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Jaime Bayly 20 страницаNo se quebró su voz, no se humedecieron sus ojos, mantuvo la compostura, la mirada orgullosa y desafiante. —¿ Có mo sabes que no le hicieron la prueba de ADN? —preguntó Parker con tono respetuoso, porque la niñ a le parecí a largamente má s inteligente y decente que Tudela y no tení a aspecto de estar mintiendo. —Me lo ha dicho una enfermera que trabaja en el Laboratorio Caneló n —precisó Soraya, y Parker permaneció en silencio, atento al relato—: Ella escuchó todo. Ella es testigo de que Tudela le pagó a Caneló n por sacar una prueba de ADN falsa. Ella sabe cuá nto dinero le entregó Tudela a Caneló n, sabe que Caneló n es amigo de la universidad de Tudela, sabe todo. Parker se hurgó la nariz con un dedo de su mano derecha, luego preguntó: —¿ Cuá nto dice que le ha pagado Tudela a Caneló n? —Cien mil dó lares —puntualizó Soraya. —Puede ser —asintió Parker, pensativo. —La enfermera está dispuesta a hablar, a salir en algú n programa de este canal y a denunciar a Tudela por coimero y mentiroso, por burlarse de la opinió n pú blica con mi caso —anunció Soraya. Parker se quedó pensativo. —¿ Y có mo sé que no le has pagado a la enfermera para que mienta? —preguntó. —Porque yo soy una persona muy recta, muy moral —se crispó Soraya, ofendida con la duda. —Muy recta, muy moral, pero aceptaste la plata que te mandé con Balaguer y luego saliste a hablar, tu mamá y tú no se quedaron calladas como habí amos pactado cuando recibieron mi dinero —dijo Parker, con acidez. —No fue una decisió n mí a, fue una decisió n de mi mamá, yo le dije que no aceptara esa plata —murmuró Soraya, avergonzada, desviando la mirada de los ojos de Parker. —Ya no importa. ¿ Có mo se llama la enfermera? —Rossini, Carmen Rossini. Es enfermera del Laboratorio Caneló n desde hace veinte añ os. —Dile que venga esta tarde a mi oficina. La voy a recibir. No te prometo má s que eso. —Una cosita má s, señ or Parker. —Dime, Soraya. —¿ Es cierto que Juan Balaguer tiene cá ncer? —Está confirmado: tiene un cá ncer incurable en la zona anal. Ya hay metá stasis. ¿ Viste el video con el negro? —Sí, lo vimos con mi mamá. —Entonces ya sabes por qué le ha dado cá ncer. —Sí, claro, entiendo. Una pena, señ or. —Una pena, sí. Pero de algo tiene que morirse la gente. Una de las decisiones má s complejas que Juan Balaguer se vio obligado a tomar en su carrera como periodista ocurrió cuando recibió un sobre anó nimo que contení a una cinta de audio. El paquete llegó a Canal 5 a su nombre. Fue recibido por Julia, la productora de Panorama, que no quiso escuchar la cinta, pues temí a que hubiesen grabado a Balaguer hablando por telé fono, y se la dio directamente, dicié ndole que ignoraba quié n la habí a enviado. Esa misma noche, Balaguer escuchó la cinta en su casa. Habí an grabado a Lola Figari, jefa del Partido Conservador, soltera, sin hijos, cincuenta y cinco añ os, abogada, polemista temible, hablando por telé fono con la Defensora del Pueblo, Bertha Manizales, ex congresista del Partido Conservador, soltera, sin hijos, cuarenta y ocho añ os, educada en Londres y Washington, economista de profesió n, que pesaba doscientos ocho kilos. Lola Figari tampoco era delgada: pesaba ciento treinta kilos. Era amiga de Bertha Manizales desde el colegio, el Sophianum, para mujeres, religioso, de monjas, en el que ambas descollaron por sus aptitudes acadé micas y sus habilidades para jugar vó ley: Figari era muy buena matadora y Manizales, una gran recepcionista, amortiguaba las pelotas con sus brazos rollizos, adiposos. No habí an tenido novios ni novias, nadie les habí a propuesto matrimonio, y quienes las conocí an decí an que eran ví rgenes. Lola Figari viví a con su padre, un hombre mayor, y Manizales, con su madre, una anciana con Alzheimer. Uno de los adversarios polí ticos de Lola Figari, el combativo parlamentario Fernando Holguí n, habí a dicho en un programa de televisió n, medio en broma, medio en serio, que Lola Figari y Bertha Manizales eran «í ntimas amigas, má s í ntimas que amigas, si me dejo entender». El anfitrió n del programa le habí a preguntado a Holguí n «¿ Está insinuando, congresista, que Lola Figari y Bertha Manizales son pareja? ». Rié ndose de un modo sibilino, como si supiera algo que preferí a encubrir, Holguí n habí a respondido «No, qué ocurrencia, yo no he dicho eso, no ponga palabras en mi boca. Solo he dicho que Figari y Manizales son í ntimas amigas y, hasta donde yo sé, tambié n convivientes, concubinas». Holguí n era famoso por su lengua viperina. Ese comentario habí a desatado una comidilla de chismes, rumores y maledicencias alrededor de la sexualidad de las aludidas, y eran muchos los que afirmaban que ambas eran lesbianas en el cló set o lesbianas reprimidas, que negaban sus pulsiones sexuales debido a su hondo fervor religioso, y que ambas pasaban los fines de semana en la casa de campo que Manizales poseí a en Cieneguilla. Indignada por los rumores, Lola Figari habí a salido en la televisió n a declarar que no era lesbiana: «Soy heterosexual, cien por ciento heterosexual, me encantan los hombres, solo que no tengo tiempo para los amorí os o los noviazgos, estoy casada con la polí tica y el Perú ». A su turno, Bertha Manizales habí a concedido un largo reportaje a Panorama, acompañ ada de su mamá, una señ ora achacosa, decré pita, que no recordaba ya nada, ni siquiera có mo se llamaba, y habí a dicho que estaba «humillada y consternada» por «las injurias que se han vertido contra mi buen nombre y el de mi familia», y luego habí a inquirido en tono airado a su mamá: «Mamá, la prensa está diciendo que soy lesbiana, tú diles la verdad, ¿ soy lesbiana o no? ». La viejita habí a mirado a la cá mara con estupor, sin entender nada, y luego habí a comprendido por la mirada severa, conminatoria de su hija que algo debí a decir, y (una madre conoce a sus hijos mejor que nadie, intuye lo que desean escuchar) habí a respondido «No, hijita, tú no eres lesbiana, tú eres cristiana». Bertha Manizales habí a sonreí do con jactancia ante las cá maras y de nuevo habí a interrogado a su madre: «¿ Y acaso es cierto que Lola Figari pasa los fines de semana con nosotras y se acuesta conmigo acá en la casa, como está n afirmando algunos periodistas chismosos y malvados que no respetan a una familia cristiana como la nuestra? ». La madre de Manizales se habí a perdido en algú n punto de la pregunta y solo habí a atinado a contestar «Buena gente es Lola Figari. Má ndale saludos de mi parte». No contenta con la respuesta, Manizales siguió acosando a su madre para que diera fe de que no era lesbiana: «¿ Pero Lola duerme en esta casa? ». La señ ora respondió «No, no, Lola no vive acá ». De ese modo enfá tico y bilioso, Lola Figari y Bertha Manizales creí an haber disipado los rumores sobre su sexualidad, aunque los suspicaces nunca les creyeron. Pero ahora Juan Balaguer escuchaba una cinta de audio grabada furtivamente en la que Figari y Manizales hablaban por telé fono. «Te extrañ o, gorda», decí a Figari. «Yo tambié n, Lola, todo el dí a pienso en ti», contestaba Manizales, y sus voces eran inconfundibles. «Có mo me gustarí a ser tu calzó n», declaraba Figari. «No me digas eso, que me mojo todita», respondí a Manizales. «¿ Quieres que vaya este fin de semana a tu casa? », preguntaba Figari. «Sí, por favor, pero ven de noche, no quiero que la prensa tome fotos», proponí a Manizales. «No sabes cuá nto te amo, gorda. » «Yo má s, Lola, yo má s. » «Nadie me ha dado tanto placer como tú; eres una tigresa en la cama», afirmaba Figari. «Má s que una tigresa, un hipopó tamo», bromeaba Manizales, y ambas reí an. «¿ Cuá nto está s pesando? », preguntaba Figari. «¿ Mojada? », retrucaba Manizales. «No, seca. » «Contigo no puedo estar seca. Ni bien te miro las tetas, ya me mojo. » «Eres una arrecha, Berthita, Dios nos va a castigar. » «Es que tú me pones en bañ o Marí a, Lola, y la religió n me importa un comino, me la meto al poto. » «En ese poto te caben todas las religiones, Bertha. » «Ay sí, hija, tengo que adelgazar. » «Dime que me amas, Bertha. » «Te amo y te lamo, Lola. » Juan Balaguer escuchó la conversació n sonriendo. No le sorprendió que Figari y Manizales fuesen lesbianas o amantes, era lo que todos decí an de ellas. No sabí a qué hacer, si pasar o no ese audio en Panorama. Era una invasion de la privacidad, un atropello a la intimidad, una grabació n obtenida ilegalmente, pero si difundí a el audio en su programa, no dudaba de que harí a un rating altí simo, histó rico. No era una decisió n fá cil. Pensó en consultarlo con Gustavo Parker, pero sospechó que este, cí nico como era, amante de los escá ndalos y los ratings demoledores, le pedirí a que propalase la cinta. Tras varios dí as meditá ndolo, y siguiendo el consejo de su productora, Julia, llamó a Lola Figari, se reunió con ella en su casa, le dio la cinta y le dijo «No voy a pasarla. Lo que han hecho contigo es un delito y no quiero ser có mplice de eso. Soy periodista, pero ante todo soy tu amigo y un ciudadano respetuoso de las leyes». Figari preguntó, curiosa, «¿ Qué me han grabado? ». Balaguer se abochornó: «No puedo contá rtelo. Mejor lo escuchas sola y me llamas». Horas despué s, Figari llamó a Balaguer y le dijo «Eres un caballero, Juanito. Si algú n dí a llego a la presidencia, no olvidaré este gesto tan lindo que has tenido conmigo». Juan Balaguer no tení a fuerzas para hacer nada, sentí a que su vida era un fracaso, que habí a llegado al final del camino, que lo peor estaba por venir. No encontraba energí as para buscar un departamento y mudarse del hotel, tampoco para pedir trabajo a sus amigos de la televisió n argentina. Le daba vergü enza llamarlos, sabí a que no podí an ignorar el escá ndalo del video sexual, que, como era previsible, ya estaba subido en YouTube, no tení a cara para verlos y mentirles o para decirles que sí, que era é l, que le gustaban los hombres, que le gustaban los negros, que le gustaba que se la metiera un negro fuerte, rudo, sin contemplaciones ni cursilerí as. No encontraba fuerzas para rehacer su vida y recuperarse de la catá strofe, se pasaba los dí as encerrado en la habitació n del hotel leyendo la prensa peruana, ensañ á ndose consigo mismo, sintiendo furia contra sí, pensando que el pú blico peruano, que antes lo respetaba, ahora lo veí a como un degenerado, un inmoral, y no era caprichoso que pensara así, lo leí a en los numerosos comentarios anó nimos que escribí an debajo de las noticias alusivas al escá ndalo, por ejemplo a lo que Mamanchura habí a dicho en el programa de Amarilis, o debajo de los videos en YouTube, subidos por manos diligentes, recortados en cuatro o cinco partes, y vistos ya por má s de un milló n de personas. Balaguer no querí a seguir viviendo, querí a encontrar la manera de interrumpir su vida sin que resultara doloroso o traumá tico, le daba asco verse la cara, el cuerpo desnudo despué s de ducharse, le daba asco recordar lo que le gustaba hacer en la cama, no tení a entereza para seguir cargando ese cuerpo que ahora desdeñ aba, carecí a de coraje para seguir sosteniendo esa vida que lo avergonzaba, creí a que era el momento de matarse, allí mismo, en una suite del cuarto piso del Alvear, abrumado porque Gustavo Parker lo habí a enfermado, y nada menos que de cá ncer y de cá ncer en el ano, lo que no era verdad, pero ya no valí a la pena desmentirlo, nadie le creerí a, pensaba, No me importa que piensen que tengo el culo podrido, corrompido, si de todos modos saben que soy un maricó n sin remedio, en el cló set, un maricó n tan maricó n que tiene pá nico de salir del cló set y es en el cló set donde quiere morir. Una sola cosa le daba ilusió n, aunque mí nima, y era que, como los peruanos resultaban impredecibles polí ticamente y cualquier cosa podí a esperarse de ellos, al final Alcides Tudela perdiera las elecciones ese fin de semana, que fuese escarnecido por los ciudadanos, que el caso Soraya le costase la elecció n. Solo eso, la esperanza, cada vez má s dé bil, difuminada, de ver perder a Tudela hací a que Balaguer aplazara sus planes suicidas y se dijera No me mato, no todaví a, a lo mejor Tudela pierde y si pierde todo cambia, si pierde quizá hasta me llame Parker y me ofrezca volver en un tiempo, a fin de añ o, a su canal, así de oportunista y desalmado es Gustavo, lo conozco como si fuera su hijo. Balaguer leí a todas las encuestas peruanas y sabí a que Tudela llevaba la delantera có modamente sobre Lola Figari, que se hallaba rezagada quince puntos por debajo, pero tambié n se mantení a en contacto con Soraya y su mamá y sabí a que ya habí an convencido a la enfermera Rossini de ir a la televisió n para denunciar que Tudela habí a sobornado al doctor Caneló n con el fin de simular una prueba de ADN que nunca se hizo, y sabí a por tanto que si la enfermera denunciaba a Tudela, la situació n podí a voltearse, Tudela podí a perder, todaví a podí a perder, el pueblo era tonto pero no tanto, solo era cuestió n de que la enfermera Rossini disparase con buena punterí a la ú ltima bala para matar a ese tigre que era Tudela, pensaba Balaguer, y luego se preguntaba ¿ Se atreverá Gustavo Parker a poner a la enfermera en su canal y a declararle de nuevo la guerra al mafioso de Tudela, sabiendo que lo má s probable es que gane? Faltaban pocos dí as para las elecciones presidenciales y Balaguer pensaba que era iró nico que é l desease tan ardientemente que perdiera Tudela cuando se habí a pasado los ú ltimos añ os apoyá ndolo contra viento y marea, dando la cara por é l, defendié ndolo incluso cuando le parecí a indefendible. Tanto nadar para morir ahogado en la orilla, se decí a, algo tengo que hacer para que Tudela pierda; si Tudela pierde, tal vez no me suicide, tal vez los peruanos me perdonen en un tiempo y al menos recuerden que tuve el valor de defender a la hija ilegí tima, verdadera pero no reconocida de ese canalla, ese bribó n, tan envanecido facineroso. Balaguer hizo un trato consigo mismo: Si Tudela gana, me mataré el mismo domingo por la noche, pero antes dejaré una nota que le pediré a Soraya que lea como despedida de mi pú blico, pero si Tudela pierde, no me mataré, seré fuerte, seré hombre, aguantaré la tormenta, celebraré que la derrota de Tudela sea mi victoria, yo seré el gran arquitecto de su derrota, y entonces mi imagen se fortalecerá ante la opinió n pú blica y llamaré a Gustavo Parker y le pediré que me devuelva Panorama y la primera entrevista será a Soraya y a su mamá, celebrando la derrota de Tudela. Bien, tenemos un plan, se dijo, y luego tomó dos pastillas hipnó ticas y se quedó dormido con la televisió n encendida, por eso cuando lo llamó Gustavo Parker no escuchó el timbre del telé fono y Parker se resignó a dejarle un mensaje: —Llá mame. Es urgente. Todaví a en Chimbote, postergando su regreso a San Francisco, Alcides Tudela decidió fundar su propio partido polí tico. Aplaudido por sus contertulios del bar Dos Má s, quienes veí an con admiració n que se ofreciera a pagarles las cervezas a todos, y animado por sus viejos amigos y por los lustrabotas del puerto y por todos sus hermanos, Tudela, rebosante de cerveza, se subió a una mesa, pronunció un discurso en inglé s que nadie entendió y, ante la ovació n general y las gotas de cerveza que le echaban para darle suerte, anunció: «Compatriotas, mañ ana voy a fundar un partido polí tico para hacer la gran revolució n que necesita nuestro paí s». «¿ Có mo se va a llamar tu partido? », le preguntó un parroquiano, contagiado del entusiasmo general. Tudela se quedó pensando, se sobó la entrepierna, se tambaleó sobre la mesa y gritó «¡ Partido del Progreso! ». Al dí a siguiente acudió con sus amigos al local del Jurado de Elecciones de Chimbote (un vetusto altillo de dos ambientes y un bañ o que funcionaba en un antiguo burdel) y pidió informació n sobre los requisitos para inscribir un partido polí tico. «Necesita cien mil firmas vá lidas, cincuenta comité s provinciales en todo el paí s y un estatuto ideoló gico», le dijo el jefe del Jurado de Elecciones de Chimbote, Polo Campestre, un hombre mayor que tambié n era dueñ o del burdel que funcionaba en el piso de abajo y que habí a sido dos veces prefecto de Chimbote y cinco veces alcalde. Tudela recurrió entonces a sus hermanos: alquiló el local abandonado de una fá brica de harina de pescado, les entregó dinero, puso en sus manos los planillones y les dijo que tení an una semana para falsificar ciento veinte mil firmas de ciudadanos peruanos. Para facilitarles el trabajo, les dio copias del padró n electoral y dijo, impaciente, «De todos estos nombres, saquen los que quieran, los que les suenen má s bonito, y copien la firma». Sus hermanos trabajaron dí a y noche, llenando los planillones con firmas falsificadas, mientras Tudela procedí a a inaugurar sesenta comité s de su partido en todo el paí s, viajando incansablemente en aviones, en autobuses, en autos alquilados, a caballo o a lomo de burro, recorriendo la vasta geografí a del Perú, siguiendo un plan que no le fallaba: como no conocí a a nadie en los sesenta pueblos que habí a elegido (siempre cercanos a Chimbote, todos en la zona norte y amazó nica), cuando llegaba a un caserí o, aldea, villorrio o ciudad, acudí a al bar má s popular o al prostí bulo mejor conocido, hablaba con el dueñ o, le ofrecí a dinero a cambio de representarlo polí ticamente en esa localidad, se emborrachaba con é l, se iba de putas y cerraba el trato. Fue así como nació el Partido del Progreso del Perú: Alcides Tudela se presentó en el local del Jurado Nacional de Elecciones, en Lima, al lado del Campo de Marte, y presentó ciento cincuenta mil firmas, todas falsificadas por sus hermanos (uno de los cuales, Adalberto, tuvo que ser hospitalizado por una crisis de estré s al terminar aquel trabajo fraudulento), y la constancia escrita de que el partido tení a sesenta y cuatro comité s provinciales, cuyas direcciones correspondí an, en la mayor parte de los casos, a bares, cantinas, bodegas y algunos prostí bulos camuflados bajo el ró tulo legal de «casas de masajes». Cuando las autoridades electorales le recordaron que tení a que presentar un estatuto ideoló gico o un ideario fundacional del partido, Tudela respondió «El Perú es mi doctrina». «Eso no sirve, pó ngalo por escrito, llene por lo menos veinte pá ginas con su plan de gobierno», le dijo uno de los funcionarios del jurado electoral. Aquella noche, bajo el influjo de un poderoso aguardiente, Tudela entró en rapto creativo y escribió el plan de gobierno del Partido del Progreso del Perú. Entre otras cosas, postulaba la eliminació n total de la pobreza, del analfabetismo, de la delincuencia, del desempleo, del hambre y de la infelicidad. «La meta del Partido del Progreso del Perú es acabar con la infelicidad individual y colectiva, y que cada peruano sea un faro de alegrí a infinita», escribió, beodo, y, al terminar, le dedicó el documento a su difunta madre: «A mi viejita, que está en el cielo. Por ti voy a ser presidente». Luego rompió a llorar, se puso de rodillas y le pidió a Dios que lo iluminase para gobernar a los peruanos de modo justo, recto y ejemplar. El Partido del Progreso fue inscrito sin que nadie examinara la validez de las firmas ni la idoneidad de sus representantes, declarando como miembros fundadores a Alcides Tudela como presidente, Agapito Tudela como secretario de organizació n, Albina Tudela como secretaria de relaciones internacionales, Á lamo Tudela como secretario de cultura, Anatolio Tudela como secretario de juventudes y Adalberto Tudela como tesorero. Como representantes del Partido del Progreso del Perú en los Estados Unidos y el Primer Mundo fueron nombrados Clifton y Penelope Miller, mientras que Elsa Kohl fue inscrita en los estatutos como primera dama itinerante. Unos meses despué s, ya estando Tudela de regreso en San Francisco, apareció en el perió dico má s leí do de Chimbote, La Tribuna, una noticia en primera plana en la que se informaba que el Partido del Progreso del Perú habí a sido inscrito ante el Jurado Nacional de Elecciones. «Llegaremos al poder por la sagrada voluntad popular», decí a Alcides Tudela, en una larga entrevista en pá ginas interiores. «Y combatiremos la corrupció n y el nepotismo», añ adí a. Apenas despertó, Juan Balaguer escuchó el mensaje de Gustavo Parker y no dudó en llamarlo. No le guardaba rencor. Entendí a que, ante el escá ndalo del video sexual, Parker hubiese tenido que desmarcarse pú blicamente de é l y despedirlo del canal; entendí a que, siendo un hombre mayor y mujeriego consumado, fuese fó bico o alé rgico al sexo entre hombres; entendí a que Parker poní a los intereses de su canal, de sus negocios, sobre sus afectos particulares. Por eso no vaciló en llamarlo y saludarlo con cariñ o (por eso y porque tení a la esperanza de que, si Tudela perdí a, Parker lo llamase de vuelta a su canal). —¿ En qué te puedo ser ú til? —le dijo. —¿ Có mo está s? —lo saludó Parker. —Regular —contestó Balaguer—. Un poco jodido, como imaginará s. Parker volvió a preguntar: —¿ Có mo está s de salud? Balaguer recordó lo que Parker habí a dicho y se irritó. Le habí a parecido grosero que aprovechando el video sexual hubiese falseado una enfermedad incurable, en todo caso la enfermedad incurable que padecí a era la de la culpa y la congoja y el repudio de ser quien era, pero cá ncer no tení a, no que supiera, y Parker se lo habí a inventado para hacer escarnio de é l. —De salud, bien, no tengo cá ncer. No sé por qué dijiste eso, Gustavo. —Es una broma, hombre, no te tomes todo a la tremenda —afirmó Parker, y soltó una risa que a Balaguer le pareció forzada. —Me parece una broma de mal gusto. —Bueno, bueno, no vengas a hablarme de buen gusto despué s de las cosas que hiciste con tu moreno —ironizó Parker. Balaguer se puso serio, se molestó y lo dejó notar en su voz seca, cortante. —¿ Para qué me llamaste, Gustavo? ¿ Qué quieres de mí? —Quiero pedirte un favor, como amigo. —Como amigo, claro —respondió Balaguer, con tono cí nico. —Mira: Alcides está jodido, hay una enfermera del Laboratorio Caneló n que quiere denunciarlo porque dice que no se hizo ninguna prueba de ADN, que le rompió la mano a Caneló n para simular una. —No me extrañ a. Ya lo sabí a. No me cabe la menor duda de que Soraya es hija de Alcides. Siempre te lo dije, Gustavo. —Y esta enfermera de los cojones quiere salir en mi canal o en otro (yo no creo que la deje salir, no quiero má s pleitos con el cholo) denunciando que lo de la prueba de ADN es cuento chino. —Me parece muy bien. Yo la apoyo. —Tú la apoyas porque tienes un rencor contra Tudela. Pero yo no apoyo a la enfermera, yo apoyo a Tudela; me importa un carajo que esa niñ a sea su hija o no sea su hija, no puedo darme el lujo de pensar en mis sentimientos ni en mis rencores, tengo que poner por encima el interé s del Perú, el bienestar de todos los peruanos, —Sí, claro, Gustavo. Pero no estamos de acuerdo. Yo creo que a los peruanos les conviene conocer la verdad y que la verdad es una sola: que Tudela sigue negando a su hija Soraya con trampas y mentiras, unas trampas y unas mentiras que tú ahora quieres convalidar y apañ ar. —No digas tonterí as, hombre —se enfureció Parker—. No hables por la herida. —¿ Qué quieres de mí, Gustavo? —se impacientó Balaguer. Luego pensó No debí llamarlo, este tipo es un crá pula, un mafioso, en buena hora me largué del Perú, no volveré a ese canal, que es un nido de ví boras, y aunque los peruanos tengan el buen gusto de no elegir presidente a Tudela. —Quiero pedirte un gesto cariñ oso de amigo. —Dime —lo alentó Balaguer. —Un gesto de amigo, repito. Un gesto que yo te agradeceré y que me encargaré de recompensar generosamente, como tú te mereces. —Dime —lo apremió Balaguer. —Quiero que hagas una declaració n pú blica allá en Buenos Aires diciendo que apoyas a Alcides Tudela, que piensas votar por é l, que no crees que Soraya sea su hija. —¿ Eso me está s pidiendo? —Eso mismo. Yo te mando al camaró grafo y al reportero mañ ana mismo y tú grabas un mensaje corto, bonito, bien hablado, así como tú sabes, y dices que apoyas a Tudela y que le pides disculpas por haberle sacado a esa hija que no es su hija. —No creo que pueda hacerlo, Gustavo. Me pides mucho —se rehusó Balaguer. —Tu apoyo es clave. Tu apoyo es crucial, Juan. Si apoyas a Tudela ahora que faltan tres dí as para las elecciones, vamos a callarle la boca a esa enfermera y vamos a asegurarnos de que Tudela gane, que es lo que nos conviene a todos. —Será lo que te conviene a ti, no lo que me conviene a mí. —A ti tambié n te conviene, pié nsalo bien. Si me haces ese favor de amigo, la pró xima semana te nombraré corresponsal en Buenos Aires y te pagaré cinco mil dó lares mensuales para que vivas tranquilo, ¿ qué te parece? —¿ Corresponsal en Buenos Aires? —se sorprendió Balaguer, y guardó silencio, dudando. —Eso mismo: corresponsal en Buenos Aires, con cinco mil dó lares al mes. Te quedas un añ o, dos añ os, lo que tú quieras, y luego, cuando baje la marea, vemos si conviene que vuelvas a Lima para retomar la conducció n de Panorama. Balaguer odió a Parker, lo despreció, sintió que el Perú era un paí s enfermo, y enfermo sin remedio por culpa de empresarios viciosos, taimados, inescrupulosos, como Gustavo Parker, y por culpa de polí ticos corruptos y embusteros como Alcides Tudela. En el Perú siempre ganan los malos, se dijo. Luego contestó: —Dé jame pensarlo y te llamo en un par de horas. —No la cagues, Juan. El cholo y yo te necesitamos má s que nunca. Espero tu llamada. Un abrazo. Repudiado por los peruanos luego de cinco largos añ os de ejercer el poder a su antojo, el dictador Remigio Mora Besada cedió a las presiones de sus compañ eros de armas y convocó a unas elecciones presidenciales que, recié n llegado del exilio en los Estados Unidos, ganó el candidato de Alianza Progresista, Ferná n Prado. Demó crata cabal que habí a sido derrocado por el general Velá squez, Prado regresó al poder en olor de multitud. El dí a de su juramentació n, devolvió Canal 5 a su fundador y legí timo propietario, Gustavo Parker, que regresó de su exilio en el Caribe para tomar posesió n de su empresa. Prado y Parker eran amigos, y Parker habí a hecho generosas contribuciones a la campañ a electoral de Prado.
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