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Jaime Bayly 24 страница



—Señ ores de la prensa, con ustedes, la señ ora Lourdes Osorio. Un aplauso para ella, por favor —anunció Parker.

De inmediato entraron en la sala Lourdes Osorio y Clever Chauca. Lourdes llevaba pantalones vaqueros, zapatos negros de taco alto (querí a verse má s alta que Tudela, querí a salir má s alta que é l en las fotos), su mejor reloj y sus joyas má s vistosas, el pelo bien peinado en una peluquerí a esa mañ ana y recogido hacia atrá s, el rostro algo tenso, una sonrisa vacilante, nerviosa, las ojeras que delataban la mala noche, una noche de dudas y peleas con Soraya y repentinos cambios de opinió n. Clever Chauca vestí a un traje negro y corbata negra, el pelo engominado, anteojos de carey, zapatos bien lustrados, los ojos atentos, obedientes, que saltaban de la mirada de Parker a la de Tudela, queriendo servir a ambos sin falta, con esmero: sabí a que esa mañ ana era crucial; ya habí a conseguido lo má s difí cil, llevar a Lourdes a la conferencia, convencerla, darle antes el dinero, hacerla firmar un recibo, ahora solo habí a que cruzar los dedos y esperar que todo saliera como su jefe, Gustavo Parker, querí a.

Al ver entrar a Lourdes, Tudela se puso de pie, estiró la mano hacia ella con una sonrisa y la saludó amablemente, dicié ndole:

—Señ ora, encantado, mucho gusto de conocerla, muchas gracias por venir.

Los fotó grafos dispararon sus cá maras, haciendo relampaguear los flashes, capturando ese esperado momento, el del apretó n de manos entre el candidato y la mujer del escá ndalo, Tudela sonriendo, Lourdes algo tensa, negá ndose, sin embargo, una mirada hostil o rencorosa, tratando de sonreí r como si todo estuviera bien, como si en el fondo tuviera respeto o aprecio por ese señ or al que habí a enjuiciado durante tantos añ os. Luego se sentaron. Clever Chauca hizo una venia a Parker y se dirigió atrá s, junto con los periodistas. Se hubiera sentado con mucho gusto a la mesa principal, pero Parker habí a sido claro en decirle «Tú entras con la puta piurana, la depositas en la mesa y te vas a sentar atrá s, no quiero que me jodas la foto».

—Señ ores de la prensa, quiero decir unas palabras —retomó Parker, luego de saludar a Lourdes con un beso en la mejilla y sentarse al lado de Tudela—. Para mí es un altí simo honor recibir hoy, en ví speras de las elecciones presidenciales, al candidato Alcides Tudela, amigo de esta casa, y a la señ ora Lourdes Osorio, en un esfuerzo histó rico que hace este canal por propiciar, como siempre, la unió n familiar, la paz entre los peruanos, la armoní a y el bienestar de los niñ os y niñ as, el futuro de este paí s.

Clever Chauca aplaudió ponié ndose de pie, y algunos periodistas aplaudieron con desgano.

—Gracias a un esfuerzo extraordinario de este canal hemos logrado hacer realidad un sueñ o que parecí a imposible: que Alcides Tudela y Lourdes Osorio, deponiendo sus intereses personales, pensando en lo que es mejor para la niñ a Soraya, lleguen a un acuerdo amistoso, extrajudicial, que van a explicar a continuació n —siguió Parker—. En lo que a mí respecta, felicito a Alcides y a Lourdes por este acuerdo, que demuestra que son personas de bien, de buena voluntad, de só lidos principios morales, y anuncio que mañ ana votaré por mi amigo Alcides Tudela, el pró ximo presidente del Perú.

Clever Chauca volvió a aplaudir, extasiado, mientras Parker y Tudela se daban un apretó n de manos, sonrientes, al tiempo que los fotó grafos se acercaban y no cesaban de hacer retratos de un á ngulo y de otro, de pie o encorvados, buscando el mejor perfil, la iluminació n má s conveniente. Lourdes no parecí a contenta ni relajada; una sombra de preocupació n la atormentaba.

—Buenas tardes, Perú —dijo Tudela, ponié ndose de pie, llevá ndose la mano al pecho, tratando de dar una entonació n untuosa, solemne a sus palabras—. Buenas tardes, Lourdes. Buenas tardes, Soraya, hija mí a —añ adió, y Clever Chauca se puso otra vez de pie y estalló en un aplauso agitado, virulento, arengando a los periodistas a que aplaudieran, pero no fueron má s que unos pocos quienes lo secundaron.

—¡ Tudela presidente! ¡ Tudela presidente! —gritó Chauca, y luego Parker le dirigió una mirada fulminante y Chauca entendió de inmediato el mensaje de su jefe y se sentó y se quedó callado y supo que un solo error má s, otro exabrupto, otro desborde afectuoso, histrió nico, podí a costarle una suspensió n de una semana, así de implacable era Gustavo Parker con é l.

—Quiero anunciar, con mucho orgullo, con mucha emoció n patrió tica, que la señ ora Lourdes Osorio, aquí presente, y yo, hemos llegado a un acuerdo por el bien de la niñ a Soraya Osorio —dijo Tudela.

—Soraya Tudela —lo corrigió Lourdes, con gesto contrariado, pero Tudela no se dio por aludido.

—El acuerdo consta de cinco puntos y será firmado hoy, dejando de lado los cá lculos polí ticos, pensando en la salud y el bienestar y el futuro lleno de amor que se merece la niñ a Soraya, tan linda Soraya, un pan de Dios —continuó Tudela, y luego sacó un papel de su bolsillo, lo desdobló, se puso sus anteojos sin darse prisa, sabiendo que habí a obtenido una victoria polí tica, y leyó —: Primero, la señ ora Lourdes Osorio desiste de su petició n de otra prueba de ADN para aclarar el espinoso asunto de la paternidad de su hija Soraya y reconoce como vá lida, final y definitiva la prueba de ADN que me hice recientemente en el Laboratorio Caneló n, prueba que, como ustedes bien saben, demostró que no soy el padre gené tico de la niñ a Soraya Osorio.

Lourdes asintió, disgustada, como si estuviera arrepentida o no encontrase fuerzas para firmar el papel. Tudela siguió leyendo:

—Segundo, la señ ora Lourdes Osorio retira todas las demandas judiciales que ha presentado contra mi persona y se compromete a no enjuiciarme má s, consciente de que esos juicios me hacen un dañ o polí tico y me desví an de mi atenció n prioritaria, que es trabajar por los má s pobres del Perú.

La voz de Tudela era grave, afectada. Parker sonreí a con satisfacció n.

—Tercero, el señ or Alcides Tudela anuncia que a partir de hoy reconoce como hija a la niñ a Soraya Osorio. Buenas tardes, Soraya, bienvenida a mi hogar, bienvenida a mi corazó n, estoy conmovido de que seas mi hija.

Parker y Lourdes aplaudieron, é l con alegrí a, ella con resignació n, no era el final que hubiera querido, pero era sin duda mejor que ir a la cá rcel si ganaba Tudela al dí a siguiente, al menos Soraya ya tení a un papá.

—Claro que no es mi hija gené ticamente —se apuró en aclarar Tudela—. Reconozco a Soraya como mi hija simbó lica, como mi hija sentimental, pero sigo afirmando que no he tenido nunca relaciones í ntimas con la señ ora Lourdes Osorio, y sin embargo, sensible al drama de una niñ a que necesita un padre, me veo en la obligació n moral y patrió tica, como hombre de bien y padre ejemplar, de aceptarla como mi hija aunque no lo sea gené ticamente, lo importante acá no son los lazos de sangre sino los ví nculos de amor, y yo amo a la niñ a Soraya, yo estoy muy orgulloso de que ella sea mi hija: ¡ buenas tardes, Soraya, bienvenida a mi hogar cristiano! —dijo Tudela con aspavientos.

Algunos periodistas pensaron entonces que Soraya entrarí a en la sala, pero no apareció.

—Cuarto, me comprometo a darle una decorosa pensió n mensual a la señ ora Lourdes, a fin de que ella pueda solventar los gastos de educació n, alimentació n y traslados en que pueda incurrir para el bienestar de nuestra comú n hija, Soraya. Esa cantidad será no menor de mil dó lares y no mayor de mil quinientos dó lares y oscilará segú n la libre fluctuació n del dó lar en el mercado cambiarlo nacional.

Los periodistas se miraron, confundidos.

—¿ Será n mil o mil quinientos? —preguntó el locutor Dennis Beingochea.

—Eso depende —contestó Tudela, muy serio.

—¿ De qué depende? —insistió Beingochea.

—De la coyuntura —zanjó la discusió n Tudela, con cara de pocos amigos, luego continuó —: Quinto y ú ltimo, anuncio formalmente ante la prensa nacional e internacional que, ademá s de darle una pensió n mensual a mi hija simbó lica Soraya, la visitaré de una manera regular, digamos una vez al mes o cada dos meses, segú n me permita mi agenda de trabajo, y, terminadas estas elecciones presidenciales, la llevaré a Disney, acompañ ada por su mamá. ¡ Bienvenida al mundo má gico de Disney, Soraya, hija!

Tudela dejó el papel sobre la mesa, saludó a la prensa con una venia, se permitió una sonrisa y luego amagó con abrazar a Lourdes, pero ella se mantuvo distante y prefirió darle la mano, sonriendo a medias, obligada por las circunstancias.

—Lourdes, ¿ có mo se siente? —preguntó la reportera Veró nica Ausejo, de Canal 7.

—Muy contenta, muy contenta —contestó Lourdes—. Por fin mi hija ha encontrado a su padre, por fin Alcides reconoce que Soraya es su hija.

—Mi hija sentimental, mi hija simbó lica —se apuró en aclarar Tudela—. ¿ Qué peruano no quisiera tener como hija a esta niñ a maravillosa, superdotada, que, aclaro, no es mi hija gené tica? —se preguntó, mirando al techo, abriendo los brazos, como si estuviera orgulloso de sí mismo, encantado de conocerse.

—¿ Dó nde está Soraya? —preguntó Dennis Machuca, de Radio Capital.

—En mi casa —respondió Lourdes.

—¿ Por qué no ha venido? —insistió Machuca, transmitiendo en directo para su radio.

—Porque se encuentra indispuesta —dijo Lourdes.

—¿ Qué tiene? —preguntó a quemarropa Machuca, y algunos periodistas lo miraron con antipatí a, no lo querí an, decí an que era un necio, un majadero, que le gustaba robarse el espectá culo.

—Está un poquito enfermita —respondió Lourdes—. Soraya querí a venir pero su salud no se lo ha permitido.

—Lourdes, ¿ ha recibido dinero del candidato Tudela o del señ or Parker? —preguntó Lucas Pino, del diario El Tí o—. Se comenta que ha recibido una jugosa suma de dinero, ¿ es verdad?

—Falso de toda falsedad —se adelantó Tudela, indignado—. Una calumnia má s de mis enemigos.

—No he recibido un centavo —contestó Lourdes, y luego se aseguró de que la cartera estuviera bien cerrada, escondiendo los cincuenta mil dó lares que, poco antes de la conferencia, sin contarlos, olié ndolos pausadamente y con fruició n, Clever Chauca habí a depositado en ella sin que nadie lo advirtiera.

—Este es un acuerdo de buena fe, de buenos sentimientos, acá el dinero no cuenta, es lo de menos —explicó Parker, con una sonrisa.

—Por fin, ¿ có mo se va a llamar la niñ a: Soraya Tudela o Soraya Osorio? —preguntó Freddy Espada, columnista de espectá culos del diario El Tremendo, conocido por sus colegas como El Vampiro, porque dormí a de dí a y salí a de noche, sediento de tragos y mujeres.

—Soraya Tudela —respondió Lourdes.

—Soraya Osorio —la corrigió Tudela.

—Soraya Osorio Tudela —sentenció Parker, y los tres sonrieron, como si hubiesen llegado a un acuerdo.

—¿ Por quié n va a votar mañ ana, señ ora Lourdes? —preguntó Rosita Carreñ o, reportera de RPP, la radio de noticias má s escuchada del paí s, que transmití a en directo la rueda de prensa.

—El voto es secreto —contestó Lourdes, fastidiada con la pregunta.

—Pero no vas a votar por Lola Figari, ¿ no? —terció Parker.

—El voto es secreto —insistió Lourdes.

Los periodistas hicieron ruidos de protesta y desaprobació n por aquella respuesta que juzgaban insatisfactoria, predecible, aguafiestas, una respuesta que no parecí a estar a la altura de lo que esperaban.

—A ella le da vergü enza decirlo, pero yo puedo anunciarlo en su nombre —intervino Gustavo Parker—. La señ ora Lourdes Osorio votará mañ ana por Alcides Tudela. ¿ No es así, mi querida Lourdes? —añ adió, y sonrió de un modo amable y al mismo tiempo conminatorio, como dicié ndole si te haces la difí cil, al final de la reunió n Clever Chauca te quitará los fajos de tu cartera, cabrona, me prometiste que dirí as que votarí as por Tudela, ahora no vengas a hacerte la estreñ ida y cumple tu palabra.

—Gracias por tu voto, Lourdes, me conmueve y me obliga a seguir trabajando por los má s pobres, los desposeí dos, los desheredados —dijo Tudela, y besó la mano renuente de Lourdes, que no sabí a có mo salir del embrollo.

—De nada, Alcides —dijo ella, secamente—. Bueno, sí, anuncio que, ahora que ha reconocido a Soraya como su hija, ya puedo votar tranquila por Alcides Tudela, ya sé que Alcides es un hombre bueno, que se preocupa por la niñ ez y tiene valores morales —añ adió, y Clever Chauca se puso de pie y aplaudió.

—Muy só lidos valores morales —corroboró Tudela—. Los valores que me inculcaron mis padres cuando era lustrabotas —dijo, y una lá grima se deslizó por su mejilla y é l la enjugó de un modo discreto pero visible.

—Este es un momento histó rico para las familias peruanas —dijo Gustavo Parker, ponié ndose de pie—: Alcides Tudela reconoce a Soraya como su hija simbó lica y Lourdes Osorio anuncia que va a votar por Alcides Tudela, y todo gracias a este canal, que es el canal de la familia peruana, siempre velando por el bienestar de la niñ ez desamparada —añ adió.

Clever Chauca se puso de pie nuevamente, aplaudió y gritó:

—¡ Que viva Canal 5! ¡ Que viva Tudela! ¡ Que viva la niñ a sí mbolo Soraya!

—¡ Que viva! —gritó Parker.

—¡ Que viva, carajo! —gritó Tudela—. ¡ Y que viva la democracia, por la que he batallado desde niñ o! —bramó.

Luego abrazó y besó en la mejilla y en la boca a Lourdes y le dijo al oí do:

—Gracias, voy a cumplir todos los meses con tu pensió n. Gracias por tu apoyo tan generoso.

—De nada, Alcides —contestó ella, mientras la prensa fotografiaba el momento.

Enseguida Lourdes salió presurosa de la sala, acompañ ada de Clever Chauca, que le preguntó, alarmado:

—¿ Adó nde vas?

—Al bañ o —dijo ella, pá lida—. Tengo que vomitar.

Juan Balaguer conoció a Radamiel Mamanchura en los bañ os turcos Winston, a los que acudí a todos los martes por la tarde para relajarse y escuchar las opiniones de los parroquianos, que solí an comentar sus apariciones en Panorama y Pulso.

Nacido en Chincha, Mamanchura trabajaba como masajista de los bañ os turcos Winston, y en sus ratos libres era baterista del grupo de mú sica tropical Imanes. Era espigado y tení a el cuerpo de un atleta, habí a sido velocista en el colegio y se habí a graduado como profesor de Educació n Fí sica, aunque no ejercí a como tal, preferí a dar masajes en los Winston, y a ciertos clientes, en sus casas. Taciturno, reservado, de aire receloso, Mamanchura le dijo a Balaguer, mientras le friccionaba los dedos en la espalda, «Lo felicito por su programa, es muy cultural». Balaguer respondió «Por favor, trá tame de tú y hazme los masajes con má s fuerza, que me duelan». Por temor a decir alguna tonterí a, Mamanchura cumplió la sesió n de media hora guardando riguroso silencio y Balaguer le dio luego una buena propina. Desde entonces, Balaguer pedí a siempre turno de masajes con é l, no le importaba esperar para ser atendido por ese moreno vestido de blanco, los ojos saltones, los dientes ní veos, las manos largas, delicadas. No eran amigos, solo conocidos, no solí an conversar durante la sesió n de masajes, apenas lo necesario, un saludo, alguna opinió n al paso para romper el hielo, luego el silencio, las manos recorrié ndole el cuerpo erizado.

Balaguer no pensaba en Mamanchura como un eventual amante, ni siquiera lo veí a como un hombre afeminado, con pulsiones homosexuales. Fue Mamanchura quien le dijo una tarde «Si usted quiere, puedo ir a su casa para hacerle los masajes, es má s privado y le cobraré lo mismo». A Balaguer le dio miedo que fuese un ladró n, un mal tipo, alguien peligroso, por eso dudó, se tomó su tiempo para responder y le dijo que lo llamarí a algú n dí a. Mamanchura le entregó su tarjeta, que decí a «Servicios esmerados a domicilio. Atenció n a clientes VIP».

Durante un añ o o poco má s, una vez por semana, cada martes, Mamanchura visitó el departamento de Balaguer, le dio masajes (Balaguer cubrí a sus genitales con una toalla, pero cuando se daba la vuelta, Mamanchura la retiraba y le tocaba delicadamente las nalgas, aunque pidié ndole permiso: «¿ Desea masajes en la baja espalda? », «Bueno, sí, có mo no, si no le incomoda») y le cobró lo mismo que solí a cobrarle en los Winston, bañ os turcos a los que Balaguer dejó de acudir. Una tarde en que Mamanchura cumplí a veintiocho añ os, Balaguer sirvió vino, bebieron, intercambiaron opiniones sobre polí tica y fú tbol, y Mamanchura, algo pasado de copas, se atrevió a preguntarle «¿ Quiere que le haga servicio completo? ». Se resistí a a tratarlo de tú, era muy ceremonioso, insistí a en tratarlo de usted. Balaguer contestó «No sé a qué te refieres». Mamanchura dijo «Puedo proporcionarle el placer que está necesitando para su completa relajació n». «Hombre, ya estoy bastante relajado», comentó Balaguer, sin sospechar en qué estaba pensando el masajista. «Si usted me lo pide, y por el mismo precio, puedo trabajarle la ví a rectal», ofreció Mamanchura, con mirada muy seria, profesional. Balaguer notó un bulto prominente en la entrepierna del masajista. Nervioso, le dijo «Creo que te has equivocado, a mí me gustan las mujeres». Mamanchura carraspeó, bebió un poco de vino y habló preservando el aplomo: «A mí tambié n, caballero. Yo soy muy macho, tengo una hija en Chincha. Pero me parece que su trasero está necesitando la atenció n que se merece, y yo con mucho gusto le puedo dar mis servicios esmerados, con todo respeto». Temeroso de cometer el peor error de su vida, algo que podí a destruir su carrera periodí stica, Balaguer sintió, sin embargo, el deseo de aventurarse en territorio desconocido, decidió permitirse una transgresió n, solo una. Por eso dijo «Hazme lo que quieras». Luego cerró los ojos y escuchó que Mamanchura decí a con una voz distinta, afectuosa, «Seré muy delicado». Lo que a continuació n ocurrió, dejarse penetrar por un hombre, no fue algo que a Balaguer le gustara, pero tampoco acabó de disgustarle: sintió dolor, ansiedad, culpa, vergü enza, pero tambié n que aquel era un placer retorcido y secreto que estaba en su destino conocer.

Alcides Tudela llegó muy temprano al colegio de La Molina donde le tocaba votar, acompañ ado de su esposa, Elsa, y de sus guardias de seguridad. Marcó sin dudar el casillero donde aparecí a su fotografí a en la cé dula de votació n, firmó el registro electoral tras saludar a las autoridades de la mesa de votació n, hundió el dedo medio de la mano derecha en un frasco de tinta morada («Cuando sea presidente voy a anular esto, nos marcan como si fué ramos ganado», comentó, bromeando, a las autoridades de la mesa), se acercó al puñ ado de periodistas que lo esperaba, todos ya sus amigos o conocidos, y dijo:

—Hoy comienza el gran cambio.

Elsa Kohl sonrió con optimismo y, cuando le preguntaron qué opinaba del caso Soraya, dijo:

—Alcides es un hombre de gran corazó n. Ha reconocido a una hija que no es suya solo para que la niñ a deje de estar traumada por culpa de su mamá. Alcides es el gran padre de todos los peruanos.

Poco má s tarde, Gustavo Parker se presentó a votar en un colegio de San Isidro, acompañ ado de su asistente Clever Chauca y de sus custodios. No quiso hacer declaraciones antes de votar, se cuidó de que nadie viese cuando marcaba el rosto de Tudela en la cé dula de votació n y, al salir, protegido por Chauca, que empujaba a los periodistas má s briosos, dijo, ante un entrevero de micró fonos, cá maras y rostros acezantes:

—A las cuatro en punto daremos el gran flash con el nombre del presidente electo o con los dos candidatos que pasen a la segunda vuelta.

—¡ No empujen, colegas! —gritó Chauca, haciendo de escudero de su jefe.

—¿ Por quié n ha votado, señ or Parker? —preguntó Jesú s Manuel Carvajal, joven reportero de Canal 5.

—He votado por la democracia y la libertad de expresió n —respondió Parker, con gesto crispado.

Luego se alejó a paso rá pido y habló al oí do de Chauca:

—Ese Carvajal es un huevó n. Despí delo.

—Sí, jefe —contestó Chauca, y a lo lejos dirigió una mirada flamí gera a Jesú s Manuel Carvajal.

Pasado el mediodí a, Lourdes Osorio acudió a votar a la Universidad de Lima. Su hija Soraya se habí a negado a acompañ arla dicié ndole:

—Estoy avergonzada de ti. Me has traicionado. Te has vendido a mi papá. Nunca má s voy a salir en pú blico contigo. Y si la prensa me pregunta qué opino, seguiré pidié ndole la prueba de ADN, y, para que lo tengas bien claro, no pienso reunirme con é l mientras no se haga esa prueba.

—Eres una chiquilla majadera —la reprendió Lourdes—. Ya verá s que se te pasa el malhumor cuando vayamos a Disney con la plata que me ha regalado el señ or Parker.

—No voy a ir a Disney —sentenció Soraya, en ropa de dormir, sentada a la mesa de la cocina, tomando un desayuno frugal, leche y cereales.

—Entonces iré sola —contestó Lourdes, burlona.

—O que te acompañ e tu mejor amiga, Elsa Kohl —replicó Soraya.

Luego de votar, Lourdes Osorio se resignó a declarar ante la prensa, que la esperaba con evidente impaciencia.

—¿ Ha votado por Tudela? —le preguntaron a gritos.

—Prefiero mantener mi voto en reserva —respondió Lourdes.

Frente a la cé dula de votació n, en la cá mara secreta, resguardada por una cortina negra, Lourdes habí a dudado: no sabí a si marcar el rostro de Tudela, el de Lola Figari, el de algú n otro candidato que le habí a expresado su solidaridad en pleno escá ndalo (por ejemplo, el del combativo parlamentario Fernando Holguí n, que habí a hecho carrera polí tica como adalid contra la corrupció n y era buen amigo de los banqueros y los mineros, quienes financiaban su campañ a, o el de Cielo Barragá n, una señ ora de izquierda liberal, atea, divorciada y defensora de ideas progresistas), o si dejar la cé dula en blanco o incluso viciarla (pero estas ú ltimas opciones le daban miedo, temí a que alguien la viera escribiendo una obscenidad en la cartilla de votació n y no querí a dar ese mal ejemplo).

—Ya, pues, Lourdes, confiesa por quié n has votado —le pidió una reportera.

—No te hagas la loca, te hemos visto votando por Alcides Tudela —fanfarroneó un veterano periodista de Radio Capital, el conocido sibarita Mamerto Mondragó n.

Lourdes Osorio pensó que, en efecto, la habí an visto marcando la casilla de Tudela, y por eso dijo:

—Bueno, sí, he votado por Alcides. Me gustan mucho sus ideas. Y es el papá de mi hija, y quiero que mi hija esté orgullosa de é l.

Cuando se alejaba, algunos ciudadanos, adversarios de Tudela o simplemente picaros y espontá neos, le gritaron «¡ Vendida, ladrona! ¡ Devuelve la plata! ¿ Dó nde está tu hija? ».

Soraya estaba en el departamento de San Borja, hablando con RPP, la radio má s escuchada del Perú, a la que habí a llamado para hacer declaraciones. «Danos tu nú mero y te llamaremos de vuelta», le dijeron, y en efecto la llamaron, la pusieron al aire y Soraya dijo:

—Quiero decir que no apoyo lo que ha hecho mi mamá. Me da mucha pena có mo ha actuado. Se ha vendido a la plata de Alcides Tudela y Gustavo Parker. Lo que ha hecho es una vergü enza, una infamia, un acto indigno. La rechazo ené rgicamente y exijo que mi papá, Alcides Tudela, se haga la prueba de ADN. Mientras no se la haga, no pienso reconocerlo como padre. Y si gana la presidencia, que sepa que no le tengo miedo, no tengo miedo a su persecució n polí tica, a que nos meta en la cá rcel. Mi mamá le tiene miedo, pero yo no. Mi mamá ha votado hoy por Tudela solo por miedo y porque le han pagado.

—¿ Tú por quié n hubieras votado? —le preguntó la periodista de RPP, Beatriz del Campo.

—Yo, en blanco. Todos los candidatos me parecen pé simos. Todos son la misma cosa. Ninguno me gusta.

—¿ Y tú algú n dí a entrará s en la polí tica y será s candidata a algo? —preguntó Del Campo, con voz melindrosa, meliflua, fingiendo afecto o compasió n.

—No —dijo Soraya—. Yo odio la polí tica. Cuando termine el colegio, me iré a estudiar al extranjero.

—¿ Qué quieres estudiar? —preguntó Del Campo.

—Diseñ o y alta costura —respondió Soraya.

—¿ Vas a ser modista?

—No. Voy a ser modelo.

Ese dí a, en Buenos Aires, Juan Balaguer despertó temprano y se dirigió en taxi a la embajada peruana, en la avenida Libertador. Quiso votar, enseñ ó su pasaporte y su cé dula de votació n, pero le dijeron que no estaba inscrito para sufragar. Pidió entonces inscribirse y le dijeron que era muy tarde, que no podí a votar. Insistió en hablar con el embajador Toribio Dianderas, jubilado del periodismo, conocido por su afició n al alcohol y al fú tbol. Dianderas saludó con afecto a Balaguer, tanto que este quedó sorprendido, no esperaba que el embajador le prodigara tales muestras de cariñ o:

—Embajador, quiero votar, le ruego que me lo permita —dijo.

—Pero no está s inscrito —respondió el embajador, un hombre menudo, de bigote poblado, canoso, y voz ronca, pedregosa.

—Entonces inscrí bame.

—No puedo, hijito. Yo no controlo el padró n. Yo soy un mero observador, un garante de la democracia.

Balaguer guardó silencio, resignado, haciendo un gesto de contrariedad.

—De todos modos, ¿ por qué te empeñ as en votar, si ya es un hecho que ganará Tudela en primera vuelta? —preguntó el embajador.

—¿ Eso cree? —se alarmó Balaguer.

—Eso es lo que dicen las ú ltimas encuestas —respondió el embajador Dianderas—. ¿ Quieres un trago? ¿ Pasamos a mi despacho?

Faltando quince minutos para las cuatro de la tarde, Gustavo Parker examinó las encuestas a boca de urna que le habí a pasado la compañ í a Alegrí a y Asociados, llamó a Alcides Tudela y le dijo:



  

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