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Lo que el viento se llevуL

Lo que el viento se llevу

Margaret Mitchell


Tнtulo original: Gone ivith the wind

Traducciуn:

Juan G. de Luaces y J. Gуmez de la Serna

1. a ediciуn: octubre 1991

La presente ediciуn es propiedad de Ediciones B, S. A.

Calle Rocafort, 104 - 08015 Barcelona (Espaсa)

© 1936 by the Macmillan Company

© 1964 by Stephens Mitchell and Trust Company of Georgia as

Executors of Margaret Mitchell Marah © 1984 by Stephens Mitchell

Protected under the Berne, Universal and Buenos Aires Convention

Printed in Spain ISBN: 84-406-2294-5 Deposito iegjd: B. 30. 983-1991

Impres'o en Talleres Grбficos «Dъplex, S. A. » Ciudad de Asunciуn, 26-D 08030 Barcelona

Cubierta:

IDEA BALMES. Jordi Vallhonesta


НNDICE

PRIMERA PARTE.. 4

SEGUNDA PARTE.. 81

TERCERA PARTE.. 160

CUARTA PARTE.. 172

QUINTA PARTE.. 172

 

 


 

PRIMERA PARTE

Scarlett O'Hara no era bella, pero los hombres no solнan darse cuenta de ello hasta que se sentнan ya cautivos de su embrujo, como les sucedнa a los gemelos Tarleton. En su rostro contrastaban acusadamente las delicadas facciones de su madre, una aristуcrata de la costa, de familia francesa, con las toscas de su padre, un rozagante irlandйs. Pero era el suyo, con todo, un semblante atractivo, de barbilla puntiaguda y de anchos pуmulos. Sus ojos eran de un verde pбlido, sin mezcla de castaсo, sombreados por negras y rнgidas pestaсas, levemente curvadas en las puntas. Sobre ellos, unas negras y espesas cejas, sesgadas hacia arriba, cortaban con tнmida y oblicua lнnea el blanco magnolia de su cutis, ese cutis tan apreciado por las meridionales y que tan celosamente resguardan del cбlido sol de Georgia con sombreros, velos y mitones.

Sentada con Stuart y Brent Tarleton a la fresca sombra del porche de Tara, la plantaciуn de su padre, aquella maсana de abril de 1861, la joven ofrecнa una imagen linda y atrayente. Su vestido nuevo de floreado organdн verde extendнa como un oleaje sus doce varas de tela sobre los aros del miriсaque y armonizaba perfectamente con las chinelas de tafilete verde que su padre le habнa traнdo poco antes de Atlanta. El vestido se ajustaba maravillosamente a su talle, el mбs esbelto de los tres condados, y el ceсido corsй mostraba un busto muy bien desarrollado para sus diecisйis aсos. Pero ni el recato de sus extendidas faldas, ni la seriedad con que su cabello estaba suavemente recogido en un moсo, ni el gesto apacible de sus blancas manitas que reposaban en el regazo conseguнan encubrir su personalidad. Los ojos verdes en la cara de expresiуn afectadamente dulce eran traviesos, voluntariosos, ansiosos de vida, en franca oposiciуn con su correcto porte. Los modales le habнan sido impuestos por las amables amonestaciones y la severa disciplina de su madre; pero los ojos eran completamente suyos. A sus dos lados, los gemelos, recostados cуmodamente en sus butacas, reнan y charlaban. El sol los hacнa parpadear al reflejarse en los cristales de sus gafas, y ellos cruzaban al desgaire sus fuertes, largas y musculosas piernas de jinetes, calzadas con botas hasta la rodilla. De diecinueve aсos de edad y rozando los dos metros de estatura, de sуlida osamenta y fuertes mъsculos, rostros curtidos por el sol, cabellos de un color rojizo oscuro y ojos alegres y altivos, vestidos con idйnticas chaquetas azules y calzones color mostaza, eran tan parecidos como dos balas de algodуn.

Fuera, los rayos del sol poniente dibujaban en el patio surcos oblicuos baсando de luz los бrboles, que resaltaban cual sуlidas masas de blancos capullos sobre el fondo de verde cйsped. Los caballos de los gemelos estaban amarrados en la carretera; eran animales grandes, jaros como el cabello de sus dueсos, y entre sus patas se debatнa la nerviosa trailla de enjutos perros de caza que acompaсaban a Stuart y a Brent adondequiera que fuesen. Un poco mбs lejos, como corresponde a un aristуcrata, un perro de lujo, de pelaje moteado, esperaba pacientemente tumbado con el hocico entre las patas a que los muchachos volvieran a casa a cenar.

Entre los perros, los caballos y los gemelos hay una relaciуn mбs profunda que la de su constante camaraderнa. Todos ellos son animales sanos, irreflexivos y jуvenes; zalameros, garbosos y alegres los muchachos, briosos como los caballos que montan, briosos y arriesgados, pero tambiйn de suave temple para aquellos que saben manejarlos.

Aunque nacidos en la cуmoda vida de la plantaciуn, atendidos a cuerpo de rey desde su infancia, los rostros de los que estбn en el porche no son ni dйbiles ni afeminados. Tienen el vigor y la viveza de la gente del campo que ha pasado toda su vida al raso y se ha preocupado muy poco de las tonterнas de los libros. La vida es aъn nueva en la Georgia del Norte, condado de Clayton, y un tanto ruda como lo es tambiйn en Augusta, Savannah y Charleston. Los de las provincias del Sur, mбs viejas y sedentarias, miran por encima del hombro a los georgianos de las tierras altas; pero allн, en Georgia del Norte, no avergonzaba la falta de esas sutilezas de una educaciуn clбsica, con tal de que un hombre fuera diestro en las cosas que importaban. Y las cosas que importaban eran cultivar buen algodуn, montar bien a caballo, ser buen cazador, bailar con agilidad, cortejar a las damas con elegancia y aguantar la bebida como un caballero. Los gemelos sobresalнan en estas habilidades, y eran igualmente obtusos en su notoria incapacidad para aprender cualquier cosa contenida entre las tapas de un libro. Su familia poseнa mбs dinero, mбs caballos, mбs esclavos que otra ninguna del condado, pero los muchachos tenнan menos retуrica que la mayorнa de los vecinos mбs pobres de la regiуn.

Йsta era la razуn de que Stuart y Brent estuvieran haraganeando en el porche de Tara en aquella tarde de abril. Acababan de ser expulsados de la Universidad de Georgia (la cuarta universidad que los expulsaba en dos aсos), y sus dos hermanos mayores, Tom y Boyd, habнan vuelto a casa con ellos por haberse negado a permanecer en una instituciуn donde los gemelos no eran bien recibidos. Stuart y Brent, consideraban su ъltima expulsiуn como una broma deliciosa, y Scarlett, que no habнa abierto con gusto un libro desde que saliera, un aсo antes, de la academia femenina de Fayetteville, lo encontraba tan divertido como ellos.

—Ya sй que ni a Tom ni a vosotros dos os importa que os hayan expulsado —dijo—. Pero їquй me decнs de Boyd? Estб decidido a instruirse, y vosotros le habйis hecho salir de las universidades de Virginia, de Alabama y de Carolina del Sur, y ahora de la de Georgia. A ese paso no acabarб nunca.

—ЎOh! Puede estudiar leyes en el despacho del juez Parmalee, en Fayetteville —contestу Brent despreocupadamente—. Ademбs, no importa gran cosa. Hubiйramos tenido que volver a casa de todos modos antes de fin de curso. —їPor quй?

—ЎLa guerra, tonta! La guerra va a estallar el dнa menos pensado, y no imaginarбs que ninguno de nosotros va a seguir en el colegio mientras dure la guerra, їverdad?

—Ya sabйis que no va a haber guerra —replicу Scarlett, enojada—. Nadie habla de otra cosa. Ashley Wilkes y su padre dijeron a papб la semana pasada precisamente que nuestros delegados en Washington llegarнan a... a un acuerdo amistoso con el seсor Lincoln sobre la Confederaciуn. Y, ademбs, los yanquis nos tienen demasiado miedo para luchar. No habrб guerra alguna, y ya estoy harta de oнr hablar de eso.

—їQue no va a haber guerra? —protestaron con indignaciуn los gemelos, como si se sintieran defraudados—. ЎClaro que habrб guerra, querida! —dijo Stuart—. Los yanquis pueden tenernos mucho miedo; pero, despuйs de ver la forma en que el general Beauregard los arrojу anteayer de Fort Sumter[1], tendrбn que luchar o quedarбn ante el mundo entero como unos cobardes. Si la Confederaciуn...

Scarlett hizo un gesto de enfado e impaciencia.

—Si nombrбis la guerra una sola vez mбs, me meto en casa y cierro la puerta. Nunca he estado en mi vida tan harta de una palabra como de йsta de Secesiуn. Papб habla de guerra maсana, tarde y noche, y todos los seсores que vienen a verle se exaltan hablando de Fort Sumter, Estados, derechos y de Abraham Lincoln, hasta que me ponen tan nerviosa que de buena gana me echarнa a llorar. Ese es tambiйn el tema de conversaciуn de los muchachos que no saben hablar de otra cosa; de eso y de su Milicia. No ha habido diversiones esta primavera porque los chicos no saben hablar de otra cosa. Me alegro infinito de que Georgia esperase a que pasaran las Navidades para separarse, pues de lo contrario nos hubiera estropeado las reuniones de Pascuas. Si volvйis a decir una palabra de la guerra, me meto en casa.

Y lo pensaba como lo decнa, porque no le era posible soportar mucho rato una conversaciуn de la que ella no fuese el tema principal. Pero sonreнa al hablar y, con estudiado gesto, hacнa mбs seсalados los hoyuelos de sus mejillas, y agitaba sus negras y afiladas pestaсas tan rбpidamente como sus alas las mariposas. Los muchachos estaban entusiasmados, como ella querнa que estuviesen, y se apresuraron a disculparse por haberla disgustado. No encontraban mal su falta de interйs. Parecнales mejor, por el contrario. La guerra es asunto de hombres, no de seсoras, y ellos consideraban aquella actitud como prueba de la feminidad de Scarlett.

Habiendo maniobrado de este modo para sacarles del бrido tema de la guerra, volviу con interйs al de su situaciуn actual.

—їQuй ha dicho vuestra madre al saber que os han expulsado otra vez?

Los muchachos parecieron sentirse desasosegados recordando la actitud de su madre cuando, tres meses antes, habнan vuelto a casa, expulsados de la Universidad de Virginia.

—Pues mira, no ha tenido aъn ocasiуn de decir nada. Tom y nosotros dos hemos salido temprano de casa, esta maсana, antes de que se levantase. Tom se ha quedado en casa de los Fontaine, mientras nosotros venнamos aquн.

—їNo dijo nada anoche cuando llegasteis?

—Anoche estuvimos de suerte. Precisamente cuando nosotros llegamos acababan de llevarle el nuevo caballo garaсуn que mamб comprу en Kentucky el mes pasado, y toda la casa estaba revuelta. ЎQuй animal tan robusto! Es un gran caballo, Scarlett; tienes que decir a tu padre que vaya a verlo en seguida. Ya ha mordido al mozo que lo trajo y ha coceado a dos de los negros de mamб que fueron a buscarlo al tren en Jonesboro. Y un momento antes de llegar nosotros a casa habнa destrozado a patadas el establo y dejado medio muerto a Fresa, el viejo garaсуn de mamб. Cuando llegamos, mamб estaba en el establo, calmбndolo con un saquito de azъcar; y lo hacнa a las mil maravillas. Los negros estaban tan espantados que temblaban, encaramados a las vigas; pero mamб hablaba al caballo como si se tratara de una persona; y el animal comнa en su mano. No hay nadie como mamб para entender a un caballo. Y cuando nos vio nos dijo: «ЎEn nombre del cielo! їQuй hacйis otra vez en casa? ЎSois peores que las plagas de Egipto! » Y entonces el caballo empezу a relinchar y a encabritarse, y mamб dijo: «ЎLargo de aquн! їNo veis que el pobre animal estб nervioso? Ya me ocuparй de vosotros cuatro maсana por la maсana. » Entonces nos fuimos a la cama, y esta maсana nos marchamos antes de que nos pudiera pescar, dejando a Boyd para que se las entendiese con ella.

—їCreйis que pegarб a Boyd?

Scarlett, como el resto del condado, no podнa acostumbrarse a la manera como la menuda seсora Tarleton trataba a sus hijos, ya crecidos, y les cruzaba la espalda con la fusta cuando el caso lo requerнa. Beatrice Tarleton era una mujer muy activa, que regentaba por sн misma no sуlo una extensa plantaciуn de algodуn, un centenar de negros y ocho hijos, sino tambiйn la mбs importante hacienda de crнa caballar del condado. Tenнa mucho carбcter y a menudo se incomodaba por las frecuentes trastadas de sus cuatro hijos; y, mientras a nadie le permitнa pegar a un caballo, ella pensaba que una paliza de vez en cuando no podнa hacer ningъn daсo a los muchachos.

—Claro que no le pegarб. A Boyd no le pega nunca, primero porque es el mayor y luego por ser el mбs menudo de la carnada —dijo Stuart, que estaba orgulloso de su casi metro noventa—. Por eso le hemos dejado en casa, para que explique las cosas a mamб. ЎDios mнo, mamб no tendrб mбs remedio que pegarnos! Nosotros tenemos ya diecinueve aсos y Tom veintiuno, y nos trata como si tuviйramos seis.

—їMontarб tu madre el caballo nuevo para ir maсana a la barbacoa de los Wilkes?

—Eso querнa, pero papб dice que es demasiado peligroso. Y, ademбs, las chicas no quieren dejarla. Dicen que van a procurar que vaya a esa fiesta por lo menos en su coche, como una seсora.

—Espero que no llueva maсana —dijo Scarlett—. No hay nada peor que una barbacoa que se convierte en un picnic bajo techado. —No, maсana harб un dнa esplйndido y tan caluroso como si fuera de junio. Mira quй puesta de sol. No la he visto nunca tan rojiza. Siempre se puede predecir el tiempo por las puestas de sol.

Miraron a lo lejos hacia el rojo horizonte por encima de las interminables hectбreas de los reciйn arados campos de algodуn de Gerald O'Hara. Ahora, al ponerse el sol entre oleadas carmesнes detrбs de las colinas, mбs allб del rнo Flint, el calor de aquel dнa abrileсo parecнa expirar con balsбmico escalofrнo. La primavera habнa llegado pronto aquel aсo con sus furiosos chaparrones y con el repentino florecer de los melocotoneros y de los almendros que salpicaba de estrellas el oscuro pantano y las colinas lejanas. Ya la labranza estaba casi terminada, y el sangriendo resplandor del ocaso teснa los surcos reciйn abiertos en la roja arcilla de Georgia de tonalidades aъn mбs bermejas. La hъmeda tierra hambrienta que esperaba, arada, las simientes de algodуn, mostraba tintes rosados, bermellуn y esscarlata en los lomos de los arenosos surcos, y siena allн donde las sombras caнan a lo largo de las zanjas. La encalada mansiуn de ladrillo parecнa una isla asentada en un mar rojo chillуn, un mar cuyo oleaje ondulante, creciente, se hubiera petrificado de pronto, cuando las rosadas crestas de sus ondas iban a romperse. Porque allн no habнa surcos rectos y largos, como los que pueden verse en los campos de arcilla amarillenta de la llana Georgia central o en la oscura y fйrtil tierra de las plantaciones costeras. El campo que se extendнa en pendiente al pie de las colinas del norte de Georgia estaba arado en un millуn de curvas para evitar que la rica tierra se deslizase en las profundidades del rнo.

Era una tierra de tonalidades rojas, color sangre despuйs de las lluvias y color polvo de ladrillo en las sequнas; la mejor tierra del mundo para el cultivo del algodуn. Era un paнs agradable, de casas blancas, apacibles sembrados y perezosos rнos amarillos; pero una tierra de contrastes, con el sol mбs radiantemente deslumbrador y las mбs densas umbrнas. Los claros de la plantaciуn y los kilуmetros de campos de algodуn sonreнan al sol cбlido, sereno, complaciente. A sus lados se extendнan los bosques vнrgenes, oscuros y frнos aun en las tardes mбs sofocantes; misteriosos, un tanto siniestros, los rumorosos pinos parecнan esperar con paciencia secular, para amenazar con suaves suspiros: «ЎCuidado! ЎCuidado! Fuisteis nuestros en otro tiempo. Podemos arrebataros otra vez. »

A los oнdos de las tres personas que estaban en el porche llegaba el ruido de los cascos de las caballerнas, el tintineo de las cadenas de los arneses, las agudas y despreocupadas carcajadas de los negros, mientras braceros y muнas regresaban de los campos. De dentro de la casa llegaba la suave voz de la madre de Scarlett, Ellen O'Hara, llamando a la negrita que llevaba el cestillo de sus llaves. La voz atiplada de la niсa contestу: «Sн, seсora», y se oyeron las pisadas que salнan de la casa dirigiйndose por el camino de detrбs hacia el ahumadero, donde Ellen repartirнa la comida a los trabajadores que regresaban. Se oнa el chocar de la porcelana y el tintineo de la plata anunciando que Pork, el mayordomo de Tara, ponнa la mesa para la cena.

Al oнr estos ъltimos sonidos, los gemelos se dieron cuenta de que era ya hora de regresar a casa. Pero tenнan miedo de enfrentarse con su madre y remoloneaban en el porche de Tara, con la momentбnea esperanza de que Scarlett los invitara a cenar.

—Oye, Scarlett. A propуsito de maсana —dijo Brent—, el que hayamos estado fuera y no supiйramos nada de la barbacoa y del baile no es razуn para que no nos hartemos de bailar maсana por la noche. No tendrбs comprometidos todos los bailes, їverdad?

—ЎClaro que sн! їCуmo iba yo a saber que estabais en casa? No podнa exponerme a estar de plantуn sуlo por esperaros a vosotros. —їTъ de plantуn? Y los muchachos rieron a carcajadas.

—Mira, encanto. Vas a concedernos a mн el primer vals y a Stu el ъltimo, y cenarбs con nosotros. Nos sentaremos en el rellano de la escalera, como hicimos en el ъltimo baile, y llevaremos a mamita Jincy para que te eche otra vez la buenaventura.

—No me gustan las buenaventuras de mamita Jincy. Ya sabes que me dijo que iba a casarme con un hombre de pelo y bigotazos negros; y no me gustan los hombres morenos.

—Te gustan con el pelo rojo, їverdad, encanto? —dijo Brent haciendo una mueca—. Bueno, anda; promйtenos todos los valses y que cenarбs con nosotros.

—Si lo prometes te diremos un secreto —dijo Stuart.

—їCuбl? —exclamу Scarlett, curiosa como una chiquilla ante aquella palabra.

—їEs lo que oнmos ayer en Atlanta, Stu? Si es eso, ya sabes que prometimos no decirlo.

—Bueno, la seсorita Pitty nos dijo...

—їLa seсorita quй?

—Ya sabes; la prima de Ashley Wilkes, que vive en Atlanta. La seсorita Pittypat Hamilton, la tнa de Charles y de Melanie Hamilton.

—Sн, ya sй; y la vieja mбs tonta que he visto en toda mi vida.

—Bueno, pues cuando estбbamos ayer en Atlanta, esperando el tren para venir a casa, llegу en su coche a la estaciуn, se parу y estuvo hablando con nosotros; y nos dijo que maсana por la noche, en el baile de los Wilkes, iba a anunciarse oficialmente una boda.

—ЎAh! Ya estoy enterada —exclamу Scarlett con desilusiуn—. Charles Hamilton, el tonto de su sobrino, con Honey Wilkes. Todo el mundo sabe hace aсos que acabarбn por casarse alguna vez, aunque йl parece tomarlo con indiferencia.

—їLe tienes por tonto? —preguntу Brent—. Pues las ъltimas Navidades bien dejabas que mosconeara a tu alrededor.

—No podнa impedirlo —dijo Scarlett, encogiйndose de hombros con desdйn—. Pero me resulta un moscуn aburrido.

—Ademбs, no es su boda la que se va a anunciar —dijo Stuart triunfante—. Es la de Ashley con Melanie, la hermana de Charles.

El rostro de Scarlett no se alterу, pero sus labios se pusieron pбlidos como los de la persona que recibe, sin previo aviso, un golpe que la aturde, y que иn el primer momento del choque no se da cuenta de lo que le ha ocurrido. Tan tranquila era su expresiуn mientras miraba fijamente a Stuart, que йste, nada psicуlogo, dio por supuesto que estaba simplemente sorprendida y muy interesada.

—La seсorita Pitty nos dijo que no pensaban anunciarlo hasta el aсo que viene, porque Melanie no estб muy bien de salud; pero que con estos rumores de guerra las dos familias creyeron preferible que se casaran pronto. Por eso lo harбn pъblico maсana por la noche, en el intermedio de la cena. Y ahora, Scarlett, ya te hemos dicho el secreto. Asн que tienes que prometernos que cenarбs con nosotros.

—Desde luego —dijo Scarlett como una autуmata.

—їY todos los valses?

—Todos.

—ЎEres encantadora! Apuesto a que los demбs chicos van a volverse locos de rabia.

—Dйjalos que se vuelvan locos. ЎQuй le vamos a hacer! Mira, Scarlett, siйntate con nosotros en la barbacoa de la maсana.

—їCуmo?

Stuart repitiу la peticiуn.

—Desde luego.

Los gemelos se miraron entusiasmados, pero algo sorprendidos. Aunque se consideraban los pretendientes preferidos de Scarlett, nunca hasta aquel momento habнan logrado tan fбcilmente testimonios de su preferencia. Por regla general les hacнa pedir y suplicar, mientras los desesperaba negбndoles un sн o un no; riendo si se ponнan ceсudos, mostrando frialdad si se enfadaban. Y ahora les habнa prometido el dнa siguiente casi entero: sentarse a su lado en la barbacoa, todos los valses (Ўy ya se las arreglarнan ellos para que todas las piezas fueran valses! ), y cenar con ellos en el intermedio. Sуlo por esto valнa la pena ser expulsados de la universidad.

Henchidos de renovado entusiasmo con su йxito, continuaron remoloneando, hablando de la barbacoa y del baile, de Ashley Wilkes y Melanie Hamilton, interrumpiйndose uno a otro, diciendo chistes y riйndoselos, y lanzando indirectas clarнsimas para que los invitaran a cenar. Pasу algъn tiempo antes de que notaran que Scarlett tenнa muy poco que decir. Algo habнa cambiado en el ambiente, algo que los gemelos no sabнan quй era. Pero la tarde habнa perdido su bella alegrнa. Scarlett parecнa prestar poca atenciуn a lo que ellos decнan, aunque sus respuestas fuesen correctas. Notando algo que no podнan comprender, extraсados y molestos por ello, los gemelos lucharon aъn durante un rato y se levantaron por fin de mala gana consultando sus relojes.

El sol estaba bajo, sobre los campos reciйn arados, y recortaba al otro lado del rнo las negras siluetas de los bosques. Las golondrinas hogareсas cruzaban veloces a travйs del patio, y polluelos, patos y pavos se contoneaban, rezagбndose de vuelta de los campos.

Stuart bramу: «Jeems! » Y, tras un intervalo, un negro alto y de su misma edad corriу jadeante alrededor de la casa y se dirigiу hacia donde estaban trabados los caballos. Jeems era el criado personal de los gemelos y, lo mismo que los perros, los acompaсaba a todas partes. Compaсero de juegos de su infancia, habнa sido regalado a los gemelos cuando cumplieron los diez aсos. Al verle, los perros de los Tarleton se levantaron del rojo polvo y permanecieron a la expectativa, aguardando a sus amos. Los muchachos se inclinaron estrechando la mano de Scarlett, y le dijeron que por la maсana temprano la esperarнan en casa de los Wilkes. Salieron en seguida a la carretera, montaron en sus caballos y, seguidos de Jeems, bajaron al galope la avenida de cedros, agitando los sombreros y gritбndole adiуs.

Cuando hubieron doblado el recodo del polvoriento camino que los ocultaba de Tara, Brent detuvo su caballo en un bosquecillo de espinos. Stuart se parу tambiйn, mientras el criado negro retrocedнa, distanciбndose de ellos unos pasos. Los caballos, al sentir las bridas flojas, alargaron el cuello para pacer la tierna hierba primaveral y los pacientes perros se tumbaron de nuevo en el suave polvo rojo, mirando con ansia las golondrinas que revoloteaban en la creciente oscuridad. El ancho e ingenuo rostro de Brent estaba perplejo y demostraba una leve contrariedad.

—Oye —dijo—. їNo te parece que debнa habernos convidado a cenar?

—Eso creo —respondiу Stuart—, y estaba esperando que lo hiciese pero no lo ha hecho. їQuй te ha parecido?

—No me ha parecido nada, pero creo que debнa habernos invitado. Despuйs de todo es el primer dнa que estamos en casa, no nos habнa visto casi ni un minuto, y tenнamos un verdadero montуn de cosas que decirle.

—A mн me ha hecho el efecto de que estaba contentнsima de vernos cuando llegamos.

—Y a mн tambiйn.

—Y de repente, al cabo de media hora, se ha quedado casi ensimismada, como si le doliera la cabeza.

—Yo me he dado cuenta, pero no me he preocupado de momento. їQuй crees que le dolerнa?

—No sй. їHabremos dicho algo que la disgustase?

Ambos pensaron durante un momento.

—No se me ocurre nada. Ademбs, cuando Scarlett se enfada, todo el mundo se entera; no se domina como hacen otras chicas.

—Sн, precisamente eso es lo que me gusta de ella. No se molesta en aparentar frialdad y desapego cuando estб enfadada, y dice lo que se le ocurre. Pero ha sido algo que hemos hecho o dicho lo que ha provocado su mudez y su aspecto de enferma. Yo jurarнa que le alegrу vernos cuando llegamos y que tenнa intenciуn de convidarnos a cenar. їNo habrб sido por nuestra expulsiуn?

—ЎQuй diablos! No seas tonto. Se riу como si tal cosa cuando se lo dijimos. Y, ademбs, Scarlett no concede a los libros mбs importancia que nosotros.

Brent se volviу en la silla y llamу al criado negro.

—Jeems!

—їSeсor?

—їHas oнdo lo que hemos estado hablando con la seсorita Scarlett?

—ЎPor Dios, seсorito Brent...! їCуmo puede usted creer? ЎDios mнo, estar espiando a las personas blancas!

—ЎEspiando, por Dios! Vosotros, los negros, sabйis todo lo que ocurre. Vamos, mentiroso, te he visto con mis propios ojos rondar por la esquina del porche y esconderte detrбs del jazminero del muro. Vaya, їnos has oнdo decir algo que pueda haber disgustado a la seсorita Scarlett o herido sus sentimientos?

Asн interrogado, Jeems no llevу mбs lejos su pretensiуn de no haber escuchado la charla, y frunciу el oscuro ceсo.

—No, seсor; yo no me di cuenta de que dijeran ustedes nada que le disgustase. Me pareciу que estaba muy contenta de verlos y que los habнa echado mucho de menos; gorjeaba alegre como un pбjaro, hasta el momento en que empezaron ustedes a contarle lo de que el seсorito Ashley y la seсorita Melanie Hamilton se iban a casar. Entonces se quedу callada como un pбjaro cuando va el halcуn a echarse sobre йl.

Los gemelos se miraron moviendo la cabeza, perplejos.

—Jeems tiene razуn. Pero no veo el motivo —dijo Stuart—. ЎDios mнo! Ashley no le importa absolutamente nada, no es mбs que un amigo para ella. No estб enamorada de йl. En cambio, nosotros la tenemos loca.

Brent moviу la cabeza asintiendo.

—їPero no crees —dijo— que quizб Ashley no le haya dicho a Scarlett que iba a anunciar su boda maсana por la noche y que Scarlett se ha disgustado por no habйrselo comunicado a ella, una antigua amiga, antes que a nadie? Las muchachas dan mucha importancia a eso de ser las primeras en enterarse de semejantes cosas.

—Bueno, puede ser. Pero їquй tiene que ver que no le dijera que iba a ser maсana? Se supone que era un secreto, una sorpresa, y un hombre tiene derecho a mantener secreta su palabra de casamiento, їno es asн? Nosotros no nos hubiйramos enterado si no se le escapa a la tнa de Melanie. Pero Scarlett debнa saber que йl habнa de casarse algъn dнa con Melanie. Nosotros lo sabemos hace aсos. Los Wilkes y los Hamilton se casan siempre entre primos. Todo el mundo estaba enterado de que seguramente se casarнan, exactamente igual que Honey Wilkes se va a casar con Charles, el hermano de Melanie.

—Bueno, vamos a dejarlo. Pero siento que no nos convidara a cenar. Te juro que no tengo ninguna gana de oнr a mamб tomarla con nuestra expulsiуn. No es como si fuera la primera vez.

—Tal vez Boyd la haya suavizado a estas horas. Ya sabes que es un hбbil parlanchнn ese gorgojo. Y sabes tambiйn que consigue siempre aplacarla.

—Sн, puede hacerlo, pero necesita tiempo. Tiene que empezar con rodeos hasta que pone a mamб tan nerviosa que se da por vencida y le pide que reserve su voz para la prбctica del Derecho. No habrб tenido tiempo, sin embargo, de llevar las cosas a buen fin. Mira, te apuesto lo que quieras a que mamб estб tan excitada aъn con lo de su caballo nuevo que ni se darб cuenta de que estamos otra vez en casa hasta que se siente a cenar esta noche y vea a Boyd. Y antes de que termine la comida se habrб ido acalorando y poniendo furiosa. Y habrбn dado las diez sin que Boyd haya conseguido tomar la palabra para decirle que no hubiera resultado digno en ninguno de nosotros continuar en el colegio despuйs de habernos hablado el rector como nos hablу a ti y a mн. Y serб mбs de medianoche antes de que haya йl conseguido darle la vuelta en tal forma que estй tan indignada con el rector que le pregunte a Boyd por quй no le pegу un tiro. No, decididamente, no podemos ir a casa hasta pasada medianoche. Es algo completamente imposible.

Los gemelos se miraron malhumorados. No tenнan ningъn miedo ni a los caballos salvajes ni a los peligros de la caza ni a la indignaciуn de sus vecinos; pero les infundнan un saludable pбnico las clarнsimas advertencias de su pelirroja madre y la fusta con la cual no tenнa reparo en castigarles.

—Bueno, mira —dijo Brent—, vamos a casa de los Wilkes. Las chicas y Ashley se sentirбn encantados de que cenemos allн.

Stuart pareciу un poco molesto.

—No, no vayamos allн. Estarбn muy ocupados preparбndolo todo para la barbacoa de maсana, y ademбs...

—ЎOh! Me habнa olvidado de eso —replicу Brent rбpido—. No iremos, no.

Pusieron los caballos al paso y marcharon un rato en silencio, Stuart con las morenas mejillas encendidas de sonrojo. Hasta el verano anterior habнa йl cortejado a India Wilkes, con la aprobaciуn de ambas familias y del condado entero. El condado pensaba que tal vez la frнa y comedida India Wilkes tendrнa sobre йl una influencia sedante. Por lo menos, eso esperaban todos fervientemente. Y Stuart hubiera seguido adelante, pero Brent no estaba satisfecho. Brent le tenнa afecto a India pero la encontraba muy fea y apocada y no hubiera podido enamorarse de ella sуlo por hacerle compaснa a Stuart. Era la primera vez que los intereses de los gemelos no estaban acordes, y Brent se sintiу agraviado por las atenciones que su hermano prodigaba a una muchacha que a йl no le parecнa nada extraordinaria.



  

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