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Lo que el viento se llevу 6 страница



Durante la triste comida, la voz ruidosa de Gerald continuу ensordeciйndola hasta el punto de hacйrsele insoportable. Йl habнa olvidado por completo su conversaciуn de aquella tarde y continuaba una especie de monуlogo sobre las ъltimas noticias de Fort Sumter, acompaсбndolo de puсetazos en la mesa y agitando los brazos en el aire.

Gerald tenнa la costumbre de dominar la conversaciуn a las horas de comer, y Scarlett, generalmente preocupada con sus propios pensamientos, apenas le oнa; pero aquella noche podнa oнrle menos aъn, ya que sуlo estaba atenta al ruido del coche que anunciase la vuelta de Ellen. Cierto que no pensaba decir a su madre lo que tanto le pesaba en el corazуn, porque a Ellen le disgustarнa y apenarнa el saber que una hija suya querнa a unhombre comprometido con otra muchacha. Pero, en lo mбs recуndito de la primera tragedia de su vida, ansiaba el gran consuelo de la presencia de su madre. Sentнase siempre segura cuando Ellen estaba a su lado, pues no habнa nada, por doloroso que fuese, que Ellen no pudiese mejorar sуlo con su presencia.

Se levantу repentinamente de la silla al oнr rechinar ruedas en la avenida; pero volviу a sentarse cuando el ruido se perdiу en el corral de detrбs de la casa. No podнa ser Ellen, porque ella se habrнa apeado frente a la escalinata. En la oscuridad del corral, se oyу un excitado vocerнo de negros y una estridente risotada. Mirando por la ventana, Scarlett vio a Pork, que habнa salido de la estancia un momento antes, sosteniendo en alto un candelabro encendido, mientras que de un carro descendнan varias figuras que no conseguнa distinguir. Las risas y las palabras sonaron mбs fuertes en el aire de la noche; eran voces agradables, rъsticas y descuidadas, guturalmente suaves y musicalmente agudas.

Los pies se fueron arrastrando hasta la escalera posterior, y cruzaron el pasadizo que conducнa a la casa principal, deteniйndose en el vestнbulo, justamente a la puerta del comedor. Hubo una breve pausa de cuchicheos, y luego Pork entrу sin su habitual dignidad, girando los ojos alegres y resplandeciendo sus blancos dientes.

—Seсor Gerald —anunciу entrecortadamente, con el orgullo de un novio en su rostro radiante—. Su nueva mujer ha llegado.

—їMi nueva mujer? Yo no he comprado ninguna mujer —declarу Gerald, fingiendo gran seriedad.

—ЎYa lo creo, seсor Gerald, ya lo creo! Y ahora estб ahн fuera, esperando hablar con usted —contestу Pork, con una risita y frotбndose las manos con excitaciуn.

—Bueno, que pase la novia —dijo Gerald.

Y Pork, volviйndose, hizo seсas de que entrase a su mujer, reciйn llegada de la plantaciуn de los Wilkes para formar parte de la servidumbre de Tara. Entrу, y, detrбs de ella, casi oculta en su voluminosa falda de indiana, iba una niсa de doce aсos, incrustada entre las piernas de su madre.

Dilcey era alta y se mantenнa derecha. Podнa tener cualquier edad entre los treinta y los sesenta aсos, tan terso era su inmуvil rostro. La sangre india revelбbase en sus facciones, dominando las caracterнsticas negras. El color rojo de su piel, su frente alta y estrecha, los pуmulos salientes y la nariz aguileсa, cuya punta se aplastaba sobre unos gruesos labios de negra, mostraban la mezcla de las dos razas. Mantenнase serena y andaba con una dignidad que superaba incluso a la de Mamita, porque йsta la habнa adquirido y Dilcey la llevaba en su sangre. Cuando hablaba, su voz no era tan estridente como la de la mayor parte de los negros, y escogнa las palabras con mбs cuidado.

—Buenas noches, seсoritas, seсor Gerald. Siento mucho molestarlos, pero querнa venir a darles las gracias por haberme comprado a mн y a mi niсa. Muchos seсores han querido comprarme, pero no querнan comprar tambiйn a mi Prissy, y por eso, sobre todo, quiero darle las gracias. Me portarй lo mejor que pueda, para demostrarles que no lo olvido.

—ЎEjem, ejem! —tosiу Gerald, aclarбndose la garganta y sintiйndose apurado al ser sorprendido en un acto de bondad.

Dilcey se volviу a Scarlett, y algo como una sonrisa arrugу las comisuras de sus ojos.

—Seсorita Scarlett, Pork me ha dicho que usted le habнa pedido a su papб que me comprase. Y por eso le voy a dar a usted mi Prissy, para que sea su doncella.

Se volviу e hizo adelantarse a la chiquilla. Era una criaturita morena, de piernas delgaduchas como las de un pajarito, y con una profusiуn de trencitas cuidadosamente arrolladas en tiesos bigudнes sobre su cabeza. Tenнa unos ojos agudos e inteligentes que se fijaban en todo y una expresiуn estudiadamente estъpida en la cara.

—Gracias, Dilcey —replicу Scarlett—; pero me temo que Mamita tenga algo que objetar. Ha sido doncella mнa desde que nacн.

—Mamita se va haciendo vieja —dijo Dilcey con una calma que habrнa desesperado a Mamita—. Es una buena niсera, pero usted es ahora una seсorita y necesita una buena doncella, y mi Prissy lo ha sido de la seсorita India, hace ahora un aсo. Sabe coser y peina bien.

Animada por su madre, Prissy saludу con una rбpida reverencia y sonriу a Scarlett, que no pudo por menos de devolverle la sonrisa. «Es lista la chiquilla», pensу; y dijo en alta voz:

—Gracias, Dilcey; ya veremos quй se hace cuando Mamita vuelva a casa.

—Gracias, seсorita; les deseo buenas noches —dijo Dilcey; y, volviйndose, saliу de la habitaciуn con su niсa, mientras Pork permanecнa plantado en la estancia.

Levantada la mesa, Gerald reanudу su discurso, aunque con escasa satisfacciуn para йl y para cuantos componнan su auditorio. Sus estruendosas predicciones de guerra inmediata y sus declamatorias preguntas sobre si el Sur tolerarнa nuevos insultos de los yanquis, obtuvieron sуlo dйbiles y aburridos «sн, papб» y «no, papб». Carreen, sentada en una banqueta bajo la gran lбmpara, estaba embebida en la novela de una muchacha que habнa tomado el velo despuйs de la muerte de su galбn, y, con lбgrimas silenciosas resbalando de sus ojos, se imaginaba, complacida, a sн misma con blanca toca. Suellen, bordando junto a lo que ella alegremente llamaba la «arqueta de su ajuar», pensaba si le serнa posible separar a Stuart Tarleton de su hermana en la barbacoa del dнa siguiente, y en fascinarle con las dulces cualidades femeninas que ella poseнa y Scarlett no.

Y Scarlett sentнase agitada, pensando en Ashley.

їCуmo podнa papб seguir hablando de Fort Sumter y de los yanquis, sabiendo que ella tenнa el corazуn destrozado? Como sucede a los jуvenes, la admiraba que la gente pudiese ser tan egoнsta y olvidadiza de su dolor y que el mundo siguiese girando a pesar de su angustia.

Parecнale que su cabeza habнa sido trastornada por un ciclуn y encontraba extraсo que el comedor, donde se hallaban, siguiera Ўn plбcido, tan igual a como estaba siempre. La pesada mesa de caoba y los demбs muebles, la vajilla de plata maciza, las alfombras de vivos colores sobre el brillante pavimento, todo estaba en su sitio, como si nada hubiese ocurrido. Era una estancia apacible y cуmoda; generalmente, agradбbanle a Scarlett las horas tranquilas que la familia pasaba allн, despuйs de la cena; pero esta noche la odiaba, y de no haber temido las preguntas ruidosas de su padre, se hubiera deslizado por el vestнbulo oscuro hacia el gabinetito de su madre para desahogar su pena sobre el viejo sofб.

Aquйl era el cuarto que Scarlett preferнa de toda la casa. Allн se sentaba Ellen, por las maсanas, ante la gran escribanнa, para llevar las cuentas de la plantaciуn y escuchar los informes de Jonnas Wilkerson, el capataz. Allн tambiйn holgazaneaba la familia mientras la pluma de ave de Ellen garrapateaba en los libros: Gerald en la vieja mecedora y las muchachas sobre los mullidos cojines del sofб, demasiado usados para adornar las habitaciones principales.

Scarlett no deseaba ahora mбs que estar allн, a solas con Ellen, para descansar su cabeza en el regazo de su madre y llorar en paz. їEs que no iba a volver a casa Ellen?

Entonces crujieron ruedas sobre el enarenado camino y llegу al comedor el suave murmullo de la voz de Ellen despidiendo al cochero. Todo el grupo levantу la cabeza ansiosamente, y ella entrу ligera, balanceando su miriсaque, con el rostro cansado y triste. Con ella penetrу la tenue fragancia a verbena y limуn que parecнa desprenderse siempre de los pliegues de su vestidos, una fragancia que iba unida en la mente de Scarlett a la imagen de su madre. Mamita la seguнa a corta distancia, con la bolsa de cuero en la mano, el labio inferior saliente y la frente baja. Mamita iba refunfuсando para sн, a medida que avanzaba, cuidando de que sus observaciones fuesen tan quedas que no se entendieran, aunque lo bastante fuertes para revelar su absoluta desaprobaciуn. —Siento llegar tan tarde —dijo Ellen, quitбndose de los hombros el chai de lana, dбndoselo a Scarlett y acariciando sus mejillas.

El rostro de Gerald se iluminу como hechizado al entrar ella.

—їHa sido bautizado el mocoso? —preguntу.

—Sн, y ha muerto, la pobre criatura —dijo Ellen—. Temн que Emmie le siguiese, pero creo que vivirб.

Las caras de las muchachas se volvieron a ella, asustadas e interrogantes, mientras Gerald movнa la cabeza filosуficamente.

—Bueno, mejor es que haya muerto el niсo; pues, sin duda, el pobre huйrfano...

—Es tarde. Mejor serб que recemos ahora —interrumpiу Ellen tan suavemente, que, si Scarlett no hubiese conocido tan bien a su madre, la interrupciуn habrнa pasado inadvertida.

Hubiera sido interesante saber quiйn era el padre del niсo de Emmie Slattery, pero Scarlett comprendiу que no sabrнa nunca la verdad si esperaba oнrla de labios de su madre. Scarlett sospechaba de Jonnas Wilkerson, porque le habнa visto pasear frecuentemente por la carretera con Emmie, al anochecer. Jonnas era yanqui y soltero, y el hecho de ser capataz le impedнa todo contacto con la vida social del condado. No habнa familia de alguna posiciуn en la que hubiese podido entrar como marido, ni personas con las que pudiera relacionarse, excepto los Slattery u otra gentuza asн. Como tenнa una educaciуn superior a la de los Slattery, era natural que no quisiera casarse con Emmie, aunque pasease con ella frecuentemente al caer la tarde.

Scarlett suspirу, pues su curiosidad era vivнsima. Ante los ojos de su madre ocurrнan siempre cosas a las que prestaba tan poca atenciуn que era como si no hubieran sucedido. Ellen ignoraba todo lo que era contrario a sus ideas de correcciуn y trataba de inculcar los mismos principios a Scarlett, aunque con poco йxito.

Ellen se acercу a la repisa de la chimenea para coger su rosario de la cajita con incrustaciones en que lo guardaba siempre, cuando Mamita hablу con firmeza:

—Seсora Ellen, debe usted cenar algo antes de rezar.

—Gracias, Mamita; pero no tengo ganas.

—Irй yo misma a pedir algo y comerб usted —dijo Mamita con la frente arrugada por la indignaciуn.

Y cruzу el vestнbulo hacia la cocina.

—ЎPork! —llamу—. Di a la cocinera que avive la lumbre. Ha vuelto la seсora.

Mientras las maderas del pavimento crujнan bajo su peso, el soliloquio que Mamita empezу a refunfuсar en el vestнbulo se hizo mбs fuerte, llegando claramente a los oнdos de la familia en el comedor.

—Siempre he dicho que era inъtil hacer nada por esos blancos pobretones. Son la gente mбs ingrata e incapaz que he visto. Y la seсora Ellen no deberнa ocuparse ni afanarse en asistir a gente que no tienen negros que la cuide. Y como yo digo...

Su voz se alejу por el pasadizo, techado pero abierto lateralmente, que conducнa a la cocina. Mamita tenнa su mйtodo propio para dar a conocer exactamente a sus amos el pensamiento sobre cualquier asunto.

Sabнa que la dignidad de los blancos quedaba rebajada si prestaban la mбs leve atenciуn a lo que decнa un negro que se iba refunfuсando. Sabнa tambiйn que para salvaguardar aquella dignidad debнan ignorar lo que refunfuсaba, aunque estuviera en la habitaciуn contigua y casi gritase. Esto le evitaba toda reprimenda, y al mismo tiempo no les dejaba dudas sobre lo que ella opinaba de cualquier asunto.

Pork entrу llevando una bandeja, platos y un mantel. Iba seguido de Jack, un negrito de diez aсos que se abrochaba de prisa una chaqueta de tela blanca con una mano y con la otra llevaba un mosquitero hecho de tiras de papel de periуdico, atadas a un bastуn mбs alto que йl. Ellen tenнa uno muy bonito, hecho de plumas de pavo real; pero йste se usaba sуlo en ocasiones especiales y ъnicamente despuйs de una lucha domйstica, debido a la obstinada convicciуn de Pork, Mamita y la cocinera, de que las plumas de pavo traнan mala suerte.

Ellen se sentу en la silla que Gerald arrimу para ella, y cuatro voces la atacaron.

—Mamб, el encaje de mi traje nuevo de baile se ha roto y quiero ponйrmelo maсana por la noche en la fiesta de Doce Robles. їQuieres hacer el favor de coserlo?

—Mamб, el vestido nuevo de Scarlett es mбs bonito que el mнo; yo con el rosa parezco un espantajo. їPor quй no se pone ella el mнo rosa y me deja llevar el suyo verde? Ella estarб muy bien de rosa.

—Mamб, їquieres dejarme ir maсana por la noche al baile? Ya tengo trece aсos...

—Seсora O'Hara, їquiere usted creerlo...? Chist, muchachas, Ўo si no cojo el lбtigo! Calvert ha estado esta maсana en Atlanta y dice... їQuerйis callaros de una vez? ЎNo oigo ni mi voz...! Y dice que todo el mundo anda trastornado y que no se habla mбs que de guerra; las milicias hacen la instrucciуn y estбn formando los regimientos. Y dice que, segъn las ъltimas noticias de Charleston, no quieren ya soportar mбs insultos de los yanquis.

La callada boca de Ellen sonriу en medio del tumulto; y antes que a los demбs volviу la mirada a su marido, como debe hacer una buena esposa.

—Si la simpбtica gente de Charleston piensa asн, estoy segura de que pronto pensaremos todos igual —dijo, porque estaba completamente convencida de que, a excepciуn de Savannah, la mayor parte de la gente bien nacida de todo el continente se encontraba en aquella pequeсa ciudad marнtima; opiniуn firmemente compartida por los charlestonianos.

—No, Carreen: el aсo prуximo, querida. Entonces podrбs ir a los bailes y llevar vestidos largos, Ўy cуmo se divertirб mi niсa de mejillas sonrosadas! No te enfades, tesoro. Puedes ir a la barbacoa y estar levantada hasta la hora de la cena; pero, hasta los catorce aсos, nada de bailes.

—Dame tu vestido, Scarlett. Arreglarй el encaje despuйs de rezar.

—Suellen, querida, no me agrada ese tono. Tu vestido rosa es muy bonito y te va muy bien, como a Scarlett el suyo. Pero maсana por la noche puedes ponerte mi collar granate.

Suellen hizo por detrбs de su madre un gesto de triunfo б Scarlett, que tenнa proyectado pedir el collar para ella. Scarlett le sacу la lengua. Suellen era una hermana molesta, con sus lamentaciones y su egoнsmo, y, si no hubiese sido por la mano de Ellen que la contuvo, Scarlett le hubiera tirado de las orejas.

—Ahora, seсor O'Hara, dime quй te ha contado Calvert de Charleston —dijo Ellen.

Scarlett sabнa que a su madre no le importaban nada la guerra ni la polнtica, considerбndolos asuntos de hombres en los que no debнa inmiscuirse una mujer inteligente. Pero a Gerald le gustaba exponer sus ideas y Ellen trataba invariablemente de agradar a su marido.

Mientras Gerald lanzaba sus noticias, Mamita colocу los platos ante su ama: galletas, pechuga de pollo y un amarillo сame abierto, humeante y goteando manteca derretida. Mamita pellizcу a Jack y йste se apresurу en su tarea, agitando lentamente el mosquitero de papel por delante y por detrбs de Ellen. Mamita permaneciу junto a la mesa observando cada cucharada que su seсora se llevaba del plato a la boca, como si quisiera meter a la fuerza los alimentos en la garganta de Ellen, viendo que йsta hacнa gestos de desgana. Ellen comнa de prisa, pero Scarlett notу que estaba tan cansada que no se daba cuenta de lo que comнa. Sуlo el implacable gesto de Mamita la obligaba a ello.

Vaciado el plato, y cuando Gerald apenas habнa llegado a la mitad de sus observaciones sobre los latrocinios de los yanquis que querнan la libertad de los negros sin pagar, no obstante, ni un cйntimo por su libertad, Ellen se levantу.

—їVamos a rezar? —preguntу йl de mala gana.

—Sн. Es tan tarde... їOyes? Las diez ya.

Mientras, el reloj daba la hora con sus taсidos бsperos y metбlicos.

—Carreen debнa estar durmiendo hace ya rato. La lбmpara, Pork, haz el favor; y tъ, Mamita, mi libro de oraciones.

Hostigado por el ronco siseo de Mamita, Jack dejу su mosquitero en un rincуn y se llevу los platos, mientras Mamita buscaba en el cajуn de la alacena el libro de oraciones de su ama. Pork se acercу de puntillas y tirу lentamente de la cadena de la lбmpara hasta acercarla a la mesa, que quedу iluminada, mientras el techo y las paredes permanecнan en la sombra. Ellen se recogiу la falda y arrodillуse en el suelo, colocando el libro abierto delante de ella, sobre la mesa y sosteniйndolo con las manos. Gerald se arrodillу a su lado; Scarlett y Suellen se colocaron en sus sitios de costumbre, recogiendo sus faldas voluminosas como un cojнn bajo sus rodillas, para sentir menos la dureza del suelo. Carreen, que era baja para su edad, no podнa arrodillarse cуmodamente junto a la mesa y por eso solнa colocar ante ella una silla, acodбndose sobre el asiento. Le gustaba aquella postura porque, generalmente, se amodorraba durante los rezos, y asн quedaba oculta a las miradas de su madre.

Los criados de la casa se agruparon, adelantбndose hacia el vestнbulo para arrodillarse junto a la puerta: Mamita, gruсendo; Pork, derecho como un palo; Rosa y Teena, las doncellas, muy graciosas con sus amplios vestidos de percal de vivos colores; Cora, la cocinera, delgada y pбlida bajo el paсuelo blanco que le cubrнa la cabeza, y Jack, agotado por el sueсo, lo mбs lejos posible de los pellizcos despiadados de Mamita. Sus ojos negros brillaban de atenciуn, porque los rezos con los amos eran uno de los acontecimientos del dнa. Las viejas frases llenas de color de la letanнa, con su oriental riqueza de imбgenes, no tenнan significado para ellos pero daban cierta satisfacciуn a sus corazones, y por eso bajaban siempre la cabeza cantando las respuestas Kyrie eleison y Ora pro nobis.

Ellen cerrу los ojos y empezу a rezar; su voz se alzaba y descendнa, acariciadora y suave. Las cabezas se inclinaban en el cerco de luz amarillento, mientras ella daba gracias a Dios por la salud y la felicidad de su casa, de su familia y de sus esclavos. Despuйs de haber terminado de rogar por los que vivнan bajo el techo de Tara, por su padre, por su madre, por sus hermanas, por sus tres hijos muertos y por las «бnimas del Purgatorio», apretу entre sus dedos el rosario y empezу la salmodia. Como el rumor de una dulce brisa, se oнa el murmullo de las respuestas de los blancos y los negros: «Santa Marнa, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amйn. »

A pesar de su dolor de cabeza y del sufrimiento de las lбgrimas contenidas, un sentido profundo de quietud y de paz descendiу sobre Scarlett, como siempre a aquella hora. Parte de las desilusiones de la jornada y de la preocupaciуn por el siguiente dнa desaparecнan dejando lugar a un sentimiento de esperanza. No era la elevaciуn del alma a Dios lo que le traнa aquel consuelo, porque en ella la religiуn no iba al compбs de las plegarias murmuradas a flor de labios, sino mбs bien la vista del rostro sereno de su madre, vuelto hacia el Trono de Dios con sus бngeles y sus santos, pidiendo la bendiciуn para todos los que amaba. Cuando Ellen hablaba al Cielo, Scarlett estaba segura de que йste la escuchaba.

Ellen terminу y Gerald, que no conseguнa jamбs encontrar su rosario en el momento de las oraciones, comenzу a contar con los dedos las diez avemarias. Mientras sonaba su voz, los pensamientos de Scarlett empezaron, contra su voluntad, a divagar. Sabнa que hubiera debido hacer examen de conciencia; Ellen le habнa enseсado que al final de cada dнa era necesario examinar meticulosamente la conciencia, reconocer sus culpas y rogar el perdуn del buen Dios, comprometiйndose a no repetirlas mбs. Pero Scarlett examinaba su propio corazуn.

Dejу caer la cabeza sobre sus manos unidas, de manera que su madre no pudiera verle la cara, y su pensamiento volviу tristemente a Ashley. їCуmo podнa proyectar casarse con Melanie, cuando era a ella a quien amaba? їCуmo podнa, voluntariamente, destrozarle el corazуn?

De repente, una idea cruzу su entendimiento, como una rбfaga de luz.

«ЎPero si Ashley no sabe que le amo! »

Sintiу un sobresalto: su mente quedу como paralizada por un momento, durante el cual no pudo respirar.

«їCуmo va a saberlo? Me he comportado siempre con tanta reserva, que probablemente se imagina que me interesa sуlo como amigo. Sн, Ўpor esto no me ha hablado! Cree que su amor no es correspondido. Y por eso parece tan... »

Su memoria volviу velozmente a los dнas en que le habнa sorprendido mirбndola de una manera extraсa, cuando los ojos grises que disimulaban tan bien sus pensamientos le aparecнan completamente vacнos, con una expresiуn de tormento y desesperaciуn.

«Estarб desesperado porque cree que estoy enamorada de Brent, de Stuart o de Cade. Probablemente ha pensado que, como no puede casarse conmigo, serб preferible contentar a su familia casбndose con Melanie. Pero si supiese que yo le amo... »

Su espнritu voluble pasу de la mбs profunda depresiуn a la felicidad mбs vibrante. Йsta era la razуn del retraimiento de Ashley, de su extraсa conducta. ЎЙl no sabнa! La vanidad de Scarlett acudiу en ayuda de su deseo de creer y este deseo se hizo realidad. Si Ashley supiese que ella le amaba...

«ЎOh! —pensу, entusiasmada, apretбndose con los dedos la inclinada frente—. ЎQuй tonta he sido en no pensar en esto antes! Tengo que encontrar el modo de hacйrselo saber. ЎNo se casarнa con ella si supiese que le quiero! їCуmo iba a ser posible? » Con un estremecimiento, se dio cuenta de que Gerald habнa terminado su rezo y de que su madre tenнa los ojos fijos en ella. Empezу de prisa su decena de rosario, pronunciando las avemarias de un modo automбtico y con una profunda emociуn en la voz, que obligу a Mamita a abrir los ojos y a mirarla de manera inquisitiva. Cuando terminу su decena, y Suellen y despuйs Carreen dijeron la suya, su mente volviу de nuevo al pensamiento de antes.

ЎNo era demasiado tarde! ЎCuбntas veces el condado se habнa conmovido porque algъn novio o novia, cuando estaba a punto de llegar al altar, rompнa su compromiso! ЎLa peticiуn de mano de Ashley no habнa sido anunciada aъn! ЎSн, todavнa habнa tiempo!

De no existir amor entre Ashley y Melanie, sino una promesa hecha algъn tiempo atrбs, їpor quй no podrнa йl desligarse de su compromiso y casarse con Scarlett? Seguramente lo harнa si supiese que ella le amaba... ЎDebнa encontrar la manera de hacйrselo saber! Y entonces...

Despertу bruscamente de su sueсo feliz al notar que se habнa descuidado en responder a los rezos y su madre la estaba mirando con aire de reproche. Al incorporarse al ritual, abriу un poco los ojos y mirу en torno suyo. Las figuras arrodilladas, la quieta luz de la lбmpara, la sombra donde los negros musitaban, hasta los objetos familiares que un rato antes le habнan parecido odiosos, adquirieron en un momento el color de sus emociones y la estancia volviу a ser un lugar agradable y acogedor. ЎNo olvidarнa jamбs aquel momento ni aquella escena!

Virgo fidelis —entonу su madre. Empezaba la letanнa de la Virgen y Scarlett respondiу obediente:

Ora pro nobis —mientras Ellen, con su suave voz de contralto, seguнa enumerando los atributos de la Madre de Dios.

Como siempre, desde su infancia, йste era para Scarlett el momento de sentir adoraciуn por Ellen, mбs aъn que por Nuestra Seсora. Podнa ser un pensamiento sacrilego, pero Scarlett veнa a travйs de sus ojos cerrados el rostro sereno de Ellen y no el de la Santa Virgen, mientras se repetнan las antiguas frases. Salus infirmorum... Refugiumpecatorum... Sedes sapientiae... Rosa mystica... Bellas palabras porque eran los atributos de Ellen. Pero aquella noche, a causa de la alteraciуn de su espнritu, Scarlett hallу en todo el ceremonial, en las palabras pronunciadas quedamente, en el murmullo de las respuestas, una belleza que superaba a todo cuanto habнa sentido anteriormente. Su corazуn se elevу a Dios en una sincera acciуn de gracias, porque ante sus pies se habнa abierto un sendero... que la apartaba de su pena y la conducнa derechamente a los brazos de Ashley.

Al sonar el ъltimo Amйn, todos se levantaron; un poco fatigosamente, Mamita consiguiу ponerse en pie, merced a los esfuerzos combinados de Teena y Rosa. Pork cogiу de la repisa de la chimenea una larga vela que acercу a la llama de la lбmpara y saliу al vestнbulo. Frente a la escalera habнa un aparador de nogal demasiado grande para el comedor y, sobre el estante superior, diferentes lбmparas y una larga hilera de velas en sus candelabros. Pork encendiу una lбmpara y tres velas y, con la pomposa dignidad de un primer chambelбn de palacio que acompaсa a los reyes a sus aposentos, iniciу el desfile por la escalera, llevando la luz en alto. Ellen le seguнa del brazo de Gerald y detrбs de ellos subieron las muchachas, cada una con un candelabro en la mano.

Scarlett entrу en su habitaciуn, colocу el candelabro sobre la cуmoda y buscу en el oscuro armario el vestido de baile que necesitaba arreglar. Se lo echу al brazo y cruzу silenciosamente el rellano. La puerta del dormitorio de sus padres estaba entornada y, antes de que tuviese tiempo de llamar, oyу la voz de Ellen, que decнa:

—Gerald, debes despedir a Jonnas Wilkerson.

Gerald exclamу:

—їDуnde voy a encontrar otro mayordomo que no me engaсe ni me robe en cuanto yo vuelva la espalda?

—Hay que despedirlo inmediatamente, maсana temprano. Big Sam es un buen hombre y puede ocupar ese puesto hasta que encuentres otro mayordomo.

—ЎAh, ah! —replicу Gerald—. Ya caigo. De modo que Jonnas es el padre...

—Es preciso despedirlo.

«їConque es el padre del chiquillo de Emmy Slattery? —pensу Scarlett—. ЎBah! їQuй se podнa esperar de un yanqui y de la hija de unos blancos pobretones? »

Despuйs de una pausa discreta, esperу a que Gerald terminase de murmurar y entonces llamу a la puerta y entregу el vestido a su madre.

Mientras Scarlett se desnudaba, y hasta que apagу la vela, decidiу su plan para el dнa siguiente hasta en sus ъltimos detalles. Era facilнsimo, porque, con la simplicidad de espнritu que habнa heredado de Gerald, sus ojos estaban fijos en la meta y pensaba sуlo en el medio mбs directo de alcanzarla.

Ante todo, serнa «orgullosa», como habнa ordenado Gerald. Desde el momento de su llegada a la fiesta de Doce Robles, se mostrarнa mбs alegre y mбs ingeniosa que nunca. Nadie sospecharнa que estaba apenada por la boda de Ashley con Melanie. Y coquetearнa con todos. Esto atormentarнa a Ashley y le atraerнa a ella. No desperdiciarнa a ninguno de los solteros, desde Frank Kennedy el del rubio bigote, que era el pretendiente de Suellen, hasta el tranquilo y tнmido Charles Hamilton, hermano de Melanie. Rondarнan a su alrededor como abejas en torno a una colmena. Y, seguramente, Ashley dejarнa a Melanie para unirse al enjambre de sus admiradores. Entonces, ella maniobrarнa para quedarse sola con йl, aunque fuese sуlo un minuto, alejados de la gente. Esperaba que todo saliese bien, pues de otra manera resultarнa muy difнcil. Si Ashley no daba el primer paso, lo darнa ella.

Cuando estuviesen finalmente solos, tendrнa йl aъn ante sus ojos el cuadro de los otros hombres revoloteando alrededor de Scarlett, se darнa cuenta de que todos la deseaban y la mirada triste y desesperada reaparecнa en sus ojos. Entonces ella le harнa nuevamente feliz dejбndole descubrir que, entre tantos enamorados, le preferнa a todos los hombres del mundo. Despuйs de haber admitido esto, modesta y dulcemente, le darнa a entender otras cosas. Comportбndose, claro es, en todo momento correctamente, como una seсorita. Cierto que no tenнa la intenciуn de decirle de pronto que le amaba, eso no. Pero era йste un detalle que no la preocupaba. En otras ocasiones habнa pasado por situaciones parecidas y podrнa hacerlo una vez mбs.

Ya en la cama, envuelta en la luz de la luna que la baсaba por completo, se imaginу toda la escena. Veнa la expresiуn de sorpresa y de felicidad que iluminarнa el rostro de Ashley en el momento en que comprendiese que ella le amaba, y oнa las palabras que le dirнa al pedirle que fuera su mujer.

Naturalmente, ella le responderнa que no podнa pensar en casarse con un hombre comprometido con otra, pero йl insistirнa y, finalmente, ella se dejarнa persuadir. Entonces decidirнan ir a Jonesboro aquella misma tarde y...

ЎOh! ЎLa noche siguiente, a aquella misma hora, serнa la seсora de Ashley Wilkes!

Sentada en la cama y abrazбndose las rodillas, feliz, por un momento fue la seсora Wilkes... ЎLa esposa de Ashley Wilkes! De repente sintiу frнo en el corazуn. їY si las cosas no sucediesen asн? їY si Ashley no le propusiera que se fugase con йl? Resuelta, desechу aquel pensamiento.

«No quiero pensar en eso —se dijo con firmeza—. Si lo hago, yo misma desbaratarй mi plan. No hay razуn para que las cosas no sucedan como deseo... si Ashley me ama. ЎY yo sй que me ama! »

Levantу la cabeza, y sus ojos, de largas y negras pestaсas, brillaron bajo la pбlida luz de la luna. Ellen no le habнa dicho nunca que desear y conseguir eran dos cosas distintas. La vida no le habнa enseсado que correr no siempre significa alcanzar. Permaneciу bajo la luz plateada forjando los proyectos que una chica de diecisйis aсos puede hacer cuando la vida ha sido siempre para ella tan agradable que una derrota parece imposible, y un vestido bonito y un bello rostro son armas para vencer al destino.



  

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