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Lo que el viento se llevу 9 страница



«ЎPor la camisa de San Peter! —dijo para sн Scarlett, indignada, usando la imprecaciуn favorita de Gerald—, mira..., mira como si yo estuviera desnuda... » Y, moviendo la cabeza, subiу las escaleras.

En el dormitorio donde las damas dejaban sus chales, encontrу a Cathleen Calvert que se miraba en el espejo, mordiйndose los labios para ponйrselos mбs rojos. Tenнa en la cintura unas rosas frescas que armonizaban con sus mejillas, y sus ojos azul lirio bailaban de excitaciуn.

—Cathleen —dijo Scarlett, tirбndose el vestido hacia arriba para taparse el escote—, їquiйn es ese hombre odioso que estб abajo y que se llama Butler?

—їCуmo, no lo sabes, querida? —murmurу Cathleen, excitada, echando una ojeada a la habitaciуn inmediata donde Dilcey y el aya de las seсoritas Wilkes chismorreaban—. No sй quй pensarб el seсor Wilkes por tenerlo en su casa; pero Butler estaba visitando al seсor Kennedy en Jonesboro, creo que para comprar algodуn, y el seсor Kennedy, naturalmente, ha debido traerlo consigo. No podнa marcharse y dejarle allн, їverdad?

—їY quй tiene ese hombre?

—Que es un indeseable, querida.

—їDe verdad?

—De verdad.

Scarlett se tragу esto en silencio, pues nunca se habнa encontrado bajo el mismo techo que una persona indeseable. Era una cosa interesantнsima.

—їQuй es lo que ha hecho?

—ЎOh, Scarlett! Tiene la reputaciуn mбs terrible del mundo. Se llama Rhett Butler, es de Charleston y sus parientes son personas muy distinguidas, pero no se tratan con йl. Caro Rhett me hablу de йl el verano pasado. No tiene relaciones con su familia, pero ella, como todos, sabe cuanto a йl se refiere. Fue expulsado de West Point. ЎFigъrate! Y por cosas demasiado graves para que Caro las sepa. Y entonces sucediу el asunto de esa muchacha con la que йl no quiso casarse.

—ЎCuйntamelo!

—їTampoco sabes nada de esto, tesoro? A mн me lo contу Caro el verano pasado, y su madre se morirнa si supiese que Caro estб enterada de ello. Pues este seсor Butler llevу a una muchacha de Charleston a dar un paseo en coche. No he sabido nunca quiйn era ella, pero tengo mis sospechas. Fue demasiado complaciente, porque si no no hubiera salido sola con йl sin aya, en las ъltimas horas de la tarde. Bueno, querida, permanecieron fuera casi toda la noche y finalmente volvieron a casa diciendo que el caballo se habнa desbocado, que el coche se rompiу y que ellos se perdieron en el bosque. Adivina lo que...

—No puedo adivinarlo. ЎDнmelo! —exclamу Scarlett, entusiasmada, esperando lo peor.

—ЎAl dнa siguiente se negу a casarse con ella!

—ЎOh! —dijo Scarlett, desilusionada.

—Dijo que no habнa..., que no le habнa hecho nada y no veнa por quй tenнa que casarse. Y, naturalmente, el hermano de ella fue a buscarle y йl le dijo que preferнa un balazo antes que casarse con una estъpida. Se batieron y el seсor Butler matу al hermano de la muchacha y tuvo que marcharse de Charleston porque nadie quiere recibirlo —terminу Cathleen triunfante; y muy a tiempo, pues Dilcey entrу en la habitaciуn para vigilar cуmo se acicalaban las jуvenes que le habнan sido confiadas.

—їY ella tuvo un crнo? —cuchicheу Scarlett al oнdo de Cathleen.

Йsta sacudiу violentamente la cabeza.

—Pero quedу igualmente deshonrada —susurrу a su vez.

«Ojalб yo hubiera hecho que Ashley me comprometiese —pensу Scarlett de repente—. Es demasiado caballero para no casarse conmigo. »

Pero en el fondo sentнa cierto respeto por aquel hombre que se habнa negado a casarse con una estъpida.

Scarlett estaba sentada en una otomana de palo de rosa, bajo la sombra de un enorme roble, detrбs de la casa, con sus volantes y sus frunces flotando a su alrededor y asomando bajo las faldas unos centнmetros de chinelas de tafilete verde; lo mбs que una seсora podнa mostrar si querнa seguir siendo una seсora. Tenнa en las manos un plato, que apenas habнa probado, y siete caballeros a su alrededor. La barbacoa habнa llegado a su apogeo y el aire templado estaba lleno de risas, de voces, de tintineo de cubiertos y choques de porcelanas, del denso olor de las carnes asadas y de los estofados. De vez en cuando y al levantarse, un soplo de brisa, bocanadas de humo procedentes de las hogueras envolvнan al gentнo y se escuchaban gritos burlones de espanto de las seсoras y violentos aleteos de abanicos de palma.

La mayorнa de las muchachas estaban sentadas con sus galanes en los largos bancos alrededor de las mesas, pero Scarlett, convencida de que una muchacha sуlo tiene dos costados y de que sуlo un hombre puede sentarse a cada uno de sus lados, habнa preferido acomodarse aparte, para reunir a su alrededor el mayor nъmero posible de jуvenes.

Bajo los бrboles estaban instaladas las seсoras casadas; sus vestidos negros ponнan una nota severa en el color y la alegrнa circundantes. Las matronas, cualquiera que fuese su edad, se agrupaban siempre, separadas de las muchachas de ojos ardientes, de sus cortejadores y de su alegrнa, pues no existнan casadas coquetas en el Sur. Desde la abuela Fontaine, que eructaba francamente por el privilegio de su edad, hasta la jovencita de diecisiete aсos Alнce Munroe, que luchaba contra las nбuseas de su primer embarazo, el grupo de cabezas se juntaba en interminables discusiones genealуgicas y de obstetricia, que hacнan aquellas charlas tan agradables e instructivas.

Dirigiendo miradas desdeсosas a aquel grupo, Scarlett pensaba que parecнan una bandada de gordos cuervos. Las seсoras casadas no tenнan nunca la menor diversiуn. No se le ocurrнa que si se casaba con Ashley quedarнa automбticamente relegada como ellas a los cenadores y a los salones principales, con graves matronas vestidas de seda negra, tan seria como ellas, sin tomar ya parte en los pasatiempos y diversiones. Como a muchas muchachas, su imaginaciуn la llevaba hasta el altar y ni un paso mбs allб. Ademбs, sentнase ahora demasiado desgraciada para seguir una abstracciуn.

Bajу los ojos al plato y mordisqueу delicadamente un bizcochito, con una elegancia y una falta de apetito que hubieran obtenido el aplauso de Mamita. Pues, aunque nunca habнa tenido mayor abundancia de cortejadores, en su vida se habнa sentido mбs desdichada. No lograba comprender cуmo sus planes de la noche anterior habнan fracasado tan miserablemente en lo que a Ashley se referнa. Habнa atraнdo a docenas de muchachos, pero no a Ashley, y todos los temores de la tarde anterior volvнan a invadirla, haciendo latir su corazуn precipitada o lentamente, y sus mejillas pasaban del rubor a la palidez.

Ashley no habнa intentado unirse al cнrculo que la rodeaba, y desde que llegу no habнa cambiado ni una palabra a solas con йl, despuйs del primer saludo. Ashley se adelantу a saludarla cuando ella llegу al jardнn posterior; pero daba el brazo a Melanie, que le llegaba apenas al hombro.

Era йsta una muchacha pequeсa y frбgil, que tenнa el aspecto de una niсa disfrazada con las enormas faldas de su madre, ilusiуn que aumentaba por la expresiуn tнmida, casi asombrada, de sus ojos negros demasiado grandes. Tenнa un pelo rizoso y castaсo tan prensado en la redecilla que no se le salнa ni un cabello; aquella masa oscura que enmarcaba su rostro formando un pico en la frente acentuaba la forma triangular de los pуmulos, demasiado seсalados, y de la barbilla, muy puntiaguda. Era un rostro dulce y tнmido, pero inexpresivo, sin trucos femeninos que hiciesen olvidar a los observadores su escasa belleza. Melanie parecнa, y lo era, tan sencilla como la tierra, tan buena como el pan y tan transparente como el agua de primavera. Pero, no obstante sus facciones poco agraciadas y su estatura insuficiente, sus movimientos le daban una tranquila dignidad que era extraсamente conmovedora e impropia de sus diecisiete aсos. Su vestido de organdн gris, con el cinturуn de raso color guinda, disimulaba entre sus pliegues y frunces el desarrollo infantil de su cuerpo; y el sombrero amarillo con largas cintas, color guinda tambiйn, aclaraba su piel lechosa. Pesados zarcillos de oro con largos flecos colgaban bajo los cabellos recogidos y se balanceaban muy cerca de los oscuros ojos, que tenнan el tranquilo resplandor de un lago del bosque, en invierno, cuando las hojas negras se reflejan en el agua tranquila.

Sonriу tнmidamente al saludar a Scarlett, elogiando su traje verde, y Scarlett tardу en responder amablemente, tan vehemente era su deseo de hablar a solas con Ashley. Desde entonces, Ashley estuvo sentado en un banco a los pies de Melanie, lejos de los otros invitados, hablando tranquilamente con ella y sonriendo con aquella sonrisa un poco indolente que tanto le gustaba a Scarlett. Lo que empeoraba la situaciуn era que, bajo aquella sonrisa, los ojos de Melanie se habнan animado un poco y hasta Scarlett tuvo que reconocer que estaba casi bonita. Cuando Melanie miraba a Ashley, su rostro se iluminaba como con una llama interna, pues si alguna vez se reflejу en un semblante un corazуn enamorado era en el de Melanie Hamilton.

Scarlett intentу apartar sus ojos de aquella pareja, pero no pudo; y despuйs de cada mirada su alegrнa aumentaba con sus pretendientes, y reнa, decнa cosas chocantes, charlaba, inclinando la cabeza a sus galanterнas y haciendo bailar sus zarcillos. Exclamу repetidamente: «ЎTonterнas! », afirmando que ninguno era sincero y jurando que no creнa nada de cuanto le decнan aquellos caballeros. Pero Ashley no parecнa darse cuenta de nada. Alzaba la vista hacia Melanie y le hablaba, y Melanie bajaba los ojos y le contestaba con una expresiуn que irradiaba la certeza de que le pertenecнa.

Y, por eso, Scarlett se sentнa desgraciada.

Para unos ojos extraсos, jamбs una muchacha habнa tenido menos motivo de serlo. Indudablemente era la mбs bella de la barbacoa, el centro de la atenciуn. En cualquier otra ocasiуn, el entusiasmo de los hombres y los celos de las otras muchachas le habrнan proporcionado un enorme placer. Charles Hamilton, seducido por su advertencia, se habнa plantado a su derecha, negбndose a moverse de allн a pesar de los esfuerzos combinados de los gemelos Tnrleton. Tenнa en una mano el abanico de Scarlett y en la otra su plato de cochinillo y trataba tenazmente de evitar los ojos de Honey, que parecнa estar a punto de estallar en llanto. Cade estaba graciosamente echado a la izquierda de Scarlett tirбndole a cada momento de la falda para atraer su atenciуn y mirando a Stuart con ojos furibundos. Entre йl y los gemelos, el aire estaba cargado de electricidad, y ya habнan cambiado palabras fuertes. Frank Kennedy bullнa alrededor como una gallina con un pollito, corriendo delante y detrбs del umbroso roble hasta las mesas para coger golosinas que ofrecнa a Scarlett, como si no hubiese una docena de criados que lo hicieran. Como resultado de ello, el hondo resentimiento de Suellen habнa sobrepasado el lнmite del aguante femenil secreto y clavaba sus ojos en Scarlett. La pequeсa Carreen habrнa llorado de buena gana, porque, a pesar de las palabras alentadoras de Scarlett aquella maсana, Brent se habнa limitado a decirle «Hola, pequeсa» y a tirarle de la cinta del pelo, antes de volverse y prestar toda su atenciуn a Scarlett. Acostumbraba a ser tan bueno y la trataba con tan cariсosa deferencia que le daba la impresiуn de ser una persona mayor y soсaba secretamente con el dнa en que pudiera hacerse moсo, ponerse de largo y recibirle como a un verdadero galбn. Y ahora parecнa que Scarlett se lo llevaba. Las chicas Munroe disimulaban su pena por el alejamiento de los morenos Fontaine, pero las molestaba ver cуmo Tony y Alex permanecнan alrededor del cнrculo, esperando poder ocupar un sitio cerca de Scarlett en cuanto se levantase cualquiera de los otros galanteadores.

Telegrafiaban su desaprobaciуn a Hetty por la conducta de Scarlett, arqueando delicadamente las cejas. La ъnica palabra adecuada para definirla era «descarada». Simultбneamente, las tres muchachas abrieron sus quitasoles de blonda, dijeron que ya habнan comido bastante, dieron las gracias y, tocando ligeramente con los dedos el brazo del hombre que tenнan mбs cerca, expusieron dulcemente el deseo de ver la rosaleda y el pabellуn de primavera y el de verano. Esta retirada estratйgica en buen orden no pasу inadvertida a las mujeres presentes y no fue notada por ningъn hombre.

Scarlett riу para sн viendo a tres hombres escaparse de su radio de seducciуn para visitar parajes familiares a las muchachas desde su infancia y lanzу una mirada penetrante hacia Ashley para ver si se habнa dado cuenta. Pero йl estaba entretenido jugueteando con la banda del cinturуn de Melanie y sonriйndole. Un intenso dolor le contrajo el corazуn. Sintiу que serнa capaz de araсar con alegrнa la piel de marfil de Melanie hasta hacerle sangre. Al apartar sus ojos de йsta, chocу con la mirada fija de Rhett Butler, que no se habнa mezclado con los grupos y conversaba aparte con John Wilkes.

La estaba observando y al mirarle ella se echу a reнr abiertamente.

Scarlett tuvo la penosa sensaciуn de que aquel hombre a quien nadie recibнa era el ъnico allн presente que sabнa lo que se ocultaba bajo su fingida alegrнa y que esto le procuraba una sardуnica diversiуn. Le hubiera araсado tambiйn con gran complacencia.

«Si logro soportar esta barbacoa hasta la tarde —pensу—, todas las muchachas subirбn a descansar un poco para estar animadas a la noche y yo me quedarй aquн y conseguirй hablar con Ashley. Habrб notado, seguramente, lo festejada que soy. » Calmу su corazуn con otra esperanza: «Naturalmente, tiene que estar atento con Melanie, porque, al fin, es su prima y nadie la corteja, y, si no fuera por йl, se quedarнa de plantуn en el baile. »

Le hizo recobrar valor este pensamiento y redoblу sus coqueteos con Charles, cuyos negros ojos la contemplaban бvidamente. Era un dнa magnнfico para Charles, un dнa de ensueсo; se habнa enamorado de Scarlett sin el menor esfuerzo. Ante esta nueva emociуn, Honey desapareciу tras una densa niebla. Honey era un gorriуn estridente, y Scarlett, un centelleante colibrн. Le embromaba con sus zalamerнas, haciйndole preguntas que ella misma contestaba, de modo que Charles parecнa muy inteligente sin necesidad de decir una palabra. Los otros jуvenes estaban perplejos y muy enojados ante aquel evidente interйs de Scarlett por йl, pues sabнan que Charles era demasiado tнmido para decir dos palabras seguidas, y ponнan a dura prueba su propia educaciуn para disimular su creciente rabia. Todos ardнan de amor por ella, y, de no haber sido por Ashley, Scarlett hubiera logrado un autйntico triunfo.

Cuando acabaron el ъltimo bocado de cochinillo, de pollo y de cordero, Scarlett creyу que habнa llegado el momento de que India se levantase para decir a las seсoras que podнan entrar en la casa. Eran las dos y el sol abrasaba; pero India, cansada por los tres dнas de preparativos para la fiesta, estaba muy satisfecha de poder estar sentada un poco, bajo los бrboles, hablбndole a gritos a un viejo caballero sordo de Fayetteville.

Una perezosa soсolencia descendнa sobre los grupos. Los negros holgazaneaban alrededor, quitando las largas mesas sobre las que habнan servido las viandas. Las risas y las conversaciones decayeron y, aquн o allб, algunos grupos estaban silenciosos. Todos esperaban de los anfitriones la seсal de que habнan terminado los festejos matinales. Los abanicos de palma se agitaban mбs lentamente y algunos ancianos cabeceaban a causa del sueсo y de los estуmagos repletos. La barbacoa habнa terminado y todos sentнan deseos de descansar mientras el sol se hallara tan alto.

En aquel intervalo entre la reuniуn matinal y el baile de la noche parecнan un grupo plбcido y tranquilo. Sуlo los jуvenes conservaban la incansable energнa que hasta poco antes habнa animado a todos. Yendo de grupo en grupo arrastrando sus voces quedas, eran hermosos como sementales de raza, y tan peligrosos como йstos. La languidez del mediodнa pesaba sobre la reuniуn; pero bajo aquella calma escondнanse temperamentos que podнan en un momento ascender a alturas enormes y desplomarse despuйs con la misma rapidez. Hombres y mujeres eran hermosos y salvajes, todos algo violentos bajo sus agradables modales, y sуlo ligeramente domados.

Pasу otro rato, el sol era mбs abrasador y Scarlett y otros invitados miraban a India.

Iba decayendo la conversaciуn y, en la calma, todos oyeron entre la arboleda la voz de Gerald alzarse furibunda. A poca distancia de las mesas, estaba en el punto culminante de una discusiуn con John Wilkes.

—ЎPor la camisa de San Peter, hombre! їRezar por un acuerdo pacнfico con los yanquis? їDespuйs de que hemos disparado contra esos bribones de Fort Sumter? їPacнfico? ЎEl Sur demostrarб con las armas que no puede ser insultado y que no se separa de la Uniуn por bondad de йsta, sino por su propia fuerza!

«ЎOh, Dios mнo, ya estб con su tema! —pensу Scarlett—. Ahora todos estaremos aquн sentados hasta medianoche. »

En un momento, la soсolencia desapareciу de los grupos, y algo elйctrico agitу el aire. Los hombres se levantaron de los bancos y de las sillas, agitando los brazos y elevando la voz para acallar las de los demбs. No se habнa hablado en toda la maсana de polнtica ni de guerra, a ruegos del seсor Wilkes, que no querнa que se molestase a las seсoras. Pero Gerald habнa pronunciado las palabras «Fort Sumter» y todos los presentes olvidaron la advertencia de su anfitriуn.

«Claro que combatiremos... » «ЎYanquis ladrones...! » «Los haremos polvo en un mes... » «їEs que uno del Sur no puede deshacer a veinte yanquis? » «Darles una lecciуn que no olvidarбn. » «їPacнfico? Pero si son ellos los que no nos dejan en paz... » «їHabйis visto cуmo ha insultado el seсor Lincoln a nuestros comisarios?... » «ЎSн! ЎLos ha engaсado durante muchas semanas, jurando que evacuarнan Fort Sumter...! » «Quieren guerra; pues se hartarбn de guerra... » Y sobre todas las voces tronaba la de Gerald. Todo lo que Scarlett lograba oнr era: «ЎDerechos de los Estados! », gritado una vez y otra. Gerald pasaba un rato feliz, pero no asн su hija.

Secesiуn... Guerra... Estas palabras tan repetidas hastiaban a Scarlett, pero ahora las odiaba hasta en su sonido, porque significaban que los hombres seguirнan allн horas enteras discurseando y ella no tendrнa posibilidad de monopolizar a Ashley. Claro era que no habrнa guerra y los hombres lo sabнan. Les gustaba hablar de ello sуlo por oнrse hablar a sн mismos.

Hamilton no se uniу a los otros. Encontrбndose relativamente solo con la muchacha, se le acercу y, con la audacia nacida del nuevo amor, le musitу su confesiуn:

—Seсorita O'Hara..., yo..., yo he decidido que, si vamos a la guerra, me marcharй a Carolina del Sur, a unirme allн con la tropa. Se dice que el seсor Wade Hampton[7] estб organizando un escuadrуn de caballerнa y, naturalmente, yo quiero ir con йl. Es un gran hombre y el mejor amigo de mi padre.

Scarlett pensу: «їQuй quiere que yo haga...? їQue dй tres vivas? », porque la expresiуn de Charles demostraba estarle revelando los secretos de su corazуn. Ella no supo quй decirle y se limitу a mirarle, maravillбndose de que los hombres fuesen tan tontos que creyesen que a las mujeres les interesan tales asuntos. Йl tomу su gesto por una pasmada aprobaciуn y continuу rбpida y audazmente:

—Si me marchase... їlo sentirнa usted, seсorita O'Hara?

—Llorarй todas las noches sobre mi almohada —respondiу Scarlett, intentado ser graciosa; pero йl tomу aquella frase al pie de la letra y enrojeciу de alegrнa. La mano de ella estaba escondida entre los pliegues de su vestido; йl la buscу con cautela y se la apretу, asombrado de su propia osadнa y de la aquiescencia de ella.

—їRezarб por mн?

«ЎQuй tonto! », pensу amargamente Scarlett mirando disimuladamente a su alrededor, con la esperanza de que alguien la librase de aquella conversaciуn.

—їLo harб?

—ЎOh! ЎClaro que sн, seсor Hamilton! ЎLo menos tres rosarios cada noche!

Charles mirу rбpidamente a su alrededor y contrayendo los mъsculos del estуmago contuvo la respiraciуn. Estaban realmente solos y no podrнa tener nunca una oportunidad parecida. Y, si se le presentaba otra bendita ocasiуn, le faltarнa valor.

—Seсorita O'Hara..., tengo que decirle algo... ЎYo... la amo!

—їEh...? —dijo Scarlett, distraнda, tratando de ver, a travйs de los grupos de hombres que peroraban, si Ashley estaba aъn sentado a los pies de Melanie.

—ЎSн! —susurrу Charles, arrobado, al ver que ella no reнa, ni gritaba, ni se habнa desmayado, como siempre imaginу йl que hacнan las muchachas en semejantes circunstancias—. ЎLa amo! Es usted la mбs... la mбs... —y por primera vez en su vida no le faltaron palabras—, la mбs bella muchacha que he conocido nunca, la mбs adorable y gentil, y yo la amo con todo mi corazуn. No puedo creer que otro la quiera como yo, pero si usted, mi querida seсorita O'Hara, quisiera darme alguna esperanza, lo harй todo en el mundo para que usted me ame. Harй...

Se interrumpiу porque no conseguнa imaginar nada que fuese lo bastante difнcil para convencer a Scarlett de la profundidad de sus sentimientos, y entonces dijo simplemente:

—Quiero casarme con usted.

Scarlett volviу a la realidad con un sobresalto, al sonido de la palabra «casarme». Estaba pensando en el matrimonio y en Ashley, y mirу a Charles con mal disimulada irritaciуn. їPor quй aquel cretino con cara de carnero venнa a inmiscuirse en sus sentimientos, precisamente aquel dнa en que, de tan angustiada, estaba a punto de perder la cabeza? Mirу sus ojos negros suplicantes y no vio en ellos nada de la belleza del primer amor de un muchacho tнmido, ni de la adoraciуn de un ideal hecho realidad, ni de la frenйtica felicidad y la ternura que ardнan como una llama en aquella mirada.

Scarlett estaba acostumbrada a que los hombres se le declarasen, hombres mбs atrayentes que Charles Hamilton, hombres que tenнan la delicadeza de no hacerlo en una barbacoa cuando su pensamiento estaba ocupado en otros asuntos mбs importantes. Vio sуlo a un joven de veinte aсos, colorado como una remolacha y con cara de tonto. Sintiу deseos de decirle lo tonto que parecнa. Pero, automбticamente, le vinieron a los labios las palabras que Ellen le habнa enseсado a decir para casos semejantes y, bajando pъdicamente los ojos, con la fuerza de una larga costumbre, murmurу:

—Seсor Hamilton, no soy digna del honor que me hace pidiйndome por esposa, pero todo esto es para mн tan inesperado que no sй quй decirle.

Era un modo cortйs de lisonjear la vanidad de un hombre y de quitбrselo de encima, y Charles picу en el anzuelo como si йste fuese nuevo y йl se lo tragase por primera vez.

—ЎEsperarй siempre! No quiero que me conteste hasta que estй segura. ЎPor favor, dнgame que puedo esperar, seсorita O'Hara!

—їEh? —dijo distraнdamente Scarlett cuyos ojos sagaces se fijaban en Ashley, que no se habнa levantado para tomar parte en la discusiуn bйlica y seguнa sonriendo a Melanie. Si aquel estъpido que trataba de obtener su mano se callase un momento, quizб conseguirнa ella oнr lo que se estaba diciendo. Tenнa que oнrlo. їQuй le dirнa Melanie para que los ojos de йl brillasen con tanto interйs?

Las palabras de Charles apagaban las voces que ella intentaba oнr. —ЎOh, chist! —susurrу, pellizcбndole una mano y sin mirarle siquiera.

Atуnito y avergonzado, Charles contuvo la respiraciуn, y luego, viendo los ojos de ella fijos en su hermana, sonriу. Scarlett temнa que alguien pudiese oнr sus palabras. Era vergonzosa y tнmida por naturaleza y la angustiaba la idea de que otros pudiesen oнrle. Charles sintiу un impulso de virilidad como jamбs lo habнa experimentado, pues era la primera vez en su vida que habнa azorado a una muchacha. La emociуn fue embriagadora. Dio a su rostro una expresiуn de natural indiferencia y prudentemente devolviу el pellizco a Scarlett, para mostrarle que era hombre de mundo y que comprendнa y aceptaba su censura.

Ella apenas sintiу el pellizco, porque en aquel momento oнa claramente la dulce voz que constituнa el mayor encanto de Melanie:

—No estoy de acuerdo contigo sobre Thackeray. Es un cнnico. Y temo que no sea un caballero como Dickens.

«ЎQuй cosas mбs tontas para ser dichas a un hombre! —pensу Scarlett, pronta a reнr con satisfacciуn—. ЎNo es mбs que una marisabidilla y todos saben lo que piensan los hombres de ellas...! » La manera de interesar a un hombre y de mantener su interйs era hablarle de йl, y, despuйs, gradualmente, llevar la conversaciуn hacia una misma... y sostenerla allн. Scarlett se hubiera podido alarmar si Melanie hubiese dicho: «ЎEres extraordinario! », o «їCуmo puedes pensar esas cosas? ЎMi reducido cerebro estallarнa si yo intentase pensarlas tambiйn! » Pero allн estaba Melanie, con un hombre a sus pies y hablбndole tan seriamente como si estuviese en la iglesia. La perspectiva se le apareciу mбs brillante, tan brillante que volviу los ojos hacia Charles y sonriу de pura alegrнa. Entusiasmado por tal prueba de afecto, йste le cogiу el abanico y la abanicу con tanto entusiasmo que su peinado empezу a alborotarse.

—Ashley no nos ha favorecido con su opiniуn —dijo James Tarleton, volviйndose desde el grupo de hombres vociferantes.

Ashley se disculpу y se puso en pie. No habнa ninguno tan guapo como йl, pensу Scarlett, observando la gracia de su actitud negligente y cуmo brillaba el sol en sus cabellos dorados y en su bigote. Hasta los seсores viejos enmudecieron para escuchar sus palabras.

—Pues sн, seсores mнos, si Georgia va a la guerra, irй a ella. їPara quй otra cosa me hubiera incorporado a la Milicia? —dijo йl. Sus ojos grises se abrieron y su soсolencia desapareciу con una viveza que Scarlett no habнa visto nunca antes—. Pero, como mi padre, espero que los yanquis nos dejen en paz y que no haya lucha... —Levantу la mano, sonriendo, porque de los chicos Fontaine y de los Tarleton se elevaba una Babel de voces—. Sн, sн; sй que nos han insultado y que nos han mentido; pero, si hubiйramos estado en el pellejo de los yanquis y ellos hubiesen intentado separarse de la Uniуn, їcуmo hubiйramos obrado? Probablemente de la misma manera. No nos habrнa gustado.

«Ya estб con esto otra vez —pensу Scarlett—. Siempre colocбndose en el lugar de los demбs. » Para ella, toda discusiуn sуlo presentaba un lado. A veces no comprendнa a Ashley.

—No nos calentemos demasiado la cabeza y no habrб ninguna guerra. La mayor parte de la miseria del mundo ha sido causada por las guerras. Y cuando las guerras acaban nadie sabe lo que las motivу. Scarlett frunciу la nariz. Por fortuna, Ashley tenнa una inatacable fama de valiente, pues si no la cosa se hubiera puesto fea. Mientras pensaba esto, un clamor de voces disconformes, indignadas y fieras se alzу en torno a Ashley.

Bajo el бrbol, el viejo seсor sordo de Fayetteville tocу levemente a India.

—їQuй es? —preguntу—. їQuй dicen?

—ЎGuerra! —le gritу India al oнdo haciendo bocina con las manos—. ЎQuieren combatir contra los yanquis!

—їLa guerra, eh? —gritу йl a su vez, buscando su bastуn y levantбndose con mбs energнa que la demostrada en muchos aсos—. Yo les hablarй de la guerra. He estado en ella. —No era frecuente que el seсor MacRae tuviese ocasiуn de hablar de la guerra, porque su esposa se lo tenнa prohibido.

Llegу rбpidamente hasta el grupo, agitando el bastуn y gritando, y, como no oнa las voces de los demбs, pronto fue dueсo de la situaciуn. —Escuchadme, jуvenes comedores de fuego. Vosotros no podйis querer la lucha. Yo he combatido y sй lo que es. Estuve en la guerra de los Seminуlas y fui lo bastante loco para ir a la de Mйxico. Ninguno de vosotros sabe lo que es la guerra. Creйis que es ъnicamente montar en un hermoso caballo y que las muchachas os tiren flores al pasar, llamбndoos hйroes. ЎNo es asн, seсores! Es padecer hambre y coger erupciones y pulmonнas por dormir en la humedad. Y, si no son йstas, serбn los intestinos. Sн seсores; lo que la guerra da a los hombres es eso..., disenterнa y cosas por el estilo...

Las seсoras estaban sofocadas. El seсor MacRae era un recuerdo de una йpoca mбs vulgar, como la abuela Fontaine con sus ruidosas flatulencias; йpoca que todos hacнan lo indecible para olvidar.

—Corre y trae a tu abuelo —susurrу una de las hijas de aquel viejo seсor a una niсa que estaba a su lado—. Les aseguro —murmurу despuйs a las seсoras de su alrededor— que estб cada dнa peor. їQuerrбn ustedes creer lo que esta maсana ha dicho a Marнa, que sуlo tiene diecisйis aсos? «Ahora, hijita... » —Y el resto de la frase se perdiу en un susurro, mientras la nietecita corrнa a intentar convencer al abuelo de que volviera a su silla, a la sombra.

Entre todos los grupos reunidos alrededor de los бrboles, muchachas que sonreнan excitadas y hombres que hablaban apasionadamente, una sola persona parecнa tranquila. Los ojos de Scarlett se volvieron hacia Rhett Butler, que estaba apoyado en un бrbol con las manos hundidas en los bolsillos del pantalуn. Desde que John Wilkes se fue de su lado se habнa quedado solo, sin pronunciar una palabra mientras la conversaciуn se acaloraba. Los rojos labios se arqueaban bajo el tupido bigote negro y en sus oscuros ojos brillу un divertido desprecio, como si escuchase fanfarronadas infantiles. «Una sonrisa muy desagradable», pensу Scarlett. Йl continuу escuchando tranquilamente, hasta que Stuart Tarleton, con su rojo pelo enmaraсado y los ojos centelleantes, gritу:

—ЎLos desharemos en un mes! Los caballeros luchan siempre mejor que la chusma. Un mes..., sн, una batalla...

—Caballeros —dijo Rhett Butler, sin moverse de su sitio, arrastrando las palabras con un acento que revelaba su origen charlestoniano, sin separarse del бrbol ni sacarse las manos de los bolsillos—, їpuedo decir una palabra?



  

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