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Lo que el viento se llevу 7 страница



Eran las diez de la maсana de un templado dнa de abril y el dorado sol entraba a torrentes en la habitaciуn de Scarlett a travйs de las cortinas azules del balcуn. Las paredes color crema relucнan y los muebles de caoba brillaban con un rojo de vino, mientras el pavimento resplandecнa como si fuese de cristal en los sitios donde las alfombras no lo cubrнan con sus deslumbrantes y alegres colores.

El verano se sentнa ya en el aire, el primer anuncio del verano en Georgia, cuando la primavera cede el paso a un calor intenso. Una perfumada tibieza penetraba en la habitaciуn, cargada de suaves fragancias de flores y de tierra reciйn arada. Por la abierta ventana, Scarlett veнa la doble hilera de narcisos a lo largo de la avenida enarenada y la masa de oro de los jazmines amarillos, que acariciaban el terreno con sus ramas floridas como amplias crinolinas.

Los mirlos y las urracas, en eterno litigio por la posesiуn del feudo, representado por el magnolio que habнa bajo su balcуn, chillaban sin descanso; las urracas, бsperas y estridentes, los mirlos, dulces y quejumbrosos. Generalmente, aquellas maсanas tan esplйndidas atraнan a Scarlett al balcуn para respirar a pleno pulmуn los perfumes de Tara. Hoy no prestaba atenciуn al sol ni al cielo azul, sino a este solo pensamiento: «Gracias a Dios, no llueve. »

Sobre la cama estaba el vestido de baile verde manzana, de seda, con sus festones de encaje crema, cuidadosamente doblado en una gran caja de cartуn. Estaba listo para ser llevado a Doce Robles, donde se lo pondrнa cuando empezase el baile; pero Scarlett, al verlo, se encogiу de hombros. Si su plan salнa bien, no se lo pondrнa por la noche. Mucho antes de que empezara el baile, ella y Ashley estarнan camino de Jonesboro para casarse.

Ahora, el problema mбs importante era otro: їquй vestido debнa ponerse para la barbacoa? їQuй vestido le sentarнa mejor y la harнa mбs irresistible a los ojos de Ashley? Hasta las ocho, no habнa hecho mбs que probarse vestidos y desecharlos, y ahora, acongojada y molesta, estaba delante del espejo con sus largos calzones de encaje, su cubrecorsй de lino y sus tres enaguas de batista y encaje. A su alrededor, los vestidos rechazados yacнan por el suelo, sobre la cama y las sillas, formando alegres mezclas de colores, de cintas y lazos.

Aquel vestido de organdн rosa, con el largo lazo color fresa, le estaba bien; pero lo habнa llevado ya el verano pasado, cuando Melanie fue a Doce Robles; y, seguramente, йsta lo recordarнa. Y era capaz de decirlo. Aquйl de fina lana negra, de mangas anchas y cuello principesco de encaje, sentaba admirablemente a su blanca piel, pero la hacнa quizбs aparecer un poco mayor. Scarlett examinу ansiosamente en el espejo su rostro juvenil, casi como si temiera descubrir en йl arrugas o una papada. No querнa parecer mayor ni menos lozana que la dulce y juvenil Melanie. Aquel otro de muselina listada era bonito con sus amplias incrustaciones de tul, pero no se adaptу nunca a su tipo. Sentarнa bien al delicado perfil de Carreen y a su ingenua expresiуn; pero Scarlett sabнa que, a ella, aquel vestido le daba un aire de colegiala. Y no querнa aparecer demasiado infantil junto a la tranquila seguridad de Melanie. El de tafetбn verde a cuadros, todo de volantes, adornado con un cinturуn de terciopelo verde, le gustaba mucho y era, realmente, su vestido favorito porque daba a sus ojos un oscuro reflejo esmeralda; pero desgraciadamente tenнa en la parte delantera una inconfundible mancha de grasa. Hubiera podido disimularla con un broche, pero Melanie tenнa muy buena vista. Quedaban otros vestidos de algodуn. Y, ademбs, los vestidos de baile y el verde que habнa llevado el dнa anterior. Pero йste era un vestido de tarde, inadecuado para una barbacoa, pues tenнa cortas manguitas abullonadas y un escote demasiado exagerado. Tendrнa, sin embargo, que ponerse aquйl. Despuйs de todo no se avergonzaba de su cuello, de sus brazos y de su pecho, aunque no era correcto exhibirlos por la maсana. Mirбndose en el espejo y girando para verse de perfil, se dijo que en su figura no habнa nada de que pudiera avergonzarse. Su cuello era corto pero bien formado, sus brazos redondos y seductores; su seno, levantado por el corsй, era verdaderamente hermoso. Nunca habнa tenido necesidad de coser nada en el forro de sus corsйs, como otras muchachas de diecisйis aсos, para dar a su figura las deseadas curvas. Le satisfacнa haber heredado las blancas manos y los piececitos de Ellen, y hubiera querido tener tambiйn su estatura. Sin embargo, su altura no le desagradaba. «ЎQuй lбstima no poder enseсar las piernas! », pensу, levantбndose la falda y observбndolas, tan bien formadas bajo los pantalones de encajes. ЎTenнa las piernas tan bonitas! En cuanto a su talle, no habнa en Fayetteville, en Jonesboro, ni en los tres condados quien pudiera vanagloriarse de tenerlo mбs esbelto.

La idea de su talle la llevу a cosas mбs prбcticas; el vestido de muselina verde tenнa cuarenta centнmetros de cintura y Mamita le habнa arreglado el corsй para el vestido de lana negro, que era tres centнmetros mбs ancho. Era necesario, pues, que Mamita lo estrechase un poco. Abriу la puerta y oyу el pesado paso de Mamita en el vestнbulo. La llamу, impaciente, sabiendo que Mamita podнa alzar la voz con impunidad ya que Ellen estaba en la despensa repartiendo la comida.

—їCree que yo puedo volar? —gruсу Mamita subiendo las escaleras. Entrу resoplando como quien espera la batalla y estб dispuesto a afrontarla. En sus grandes manos negras llevaba una bandeja sobre la cual humeaban dos grandes batatas cubiertas de manteca, un plato de bizcochos empapados en miel y una gran tajada de jamуn que nadaba en salsa. Viendo lo que llevaba Mamita, la expresiуn de Scarlett cambiу, pasando de la irritaciуn a la beligerancia. En la excitada busca de vestidos habнa olvidado la fйrrea dictadura de Mamita, que, antes de que fuesen a cualquier fiesta, atiborraba de tal modo a las seсoritas O'Hara que se quedaban demasiado hartas para comer nada fuera de casa.

—Es inъtil. No como. Puedes llevбrtelo a la cocina.

Mamita colocу la bandeja sobre la mesa y se plantу con los brazos en jarras.

—Sн, seсorita, Ўcomerб usted! Me acuerdo muy bien de lo que pasу en la ъltima merienda, cuando no pude traerle la comida antes de marcharse. Tiene usted que comer por lo menos un poco de esto.

—No lo como. Te he llamado para que me ciсas mбs el corsй, porque es tarde. He oнdo el coche, que estб ya delante de casa.

El tono de Mamita se hizo mбs suave:

—Ande, seсorita Scarlett, sea buena, coma un poquito. La seсorita Carreen y la seсorita Suellen se lo han comido todo.

—ЎSe comprende! —exclamу Scarlett con desprecio—. ЎTienen el cerebro de un conejo! Pero yo no quiero comer. Me acuerdo aъn de aquella vez que lo comн todo antes de ir a casa de los Calvert, y sacaron a la mesa helados hechos con hielo comprado en Savannah, y no pude tomar mбs que una cucharada. Hoy quiero divertirme y comer cuanto me plazca.

Ante aquel desprecio, la frente de Mamita se arrugу de indignaciуn. Lo que podнa hacer una seсorita y lo que no podнa hacer estaba muy claro en la mente de Mamita. Suellen y Carreen eran pasta blanda en sus manos vigorosas, pero sostenнa siempre discusiones con Scarlett, cuyos naturales impulsos no correspondнan a los de una seсorita. La victoria de Mamita sobre Scarlett estaba a medio ganar.

—Si a usted no le importa lo que diga la gente, a mн sн me importa —repuso Mamita—. Y yo no voy a soportar que luego la gente empiece a murmurar que come demasiado y que en casa le hacen pasar hambre. Usted sabe que se conoce a la mujer que es una seсora porque come como un pajarito.

—Pues mamб es una seсora y tambiйn come —rebatiу Scarlett.

—Cuando usted estй casada, podrб comer tambiйn fuera —afirmу Mamita—. Cuando la seсora Ellen tenнa su edad, no comнa nunca fuera de casa, ni su tнa Pauline, ni su tнa Eulalie. Y todas estбn casadas. Las seсoritas que comen mucho delante de la gente no encuentran marido.

—No lo creo. En aquella merienda, cuando tъ estabas mala y no comн antes de salir, Ashley Wilkes me dijo que le agradaba ver a una muchacha con buen apetito.

Mamita moviу la cabeza, amenazadora.

—Lo que lo seсores dicen y lo que piensan son cosas muy diferentes, y no sй que el seсor Ashley le haya pedido a usted que se case con йl.

Scarlett frunciу las cejas e iba a responder бsperamente; pero se contuvo. Viendo la expresiуn de su cara, Mamita recogiу la bandeja y, con la astucia de su raza, cambiу de tбctica. Se dirigiу a la puerta suspirando:

—Estб bien. La cocinera me dijo cuando estaba preparando la bandeja: «Llйvatelo, pero la seсorita no comerб», y yo le contestй: «No he visto nunca a una seсora blanca comer menos que la seсorita Melanie Hamilton la ъltima vez que fue a ver al seсor Ashley..., quiero decir a ver a la seсorita India Wilkes. »

Scarlett le lanzу una mirada suspicaz, pero la ancha cara de Mamita tenнa sуlo una expresiуn de inocencia y de queja porque Scarlett no fuese como Melanie Hamilton.

—Pon ahн esa bandeja y ven a ajustarme mбs el corsй —ordenу la joven, irritada—. Tratarй de comer un poquito, despuйs; si como ahora, no me lo podrбs apretar bastante.

Disimulando su triunfo, Mamita dejу la bandeja. —їCuбl va a ponerse, mi ovejita?

—Este —respondiу Scarlett, indicando el suave vestido de muselina verde con flores. Inmediatamente, Mamita reanudу su dictadura. —Йste no; no es de maсana. Usted no puede lucir el escote antes de las tres de la tarde y este vestido no tiene cuello ni mangas. Se llenarб usted de pecas como cuando naciу, y yo no quiero que vuelva usted a ponerse pecosa, despuйs de toda la crema que le untamos durante el invierno para quitarle las que cogiу en Savannah sobre la espalda. Ahora hablarй de esto con su mamб.

—Si le dices a mamб una palabra antes de que estй vestida, no probarй ni un bocado —respondiу Scarlett frнamente—. Mamб no tendrб tiempo de hacerme cambiar de traje cuando ya estй vestida.

Mamita suspirу con resignaciуn, sintiйndose derrotada. Puesta a elegir entre dos males, era preferible que Scarlett llevase en la barbacoa un vestido de tarde a que dejase de comer como un cebуn. —Tйngase usted firme, retenga el aliento —ordenу. Scarlett obedeciу, cogiйndose a uno de los postes de la cama. Mamita tirу del cordуn vigorosamente, y cuando las ballenas se cerraron aъn mбs, rodeando la delgada circunferencia de la cintura, una expresiуn de orgullo afectuoso apareciу en sus ojos.

—Nadie tiene el talle tan fino como mi angelito —dijo Mamita, satisfecha—. Cada vez que aprieto el de la seсorita Suellen mбs de los cincuenta centнmetros se desmaya.

—ЎUff. J —hizo Scarlett, respirando con dificultad—. Yo no me he desmayado en mi vida.

—ЎBah! No es nada malo desmayarse de vez en cuando —prosiguiу Mamita—. La verdad es que no queda bonito que usted soporte la vista de serpientes y ratones. Todavнa, ahora en casa, pase: pero cuando estб con gente... Le he dicho mil veces...

—ЎOh, basta! No hables tanto. Ya verбs cуmo encuentro marido sin necesidad de gritar ni de desmayarme. ЎDios mнo, quй apretado tengo el corsй! Abrуchame el vestido.

Mamita abrochу cuidadosamente los doce metros de muselina verde floreada sobre el corpino y abotonу la espalda de la escotada basquina.

—Pуngase el chai mientras haga sol; y no se quite el sombrero aunque tenga calor —impuso Mamita—. Si no, volverб a casa mбs morena que la vieja Slattery. Y ahora coma, tesoro, pero no muy de prisa.

Scarlett se sentу, obediente, ante la bandeja, pensando si le serнa posible meter algo en el estуmago y que le quedase aъn el suficiente espacio para respirar. Mamita sacу del armario una gran servilleta y la anudу alrededor del cuello de la joven, estirбndola hasta las rodillas. Scarlett empezу por el jamуn, que era de su agrado, y lo engullу.

—Ojalб estuviera casada —dijo tristemente, mientras atacaba las batatas—. Estoy cansada de tener que fingir; harta de aparentar que como menos que un pбjaro y de andar cuando tengo ganas de correr, y de decir que me da vueltas la cabeza al terminar un vals, cuando bailarнa dos dнas seguidos sin cansarme. Estoy harta de decir «eres extraordinario» a unos imbйciles que no tienen ni la mitad de inteligencia que yo y de fingir que no sй nada para que los hombres puedan decirme majaderнas y se crean importantes... Ya no puedo tragar un bocado mбs.

—Pruebe una tostadita caliente. —Mamita era inexorable.

—їPor quй tendrб una muchacha que parecer tonta para encontrar marido?

—Creo que los jуvenes no saben lo que quieren. Saben sуlo lo que creen querer. Y si les dan lo que creen querer, las seсoritas se evitan una porciуn de malos ratos y el peligro de quedarse solteras. Ellos creen querer a seсoritas estъpidas que tienen gustos de pajarillo. Yo pienso que un caballero no escogerнa por esposa a una mujer que tuviese mбs inteligencia que йl.

—їNo crees que muchos hombres se quedan sorprendidos despuйs de casados al darse cuenta de que sus mujeres son mбs listas que ellos?

—Entonces es demasiado tarde. Ya estбn casados.

—Un dнa voy a hacer y decir lo que me parezca; y si a la gente no le gusta me tendrб sin cuidado.

—No lo harб usted —dijo gravemente Mamita—. Al menos mientras yo viva. Cуmase la tostada; mуjela en la miel.

—No creo que las muchachas yanquis hagan tales tonterнas. Cuando estuvimos en Saratoga, el aсo pasado, vi que muchas de ellas se portaban como si fuesen inteligentes, aun delante de los hombres.

Mamita soltу una risa burlona.

—ЎMuchachas yanquis! Puede ser que hablen como usted dice, pero no sй que les hagan muchas proposiciones matrimoniales en Saratoga.

—Pero las yanquis se casan —argьyу Scarlett—. Se casan y tienen hijos. Hay muchas asн.

—Los hombres se casan con ellas por el dinero —replicу Mamita resueltamente.

Scarlett mojу la tostada en la miel y se la llevу a la boca. Quizб llevara razуn Mamita en lo que decнa. Debнa ser asн, porque Ellen decнa lo mismo, aunque con palabras distintas y mбs delicadas. En realidad, las madres de todas sus amigas inculcaban a sus hijas la necesidad de ser unas criaturas frбgiles, mimosas, con ojos de cierva, y muchas cultivaban con cierta inteligencia semejante actitud. Quizбs ella fuera demasiado impetuosa. En varias ocasiones habнa discutido con Ashley, sosteniendo con franqueza sus opiniones. Quizб la sana alegrнa que experimentaba paseando y montando a caballo le habнan alejado de ella, haciйndole volver a la frбgil Melanie. Quizб si cambiase de tбctica. Pensу que si Ashley sucumbiera ante aquellas premeditadas artimaсas femeninas, no le respetarнa ya como le habнa respetado hasta ahora. Un hombre que se dejaba impresionar por una sonrisa tonta y seducir por un «Ўoh, eres extraordinario! », no podнa ser respetado. Aunque parecнa que a todos les gustaba esto.

Si ella hubiera usado una tбctica equivocada con Ashley, en el pasado... Bueno, lo pasado, pasado estaba. Hoy emplearнa otra tбctica, la buena. Le querнa y tenнa muy pocas horas para conseguirlo. Si desmayarse o fingir debilidad era el truco, entonces lo usarнa. Si sonreнr tontamente y coquetear demostrando poca cabeza eran cosas que le atraнan, coquetearнa complacida y serнa tan alocada como Cathleen Calvert. Y si era necesario adoptar otras medidas, las tomarнa. ЎHoy era el dнa!

Nadie le habнa dicho a Scarlett que su personalidad, su aterradora vitalidad, eran mбs atrayentes que cualquier ficciуn que pudiese intentar. Si se lo hubiesen dicho, se habrнa sentido complacida, pero no lo hubiera creнdo, como tampoco lo hubiera creнdo la sociedad de que formaba parte, porque nunca antes o despuйs de entonces la naturalidad femenina habнa sido tan poco apreciada.

Mientras el coche la llevaba por la rojiza carretera hacia la plantaciуn de los Wilkes, Scarlett experimentу una sensaciуn de alegrнa culpable, porque ni su madre ni Mamita asistirнan a la reuniуn. En la barbacoa no habrнa nadie que, levantando delicadamente las cejas o sacando el labio inferior, se entrometiera en su plan de acciуn. Naturalmente, Suellen contarнa maсana una porciуn de historias; pero, si todo salнa segъn esperaba Scarlett, la excitaciуn de la familia por su compromiso con Ashley o por su fuga compensarнa su disgusto. Sн; estaba muy contenta de que Ellen hubiese tenido que quedarse en casa.

Gerald, repleto de coсac, habнa despedido a Jonnas Wilkerson aquella maсana, y Ellen se quedу en Tara repasando las cuentas de la plantaciуn antes de la partida del mayordomo. Scarlett besу a su madre para despedirse en el despachito donde estaba sentada ante la gran mesa de escritorio con sus casillas llenas de papeles. Junto a ella estaba Jonnas Wilkerson, con el sombrero en la mano; su rostro pбlido y flaco disimulaba a duras penas la ira y el odio que le invadнan, viйndose despedido, sin ceremonia, del mejor empleo de mayordomo del condado. Y todo a causa de un amorнo insignificante. Habнa dicho y repetido a Gerald que el niсo de Emmy Slattery podнa haber sido adjudicado a una docena de hombres con la misma facilidad que a йl (en lo que Gerald estaba de acuerdo); pero esto, segъn Ellen, no modificaba su caso. Jonnas odiaba a todos los sudistas. Odiaba su glacial cortesнa con йl y su desprecio por su condiciуn social, mal disimulada bajo esa urbanidad. Odiaba sobre todo a Ellen O'Hara, porque ella era el compendio de todo cuanto йl odiaba en los sudistas.

Mamita, como mujer mбs importante de la plantaciуn, se quedу para ayudar a Ellen; y fue Dilcey la que se sentу en el pescante junto a Toby, llevando la gran caja con los vestidos de baile de las seсoritas. Gerald cabalgaba junto al coche en su caballo de caza, acalorado por el coсac y satisfecho de sн mismo por haber liquidado tan rбpidamente el desagradable asunto de Wilkerson. Habнa echado la responsabilidad sobre Ellen, sin pensar para nada en la desilusiуn de ella por tener que renunciar a la barbacoa y a la conversaciуn con sus amigas; era un hermoso dнa de primavera, y sus campos estaban hermosos; los pбjaros cantaban y йl se sentнa demasiado joven y jocoso para pensar en otra cosa. De vez en cuando se ponнa a entonar cualquier alegre canciуn irlandesa o la lъgubre endecha de Robert Emmet: «Ella estб lejos de la tierra donde reposa su juvenil amante. »

Era feliz, sentнase gratamente excitado ante la idea de pasar el dнa hablando mal de los yanquis y acerca de la guerra, y orgulloso de sus tres lindas hijas en sus deslumbrantes crinolinas bajo los graciosos yminъsculos quitasoles de encaje. No pensaba ya en su conversaciуn del dнa anterior con Scarlett, pues se le habнa borrado por completo de la memoria. Pensaba sуlo en que su hija era preciosa y que se le parecнa, en que hoy sus ojos eran verdes como las praderas de Irlanda. Este ъltimo pensamiento le dio una mejor idea de sн mismo, y entonces regalу a las muchachas con una interpretaciуn a toda voz de la canciуn La verde Erнn.

Scarlett lo miraba con el afectuoso desprecio que sienten las madres por sus niсos jactanciosos, sabiendo que al anochecer estarнa completamente borracho. Al regresar a casa, en la oscuridad, intentarнa, como siempre, saltar todos los obstбculos entre Doce Robles y Tara, y Scarlett esperaba que, gracias a la providencia y al buen sentido de su caballo, se librarнa sin romperse la crisma. Desdeсarнa el puente, atravesarнa el rнo haciendo nadar al caballo y llegarнa a casa alborotando para que Pork lo acostase en el sofб del despacho; el criado, en tales casos, lo esperaba siempre con una lбmpara en el vestнbulo principal.

Echarнa a perder su nuevo traje gris, lo cual le harнa vociferar de un modo terrible a la maсana siguiente, y contarнa a Ellen que, en la oscuridad, su caballo se habнa caнdo desde el puente; mentira manifiesta que ni un tonto creerнa, pero que todos admitirнan, haciйndole sentirse listнsimo.

«Papб es un ser egoнsta e irresponsable, pero encantador», pensу Scarlett, con una oleada de ternura hacia йl. Se sentнa tan feliz y excitada que incluнa en su afecto a todo el mundo, igual que a Gerald. Era bonita y lo sabнa; conquistarнa a Ashley antes de que el dнa terminase; el sol era cбlido y la gloriosa primavera georgiana se desplegaba ante sus ojos. A los lados del camino, las zarzamoras ocultaban con su verde suave las tremendas torrenteras producidas por las lluvias invernales, y los pulidos cantos de granito que salpicaban la tierra bermeja estaban tapizados por las ramas de los rosales silvestres y rodeados de violetas salvajes de un pбlido matiz purpъreo. Sobre las colinas pobladas de бrboles, al otro lado del rнo, las flores de los cornejos resplandecнan candidas, como si entre el verde permaneciese aъn la nieve. Los manzanos silvestres eran una explosiуn de corolas, que iban de un blanco delicado a un rosa vivo, y bajo los бrboles, donde los rayos del sol moteaban de amarillo el tapiz de agujas de pino, las madreselvas formaban una abigarrada alfombra Scarlett, rosa y naranja. Habнa en el aire una leve y selvбtica fragancia de arbustos y el mundo olнa ricamente como si fuera algo comestible.

«Recordarй mientras viva la belleza de este dнa —pensу Scarlett—. ЎQuizб sea йste el dнa de mi boda! »

Y, con el corazуn agitado, pensу en ella misma y en Ashley, huyendo al caer la tarde a travйs de aquel esplendor de flores y de verde, o en la noche, bajo la luz de la luna, hacia Jonesboro en busca de un sacerdote. Naturalmente, el casamiento deberнa efectuarse nuevamente por un cura de Atlanta; pero en esto pensarнan mбs tarde Ellen y Gerald.

Se sobresaltу un momento pensando que su madre palidecerнa de mortificaciуn al enterarse de que su hija se fugaba con el novio de otra muchacha; pero sabнa que Ellen la perdonarнa viendo su felicidad. Y Gerald refunfuсarнa y gritarнa; pero, a pesar de todo lo que habнa dicho ayer de que Ashley no le gustaba para marido de ella, se alegrarнa de una alianza entre su familia y los Wilkes.

«Pero de esto habrб que preocuparse despuйs de que me haya casado», se dijo, tratando de alejar aquel pensamiento.

Era imposible experimentar otra cosa que no fuese una alegrнa palpitante con aquel sol primaveral, cuando las chimeneas de Doce Robles empezaron a asomar sobre la colina, al otro lado del rнo.

«Pasarй ahн toda mi vida y verй cincuenta primaveras como йsta o quizб mбs, y dirй a mis hijos y a mis nietos lo hermosa que era esta primavera, mбs bella que las que ellos podrбn ver. » La hizo tan feliz este ъltimo pensamiento, que se uniу al coro que cantaba la estrofa final de La verde Erнn, obteniendo la entusiasta aprobaciуn de Gerald.

—No sй por quй estбs alegre esta maсana —dijo Suellen con enojo, atormentada aъn por el pensamiento de que el vestido verde de baile de Scarlett le habrнa estado mucho mejor que el suyo. їY por quй era Scarlett siempre tan egoнsta cuando se trataba de prestar sus vestidos y sus cofias? їPor quй su madre la apoyaba siempre diciendo que el verde no sentaba bien a Suellen? —. Sй, tan bien como tъ, que esta noche se anunciarб el compromiso matrimonial de Ashley. Lo ha dicho papб esta maсana. Y sй que hace muchos meses que coqueteas con йl.

—їEsto es todo lo que sabes? —respondiу Scarlett, sacбndole la lengua y no queriendo perder su buen humor. ЎQuй sorprendida se quedarнa maсana a aquellas horas la seсorita Suellen!

—Sabes muy bien que no es asн, Suellen —protestу Carreen, irritada—. A Scarlett le interesa Brent.

Scarlett volviу los ojos, sonriendo a su hermana menor, admirada de aquella simpatнa. Toda la familia sabнa que el corazуn de trece aсos de Carreen palpitaba por Brent Tarleton, quien sуlo pensaba en ella como hermana menor de Scarlett. Cuando Ellen no estaba presente los O'Hara la hacнan rabiar con йl, hasta hacerla llorar.

—Rica mнa, no me importa nada Brent —declarу Scarlett, lo bastante feliz para ser generosa—. Y a йl no le importo yo tampoco. ЎEstб esperando a que tъ seas mayor! \

La carita redonda de Carreen, se arrebolу, mientras la alegrнa luchaba en ella con la incredulidad.

—їDe verdad, Scarlett?

—Scarlett, ya sabes que mamб ha dicho que Carreen es demasiado joven para pensar en pretendientes, y le estбs metiendo esas ideas en la cabeza.

—Bueno, vete a decнrselo a mamб y verбs —replicу Scarlett—. Tъ quieres que Carreen no crezca, porque sabes que dentro de un aсo serб mбs guapa que tъ.

—Quietecitas las lenguas, si no querйis probar mi fusta —amonestу Gerald—. ЎSilencio, ahora! їNo se siente ruido en la carretera? Deben de ser los Tarleton o los Fontaine.

Mientras se acercaban al cruce del camino, que desembocaba en las pobladas colinas de Mimosa y de Fairhill, el ruido de cascos y ruedas se hizo mбs fuerte y un clamor de voces femeninas que discutнan alegremente resonу detrбs de los бrboles. Gerald, adelantando el coche, hizo trotar a su caballo, haciendo seсas a Toby de que parase el vehнculo en el cruce.

—Son los Tarleton —anunciу a sus hijas alegremente, porque, exceptuando a Ellen, ninguna seсora del condado le agradaba tanto como la pelirroja seсora Tarleton—. Y es ella misma la que guнa. ЎAh, tiene buenas manos para conducir un caballo! Tiene unas manos ligeras como plumas, fuertes para las riendas y lo bastante bonitas para besбrselas. Lбstima que ninguna de vosotras tenga unas manos asн —aсadiу, con una mirada cariсosa pero reprobatoria a las muchachas—. Carreen tiene miedo de los pobres animales, Suellen unas manos que parecen de acero cuando coge las riendas, y tъ...

—Bueno, de todos modos, a mн nunca me ha tirado el caballo —exclamу Scarlett, indignada—, y la seсora Tarleton sale despedida cada vez que va de caza.

—Y se porta como un hombre —replicу Gerald—. Sin desmayos e historias. Silencio ahora, que se acercan.

Poniйndose en pie sobre los estribos, se quitу el sombrero, agitбndolo apenas vio apuntar el coche rebosante de muchachas con vestidos claros, quitasoles y velos flotantes, y con la seсora Tarleton en el pescante, como Gerald habнa anunciado. Con sus cuatro hijas, su doncella y los vestidos de baile en largas cajas de cartуn que llenaban el carruaje, no quedaba sitio para el cochero. Ademбs, Beatrice Tarleton no permitнa nunca que nadie, blanco o negro, llevase las riendas teniendo ellas las manos libres. Frбgil, delgada y tan blanca de piel que sus cabellos resplandecientes parecнan haber absorbido en su masa ardiente todo el color de su rostro, estaba, sin embargo, dotada de una salud exuberante y de una energнa inagotable. Habнa traнdo al mundo ocho hijos, tan pelirrojos y llenos de vida como ella, y los habнa criado (se decнa) muy bien, porque empleaba con ellos la misma disciplina severa y afectuosa que usaba con sus potros.

—Domarlos, pero sin quitarles el coraje —era el lema de la seсora Tarleton.

Le gustaban los caballos y hablaba de ellos continuamente. Los entendнa y sabнa tratarlos mejor que cualquier hombre del condado. Los potros corrнan por el cйsped frente a la casa, como sus ocho hijos corrнan por la intrincada mansiуn de la colina; y potros, hijos e hijas y perros de caza la seguнan de cerca cuando iba a la plantaciуn. Atribuнa a sus caballos, especialmente a su yegua Nellie, inteligencia humana; y, si los cuidados de la casa le impedнan salir a la hora que acostumbraba dar su galope diario, entregaba el azucarero a un negrito y le decнa: «Dale un puсado a Nellie y dile que saldrй en seguida. »

Salvo en raras ocasiones, acostumbraba a llevar traje de amazona, pues esperaba siempre de un momento a otro poder montar a caballo, y con este pensamiento se ponнa el traje apenas levantada. Cada maсana, con lluvia o con sol, Nellie era ensillada y paseaba de aquн para allн, ante la casa, esperando el momento en que la seсora Tarleton pudiese robar una hora a sus deberes. Pero Fairhill era una plantaciуn difнcil de dirigir y rara vez habнa posibilidad de encontrar un rato libre; la mayorнa de las veces, Nellie paseaba durante varias horas sin jinete, mientras Beatrice Tarleton hacнa sus faenas con la falda recogida al brazo, enseсando por delante quince centнmetros de lustrosas botas.

Hoy, con un vestido de seda negro sobre un estrecho miriсaque pasado de moda, parecнa aъn vestida de amazona, porque el traje tenнa un corte muy severo, segъn su costumbre, y el sombrerito negro con la larga pluma, echado sobre sus ojos castaсos, brillantes y ardientes, era una copia del viejo sombrero que se ponнa para ir de caza.

Agitу la fusta al ver a Gerald y contuvo al impaciente tronco rojizo, mientras las cuatro muchachas saltaban en el coche saludando a gritos con voces tan altas que los caballos se estremecieron espantados. Un observador casual hubiera creнdo que los Tarleton no veнan a los O'Hara desde hacнa aсos, en vez de hacer cosa de uno o dos dнas. Pero era una familia sociable y querнa a sus vecinos, especialmente a las muchachas O'Hara. Es decir, querнan a Suellen y a Carreen. Ninguna muchacha del condado, exceptuando quizб la insulsa Cathleen Calvert, querнa realmente a Scarlett.

En verano habнa festejos y bailes en el condado casi todas las semanas; pero para las pelirrojas Tarleton, con su enorme capacidad de diversiуn, cada barbacoa y cada baile eran un acontecimiento, como si fuesen los primeros de su vida. Era un gracioso y animado cuarteto, tan apretado en el coche que las amplias faldas de volantes se hinchaban espumosas y los pequeсos quitasoles chocaban unos con otros por encima de las anchas pamelas coronadas de rosas y adornadas con tiras de terciopelo negro. Todos los matices del pelo rojo estaban allн representados: los de Hetty eran de un rojo puro, los de Camilla color fresa, los de Randa de reflejos cobrizos y los de la pequeсa Betsy color zanahoria.



  

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