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Lo que el viento se llevу 5 страница



El ver a Tom Slattery haraganeando ante los porches de sus vecinos, mendigando semillas de algodуn o un trozo de tocino «para salir adelante», era cosa frecuente. Slattery odiaba a sus vecinos con toda la poca energнa que poseнa, percibiendo su desprecio bajo la cortesнa aparente. Y odiaba especialmente a los «negros engreнdos de los ricos». Los esclavos negros del condado se consideraban superiores a los pobretones blancos y su visible desprecio le herнa, asн como su mбs segura posiciуn en la vida excitaba su envidia. En contraste con su propia existencia miserable, ellos estaban bien alimentados, bien vestidos y cuidados cuando eran viejos o estaban enfermos. Se sentнan orgullosos del buen nombre de sus amos y, la mayor parte de ellos, de pertenecer a gente de calidad, mientras que йl era despreciado por todos. Tom Slattery podнa haber vendido su granja por el triple de su valor a cualquier plantador del condado. Йstos hubieran considerado bien gastado el dinero que librase a la comunidad de un indeseable; pero йl preferнa quedarse y vivir miserablemente del provecho de una bala de algodуn, y de la caridad de sus vecinos.

Con el resto del condado Gerald mantenнa relaciones de amistad, y con algunos de sus vecinos, de intimidad. Los Wilkes, los Calvert, los Tarleton, los Fontaine, todos sonreнan cuando la figurilla del irlandйs sobre el gran caballo blanco galopaba por sus carreteras y le hacнan seсas para que vaciase grandes copas en las que echaban una buena cantidad de aguardiente de maнz sobre una cucharadita de azъcar y una ramita de menta picada. Gerald era simpбtico y los vecinos se enteraban con el tiempo de lo que los niсos, los negros y los perros descubrнan a primera vista, esto es, que detrбs de su voz retumbante y de sus modales truculentos se escondнa un buen corazуn, un oнdo acogedor y servicial y una cartera abierta a todos.

Su llegada tenнa lugar siempre entre un tumulto de perros que ladraban y de negritos que gritaban, corriendo a su encuentro, disputбndose el privilegio de sujetar su caballo y retorciйndose y gesticulando al oнr sus afables insultos. Los niсos blancos querнan sentarse sobre sus rodillas para que les hiciese el caballito, mientras йl denunciaba a los mayores la infamia de los polнticos yanquis; las hijas de sus amigos le confiaban sus asuntos amorosos y los jovencitos de la vecindad, que temнan confesar a sus padres sus deudas de honor, encontraban en йl un amigo en la necesidad.

—їCуmo tienes esa deuda desde hace un mes, bribуn? —les gritaba—. ЎPor Dios! їPor quй no me has pedido el dinero antes?

Su ruda manera de hablar era demasiado conocida para que nadie se ofendiese; y el jovencito se limitaba a sonreнr burlonamente, respondiendo avergonzado:

—Bueno, es que no querнa molestarle, y mi padre...

—Tu padre es un buen hombre; generoso, pero un poco rнgido; toma esto y que no te vuelva a ver por aquн.

Las mujeres de los plantadores fueron las ъltimas en capitular. Pero la seсora Wilkes («una gran seсora que posee el raro don del silencio», como la definнa Gerald) dijo una tarde a su marido despuйs de haber visto desaparecer entre los бrboles el caballo de Gerald: «Tiene una manera ordinaria de hablar, pero es un caballero. » Gerald habнa triunfado definitivamente.

No se daba cuenta de que habнa tardado cerca de diez aсos en triunfar, pues jamбs se le ocurriу que sus vecinos le hubieran mirado con recelo al principio. A su juicio era indudable que lo habнa logrado desde el primer momento en que puso los pies en Tara.

Cuando Gerald cumpliу cuarenta y tres aсos (tan robusto de cuerpo y coloradote de cara que parecнa uno de esos nobles cazadores que aparecen en los grabados deportivos) se le ocurriу que, por queridos que le fuesen Tara y la gente del condado, por abiertos que tuviesen el corazуn y la casa para йl, no era bastante. Necesitaba una mujer.

Tara reclamaba una dueсa. El grueso cocinero, un negro del corral elevado a aquel puesto por necesidad, no tenнa jamбs a tiempo las comidas; y la criada, que antes trabajaba en el campo, dejaba que el polvo se acumulase sobre los muebles y no tenнa nunca un paсo de limpieza a mano, asн que la llegada de huйspedes era siempre motivo de mucho jaleo y barahъnda. Pork, el ъnico negro educado de la casa, tenнa a su cargo la vigilancia general de los otros sirvientes, pero se habнa vuelto tambiйn perezoso y descuidado despuйs de varios aсos de presenciar la manera de vivir descuidada de Gerald. Como criado tenнa en orden el dormitorio de Gerald y como mayordomo servнa a la mesa con dignidad y estilo; pero, aparte de esto, dejaba que las cosas siguiesen su curso. Con un infalible instinto africano, todos los negros habнan descubierto que Gerald ladraba pero no mordнa y se aprovechaban de ello vergonzosamente. Estaba siempre amenazando con vender los esclavos y con azotarlos terriblemente, pero jamбs fue vendido un esclavo de Tara y sуlo uno de ellos fue azotado, castigo que le administraron por no haber cepillado el caballo favorito de Gerald despuйs de una larga jornada de caza.

Los ojos azules de Gerald observaban lo bien cuidadas que estaban las casas de sus vecinos y con quй facilidad dirigнan a sus sirvientes las seсoras de cabellos repeinados y de crujientes faldas. Йl no sabнa el trajнn que tenнan aquellas mujeres desde el alba hasta medianoche, consagradas a la vigilancia de la cocina, a la crianza, a la costura y al lavado. Veнa ъnicamente los resultados exteriores y йstos le impresionaban.

La urgente necesidad de una esposa se le apareciу claramente una maсana mientras se vestнa para ir a caballo a la ciudad a asistir a una vista en la Audiencia. Pork sacу su camisa plisada preferida, tan torpemente zurcida por la doncella que sуlo su criado hubiera podido ponйrsela.

—Seсor Gerald —dijo Pork, agradecido, doblando la camisa mientras Gerald se enfurecнa—, lo que usted necesita es una esposa, una esposa que le traiga muchos negros a la casa.

Gerald regaсу a Pork por su impertinencia, pero comprendiу que tenнa razуn. Necesitaba una mujer y necesitaba hijos; y si no se apresuraba a tenerlos serнa demasiado tarde. Pero no querнa casarse con la primera que se presentase, como habнa hecho el seсor Calvert, que habнa dado su mano a la institutriz inglesa de sus hijos, huйrfanos de madre. Su mujer debнa ser una seсora, una verdadera seсora, digna y elegante, como la seсora Wilkes, y capaz de dirigir Tara como la seсora Wilkes regнa su propiedad.

Pero en las familias del condado se presentaban dos dificultades en el sistema matrimonial. La primera era la escasez de jуvenes casaderas. La segunda, mбs seria, era que Gerald era un «hombre nuevo», a pesar de sus diez anos de residencia, y ademбs un extranjero. No se sabнa nada de su familia. Aun siendo menos inexpugnable que la aristocracia de la costa, la sociedad de Georgia septentrional no habrнa admitido jamбs que una de sus hijas se casase con un hombre cuyo abuelo era un desconocido.

Gerald sabнa que a pesar de la simpatнa sincera de los hombres del condado, con los que cazaba, bebнa y hablaba de polнtica, no habrнa podido casarse con la hija de ninguno de ellos. Y no querнa que se pudiese murmurar durante la sobremesa de la cena acerca de que este o aquel padre habнa negado a Gerald O'Hara, lamentбndolo mucho, permiso para hacer la corte a su hija. No por esto se sentнa Gerald inferior a sus vecinos. Nada podrнa hacerle sentirse inferior a ninguno. Era sencillamente una costumbre inveterada en el condado que las hijas se casaran ъnicamente entre familias que llevaran viviendo en el Sur mucho mбs de veinte aсos y que durante todo aquel tiempo hubiesen sido propietarias de tierras y de esclavos, entregбndose ъnicamente a los vicios elegantes de la sociedad.

—Prepara el equipaje. Nos vamos a Savannah —dijo a Pork—. Y si te oigo decir «ЎPunto en boca! » o «ЎVaya! » una sola vez, te vendo, porque йsas son palabras que rara vez empleo.

James y Andrew habrнan podido ciertamente darle algunos consejos sobre el asunto del matrimonio; y quizбs entre sus viejos amigos podнa haber alguna hija que reuniese las condiciones deseadas y que lo encontrase aceptable como marido. Sus hermanos escucharon pacientemente su historia, pero le dieron pocas esperanzas. No tenнan en Savannah parientes a los que recurrir, porque ambos estaban ya casados cuando llegaron a Estados Unidos. Y las hijas de sus viejos amigos se habнan casado hacнa tiempo y tenнan ya hijos.

—Tъ no eres un hombre rico ni perteneces a una gran familia —dijo James.

—He llegado a ser rico y podrй formar una gran familia. Y no quiero casarme con una cualquiera.

—Vuelas muy alto —replicу Andrew secamente.

Pero hicieron lo que pudieron por Gerald. Eran viejos y estaban bien situados. Tenнan muchos amigos y durante un mes llevaron a Gerald de casa en casa, a cenas, bailes y meriendas.

—Sуlo hay una que me agrada —dijo finalmente Gerald—. Y йsa no habнa nacido aъn cuando desembarquй aquн.

їY quiйn es?

—La seсorita Ellen de Robillard —dijo Gerald, aparentando indiferencia, porque los ojos negros y ligeramente oblicuos de Ellen de Robillard habнan despertado algo mбs que su atenciуn. A pesar de sus modales de una desconcertante apatнa, tan extraсa en una muchacha de quince aсos, le habнa fascinado. Por otra parte, Ellen tenнa generalmente un aspecto de desesperaciуn que le llegaba al corazуn y le hacнa ser mбs amable con ella de lo que lo habнa sido en toda su vida con nadie.

—ЎPero si podrнas ser su padre!

—ЎEstoy en la flor de la vida! —exclamу Gerald, picado.

James hablу con calma:

—Escъchame, Jerry[5], no hay muchacha en todo Savannah con la que puedas tener menos probabilidades de casarte. Su padre es un Robillard; y estos franceses son orgullosos como Lucifer. Y su madre, ЎDios la tenga en la gloria!, era lo que se dice una verdadera gran seсora.

—No me importa —se obstinу Gerald—. Ademбs, su madre ha muerto y el viejo Robillard me aprecia.

—Como hombre, sн; pero como yerno, no.

—Y la muchacha no te aceptarб, de todas maneras —intervino Andrew—. Hace ahora un aсo estuvo enamorada de ese pollo alocado, primo suyo, Philippe de Robillard, a pesar de que su familia ha estado dнa y noche detrбs de ella para hacerla desistir.

—Se marchу el mes pasado a Luisiana.

—їCуmo lo sabes?

—Lo sй —contestу Gerald, quien no deseaba descubrir que Pork le habнa proporcionado aquella valiosa informaciуn ni que Philippe se habнa marchado al Oeste por expreso deseo de su familia—. Ademбs, no creo que estй tan enamorada como para no poder olvidarle. Quince aсos son muy poco para saber mucho de amor.

—Preferirбn para ella a ese impetuoso primo, antes que a ti.

Por eso James y Andrew se quedaron tan admirados como todos cuando les llegу la noticia de que la hija de Pierre de Robillard iba a casarse con el pequeсo irlandйs que no era del paнs. Savannah murmurу de puertas adentro, haciendo comentarios acerca de Philippe de Robillard, que habнa marchado al Oeste; pero los chismes no obtuvieron respuesta. Fue siempre para todos un misterio el que la hija mбs bonita de los Robillard se casara con aquel turbulento hombrecillo de rostro colorado que apenas le llegaba al hombro.

El propio Gerald no supo nunca del todo cуmo ocurriу el hecho. Sуlo supo que se habнa operado un milagro. Y por ъnica vez en su vida se sintiу humilde cuando Ellen, palidнsima pero tranquila, le puso su blanca mano sobre el brazo y le dijo: «Me casarй con usted, seсor O'Hara. »

Los Robillard, estupefactos, se enteraron en parte de la respuesta; pero sуlo Ellen y su Mamita supieron toda la historia de aquella noche en que la joven sollozу hasta el amanecer como una niсa con el corazуn destrozado, levantбndose por la maсana con el бnimo sereno.

Con un presentimiento, Mamita llevу a su joven seсora un paquetito enviado desde Nueva Orleans, con la direcciуn escrita con letra desconocida; el paquetito contenнa una miniatura de Ellen, que ella dejу caer al suelo con un grito; cuatro cartas escritas de su puсo y letra a Philippe de Robillard y otra breve de un sacerdote de Nueva Orleans, anunciбndole la muerte de su primo en una riсa de taberna.

—Le hicieron marcharse mi padre, Pauline y Eulalie. Le hicieron marcharse, sн. Los odio, los odio a todos. No quiero verlos mбs. Quiero irme. Quiero irme adonde no pueda verlos mбs, ni a ellos ni esta ciudad, ni nada que me recuerde... a йl.

Y, cuando acababa la noche, Mamita, que tambiйn habнa llorado inclinada sobre la cabeza morena de su ama, dijo a modo de protesta:

—ЎPero tъ no puedes hacer eso, tesoro!

—Lo harй. Es un hombre bueno. Lo harй o entrarй en el convento de Charleston.

Fue la amenaza del convento lo que hizo finalmente ceder a Pierre de Robillard, trastornado y afligido. Era un fiel presbiteriano, aunque su familia fuese catуlica, y la idea de que su hija se hiciese monja le resultaba mбs penosa que su casamiento con Gerald O'Hara. Despuйs de todo, contra йste no tenнa nada, como no fuese su falta de familia.

Asн, Ellen, que ya no era Robillard, volviу la espalda a Savannah para no regresar nunca mбs y viajу hacia Tara con un marido de mediana edad, Mamita y veinte «negros de la casa».

Al siguiente aсo naciу su primera hija, a la que bautizaron con el nombre de Katie Scarlett, como la madre de Gerald. Йste se desilusionу, porque esperaba un hijo; aunque, sin embargo, le agradу su morena hijita lo suficiente para servir ron a todos los esclavos de Tara y beber йl tambiйn con ruidosa alegrнa.

Nadie supo jamбs si Ellen lamentу alguna vez su decisiуn de casarse con йl, y menos que nadie Gerald, que reventaba casi de orgullo cada vez que la miraba. Ella habнa borrado de su mente a Savannah y sus recuerdos cuando abandonу aquella graciosa y acogedora ciudad y, desde el momento en que llegу al condado, Georgia del Norte se convirtiу en su patria.

Cuando saliу para siempre de casa de su padre, dejу una mansiуn de lнneas tan bellas y esbeltas como las de un cuerpo de mujer, como las de un navio a toda vela; una casa pintada con un rosado estuco, construida al estilo colonial francйs, que se levantaba con delicada traza, y accesible por unas escaleras de caracol con barandillas de hierro forjado tan finas como encaje; una casa rica y graciosa, pero algo altiva.

Habнa abandonado no sуlo la airosa morada, sino tambiйn toda la civilizaciуn que existнa dentoro de aquel edificio; se encontraba en un mundo tan extraсo y distinto como si hubiera arribado a otro continente.

La Georgia septentrional era una regiуn escarpada, habitada por gentes бsperas. Desde lo alto de la meseta, al pie de la cordillera de las Blue Ridge Mountains, veнa hacia dondequiera que mirase colinas rojizas, con enormes picos de granito y esbeltos pinos que se alzaban umbrosos por doquier. Todo parecнa selvбtico y bravio a sus ojos acostumbrados a la costa y a la tranquila belleza de las islas tapizadas de musgo gris y verde, con las blancas fajas de sus playas abrasadas bajo el sol semitropical y las vastas perspectivas de tierra arenosa tachonada de palmeras.

Era aquella de Georgia una regiуn que conocнa lo mismo el frнo invernal que el calor del verano; y en la gente habнa un vigor y una energнa que la sorprendнan, Eran personas buenas, corteses, generosas, de carбcter afable, pero resueltas, viriles y propensas a la ira.

Los habitantes de la costa que ella habнa abandonado se vanagloriaban de tomar todos sus asuntos, incluso los duelos y contiendas, con actitud indolente, pero estos de Georgia del Norte tenнan una veta de violencia. En la costa, la vida se habнa suavizado; aquн era juvenil, vigorosa y nueva.

Todas las personas que Ellen habнa conocido en Savannah estaban cortadas por el mismo patrуn; eran parecidнsimos sus puntos de vista y sus tradiciones; aquн, la gente era de una gran variedad. Los colonos de Georgia del Norte venнan de lugares muy diversos: de otras partes de Georgia, de las Carolinas, de Virginia, de Europa y del Norte. Algunos, como Gerald, eran gente nueva en busca de fortuna. Otros, como Ellen, eran miembros de viejas familias que encontraron la vida insoportable en sus antiguos hogares y habнan buscado refugio en tierras distantes. Muchos se habнan trasladado sin otra razуn que la sangre inquieta de sus padres exploradores, que corrнa aъn, vivificante, por sus venas.

Esta gente, llegada de lugares muy diversos y de muy distintos ambientes, daba a la vida entera del condado una falta de formulismo que para Ellen era completamente nueva y a la que no consiguiу nunca acostumbrarse por completo. Sabнa instintivamente cуmo hubiera obrado la gente de la costa en cualquier circunstancia. Allн no consiguiу nunca descubrir lo que habrнa hecho un georgiano del Norte.

Todos los negocios de la regiуn prosperaban rбpidamente, en una ola que rodaba hacia el Sur. Todo el mundo pedнa algodуn y la tierra nueva de la comarca, fйrtil y lozana, lo producнa en abundancia. El algodуn era el latir del corazуn de la comarca; la siembra y la recolecciуn eran la sнstole y la diаstole de la rojiza tierra. De los surcos sinuosos brotaba la riqueza y tambiйn la arrogancia creada por las verdes matas y las hectбreas de blanco vellуn. Si йste los habнa hecho ricos en una generaciуn, Ўcuбnto mбs lo harнa en la prуxima!

La seguridad del maсana daba placer y entusiasmo por la vida; y la gente del condado gozaba de la existencia con una sinceridad que Ellen no comprendiу jamбs. Tenнan dinero bastante y los suficientes esclavos para que les quedase tiempo de divertirse; y les gustaba el juego. Parecнan no estar nunca ocupados; no dejaban de asistir a una partida de pesca o de caza o a una carrera de caballos; y no pasaba apenas una semana sin barbacoa o baile.

Ellen no quiso nunca, o no pudo, llegar a ser por completo como ellos (habнa dejado en Savannah mucho de sн misma), pero los respetaba, y con el tiempo aprendiу a admirar la franqueza y la rectitud de aquella gente, muy poco reticente y que valoraba a un hombre por lo que era.

Llegу a ser la vecina mбs querida del condado. Era un ama de casa ahorrativa y afable, una buena madre y una esposa fiel. El dolor egoнsta que habrнa dedicado a la Iglesia lo consagrу, en lugar de a ella, al servicio de sus hijos, de su casa y del hombre que la habнa arrancado de Savannah y de sus recuerdos sin hacerle jamбs una pregunta.

Cuando Scarlett tuvo un aсo (mбs sana y fuerte de lo que una niсa tiene derecho a ser, segъn Mamita) naciу la segunda hija de Ellen, bautizada con los nombres de Susan Elinor, pero a la que llamaban siempre Suellen; y a su debido tiempo vino Carreen, inscrita en la Biblia familiar como Caroline Irene. Las siguieron tres muchachos, que murieron antes de haber aprendido a andar; tres niсos que ahora yacнan bajo los retorcidos cedros, en el cementerio, a cien metros de la casa, bajo tres lбpidas, cada una de las cuales llevaba el nombre de «Gerald O'Hara Jr. ».

Desde el dнa en que Ellen llegу a Tara, el lugar habнa ido transformбndose. Aunque ella sуlo tenнa quince aсos, estaba no obstante preparada para las responsabilidades de una dueсa de plantaciуn. Antes del matrimonio, las muchachas tenнan que ser, sobre todo, dulces, amables, bellas y decorativas; pero despuйs de casadas debнan regir una casa con cien personas o mбs, entre blancos y negros; y con vistas a esto eran educadas.

Ellen habнa recibido la preparaciуn para el matrimonio que se da a toda seсorita de buena familia; y ademбs tenнa a Mamita, que con su energнa era capaz de galvanizar al negro mбs holgazбn. Pronto impuso orden, dignidad y gracia en la casa de Gerald y dio a Tara una belleza que antes no habнa tenido nunca.

La casa fue construida sin seguir ningъn gйnero de plan arquitectуnico, y le aсadнan cuartos donde y cuando iban siendo necesarios; pero, con el cuidado y la atenciуn de Ellen, adquiriу un encanto especial que provenнa, justamente, de su falta de diseсo. La avenida de cedros que conducнa del camino principal a la casa, aquella avenida sin la que ninguna casa de plantadores georgianos hubiera estado completa, tenнa una sombra densa y fresca que daba mayor viveza y esplendor, por contraste, al verde de los otros бrboles. La enredadera que caнa sobre las terrazas resaltaba brillante sobre los ladrillos enjalbegados; y se unнa con las rosadas y retorcidas ramas del mirto junto a la puerta y con las blancas flores de los magnolios, en la explanada, disimulando en parte las feas lнneas de la casa.

En primavera y verano, el trйbol y el pasto del prado se tornaban de un color esmeralda, de un esmeralda tan seductor que representaba una tentaciуn irresistible para las bandadas de pavos y de gansos que debнan vagar ъnicamente por la parte trasera de la casa. Los mбs viejos de la bandada se desviaban continuamente en clandestinos avances hacia la explanada delantera, atraнdos por el verde de la hierba y la sabrosa promesa de los capullos y de los macizos sembrados. Contra sus latrocinios se habнa instalado bajo el pуrtico delantero un pequeсo centinela negro. Armado con una toalla andrajosa, el negrito, sentado en los escalones, formaba parte del cuadro de Tara; y era muy desgraciado, porque le estaba prohibido tirar a las aves y debнa limitarse solamente a agitar la toalla y a gritar «ЎSos! » para espantarlas.

Ellen adiestrу en aquella tarea a docenas de negritos; era el primer puesto de responsabilidad que desempeсaba un esclavo en Tara. Cuando cumplнan diez aсos, eran enviados al viejo Daddy, el zapatero de la plantaciуn, para aprender su oficio; o a Amos, el carpintero y carrero; o a Philippe, el vaquero; o a Cuffee, el mozo de muнas. Si no mostraban aptitudes para ninguno de estos oficios, trabajaban en el campo, y, en opiniуn de los negros, habнan perdido sus derechos a cualquier posiciуn social.

La vida de Ellen no era fбcil ni feliz; pero ella no habнa esperado que fuese fбcil, y, en cuanto a la felicidad, era aquйl su destino de mujer. El mundo pertenecнa a los hombres, y ella lo aceptaba asн. El hombre era el dueсo de la prosperidad, y la mujer la dirigнa. El hombre se llevaba el mйrito de la gerencia y la mujer encomiaba su talento. El hombre mugнa como un toro cuando se clavaba una astilla en un dedo y la mujer sofocaba sus gemidos en el parto por temor a molestarle. Los hombres eran бsperos al hablar y se emborrachaban con frecuencia. Las mujeres ignoraban las brusquedades de expresiуn y metнan en la cama a los borrachos, sin decir palabras agrias. Los hombres eran rudos y francos, y las mujeres, siempre buenas, afables e inclinadas al perdуn.

Ella habнa sido educada en las tradiciones de las grandes seсoras, a quienes se les enseсa a soportar su carga conservando su encanto; y pensaba que sus tres hijas llegarнan a ser tambiйn grandes seсoras. Con las dos mбs jуvenes lo habнa conseguido, porque Suellen ansiaba tanto ser atractiva que prestaba oнdos atentos y obedientes a las enseсanzas de su madre, y Carreen era tнmida y fбcil de guiar. Pero Scarlett, verdadera hija de Gerald, encontrу бspero el camino del seсorнo.

Ante la indignaciуn de Mamita, preferнa compaсeros de juego que no fuesen sus formales hermanitas o las bien educadas niсas de los Wilkes, sino los negritos de la plantaciуn y los chicos de la vecindad; y sabнa trepar a un бrbol o tirar una piedra tan bien como cualquiera de ellos. Mamita estaba muy disgustada con que una hija de Ellen manifestara tales inclinaciones, y con frecuencia la conjuraba a que «se portase como una seсora». Pero Ellen tomaba el asunto con una actitud mбs tolerante y previsora. Sabнa que los compaсeros de infancia serнan, aсos despuйs, sus pretendientes, y el primer deber de una muchacha era casarse. Se decнa a sн misma que la niсa estaba simplemente llena de vida y que habrнa tiempo de enseсarle las artes y gracias precisas para resultar atractiva a los hombres.

A tal fin encaminaron Ellen y Mamita sus esfuerzos, y, cuando Scarlett creciу, se hizo una buena alumna en esa materia; pero no aprendiу casi ninguna otra cosa. A pesar de una serie de institutrices y de dos aсos en la cercana Academia Femenina de Fayetteville, su educaciуn era muy incompleta; sin embargo ninguna muchacha del condado bailaba con mбs gracia que ella. Sabнa ronreнr haciendo resaltar los hoyuelos de su rostro; caminar anadeando para que las amplias faldas de su miriсaque oscilaran fascinantes; sabнa mirar a un hombre a la cara y bajar despuйs los ojos pestaсeando rбpidamente, de modo que pareciese el temblor de una dulce emociуn. Pero sobre todo aprendiу a ocultar a los hombres una inteligencia aguda bajo un rostro tan dulce y tierno como el de un niсo.

Ellen, con amonestaciones en tono suave, y Mamita, con sus constantes censuras, trataban de inculcar en ella las cualidades que la habrнan de hacer verdaderamente deseable como esposa.

—Debes ser mбs amable, querida, mбs sosegada —decнa Ellen a su hija—. No debes interrumpir a los caballeros que te hablen, aunque creas saber mбs que ellos sobre el asunto de que traten. A los caballeros no les gustan las muchachas demasiado desenvueltas.

—Las seсoritas tontas que presumen mucho y dicen «quiero esto, no quiero aquello» pueden dar por seguro que no encontrarбn marido —profetizaba Mamita con enfado—. Las muchachas deben bajar los ojos y decir «Sн, seсor», «Estб muy bien lo que usted dice, seсor».

Entre las dos le enseсaron todo lo que una seсorita bien nacida debнa saber, pero ella aprendiу solamente los signos exteriores de la urbanidad. No aprendiу nunca la gracia interior de la que esos signos deben brotar: no la aprendiу nunca ni vio la necesidad de aprenderla. Con las apariencias bastaba, porque sus apariencias seсoriles le atraнan cortejadores, y ella no deseaba mбs. Gerald se jactaba de que su hija era la mayor beldad de los cinco condados, lo cual era, en parte, verdad, pues le habнan hecho proposiciones matrimoniales casi todos los jуvenes de las cercanнas y de muchos lugares tan lejanos como Atlanta y Savannah.

A los diecisйis aсos, gracias a Mamita y a Ellen, Scarlett parecнa dulce, encantadora y vivaracha; pero era, en realidad, caprichosa, presumida y terca. Tenнa las pasiones fбcilmente excitables de su padre irlandйs, y nada, excepto una tenue capa exterior, del carбcter desinteresado e indulgente de su madre. Ellen no se dio jamбs completamente cuenta de que era sуlo una capa, pues Scarlett le ponнa siempre su mejor cara a su madre, ocultando sus travesuras, refrenando su temperamento y mostrбndose en presencia de Ellen lo mбs suave que podнa, porque su madre sabнa, con una sola mirada de reproche, hacerla llorar. Pero Mamita no se hacнa ilusiones sobre ella, y estaba constantemente alerta a las grietas de aquella capa. Los ojos de Mamita eran mбs agudos que los de Ellen, y Scarlett no recordaba nunca haberla podido engaсar por mucho tiempo.

No es que estas dos guнas afectuosas deplorasen la alegrнa, la vivacidad y la fascinaciуn y el hechizo de Scarlett. Йstos eran rasgos de los que las mujeres del Sur se enorgullecнan. Era el carбcter terco e impetuoso de Gerald lo que las preocupaba en ella, y a veces temнan que no pudieran ocultarse sus cualidades nocivas antes de que hiciese un buen matrimonio.

Pero Scarlett se proponнa casarse, y casarse con Ashley, y le interesaba aparecer recatada, dуcil y frivola, si es que йstas eran las cualidades que atraнan a los hombres. No sabнa por quй les gustaban a los hombres. Sуlo sabнa que tales mйtodos eran los que tenнan йxito. Nunca le interesу tanto aquello como para intentar buscar la razуn que lo motivaba, porque ignoraba el interior de los seres humanos y, por tanto, el suyo propio. Sabнa ъnicamente que si ella decнa «esto es asн», los hombres invariablemente respondнan «asн es». Era como una fуrmula matemбtica y sin mayor dificultad, porque las matemбticas habнan sido la ъnica materia que le pareciу fбcil a Scarlett en su йpoca de colegiala.

Si conocнa poco la idiosincrasia masculina, conocнa aъn menos la femenina, pues las mujeres le interesaban poco. No habнa tenido jamбs una amiga ni sentido su necesidad. Para ella, todas las mujeres, incluso sus dos hermanas, eran enemigas naturales que perseguнan la misma presa: el hombre.

Todas las mujeres, excepto una: su madre.

Ellen O'Hara era diferente, y Scarlett la consideraba como algo sagrado, aparte del resto del gйnero humano. De niсa, confundнa a su madre con la Virgen Marнa, y ahora que era mayor no veнa motivo para cambiar de opiniуn. Para ella, Ellen representaba esa completa seguridad que sуlo el Cielo o una madre pueden dar. Sabнa que su madre era la personificaciуn de la justicia, de la verdad, de la ternura afectuosa y del profundo saber: una gran seсora.

Scarlett deseaba vivamente ser como su madre. La ъnica dificultad era que, siendo justa y sincera, tierna y desinteresada, una se perdнa la mayor parte de los goces de la vida y, sin duda, muchos cortejadores. Y la vida era demasiado breve para renunciar a tantas cosas agradables. Algъn dнa, cuando se hubiese casado con Ashley y fuese vieja, algъn dнa, cuando tuviese tiempo, tratarнa de ser como Ellen. Pero hasta entonces...

Aquella noche, durante la cena, Scarlett cumpliу su misiуn de presidir la mesa en ausencia de su madre; pero su pensamiento estaba trastornado por la tremenda noticia que habнa oнdo acerca de Ashley y Melanie. Sentнa un desesperado deseo de que su madre volviera de casa de los Slattery, porque sin ella se sentнa perdida y sola. їQuй derecho tenнan los Slattery, con sus eternas enfermedades, a sacar a Ellen de su casa, cuando Scarlett la necesitaba mбs?



  

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