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Lo que el viento se llevу 8 страница



—Encantadora prole, seсora —dijo galantemente Gerald, poniendo su caballo al costado del coche—. Pero no podrбn superar a su madre.

La seсora Tarleton volviу sus negros ojos y se mordiу el labio inferior en un burlesco agradecimiento, y las muchachas exclamaron:

—ЎMamб, deja de coquetear, o se lo diremos a papб! Le aseguramos, seсor O'Hara, que no nos da ni una sola oportunidad en cuanto hay un buen mozo alrededor.

Scarlett riу con las demбs esta broma; pero, como siempre, le extraсaba la libertad con que las Tarleton trataban a su madre. Lo hacнan cual si fuera una joven como ellas y no tuviese mбs de diecisйis aсos. Para Scarlett, la sola idea de poder decir algo semejante a su madre le parecнa un sacrilegio. Y, sin embargo..., sin embargo habнa algo muy agradable en las relaciones de las muchachas Tarleton con su madre, y la adoraban aunque la criticasen, la riсesen e incluso le gritasen.

No era que ella prefiriese una madre como la seсora Tarleton, se apresurу a decirse lealmente a sн misma, pero debнa ser mбs divertido bromear asн con una madre. Sabнa que este pensamiento era irrespetuoso para Ellen y se avergonzу. Estaba segura de que ningъn pensamiento tan penoso habнa turbado nunca los cerebros de las cuatro pelirrojas del coche, y, como siempre, cuando se sentнa diferente de sus vecinas la invadнa una irritante confusiуn.

Por бgil que fuera su mente, no estaba hecha para el anбlisis; pero pudo darse cuenta de que si bien las muchachas Tarleton eran desordenadas como potros y turbulentas como jumentos en marzo; tenнan un despreocupado atrevimiento que era hereditario. Tanto por parte de su padre como de su madre, eran georgianas del Norte, posteriores tan sуlo en una generaciуn a los colonizadores. Estaban seguras de sн mismas y de lo que las rodeaba. Sabнan instintivamente lo que debнan hacer, como los Wilkes, aunque de manera completamente distinta; en ellas no habнa aquellos conflictos que frecuentemente agitaban el sueсo de Scarlett, en quien la sangre de una aristуcrata de la costa se mezclaba con la de un campesino irlandйs pequeсo y rudo.

Scarlett querнa respetar y adorar a su madre como a un нdolo, pero tambiйn le hubiera gustado revolverle el pelo y bromear con ella. Sabнa que era necesario hacer una cosa u otra. Era el mismo conflicto emotivo que le hacнa desear aparecer como una dama delicada y aristocrбtica ante los jуvenes y ser al mismo tiempo una descarada que no sintiese el menor escrъpulo ante un beso.

—їDуnde estб Ellen esta maсana? —preguntу la seсora Tarleton.

—Hemos despedido a nuestro mayordomo y Ellen se ha quedado en casa para ajustar con йl las cuentas. їY su marido y los muchachos?

—ЎOh! Salieron a caballo para Doce Robles hace ya mucho tiempo, para probar el ponche y ver si estб bastante fuerte, Ўcomo si no hubiera tiempo hasta maсana para eso! Rogarй a John Wilkes que les dй hospitalidad esta noche, aunque tenga que meterlos en la cuadra. Cinco hombres borrachos son demasiados para mн. Hasta tres lo llevo bien, pero...

Gerald la interrumpiу rбpidamente para cambiar de tema, Sentнa murmurar a sus hijas a sus espaldas, recordando en quй condiciones habнa vuelto a su casa el otoсo pasado de la barbacoa de los Wilkes.

—їCуmo no viene usted hoy a caballo, seсora Tarleton? No me parecнa usted la misma sin Nellie. Usted es un estйntor...

—ЎUn estйntor! ЎQuй ignorante es usted! —exclamу la seсora Tarleton, remedando su acento—. Querrб usted decir un centauro. Estйntor era un hombre que tenнa una voz como un batintнn de bronce.

—Estйntor o centauro, es lo mismo —respondiу Gerald, sin desconcertarse por su error—. Ademбs, tiene usted tambiйn la voz como un batintнn de bronce cuando llama a sus perros en las cacerнas.

—Eso estб bien, mamб —dijo Hetty—. Ya te he dicho que aullas como un comanche en cuanto ves un zorro.

—Pero no tan fuerte como aullas tъ cuando te lavo las orejas —rebatiу la seсora Tarleton—. ЎY tienes diecisйis aсos! En cuanto a no montar hoy, es porque Nellie ha estado de parto esta maсana.

—їDe verdad? —exclamу Gerald, realmente interesado y brillantes los ojos, en su pasiуn irlandesa por los caballos.

Scarlett se sintiу nuevamente extraсada, comparando a su madre con la seсora Tarleton. Para Ellen, ni jumentos ni yeguas estaban nunca de parto. En realidad, apenas si las gallinas ponнan huevos. Ellen silenciaba por completo aquellos asuntos. Pero la Tarleton no empleaba tales reticencias.

—їUna potranca?

—No, un gracioso y futuro semental, con unas patas de dos metros de largo. Tiene que venir a verlo, seсor O'Hara. Es un verdadero caballo Tarleton. Rojo como los rizos de Hetty.

—Y tiene tambiйn la mirada de Hetty —aсadiу Camilla; y desapareciу gritando en medio de un remolino de faldas, corpinos y cabellos que se agitaban, mientras Hetty, enfadada, empezaba a pellizcarla.

—Mis potrancas estбn excitadas esta maсana —replicу la seсora Tarleton—. Han empezado a ponerse impacientes desde que supimos la noticia del noviazgo de Ashley con esa primita suya de Atlanta. їCуmo se llama? їMelanie? Dios la bendiga, es una criatura preciosa, pero no consigo nunca acordarme de su nombre ni de su cara. Nuestra cocinera es la mujer del mayordomo de los Wilkes y ayer йste llevу a casa la noticia de que esta noche se anunciarб el noviazgo; y la cocinera nos lo ha dicho esta maсana. Como le digo, las muchachas estбn muy excitadas; no comprendo por quй. Todos sabemos desde hace aсos que Ashley querнa casarse con ella, si no se casaba con una de sus primas Burr, de Macуn. Lo mismo que Honey Wilkes, que va a casarse con Charles, el hermano de Melanie. Dнgame una cosa, seсor O'Hara, їes ilegal para los Wilkes casarse fuera de su familia? Porque si...

Scarlett no oyу el resto de la frase y de las carcajadas. Por un breve momento tuvo la impresiуn de que el sol habнa desaparecido detrбs de una densa nube, dejando al mundo en sombras y sin color a las cosas. El fresco follaje verde se volviу pбlido y el manzano silvestre, de un rojo tan bello momentos antes, lъgubre y mortecino. Scarlett clavу las uсas en el cuero del asiento y su quitasol vacilу un instante. Una cosa era saber que Ashley estaba prometido y otra oнr hablar de ello a la gente con tanta naturalidad. Sin embargo, pronto recobrу su бnimo; el sol reapareciу y el paisaje volviу a ser brillante y alegre. Sabнa que Ashley la amaba. Esto era seguro. Sonriу al pensar en la sorpresa de la seсora Tarleton, cuando por la noche no se anunciara ningъn compromiso y, mбs aъn, cuando anunciasen una fuga en su lugar. Cуmo hablarнa a sus vecinos del aire inocente con que Scarlett habнa escuchado los discursos sobre Melanie, cuando al mismo tiempo ella y Ashley... Hundiуse nuevamente en sus pensamientos, y Hetty, que estaba observando con curiosidad el efecto de las palabras de su madre, se dejу caer sobre los almohadones con un mohнn de leve perplejidad.

—No me importa lo que usted dice, seсor O'Hara —prosiguiу enfбticamente la seсora Tarleton—. Estos matrimonios entre primos son una mala cosa. No es suficiente error que Ashley se case con la hija de Hamilton, sino que van a casar a Honey con ese Charles pбlido y seco. —Honey no atraparб a ninguno si no se casa con Charles —dijo Randa, cruel y segura de su propia popularidad—. No ha tenido nunca ningъn pretendiente. Y йl no ha estado nunca enamorado de ella, aunque sean novios. їTe acuerdas, Scarlett, cуmo te rondaba las ъltimas Navidades...?

—No seas charlatana, niсa —dijo su madre—. Los primos no se deberнan casar nunca entre ellos, ni aun los primos segundos. La sangre se debilita. No sucede como con los caballos. Podйis aparear una yegua con su hermano o un potro con su hermana y obtendrйis bue nos resultados, si conocйis la raza, pero entre la gente la cosa es dis tinta. Se podrбn obtener buenas apariencias, quizб, pero vigor no. —ЎEn esto, seсora, no estoy de acuerdo con usted! їPodrнa citarme gente mejor que los Wilkes? Y se han casado siempre entre ellos desde que Brian Born era un chiquillo.

—Pues ya es hora de que cesen, porque empiezan a notarse los resultados. ЎOh, no lo digo por Ashley, que es un guapo muchacho, aunque tambiйn йl...! Pero mire a esas dos muchachas paliduchas. ЎPobrecitas! Chicas monas, naturalmente, Ўpero tan pбlidas! Mire tambiйn a la pequeсa Melanie. Delgada como una caсa y tan delicada que un soplo de aire se la llevarнa, y sin pizca de gracia. No sabe nada de nada. «Sн seсora», «ЎNo seсora! » es todo lo que sabe decir. їMe comprenden ustedes? Esa familia necesita sangre nueva, sangre fina y vigorosa, como la de mis niсas o la de Scarlett. їMe comprenden? Los Wilkes son buenas gentes a su manera y ya saben que yo los aprecio, Ўpero seamos francos! Estбn demasiado educados y son tambiйn poco naturales, їno le parece? Tendrбn buena figura a caballo en una carretera seca y limpia, pero fнjese en lo que digo: no creo que los Wilkes puedan galopar por un camino enfangado. Me parece que carecen de energнa y sostengo que no son capaces de superar los obstбculos que puedan presentбrseles. Animales que tienen necesidad del buen clima. ЎA mн denme un buen caballo que corra con cualquier tiempo! Sus matrimonios consanguнneos los han hecho diferentes de los que los rodean. ЎSiempre enredando en el piano o atiborrбndose la cabeza de libros! Apuesto a que Ashley prefiere leer a cazar. ЎSн, lo creo sinceramente, seсor O'Hara! Y mire los huesos de esa gente. Demasiado endebles. Necesitan yeguas y sementales vigorosos...

—ЎAh..., ejem. J —hizo improvisadamente Gerald, dбndose cuenta de que esta conversaciуn, que para йl era adecuada e interesante, no le habrнa parecido asн a Ellen. Realmente, ella no lo perdonarнa nunca de haber sabido que exponнa a sus hijas a unas conversaciones tan libres. Pero la seсora Tarleton era, como de costumbre, sorda a cualquier otra idea cuando se engolfaba en su tema favorito: la crianza, ya fuese de hombres o de caballos.

—Sй lo que digo, porque tengo varios primos casados entre ellos, y le aseguro que sus hijos nacieron todos con los ojos saltones como sapos. ЎPobres criaturas! Y, cuando mi familia quiso que yo me casara con un primo segundo, me encabritй como un potro. Dije: «No, mamб. Eso no es para mн. Mis hijos habrбn de tener cascos y buena alzada. » Mamб se desmayу oyйndome hablar de caballos, pero yo permanecн firme y mi abuela me sostuvo. Ella era muy ducha en la cria de caballos y dijo que tenнa razуn. ЎMe ayudу a huir con el seсor Tarleton! ЎY mire a mis hijos! Grandes y sanos, sin padecer nunca un constipado, aunque Boyd no mide mбs que un metro setenta y cinco. En cambio, los Wilkes…

—No es que quiera cambiar de tema, seсora... —interrumpiу Gerald, que habнa observado la mirada de asombro de Carreen y la бvida curiosidad que se pintaba en el rostro de Suellen, y temнa que al volver a casa pudiesen hacer a Ellen preguntas embarazosas, que revelarнan lo mal que йl cuidaba de sus hijas. Notу, complacido, que su gatita parecнa pensar en otra cosa, como correspondнa a una seсorita. Hetty vino en su ayuda.

—ЎPor Dios, mamб, vamonos! —exclamу, impaciente—. Hace un sol que quema y siento que me estбn saliendo ya pecas en el cuello.

—Un momento, seсora, antes de que se marche. їQuй ha decidido usted hacer sobre la venta de caballos que nos pidieron para la Milicia? La guerra puede estallar cualquier dнa y los muchachos quieren que el asunto se arregle. Es un escuadrуn del condado de Clayton y queremos para ellos caballos tambiйn de Clayton. Pero usted, criatura obstinada, se niega a vender sus mejores bestias.

—Quizб no haya guerra —contemporizу la seсora Tarleton, ya alejado por completo su pensamiento de las raras costumbres matrimoniales de los Wilkes.

—ЎPero seсora, usted no puede...!

—Mamб —interrumpiу nuevamente Hetty—, їno podйis, tъ y el seсor O'Hara, hablar de eso cuando estemos en Doce Robles?

—Es muy justo, seсorita Hetty —dijo Gerald—; no los entretendrй mбs que un minuto. Dentro de poco estaremos en Doce Robles, y todos, viejos y jуvenes, queremos saber lo que va a pasar con los caballos. ЎSe me parte el corazуn viendo a una seсora tan fina y preciosa como su mamб, tan avara de sus bestias! їDуnde estб su patriotismo, seсora Tarleton? їLa Confederaciуn no representa nada para usted?

—ЎMamб! —gritу la pequeсa Betsy—. ЎRanda se ha sentado sobre mi vestido y me lo estб arrugando todo!

—Bueno, empъjala para que se levante y chitуn. En cuanto a usted, Gerald O'Hara, escъcheme. —Y sus ojos se abrieron—. ЎNo me eche en cara la Confederaciуn! Significa mucho mбs para mн que para usted, mбxime cuando tengo cuatro chicos en el escuadrуn, mientras que usted no tiene ninguno. Pero mis hijos pueden cuidarse ellos mismos y mis caballos no. Darнa de buena gana los caballos, y hasta gratis, si supiese que iban a montarlos muchachos que conozco, caballeros acostumbrados a los pura sangre. No, no dudarнa ni un minuto. ЎPero dejar mis tesoros a merced de gaсanes y de blancos pobres acostumbrados a montar en mulo! ЎNo seсor! He tenido pesadillas pensando si los ensillarнan y si los cuidarнan como es debido. їCree usted que voy a dejar que bбrbaros ignorantes monten mis tesoros, ensangrentбndoles la boca y pegбndoles hasta rendirlos? ЎSe me pone la carne de gallina nada mбs que de pensarlo! No, seсor O'Hara. Es usted muy galante pidiйndome mis caballos, pero es mejor que se vaya a Atlanta a comprar rocines viejos.

—ЎMamб, vamos, por favor! —exclamу Camilla, uniйndose al coro impaciente—. Sabes muy bien que acabarбs cediendo tus tesoros. Cuando papб y los chicos te digan que la Confederaciуn los necesita, te pondrбs a llorar y se los darбs.

La seсora Tarleton sonriу, encogiйndose de hombros.

—No harй tal cosa —dijo, tocando los caballos con la punta del lбtigo. El coche arrancу velozmente.

—Es una excelente mujer —dijo Gerald, quitбndose el sombrero y poniйndose al lado de su coche—. Arrea, Toby. Los encontraremos allн y seguiremos hablando de caballos. Naturalmente, tiene razуn. Tiene razуn. Si un hombre no es un caballero, no tiene nada que hacer sobre un caballo. Su puesto estб en la infanterнa. Pero es lбstima que no haya en el condado los suficientes hijos de plantadores para formar un escuadrуn completo. їQuй dices, gatita?

—Papб, por favor, anda delante o detrбs de nosotras. Levantas tal cantidad de polvo que nos ahogamos —dijo Scarlett, sintiendo que no podrнa soportar la conversaciуn mucho tiempo. La distraнa de sus pensamientos; y estaba deseando arreglar йstos lo mismo que su rostro, en forma agradable, antes de llegar a Doce Robles. Gerald, obediente, espoleу su caballo y se alejу entre una nube rojiza detrбs del carruaje de los Tarleton, donde podrнa continuar su conversaciуn caballar.

Cruzaron el rнo y el coche subiу la colina. Antes de distinguir la casa, Scarlett vio una nube de humo que se cernнa perezosamente por encima de los altos бrboles y husmeу los sabrosos olores mezclados de los troncos encendidos de nogal y de los cochinillos y corderos asados.

Los hoyos para la barbacoa, que ardнan lentamente desde la madrugada, serнan ahora largas zanjas de rescoldo aurirrojo sobre las cuales giraban las carnes en los asadores y la grasa goteante chisporroteaba al caer en las brasas. Scarlett sabнa que aquel olor, transportado por la leve brisa, provenнa de la explanada de grandes robles que habнa detrбs de la amplia casa. John Wilkes organizaba allн siempre sus barbacoas, sobre la suave ladera que conducнa al jardнn lleno de rosas; un lugar sombreado y mucho mбs agradable, por ejemplo, que el que utilizaban los Calvert. A la seсora Calvert no le gustaban los cochinillos asados, y decнa que el olor se mantenнa dentro de la casa durante algunos dнas; y, por eso, sus invitados se reunнan siempre en un sitio llano y sin sombra, a casi medio kilуmetro df la casa. Pero John Wilkes sabнa realmente organizar una barbacoa.

Las largas mesas colocadas sobre caballetes, cubiertas con los mбs finos manteles que poseнan los Wilkes, estaban situadas donde la sombra era mбs densa, rodeadas de bancos sin respaldo; sillas, banquillos y cojines de la casa estaban esparcidos en los claros para los que no quisieran sentarse en los bancos. A una distancia suficiente para evitar que el humo llegase hasta los invitados, estaban las largas zanjas en que se asaban las carnes y las enormes ollas de hierro de las que salнan los suculentos olores de las salsas y de los estofados. El seсor Wilkes disponнa siempre de una docena de negros, por lo menos, que corrнan de un lado para otro con las fuentes, sirviendo a los invitados. Mбs allб, detrбs de los graneros, habнa otros hoyos donde se asaban las carnes para los criados de la casa, los cocheros y los sirvientes de los invitados, que celebraban allн su propio festнn a base de tortas, сames y despojos (aquellos platos de tripas de cerdo tan entraсablemente apreciados por los negros) y, cuando era la йpoca, de sandнas suficientes para hartarlos.

Cuando el olor del cerdo fresco asado llegу hasta ella, Scarlett lo aspirу con gesto de estimaciуn, esperando tener un poco de apetito cuando fuese hora de comerlo. En aquel momento se sentнa tan llena y tan encorsetada que temнa eructar de un momento a otro. Hubiera sido fatal, porque sуlo los hombres y las mujeres muy viejas podнan hacerlo sin temor a la reprobaciуn social.

Se acercaban a la cumbre, y la blanca casa desplegу ante ella su perfecta simetrнa; las grandes columnas, las amplias galerнas, la techumbre plana, bella como una mujer hermosa tan segura de su rostro que puede ser gentil y generosa con todos. A Scarlett le gustaba Doce Robles mбs aъn que Tara, porque tenнa una belleza majestuosa y una dulce dignidad que, con toda seguridad, la casa de Gerald no poseнa.

El ancho y curvo camino de acceso estaba lleno de caballos ensillados, de coches y de invitados que se apeaban y saludaban en alta voz a los amigos. Negros gesticulantes, excitados como siempre en las fiestas, conducнan a los animales bajo techado para quitarles las sillas y los arreos. Griterнa de chiquillos, blancos y negros, que corrнan y retozaban por el prado, de un verde fresco, jugando a la rayuela y al «tуcame tъ», y que se regocijaban pensando que iban a comer hasta no poder mбs. El amplio vestнbulo, que iba de la parte delantera de la casa hasta la posterior, bullнa de invitados y, cuando el coche de los O'Hara se detuvo ante el pуrtico, Scarlett vio a las muchachas con sus miriсaques abigarrados, como mariposas, subiendo y bajando las escaleras hasta el segundo piso, enlazadas por el talle, recostбndose sobre la frбgil barandilla, riendo y llamando a los muchachos que se hallaban al fondo del vestнbulo.

A travйs de los balcones abiertos, veнa a las seсoras mayores sentadas en el saloncillo, vestidas de seda oscura, que se abanicaban hablando unas con otras de los niсos, de las enfermedades, de los que se habнan casado, del cуmo y del porquй de todo. Tom, el mayordomo de los Wilkes, se afanaba por los salones con una gran bandeja de plata en las manos, inclinбndose y sonriendo al ofrecer grandes vasos a los jуvenes de pantalones grises y finas camisas con chorreras.

La soleada galerнa delantera estaba llena de invitados. Sн, pensу Scarlett; allн estaba todo el condado. Los cuatro chicos Tarleton con su padre, apoyados en las altas columnas; los gemelos Stuart y Brent, uno junto al otro, inseparables como de costumbre; Boyd y Tom al lado de su padre, James Tarleton. El seсor Calvert estaba junto a su esposa, una yanqui, quien, aun despuйs de quince aсos de estancia en Georgia, no parecнa nunca estar a gusto en ninguna parte. Todos eran muy amables y corteses con ella porque la compadecнan, pero nadie podнa olvidar que habнa agravado su error inicial de nacimiento siendo aya de los hijos de Calvert.

Los dos muchachos Calvert, Raiford y Cade, estaban con su hermana Cathleen, una espectacular rubita, embromando al moreno Joe Fontaine y a Sally Munroe, su linda novia. Alex y Tony Fontaine susurraban algo al oнdo de Dimity Munroe, haciйndola morir de risa. Habнa familias que venнan de Lovejoy, a diecisйis kilуmetros de distancia, de Fayetteville y de Jonesboro, y unos cuantos hasta de Atlanta y de Macуn. La casa estaba abarrotada de gente, y el incesante murmullo de conversaciones, de risas sonoras y sofocadas, de gritos femeninos y de exclamaciones, subнa y bajaba de tono sin cesar.

En los escalones del pуrtico estaba rнgidamente erguido John Wilkes, con sus cabellos plateados, irradiando una tranquila simpatнa. Su hospitalidad era tan cбlida y constante como el sol veraniego de Georgia. A su lado estaba Honey[6] Wilkes (asн llamada porque se dirigнa indistintamente, con esa expresiуn afectuosa, a todo el mundo, incluidos los braceros de su padre), que se movнa inquieta y saludaba con una risita forzada a los invitados que llegaban.

El nervioso y evidente deseo de Honey de mostrarse atractiva con todos los hombres contrastaba vivamente con la actitud de su padre, y Scarlett pensу que, despuйs de todo, habнa quizбs algo de verdad en lo que decнa la seсora Tarleton. Ciertamente, los Wilkes varones tenнan cierto aire de familia. Las largas pestaсas color de oro oscuro que sombreaban los ojos grises de John Wilkes y de Ashley eran, por el contrario, escasas e incoloras en los rostros de Honey y de su hermana India.

Honey tenнa la inexpresiva mirada de un conejo; India sуlo podнa ser descrita con la palabra «insignificante».

A India no se la veнa por allн, pero Scarlett pensу que, probablemente, estarнa en la cocina dando las ъltimas instrucciones a los criados. «ЎPobre India! —se dijo—; ha tenido siempre tanto que hacer en la casa desde que muriу su madre, que no se le ha presentado nunca ocasiуn de atraer a ningъn pretendiente, excepto a Stuart Tarleton; y realmente no es mнa la culpa si le parezco mбs bonita que ella. »

John Wilkes bajу los escalones para ofrecer el brazo a Scarlett. Al apearse del coche, vio ella que Suellen sonreнa afectuosamente y comprendiу que debнa andar por allн Frank Kennedy.

«ЎSi no pudiera yo tener un enamorado mejor que esa vieja solterona con pantalones! », pensу con desprecio, al pisar el suelo para dar las gracias, sonriendo, a John Wilkes.

Frank Kennedy corrнa hacia el coche para ayudar a Suellen y йsta presumнa en tal forma, que a Scarlett le dieron ganas de pegarle. Frank Kennedy era el mayor terrateniente del condado y, al mismo tiempo, un hombre de corazуn excelente; pero esto no contaba ante el hecho de que tenнa ya cuarenta aсos, padecнa de los nervios y tenнa una barba color jengibre y modales caracterнsticos de solterуn.

Sin embargo, recordando su plan, Scarlett ocultу su desdйn y le dirigiу una sonrisa luminosa a guisa de saludo, que йl le devolviу; gratamente sorprendido, recogiу el brazo extendido hacia Suellen y, volviendo los ojos hacia Scarlett, se acercу a ella con viva complacencia.

La mirada de Scarlett escudriсу el gentнo en busca de Ashley, mientras charlaba amablemente con John Wilkes, pero aquйl no estaba en el pуrtico. Se oyeron gritos de salutaciуn, y los gemelos Tarleton vinieron hacia ella. Las chicas Munroe se desataron en exclamaciones admirativas sobre su vestido y al poco rato Scarlett fue el centro de un grupo de personas, cuyas voces aumentaban, pues cada cual intentaba hacerse oнr por encima de los demбs. їPero dуnde estaba Ashley? їY Melanie y Charles? Procurу no dar a entender que miraba a su alrededor y examinу el animado grupo formado dentro del vestнbulo.

Mientras charlaba, reнa y lanzaba rбpidas miradas al interior de la casa y al jardнn, sus ojos cayeron sobre un desconocido, solo en el vestнbulo, que la miraba fijamente con tan frнa impertinencia que despertу en ella un sentimiento mixto de placer femenino por haber atraнdo a un hombre, y de turbaciуn porque su vestido era demasiado escotado. No le pareciу muy joven: unos treinta y cinco aсos. Era alto y bien formado. Scarlett pensу que no habнa visto nunca a un hombre de espaldas tan anchas ni de mъsculos tan recios, casi demasiado macizo para ser apuesto. Cuando sus miradas se encontraron, йl sonriу mostrando una dentadura blanca como la de un animal bajo el bigote negro y cortado. Era moreno, y tan bronceado y de ojos tan ardientes y negros como los de un pirata apresando un galeуn para saquearlo o raptar a una doncella. Su rostro era frнo e indiferente; su boca tenнa un gesto cнnico mientras sonreнa, y Scarlett contuvo la respiraciуn. Notaba que aquella mirada era insultante y se indignaba consigo misma al no sentirse insultada. No sabнa quiйn era, pero sin duda alguna aquel rostro moreno revelaba una persona de buena raza. Aquello se veнa en la fina nariz aguileсa, en los labios rojos y carnosos, en la alta frente y en los grandes ojos.

Apartу ella la mirada sin responder a la sonrisa, y йl se volviу hacia alguien que le llamaba:

—ЎRhett, Rhett Butler, ven aquн! Quiero presentarte a la muchacha mбs insensible de Georgia.

їRhett Butler? El nombre le sonaba a conocido, aunque unido a algo agradablemente escandaloso; pero su pensamiento estaba con Ashley y desechу aquel otro.

—Tengo que subir a arreglarme el pelo —dijo a Stuart y a Brent, que intentaban alejarla de la gente—. Esperadme aquн, muchachos, y no os vayбis con otra chica, o de lo contrario, me enfadarй.

Pudo ver que Stuart iba a ser difнcil de manejar aquel dнa si coqueteaba con cualquier otro. Habнa bebido y tenнa aquella expresiуn desafiadora que, como ella sabнa por experiencia, querнa decir que habrнa jaleo. Se detuvo en el vestнbulo para saludar a unos amigos y charlar con India, que salнa de detrбs de la casa con el pelo revuelto y unas gotas de sudor en la frente. ЎPobre India! Como si no fuera bastante tener el pelo descolorido, las pestaсas invisibles y una barbilla prominente que denotaba terquedad, debнa a sus veinte aсos considerarse una solterona. Se preguntу si estarнa irritada porque ella le habнa quitado a Stuart. Mucha gente decнa que aъn estaba enamorada de йl, pero no podнa uno nunca saber lo que pensaba un Wilkes. Si estaba irritada por aquello, no lo demostraba en lo mбs mнnimo y trataba a Scarlett con la misma cortesнa cordial y distante de siempre.

Scarlett hablу afablemente con ella y empezу a subir los anchos escalones. En aquel momento, oyу pronunciar tнmidamente su nombre; se volviу y vio a Charles Hamilton. Era una muchacho de agradable aspecto, cabellos negros y rizados, y ojos castaсos tan puros y afectuosos como los de un perro de pastor. Iba bien vestido con unos pantalones color mostaza y una chaqueta negra, y su camisa de rizada gorguera estaba rematada por la mбs ancha y elegante de las corbatas negras. Un leve rubor apareciу en su rostro cuando Scarlett se volviу, porque era tнmido con las muchachas. Como la mayor parte de los hombres tнmidos, admiraba muchнsimo la locuaz vivacidad y la desenvoltura de las jуvenes como Scarlett. Hasta ahora, nunca le habнa concedido ella mбs que una amable cortesнa, y por esto, al verse acogido con una sonrisa radiante y con las manos extendidas alegremente, se le cortу casi la respiraciуn.

—ЎCharles Hamilton, simpбtico y viejo amigo! ЎApuesto a que viene usted de Atlanta con el propуsito de despedazar mi pobre corazуn!

Casi balbuceando por la emociуn, Charles estrechу entre las suyas las tibias manecitas y mirу fijamente los ojos verdes y animados de Scarlett. Asн solнan hablar las demбs muchachas con los chicos; pero nunca con йl. No sabнa por quй las muchachas le trataban siempre como a un hermanito, cariсosamente pero sin tomarse la molestia de embromarle. Hubiera querido que se portasen con йl como con otros bastante menos guapos y con menos bienes de fortuna. Pero las escasas veces en que esto sucediу, no supo nunca quй decir y se encontrу en un atormentado apuro a causa de su timidez. Y despuйs, se quedaba toda la noche desvelado pensando en las bonitas galanterнas que podнa haber dicho; pero raramente se le presentaba una segunda ocasiуn, porque las muchachas, despuйs de un par de tentativas, le dejaban solo.

Hasta con Honey, con la que tenнa un tбcito acuerdo matrimonial para cuando entrase en posesiуn de sus bienes, era silencioso y desconfiado. A veces, tenнa la ingrata sensaciуn de que las coqueterнas de Honey y sus aires de propietaria no resultaban halagadores para йl, pues a Honey le agradaban tanto los jуvenes que habrнa hecho lo mismo con cualquiera en cuanto se le presentara la oportunidad. La perspectiva de casarse con ella no le entusiasmaba, porque la muchacha no despertaba en йl ninguna de las violentas emociones novelescas que sus amados libros aseguraban eran propias de un enamorado. Siempre habнa tenido la ilusiуn de ser amado por una criatura bella y fogosa, ardiente y traviesa.

ЎY allн estaba Scarlett, con la broma de que йl venнa a destrozarle el corazуn!

Intentу pensar algo que decirle, y no pudo, pero la bendijo en silencio porque Scarlett sostuvo constantemente la charla sin que йl necesitase buscar ningъn tema de conversaciуn. Aquello era demasiado hermoso para ser verdad.

—Ahora, espйreme aquн hasta que vuelva, porque quiero comer con usted en la barbacoa. Y no vaya a galantear a otras muchachas, porque soy sumamente celosa. —Estas increнbles palabras fueron pronunciadas por unos labios rojos, con un hoyuelo en cada lado, mientras las espesas pestaсas negras bajaban deliciosamente sobre los ojos verdes.

—Obedecerй —consiguiу decir Charles finalmente, sin sospechar ni lejanamente que ella le consideraba como un ternerillo en espera del matarife.

Golpeбndole suavemente el brazo con el abanico cerrado, la joven se volviу para subir las escaleras y sus ojos cayeron nuevamente sobre el hombre a quien habнa oнdo llamar Rhett Butler y que se mantenнa apartado, no lejos de Charles. Efectivamente, habнa oнdo toda la conversaciуn porque de nuevo le sonriу maliciosamente como un gato y sus ojos se fijaron en ella con una mirada que carecнa de la consideraciуn a que estaba acostumbrada.



  

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