merecen esto. Nada merece lo que estб sucediendo y lo que aъn puede suceder, porque, si los yanquis vencen, el futuro serб un increнble horror. »No deberнa escribir esto, ni siquiera pensarlo. Pero tъ me has preguntado quй sentнa en el corazуn; y йste estб lleno del temor a la derrota. їTe acuerdas que en el banquete, el dнa en que fue anunciada nuestra boda, un tal Butler suscitу casi una pelea por sus observaciones sobre la ignorancia de los sudistas? їTe acuerdas que los gemelos querнan matarle porque dijo que tenнamos pocas fundiciones, pocas fбbricas, pocos navios, arsenales e industrias mecбnicas? їTe acuerdas cuando dijo que la flota yanqui podнa ponernos un cerco tan estrecho que no lograrнamos enviar fuera nuestro algodуn? Tenнa razуn. Nosotros combatimos contra los nuevos fusiles yanquis con los mosquetones de la Guerra de Independencia; dentro de poco, el bloqueo serб aъn mбs severo y no dejarб entrar ni las medicinas que necesitamos. Deberнamos haber escuchado a un cнnico conocedor de la verdad, como Rhett Butler, en lugar de a hombres de Estado que hablaban... sin fundamento. En efecto, Rhett decнa que el Sur no tenнa nada con que iniciar la guerra, sino algodуn y arrogancia. Nuestro algodуn, hoy, no vale para nada, y nos queda solamente la arrogancia. Pero, a mi parecer, esta arrogancia es de un valor inconmensurable, y si... » Scarlett doblу la carta atentamente sin terminar de leerla y la metiу en el sobre, harto aburrida para continuar la lectura. Ademбs, el tono de aquellas palabras y aquellos sosos discursos de derrota la deprimнan. Despuйs de todo, ella no leнa las cartas para conocer las poco interesantes ideas de Ashley. Ya habнa tenido bastante con escucharle otras veces. Lo ъnico que ella deseaba saber era si Ashley escribнa a su mujer cartas apasionadas. Hasta ahora, no las habнa escrito. Habнa leнdo todas las que estaban en la caja, y ninguna de ellas contenнa una frase que un hermano no pudiera escribir a su hermana. Eran afectuosas, humorнsticas, prolijas; pero ciertamente no habнa recibido cartas de un enamorado. Scarlett habнa recibido muchas cartas ardientes de amor, y podнa reconocer a primera vista la autйntica nota de la pasiуn. Y esta nota faltaba. Como siempre despuйs de sus secretas lecturas, experimentу una sensaciуn de profunda satisfacciуn, sintiйndose segura de que Ashley la amaba aъn. Le asombraba que Melanie no se diese cuenta de que su marido la querнa como se podнa querer a una amiga. Evidentemente, no observaba lo que faltaba en aquellas misivas. Melanie no habнa recibido nunca cartas de amor y por lo tanto no podнa comparar. «ЎQuй cartas tan sosas! —pensу Scarlett—. Si mi marido me hubiese escrito estas tonterнas, ya le habrнa dicho yo lo oportuno. Hasta Charles escribнa cartas mejores que йstas. » Repasу las cartas y recordу su contenido, rememorando fechas. Ninguna de ellas contenнa descripciones amorosas; eran como las que Darcy Meade escribнa a sus padres, o como las que el pobre Dallas MacLure habнa escrito a sus hermanas solteronas, Faith y Hope. Los Meade y los MacLure leнan orgullosamente estas cartas a todo el vecindario, y Scarlett hasta habнa sentido cierta sensaciуn de vergьenza porque Melanie no tenнa cartas de Ashley que pudiese leer en voz alta en las reuniones de costura. Parecнa que al escribir Ashley a Melanie olvidase la guerra y tratase de trazar, alrededor de ambos, un cerco mбgico fuera del tiempo, alejando de sн todo lo que habнa sucedido desde que Fort Sumter se convirtiera en la comidilla del dнa. Hablaba de libros que йl y Melanie habнan leнdo, de canciones que habнan cantado, de viejos amigos, de lugares que йl habнa visitado en Europa. A travйs de las cartas habнa una melancуlica nostalgia de Doce Robles: largas pбginas dedicadas a evocar las frнas estrellas de un cielo otoсal, los banquetes de cochinillo asado, las reuniones de pesca, las noches tranquilas baсadas en el claro de luna y la serena silueta de la vieja casa. Ella volviу a pensar en las palabras de esta ъltima carta: «ЎEsto no! » Y le parecнa el grito de un alma en pena delante de algo que no habнa querido y no tenнa mбs remedio que afrontar. Pero, si Ashley no temнa a las heridas y a la muerte, їcuбles eran sus temores? Completamente desprovista de sentido analнtico, ella alejу de sн este pensamiento complejo. «La guerra le fastidia... y йl detesta las cosas que le fastidian. Por ejemplo, yo... Me amaba; pero tuvo miedo de casarse conmigo... Quizб temнa que yo hubiese turbado su modo de pensar y de vivir. No; no fue precisamente miedo. Ashley no es cobarde. No puede serlo desde el momento en que fue citado en el orden del dнa y que aquel coronel Sloan escribiу a Melanie una carta elogiosa por su valeroso comportamiento al llevar las tropas al asalto. Cuando se le mete una cosa en la cabeza, ninguno es mбs decidido y mбs valiente que йl; pero... Vive dentro de sн en vez de vivir fuera y detesta ser arrastrado por el mundo... ЎBah! No comprende. Si hubiese comprendido esto entonces, estoy segura de que se habrнa casado conmigo. » Permaneciу un instante estrechando las cartas contra su pecho y pensando con nostalgia en Ashley. Sus sentimientos hacia йl no habнan cambiado desde el dнa en que se enamorу. Era la misma primera emociуn que la invadiу aquel dнa (tenнa catorce aсos) cuando bajo el pуrtico de Tara le vio llegar a caballo y sonreнrle, con los cabellos que brillaban al sol. Su amor era aъn como el que una jovencita siente por un hombre que no llega a comprender; un hombre que poseнa todas las cualidades que a ella le faltaban, pero que despertaban su admiraciуn. Йl era aъn un Prнncipe Azul soсado por una muchacha, la cual no pedнa otro galardуn por su amor que un beso. Despuйs de haber leнdo aquellas cartas, tuvo la seguridad de que Ashley la amaba a ella aunque se hubiese casado con Melanie; y esto era casi todo lo que Scarlett podнa desear. Era aъn muy joven. Si Charles, a pesar de su ineptitud y su embarazosa timidez, hubiese logrado despertar las venas profundas de pasiуn que estaban escondidas en ella, la jovencita no se hubiera limitado a desear en sus sueсos sуlo un beso. Pero las pocas noches pasadas con Charles no habнan despertado sus emociones, y aъn menos la habнan madurado. Su marido no le enseсу quй cosa podнa ser la pasiуn, la ternura, la verdadera intimidad del cuerpo y del espнritu. La pasiуn le parecнa a ella una esclavitud causada por una inexplicable locura varonil, no compartida por las mujeres; un proceso doloroso y molesto que conducнa al penoso trance del parto. Eso no habнa sido una sorpresa para ella, porque, antes de la boda, Ellen le hizo comprender que el matrimonio es una cosa que las mujeres deben soportar con dignidad y firmeza: los susurrados comentarios con las otras mujeres, despuйs de su viudez, le confirmaron esta idea. Scarlett estaba, pues, muy contenta de no tener ya nada que ver con la pasiуn y el matrimonio.
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