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SEGUNDA PARTE 1 страница



En el tren que la conducнa hacia el Norte, aquella maсana de mayo de 1862, Scarlett pensaba que era imposible que Atlanta fuese tan aburrida como habнan sido Charleston y Savannah y, a pesar de su antipatнa por Pittypat y por Melanie, tenнa cierta curiosidad por ver cуmo habнa cambiado la ciudad despuйs de su ъltima visita, en el invierno anterior a la guerra.

Atlanta le habнa interesado siempre mбs que cualquier otro lugar, porque cuando era niсa Gerald le habнa dicho que ella y Atlanta tenнan precisamente la misma edad. Cuando fue mayor, Scarlett descubriу que Gerald habнa alterado un poco la verdad, como era su costumbre cuando una ligera modificaciуn podнa mejorar una historia. Atlanta tenнa sуlo nueve aсos mбs que ella y esto la hacнa una ciudad •extraordinariamente joven en comparaciуn con todas las demбs ciudades que Scarlett conocнa. Savannah y Charleston tenнan la dignidad de sus aсos; por una corrнa ya el segundo siglo y la otra entraba en el tercero; a sus jуvenes ojos le causaban la impresiуn de viejas abuelas que tomaban plбcidamente el sol. Pero Atlanta era de su misma generaciуn, tosca como suele ser la juventud, y tan obstinada e impetuosa como ella.

La historia que le habнa contado Gerald estaba fundada en el hecho de que ella y Atlanta fueron bautizadas en el mismo aсo. Nueve aсos antes del nacimiento de Scarlett, la ciudad se llamу Terminus y despuйs Marthasville; ъnicamente el aсo en que naciу Scarlett la denominaron Atlanta.

Cuando Gerald fue a establecerse a la Georgia septentrional, Atlanta no existнa, ni aun en forma de aldea; el lugar estaba salvaje y desierto. El aсo siguiente, esto es, en 1836, el Estado autorizу la construcciуn de un ferrocarril que conducнa al Norte a travйs del territorio recientemente cedido por los indios iroqueses. El destino del ferrocarril (Tennessee y el Oeste) era claro y definido, pero su punto de partida en Georgia estaba aъn incierto, hasta que, despuйs de un aсo, un ingeniero colocу un poste en la tierra roja para indicar el tйrmino meridional de la lнnea: Atlanta, nacida Terminus, empezу a existir.

Entonces no habнa ferrocarriles en Georgia septentrional y muy pocos en otros lugares. Durante los aсos que precedieron al casamiento de Gerald con Ellen, la pequeсa colonia, a treinta y cinco kilуmetros al norte de Tara, se convirtiу lentamente en una aldea y poco a poco la lнnea fйrrea se extendiу aъn mбs hacia el norte. La construcciуn del ferrocarril verdaderamente habнa empezado. De la vieja ciudad de Augusta, un segundo camino de hierro atravesу el Estado hacia occidente, para unirse con la nueva lнnea de Tennessee. Desde la antigua Savannah, una tercera vнa fue construida hasta Macуn, en el corazуn de Georgia, y despuйs hacia el norte, a travйs de la comarca donde vivнa Gerald, hasta Atlanta, para unirse con las otras dos, dando asн al puerto de Savannah una salida al oeste. En el mismo punto de uniуn, en la joven Atlanta, fue construida una cuarta lнnea que volvнa hacia el sudoeste, hacia Montgomery y Mobile.

Nacida de un camino de hierro, Atlanta se desarrollу al mismo tiempo que los ferrocarriles. El conjunto de las cuatro lнneas unнa el oeste, el mediodнa, la costa y, a travйs de Augusta, la parte septentrional con el este. Atlanta, pues, habнa llegado a ser el punto de cruce para los viajes de norte a sur y de este a oeste; asн la pequeсa aldea surgiу a la vida.

En un lapso poco mayor que los diecisiete aсos de Scarlett, Atlanta llegу a ser una pequeсa ciudad de diez mil habitantes y era el centro de la atenciуn de todo el Estado. Las viejas ciudades, mбs tranquilas, miraban hacia la joven ciudad mбs tumultuosa con la sensaciуn de una gallina que ha empollado un pato. їPor quй era tan diferente de las otras ciudades de Georgia? їPor quй se desarrollaba tan pronto? Despuйs de todo, pensaban, no tenнa nada especial: solamente sus ferrocarriles y un puсado de gentes que se abrнan camino hacia delante a fuerza de codazos.

Los fundadores de la ciudad, que la llamaron sucesivamente Terminus, Marthasville y Atlanta, eran verdaderamente gentes llenas de voluntad. Hombres inquietos y enйrgicos, de las viejas regiones de Georgia y de otros Estados mбs lejanos, eran atraнdos a esta ciudad, que se extendнa alrededor del nudo ferroviario. Llegaban allб con entusiasmo. Levantaron sus negocios alrededor de las cinco calzadas de rojo fango que se cruzaban cerca de la estaciуn, construyeron sus hermosas casas en las calles Washington y Whitehall, a lo largo de la margen del terreno que innumerables generaciones de indios calzados con abarcas habнan hollado formando un camino que se llamaba Peachtree Trail. Estaban orgullosos del lugar, orgullosos de su desarrollo, orgullosos de sн mismos. Las viejas ciudades decнan lo que les parecнa de Atlanta, pero йsta no se preocupaba.

Scarlett habнa querido siempre a Atlanta por las mismas razones por las que condenaba a Savannah, Augusta y Macуn. Como ella, la ciudad era una mezcla de nuevo y de viejo, en lo que lo viejo estaba siempre en conflicto con lo nuevo vigoroso y terco, y siempre sacaba la peor parte. Por otro lado, habнa algo de personal, de excitante, en una ciudad que habнa nacido, o por lo menos habнa sido bautizada, en el mismo aсo que ella habнa venido al mundo.

La noche precedente habнa sido lluviosa; pero, cuando Scarlett llegу a Atlanta, un sol cбlido intentaba con valentнa secar las calles, que estaban transformadas en torrentes de fango rojo. En el espacio abierto alrededor de la estaciуn, el suelo estaba surcado y hollado por el continuo afluir del trбfico, hasta parecerse a una enorme porqueriza; de vez en cuando, los vehнculos se hundнan en el barro hasta media rueda. Una caravana incesante de carruajes militares y de ambulancias cargaban y descargaban trenes de abastecimiento y heridos, aumentando el fango y la confusiуn cuando llegaban y partнan; mientras sus conductores blasfemaban, los mulos se clavaban en el fango y lo salpicaban a varios metros de distancia.

Scarlett estaba en la plataforma del tren. Era una graciosa figura palidнsima, con su traje de luto y su velo de crespуn que llegaba casi al suelo. Dudaba porque no querнa ensuciarse los zapatos y las faldas, y entretanto miraba a la hilera de carros, coches y calesas, tratando de descubrir a Pittypat. No se veнan trazas de la obesa y colorada seсora. Mientras Scarlett miraba ansiosamente, un viejo negro delgado, con espesos cabellos ensortijados y aspecto de digna autoridad, avanzу hacia ella sobre el fango, con el sombrero en la mano.

—Seсora Scarlett, їverdad? Yo soy Peter, el cochero de la seсorita Pitty. No se baje en este barro —ordenу severamente mientras Scarlett se recogнa las faldas, preparбndose para saltar—. Tiene tan poco cuidado como la seсorita Pitty y se resfriarнa si se mojara los pies. Yo la llevarй.

A pesar de su delgadez y su edad, cogiу en brazos a Scarlett con la mбxima facilidad y, observando a Prissy que estaba en la plataforma con el niсo en brazos, se detuvo.

—їEs el niсo de nuestro amo? Seсora Scarlett, esta chica es demasiado joven para criar al niсo del seсor Charles. Pero en esto ya pensaremos despuйs. Tъ, muchacha, ven detrбs de mн y ten cuidado de no dejar caer al niсo.

Scarlett se resignу sin protestar a dejarse llevar en brazos al coche y tambiйn a la manera perentoria con que el tнo Peter las trataba a ella y a Prissy. Al atravesar el fango con Prissy, que se hundнa en йl refunfuсando detrбs de ellos, se acordу de lo que Charles le habнa narrado a propуsito del tнo Peter.

—Ha hecho toda la campaсa mexicana con papб, curбndole las heridas. En fin de cuentas, fue йl quien le salvу la vida. Prбcticamente se puede decir que ha educado a Melanie y a mн, porque йramos muy pequeсos cuando murieron nuestros padres. La tнa Pitty habнa tenido en aquella йpoca una cuestiуn con su hermano Henry. Por eso ella vino a vivir con nosotros y tambiйn para cuidar de nuestra educaciуn. Pero es la mujer mбs inexperta del mundo; ha permanecido a travйs de los aсos como una niсa. El tнo Peter la trata exactamente como si fuese una chiquilla. No serнa capaz de salir adelante si Peter no se ocupase de todo. Fue йl quien decidiу que yo debнa tener una asignaciуn para mis gastos, a la edad de catorce aсos, e insistiу para que fuese a la Universidad de Harvard cuando el tнo Henry manifestу el deseo de que yo estudiase allб. Decidiу a su tiempo que Melanie se hiciera un peinado alto y empezase a frecuentar diversiones. Es йl quien dice a tнa Pitty, cuando el tiempo estб frнo o hъmedo, que no vaya a hacer visitas, o cuбndo debe ponerse el chai... Es el viejo negro mбs sagaz que jamбs he visto y el mбs leal. Su ъnico mal es que sabe que es el patrуn de nosotros tres: en cuerpo y alma.

Las palabras de Charles se confirmaron cuando Peter subiу al pescante y cogiу la fusta.

—La seсorita Pitty estб toda angustiada porque no ha venido a recibirla. Tenнa miedo de que usted no comprendiera, pero yo he dicho que ella y la seсora Melanie se enfangarнan y estropearнan los vestidos nuevos y que yo le explicarнa a usted, seсorita Scarlett... Es mejor que coja usted el niсo. Esa negrita va a dejarlo caer.

Scarlett mirу a Prissy y suspirу. La negrita no era la mejor de las niсeras. Su reciente promociуn, desde los vestidos cortos y las trenzas alrededor de su cabeza a la dignidad de un largo traje de percal y de una cofia blanca almidonada, era algo emocionante para la muchacha.

No habrнa ascendido a este puesto tan pronto si no hubiese llegado la guerra y las demandas de la intendencia de Tara, que hacнan imposible a Ellen prescindir del trabajo de Mamita, de Dilcey y tambiйn de Rosa o de Teena. Prissy no se habнa alejado nunca mбs de un kilуmetro de Doce Robles o de Tara, y el viaje en tren, junto a su ascenso a niсera, era mбs de lo que podнa soportar el cerebro que estaba encerrado en su pequeсo crбneo negro. El viaje de treinta kilуmetros de Jonesboro a Atlanta la habнa excitado tanto que Scarlett se vio obligada a tener el niсo todo el tiempo. Ahora, la vista de tanta gente y de tantos edificios completу el trastorno de Prissy. Se agitaba en su asiento, saltaba, brincaba, indicaba lo que veнa, y sacudiу tanto al niсo, que йste se puso a llorar. Scarlett pensу con nostalgia en los viejos y robustos brazos de Mamita. Bastaba que Mamita pusiera las manos en un niсo para que йste dejase de llorar. Pero Mamita estaba en Tara y Scarlett no podнa hacer nada para remediarlo. Era inъtil coger a Wade de los brazos de Prissy: lloraba igualmente cuando lo tenнa ella. De buena gana le hubiera tirado a la chica de las cintas de la cofia y le hubiera despedazado el vestido. Fingiу no haber oнdo las palabras de Peter.

«Quizбs con el tiempo aprenda a tratar a los niсos —pensу mientras el coche se tambaleaba y atrancaba en el fango, delante de la estaciуn—. Pero no conseguirй nunca divertirme con ellos. » El rostro de Wade se puso rojo de tanto chillar y ella ordenу, de mal humor:

—Dale ese pedazo de azъcar que tienes en el bolsillo, Prissy. Algo para hacerle callar. Sй que tiene hambre, pero en este momento no puedo hacer nada.

Prissy sacу el pedazo de azъcar que Mamita le habнa dado por la maсana y los gritos del niсo cesaron. Con la calma que sobrevino y con la nueva vista que se ofrecнa a sus ojos, Scarlett empezу a animarse. Finalmente, cuando tнo Peter consiguiу sacar el coche de las roderas fangosas y se dirigiу por la calle Peachtree, Scarlett experimentу cierto interйs por primera vez en varios meses. ЎCуmo habнa crecido la ciudad! Habнa pasado poco mбs de un aсo desde que estuvo la ъltima vez y no parecнa posible que aquella pequeсa Atlanta estuviese tan cambiada.

El aсo anterior Scarlett estaba tan preocupada con sus propios pensamientos, tan fastidiada por cualquier menciуn de guerra, que no se dio cuenta de cуmo Atlanta se transformaba. Los mismos ferrocarriles que habнan hecho de la ciudad el punto de cruce comercial en tiempo de paz eran de vital importancia estratйgica en tiempo de guerra. Alejada de las lнneas de batalla, la ciudad y sus ferrocarriles unнan entre sн los dos ejйrcitos de la Confederaciуn, el de Virginia y el de Tennessee, con el Oeste. Al mismo tiempo., Atlanta abastecнa a los ejйrcitos de lo que necesitaban y que provenнa del Sur. A causa de la necesidad de la guerra, llegу a ser tambiйn un centro industrial, una base de hospitales y uno de los principales depуsitos sudistas de alimentos y suministros para los ejйrcitos en campaсa.

Scarlett mirу en torno, buscando la pequeсa ciudad que recordaba tan bien. Habнa desaparecido. Lo que veнa ahora era como un niсo que en el transcurso de una noche hubiese crecido como un gigante enorme.

Atlanta zumbaba como una colmena, consciente de su importancia en la Confederaciуn, y en ella el trabajo para transformar una regiуn agrнcola en industrial era continuo. Antes de la guerra habнa pocas fбbricas de algodуn, hilado de lana, arsenales y negocios de mбquinas al sur de Maryland, hecho del cual los meridionales estaban muy orgullosos. El Sur producнa hombres de Estado y soldados, plantadores y doctores, abogados y poetas, pero no ingenieros ni mecбnicos. Estas profesiones vulgares eran buenas para los yanquis. Pero ahora que los puertos de la Confederaciуn estaban bloqueados por los navios de guerra yanquis y que muy pocas mercancнas llegaban de Europa eludiendo el bloqueo, el Sur intentaba desesperadamente construir su propio material de guerra. El Norte podнa recabar de todo el mundo aprovisionamientos y soldados, ya que millares de irlandeses y de alemanes se enrolaban en el Ejйrcito de la Uniуn atraнdos por el espejismo de las buenas pagas. El Sur no podнa contar mбs que consigo mismo. En Atlanta habнa fбbricas de maquinaria que fatigosamente transformaban sus instalaciones para producir material de guerra; fatigosamente porque habнa pocas mбquinas en el Sur que se pudiesen utilizar, y cada rueda y diente debнan ser fabricados sobre diseсos que venнan de Inglaterra. Habнa muchos extranjeros ahora en las calles de Atlanta. Los ciudadanos que un aсo antes habнan prestado atenciуn al menor acento que no fuese del paнs, ahora no se preocupaban de todas las lenguas habladas por europeos que habнan traspasado el bloqueo para venir a fabricar mбquinas y municiones. Hombres hбbiles, sin los que la Confederaciуn no habrнa tenido la posibilidad de fabricar pistolas y fusiles, caсones y pуlvora.

Se sentнa casi el latido del corazуn de la ciudad, mientras el trabajo continuaba dнa y noche para enviar por medio del ferrocarril el material de guerra a los dos frentes de batalla. Los trenes cargaban y salнan a todas horas. De noche los hornos ardнan y los martillos batнan aъn muchнsimo tiempo despuйs de que la poblaciуn durmiera. Donde el aсo anterior habнa terrenos para construcciуn ahora habнa diferentes fбbricas de talabarterнa y zapaterнa, de fusiles y de caсones, fundiciones que producнan material ferroviario y vagones para sustituir los destruidos por los yanquis; gran variedad de industrias pequeсas para la fabricaciуn de espuelas, riendas, hebillas, botones, tiendas de campaсa, sables y pistolas. Las fundiciones empezaban ya a sentir la falta de hierro porque a causa del bloqueo no llegaba nada y las minas de Alabama estaban casi paradas, debido a que los mineros se hallaban en el frente. No se encontraban ya en los jardines de Atlanta glorietas de hierro ni estatuas metбlicas, cancelas ni barandas; todo fue llevado a las fundiciones. A lo largo de la calle Peachtree y en las calles adyacentes, estaban los cuarteles generales de los diferentes departamentos del Ejйrcito, todos llenos de hombres con uniforme: la intendencia, el cuerpo de transmisiones, los servicios postales, transportes ferroviarios y la policнa militar. Al otro lado de los suburbios estaban los depуsitos de la remonta, donde los caballos y mulos se reunнan en vastos recintos, y en las calles laterales se elevaban los hospitales. Por todo cuanto le dijo el tнo Peter, Scarlett llegу a la conclusiуn de que Atlanta debнa ser la ciudad de los heridos, porque los hospitales generales, asн como los de contagiosos y convalecientes, eran innumerables. Cada dнa, los trenes que llegaban descargaban nuevos enfermos y heridos.

La pequeсa ciudad habнa desaparecido y la nueva estaba animada de un movimiento y de un ruido incesante. La vista de tanta gente bulliciosa mareу casi a Scarlett, que venнa de la tranquilidad rural, pero esto le agradaba. Aquella atmуsfera excitante la animaba. Era como si sintiera el ritmo acelerado del corazуn de la ciudad latir junto al suyo.

Mientras avanzaba lentamente por la calle principal de la ciudad, observу con interйs las nuevas construcciones y los nuevos rostros. Las aceras estaban repletas de hombres con uniformes que llevaban las insignias de todos los grados y de todos los cuerpos; en la estrecha calzada se embotellaban los vehнculos: carruajes, calesas, ambulancias, furgones militares guiados por conductores civiles que blasfemaban, mientras los mulos luchaban por salir del lodo en que se habнan atascado; enlaces que corrнan de un cuartel a otro llevando уrdenes y despachos; convalecientes que cojeaban apoyados en las muletas y a los que acompaсaba generalmente una enfermera. Trompetas y tambores y уrdenes militares resonaban en los campos de instrucciуn, donde los reclutas se transformaban en soldados. Con el corazуn en la garganta, Scarlett vio por primera vez los uniformes yanquis. Ello fue cuando el tнo Peter le indicу con la punta de la fusta un destacamento de hombres de aspecto abatido que eran conducidos a la estaciуn, como una manada de borregos, escoltados por una compaснa de confederados con la bayoneta calada, para ser internados en campos de concentraciуn, de donde nadie sabнa cuбndo ni cуmo serнan liberados.

«ЎOh! —pensу Scarlett con un sentimiento de verdadera alegrнa, el primero que experimentу despuйs del famoso convite de Doce Robles—. ЎCуmo me agradarб estar aquн! ЎTodo es tan vivo y excitante! »

La ciudad estaba tambiйn mбs animada de lo que ella creнa, porque habнa docenas de nuevos bares; las prostitutas que siguen siempre a los ejйrcitos bullнan en las calles y los lupanares se multiplicaban con gran consternaciуn de las personas temerosas de Dios. Hoteles, pensiones y casas particulares estaban llenas de huйspedes que venнan a vivir al lado de los parientes heridos que se encontraban en los grandes hospitales de Atlanta. Todas las semanas habнa bailes, recepciones y rifas benйficas e innumerables casamientos de guerra (los esposos con permiso, vestidos de gris y galones de oro, y las esposas elegantes, entre filas de sables desenvainados y brindis hechos con champaсa entrado burlando el bloqueo) y despedidas tristes. De noche, en las oscuras calles bordeadas de бrboles resonaban mъsicas que venнan de los salones donde voces de soprano se unнan a las de los soldados en la agradable melancolнa de Las trompetas tocan descanso y Tu carta llegу, pero demasiado tarde, canciones tristes que traнan lбgrimas a los ojos de quienes no derramaron nunca lбgrimas de verdadero dolor.

Mientras avanzaban a lo largo de la calle, en el barro blando, Scarlett hizo a Peter gran cantidad de preguntas a las que el negro respondнa indicando acб y allб con la fusta, orgulloso de mostrar sus propios conocimientos.

—Aquello es el arsenal. Sн, seсora, allн hacen caсones y otras armas. No, aquйllas no son tiendas; son las oficinas del bloqueo. їNo sabe lo que son las oficinas del bloqueo? Son oficinas donde los extranjeros compran nuestro algodуn confederado y lo mandan a Charleston y Wilmington, para enviarnos luego pуlvora para fusiles. No, seсora, yo no sй quй clase de extranjeros son. La seсorita Pitty dice que son ingleses, pero nadie comprende una palabra de lo que hablan. Sн seсora, hay un humo terrible y estropea todas las cortinas de seda de la seсorita Pitty. Viene de las fundiciones y de los trenes de laminaciones. ЎY quй ruido hacen de noche! Nadie puede dormir. No, seсora, no podemos pasar para verlo, porque he prometido a la seсorita Pitty llevarla pronto a casa... Seсora Scarlett, haga una reverencia. Йsas son las seсoras Merriwether y Elsing, que la saludan.

Scarlett recordaba vagamente a dos seсoras que se llamaban asн, llegadas de Atlanta a Tara para su boda y que eran las mejores amigas de tнa Pittypat. Se volviу rбpidamente hacia la parte indicada por Peter y se inclinу. Las dos seсoras estaban sentadas en un coche delante de una tienda de ropas. El propietario y dos dependientes estaban en la puerta con los brazos llenos de piezas de tejidos de algodуn, que ellas examinaban. La seсora Merriwether era una mujer alta y corpulenta con el corsй tan ajustado que su seno surgнa hacia delante como la proa de una nave. Sus cabellos grises parecнan mбs abundantes por una franja de rizos postizos que eran descaradamente morenos, desdeсando adaptarse al resto de la cabellera. Tenнa una cara redonda y colorada que reflejaba su bondadosa inteligencia y su costumbre de mandar. La seсora Elsing era mбs joven; una mujercita delgada y frбgil, que habнa sido una maravilla y que aъn conservaba el recuerdo de la frescura desvanecida y un aire elegante e imperioso.

Aquellas dos seсoras, con una tercera, la seсora Whiting, eran las columnas de Atlanta. Dirigнan en todo las tres parroquias a las que pertenecнan, el clero, los coros y los fieles; organizaban tуmbolas y presidнan comitйs de trabajo, bailes y meriendas; sabнan quiйn hacнa un buen matrimonio y quiйn no; quiйn bebнa a hurtadillas y quiйn esperaba un niсo y para cuбndo. Eran la verdadera autoridad en materia de genealogнa de cualquier familia de Georgia, de Carolina del Sur y de Virginia, y no se preocupaban de los otros Estados porque estaban convencidas de que las personas de importancia sуlo provenнan de estos tres Estados. Sabнan cуmo se debнa comportar la gente y cуmo no, sobre todo cuando se trataba de personas de rango, y no se privaban de decir abiertamente lo que pensaban: la seсora Merriwether con acento chillуn, la seсora Elsing con distinguida voz melosa y la seсora Whiting en un murmullo desolado que mostraba cuбnto le desagradaba hablar de ciertas cosas. Estas tres seсoras se detestaban recнprocamente la una a la otra, como los primeros triunviros de Roma; su estrecha alianza se debнa probablemente a aquellas mismas razones.

—He dicho a Pitty que deseo que usted me ayude en mi hospital —gritу la seсora Merriwether, sonriendo—. ЎAsн que no se comprometa con la seсora Meade o Whiting!

—Me guardarй bien —respondiу Scarlett, que ignoraba completamente lo que querнa aquella seсora, pero experimentaba una sensaciуn agradable al verse bien acogida y saberse deseada—. Espero verla bien pronto.

El coche continuу su camino y se detuvo un momento para dejar que dos seсoras que llevaban una cesta llena de vendas atravesaran la calle cenagosa poniendo los pies en algunas piedras que sobresalнan. Al mismo tiempo, los ojos de Scarlett se fijaron en una figura que estaba en la acera, vestida con un traje vistoso, demasiado elegante para la calle, y con un chai de largos flecos que le llegaban a los pies. Al volverse la figura, Scarlett vio a una mujer alta y bella, con una masa de cabellos rojos, demasiado rojos para ser naturales. Era la primera vez que veнa una mujer de la que podнa estar segura que «habнa hecho algo a sus cabellos» y la observу descaradamente.

—Tнo Peter, їquiйn es aquйlla?

—No sй.

—Sн lo sabe, estoy segura. їQuiйn es?

—Se llama Bella Watling. —Y el labio inferior de Peter empezу a sobresalir.

Scarlett observу en seguida que Peter no habнa antepuesto al nombre el apelativo de «seсora» o «seсorita».

—їY quiйn es?

—Seсora Scarlett —respondiу el viejo gravemente, acariciando el lomo del caballo con la fusta—, la seсorita Pitty no permitirб que usted pregunte cosas que no estйn bien. En esta йpoca hay en la ciudad muchas personas de las que es feo hablar.

«ЎDios mнo! —pensу Scarlett, encerrбndose en su silencio—. ЎDebe de ser una mujer mala! »

No habнa visto nunca una mujer de mal vivir y se volviу a mirarla hasta que se perdiу entre la multitud. Ahora eran mбs amplios los espacios de terreno entre las tiendas y las nuevas construcciones. Finalmente, el barrio de los negocios terminу; todas las casas eran residencias particulares. Scarlett las reconocнa como viejas amigas: la de Leyden, digna y soberbia; la de los Bonnell, con las columnas blancas y las persianas verdes; la casa georgiana de ladrillos rojos de la familia MacLure, detrбs de sus setos de boj. Ahora caminaban mбs lentamente, porque desde las puertas y los jardines las seсoras la llamaban. Conocнa a algunas superficialmente; a otras las recordaba de modo vago; pero la mayor parte le eran desconocidas. Pittypat, ciertamente, habнa propagado la noticia de su llegada. A veces era necesario levantar al pequeсo Wade, para que las seсoras que se aventuraban a acercarse al coche atravesando el lodo hasta el montadero pudiesen admirarlo. Todas le decнan a Scarlett que debнa formar parte de su cнrculo de costura o punto, del comitй de su hospital y de ningъn otro, y ella prometнa incansablemente a diestra y siniestra.

Cuando pasaban por delante de una casa de madera verde construida sin orden ni concierto, una negrita que estaba apostada en los escalones de acceso gritу: «ЎAquн estб! ЎYa llega! », y en seguida salieron el doctor Meade con su mujer y su hijo de trece aсos saludбndola a voces. Scarlett recordу que tambiйn ellos habнan ido a su casamiento. La seсora se subiу en el poyo para montar y alargу el cuello para ver al pequeсo, pero el doctor, sin preocuparse del barro, avanzу hasta el coche. Era alto, con una perilla de color gris hierro; las ropas bailaban sobre su cuerpo delgado como si estuviesen suspendidas en una percha. Atlanta le consideraba la fuente de toda fuerza y sabidurнa, y no era de extraсar que йl mismo hubiese asimilado algo de esta creencia. Pero, aparte de su costumbre de pronunciar sentencias como si fuesen orбculos, y de su modo de obrar algo pomposo, era el hombre mбs afable del mundo.

Despuйs de haber estrechado la mano de Scarlett y de haber pellizcado las mejillas de Wade, el doctor anunciу que la tнa Pittypat habнa prometido y jurado que su sobrina no irнa a otro comitй hospitalario y de preparaciуn de vendas que al de la seсora Meade.

—ЎDios mнo, pero ya se lo he prometido a un millar de seсoras! —exclamу la joven.

—ЎApuesto que a la seсora Merriwether! —exclamу la seсora Meade, indignada—. ЎAl diablo esa mujer! ЎEstoy segura de que va a la llegada de todos los trenes!

—Lo he prometido porque no sabнa de quй se trataba —confesу Scarlett—. Ante todo, їquй son esos comitйs hospitalarios?

El doctor y la seсora movieron la cabeza, un poco escandalizados de su ignorancia. —Naturalmente, ha estado siempre en el campo y allн no podнa saber —la excusу la seсora Meade—. Tenemos comitйs para los diferentes hospitales y en diversos dнas. Cuidamos a los hombres y ayudamos a los doctores, hacemos vendas y vestidos; cuando los hombres estбn en condiciones de dejar los hospitales, los acogemos en nuestras casas durante la convalecencia, hasta que estйn dispuestos a volver a su regimiento. Nos ocupamos de las familias de los heridos pobres. El doctor Meade estб en el hospital del Instituto donde trabaja mi comitй; todos dicen que es extraordinario y...

—ЎBasta, basta! —la interrumpiу afectuosamente el doctor—. No te vanaglories de mн ante la gente. Hago lo poco que puedo, ya que no me has dejado alistarme en el Ejйrcito.

—ЎNo he querido! —exclamу la mujer, indignada—. їYo? Ha sido la ciudad que no ha querido, y lo sabes muy bien. Figъrese que, cuando se supo que querнa ir a Virginia como mйdico militar, las seсoras firmaron una peticiуn rogбndole que se quedase. La ciudad no puede hacer nada sin йl.

—Vamos, vamos —se defendiу el doctor, disfrutando evidentemente con aquellos elogios—. Por lo demбs, tener un hijo en el frente es bastante en estos tiempos.

—ЎYo irй el aсo prуximo! —exclamу el pequeсo Phil, saltando excitado—. Como tambor. Estoy aprendiendo a tocarlo. їQuiere oнrlo?

Voy por йl.

—No, ahora no —ordenу la seсora Meade, atrayйndolo hacia sн con una sъbita expresiуn de pesar—. El aсo que viene no, tesoro. Dentro de dos aсos.

—ЎEntonces la guerra habrб terminado! —exclamу el muchacho con petulancia, apartбndose—. ЎMe lo has prometido!

Los ojos de los padres se encontraron por encima de su cabeza y Scarlett observу la mirada. Darcy Meade estaba en Virginia y ellos dedicaban todo su cariсo al hijo que habнa quedado.

Tнo Peter exclamу:

—La seсorita Pitty estб muy nerviosa y si no vuelvo en seguida de la estaciуn, se desmayarб.

—Hasta la vista. Esta tarde irй a verlas —aсadiу la seсora—. Y dнgale a Pitty de mi parte que si usted no viene a mi comitй, todavнa se encontrarб peor.

El coche avanzу nuevamente por el camino enfangado y Scarlett se volviу a recostar en los cojines, sonriendo. Se sentнa bien, como no se habнa encontrado desde hacнa varios meses. Atlanta con su gentнo, su animaciуn y su corriente de excitaciуn era mбs agradable, mбs divertida y mucho mбs simpбtica que la solitaria plantaciуn cerca de Charleston, donde sуlo los bramidos de los caimanes rompнan el silenciу nocturno; mejor que el mismo Charleston, soсador con sus jardines defendidos por altos muros; mejor que Savannah, con sus amplias calles bordeadas de palmeras enanas y el rнo que corrнa a su lado. Sн; y en principio mejor que Tara, aunque Tara fuese un lugar tan querido.

Habнa algo excitante en aquella ciudad de calles estrechas y enfangadas; algo tosco y sin madurar que recordaba la tosquedad y la falta de madurez que habнa bajo el fino barniz que Ellen y Mamita habнan dado a Scarlett. Al momento, sintiу que aquйl era un lugar hecho para ella, no las viejas ciudades serenas y tranquilas a las que el rнo perezoso y amarillo no daba vitalidad alguna.



  

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