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Jaime Bayly 23 страница



Clever Chauca tocó el timbre del departamento de Lourdes Osorio y esperó. Estaba nervioso, sabí a que no podí a fallar, que su jefe, Gustavo Parker, se poní a furioso cuando las cosas no salí an como las habí a pedido. Era una noche caó tica y bulliciosa en Lima, aunque lo era menos en ese distrito, San Borja, donde Lourdes tení a un departamento en un segundo piso, con vista al parque. Un perro ladró al oí r el timbre, Chauca se asustó, tení a miedo a los perros, habí a sido mordido por uno cuando era niñ o y desde entonces los evitaba.

Clever Chauca sabí a lo que tení a que proponerles a Soraya y su madre: «Mañ ana es sá bado, ví spera de las elecciones, Tudela está dispuesto a firmar a Soraya, ¿ qué quieren a cambio? ». Tambié n sabí a que tení a que rebajar a la mitad lo que pidiera Lourdes, fuese lo que fuese, siempre bajarlo a la mitad, eso le gustaba a Parker, que se negociara con frialdad, que se humillara al adversario, dejarlo desplumado, despellejado. Lourdes se asomó a la puerta.

—¿ Sí?, ¿ qué desea? —preguntó.

—Soy Clever Chauca, asistente personal de Gustavo Parker —respondió Chauca, con voz engolada, dá ndose aires de importancia.

—Adelante, Clever —dijo Lourdes, con una sonrisa frí a, desconfiada—. Ya te conozco. Tú eres el malvado que le hizo la pregunta de los relojes a Carmen Rossini.

—En efecto —confirmó Chauca, sin aparente remordimiento, con orgullo, como dicié ndole y volverí a a hacé rsela si me lo encargara mi jefe, el señ or Parker.

Se sentaron en el sofá de la sala. Chauca pidió una cerveza, Lourdes le dijo que no tení a alcohol, que en esa casa no se bebí an licores, y entonces Chauca pareció resignarse y pidió un café. Lourdes le dijo que no tení a café, que el café la poní a mal de los nervios, solo tení a té, té verde para la digestió n. Chauca puso mala cara y dijo que preferí a no tomar nada y miró a Lourdes como dicié ndole ¿ qué te habrá visto Tudela para hacerte un hijo?, qué tal estó mago el del cholo, yo contigo no podrí a, no se me pararí a ni a cojones.

—He venido a transmitirte una noticia muy importante de parte de Gustavo Parker y Alcides Tudela.

Clever Chauca habló lenta, pausadamente, bajando la voz, mirando a Lourdes a los ojos, entrelazando los dedos de las manos, echando una mirada de soslayo a sus zapatos, que le parecieron viejos, sucios, Tengo que ir a la calle Dasso a que me los lustren con betú n y saliva, pensó.

—Soy toda oí dos, Clever —Lourdes Tudela sonrió con aplomo, sostuvo la mirada altanera, desafiante, luego dijo casi susurrando—: Ten cuidado con lo que digas, que mi hija Soraya está en su cuarto y puede escucharte y no quiero que se traume.

—No te preocupes —dijo Chauca, acercá ndose, bajando tambié n la voz—. Ya bastante traumada está Soraya, no quiero traumarla má s.

Lourdes no supo si sonreí r, no le quedó claro si Chauca estaba siendo afectuoso o sarcá stico, quedó a la espera, las manos cruzadas, la cabeza erguida, el cuerpo tenso, erecto, tratando de mantener la postura correcta y no encorvarse, así evitaba los dolores de espalda, un atuendo recatado, blusa azul y pantaló n negro, que poní a en evidencia su talante conservador, su espí ritu religioso, ella era mujer de misa los domingos y rosario diario, nada de andar mostrando las curvas como una puta cualquiera, ella era Lourdes Osorio, la madre de Soraya Tudela, y tení a una reputació n y un honor provinciano que cuidar de los chismes y de los ojos fisgones de los mañ osos de esquina.

—Alcides Tudela quiere firmar a Soraya mañ ana.

Clever Chauca lo dijo como si fuera el responsable de tal decisió n, como si hubiese persuadido a Tudela, como si fuese un negociador veterano y astuto de un conflicto polí tico. Chauca era así, le gustaba jugar con su poder cuando estaba con los má s dé biles, y humillarse, ser sumiso y aduló n cuando estaba con los má s fuertes, y ahora era el turno de hacerse el conspirador, el mandamá s, el hombre que moví a los hilos tras bastidores, nada lo hací a má s feliz que eso, simular que era ducho en el juego só rdido del poder y sus vericuetos.

—¿ Có mo así quiere firmarla? —se sorprendió Lourdes, abriendo los ojos con exageració n.

Clever Chauca demoró la respuesta, le miró la cara, el maquillaje cuidadoso, el cuello respingado, los pechos bien disimulados, pensó Me gusta esta cholita, se hace la santurrona pero en la cama debe de gritar rico, me gustarí a arrimarle el piano, tal vez si Tudela gana pueda darle trago y montá rmela.

—Quiere firmarla como su hija —dijo, bajando la voz, para que Soraya no pudiera oí rlo, tení a miedo del mal genio de la niñ a, de su cará cter irascible, sabí a que tení a que convencer a Lourdes, ya luego Soraya harí a lo que su madre decidiera.

—Pero no se ha hecho la prueba de ADN —objetó Lourdes, desconcertada, confundida, pero al mismo tiempo halagada.

—No, eso es imposible —respondió Chauca, con tono firme—. El domingo son las elecciones, ya no hay tiempo para esa prueba, pero Tudela quiere firmarla mañ ana sá bado como su hija.

—¿ Sin prueba de ADN? —preguntó Lourdes, y se mordió las uñ as.

—Sin prueba de ADN, ya olví date de la prueba —le dijo Clever Chauca, y le miró las piernas. Está sabrosa, está fuerte la piurana, ahora entiendo por qué el cholo Tudela le hizo una hija, pensó.

—Necesitamos la prueba cientí fica de que Alcides es el padre de Soraya —reclamó Lourdes.

Chauca se impacientó, se tornó crispado, se enojó, pensó Esta mujer es imposible, es terca como una muí a.

—Ya te dije que no hay tiempo. Tiene que ser mañ ana sá bado. Tiene que ser antes de las elecciones.

Lourdes pareció disgustada con la intransigencia de Chauca.

—¿ Y cuá l es el apuro, Clever? Una prueba de ADN demora tres dí as como má ximo. ¿ Cuá l es el apuro, si hace má s de catorce añ os llevo enjuiciando a Alcides para que reconozca a su hija?

—¿ -Có mo que cuá l es el apuro? —retrucó Chauca, ponié ndose de pie, fastidiado—. ¿ No te das cuenta? El apuro es que las elecciones son el domingo y Tudela necesita ganar en primera vuelta, y si firma a Soraya mañ ana, ganará en primera vuelta, tu hija tendrá un padre y el Perú habrá elegido al presidente que necesita para combatir la corrupció n.

Ahora Clever Chauca habí a levantado la voz, ya no le importaba que Soraya pudiese escuchar su alegato.

—Mira, Lourdes, lo tomas o lo dejas, acá no hay nada que negociar —anunció, con tono circunspecto—. Tudela la va a reconocer como hija, la va a firmar como hija, está dispuesto a hacer mañ ana una conferencia de prensa contigo y con Soraya, va a ser un gran evento, por todo lo alto, con asistencia de la prensa internacional, pero sin prueba de ADN, no jodas con la prueba, que si te pones terca, Tudela no la firma.

—Y si no la firma, pierde —contestó Lourdes con tono burló n, desafiante.

—No, no, no. No digas sandeces —respondió Chauca—. Si no la firma, tambié n ganará; el cholo es fijo, va a ganar lo quieras o no. Pero si no la firma mañ ana, no la firmará nunca, y cuando gane te va a enjuiciar y vas a tener que escapar del Perú o terminará s presa, te lo advierto.

—¿ Y por qué me va a enjuiciar? —se puso de pie Lourdes—. ¿ De qué me va a acusar, si gana?

—De cohecho y asociació n ilí cita para delinquir —contestó Chauca, muy serio.

—¿ Qué es cohecho? —se quedó pasmada Lourdes.

—No sé, no tengo idea —dijo Chauca—. Pero si gana, te aseguro que te dará n dos añ os de cá rcel por cohecho y comechado.

—¿ Quié n dice? —se burló Lourdes.

—Mi jefe —respondió Chauca.

—¿ Y có mo sabe tu jefe, si no es abogado?

—Mi jefe no se equivoca, mamita. Mi jefe es Dios. Lo que é l dice se cumple. Y é l me ha dicho «Si Tudela no firma a la niñ a mañ ana, dile a Lourdes que se va a comer dos añ os de cá rcel por cohecho».

—¿ Cohecho?

—Cohecho.

—Ya. Bueno, será cuestió n de firmarla, ¿ no? —dijo Lourdes, sentá ndose.

Se quedaron en silencio, mirá ndose a los ojos.

—¿ Y có mo arreglarí amos la cuestió n del dinero? —preguntó Lourdes, bajando la voz.

Chauca se sentó, se acercó a ella, le miró los pechos, las piernas, se relamió y dijo:

—¿ Cuá nto quieres? ¿ Cuá nto necesitas para quedarte tranquila y dejar de joder?

Lourdes puso una mano sobre la pierna temblorosa de Chauca, frotó levemente, preguntó:

—¿ Cuá nto me ofreces, Clever?

Habló secreteando, en el tono furtivo de un murmullo culposo, con una mirada de deseos reprimidos y media sonrisa coqueta. Chauca respondió:

—No es mi plata. Es plata de mi jefe, el señ or Parker —hizo una pausa y añ adió, casi al oí do de Lourdes—: Dame un numerito. Dime cuá nto necesitas para apagar este incendio y volverte a Piura tranquila con tu Soraya.

Lourdes se mordió el labio inferior, dudó, pareció sufrir, enseguida murmuró:

—Dame cien mil dó lares y hacemos la firma mañ ana.

Clever Chauca era un experto negociando asuntos de dinero, simulando pavor, consternació n, incapacidad de pagar lo que le pedí an, por eso puso cara de sapo machucado, de batracio recié n atropellado, con los ojos saltones y el gesto tieso, tumefacto, y se demoró en contestar, y habló como sufriendo:

—Es mucha plata. No te pases. Cien mil es demasiado.

Lourdes se quedó callada, no estaba dispuesta a regalarse, sabí a que si se pactaba la firma de su hija al dí a siguiente, Tudela podí a ganar en primera vuelta y le parecí a que eso tení a un precio.

—Cien mil o nada, Clever —insistió.

—Cincuenta y cerramos.

—¿ Cincuenta mil?

—Cincuenta mil. ¿ Estamos hablando en soles, verdad?

—¡ No seas mañ oso! ¡ No te pases de pendejo! ·—protestó Lourdes—·. Estamos hablando en dó lares.

Chauca hizo un gesto de ahogo, como si estuvieran ahorcá ndolo, y dijo:

—Bueno, ya, cincuenta mil dó lares.

—¿ Cuá ndo me los darí as?

—Mañ ana a primera hora. ¿ Tenemos un trato?

Lourdes se puso de pie, le dio la mano sin energí a, de un modo lento, vacilante:

—Por mí, sí. Pero ahora tengo que convencer a Soraya.

Lourdes Osorio no conocí a el café Haití de Miraflores. Fue su amiga Pilar Luna quien, a la salida del cine Pací fico, la animó a sentarse un momento allí para comer un sá nguche de huevo, jamó n y queso. Lourdes seguí a trabajando en el diario La Prensa, habí a sido asignada al departamento de publicidad. Allí habí a conocido a Pilar Luna, ambas eran secretarias, solteras, sin hijos. Lourdes apreciaba la amistad de Pilar porque la hací a reí r y a su lado se veí a má s guapa. Pilar Luna era gorda, muy gorda, no parecí a estar dispuesta a hacer sacrificios para adelgazar, decí a que lo bueno de estar gorda era que si engordaba un poco má s nadie se daba cuenta, que era una liberació n, que no tení a sentido privarse de las delicias de la cocina peruana solo para aspirar a contentar a un hombre que, despué s, tarde o temprano, se irí a con otra má s joven, má s flaca. Pilar Luna estaba siempre comiendo o pensando en comer, y aquella noche con Lourdes en el cine Pací fico habí a comido un balde extragrande de palomitas de maí z y aun así se habí a quedado con hambre y no habí a podido concentrarse en la pelí cula por pensar una y otra vez, obsesivamente, en el sá nguche de huevo, jamó n y queso del Haití. Aunque Lourdes no tomaba alcohol, Pilar insistió en pedir dos cervezas que bebieron mientras esperaban los sá nguches, paseando la mirada por las mesas del café, donde se reuní an sobre todo hombres mayores, retirados, jubilados, má s o menos amargados, que hablaban de polí tica, de fú tbol, de mujeres (alegando por lo general que en sus tiempos de juventud todo habí a sido mejor, mucho mejor, y que las cosas se habí an jodido, descompuesto, ido al carajo, ya nada era como antes, ahora predominaban la vulgaridad, la ignorancia y la corrupció n, se habí an perdido los valores morales y la mí nima decencia), y algunas mujeres de mediana edad, bien arregladas, inquietas, coquetas, esperando que algú n intré pido conquistador se acercase a ellas; los má s guapos ofrecí an su compañ í a a cambio de bebida, una buena comida y acaso una generosa propina luego del sexo. De vez en cuando pasaban jó venes con ropa ajustada y mirada altanera, estudiaban a las mujeres del Haití y en ocasiones se acercaban a alguna de ellas y le pedí an permiso para sentarse. Insatisfecha luego de comer un sá nguche, todaví a con hambre, Pilar Luna pidió dos sá nguches má s, solo de huevo, con la yema derretida, acompañ ados de papas fritas, ambos para ella. Lourdes pidió un café. Sabí a que no debí a tomar café a esas horas de la noche, ya eran má s de las doce y el café le quitaba el sueñ o, pero cuando estaba con Pilar se sentí a libre, liberada, con ganas de permitirse algunas licencias, por ejemplo tomar medio vaso de cerveza o un café cortado. Cuando Pilar fue al bañ o, nadie la miró, salvo un señ or mayor, de anteojos, con bastó n, el rostro ajado, la nariz puntiaguda, que la contempló relamié ndose y dijo algo para sí mismo, algo que ella no escuchó. Lourdes se quedó sola y echó una mirada hacia las mesas vecinas, y fue entonces cuando vio a Alcides Tudela conversando con unos amigos. No lo reconoció, no supo quié n era, aunque intuyó que se trataba de alguien importante porque hablaba con é nfasis, agitando los brazos, golpeando la mesa, una de sus piernas temblando como si estuviera agitado, nervioso, como un tic o una afirmació n de que estaba atento al menor detalle, y porque los demá s, tres hombres mayores que é l, lo escuchaban con atenció n y asentí an en silencio, dando la impresió n de que lo admiraban o le tení an estima. Tudela miró a Lourdes y vio a una mujer tí mida, asustadiza, ensimismada, con un sentido del recato y la dignidad, las piernas cruzadas, la mirada perdida en el horizonte, sin fijarse en nadie, una mujer con aire triste, ausente, que tal vez conocí a los placeres del sexo pero que no parecí a dispuesta a abandonarse a los juegos de la seducció n y el coqueteo, no al menos allí, en pú blico, en el Haití. Tudela detuvo su mirada en ella, creyó ver a una dama, a una mujer noble, altiva, pundonorosa. Lo que le gustó de ella o lo que espoleó su curiosidad y azuzó sus í nfulas de conquistador fue que no era como las demá s mujeres solitarias del Haití, tení a un aire virtuoso, incorruptible, no como las otras que miraban á vidas, deseosas de compañ í a masculina. Está esperando a alguien, está comprometida, pensó. Luego se puso de pie, se acercó a ella y le dijo «Buenas noches, señ orita, soy Alcides Tudela, profesor de Economí a de la Universidad Alas y Buen Viento, ¿ me permite el honor de invitarle una copa? ».

—Mi consejo es que no aceptes la plata.

Juan Balaguer se agitó apenas recibió la llamada de Lourdes Osorio y supo que Clever Chauca le habí a hecho una propuesta para zanjar el escandaloso asunto de Soraya.

—Si aceptas la plata sin la prueba de ADN, vas a dar la impresió n de estar vendiendo a tu hija —continuó, furioso—. Y te aseguro que Tudela la firmará mañ ana, luego ganará en primera vuelta y no las verá má s.

Lourdes habí a hablado con su hija Soraya, que se habí a opuesto tajantemente a la propuesta. Decí a que Tudela era un mafioso, un cí nico, un sinvergü enza que creí a que con dinero podí a arreglarlo todo, querí a prueba de ADN o nada. Pero Lourdes pensaba que su hija era terca, inflexible, que era mejor recibir el dinero, llegar a una solució n amigable y firmar unos papeles que obligasen a Tudela a ver a Soraya al menos una vez al mes y a darle un dinero mensual, por lo menos mil dó lares. Creí a que esa serí a una buena solució n y ademá s consideraba que con los cincuenta mil dó lares prometidos por Chauca podrí a comprarse una casa en el Centro de Piura.

—Pero la plata es buena, Juan —dijo, y pensó Este Balaguer es demasiado rencoroso, habla por la herida, quiere ver perder a Tudela como sea, pero yo no, yo lo que quiero es que Soraya sea reconocida por su papá, y esta es mi oportunidad de oro, no puedo dejarla pasar.

—No cometas un error trá gico del que te vas a arrepentir toda la vida, Lourdes —le dijo Balaguer, sentado en la cama, luego de pie, caminando con el telé fono inalá mbrico pegado a la oreja—. No puede haber dudas, y si no hay prueba de ADN, quedará siempre la duda, parecerá que Tudela ha firmado a tu hija para sacarse un peso de encima y ganar las elecciones, pero no quedará claro que é l mintió, que te difamó en tribunales llamá ndote «puta», que burló a la justicia al decir que no habí a tenido relaciones sexuales contigo.

Lourdes se quedó callada, no supo qué decir.

—La prueba de ADN es indispensable —insistió Balaguer—. Sin ella, vas a quedar como una oportunista y una vendida. Y perdona que te hable así, con franqueza, pero tengo que decirte las cosas tal como son porque te estimo.

—No sé, Juan, no sé —dijo Lourdes, con tono compungido—. Para ti es fá cil decirme todo eso porque está s allá. Pero yo estoy acá, en el Perú, yo tengo que quedarme en el Perú, y ya es un hecho que Alcides va a ganar las elecciones y no quiero quedar como su enemiga, me da miedo. Dice Clever Chauca que si no firmamos mañ ana me van a enjuiciar por cohecho y me van a dar dos añ os de cá rcel.

Balaguer se rio.

—Ese Chauca es una rata, no le creas nada, lo dice para asustarte.

—Pues estoy muy asustada —contestó Lourdes, con tono serio, preocupado—. Mira, Juan, he peleado muchos añ os, mi meta ha sido siempre que Alcides reconozca a Soraya y le cumpla dá ndole un dinero todos los meses, y estoy a punto de lograrlo, ¿ no te das cuenta?

—No, no es así, te engañ as —interpuso Balaguer—. Primero, no es tan seguro que Tudela será presidente; si hay segunda vuelta, puede perder frente a Lola Figari. Segundo, tú siempre has pedido la prueba de ADN, ¿ por qué ahora tendrí as que desistir? Y tercero, te aseguro que, si firmas mañ ana, todo el mundo se va a enterar del dinero que te habrá pasado Clever Chauca, va a salir a la luz tarde o temprano, y como resulta sospechoso que dejes firmar a tu hija un dí a antes de las elecciones, te puedo asegurar que quedará s ante todo el Perú como una mala madre y una vendida.

—No soy una mala madre —se molestó Lourdes—. Pero soy una mujer con sentimientos, estoy cansada de esta lucha y quiero que Alcides reconozca a su hija. Eso es todo.

—Sí, comprendo —dijo Balaguer, con tono menos belicoso—. Yo te apoyo. Pero no caigas en la trampa, Lourdes. Si tomas el dinero y haces el espectá culo de la firma mañ ana, te aseguro que Alcides ganará en primera vuelta por tu culpa y luego no las verá má s. Acué rdate de mí.

—¿ Y entonces qué me aconsejas? —preguntó Lourdes, cortante.

—Que le pidas la prueba de ADN ahora, el dí a de las elecciones y despué s de las elecciones —respondió Balaguer—. Y que no aceptes ningú n dinero de Clever Chauca, nada de nada, cero, ni un centavo.

Lourdes soltó un suspiro, exhausta.

—Ya te pasas de faná tico, Juan. Eres idé ntico a Soraya. Está n cegados por el odio contra Alcides.

—¿ Y tú no odias a ese miserable por todo lo que te ha hecho? —inquirió Balaguer.

—No —contestó Lourdes, sin dudarlo—. Yo no lo odio. Es má s, a veces siento que todaví a lo quiero —añ adió, y rompió a llorar discretamente, no fuese a escucharla Soraya, que estaba en su dormitorio haciendo sus tareas escolares.

Con apenas quince añ os, Clever Chauca entró a trabajar en Canal 5 como portero, dejando sus estudios escolares nocturnos. Nadie lo contrató, se hizo amigo de los guardias de seguridad del canal y decidió pararse con ellos todo el dí a y buena parte de la noche, aunque no le pagasen nada. Se ganaba la vida gracias a las propinas que recibí a por limpiar los autos de los gerentes y las celebridades del canal. Cuando Gustavo Parker pasaba a su lado, a media mañ ana o a las once de la noche, despué s del noticiero 24 horas, los vigilantes enmudecí an, se poní an tiesos, pero Chauca, má s desenvuelto, dispuesto a llamar la atenció n, hací a un saludo militar, llevá ndose la mano derecha hacia la frente, y decí a «Mis saludos y mis respetos, su excelencia». A veces tambié n decí a «A sus ó rdenes, excelentí simo». O cuando estaba achispado por los tragos que tomaba furtivamente con los porteros, exclamaba con solemnidad «Considé reme su alfombra, don Gustavo. Yo, por usted, mato». Parker no lo miraba, no sabí a quié n era, pero a veces sonreí a cuando lo escuchaba decir esas cosas. Gracias a sus posturas estrafalarias, sus frases zalameras y su don de gentes, Chauca se hizo conocido por el personal de Canal 5, empezó a salir con la recepcionista, Susan Cancela, y fue contratado por el gerente de Recursos Humanos, a cambio del sueldo mí nimo y la promesa de lavar su auto por las mañ anas.

Clever Chauca no habí a cumplido aú n los dieciocho añ os cuando alcanzó uno de sus grandes sueñ os: estar en la planilla de Canal 5 y lucir en el pecho el carné de empleado de la televisora, con su foto en corbata y con cara de susto. Vestí a siempre de negro, í ntegramente de negro. Se peinaba con fijador, el pelo marró n bien alisado hacia atrá s, como los galanes de las telenovelas a quienes a veces molestaba para pedirles un autó grafo, y su cara era redonda, mofletuda, los ojos pendencieros, los labios voluptuosos, hinchados, de boxeador o peleador callejero. Aunque veí a perfectamente, usaba anteojos para darse aires de intelectual. Y si bien su sueñ o era portar un arma de fuego, tener licencia para llevar una, se contentaba con esconder en el bolsillo un aerosol de gas paralizante que habí a comprado en el mercado de La Parada. Sus padres eran campesinos, analfabetos, gente muy pobre que se ganaba la vida sembrando tubé rculos en un caserí o perdido en los Andes, en la sierra de Huaraz. Chauca no los veí a desde hací a añ os, no querí a parecerse a ellos, su vida era la televisió n, Canal 5. Viví a con su amante, la recepcionista Susan Cancela, y con el novio oficial de Cancela, el cantante Agustí n Lira, a quien cada cierto tiempo se veí a obligado a sodomizar, cediendo a sus ruegos, y a condició n de no pagarle la renta y tener permiso para dormir en la cama de Susan Cancela. Cuando, un primer dí a de enero, Lira apareció muerto en el bañ o de su casa, desnudo y con la cabeza golpeada por un florero, Chauca fue arrestado como el principal sospechoso, pero Susan Cancela dijo que ella lo habí a matado dá ndole golpes con el florero porque Lira, hombre obeso, alcohó lico, venido a menos como cantante, de modales despó ticos, la violaba con frecuencia y ella ya estaba harta, tení a que defenderse, hacerse respetar, por eso le habí a partido el crá neo la noche de añ o nuevo, usando el florero que se habí a robado del departamento de utilerí a de Canal 5, donde trabajaba como recepcionista, operadora telefó nica y acomodadora del pú blico del programa Panorama, conducido por Juan Balaguer. Chauca fue liberado tras pasar un mes en prisió n y Susan Cancela fue declarada inocente por la muerte de su amante.

Como Chauca se habí a convertido en un personaje famoso en la prensa policial y de espectá culos, nada má s salir de la prisió n se presentó, junto con Susan Cancela, en el programa Palomo y sus amigos, del famoso animador Palomo Ibarguren. Tras proclamar su inocencia y llorar, Chauca se hincó de rodillas y propuso matrimonio a su novia, que aceptó encantada. Esa noche, Chauca se emborrachó en casa de Palomo Ibarguren y acabó sodomizá ndolo, a pedido de Ibarguren y muy a su pesar, pues é l se consideraba un hombre, un varó n, pero, pensaba, a veces habí a que atender a los famosos de la televisió n, era parte de la carrera. Al ver los altos í ndices de audiencia que obtuvo en el programa de Ibarguren, Gustavo Parker mandó llamar a Clever Chauca a su oficina y le habló: «Dime la verdad, ¿ quié n mató a Agustí n Lira? ». Chauca supo que de su respuesta dependí a su futuro, su vida entera. No se atrevió a mentirle, pensó que la ú nica manera de ganar su confianza era decirle la verdad: «Lo matamos Susan y yo. Ella le pegó con el florero y yo le torcí el pescuezo con una llave que me enseñ ó mi padre en la sierra de Huaraz». Parker lo miró con una sonrisa amiga y le dijo «A partir de hoy vas a ser mi guardaespaldas». Chauca se puso de rodillas, le besó los zapatos y le dijo, sin mirarlo a los ojos, «Yo, por usted, mato».

Alcides Tudela y Gustavo Parker entraron al saló n y saludaron amablemente a unos cincuenta o sesenta periodistas que habí an sido convocados por la oficina de prensa de Tudela y la secretaria de Parker. Era sá bado, un dí a antes de las elecciones presidenciales. Tudela habí a leí do esa mañ ana las ú ltimas encuestas que ya no podí an difundirse pú blicamente, estaba a dos o tres puntos porcentuales de ganar en primera vuelta, se sentí a confiado de poder ganar con un ú ltimo gesto, por eso estaba allí con Gustavo Parker, para dar el zarpazo final y asegurarse la presidencia en una sola ronda. Se sentaron, bebieron agua, se acomodaron las corbatas, los relojes, miraron con simpatí a a ciertos periodistas. Luego Parker habló:

—Señ ores, bienvenidos a este canal, que es su casa —dijo, y a continuació n anunció lo que no fallaba, lo que poní a de buen humor a los periodistas, incluso a los que le eran hostiles o representaban medios de prensa adversos a la candidatura de Tudela—: Terminada la conferencia de prensa habrá, como es costumbre en este canal, comida gratis para toda la prensa, fina cortesí a del restaurante de Gastó n.

Casi todos los periodistas aplaudieron, algunos se reprimieron por un sentido del decoro o el orgullo, pero de todos modos se permitieron mostrar una sonrisa de aprobació n, o de hambre bien disimulada.



  

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