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Jaime Bayly 18 страница—Cholo, te felicito por hacerte la prueba de ADN, has salido airoso, el pueblo está contigo. —Gracias, Gustavo, pero estoy muy resentido contigo, todaví a me duele, y me duele profundamente, lo que me has hecho —contestó Tudela, con voz de lamento exagerado, posando como la ví ctima de una siniestra conspiració n. Parker se rio, ya acostumbrado a las contorsiones retó ricas de Tudela, a su histrionismo desmesurado, y dijo: —No te he hecho nada, Alcides, no jodas. El que te atacó fue Balaguer y ya lo despedí a ese maricó n, ya lo fumigué. Yo solo te pedí que te hicieras la prueba de ADN y ya te la hiciste y por eso has subido en las encuestas. —¡ No soy ningú n idiota, Gustavo! —lo interrumpió Tudela—. ¡ Dijiste que Soraya era mi hija, y no lo es! ¡ He probado cientí ficamente que no lo es! ¡ Nunca olvidaré que cuando má s necesitaba tu lealtad, me diste la espalda! —No grites, cholo, no te pongas belicoso —dijo Parker, preocupado porque Tudela se habí a consolidado en las encuestas—. No creas que no estoy enterado de tus trapitos sucios con ese huevas tristes de Caneló n, no creas que no sé que le has roto la mano para que te saque un resultado tramposo. ¿ O tú crees que yo me chupo el dedo como los pelotudos que creen que esa prueba de ADN es limpia? ¡ No he nacido ayer, Alcides! ¡ Sé perfectamente cuá nto le has pagado a Caneló n y dó nde le has depositado la plata! ¡ Y no me tomes por imbé cil, que hago la denuncia este domingo en mi canal! Tudela se quedó sin respuesta, carraspeó, ganó tiempo pensando en lo que le convení a decir. Luego habló: —No quiero seguir peleando contigo, Gustavo. Ya basta de esta carnicerí a. Pido una tregua, un armisticio. Deja en paz a mi amigo Caneló n, é l es un hombre bueno, un luchador por la democracia, estamos juntos en la misma trinchera, tú tambié n está s en mi trinchera, Gustavo, eres un demó crata a carta cabal. Te pido encarecidamente que no sigas atacá ndome en tu canal, ya el caso Soraya está cerrado, ya la gente sabe que esa pobre niñ a no es mi hija. Parker no tení a pruebas de que Tudela hubiese sobornado al doctor Caneló n, pero se habí a arriesgado a decirle eso para ver si Tudela reaccionaba con temor. Lo tengo agarrado de los huevos, el cholo cree que tengo las pruebas de la coima que le ha pagado a Caneló n para trampear el ADN, bingo, acerté, pensó, con una sonrisa maliciosa. Luego dijo: —Yo tampoco quiero pelear contigo, Alcides. Pero entre tú y yo tenemos que decirnos siempre la verdad, para eso estamos los amigos. —Para eso estamos los amigos, claro —se apresuró Tudela. —Y por eso he botado de una patada en el culo a Balaguer y no volverá má s a este canal, y por eso te felicito por no reconocer a esa señ orita que, segú n tu prueba de ADN, no es tu hija. Qué suerte tienes de contar con un buen amigo como Caneló n, y por eso te pido que vengas el domingo a mi canal y que nos des una entrevista humana, sentimental, con Elsa y con Chantilly, tu hija, para que la gente vea el lado familiar del candidato Alcides Tudela. ¿ Có mo te suena? Tudela demoró su respuesta: —¿ En qué programa serí a eso? —En Panorama —contestó Parker. —¿ Se va a seguir llamando así ahora que has despedido a Balaguer? —Sí, el nombre se me ocurrió a mí, yo lo tengo patentado. —¿ Y quié n lo va a conducir ahora? ¿ Quié n me entrevistarí a este domingo? —Todaví a no sé. Estoy en conversaciones con Malena Delgado. Quiero jalá rmela de Canal 2. —Serí a un gran jale. Malena es una profesional. —Sí, pero se la mama a Idiá quez, no creo que la dejen ir del 2. —¿ Por qué no pones a Guido Salinas, el que ahora conduce Pulso? —Puede ser, puede ser. El problema es que Salinas tiene problemas con el trago. —¿ Quié n no chupa, Gustavo? ¿ Quié n no se toma sus tragos en el Perú? El que no chupa en este paí s es maricó n. —¿ Te gusta Salinas en remplazo de Balaguer? —Me parece pintado. Es un periodista imparcial, totalmente objetivo. —Dices eso porque te apoya, cholo pendejo. —No. Lo digo porque Guido Salinas ha luchado siempre por la democracia y tiene una gran credibilidad, é l siempre dice que su voto es secreto y es muy caballeroso con todos los candidatos; es muy dialogante y muy tolerante, y siempre está a favor de la concertació n. —Eso es porque siempre está borracho. —Puede ser, da igual, pero el trago le sienta bien, no es un traidor como Balaguer, ese no chupa porque es maricó n. —Hablo ya mismo con Guido y te llamo de nuevo. —Bú scalo en el Queirolo. Debe de estar chupando allí. —¿ Me confirmas que vienes el domingo, entonces? —No sé, Gustavo, no me presiones. Si está Guido Salinas, voy seguro. Depende del entrevistador que me pongas enfrente. —Eres un cholo pendejo —se rio Parker. —Por eso voy a ser el presidente de este paí s —afirmó Tudela, con tono risueñ o. —¿ Quedamos como amigos, entonces? —Como amigos y como luchadores en la misma trinchera por la democracia —sentenció, engolado, Tudela. —Dale con tu trinchera, cholo palabrero. Se rieron. Antes de colgar, Parker dijo: —Oye, Alcides, ¿ qué tal es en la cama la Lourdes esa? Tudela lanzó una carcajada impostada, teatral: —No sé de quié n me está s hablando, Gustavo —respondió —. No la conozco. Nunca me he acostado con esa señ orita ni me volveré a acostar con ella. Volvieron a reí r, ahora de un modo estentó reo, como grandes amigos. Asunto zanjado, pensó Parker, Tudela no es rencoroso, me ha perdonado, podemos seguir haciendo negocios, y que la niñ a Soraya se vaya a buscar a su padre a la Cruz Roja, que se joda, mi canal no es un orfanato. Luego llamó a su secretaria: —Localí ceme a Juan Balaguer, es urgente. Aunque el pú blico y la prensa lo consideraban un personaje exitoso, que habí a escalado las má s altas posiciones en la televisió n peruana, Juan Balaguer tení a una relació n atormentada con su trabajo y con la fama. No habí a dí a en que no se preguntara có mo hubiera sido su vida de no haber interrumpido sus estudios de Derecho, si se hubiese graduado como abogado. Sus mejores amigos de la universidad, a los que procuraba no ver, ya eran abogados, algunos habí an fundado sus estudios propios, y Balaguer imaginaba que todos ellos tení an vidas mejores que la suya. No es que ganase poco dinero con sus programas en Canal 5, probablemente ganaba má s que sus antiguos compañ eros de la universidad, pero Balaguer se sentí a prisionero de la televisió n, sentí a que habí a perdido su libertad, ya no podí a salir a caminar por la calle como un peató n má s, la mirada de la gente lo aturdí a, lo asfixiaba. Por eso viví a encerrado, aislado, cuidá ndose de no hacer nada que resultara escandaloso, procurando preservar su reputació n de joven intelectual, sin manchas ni debilidades conocidas. Era eso lo que má s lo atormentaba: tener que vivir a la altura de su imagen, cuidar su imagen, estar mentalmente atrapado por ella. Balaguer sentí a que quienes gobernaban su vida eran los televidentes, no solo cuando veí an o no sus programas, sino en todo momento: cuando salí a a la calle, cuando se encontraba casualmente con algunos de ellos, cuando los imaginaba leyendo los perió dicos o enterá ndose de los chismes que circulaban sobre é l, habí a que estar siempre cuidá ndose, cultivando el mejor perfil, evitando que alguien pudiera pensar mal de é l. La vida pú blica, la constante exhibició n ante los ojos de los demá s, lo condenaba, o así sentí a Balaguer, a ser honrado, decente, virtuoso, ejemplar. Por eso solí a decir mentiras cuando daba entrevistas a la prensa local, por ejemplo que tení a una muy buena relació n con sus padres, que pensaba reanudar pronto sus estudios de Derecho, que era cató lico practicante, que su sueñ o era conocer al Papa. Nada de eso era verdad, pero era lo que los demá s querí an que é l dijera y por eso lo decí a, para mostrar una vida aceptable o decorosa ante su pú blico, para ser lo que el pú blico esperaba de é l. A medida que su fama, o su notoriedad, se acrecentaba, Balaguer sentí a que perdí a libertad, que la gente invadí a lenta y sostenidamente su individualidad y que eran los ojos de los otros los que definí an su identidad. Pero en el camino se sentí a extraviado: por contentar siempre a la gente, por aspirar a ser un peruano admirado y respetado, é l terminaba sintié ndose descontento, frustrado, y ya no sabí a bien quié n era, o no se atreví a siquiera a preguntá rselo por temor a descubrirse como alguien muy distinto, y acaso contradictorio, al personaje que habí a construido tenazmente en la televisió n. En ese afá n por complacer la mirada del pú blico, se encontró haciendo cosas que sentí a falsas, embusteras, pero que, a la vez, le granjeaban el cariñ o y la simpatí a de la gente en Lima: asistí a a misa los domingos por la tarde en la iglesia Marí a Reina, comulgaba, rezaba de rodillas y con los ojos cerrados (sintiendo có mo las señ oras mayores lo miraban con adoració n); salí a a correr por el malecó n de Miraflores, detenié ndose ante cada persona que le pedí a un autó grafo o una foto; y, para acallar los rumores de que no le gustaban sexualmente las mujeres (unos chismes que solí a publicar El Tremendo, segú n los cuales Balaguer frecuentaba discotecas «de ambiente»), empezó a salir los sá bados por la noche con una amiga de la universidad que ya se habí a graduado como abogada, Rosario Peschiera, con quien se dejaba ver en las discotecas má s exclusivas de Lima, como Amadeus, Up and Down y Aura. Rosario Peschiera era una apasionada de la mú sica y el baile, no se perdí a una canció n y Balaguer hací a todo lo posible para seguirle el ritmo y divertirse con ella, pero, bailando entre la gente que lo saludaba, tratando de parecer un hombre risueñ o y encantador, sentí a que todo eso era una simulació n, una falsedad, que en el fondo detestaba entreverarse en ese gentí o bullicioso y eufó rico para abandonarse a unos pasos de baile que le parecí an torpes, chapuceros, sin gracia. Todo lo que hací a le resultaba entonces dictado no por las ganas o el placer, sino por la conveniencia de cuidar su imagen, incluso cuando le decí a a Rosario que era encantadora, cuando se reí a de las bromas que ella hací a o cuando, a la salida de las discotecas, la abrazaba, le besaba la mejilla o, a veces, para impresionar a los curiosos, le daba un beso fugaz en los labios. El é xito de la televisió n me obliga a ser alguien que no soy, que no quiero ser, pensaba, y entonces se preguntaba si no hubiese sido mejor preservar el anonimato y ganarse la vida discretamente como abogado. —Juanito, gracias por llamar, ¿ qué ha sido de tu vida?, ¿ dó nde está s?, tienes que ayudarnos. La voz de Lourdes Osorio sonaba desesperada. Al otro lado del telé fono, Juan Balaguer, abatido tras leer la prensa peruana y las noticias de que Alcides Tudela habí a repuntado en las encuestas, descorazonado al enterarse de que la gran mayorí a de peruanos no creí a que Soraya fuese la hija de Tudela, hundido en el desá nimo porque creí a inevitable que Tudela ganase las elecciones, y por tanto le parecí a un hecho que no podrí a volver al Perú por largo tiempo, pendiente tambié n de lo que habrí a de ocurrir esa noche en el programa de chismes de Amarilis, donde habí an anunciado que se presentarí a Mamanchura para comentar su video sexual, aporreado por tantas contrariedades y amarguras, se limitó a responder con desgano: —Ya no puedo hacer nada por ustedes, Lourdes, ya las ayudé bastante. —¡ Pero tú sabes que el doctor Caneló n es amigo de la universidad de Alcides! —levantó la voz, indignada, Lourdes Osorio—. ¡ Tú sabes que esa prueba de ADN es un chanchullo, un burdo montaje! ¡ Tú sabes que eso no es verdad, que mi Soraya es hija de Alcides! —Por eso te he llamado, Lourdes —dijo Balaguer, intentando calmarla—. Busca a Malena Delgado y cué ntale todo. Pí dele que te entreviste en su programa y sal a denunciar que Caneló n es amigo de la universidad de Tudela. —¡ Ya la llamé, Juanito! —respondió Lourdes—. ¡ Ya la llamé y no me contesta las llamadas! Balaguer pensó Seguro que esta perra de Malena Delgado ha recibido ó rdenes de Idiá quez y ya no quiere saber nada del caso Soraya; toda la prensa peruana es vendida, adulona, todos son unos mamones que se ponen de rodillas frente al que paga má s o el que mete má s miedo. Todos son iguales. —¡ Tienes que volver al Perú, Juanito, y convocamos a una marcha por la avenida Arequipa y marchamos todos juntos! —propuso Lourdes—. Tú tienes un gran futuro polí tico. Balaguer se rio, sarcá stico, y contestó: —Pero, Lourdes, ¿ no has visto mi video? —Sí, lo hemos visto con Soraya, estamos sumamente chocadas, Juanito, qué barbaridad —comentó Lourdes, y Balaguer pensó que la señ ora piurana y su hija habí an quedado escandalizadas o demudadas por las escenas sexuales que, muy a su pesar, o con secreta curiosidad, habí an espiado en la pantalla—. Es una barbaridad que hayan atropellado así tu vida privada, Juanito, tú tienes derecho a hacer con tu cuerpito tan lindo lo que te dé la gana, siempre que no le hagas dañ o a nadie, y por lo que yo he podido apreciar en el video, no le haces dañ o a nadie, en todo caso se puede afirmar que Mamanchura te hace doler a ti, Juanito, y no me digas que no duele, porque a mí una vez Alcides me forzó al sexo contra el trá fico, y todaví a me duele cuando me siento o cuando hago spinning en el gimnasio, qué barbaridad —se explayó Lourdes, y Balaguer escuchó que Soraya decí a «Mamá, cá llate, no digas esas cosas, me das asco». —No puedo volver al Perú, me arrestarí an, me meterí an preso —se disculpó Balaguer, y tuvo ganas de llorar, porque intuyó que lo peor estaba por venir, que la aparició n de Mamanchura en el programa de Amarilis serí a devastadora para é l, que seguramente mostrarí a las fotos que tení an de los viajes que habí an hecho al Cusco, a la selva, a las playas del norte, contarí a intimidades de ambos, dirí a que en los ú ltimos añ os habí a vivido de las propinas generosas que é l le daba. —¡ Tonterí as, Juanito! —se envalentonó Lourdes—. ¡ Al que hay que meter preso es a Alcides Tudela, por sinvergü enza! Balaguer se impacientó: —Tudela no va a terminar en la cá rcel, la gente lo va a elegir presidente. ¿ No has leí do las encuestas? —Sí, las he leí do y ha sido un baldazo de agua frí a para nosotras. Acá te paso con Soraya, que te quiere saludar. —No, mejor no me la pases, Lourdes, me da vergü enza. —Hola, Juanito, soy Soraya. —Hola, Soraya. —¿ Có mo está s? ¿ Es cierto que tienes cá ncer? —¿ Có mo crees? Estoy jodido, hecho mierda, pero no, no tengo cá ncer, es un invento de Parker. —Lo siento. Yo tambié n estoy muy triste por todo lo que ha pasado. Aprovecho para decirte que me solidarizo totalmente contigo, que entiendo que te gusten los hombres y que ese amigo tuyo me parece muy guapo, tiene un cuerpo muy bonito, entiendo que lo ames, Juanito, y ademá s habla muy bien de ti que no seas racista, que te gusten los hombres de piel morena. —Gracias, Soraya, aprecio mucho lo que me dices. ¿ Qué planes tienen ustedes? —Vamos a seguir dando la batalla. Ojalá que alguien má s nos quiera entrevistar en la televisió n, pero por el momento se nos han cerrado todas las puertas. —El Perú es una desgracia —dijo Balaguer—. Siempre ganan los malos. —Si mi papá gana, nos iremos a vivir al extranjero —anunció Soraya. —Mucho me temo que va a ganar —contestó secamente Balaguer. —No, no va a ganar —le replicó Soraya, con á nimo combativo—. Una enfermera del Laboratorio Caneló n nos va a dar las pruebas de que el examen de ADN realizado a mi papá es falso —añ adió, esperanzada. —¡ Serí a genial! —se entusiasmó Balaguer—. Pero no comenten nada, há ganlo todo en secreto, porque Tudela va a pagar a quien tenga que pagar para que ustedes pierdan esta batalla. —Acá te paso con mi mamá. Chau, Juanito. Me has demostrado que eres todo un periodista independiente. —¿ Juanito? —Lourdes, qué bueno lo de la enfermera. —Sí, ojalá nos dé las pruebas, ¡ serí a una bomba! ¿ Por qué me llamaste, Juanito? ¿ Necesitas algo? —No, nada. Solo querí a saber có mo estaban. —Estamos regias, hijo, nosotras estamos hechas para la pelea, nadie nos gana. Y ahora te dejo, porque ya está por comenzar el programa de Amarilis. Si quieres llá mame má s tarde y te cuento todo lo de tu novio. —No es mi novio, Lourdes. —Bueno, tu pareja, da igual. Amarilis lo ha anunciado como tu marido. ¡ Có mo le gusta el chisme! Colgaron. Balaguer pensó Si la enfermera no se acobarda y suelta las pruebas del fraude con el ADN, el miserable de Tudela todaví a puede perder, pero aun si perdiera, ya no puedo volver al Perú. Se asomó a la ventana, vio a lo lejos el cementerio de la Recoleta, pensó que el hotel Alvear era un buen lugar para morir, pero no de un disparo, eso serí a vulgar, casi mejor por una sobredosis de pastillas, durmiendo tranquilamente. Así mueren los caballeros, se dijo, y salió a caminar antes de que se hiciera de noche. La inesperada visita de Alcides Tudela a Chimbote provocó un gran revuelo entre sus pobladores. Tudela fue aclamado como un hé roe local: condecorado por el alcalde, que pronunció un discurso en el que lo llamó «hijo predilecto de este puerto que lo vio nacer», recibió las llaves simbó licas de la ciudad, visitó el colegio donde habí a estudiado, improvisó un mitin en la plaza Mayor ante centenares de lustrabotas que aú n lo recordaban como el niñ o hablantí n que limpiaba sin fatigarse los zapatos de lugareñ os y turistas, visitó al jefe de la Iglesia cató lica de Chimbote, monseñ or Peirano, y dio un ciclo de conferencias, todas en inglé s, en la Universidad Nacional del Santa y difundió por calles y plazuelas la leyenda de que se habí a doctorado como economista por la Universidad de Stanford y como politó logo por la de Harvard, aunque en realidad no habí a concluido aú n su bachillerato en la Universidad de San Francisco. En una de sus conferencias en inglé s (en las que hablaba de asuntos que nadie entendí a, ni siquiera é l mismo, pero que dejaban boquiabiertos a profesores, alumnos y curiosos, la mayorí a de los cuales no hablaba inglé s), Tudela anunció en españ ol que, cuando fuese millonario, regresarí a al Perú, se lanzarí a a la presidencia y convertirí a Chimbote «en la ciudad má s pró spera de Amé rica, y al Perú en la Suiza de Amé rica del Sur». Tanto fue su é xito que dio entrevistas a diarios de Trujillo y Chiclayo que circulaban tambié n en Chimbote, y fue apodado por la gente la Joya de Chimbote o Pico de Oro o el Niñ o Prodigio. Tudela se sentí a extasiado con las muestras de afecto de la gente, ya no querí a volver a San Francisco, no extrañ aba a Elsa Kohl ni a los Miller, pasaba los dí as caminando por el Centro de Chimbote, hablando con la gente, diciendo palabras en inglé s para impresionar, lustrando zapatos sin cobrar, abrazando a quienes conocí a y no conocí a, expandiendo su creciente popularidad en el puerto y en los barrios vecinos. Por las noches se emborrachaba y visitaba el burdel má s famoso de Chimbote, El Pescador, donde lo atendí an hacié ndole descuento en mé rito a las hazañ as acadé micas y empresariales que, achispado por el trago y animado por el cariñ o, Tudela narraba, ante la mirada ató nita de la regenta y sus meretrices. Preocupados por la larga ausencia de Tudela, los Miller llamaron a don Arquí medes y le preguntaron cuá ndo volverí a Alcides a San Francisco. «No lo sé, dice que quiere meterse en polí tica, acá lo veo muy contento», respondió é l. Todo parecí a sonreí rle a Alcides Tudela en Chimbote hasta que una noche la policí a entró a golpes y patadas al burdel El Pescador y arrestó a las prostitutas y a sus clientes, alegando que el local carecí a de licencia. En realidad, era una operació n de venganza ordenada por el jefe policial de Chimbote, el sargento Rodrigo Rovira, que habí a visitado el lupanar y se habí a retirado indignado, prometiendo represalias, porque le habí an cobrado. «A la policí a no se le cobra, van a pagar caro esta osadí a», amenazó Rovira, antes de marcharse sin pagar, insultando a la administradora. Cuando la policí a llegó al burdel siguiendo las ó rdenes del comisario, Alcides Tudela fue hallado desnudo, alcoholizado, aspirando cocaí na, rodeado de cuatro prostitutas que le prodigaban mimos y arrumacos y lo llamaban «señ or presidente», a pedido de é l mismo. Al ver a la policí a, y creyendo que su futuro polí tico podí a verse seriamente comprometido, Tudela empezó a dar alaridos y a golpear a sus amigas, las prostitutas, diciendo que estaba allí contra su voluntad, que lo habí an secuestrado y drogado a pesar de que é l habí a opuesto gallarda resistencia, pero la policí a no le creyó y fue arrestado junto con los demá s clientes de El Pescador. Este incidente, lejos de dañ ar la reputació n de Alcides Tudela en Chimbote, lo hizo má s querido por la població n local, que, en su gran mayorí a, creyó que Tudela habí a caí do en una emboscada tendida por el comisario Rovira, que, segú n decí an, le tení a envidia. Enterada de que su marido estaba en prisió n, Elsa Kohl lo llamó por telé fono y le preguntó qué habí a ocurrido. Llorando, Tudela le dijo «He sido ví ctima de un secuestro, Elsita». «¿ Quié n te ha secuestrado? », preguntó ella, sorprendida. «Unas putas», contestó é l, sollozando. «¿ Y qué querí an? » «Violarme», se quejó Tudela. «Violarme y drogarme. » La famosa animadora de televisió n Amarilis Almafuerte, pelo teñ ido rojizo, nariz operada respingada, facciones suavizadas por cremas y cirugí as y diez horas diarias de sueñ o inducido, vestido negro de pronunciado escote, piernas cruzadas, aire inconfundible de diva que rí e a mandí bula batiente de sus propios exabruptos, anunció a gritos, tal era su estilo: —Nos acompañ a esta noche el señ or Mamanchura, polé mico amiguito í ntimo del controvertido periodista Juanito Balaguer, para comentar el video í ntimo en el que se aprecia a ambos teniendo relaciones sexuales. La cá mara enfocó a Mamanchura, que sonreí a con aplomo. —Buenas noches, señ or Mamanchura —le dijo Amarilis, con sonrisa forzada. —Buenas noches, señ ora Amarilis —respondió é l, vestido con pantaló n celeste, zapatos blancos y camisa amarilla de manga larga y tela brillante, la cabeza calva, rapada, reluciente, las manos salpicadas de anillos dorados, reloj voluminoso en la muñ eca izquierda—. Muchas gracias por invitarme a su programa, tan sintonizado. Soy su fan. No habí a pú blico en el estudio, solo tres camaró grafos, un director de piso y el productor del programa, que era o habí a sido amante de Amarilis. Detrá s de la anfitriona habí a un estanque con agua burbujeante y peces de colores. Cuando apareció el rostro de Mamanchura, una leyenda en letras amarillas se superpuso a la imagen en la parte inferior: «¡ Llegó el cuco, escondan a los niñ os! ». Enseguida desapareció y colocaron otra leyenda: «¡ Qué feo el negro! ». Amarilis no perdió tiempo, era astuta y sin escrú pulos ni miramientos, y preguntó: —¿ Có mo se siente luego de que todo el Perú lo ha visto en la cama de un hotel teniendo sexo con el periodista Balaguer? Mamanchura sonrió, miró a la cá mara, dejó ver su dentadura impoluta, simé trica, de actor de cine, y respondió: —Primero que nada quiero mandarle saludos a mi mamacita, que está vié ndome en Chincha con toda mi familia: mami, te quiero. Segundo, si me permites, Amarilis, quiero agradecer a mi dentista, el doctor Astocó ndor, que me ha hecho la té cnica del blanqueamiento. —¿ Te han blanqueado? —inquirió Amarilis, iró nicamente, conteniendo la risa. —Por el momento, solo los dientes —contestó Mamanchura, luego sonrió, mostrando con orgullo sus dientes ní veos, parejos, y en la pantalla apareció una leyenda que decí a «¡ Pá gale al doctor Astocó ndor! ». —¿ Có mo te sientes luego del escá ndalo que ha sacudido los cimientos del periodismo peruano y que le ha costado el programa a Juanito Balaguer? —siguió preguntando Amarilis, mientras miraba sus papeles y veí a de soslayo a su invitado, al tiempo que notaba que su amigo y productor le hací a señ as para que fuese má s agresiva. —Sumamente contento y orgulloso —respondió Mamanchura, siempre con una sonrisa—. No te imaginas, Amarilis, có mo me reconoce ahora la gente en la calle, có mo me saluda la gente, la fama que ahora tengo gracias al video. —Ya, ya —murmuró Amarilis, sorprendida por la aparente felicidad de su interlocutor, que no parecí a abrumado por las crí ticas de los puritanos ni intimidado por las bromas procaces que circulaban en internet, haciendo escarnio de é l y de Balaguer. —Siempre quise ser famoso y ahora lo he conseguido —afirmó Mamanchura. —¿ Y por qué quieres ser famoso? —preguntó Amarilis, levemente irritada, como si no quisiera compartir su fama con nadie. —Bueno, porque los famosos viven mejor, ganan má s plata, se dan la gran vida —respondió Mamanchura, sin dudarlo—. Yo desde chiquito he soñ ado con ser famoso. Y ya soy famoso, Amarilis. Mi sueñ o se ha hecho realidad. La anfitriona soltó una risa burlona, condescendiente, y habló: —Pero te has hecho famoso por ejercer la prostitució n. Te has hecho famoso por salir tirá ndote a un periodista. Mamanchura torció el gesto, disgustado, y aclaró: —No, no, yo no soy prostituto, está s mal informada. —¿ Có mo que no eres prostituto? —levantó la voz Amarilis—. ¡ Claro que eres un gigoló, Mamanchura! ¡ Tú te alquilas para prestar servicios sexuales! ¡ Eso se llama «prostitució n»!
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