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Lo que el viento se llevу 2 страницаEntonces, el verano anterior, en un discurso polнtico que tuvo lugar en un robledal de Jonesboro, a los dos les llamу la atenciуn Scarlett O'Hara. La conocнan desde hacнa aсos; en su infancia habнa sido su compaсera favorita de juegos porque sabнa montar a caballo y trepar a los бrboles casi tan bien como ellos. Pero ahora, ante su gran asombro, vieron que se habнa convertido en una bella joven, la mбs encantadora del mundo entero. Se dieron cuenta por primera vez de la movilidad de sus verdes ojos, de lo profundos que resultaban los hoyuelos de sus mejillas cuando reнa, de lo diminutos que eran sus manos y sus pies y de lo esbelto que era su talle. Las ingeniosas salidas de los gemelos la hacнan prorrumpir en sonoras carcajadas, y, poseнdos del convencimiento de que los consideraba una pareja notable, ellos se superaron realmente. Fue aquйl un dнa memorable en la vida de los gemelos. Desde entonces, cuando hablaban de ello, se asombraban de que no se hubieran dado cuenta antes de los encantos de Scarlett. Nunca lograban dar con la exacta respuesta, y era йsta: que Scarlett decidiу aquel dнa conseguir que se diesen cuenta de sus referidos encantos. Era incapaz por naturaleza de soportar que ningъn hombre estuviera enamorado de otra mujer que no fuese ella, y simplemente el ver a Stuart y a India Wilkes durante el discurso fue demasiado para su temperamento de predadora. No contenta con Stuart, echу tambiйn las redes a Brent, y ello con una habilidad que los dominу a los dos. Ahora, ambos estaban enamorados de ella. India Wilkes y Letty Munroe, de Lovejoy, a quienes Brent habнa estado medio cortejando, se encontraban muy lejos de sus mentes. Quй harнa el vencido, si Scarlett daba el sн a uno de los dos, era cosa que los gemelos no se preguntaban. Ya se preocuparнan de ello cuando llegase la hora. Por el momento, se sentнan muy satisfechos de estar otra vez de acuerdo acerca de una muchacha, pues no existнa envidia entre ellos. Era una situaciуn que interesaba a los vecinos y disgustaba a su madre, a quien no le era simpбtica Scarlett. —Os vais a lucir si esa buena pieza se decide por uno de vosotros —observaba ella—. O tal vez os diga que sн a los dos, y entonces tendrнais que trasladaros a Utah, si es que los mormones os admiten, lo cual dudo mucho... Lo que mбs me molesta es que cualquier dнa os vais a pegar, celosos el uno del otro, por culpa de esa cнnica pйcora de ojos verdes, y os vais a matar. Aunque tal vez no fuese una mala idea, despuйs de todo. Desde el dнa del discurso, Stuart se habнa encontrado a disgusto en presencia de India. No era que йsta le reprochase ni le indicara siquiera con miradas o gestos que se habнa dado cuenta de su brusco cambio de afectos. Era demasiado seсora. Pero Stuart se sentнa culpable y molesto ante ella. Comprendiу que se habнa hecho querer y sabнa que India le querнa aъn; y sentнa, en el fondo del corazуn, que no se habнa portado como un caballero. Ella le seguнa gustando muchнsimo por su frнo dominio sobre sн misma, por su cultura y por todas las autйnticas cualidades que poseнa. Pero, Ўdemonio!, era tan incolora y tan poco interesante, tan monуtona en comparaciуn con el luminoso y variado atractivo de Scarlett. Con India siempre sabнa uno a quй atenerse, mientras que con Scarlett no se tenнa nunca la menor idea. No basta con saber entretener a un hombre, pero ello tiene su encanto. —Bueno, vamos a casa de Cade Calvert y cenaremos allн. Scarlett dijo que Cathleen habнa vuelto de Charleston. Tal vez tenga noticias de Fort Sumter que nosotros no conozcamos. —їCathleen? Te apuesto doble contra sencillo a que ni siquiera sabe que el fuerte estб en el muelle, y mucho menos que estaba lleno de yanquis hasta que fueron arrojados de allн. Esa no sabe nada mбs que los bailes a que asiste y los pretendientes que selecciona. —Bueno, pero es divertido oнrla charlar. Y es un sitio donde esconderse hasta que mamб se vaya a la cama. —ЎQuй diablo! Me gusta Cathleen; es entretenida, y me alegrarб saber de Caro Rhett y del resto de la gente de Charleston; pero que me condenen si soy capaz de aguantar otra comida sentado al lado de la yanqui de su madrastra. —No seas demasiado duro con ella, Stuart. Tiene buena intenciуn. —No soy duro con ella. Me inspira muchнsima lбstima, pero no me gusta la gente que me inspira compasiуn. Y se agita tanto de un lado para otro procurando hacer las cosas bien y darte la sensaciуn de que estбs en tu casa, que siempre se las arregla para decir y hacer precisamente lo peor. ЎMe pone nervioso! Y cree que los del Sur somos unos bбrbaros feroces. Siempre se lo estб diciendo a mamб. La tienen asustada los del Sur. Siempre que estamos con ella parece muerta de miedo. Me hace pensar en una gallina esquelйtica encaramada en una silla, con los ojos en blanco, brillantes y espantados, dispuesta a agitar las alas y a cacarear al menor movimiento que se haga. —Bueno, no debes censurarla. Le disparaste un tiro a la pierna a Cade. —Sн, pero estaba bebido; si no, no lo hubiera hecho —dijo Stuart—. Y Cade no me ha guardado nunca rencor, ni Cathleen, ni Raiford, ni el seсor Calvert. La ъnica que chillу fue esa madrastra yanqui, diciendo que yo era un bбrbaro feroz y que las personas decentes no estaban seguras entre los meridionales incultos. —No puedes echбrselo en cara. Es una yanqui y no tiene muy buenos modales; y, al fin y al cabo, le habнas soltado un balazo a Cade, y Cade es su hijastro. —ЎQuй diablo! Eso no es disculpa para insultarme. Tъ eres de la misma sangre de mamб y їse puso mamб asн aquella vez que Tony Fontaine te largу a ti un tiro en la pierna? No, se limitу a llamar al viejo doctor Fontaine para que vendase la herida, y le preguntу al mйdico por quй habнa errado el blanco Tony. Dijo que preveнa que la falta de entrenamiento iba a echar a perder la buena punterнa. Acuйrdate cуmo le indignу esto a Tony. Los dos muchachos prorrumpieron en carcajadas. —ЎMamб es admirable! —dijo Brent, con cariсosa aprobaciуn—. Siempre puedes contar con que ella harб lo mбs indicado y estar seguro de que no te pondrб en un apuro delante de la gente. —Sн, pero estarб dispuesta a ponernos en un apuro delante de papб y de las chicas, cuando lleguemos a casa esta noche —dijo Stuart con mal humor—. Mira, Brent, eso me hace presentir que ya no iremos a Europa. Ya sabes que mamб dijo que si nos expulsaban de otro colegio nos quedarнamos sin nuestro viaje alrededor del mundo. —Bueno, їy quй? Nos tiene sin cuidado, їno es verdad? їQuй hay que ver en Europa? Apostarнa a que esos extranjeros no nos iban a enseсar nada que no tengamos aquн en Georgia. Jugarнa que sus caballos no son tan rбpidos ni sus muchachas tan bonitas. Y estoy completamente seguro de que ellos no tienen un whisky de centeno que pueda compararse con el que hace papб. —Ashley Wilkes dice que no hay quien los iguale en decoraciones de teatro y en mъsica. A Ashley le gusta mucho Europa; siempre estб hablando de ella. —Sн, ya sabes cуmo son los Wilkes. Tienen la manнa de la mъsica, de los libros y del teatro. Mamб dice que es porque su abuelo vino de Virginia y que la gente de allб es muy aficionada a esas cosas. —Buen provecho les haga. A mн dame un buen caballo que montar, un buen vino que beber, una buena muchacha que cortejar y una mala para divertirme, y que se queden ellos con su Europa. їQuй nos importa perder el viaje? Suponte que estuviйramos en Europa, ahora que va a estallar aquн la guerra. No podrнamos volver a tiempo. Me interesa mucho mбs ir a la guerra que ir a Europa. —Lo mismo me pasa a mн. Algъn dнa... Mira, Brent, ya sй adonde podemos ir a cenar. Crucemos el pantano en direcciуn a la hacienda de Able Wynder. Le diremos que estamos otra vez los cuatro en casa dispuestos a hacer la instrucciуn. —Es una buena idea —exclamу Brent, entusiasmado—. Y nos enteramos de las noticias del Ejйrcito y del color que han adoptado al fin para los uniformes. —Si es el de zuavo, prefiero cualquier cosa a alistarme con ellos. Me iba a sentir como un monigote con esos pantalones bombachos encarnados. Esos calzones de franela roja me parecen de seсorita. —їPiensan ir a la hacienda del seсor Wynder? Si van, no cenarбn muy bien —dijo Teems—. Se les muriу la cocinera y no han comprado otra. Han puesto a guisar a una de las trabajadoras del campo, y me han dicho los negros que es la peor cocinera del Estado. —ЎDios mнo! їPor quй no compran otra? —їCуmo van a poder esos blancos pobretones comprar ningъn negro? No han tenido nunca mбs de cuatro. Habнa franco desprecio en la voz de Jeems. Su propia categorнa social estaba asegurada porque los Tarleton poseнan un centenar de negros, y, como todos los esclavos de los grandes hacendados, despreciaban a los modestos labradores que no podнan tener tantos. —ЎTe voy a hacer azotar por decir eso! —exclamу Stuart con orgullo—. No vuelvas a llamar a Able Wynder blanco pobretуn. Verdad es que es pobre, pero no es un cualquiera: que me condene si hay alguien, blanco o negro, jque pueda compararse con йl. No hay hombre mejor que йl en todo el condado. Y, si no, їcуmo iba a haberle elegido teniente la Milicia? —Nunca lo hubiera creнdo, mi amo —replicу Jeems, impertйrrito despuйs de la riсa de su seсor—. Yo creн que elegirнan a los oficiales entre la gente rica y nunca a esos pobretones de los pantanos. —No es un pobretуn. їCуmo se te ocurre compararle con gente como los Slattery? Йsos sн que son unos blancos pobretones. Able no es rico, sencillamente. Es un modesto hacendado, no un gran terrateniente, y puesto que los muchachos le consideran con suficiente talla para nombrarle teniente, no tiene por quй hablar de йl descaradamente un negro cualquiera. La Milicia sabe lo que hace. La milicia de caballerнa habнa sido organizada tres meses antes, el mismo dнa que Georgia se separу de la Uniуn, y desde entonces los reclutas se venнan preparando para la guerra. El batallуn carecнa de nombre aъn, aunque no por falta de sugerencias. Todos tenнan su idea sobre el asunto y no se sentнan dispuestos a abandonarla, de igual modo que todos tenнan su idea sobre el color y el corte de los uniformes. «Los gatos monteses de Clayton», «Los devoradores de fuego», «Los hъsares de Georgia del Norte», «Los zuavos», «Los rifles del interior» (aunque la Milicia iba a ser equipada con pistolas, sables y cuchillos de monte, y no con rifles), «Los Clayton grises», «Los rayos y truenos», «Los rudos y preparados», y otros muchos por el estilo. Mientras se decidнa este asunto, todo el mundo, al referirse a la organizaciуn, la llamaba la «Milicia», y, a pesar del muy sonoro nombre que fue adoptado finalmente, toda la vida se la conociу por la «Milicia». Los oficiales eran elegidos entre los propios miembros, porque nadie en el condado tenнa la menor experiencia militar, excepto algunos veteranos de las guerras de Mйxico y la de los Seminуlas[2], y ademбs la Milicia hubiera rechazado como jefe a un veterano si no le hubiera querido y apreciado personalmente. Todo el mundo querнa a los cuatro chicos Tarleton y a los tres Fontaine; pero, sintiйndolo mucho, se negaron a elegirlos porque los primeros se excitaban fбcilmente con la bebida y eran demasiado aficionados a la jarana, y, en cuanto a los Fontaine, tenнan un temperamento demasiado vivo y sanguinario. Fue elegido capitбn Ashley Wilkes, porque era el mejor jinete del condado y porque se confiaba en su carбcter frнo para mantener cierta apariencia de orden. Fue nombrado primer teniente Raiford Calvert, porque todo el mundo querнa a Raif, y Able Wynder, el hijo de un trampero del pantano y a su vez modesto hacendado, fue elegido segundo teniente. Able era un gigante astuto y serio, inculto, de buen corazуn, de mбs edad que los otros muchachos y de tan buenos o mejores modales que ellos con las seсoras. No habнa muchos en la Milicia que pudieran presumir de aristуcratas. Los padres y abuelos de muchos de ellos habнan alcanzado la fortuna desde la clase de modestos granjeros. Ademбs, Able era la mejor escopeta de la Milicia, un magnнfico tirador capaz de vaciar un ojo a una ardilla a una distancia de setenta metros; y sabнa mucho de la vida al aire libre: encender fuego bajo la lluvia, rastrear animales y encontrar agua. La Milicia se inclinaba ante el verdadero mйrito, y, como ademбs de todo esto le querнan, eligiйronle oficial. Recibiу el honor gravemente y sin engreнrse, como si le fuera debido. Pero las seсoras de los grandes hacendados y los esclavos de los mismos no podнan soportar el hecho de que no hubiera nacido noble, aunque a esto no le concediesen importancia los hombres. Al principio, la Milicia habнa sido reclutada tan sуlo entre los hijos de los hacendados y la gente acomodada, teniendo que aportar cada uno su caballo, armas, equipo, uniforme y asistente. Pero los ricos hacendados eran pocos en el nuevo condado de Clayton, y para poder reunir una milicia poderosa habнa sido necesario alistar mбs reclutas entre los hijos de los modestos granjeros, cazadores, tramperos, canteros y, en casos excepcionales, hasta entre los blancos pobres, si estaban por encima del nivel medio de los de su clase. Estos ъltimos jуvenes se sentнan tan deseosos de luchar contra los yanquis como sus vecinos ricos; pero se planteу la delicada cuestiуn del dinero. Pocos son los pequeсos labradores que tienen caballos. Hacen las faenas de la granja con muнas y no suelen tener mбs que las absolutamente necesarias, rara vez mбs de cuatro. No podнan prescindir de las muнas para darlas al Ejйrcito y eso en el caso de que la Milicia las hubiera aceptado, cosa que no ocurriу. En cuanto a los blancos pobres, se consideraban potentados si tenнan una mula. Los habitantes de los bosques y de los pantanos no poseen ni caballos ni muнas. Viven exclusivamente del producto de sus tierras y de la caza en el pantano, atendiendo a sus necesidades por el sistema del cambio de artнculos, pues no ven una moneda de cinco dуlares al cabo del aсo, y caballos y uniformes se hallan fuera de su alcance. Pero eran tan salvajemente orgullosos en su miseria como los hacendados en su opulencia, y no hubieran aceptado de sus ricos vecinos nada que pudiera tener apariencia de limosna. Asн, para no herir los sentimientos de nadie y conseguir formar una poderosa milicia, el padre de Scarlett, John Wilkes, Buck Munroe, Jim Tarleton, Hugh Calvert y, en fin, todos los ricos hacendados del condado, con la ъnica excepciуn de Angus Macintosh, habнan aportado el dinero para equipar enteramente a la Milicia de caballos y hombres. El resultado del acuerdo fue que cada hacendado consintiу en pagar para equipar a sus hijos y a cierto nъmero de muchachos mбs, pero se hizo en tal forma que los menos afortunados pudieron aceptar caballos y uniformes sin menoscabo de su dignidad. La Milicia se reunнa dos veces por semana en Jonesboro para hacer la instrucciуn y rezar por el pronto estallido de la guerra. Todavнa no habнan terminado las gestiones para conseguir el cupo completo de caballos, pero quienes los tenнan realizaban lo que ellos creнan maniobras de caballerнa en un campo, detrбs de la Audiencia; levantaban grandes nubes de polvo, se gritaban unos a otros con voz ronca y blandнan las espadas de la Guerra de Independencia cogidas de la panoplia del salуn. Los que no tenнan aъn caballos se sentaban al borde de la acera, delante del almacйn de Bullard y contemplando a sus compaсeros masticaban tabaco y contaban cuentos. Y tambiйn organizaban partidas de tiro al blanco. No habнa necesidad de enseсar a tirar a ninguno de los hombres. La mayorнa de los meridionales nacen con un fusil en la mano, y el pasarse la vida cazando les ha hecho a todos tiradores. De las casas de las plantaciones y de las cabaсas del pantano llegaba para cada revista un variado surtido de armas de fuego. Veнanse allн largos fusiles que habнan sido nuevos cuando los montes Alleghenies fueron cruzados por primera vez, antiguallas que se cargaban por la boca y que habнan despachado a mбs de un indio, reciйn creado el Estado de Georgia; pistolas de arzуn que habнan prestado servicio en 1812, en las guerras de los Seminуlas y de Mйxico, pistolas de desafнo montadas en plata, derringers de bolsillo, escopetas de caza de dos caсones y magnнficos rifles ingleses, nuevos, fabricados con relucientes culatas de maderas finas. La instrucciуn terminaba siempre en los salones de Jonesboro, y al caer la noche habнan estallado tantas disputas que a los oficiales les era difнcil evitar los accidentes sangrientos en espera de que se los ocasionasen los yanquis. Fue en uno de aquellos alborotos donde Stuart Tarleton hiriу a Cade Calvert y Tony Fontaine a Brent. Los gemelos acababan de llegar a casa reciйn expulsados de la Universidad de Virginia, cuando se estaba organizando la Milicia, y se habнan incorporado a ella con entusiasmo; pero despuйs del episodio del tiro, hacнa dos meses, su madre los mandу a la Universidad del Estado, con уrdenes categуricas de permanecer allн. Habнan echado mucho de menos la animaciуn del ejercicio militar y daban por bien perdidos sus estudios con tal de volver a cabalgar, a gritar y a disparar rifles. —Bueno, atajemos a campo traviesa para ir a casa de Able —sugiriу Brent—. Podemos ir cruzando el vado del seсor O'Hara y los pastos de los Fontaine y estar allн en un momento. —No vamos a conseguir para comer mбs que zarigьeya y verduras —argьyу Jeems. —Tъ no vas a conseguir nada —gruсу Stuart—, porque vas a irte a casa a decir a mamб que no iremos a cenar. —ЎNo, yo no! —protestу Jeems alarmado—. Yo no. No me hace gracia que la seсora Beatrice me vuelva a castigar. Lo primero, me va a preguntar cуmo se las han arreglado ustedes para que los echen otra vez, y despuйs por quй no los he llevado a casa esta noche para que pudiera zurrarlos. Ademбs me va a sacudir de lo lindo, como a una estera vieja, y voy a ser yo el que pague por todos. Si no me llevan ustedes a casa del seсor Wynder me quedarй al sereno en el bosque toda la noche, y puede que me cojan las brujas; al fin y al cabo, prefiero que me cojan las brujas a que me coja la seсora Beatrice cuando estб enfadada. Los gemelos le miraron perplejos e indignados. —Es tan loco que es capaz de dejarse llevar por las brujas; y eso proporcionarб a mamб tema de conversaciуn para unas semanas. Te aseguro que los negros son un estorbo. Algunas veces pienso que los abolicionistas tienen razуn. —Realmente, no serнa justo hacerle enfrentarse a Jeems con lo que a nosotros nos asusta. Bueno, vamos a tener que llevarle con nosotros. Pero, mira, negro loco y descarado, si empiezas a presumir con los negros de Wynder y a hacer alusiones a que nosotros comemos siempre pollo asado y jamуn, mientras ellos sуlo tienen conejo y zarigьeya, yo... yo se lo dirй a mamб. Y no te dejaremos ir a la guerra con nosotros. —їPresumir? їPresumir yo con esos negros baratos? No, mi amo, tengo mejores modales. їNo me ha enseсado educaciуn la seсora Beatrice como a ustedes? —Pues no se ha lucido con ninguno de los tres —dijo Stuart—. En marcha, vamos de prisa. Se echу hacia atrбs en su alto caballo jaro, y, picando espuelas, le hizo saltar con agilidad la valla que separaba el prado de la plantaciуn de Gerald O'Hara. El caballo de Brent le siguiу, y luego, el de Jeems, con йste aferrado a las crines y al pomo de la silla. A Jeems no le gustaba saltar vallas, pero las habнa saltado mбs altas que aquйlla para seguir a sus amos. Mientras buscaban su camino a travйs de los surcos rojizos, en medio de la creciente oscuridad, desde la falda de la colina hasta llegar al vado, Brent gritу: —ЎOye, Stu! їNo te parece que Scarlett podнa habernos convidado a cenar? —Sigo pensando que sн —gritу Stuart—. їPor quй crees tъ...? Cuando los gemelos dejaron a Scarlett de pie en el porche de Tara y se hubo extinguido el ъltimo eco de los rбpidos cascos, ella volviу a su asiento como una sonбmbula. Sentнa su rostro como rнgido por el dolor, y su boca verdaderamente dolorida de tanto dilatarla a disgusto en sonrisas forzadas para evitar que los gemelos se enterasen de su secreto. Se sentу abrumada, en descuidada postura, con el corazуn rebosante de amargura, como si no le cupiera en el pecho. Le latнa con extraсas y leves sacudidas; sus manos estaban frнas, y se sentнa oprimida por la sensaciуn de un desastre. Habнa dolor y asombro en su expresiуn, el asombro de una niсa mimada que siempre ha tenido todo cuanto quiere y que ahora, por primera vez, se ve en contacto con la parte desagradable de la vida. ЎCasarse Ashley con Melanie Hamilton! ЎOh, no podнa ser verdad! ЎLos gemelos estaban equivocados! ЎLe habнan gastado una de sus bromas! Ashley no podнa estar enamorado de ella. Nadie podнa estarlo de una personilla tan ratonil como Melanie. Scarlett recordу con disgusto la delgada figura infantil, la cara seria en forma de corazуn e inexpresiva casi hasta la fealdad. Y Ashley llevaba varios meses sin verla. Йl no habнa estado en Atlanta mбs de dos veces desde la recepciуn que habнa dado el aсo anterior en Doce Robles. No, Ashley no podнa estar enamorado de Melanie porque —Ўoh, era imposible que se equivocase! —, Ўporque estaba enamorado de ella! Era a ella, a Scarlett, a quien йl amaba. ЎLo sabнa, sн! Scarlett oyу los pesados pasos de Mamita que hacнan retemblar el piso del vestнbulo, se apresurу a adoptar una postura natural y procurу dar a su rostro una expresiуn mбs apacible. No querнa que nadie sospechase que algo no marchaba bien. Mamita creнa poseer a los O'Hara en cuerpo y alma, y que sus secretos eran los suyos; y el menor asomo de secreto bastaba para ponerla sobre la pista, implacable como un sabueso. Scarlett lo sabнa por experiencia; si la curiosidad de Mamita no quedaba satisfecha, pondrнa en seguida al corriente del asunto a Ellen, y entonces Scarlett no tendrнa mбs remedio que contбrselo todo a su madre o inventar alguna mentira aceptable. Mamita llegу del vestнbulo. Era una mujer enorme, con ojillos penetrantes de elefante. Una negra reluciente, africana pura, devota de los O'Hara hasta dar por ellos la ъltima gota de su sangre; la mano derecha de Ellen, la desesperaciуn de sus tres hijas y el terror de los demбs criados de la casa. Mamita era negra, pero su regla de conducta y su orgullo eran tan elevados como los de sus amos. Se habнa criado con Solange Robillard, la madre de Ellen, una francesa distinguida, frнa, estirada, que no perdonaba ni a sus hijos ni a sus criados el justo castigo por la menor ofensa al decoro. Habнa sido nodriza de Ellen, viniйndose con ella de Savannah a las tierras altas cuando se casу. Mamita castigaba a quienes querнa. Y como a Scarlett la querнa muchнsimo y estaba enormemente orgullosa de ella, la serie de castigos no tenнa fin. —їSe han marchado esos seсores? їCуmo no los ha convidado a cenar, seсorita Scarlett? Le dije a Poke que pusiera plato para ellos. їEs йsa su educaciуn? —ЎOh! Estaba tan cansada de oнrlos hablar de la guerra que no hubiera podido soportarlo la comida entera, y menos con papб vociferando sobre el seсor Lincoln. —No tiene usted mejores maneras que cualquiera de las criadas. ЎDespuйs de lo que la seсora Ellen y yo hemos luchado con usted! їY estб usted aquн sin un chai? ЎCon el relente que hace! їNo le he dicho y repetido que se cogen fiebres por estar sentada al relente de la noche sin nada sobre los hombros? ЎMйtase en casa, seсorita Scarlett! —No; quiero estar sentada aquн contemplando la puesta de sol. ЎEs tan hermosa! Por favor, corre y trбeme un chai, Mamita. Estarй aquн sentada hasta que llegue papб. —Me parece, por la voz, que estб usted resfriбndose —dijo Mamita, recelosa. —Pues no es verdad —replicу Scarlett, impaciente—. Anda, trбeme mi chai. Mamita volviу al vestнbulo, con sus andares de pato, y Scarlett la oyу llamar en voz baja desde el pie de la escalera a una de las criadas del piso de arriba. —ЎTъ, Rose, йchame el chai de la seсorita Scarlett! —Y luego mбs alto—: ЎDichosas negras! Nunca estбn donde deben. Ahora voy a tener que subir yo a buscarlo. Scarlett oyу crujir los peldaсos y se levantу sin hacer ruido. Cuando Mamita volviese, reanudarнa su sermуn sobre la falta de hospitalidad de Scarlett, y йsta sentнa que no podrнa aguantar la charla sobre un asunto tan trivial cuando le estallaba el corazуn. Mientras permanecнa en pie, vacilante, pensando dуnde podrнa esconderse hasta que el dolor de su pecho se hubiera calmado algo, se le ocurriу una idea que fue como un rayo de esperanza. Su padre habнa ido aquella tarde a caballo a Doce Robles, la plantaciуn de Wilkes, para proponerle la compra de Dilcey, la obesa esposa de su criado Pork. Dilcey era el ama de llaves y mujer de confianza de Doce Robles, y desde que, hacнa seis meses, se habнa casado con Pork, йste habнa mareado a su amo dнa y noche para que comprase a Dilcey, y que pudieran asн vivir los dos en la misma plantaciуn. Y, esa tarde, Gerald, agotada ya su resistencia, saliу a proponer una oferta por Dilcey. «Seguramente —pensу Scarlett—, papб se enterarб si es cierta esa horrible historia. Aunque realmente no oiga nada esta tarde, acaso note algo, tal vez perciba alguna agitaciуn en la familia Wilkes. Si yo pudiera verle a solas antes de cenar, quizб conseguirнa averiguar la verdad. Serб una de las odiosas bromas de los gemelos. » Era ya la hora de que volviese Gerald, y si querнa verle a solas no tenнa mбs remedio que esperar allн donde el sendero desembocaba en la carretera. Bajу despacio los escalones del porche, mirando con cuidado por encima de su hombro para estar segura de que Mamita no la estaba observando desde las ventanas del piso de arriba. Viendo que ningъn rostro negro, tocado con cofia blanca como la nieve, atisbaba, inquisitivo, detrбs de los descorridos visillos, se recogiу valientemente las floreadas y verdes faldas y corriу camino abajo, hacia la carretera, tan velozmente como sus pequeсas y elegantes chinelas, atadas con cintas, se lo permitieron. Los oscuros cedros que crecнan a ambos lados del enarenado camino formaban un arco sobre su cabeza, convirtiendo la larga avenida en sombrнo tъnel. Tan pronto como estuvo debajo de los nudosos brazos de los cedros, comprendiу que se hallaba a salvo de la curiosidad de los de la casa y aflojу su rбpido paso. Estaba jadeante porque llevaba el corsй demasiado apretado para permitirle correr muy de prisa, pero caminaba rбpidamente. Pronto llegу al final del camino y a la carretera, pero no se detuvo hasta dar vuelta a un recodo que dejaba un bosquecillo entre ella y la casa. Sofocada, anhelante la respiraciуn, se sentу en un tocуn a esperar a su padre. Habнa pasado ya la hora de su regreso, pero Scarlett se alegraba de aquel retraso. La demora le darнa tiempo a calmar su respiraciуn y a tranquilizar su rostro para no despertar sospechas. A cada momento esperaba oнr el ruido de los cascos de su caballo y verle aparecer galopando a la velocidad acostumbrada, como si quisiera romperse la cabeza. Pero se deslizaban los minutos sin que Gerald llegase. Miraba ella a lo lejos buscбndole, sintiendo renacer la angustia de su corazуn. «ЎOh, no puede ser verdad! —pensу—. їPor quй no viene? » Sus miradas seguнan el sinuoso camino, de un rojo de sangre ahora, despuйs de la lluvia matinal. Seguнale imaginariamente en su carrera mientras cabalgaba colina abajo hasta el perezoso rнo Flint, a travйs de los intrincados vados pantanosos y, luego, subiendo la colina inmediata a Doce Robles donde Ashley vivнa. Йste era todo el camino que los separaba ahora, un camino que conducнa a Ashley, a la hermosa casa de blancas columnas que como un templo griego coronaba la colina. «ЎOh, Ashley, Ashley! », pensaba, y su corazуn latнa aceleradamente. Se habнa disipado en parte la frнa sensaciуn de catбstrofe que la oprimiera desde que los gemelos Tarleton le habнan contado sus murmuraciones, y en su lugar se insinuaba la fiebre que venнa padeciendo desde hacнa dos aсos. Le parecнa extraсo ahora que, mientras se hacнa mujer, Ashley no la atrajera nunca demasiado. En los dнas de su infancia le habнa visto ir y venir sin concederle nunca un pensamiento. Pero hacнa tres aсos, Ashley, reciйn llegado a su casa de un gran viaje de tres aсos por Europa, habнa ido a visitarla, y desde aquel dнa le amaba. Era asн de sencilla la cosa. Estaba ella delante del porche, y йl habнa llegado a caballo por la larga avenida, vestido de fino paсo gris, con una corbata ancha que resaltaba a la perfecciуn sobre su rizada camisa. Aun ahora, podнa recordar Scarlett cada detalle de su indumentaria; lo relucientes que estaban sus botas, la cabeza de Medusa en camafeo de su alfiler de corbata, el ancho panamб que se quitу rбpidamente al verla. Se apeу, entregу las riendas a un negrito y se quedу mirбndola. Sus soсolientos ojos grises sonreнan y el sol brillaba de tal modo sobre su rubio cabello que parecнa un casco de reluciente plata. Y dijo: «їDe modo que ya estбs hecha una mujer, Scarlett? » Y subiendo ligero los escalones, le habнa besado la mano. ЎY su voz! Nunca podrнa olvidar el salto que dio su corazуn cuando la oyу como si fuese por primera vez, lenta, sonora, musical. Desde aquel mismo instante, йl le habнa sido preciso, tan sencilla e irrazonablemente como le eran precisos la comida para alimentarse, los caballos para cabalgar y un suave lecho para su reposo. Durante dos aсos habнala escoltado por toda la comarca, en bailes, fritadas, meriendas campestres y sesiones en la Audiencia; nunca con tanta frecuencia como los gemelos Tarleton o Cade Calvert, nunca tan pesado como los jуvenes Fontaine; pero, asн y todo, no transcurrнa jamбs una semana sin que Ashley fuera de visita a Tara.
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